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X Coloquio Internacional de Geocrítica

DIEZ AÑOS DE CAMBIOS EN EL MUNDO, EN LA GEOGRAFÍA Y EN LAS CIENCIAS SOCIALES, 1999-2008

Barcelona, 26 - 30 de mayo de 2008
Universidad de Barcelona

 

DEL INVENTARIO PATRIMONIAL A LA IDENTIFICACIÓN DE UNIDADES DE PAISAJE:
ESTRATEGIAS EN EL MARCO DE UN DESARROLLO TERRITORIAL SOSTENIBLE

VÁZQUEZ VARELA, Carmen
carmen.vazquez@uclm.es

MARTÍNEZ NAVARRO, José María
josemaria.martinez@uclm.es

Universidad de Castilla-La Mancha


Del inventario patrimonial a la identificación de unidades de paisaje: estrategias en el marco de un desarrollo territorial sostenible (Resumen)

El Inventario del patrimonio fluvial del Río Júcar que la Asociación para el Desarrollo Integral de La Manchuela Conquense contrató con el Grupo de Investigación Capital Social y Desarrollo Sostenible de la Universidad de Castilla-La Mancha tiene un ámbito territorial articulado por los ríos Júcar y Cabriel que se extiende por tres provincias (Albacete, Cuenca y Valencia), pertenecientes a dos Comunidades Autónomas diferentes: Castilla-La Mancha y Valencia, y 68 términos municipales (48 de ellos drenados por el río Júcar y 20 por el Cabriel).

Hasta el momento se han inventariado los recursos patrimoniales del 70 por ciento de ambos ríos. La siguiente fase de investigación, además de inventariar el restante 30 por ciento de la cuenca, se concreta en un análisis integrado e interdisciplinar de los componentes naturales y antrópicos, materiales e inmateriales, entendiendo el paisaje como un producto social, la proyección cultural de una sociedad en un espacio determinado desde una dimensión material, espiritual y simbólica. Por todo ello la participación pública desde la fase de inventario ha sido clave.

Palabras clave: inventario patrimonial, paisaje cultural, análisis integrado, Júcar, Cabriel


From the heritage inventory to the identification of landscape units: strategies within the framework of a territorial sustainable development (Abstract)

The cultural heritage inventory of Jucar’s river has been a project funded by the European Initiative Leader+ within the framework of the inter-regional cooperation project “Actions for the integral development of fluvial spaces (EFLUS)”. The territorial scope of the project is articulated by the Júcar and Cabriel rivers and it spreads over three different provinces (Albacete, Cuenca and Valencia), which belong to two Regional Autonomous Communities (Castilla-La Mancha and Valencia Community), and 68 municipalities (48 of them watered by Júcar river and 20 by Cabriel river).

Up to the moment we have inventoried the heritage resources of 70 por ciento of both rivers. The following research stage, beside the accomplishment of the remaining 30 por ciento of the river basin, deals with an integrated and inter-discipline analysis of the natural and human components, material and immaterial, understanding the landscape as a social product, the cultural projection of a society in a space determined from a material, spiritual and symbolic dimension. For all this the public participation has been the key to the process since the inventory stage.

Key words: Heritage inventory, Cultural landscape, integrated analysis, Júcar river, Cabriel river


Paisaje y paisaje cultural: evolución conceptual

El paisaje: génesis de un concepto

El nacimiento del concepto de paisaje está muy ligado al concepto de modernidad, se desarrolla a partir del arte y luego es adoptado por la geografía a partir de siglo XIX, constituyéndose en parte importante del campo de estudio de ésta (Navarro Bello, 2003). Siguiendo las investigaciones de Javier Maderuelo, catedrático de arquitectura de paisaje en la universidad de Alcalá de Henares, la primera cultura que parece disponer de un término específico para el paisaje, en la que hay poetas que describen sus maravillas, artistas que lo pintan y que cultivan jardines por placer, es China, desde el siglo V, sin embargo en el mundo occidental el término paisaje es una palabra moderna y, por lo tanto, hay que tratarla con cierta prevención cuando la encontramos en textos, transcripciones o traducciones anteriores al siglo XVII (Maderuelo, 2006: 16). Si aceptamos, pues, que la palabra paisaje surge en la cultura occidental como un término “pictórico”, originando un género que cobrará particular fortuna a partir del siglo XVII, alcanzando su máxima expresión durante el siglo XIX, en ese periodo que abarca desde el romanticismo hasta el impresionismo, también hemos de convenir que el paisaje, en origen, es una construcción cultural y no un mero lugar físico, estaríamos ante el conjunto de una serie de ideas, sensaciones y sentimientos que elaboramos a partir del lugar y sus elementos constituyentes. La palabra paisaje, con una letra más que paraje, reclama también algo más, reclama una interpretación, la búsqueda de un carácter y la presencia de una emotividad (Maderuelo, 2006: 38). Según Berque el nacimiento de la pintura paisajista está muy relacionado con dos condiciones esenciales: por un lado la "laicización" de los elementos del paisaje, y por otro la invención de la "perspectiva lineal". La laicización hace referencia a la aparición en la cultura de nuevas temáticas, tales como retratos, reuniones sociales, etc., cuando el motivo religioso como único elemento de la pintura -propio del medioevo- deja de ser el centro de interés. Cuando habla de perspectiva lineal hace referencia a una nueva mirada sobre el mundo, que permite representarlo con toda precisión, es decir tratar de ser lo más fiel posible al registro retiniano de la realidad (Berque, 1997).

En nuestro días, y dejando al margen el origen “pictórico” del término, los numerosos intentos de ofrecer una definición de paisaje con las debidas condiciones de concisión y universalidad han resultado fallidos. Ésta es una tarea que ha sido intentada en muchos ensayos y manuales sin que ninguna de las definiciones obtenidas sea plenamente satisfactoria, ya que todas parecen parciales al surgir desde puntos de vista epistemológicos concretos que, en muchos casos, resultan contradictorios. Así, la visión positivista de las ciencias naturales se enfrenta a la interpretación subjetiva de la creación artística, mientras que una posición intermedia la ocuparían las ciencias humanas y también ciertas ramas de la geografía que, desde los años sesenta del pasado siglo XX, aceptan algunos grados de subjetivismo como variables de trabajo. No obstante, sostienen algunos autores, el partir de una posición intermedia entre las dos posturas más contradictorias no asegura que las definiciones de paisaje que ofrecen los geógrafos sean más ajustadas o convincentes que las que proclaman otras disciplinas (Maderuelo, 2006: 9).

