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X Coloquio Internacional de Geocrítica

DIEZ AÑOS DE CAMBIOS EN EL MUNDO, EN LA GEOGRAFÍA Y EN LAS CIENCIAS SOCIALES, 1999-2008

Barcelona, 26 - 30 de mayo de 2008
Universidad de Barcelona

PLANEAR EL ESPACIO DE LA VIDA: LABERINTOS DEL TIEMPO

Silvana Maria Pintaudi[1]
Instituto de Geociencias y Ciencias Exactas, Universidade Estadual Paulista
observa@rc.unesp.br


Planear el espacio de la vida: laberintos del tiempo (Resumen)

Planear el lugar en que se vive, proyectando su futuro, no es un asunto nuevo.  El simple hecho de vivir en sociedad siempre requirió una mínima organización que, a su vez, exigió pensar, con los límites de cada momento histórico, las condiciones ofrecidas por el espacio para la reproducción de la vida en común, para proyectarla entonces, aunque el pensamiento no estuviera organizado, sistematizado y claro en relación a esas finalidades.  Fue recién en el siglo XX que el planeamiento se hizo materia evidente, destacada de otros saberes, en busca de respuestas para la proyección de un espacio urbano dotado de condiciones para reproducir la sociedad de manera eficaz.  No parece haber sido la mera ampliación y desarrollo de un saber y de las técnicas que le conciernen que confirieron tanto destaque al planeamiento.  Indagar sobre este cambio puede iluminar la comprensión del modo como entendemos y proyectamos el espacio.  Además, dependiendo del punto de vista con que se puede mirar cada camino en que se desdobló un sin fin de proyectos implantados, siempre encontraremos abundante material para cuestionar e inclusive elaborar nuevas propuestas.  Los resultados de las elecciones hechas, de cada plan engendrado, de cada decisión llevada a cabo, son nuevos espacios, con tiempo incluido, concretizándose y colocándonos delante de nuevos laberintos a ser desvendados. En su calidad de concretos los resultados adquieren la riqueza de la propia vida.  Reflexionar sobre los laberintos del tiempo que proyectamos es necesidad radical.

Palabras-clave: planeamiento, espacio urbano, Estado


To plan the space of life: labyrinths of the time (Abstract)

To plan the place where we live and to project its future is not a new subject. The simple fact of living in society always demanded a minimum organization. This organization demanded to think, limited by every historical moment, the offered conditions by the space to the regular life reproduction and consequently its projection, although the thought was not organized, systematized and understandable to those purposes. Only in XX century planning became an evident subject as an autonomous knowledge, which search answers to plan an urban space with conditions to effectively reproduce the society. It does not seem to be the simple amplification and development of the knowledge and of the technique about it that gave to planning so much detach. Questioning that change can light up the understanding of the how we comprehend and we project the space. Besides, depending on the point of view from where we can observe every single way countless of implanted projects took, we will always find a generous material to question and also to elaborate new proposals. The results of the made choices, of each engendered plan, of each accomplished decision, are new spaces, including time, becoming concrete and leading us to face new labyrinths to be unmasked. When they become concrete they gain the wealth of life. To think about the labyrinths of the time we projected is a radical need.

Keywords: planning, urban space, State


Pensei num labirinto de labirintos,
num sinuoso labirinto que
abrangesse o passado e o futuro
e que implicasse de algum modo os astros.
Jorge Luis Borges, 2007,

La pensée de l’homme, et son action, luttent contre
leurs propres conditions d’existance,
 précisement en reconnaissant ces conditions d’existence.
Henri Lefèbvre, 1986

Laberinto 1: La sugerencia de la metáfora

Vamos a tomar prestada de la mitología griega la figura del laberinto porque la intención aquí es poner una cuestión que, grosso modo, puede ser resumida como sigue: el espacio pensado (planeado) para la reproducción de la vida, en el momento en que se materializa, se presenta con un nuevo problema a ser resuelto porque las nuevas condiciones de existencia que se presentan van a engendrar otras maneras de ser y, por lo tanto, de luchar por la vida.  Así, el enigma siempre vuelve a ser puesto en el espacio y queda a merced de un posible “héroe” que lo desvende para liberar a quien no logra salir de un “cautiverio”, de un espacio que aprisiona en un tiempo, de donde es difícil escapar, a no ser volando, lo que no es viable para nosotros, seres humanos.