Las primeras aportaciones de la Geografía a la definición del paisaje

Si retrocedemos en el tiempo a finales del siglo XIX, gracias a la acción de los geógrafos, la idea de paisaje comienza a experimentar ciertos cambios, se introduce en la definición del concepto la referencia a una serie de elementos característicos que dan identidad a un lugar. Éstos permiten establecer el carácter homogéneo de una porción de territorio, permitiendo diferenciarla de otra, pero aún con un acento fuertemente inventarial y descriptivo. Según Marina Frolova, geógrafa rusa, uno de los primeros lugares del mundo en que se comienza a estudiar de manera científica y a acuñar la palabra "paisaje" es, precisamente, en la Rusia de finales del siglo XIX. Ello ocurre en el marco de una geografía antropocéntrica, que consistía fundamentalmente en el estudio de la parte visible del territorio. A diferencia de lo que ocurre en el resto de Europa, en la Rusia del siglo XIX la geografía se constituye como una ciencia práctica, en la que es importante la influencia de geografías alemanas e inglesas, pero con fuerte acento en lo que se llama "Paisaje Cultural". Ya en los albores del Siglo XX, alrededor de 1920, aparece en Rusia la primera mención a lo que se llamará Landschaftovédenie o Ciencia del Paisaje (Frolova, 2001). El concepto de ciencia del paisaje aparece haciendo referencia a la intención de unificar dos criterios. Uno es el de la discontinuidad del medio físico, producto del estudio de la tridimensionalidad del espacio, y el otro es el de la continuidad del paisaje en el espacio. Los rusos utilizan, según Frolova, la palabra Landschaft para definir el paisaje en cuanto es "un grupo de objetos y de fenómenos que se repiten regularmente sobre la superficie terrestre", vinculado con los hechos visibles, pues tiene que ver con la experiencia común del observador. Es así como la ciencia del paisaje rusa comienza un camino hacia la abstracción, grandemente influida por la doctrina marxista dominante en el este, desde 1917. Se trata de definir el concepto de paisaje y de concretar su estudio a través de los elementos que lo conforman, pasando a integrar la palabra "paisaje" el suelo, el agua, la flora, la fauna.

La idea de paisaje como un inventario, o conjunto de elementos, pierde aquí su prominencia y pasa a ser concebido como una unidad integrada. Las cualidades del paisaje no aparecen si se analiza cada elemento por separado. Son, por el contrario, fruto de la relación de dichos elementos, de su trabazón y, por tanto, son propias y únicas de una determinada porción de territorio. De esta manera, hacia finales del siglo XIX, en Rusia empieza un movimiento de transformación de la geografía (impulsado por Semionov Tiam Chansky) de mero estudio del territorio a una ciencia práctica que se ponga a disposición de las necesidades del hombre. Los rusos desarrollan su geografía a base de un conocimiento práctico del territorio, a diferencia de lo que ocurre con buena parte de los geógrafos alemanes que están haciendo un estudio teórico, podemos considerar, por tanto, a Semionov como el generador de una de las primeras instancias en que desde el ámbito de la geografía se invita a geólogos, biólogos, etnólogos, economistas, historiadores, y estadistas a escribir en miras al objetivo de describir o analizar los diferentes aspectos que forman la fisonomía de un país. Es por tanto uno de los primeros momentos en que podemos encontrar un conglomerado interdisciplinario de diferentes miradas sobre el mismo territorio.

Puede advertirse en el marco de estas conceptualizaciones que ya está presente la dualidad entre este paisaje concreto, formado por los elementos que podemos nombrar, y el paisaje de la interpretación, aquél que surge en el sujeto que percibe el paisaje desarrollado como conclusiones respecto al paisaje observado. El paisaje empieza a ser un elemento influido por la percepción de aquél que lo está estudiando, por tanto se hace presente aquí la contradicción entre tratar de hacer de la ciencia del paisaje una ciencia objetiva, concreta, pero que está influida por aquél que percibe y que está haciendo el estudio.

A gran distancia espacial, que no cronológica, aparece en la geografía estadounidense lo que será una de los principales focos de irradiación en torno al concepto de paisaje, cuya influencia todavía es identificable en nuestros días. Se trata de la figura del profesor Carl Sauer quien desde Berkeley formó durante décadas a varias generaciones de geógrafos planteando una geografía humana en clave de historia de la transformación de la Tierra  a manos del hombre. De hecho, el nombre de la asignatura que impartía era Cultural Geography y a diferencia de la geografía rusa su aproximación era digna heredera de la escuela alemana, en otras palabras, se trataba de una empresa estrictamente académica muy alejada de la geografía británica del momento, que explícitamente servía los intereses del imperio (Wallach, 2005). Para Sauer el término “paisaje” se propone para designar el concepto unitario de la geografía, para caracterizar la asociación de hechos peculiarmente geográfica. Términos equivalentes, en cierto sentido, son los de “área” y ”región”. Área sería un término general, no distintivamente geográfico. Región vendría a implicar un orden de magnitud. El paisaje podría ser definido, por tanto, como un área compuesta por una asociación distintiva de formas, tanto físicas como culturales. El paisaje cultural es un área geográfica en el sentido final (Choro), creada por un grupo cultural a partir de un paisaje natural. La cultura es el agente, el área natural es el medio, el paisaje cultural es el resultado (Sauer, 1925). En una de sus obras clave La morfología del paisaje, publicada en 1925, plantea una metodología para explicar cómo los paisajes culturales son creados a partir de formas superpuestas al paisaje natural. La sombra de Sauer en la geografía humana/regional y en la concepción del paisaje sigue presente en buena parte de los libros de texto de las universidades estadounidenses actuales, prueba de ello son algunas de las definiciones que en ellos aparecen y a las que el posterior desarrollo teórico ha enriquecido con aportes socioculturales, psicológicos y estético-escénicos:

“The cultural landscape, the earth’s surface as modified by human action, is the tangible, physical record of a given culture. House types, transportation networks, parks and cemeteries, and the size and distribution of settlements are among the indicators of the use that humans have made of the land”. (Getis, Getis and Fellmann, Introduction to Geography, 2006: 221)

“A distinctive landscape results in part from a people’s distinctive customary beliefs. The cultural landscape is our unwitting autobiography, according to geographer Peirce Lewis, because it reflects in a tangible, visible form our tastes, values, aspirations, and fears”. (Rubenstein, The Cultural Landscape. An introduction to Human Geography, 1994: 32)

El concepto de paisaje y la teoría general de sistemas

Tras la segunda guerra mundial, con la aparición de la teoría general de sistemas, se inicia la etapa “post-moderna”. Se empieza a perder el interés por la sola fisonomía del paisaje, y éste comienza a ser estudiado como un proceso en evolución, por tanto lo que va a importar no es la forma sino el proceso de formación; y no será la estructura, sino precisamente la relación de elementos que puede llegar a dar estructura, lo relevante. Se avanza hacia un concepción del paisaje como sistema, una relación dialéctica entre habitante y lugar en la que se incluyen al menos tres niveles (Rodríguez, 1998): el geosistema (que hace referencia al medio ambiente y la ecología) (Rougerie y Berouchachvili, 1991); el sociosistema (que alude a los sistemas de producción y poder imperantes al interior de una sociedad); y el sistema cultural (que hace referencia a la identidad colectiva).

Dentro de la evolución del pensamiento acerca del paisaje, se ubica el modo de considerar al ser humano en relación a éste. En efecto, desde considerarlo meramente un elemento biológico más, parte del inventario original, se va a llegar a considerarlo como un actor subjetivamente relacionado e integrado al paisaje y, más importante aún, con la capacidad soberana de modificarlo. La conceptualización del hombre como actor fundamental del paisaje, se relaciona tanto con una psicología que empieza a analizar la subjetividad, emocionalidad y el mundo interno humanos, que aparece en el pensamiento hermenéutico de Heidegger, como con las teorías marxistas que consideran a la competencia económica el motor fundamental de la acción social. De esos entrecruzamientos teóricos deriva un cambio en el concepto de paisaje, que deja de ser una identidad física u objetiva para transformarse también en una construcción social.

Se podría hablar en este momento de la aparición de dos perspectivas: una histórico-social y otra fenomenológica (Muñoz Jiménez, 1981). La primera considera "al paisaje como una conceptualización de las interacciones de la sociedad y la naturaleza a través del tiempo, la cual debe enmarcarse en un contexto histórico-social y entenderse como una concepción de la vida social, como la expresión espacial de las formas socio-económicas". Dentro de la concepción histórico-social el paisaje es tomado como producto de la historia y de las relaciones socioeconómicas en el espacio, donde importa la relación constante entre el hombre y la naturaleza. Tenemos así que el paisaje "es producto de los cambios políticos, económicos, sociales y culturales de una sociedad que se establece en un espacio definido. Por lo general dichos cambios se realizan dependiendo de la necesidad de la sociedad en determinado momento, por lo tanto las funciones de los elementos que componen el paisaje se van a modificar para así satisfacerlas".

Dentro de la concepción fenomenológica, el geógrafo francés Augustín Berque habla de la relación del hombre con el medio natural, haciendo fuerte hincapié teórico en los fundamentos de la fenomenología, a saber "significado, intencionalidad y el mundo de la vida". Esta línea de pensamiento considera al paisaje como una construcción simbólica y social, determinada por los diferentes "horizontes" de la sociedad. Aquí el "paisaje es una experiencia humana más que una parte del mundo objetivo". Es decir el paisaje, como un término medio entre la naturaleza y la apariencia, existe en tanto que un individuo lo mire y lo interprete, pero si no existiesen los elementos de la naturaleza no habría nada que interpretar, y si sólo estuviese la naturaleza y no estuviese el individuo para interpretar tampoco habría paisaje (Berque, 1994, 1995 y 1997). Se plantea también de esta forma que, para poder entender el paisaje, no basta con conocer cómo se organiza morfológicamente, ni cómo funciona la fisiología de la percepción humana, que serían dos elementos absolutamente científicos, racionalistas, positivistas, sino que "es necesario conocer las determinaciones culturales sociales e históricas de la percepción". Se pone fin a aquellas concepciones que miraban el paisaje como un inventario de elementos, la relación con el sujeto viene a ser fundamental, y la cultura en que se desarrolla ese sujeto y su nivel de civilización van a determinar cuál es el paisaje.

El paisaje no es sólo una marca en el territorio, es también la huella (como rastro o seña, profunda y duradera) dejada en la memoria individual y colectiva, es la huella dejada por el hombre sobre el territorio y, al mismo tiempo, la huella dejada por el territorio en la memoria del hombre. El paisaje es, por tanto, la expresión fenomenológica de los procesos sociales y naturales en un tiempo dado, y tiene que ver con el ordenamiento que reciben las acciones productivas y culturales, las que están de acuerdo con las opciones sociales que se suceden. Las formas espaciales son el resultado de procesos pasados, pero que condicionan los procesos futuros.