El laberinto nos remite, entonces, al espacio: una “interesante metáfora espacial” como a él se refirió Harvey (2006, p.119).  Esta figura nos pone delante de caminos que se bifurcan, se entrecruzan, sin ofrecer pistas para la salida, confunden a quien quiera que sea. En las monedas que circulaban en Knossos entre los siglos V-IV AC, encontramos laberintos representados en el anverso y el Minotauro, dioses o héroes en su reverso; el laberinto también es una figura frecuente en los mosaicos elaborados durante la República y el Imperio de Roma, algunos de ellos representando la imagen de una ciudad con muros.  Todos reproducen espacios de difícil salida (entrar es fácil), sean cuadrados, circulares o rectangulares.

En la mitología griega, Teseo es el héroe ateniense que entra en el laberinto para enfrentar al rey de Creta, el Minotauro, y lo vence.  Pero para realizar la tarea, contó con la ayuda de Ariadna que, del lado de afuera del laberinto, sujetó la punta de un hilo rojo que Teseo fue desenrollando durante su incursión hasta llegar al centro de aquel espacio, donde se encontraba el Minotauro.  Vencido el Mal, el héroe fácilmente salió del recinto recogiendo el hilo a través de los caminos sinuosos del lugar.  O sea, antes de entrar al laberinto él sabía cómo salir de él.   La otra manera sería tener alas y volar, lo que no era el caso de Teseo.[2]

Con referencia a la figura del héroe y del espacio laberíntico, Henderson (1964, p.125), integrante de la corriente Junguiana de psicología afirmó que:

en todas las culturas el laberinto significa una representación confusa e intrincada del universo de la conciencia matriarcal; ese universo sólo puede ser transpuesto por aquellos que están listos para hacer una iniciación especial al misterioso mundo del inconsciente colectivo.

No vamos aquí a adentrarnos en las cuestiones de la psiquis, aunque forma parte de la realidad e, consecuentemente, también de la construcción del espacio.  No disponemos de instrumentos intelectuales que nos permitan hacer uso de ese conocimiento en la lectura del espacio, pero esta mención indica, por lo menos, nuestro reconocimiento de la laguna y destaca la significativa figura del laberinto en el inconsciente colectivo.

La idea de la representación confusa del universo es, inclusive, anterior a la del espacio laberíntico.  En el Antiguo Testamento –Génesis 11 (1-9) – aparece en la tierra de Senaar (Babilonia) donde los hombres que hablaban la misma lengua querían construir una torre que penetrara los cielos.  Dice el texto que el Señor, viendo que se constituían en un solo pueblo, hablaban una sola lengua, en suma, se entendían y que, a partir de eso, para ese pueblo, ningún designio sería irrealizable, confundió su lenguaje para que no se entendieran más.  “Se le dio por eso el nombre de Babel, pues fue allí que Jahweh confundió el lenguaje de todos los habitantes de la tierra y fue allí que Él los dispersó por toda la faz de la tierra”.  Encarando la explicación teológica, el texto intenta elucidar por qué no existe entendimiento entre los hombres y nos revela que esa preocupación está presente desde los primordios de la civilización entre aquellos que piensan y tratan de explicar el mundo y sus diferencias, la unidad en la diversidad.  Pero es preciso señalar otro aspecto fundamental mostrado en el texto bíblico: la importancia de la palabra y de su entendimiento para la construcción de un mundo con cohesión.  Si los hombres se entienden, “hablan una sola lengua”, pueden construir objetivos comunes y eso les confiere poder de realización plena en el ámbito de la colectividad.  La existencia de la política se debe a la existencia de numerosas “lenguas” y es en el espacio político, aquel entre los hombres (Arendt) que se resuelven las diferencias.  No se hace política sin la diferencia (Arendt).  En ese espacio, la palabra se constituye como uno de los principales instrumentos de poder que, a su vez,  presupone continuidad temporal y espacial, además de acciones que concreticen lo que fue acordado en el espacio político, o sea, lo que fue establecido entre los hombres.  Sin embargo, esa no es una cuestión simple.