Los inicios en las políticas de protección del paisaje

En el contexto actual, que Marc Augé (1999) caracteriza por la presencia de tres elementos: el paso de la modernidad a lo que él denomina “sobremodernidad”; el paso de los lugares a los “no lugares”, espacios que carecen de identidad; y el paso de lo real a lo virtual, se revela imprescindible actuar dentro de la premisa de que cualquier intervención que se haga en los elementos que le dan coherencia al paisaje, o al lugar de la ciudad, debe ser tratada desde una perspectiva de puesta en valor del bien. Para Marc Augé la diferencia conceptual se establece entre los términos de lugar y espacio, siendo lugar aquel espacio con carga simbólica, en el cual podemos leer la historia y también las relaciones que se dan entre las personas que habitan dicho espacio. Mientras, al contrario, para Milton Santos, la diferencia separa los conceptos de espacio y paisaje, siendo espacio aquel paisaje cargado de simbolismo, es decir, si bien para Santos paisaje es todo aquello que podemos ver en una sola mirada, espacio viene siendo esa misma porción de territorio pero con toda la carga de relaciones humanas que se dan en él, de la sociedad consigo misma y de la sociedad con el medio natural que habita. En su intento de explicar qué define a los lugares y los no lugares de los que habla, Marc Augé dice: "el lugar es un espacio fuertemente simbolizado, es decir, que es un espacio en el cual podemos leer en parte o en su totalidad la identidad de los que lo ocupan, las relaciones que mantienen y la historia que comparten".

En las últimas décadas, y ante la amenaza de intervenciones poco respetuosas con la coherencia del paisaje preexistente (Martínez de Pisón, 2004), desde instancias internacionales la Convención del Patrimonio Mundial, adoptada por la Conferencia general de la UNESCO en 1972, creó un instrumento único que reconoce y protege el patrimonio natural y cultural de valor universal excepcional. La Convención proporcionó una definición del patrimonio muy innovadora para proteger los paisajes, aunque hubo que esperar al año 1992 para que el Comité del Patrimonio Mundial adoptara las revisiones a los criterios culturales de la Guía Operativa para la Implementación de la Convención del Patrimonio Mundial e incorporara la categoría de paisajes culturales. Con esta decisión, la Convención se convertiría en el primer instrumento jurídico internacional para identificar, proteger, conservar y legar a las generaciones futuras los paisajes culturales de valor universal excepcional (Rössler, 2002). Asimismo, el Centro del Patrimonio Mundial asesoró al Consejo de Europa en la elaboración del borrador de la Convención Europea del Paisaje (Zoido, 2001), sirviéndose de la experiencia adquirida con la Convención del Patrimonio Mundial. Los beneficios de la sinergia de esfuerzos y las oportunidades de enfoques de colaboración relacionados con la conservación de paisajes culturales se han ido manifestando posteriormente en otros instrumentos jurídicos europeos.

La Convención Europea del Paisaje, recientemente aprobada por el Comité de Ministros del Consejo de Europa (2000), incorpora referencias explícitas sobre la “gestión creativa de los paisajes culturales” a la Estrategia Territorial Europea, aprobada por los ministros responsables de Ordenación del Territorio de los estados miembros de la Unión (1999) y sintomática del creciente interés por la conservación de paisajes a escala europea. Esta evolución ha llevado a los profesionales de la conservación a dejar atrás la cuestión del “cómo conservar”, para plantearse la cuestión de fondo del “para qué conservar”. ¿Cuál es el sentido de la conservación? La búsqueda del “mensaje” de los bienes culturales exige evidenciar los valores éticos, las formas sociales de comportamiento, las creencias o los mitos, de los que los elementos del patrimonio físico serán los signos, la expresión, en el espacio y en el tiempo. Los valores de autenticidad o de identidad se plantean para poner de manifiesto la significación de las obras arquitectónicas o urbanísticas, y las transformaciones del medio natural debidas a la intervención humana. A todo lo anterior se sumaría el Convenio de la UNESCO para la Preservación del Patrimonio Cultural Inmaterial (París, 17 de octubre de 2003).

Una vez asumido que los paisajes culturales representan las obras que “…combinan el trabajo del hombre y la naturaleza”, de acuerdo al artículo 1 de la Convención, en la reunión de “La Petit Pierre” en Francia, en 1992, se definieron y propusieron tres categorías de paisajes culturales dentro de la Guía Operativa para la Implementación de la Convención del Patrimonio Mundial que tratan de incluir la diversidad de manifestaciones de la interacción entre el hombre y su ambiente natural:

Además, el Comité del Patrimonio Mundial consideró la necesidad de reconocer los valores asociativos de los paisajes para las poblaciones locales, y la importancia de proteger la diversidad biológica mediante la diversidad cultural en los paisajes culturales.

Desde 1993 la nómina de paisajes culturales inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial no ha cesado de aumentar y España se ha visto beneficiada con la declaración de tres de ellos. El primero en el tiempo fue el transfronterizo paisaje de Pirineos-Monte Perdido, en 1997, compartido con Francia y seleccionado en virtud de ser un testimonio único de una civilización, un ejemplo de un tipo de paisaje que ilustra una etapa significativa y un ejemplo de hábitat o establecimiento humano tradicional así como del uso de la tierra. Posteriormente fueron declarados el Paisaje Cultural de Aranjuez (Merlos, 2001) y Las Médulas (Sánchez-Palencia, 2000; 2001). La diversidad de los tres ejemplos españoles ilustra la reciente tendencia a valorar los paisajes no tanto por su importancia monumental cuanto por su representatividad como huellas de procesos históricos relevantes, aunque no necesariamente “monumentalizados”. Tal es el caso de los “arrozales en terrazas de las cordilleras de Filipinas” (incluidos en 1995), la “red de molinos de Kinderdijk-Elshout” de los Paises Bajos (1997), el “paisaje arqueológico de las primeras plantaciones de café del sudeste de Cuba” (2000) o el “paisaje agrícola del sur de Öland” en Suecia (2000). En todos ellos se ha valorado esa capacidad de interrelación respetuosa y sostenible entre la actividad humana y el medio ambiente que nos rodea, aunque en algunos de dichos ejemplos se haya producido una fuerte alteración de dicho medio, como ocurre con los casos de Filipinas y Países Bajos.

Lógicamente, también hay ejemplos incluidos en la Lista en los que la intervención humana ha creado un “nuevo paisaje” como una nueva realidad, incluso monumental y al servicio sólo de una parte de la sociedad. Además del ya mencionado caso del paisaje cultural de Aranjuez, cabría señalar aquí el “paisaje cultural de Sintra” en Portugal (1995) o el “paisaje cultural de Lednice-Valnice” de la república Checa (1996), los tres nacidos en torno a lugares residenciales o palaciegos.