En la literatura es preciso recordar a Jorge Luis Borges (2007, p. 80-93) que, en el cuento “El jardín de senderos que se bifurcan”, nos ha invitado a pensar el laberinto como un espacio donde lo que se bifurca es el tiempo y, a partir de ahí, los futuros son incontables.

Volviendo un poco a la historia de las ciudades, buscando entender la forma en que en cada momento ellas fueron construidas, verificamos que, de cierta manera, el mito evocado se presenta.  El hombre continuamente construye espacios laberínticos, espacios que esconden más de lo que muestran “las salidas” para la reproducción de la vida.  Estamos siempre ante ellos, pero no los identificamos, inclusive cuando ayudamos a proyectarlos.  El laberinto como metáfora nos señala el cuestionamiento constante del planeamiento del espacio, del pensamiento producido sobre el espacio urbano y de la proyección de ese espacio.

¿Cómo salir del laberinto?  No nos parece que sea ésa la cuestión, ni siquiera sabemos si ésta es una cuestión importante en este o lo será en otro momento.  Se trata aquí de afirmar que, antes que nada, es preciso reconocer el “laberinto” porque en el afán de ser declarados “héroes”, competentes en el planeamiento del espacio, no llegamos a considerar su extensión, no vemos que ese espacio se desborda en “futuros incontables”, que donde parece terminar . . . continúa o recomienza.  ¿Por qué? ¿Cómo? Son preguntas que vamos a tratar de contestar en este texto.

Laberinto 2. Planeando espacio y tiempo

Planear el lugar en que se vive, con proyecciones para su futuro, no es ninguna novedad.  El simple hecho de que sea necesario vivir en conjunto, siempre requirió una organización, por menor que fuera, la cual, a su vez, exigió pensar, con los límites de cada momento histórico, las condiciones materiales puestas a disposición de los hombres, incluida la dimensión espacial, para la reproducción de la vida en común; a partir de eso el espacio era proyectado, y esto ocurría aunque el pensamiento no estuviera organizado, sistematizado o claro en relación a esas finalidades.  Explicando mejor. El conjunto de personas que vivían en común (no interesa ahora si formaban una comunidad o sociedad), tenía como objetivo asegurar su reproducción que, si en un momento era más restricta en términos de alcance espacial, podía abarcar, en el momento siguiente, espacios regionales.  Por esa razón, era necesario que el espacio ofreciera algunas condiciones naturales que hicieran posible la vida en el presente y en el futuro.  Había, por lo tanto, una formulación mental y una decisión, del conjunto de personas que precisaban vivir o deseaban vivir juntas, sobre el lugar en que deberían erigir el asentamiento, crear raíces, fuera la deliberación tomada por todos, por un grupo o por uno de los miembros del grupo.  Lo que importa es resaltar que se trataba de un hecho pre-meditado, tal como realizado en los días actuales.

El territorio mexicano, por ejemplo, es pródigo en vestigios de esta naturaleza que dan evidencias de decisiones tomadas, visto el grado de planeamiento que dejan impreso en el espacio.  En el altiplano, durante el Período llamado  Formativo Tardío (Preclásico), que abarca los cuatro siglos anteriores a la Era Cristiana y los primeros tres siglos de nuestra Era, tenemos la construcción de Teotihuacan, que sólo con la regularidad de su trazado, demuestra claramente que hubo una intención de los hombres cuando ocuparon aquel sitio y lo urbanizaron, construyendo grandes templos públicos, murales no menos grandiosos y más, buscando armonizar esa grandiosidad construida con aquella de la naturaleza que la cercaba y con el cosmos, pues las implantaciones de las edificaciones de la ciudad indican orientación astronómica, conforme escribió Manzanilla (1993, p. 16).  A respecto del planeamiento de esa ciudad, la referida autora enumera algunas características que debemos recordar aquí: a) un sistema de implantación reticular visible y con orientación; b) una red de drenaje y abastecimiento de agua; c) construcciones de edificios públicos para el ejercicio de funciones administrativas y religiosas, siendo que las más importantes se localizaban en el eje central de la ciudad; y d) barrios que concentraban actividades específicas como los artesanos que trabajaban la obsidiana, hacían cerámicas, así como barrios de extranjeros, dado que la ciudad era multiétnica.  La misma autora menciona también la existencia de construcciones que llama de complejos residenciales multifamiliares, aislados de la ciudad por altos muros, donde diferentes familias dividían el espacio doméstico, el oficio y los lazos familiares (Manzanilla, 1993, p. 18).  Había, por lo tanto, una concepción del espacio, una forma de ciudad, con su estructura y funcionalidad, que también se articulaba con los otros centros urbanos.  El espacio de esta ciudad no tenía nada de aleatorio, al contrario, indicaba la transformación del caos en cosmos, con sus pirámides transmitiendo, a través de esa forma arquitectural, la jerarquía entre los hombres y, también simbólicamente, haciendo la conexión de los hombres con los dioses.

Teotihuacan, después de redescubierta en el siglo XX, se transformó en un lugar turístico y hoy apropiado masivamente, lo que no le retira el carácter emblemático y revelador de la existencia de una civilización que, además de haberse desarrollado sola, marcó de manera indeleble el territorio.  En una primera ojeada no se comprende la razón, pero invariablemente, cualquier visitante se impresiona y se interroga sobre la monumentalidad de aquel espacio construido hace más de dos milenios.  Ciudades como ésta, florecieron en el territorio que los españoles vinieron después a conquistar y es posible imaginar su sorpresa al depararse con otro sentido de ciudad, de cosmos, de  tiempo, en fin, de vida, muy diferente del existente en Europa a inicios del siglo XVI.  El enfrentamiento no fue pequeño y la guerra trabada no se restringió a la fuerza física o de armas, sino que se extendió al poder que era conferido a las imágenes (de ambas partes)[3].   El espacio estaba profundamente marcado por los “Mexicas” (en el caso de la ciudad de México-Tenochtitlan) que representaban, en el momento de la conquista, todo un pasado prehispánico de más de 3 mil años.  El enigma de aquel espacio se va a colocar para el invasor, el conquistador, teniendo en vista que el arreglo espacial, creado en Teotihuacan y, posteriormente, en México-Tenochtitlan que, entre otras ciudades, armonizaba la vida material y espiritual,  nos gusten o no las prácticas usadas para este fin.   Dominar aquel espacio significaba proyectarlo de otro modo, lo que incluía el tiempo, el futuro, porque hasta entonces los mexicas y pueblos de otras regiones del actual territorio mexicano creían tener cierto control sobre la dimensión temporal a través de la práctica religiosa ejercida.

No vamos a recurrir a detalles, a entrar en discusiones sobre lo que fue la Conquista de México, ni los espacios conquistados, porque quisimos indicar aquí sólo la existencia del planeamiento del espacio en ciudades que no tenían nada que ver con la civilización occidental.

Así, concordamos con Blanquart (1997, p.7), cuando afirma que el

espacio que se construye es al mismo tiempo una manera de ser, de vivir en conjunto y de pensar.  Figuras espaciales, estructuras sociales y formas mentales se corresponden, se remiten unas a otras en la unidad de una cultura, de un modo, en un tiempo y un lugar, de ser humano.

Todavía es necesario recurrir a algunos otros ejemplos históricos.  La distancia en el tiempo nos auxilia en esa reflexión sobre lo que viene a ser el planeamiento de la ciudad. Y en esta perspectiva, tenemos que recordar las ciudades griegas.

Atenas fue erigida en un espacio que antes de 3000 AC ya registraba presencia humana. En el Acrópolis, al final del siglo XV AC, se construye un palacio real articulado a un santuario.  En el siglo XII AC ese espacio es contornado por un muro, que en el siglo posterior la identifica como la fortaleza más importante del Ática.  En el siglo VI AC el lugar estaba restricto a la función religiosa.  La organización de ese espacio, entonces, tenía como base una jerarquía, admitida como necesaria para el bien común, para dar orden, cohesión, estabilidad al cosmos.  La equidad se constituyó en el principio del orden (cada individuo desempeñando su papel en pro del bien común y recibiendo su parte por eso).  Después, Aristóteles  (384-322 AC)  será el filósofo que elaborará el pensamiento griego en estas bases y la democracia, como forma de gobierno, tendrá un papel en la conducción del urbanismo practicado. Aunque los griegos se hayan destacado por la autonomía que daban a cada edificio, su arquitectura (en particular e inicialmente la religiosa) esto no quiere decir que no pensaban la planta de la ciudad, la distribución de las actividades, en fin, la organización de la vida en el espacio.  Mileto es un ejemplo, donde Hipódamo cuidó su reconstrucción  a partir de 479 AC[4], usando toda la racionalidad disponible, confiriendo regularidad al trazado de las calles, agrupando edificios públicos alrededor de grandes ágoras, centrales (inclusive en el sentido de distancia) para el desarrollo de una vida pública.  A propósito, fue la ruptura con lo sagrado que desplazó el centro de la ciudad griega de la acrópolis para el ágora.