Aunque teóricamente la cadena inventario-investigación-valoración-difusión debe presidir la estrategia de las actuaciones sobre este tipo de bienes, sin olvidar nunca su necesaria protección, su desarrollo no siempre puede seguir esa dirección tan lineal. Es más, en muchos casos resulta imprescindible proceder de forma escalonada y compaginar varios de estos objetivos a la par y de forma complementaria, como demuestra el caso de Las Médulas.

Últimas tendencias en los estudios de paisaje

Desde el ámbito académico, los últimos años parecen indicar que los estudios actuales sobre el paisaje (Aguiló, 2005) se están encaminando hacia tres grandes áreas o temas: la preocupación por una mejor comprensión fenomenológica del paisaje; la preocupación por elaborar una perspectiva compleja del funcionamiento y estructura del paisaje; y la preocupación por extender los estudios etnográficos del paisaje. Esta última, la perspectiva etnográfica, tiene que ver con comprometerse con la cultura y con el estudio de la cultura, y es sin duda una relación dialéctica entre los hombres y su mundo circundante. El paisaje compuesto por dos grandes temas, por un lado está la realidad objetiva, la que tiene que ser estudiada por el hombre, el espacio donde éste debe desarrollarse, aprovechar los recursos y, además, desplegar su vida gregaria; y por el otro lado tenemos un espacio lleno de signos, significados, normas creadas por la tradición social.

Esta idea es tomada por Augustín Berque (1994), quien propone algunas reglas para el estudio del paisaje que pueden guiar el desarrollo de este trabajo:

· Investigar la tendencia histórica y ecológica del medio,

· Investigar los sentimientos experimentados en ese medio por la sociedad que los habita, e

· Investigar las significaciones adjudicadas a ese medio por la sociedad.

Berque plantea que para "ordenar un paisaje debe penetrarse en su sentido, el ordenamiento del paisaje debe ser un desarrollo pero en ningún momento una intrusión brutal fuera de escala, este no descuidará la demanda social". Esto debiera servir para comprender la formas en que las diferentes sociedades construyen su propio paisaje y, por tanto, para que aquellas intervenciones que hacemos en el paisaje respondan a lo que la comunidad que habita determinado paisaje necesita para seguir con su propia evolución, y no a los intereses económicos, de poder que son siempre particulares…. para el futuro las tendencias del estudio del paisaje pasarán indiscutiblemente por "el carácter interdisciplinario, transdiciplinario, enmarcada en una concepción dialéctica-sistémica".

Paisaje y geografía aplicada

Por último, no queremos dejar de destacar las últimas aportaciones de la vertiente aplicada de los estudios de paisaje a la ordenación del territorio en España que hunden sus raíces en la experiencia acumulada en otros países como Reino Unido (Countryside Agency) e Irlanda (Landscape Character Assesment) o Bélgica, Francia y Eslovenia que al igual que España (Mata Olmo y Sanz Herráiz, 2003) han intentado evaluar con más o menos éxito los paisajes a escala estatal en sus respectivos Atlas Paisajísticos. En este contexto, el Parlamento catalán aprobó el 8 de junio de 2005 la Ley 8/2005 de protección, gestión y ordenación del paisaje, entre otras iniciativas enmarcadas en una nueva política de paisaje para Cataluña, de las que destaca la creación del Observatorio del Paisaje (http://www.catpaisatge.net/cat/index.php), dirigido en la actualidad por el profesor don Joan Nogué. Este último ha sido concebido como un ente de asesoramiento de la Generalitat de Cataluña y de la sociedad en general en materia de paisaje y como el centro por excelencia de estudio y seguimiento de la evolución de los paisajes de la región y de los actores que condicionan su dinamismo. Sus funciones son: establecer criterios para la adopción de medidas de protección, gestión y ordenación del paisaje; fijar criterios para establecer objetivos de calidad paisajística y las medidas y acciones necesarias destinadas a conseguir estos objetivos; establecer mecanismos de observación de la evolución y transformación del paisaje; proponer actuaciones dirigidas a la mejora, restauración o creación de paisaje; elaborar los catálogos de paisaje de Cataluña destinados a identificar, clasificar y calificar los distintos paisajes existentes; impulsar campañas de sensibilización social en relación con el paisaje, su evolución, sus funciones y su transformación; difundir estudios e informes y establecer metodologías de trabajo en materia de paisaje; estimular la colaboración científica y académica en relación con el paisaje, así como los intercambios de trabajos y experiencias entre especialistas y expertos de universidades y de otras instituciones académicas y culturales; seguir de cerca las iniciativas europeas vinculadas al paisaje; organizar seminarios, cursos, exposiciones y conferencias, así como publicaciones y programas específicos de información y formación sobre las políticas de paisaje; crear un centro de documentación abierto a todos los ciudadanos de Cataluña y, en general, convertirse en el paraguas en el que cualquier persona interesada por el paisaje puede cobijarse (Nogué, 2007).

Por su parte, la Junta de Andalucía también ha apostado por la identificación de paisajes singulares, la definición de criterios de actuación en paisajes culturales, el desarrollo de medidas que fomenten su difusión y el aprecio de sus valores, la promoción de iniciativas para el conocimiento y valorización del paisaje y el fomento de buenas prácticas paisajísticas, todo ello con la creación del Laboratorio del Paisaje Cultural, integrado dentro del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico. Esta implicación en el desarrollo de criterios para su análisis, protección, intervención, conservación y uso culminó con una primera experiencia en la redacción de la Guía del Paisaje Cultural de la Ensenada de Bolonia (Salmerón Escobar, 2004).