Bajo el Imperio Romano, la ciudad se presentaba con centro monumental donde se veían edificios públicos, templos, anfiteatro y, en los alrededores se localizaban los barrios residenciales (que se mezclaban con el campo) donde vivían los funcionarios, comerciantes, artesanos, propietarios de tierras (Blanquart, 1997, p. 63/64).

Con la invasión de los pueblos bárbaros, a partir del siglo III d.C. las ciudades se contraen.  Durante la Alta Edad Media, en Europa, ciudades importantes pierden su papel político frente a aquellas sobre las cuales ejercían hegemonía y la organización espacial cambió completamente, no sólo por el número de habitantes que se redujo drásticamente, sino por la extensión territorial ocupada por el caserío, además de que su contenido se presentaba como “mezclado”, “orgánico” según algunos autores que estudian la forma de las ciudades en la historia.  Además de ese “encogimiento”, comenzaron a ser levantados muros a su alrededor para protegerlas de los invasores.  Volvio también a predominar la función religiosa y diversas órdenes clericales construyeron abadías (como Cluny) alrededor de las cuales muchos poblados florecieron durante la Edad Media.  Pressouyre describió resumidamente el contenido de estos monasterios, al escribir que:

Intactas o arruinadas, las abadías cistercenses suscitan un sentimiento de admiración nacido de su perfección funcional y estética. Ciudad ideal, el monasterio responde desde luego a las necesidades de una sociedad eliminada del mundo.  Según los propios términos de la Regla ‘si fuera posible, el monasterio será construido de tal modo que todo lo necesario, a saber, el agua, el molino, el jardín, esté en el interior del monasterio y que allí se ejerzan los diferentes oficios, para que los monjes no sean forzados a recurrir al exterior, lo que no conviene a su alma’ (1992, p. 37).

El mismo autor también recuerda que los cinco siglos de experiencia adquirida por los monjes benedictinos hizo que varias formas de urbanismo monástico emergieran (PRESSOUYRE, 1992, p. 38)  y muchos de los Burgos monásticos dieron origen a pequeñas ciudades que fueron creciendo fuera de los muros de las abaciales: Paris es un ejemplo de ciudad que con el tiempo, en su expansión territorial, congregó varios Burgos de esa naturaleza.  En los dominios de los monasterios la justicia también era ejercida por el abad.  Esta forma de construir el espacio y de darle movimiento deja evidencias de que no era muy fácil su anexado puro y simple a un núcleo urbano en expansión cuando los muros de ambos (abadía y ciudad) fueron derribados.  Representaban órdenes diferentes, tiempos diferentes, caminos que podían bifurcarse para otros posibles futuros.

Laberinto 3. Economía en expansión, política en retracción

Como fue mencionado anteriormente, la forma urbana predominante, en Europa, y característica hasta el final del Imperio Romano es la que Lynch (2007, p.81) denominó “modelo cósmico”, o la ciudad sagrada, cuyo plano pretendía contener una interpretación del universo.  Con la caída de Roma esta forma de ciudad sufrió profundas alteraciones, pero, sobre todo, debemos resaltar que la vida en la ciudad se volvió sobre sí misma, hasta para protegerse.  En Europa, esta situación perduró en el período llamado Edad Media, pero fue en su núcleo que tejieronse los cambios para la emergencia de las ciudades renacentista y barroca las cuales, en lo que tiene que ver con la forma, presentan el mismo modelo “cósmico” ya mencionado,  pero de manera renovada por el surgimiento de nueva perspectiva económica.