El proyecto EFLUS y el inventario del patrimonio fluvial del río Júcar

El Grupo de Cooperación del proyecto EFLUS, formado por siete Grupos de Acción Local pertenecientes a tres provincias –Albacete, Cuenca y Valencia–, nace en mayo de 2004,  y en junio de 2004 presenta el proyecto ante el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, según la normativa de proyectos de cooperación en el marco de la iniciativa comunitaria LEADER PLUS. El objetivo básico que inspiraba el proyecto era el de desarrollar e impulsar estrategias integradas de gestión sostenible del territorio y los recursos de las zonas ligadas a cauces fluviales, basadas en la multifuncionalidad del espacio fluvial y su entorno y la participación de los actores locales. Este objetivo básico se concretaba en los siguientes objetivos estratégicos:

- Conservar los ecosistemas, hábitat y espacios ligados a los ríos.

- Mantener la diversidad biológica y la calidad y disponibilidad de los recursos naturales y culturales en las zonas susceptibles de intervención.

- Contribuir al desarrollo socioeconómico de las zonas de intervención.

Los objetivos estratégicos arriba mencionados se completan con una serie de ejes relacionados con la consecución de objetivos concretos. El eje estratégico “0” es considerado como un paso previo y necesario para una correcta y adecuada implementación del resto de los ejes.

0. Inventario y diagnóstico de la situación actual en las zonas de intervención.

1. Impulsar la conservación y mejora de los espacios fluviales.

2. Impulsar la transformación de los recursos patrimoniales (culturales y naturales) de los territorios ligados al río en elementos activos de desarrollo mediante su recuperación y puesta en valor.

3. Promoción de los espacios fluviales, sus productos y servicios locales basados en la calidad y el valor del territorio.

Desde el Grupo de Cooperación del Proyecto EFLUS se asume que ha de favorecerse la diversidad formal y funcional de los ríos teniendo siempre presente su conservación, pero generando oportunidades de intercambio entre los elementos del medio fluvial y las personas y sus actividades. No sólo se plantea en términos totalmente compatibles en el marco de la planificación hidrológica actual, si no que además complementa ciertos aspectos de carácter sociocultural, que no se recogen de forma explícita en las referencias sobre planificación. Este planteamiento está en consonancia con distintas políticas generales y específicas de carácter nacional y Comunitario, a saber: Estrategia Territorial Europea (E.T.E.), Directiva Hábitat, VI Programa de Acción de la Comunidad Europea en materia de Medio Ambiente (Medio Ambiente 2010: El futuro está en nuestras manos), Directiva Marco del Agua (DMA), Programa Operativo Interreg IIIB-Sudoe, Estrategia española para la conservación y el uso sostenible de la diversidad biológica, Programa de Desarrollo Rural de España (Madrid, noviembre de 2000) en el contexto de la Iniciativa comunitaria LEADER + y programa LEADER + de Castilla-La Mancha.

Es en este marco en el que se plantea el Inventario del patrimonio cultural fluvial del Río Júcar que la Asociación para el Desarrollo Integral de La Manchuela Conquense contrató con el Grupo de Investigación Capital Social y Desarrollo Sostenible de la Universidad de Castilla-La Mancha en calidad de entidad representante del proyecto de Cooperación Intercomarcal “Acciones para el Desarrollo Integrado de los Espacios Fluviales (EFLUS)”. El proyecto tiene un ámbito territorial articulado por los ríos Júcar y Cabriel que se extiende por tres provincias (Albacete, Cuenca y Valencia), pertenecientes a dos Comunidades Autónomas diferentes: Castilla-La Mancha y Valencia, y 68 términos municipales (48 de ellos drenados por el río Júcar y 20 por el Cabriel).

Figura 1
Municipios y grupos de acción local incluidos en el proyecto EFLUS

El marco geográfico que sirve de referencia al proyecto (figura 1) se extiende sobre los territorios aledaños a los ríos Cabriel (desde el municipio de Villar del Humo en Cuenca hasta su desembocadura en Cofrentes, Valencia) y Júcar (desde la cola del embalse de Alarcón en el municipio de Hontecillas, Cuenca, hasta el municipio de Gavarda en Valencia) y comprende aquellos espacios de influencia de los ríos que incluyen parámetros de carácter hidrológico, geomorfológico, ecológico, paisajístico e histórico en el marco de su ordenación y planificación integrada. Por tanto, entre otros, se han tenido en cuenta los siguientes espacios: llanuras aluviales, cursos, meandros, islas, ramblas tributarias, bosques de ribera, plantaciones arbóreas, cultivos agrícolas, acequias y canales agrícolas e industriales, espacios productivos (fábricas y colonias industriales, centrales hidroeléctricas), patrimonio histórico y cultural vinculado agua, equipamientos turísticos vinculados al río, etc. De manera que este espacio puede tener una amplitud que oscila desde la orilla entre varios metros y algunos kilómetros.

Como se desprende de lo expuesto hasta ahora, la secuencia identificación-conservación-mejora-activación de los recursos territoriales está presente en la filosofía del proyecto desde el principio, y todo ello en territorios rurales en los que el turismo emerge como un vector de desarrollo en el marco de su nueva multifuncionalidad. En este contexto el patrimonio fluvial, al igual que otras permanencias físicas, aunque esté mermado por el tiempo y el uso, permanece como puente esencial entre el entonces y el ahora; confirma o niega lo que nosotros pensamos del pasado; simboliza o conmemora los lazos de la comunidad por encima del tiempo; y proporciona metáforas arqueológicas que iluminan los procesos de historia y memoria (Lowenthal, 1998: 16). No obstante, tampoco conviene olvidar que la Historia es selectiva y cambiante, y el patrimonio, como historia procesada a través de la mitología, la ideología, el nacionalismo, el orgullo local, las ideas románticas o los planes de marketing (Schouten, 1995: 21) no lo es en menor grado. Esta elección sociocultural implica que el elemento tomado como patrimonio cultural será teóricamente conservado y protegido, en tanto que será valorado por un significado que traspasa su función material, su cosificación, siendo entonces asumido como algo propio.