A partir del siglo XVI, con los Descubrimientos y la consecuente ampliación del número de territorios que vinieron a tener relaciones de cambio entre sí (fueran ellas forzadas o no), la organización del espacio de las ciudades, su forma de implantación, sufrió las más diversas influencias y, al mismo tiempo, se podían reconocer semejanzas: ejes monumentales, regularidad de la malla urbana, jerarquía, límites, grandes edificios públicos, en notoria articulación con el poder público. Aún en las ciudades que mantuvieron el núcleo urbano remanente de la Antigüedad, el que perduró o inclusive que se formó durante la Edad Media, se adoptó, para su ampliación, aunque fuera dentro de  sus  muros, la malla en forma de tablero de ajedrez.

El gran cambio fue propiciado por la economía en expansión y no se refiere tanto a innovación de la forma de implantación de la ciudad, sino en la forma de apropiación de sus espacios por la dimensión económica de la vida.  Recordemos que la propia palabra ‘economía’ que viene del griego oikos, significa todo aquello que es propiedad del jefe de una familia, o sea, casa, gente, naturaleza.  La economía era, pues, comprendida en el ámbito domiciliar, privado, mientras la esfera política era del ámbito público.  Arendt, escribiendo sobre la comprensión de la sociedad moderna afirmó que:

La distinción  entre la esfera privada y pública de la vida corresponde al campo familiar y político, que han existido como entidades diferenciadas y separadas al menos desde el surgimiento de la antigua ciudad-estado; la aparición de la esfera social, que rigurosamente hablando no es pública ni privada, es un fenómeno relativamente nuevo cuyo origen coincidió con la llegada de la Edad Moderna, cuya forma política la encontró en la nación-estado (2002, p. 41).

La misma autora sostenía que:

La esfera de la polis[…] era la de la libertad […], ya que resultaba lógico que el dominio de las necesidades vitales en la familia fuera la condición para la libertad de la polis.

Como se concluye de nuestro rápido esbozo, en la Edad Moderna ocurrió una transferencia de peso de la actividad privada para el dominio público y el surgimiento de una nueva esfera – la social.

El territorio de Holanda, en este caso, merece atención y nos parece ejemplar.  Un viejo proverbio decía: “Dios creó el mundo, pero los holandeses hicieron Holanda”.  Según Kostof (1991), sólo unos pocos centros urbanos y sitios muy antiguos permanecieron en territorio holandés, la mayoría de ellos en ciudades situadas en lugares elevados.  De las demás, primero sus terrenos fueron drenados y después se construyó la ciudad. Y esos espacios urbanos proyectados pueden ser mejor comprendidos si hacemos referencia al papel de aquel Estado en el momento en que el capitalismo comenzó a dibujarse y, paulatinamente, a concretizarse.  Beaud escribió que el capitalismo mercantil y manufacturero en Holanda irá a desarrollarse basado en tres pilares, a saber: la Compañía de las Indias Orientales, el Banco de Ámsterdam y la flota.  Además del comercio, los holandeses también disponían de productos que fabricaban tales como, microscopios, instrumentos de navegación, hacían servicios de pulido de lentes ópticas, elaboraban mapas terrestres y marítimos, entre muchos otros productos (1987, p. 34-37).  Eran fabricantes y comerciantes y necesitaban ciudades con puertos.  Y es una parte de la población holandesa que irá a comandar esas actividades: la burguesía naciente, inclusive, la primera a ser retratada por pintores holandeses.  De acuerdo con Kostof (1991, p.112), el principal teórico urbano que aparece al Norte de Europa fue Simon Stevin (1548-1620), especialista en el planeamiento de ciudades portuarias, habiendo proyectado ciudades con base en modelos reales como Ámsterdam y Antuerpia, con canales que conducían los barcos hasta la puerta de las fábricas y, al mismo tiempo, estaban contemplados depósitos defensivos. Plazas y edificios públicos ocupaban lugares centrales en su ciudad ideal; la malla urbana, en la forma de tablero de ajedrez, era una matriz, pudiendo ser reproducida en la medida de la necesidad de expansión del área urbanizada.

Esta proyección de lo urbano atendía al menos una parte de la sociedad holandesa: la burguesía que en su cuna, en Inglaterra, en Holanda, entre otros estados, comienza a acumular capital.  El espacio urbano, a su vez, fue evaluado con otras intenciones y los cambios de formas empezaron a ocurrir en la velocidad que el capital economizado fue exigiendo. La ciudad preñada de la economía se va alejando cada vez más de lo político y el pensador que primero trae esta cuestión a escena es Maquiavelo (1469-1527), desmitificando la idea de la existencia de una comunidad dirigida hacia la justicia y el bien común, pensándose aquí en el sentido griego del término polis.

Sobre los cambios de la ciudad retratados por las obras de arte, Blanquart escribió que mientras el arte medieval imitaba la naturaleza, el del “quattrocento” construye matemáticamente la naturaleza, transforma el espacio en escenario (1997, pp. 98-100). Inclusive, dígase de pasaje, cada vez más en escenario para el poder.

Siendo así, pudimos indicar, aunque que de modo rápido, los cambios que ocasionaron una nueva manera de concebir la vida en la ciudad y, por lo tanto, de construirla, reproducirla. Al comienzo de la Edad Moderna, la forma de reproducción de la vida, comienza a pasar, paulatinamente, a la esfera del intercambio, de manera que la articulación del espacio y tiempo, en  todos los ámbitos de la reproducción se van sujetando a lo económico.  Poco a poco, el planeamiento del espacio de la vida que buscaba armonizar el conjunto de la ciudad, organizar el cosmos para garantir el futuro de todo su conjunto, se vio restringido, al mismo tiempo en que adquirió foros más altos en el siglo XX. El urbanismo ha ganado estatuto de disciplina cuando el espacio urbano industrializado pasó a evidenciar problemas para la propia acumulación del capital.  La ciudad se torna materia de discusión restricta a experts, que van a buscar las respuestas matemáticas, racionalizadas, pretendidamente apolíticas y se lanzan a la programación del tiempo en el espacio, estipulando aún la velocidad con que vamos a desempeñar nuestras acciones cotidianas. Y no solamente eso,  en el ansia de permitir la libertad de acumular (para algunos pocos), verdaderas limpiezas sociales son llevadas a cabo en las ciudades y eso no es hecho reciente.  Si en un momento anterior teníamos pobres, o diferentes etnias, compartiendo espacio públicos de la ciudad, hoy, si tales espacios interesan a la reproducción del capital se promueve la expulsión o aislamiento de los “habitantes” indeseables en la escena.  La colonización ya hacía eso, por ejemplo, en Marruecos.  Con el discurso de proteger ciudades imperiales como Fez, se construyó la ciudad para el colonizador europeo, en un espacio al lado, donde estaba protegido de enfermedades y mayores contactos con los “indígenas”. Para la elite local también se construyo un espacio, a semejanza de los europeos, con la infraestructura necesaria a su condición de nuevos burgueses.  Estos ejemplos se multiplicaron en la actualidad; con el discurso de la “revitalización” (que quedaría más claro llamar revalorización) de antiguos centros urbanos, el capital inmobiliario ha expulsado de esos lugares los indeseables y los que afean el paisaje, para que el capital pueda retomar activos que habían quedado “abandonados”.  En esa acción, Capital y Estado son compañeros.

Laberinto 4. El futuro

Al final de esas consideraciones preguntamos: ¿tiene sentido para nosotros el uso de esta metáfora?  Sí, reflexionar sobre los laberintos del tiempo se volvió necesidad radical.  Nunca pudimos como ahora visualizar tanto el espacio: google earth, “permite” muchos paseos por territorios a los que de otra manera no tendríamos  facilidad de aproximarnos. Tenemos tecnología que confiere alta precisión a las cartas y mapas elaborados y, al mismo tiempo, nunca estuvimos tan distantes de conocer estos espacios laberínticos, que no nos dejan ver lo que es preciso, fundamental.  En el libro Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino, Marco Polo dice al Gran Kan: - “Viajando uno se da cuenta de que las diferencias se pierden: cada ciudad se va pareciendo a todas las ciudades, los lugares intercambian forma orden distancias, un polvillo informe invade los continentes”.  Este comentario surge a la altura en que la obra va a describir más y más ciudades ocultas y continuas, señalando la repetición, la banalización, el consumo que son las maneras de reproducción del capital, donde el espacio se va volviendo amnésico y el tiempo se acelera para beneficiar el capital.  Como escribió Debord (1922, p. 163),