En cualquier caso, tampoco habría que asumir que cualquier recurso potencial puede ser directamente integrado en la elaboración de un producto turístico, salvo aquellos preparados explícitamente para el turista, no todos los recursos poseen la capacidad de poder ser presentados, contemplados y entendidos en su complejidad. Muchos deben ser adaptados para un uso repetitivo, rápido, ameno y sencillo, preparados para la mirada, no siempre para la lectura. (Santana Talavera, 2002). Como afirman algunos autores “no podemos evitar rehacer nuestro patrimonio porque cada acto de reconocimiento altera lo que sobrevive. Sólo podremos usar el pasado con éxito si nos damos cuenta de que heredar es también transformar. Lo que nuestros predecesores nos han dejado merece respeto, pero un patrimonio que tan sólo se conserva se convierte en una carga insoportable; el pasado se usa mejor si se domestica –y si aceptamos hacerlo y nos alegramos de ello– “ (Lowenthal, 1998: 573). Salvo excepciones justificadas en destinos sin éxito o totalmente controlados externamente (Teye; Sönmez et al., 2002) los residentes manifiestan que el turismo aporta beneficios (Andereck y Vogt, 2000), mejora la calidad de vida, el aspecto de y la conciencia sobre sus entornos y, lo más llamativo, promociona su cultura. Ello indica que, en general, las poblaciones están muy abiertas a las modificaciones culturales, o son inconscientes de tales efectos, o se encuentran muy necesitadas económicamente.

Fuentes y metodología en la elaboración del inventario del patrimonio cultural

Teniendo todas estas consideraciones teóricas en mente y ateniéndonos a las bases del concurso de consultoría y asistencia convocado, se articuló un equipo de trabajo inequívocamente interdisciplinar, liderado por la sección de Geografía, con probada experiencia académica y profesional en el estudio del patrimonio y habituado al trabajo de campo, única forma, a nuestro entender, de poder garantizar la correcta recogida de datos in situ, la fiel cumplimentación de las fichas de inventario, la elaboración de la cartografía necesaria, y la búsqueda y análisis de la documentación de archivo existente.

Los procesos de trabajo del conjunto de la investigación se articularon en dos fases bien diferenciadas que se prolongaron entre julio de 2006 y mayo de 2007: a) una primera fase de gabinete, en la que se incluyó el vaciado bibliográfico, la revisión de cartografía y la revisión de fuentes históricas, y en la que comenzó a crear y alimentar una “geodatabase”, b) que se completó con una segunda fase de trabajo de campo en contacto permanente con informantes cualificados y expertos locales que nos acompañaron tanto en salidas como en las sesiones de depuración y análisis de la información recogida, y que nos permitió fotografiar y geo-referenciar todos y cada uno de los recursos inventariados. El objetivo era lograr que el conocimiento científico y el conocimiento local se enriquecieran mutuamente a fin de obtener conocimiento para el desarrollo, cristalizado en este caso en un inventario de patrimonio cultural fluvial que sirviera para gestionar los procesos de desarrollo del territorio.

Finalizado el proyecto de acuerdo con las condiciones de contratación del concurso de consultoría (figura 2), el equipo de investigación decidió proseguir el trabajo con la intención de enriquecer los aspectos de investigación histórica y alcanzar una fase ulterior de análisis sistémico y participativo que permitiera en última instancia la identificación de unidades de paisaje (áreas estructural, funcional y/o visualmente coherentes) a lo largo del curso de ambos ríos (Martínez y Vázquez, 2008), para ello reviste especial importancia que otro grupo de investigación de nuestra misma universidad resultara adjudicatario del contrato de Inventario del Patrimonio Natural del río Júcar y que desde el principio ambos equipos hayamos trabajado coordinados compartiendo el mismo sistema de información geográfica que ha sido alimentado con las bases de datos generadas por los dos inventarios. El objetivo supera los intereses estrictamente académicos para trascender hacia la elaboración de una herramienta de trabajo que pueda permitir en el futuro avanzar en los proyectos de ordenación territorial a escala supra-provincial y supra-regional, pues si las cuencas hidrográficas no entienden de fronteras tampoco lo hacen las manifestaciones culturales que la interacción hombre-medio a lo largo del tiempo ha dejado como legado.

Figura 2
Procesos de trabajo acumulados

Somos conscientes de que tanto Castilla-La Mancha como la Comunidad Valenciana carecen de normativas en materia de protección, ordenación y gestión del paisaje, por el momento, pero ello no significa que la redacción de documentos de carácter técnico que permitan la definición de estrategias específicas de paisaje sea menos necesaria.

Resultados del inventario

A lo largo de los más de diez meses de duración del proyecto, los distintos miembros del equipo de investigación, personal docente e investigador y becarios, recorrimos aproximadamente 30.000 km y realizamos más de 15.000 fotografías para inventariar y documentar casi 1.000 recursos, que quedaron organizados en la base según clasificación genérica (figura 3) y tipología de recursos (figura 4).

Figura 3
Clasificación genérica de recursos

Figura 4
Tipología de recursos

Todo este conjunto de información ha dado lugar a una “geodatabase” en la que cada recurso tiene un registro de inventario completo y una serie de salidas cartográficas de síntesis a escala 1:25.000 (para cada uno de los 68 términos municipales) y 1:10.000 (para los cascos urbanos y/o conjuntos históricos de cada municipio) (figura 5), además de poder consultarse de forma completa dentro del SIG. Por su parte, la consulta de documentación histórica (figura 6) nos ha permitido profundizar en el análisis diacrónico del territorio, pues se han estudiado y cartografiado recursos ya desaparecidos sin los cuales la interpretación de los que todavía permanecen en pie quedaría notablemente incompleta. Además, en muchos casos, esta documentación ha sido nuestra única vía de acceso para localizar e inventariar recursos que han quedado bajo las aguas de los numerosos embalses y presas que jalonan el curso de ambos ríos y que en su día integraron complejos paisajes de ribera desmantelados a lo largo del siglo XX. En estos momentos, la fase de localización, recogida y análisis de la documentación histórica continúa en distintos archivos y estadios de elaboración.