La reproducción capitalista unificó el espacio, que ya no es limitado por sociedades exteriores.  Esta unificación es, al mismo tiempo, un proceso extensivo e intensivo de banalización.  La acumulación de las mercaderías producidas en serie por el espacio abstracto del mercado, al mismo tiempo en que debería quebrar todas las barreras regionales y legales, y todas las restricciones corporativas de la edad media que mantenían la calidad de la producción artesanal, debía también disolver la autonomía y la calidad de los lugares.  Este poder de homogenización es la pesada artillería que hizo caer todas las murallas de China.

Observando in loco o tomando conocimiento de algunas obras en diferentes ciudades del mundo, constatamos que cada vez más esta repetición está en todos los lugares y, aunque muchas sean consideradas obras de arquitectura, la forma en que el espacio se va moldeando indica el cambio para la permanencia del status quo.  La construcción de viviendas populares es un ejemplo. En Francia, de André Godin (siglo XIX) a Jan Nouvel (siglo XX) lo que cambia es que el espacio de la casa se vuelve más flexible, como se volvieron flexibles los contratos de trabajo para aquellos que en ellas habitan.  Los materiales de construcción del objeto casa también se hicieron menos sólidos, más modernos y la levedad, las transparencias, dan visibilidad a todo lo que es interno y externo, propiciando mayor control social: uno puede ver y ser visto.  En lugares públicos, como la mediateca de Sendai, la transparencia también impera en espacios vueltos flexibles donde lo que está fuera parece estar dentro y viceversa, las paredes se pueden reducir a un paño de vidrio o a un efímero tejido ondeante, que en otro momento puede no encontrarse en el mismo lugar; allí se tiene realmente la impresión de estar en el futuro, las personas no se hablan ni cuchichean, parecen absortas y vueltas para dentro de sí mismas,  mónadas.  En esos espacios cambiantes mientras sobra luz, aire y mirada, parece faltar el espacio entre los hombres. . . El Estado, a través de acciones de urbanismo que apoya o emprende, ha permitido la reproducción de esos espacios cambiantes. El ritmo más lento del cambio en el espacio, que permitía la reflexión y consecuentemente, la interpretación, además de transmitir seguridad, hoy se transforma de manera muy veloz: cuando se logra entenderlo ya puede ser otro, tal es la velocidad que le fue dada para liberar el tiempo para el capital.  He aquí el laberinto en el cual estamos inmersos y el hilo rojo que Teseo sujeta en una de las manos puede tornarse tan transparente e impalpable, que no le va a dar chance de volver a ver a Ariadna.

¿Qué puede ser liberador?  La palabra se hace pública, en el espacio entre los hombres, en el espacio político – donde la palabra tiene el poder y la posibilidad de ser liberadora junto a la acción.  De ese espacio político nos estamos alejando y él viene perdiendo importancia.

La vida colectiva es necesaria y la palabra es necesaria para establecer un entendimiento entre los hombres, para que éstos puedan construir su ciudad, su proyecto de vida en común.  Ya adelantamos ese aspecto en dos trabajos presentados anteriormente en los Coloquios Internacionales de Geocrítica.  Continuamos reconociendo que la palabra se ha mostrado insuficiente, muy frágil, ineficaz.  El poder la necesita y al mismo tiempo la deja vacía de valor, de ética, en fin, de responsabilidad.  La palabra se usa para persuadir y ése es el espacio de la democracia.

Notas

[1] Profesora Doctora  del  Instituto de Geociencias y Ciencias Exactas - UNESP y becaria del CNPq.

[2] Ver La idea de ciudadantropología  de la forma urbana en el Mundo Antiguo de Joseph Rykwert, Madrid: 1985, p.165 y siguientes.

[3] A respecto de esto ver Serge Gruzinski A guerra das imagens – de Cristóvão Colombo a Blade Runner (1492-2019). São Paulo: Cia das Letras, 2006.

[4] Ver Werner Muller y Gunther Vogel Atlas de arquitectura 1. Generalidades. De Mesopotamia a Bizancio. Madrid: Alianza, 1995, 3ª reimpresión.


Bibliografia

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Referencia bibliográfica

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