Figura 5
Mapa de recursos del municipio de Gavarda, Valencia

 

Figura 6
Cartografía histórica de La Recueja, Albacete

Real Chancillería de Granada. Mapas, Planos y Dibujos nº 22. Sebastián Piqueras y Fernando Antonio Chumillas,
"Plano topográfico y paño de pintura del terreno (...) de el sitio llamado La Recueja en la ribera del rio Júcar,
termino de la villa de Jorquera". Año 1789.

El territorio analizado, articulado por los ríos Júcar y Cabriel y sus innumerables ramblas tributarias, destaca tras un primer análisis por dos características, la primera el haber constituido históricamente un espacio de frontera tanto entre las zonas de ocupación musulmana y cristiana como entre los distintos señores feudales que, especialmente durante la edad media y parte de la moderna, intentaron controlar un territorio asociado a la trashumancia y a los conflictos ganaderos, a la explotación de la sal, al transporte de la madera y al comercio en general, y que ha llegado a nuestros días conservando numerosos restos de arquitectura militar (más concretamente 48 recursos entre castillos, torres, murallas, etcétera) (figura 8). Y, en segundo lugar, por tratarse de un espacio cuyos aprovechamientos y usos de suelo se han visto condicionados por la construcción, desde época histórica, de infraestructuras hídricas (150 recursos entre canales, azudes, acequias, embalses…) y arquitectura industrial asociada a las posibilidades energéticas del agua (78 molinos, 36 centrales hidroeléctricas, batanes, fábricas de papel…) (figura 7). Todo ello, junto a los condicionantes orográficos y climáticos del territorio analizado, desde las llanuras de la cuenca sedimentaria de la meseta, pasando por los cañones para llegar a la vega litoral valenciana (figuras 9 a 11), y desde el clima mediterráneo continental de las tierras más occidentales y montañosas hasta el mediterráneo litoral de los espacios valencianos, ha configurado un paisaje en el que llanuras, laderas abancaladas y vegas aluviales alternan y enriquecen el recorrido lineal que aquí analizamos.

Las alteraciones realizadas en la escorrentía de las aguas a mediados del pasado siglo XX (construcción de la presa del Batanejo en el Guadazaón, la de Villora y el embalse de Contreras en el Cabriel, y los embalses de Alarcón y Tous, el salto del Molinar, el de Cofrentes, Millares, etc., en el río Júcar) pusieron fin al equilibrio de las relaciones hombre-medio en este espacio privilegiado. La economía agraria sostenida en los fértiles huertos de las vegas de los ríos, donde los cultivos se beneficiaban de las ventajas proporcionadas por la topografía, permitiendo la existencia de una cultura del agua desde tiempos romanos y más concretamente desde la civilización musulmana, se truncó con la inundación de aquellos espacios, poniéndolos en la encrucijada del abandono ante la falta de otras actividades económicas.

De igual modo, la red de comunicaciones quedó destrozada, sumiendo a algunas comarcas en un aislamiento agudo que todavía permanece, al tiempo que los puestos de trabajo generados por las nuevas instalaciones fabriles fueron insuficientes para evitar la sangría demográfica que se produjo. Lo curioso del caso fue que los destinos de las gentes que tuvieron que salir eran las tierras levantinas, donde las aguas embalsadas y los kilovatios producidos crearon riqueza.

Nuestra intención, pues, al implicarnos en la elaboración del inventario patrimonial cultural y la del tejido social formalizado en la estructura de los grupos de acción local no es la de un mero ensayo metodológico sino que aspiramos a obtener un tipo de resultados aplicables, y merojables con la posterior definición de las unidades de paisaje, a la activación de todos los recursos dentro de una estrategia de desarrollo territorial (Capel, 1996; García Durá, 2006; Ojeda, 2004; Sabaté, 2004; Schmitz et alii, 2004). Se trataría de promover no sólo la preservación del patrimonio, la promoción de la educación y las actividades recreativas, sino asimismo de favorecer un nuevo desarrollo económico. La gestión inteligente de los recursos patrimoniales supone en diversos territorios uno de los factores clave para su desarrollo económico, porque atrae turismo e inversiones, genera actividades y puestos de trabajo, pero fundamentalmente, porque refuerza la autoestima de la comunidad.

Figura 7
Antigua instalación hidroeléctrica de La Recueja, Albacete

Figura 8
Castillo de Chiret, Cortés de Pallás, Valencia

Figura 9
Casas-cueva en el municipio de Jorquera, Albacete

Figura 10
Paisaje de naranjos en Gavarda, en Valencia

Figura 11
Paisaje de ribera en Valdeganga, Albacete

Conclusiones

Los paisajes suman duración y cambio. Si se desequilibran estos dos ingredientes o bien se fosilizan, por exceso de fijación, o bien se deshacen, por exceso de mutación, afirma Martínez de Pisón, ni uno ni otro son bienes en sí mismos, comparten un carácter dual en contrapeso mayor o menor del que derivan su perduración y su tono de vitalidad, su mantenimiento y su dinámica. La mayor parte de los autores parecen coincidir en que el futuro del paisaje depende de su re-funcionalización además, claro está, del respeto al patrimonio. Si las funciones perduraran de forma natural no haría falta protección, bastaría con cierto cuidado. Cuando se pierden las funciones, estructuras y formas es cuando hay que activar la conservación, para la cual la realización de inventarios y catálogos incorporables al planeamiento territorial resulta insustituible.

En apoyo de las advertencias de geógrafos, arquitectos o biólogos sobre los destrozos causados en paisajes de alto valor ecológico o histórico se suman ahora los psicólogos que reivindican el valor terapéutico de determinados espacios naturales, pero quizá sea la economía el aliado más estratégico y reciente en la corriente neoliberal que nos empuja, la valoración atribuida a la conservación del paisaje en Italia apuntala la tesis de que éste es un recurso económico, ya que atrae turistas y da más valor a las propiedades inmobiliarias. Confiemos en que todas estas tendencias, sumadas a nuevas formas de concienciación y participación de las poblaciones locales, logre contribuir a la definición de líneas estratégicas y directrices concretas que puedan contribuir a la salvaguarda del patrimonio, la mejora de la calidad de los paisajes y, en definitiva, la calidad de vida de los ciudadanos.

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