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X Coloquio Internacional de Geocrítica

DIEZ AÑOS DE CAMBIOS EN EL MUNDO, EN LA GEOGRAFÍA Y EN LAS CIENCIAS SOCIALES, 1999-2008

Barcelona, 26 - 30 de mayo de 2008
Universidad de Barcelona

LOS GIROS DE LA GEOGRAFÍA URBANA: FRENTE A LA PANTÓPOLIS, LA MICROGEOGRAFÍA URBANA

Alicia Lindón[*]
Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, Ciudad de México
alicia.lindon@gmail.com


Los giros de la geografía urbana: frente a la pantópolis, la microgeografía urbana (Resumen)

Esta comunicación aborda las transformaciones actuales de la Geografía Urbana, cuyo objeto de estudio (la ciudad) es parte central de las aceleradas transformaciones actuales. El trabajo está organizado en dos apartados. En el primero analizamos los lastres instituidos, que ofrecen resistencia al cambio y también los desafíos de una Geografía Urbana renovada. Luego, planteamos el estudio de la ciudad como movimiento a través del análisis de escenarios callejeros, constituidos en espacios exteriores. Así, postulamos una Geografía Urbana que le otorga centralidad al sujeto como el artífice principal de la ciudad en movimiento. Por último, exploramos la relación entre los escenarios callejeros, las Micrópolis y la Pantópolis.

Palabras clave: giro geográfico; Geografía Urbana; escenarios callejeros; Micrópolis; Pantópolis


The urban geograhy’s turns: facing the pantopolis, the urban microgeography (Abstract)

This paper refers to the actual transformations of Human Geography, whose study object (the city) is a central component of the actual accelerated transformations. The work is organized in two sections: in the first one, we analyze the established burdens that are resisting to the change and also the challenges of a renewed Urban Geography. Then we propose the study of the city as movement, trough the analysis of street sceneries, formed in the outdoor. So we postulate an Urban Geography that gives centrality to the subject as the main artifice of the city in movement. Finally, we explore the relationship between street sceneries, the Micropolis and the Pantopolis.

Key words: geographical turn; Urban Geography; street sceneries; Micropolis; Pantopolis


Como alguna vez señalara Milton Santos, la Geografía Humana no está hecha. Se está reconstruyendo constantemente porque el mundo al que intenta darle inteligibilidad también se transforma en un movimiento sin cesar (Santos, 1990). En esta perspectiva, la presente comunicación aborda las transformaciones actuales de un campo particular de la Geografía Humana, como es el de la Geografía Urbana, campo para el cual su objeto de estudio (la ciudad) es parte central de las aceleradas transformaciones actuales.

La Geografía Urbana se halla en una encrucijada particularmente compleja que se puede definir, por un lado por los giros que envuelven crecientemente a la Geografía Humana en su conjunto, lo que supone entre otras cosas y sobre todo, la búsqueda de nuevas formas de comprender el espacio (urbano, en este caso), el redescubrimiento del sujeto, su subjetividad social y la experiencia espacial (Buttimer y Seamon, 1980; Berdoulay y Entrikin, 1998; Di Meo y Buleon, 2005; Lussault, 2007…), así como el acercamiento de la disciplina geográfica a las otras ciencias sociales en sentido amplio (Chivallon, 2000; Lindón y Hiernaux, 2006): esto implica una Geografía Urbana que trasciende los tradicionales parentescos cultivados por la Geografía, como la Historia, la Economía… y penetra en otros campos disciplinarios; por ejemplo, los que alimentan las aproximaciones culturales en Geografía (Claval, 2003) más abiertas hacia lo urbano.

Por otro lado la encrucijada de la Geografía Urbana se enmarca en las nuevas y/o renovadas lógicas urbanas que se vienen instaurando en casi todas las ciudades. Básicamente, nos referimos a la exacerbación de las lógicas hacia la fragmentación socio-espacial, y la proliferación de las lógicas de la dispersión urbana, a veces llamada ciudad difusa, otras ciudad dispersa (Nel.lo y Muñoz, 2004; Nel.lo, 1998; Monclus, 1998), pero también nombradas con muchos otros neologismos, como exópolis (Soja, 2001)[1], edge city o la periferia de los suburbios (Garreau, 1991), por citar algunos de los más conocidos[2]. La primera de estas lógicas urbanas (la fragmentación), desde un inicio fue importante en América Latina (Santos, 1990b), mientras que la segunda (la dispersión) procede de las ciudades estadounidenses y a veces también europeas (Ghorra-Gobin, 2003; Soja, 2001). Lejos de ser excluyentes entre sí, actualmente ambas lógicas más bien coexisten, se retroalimentan mutuamente y están ampliamente establecidas en el mundo iberoamericano (Cabrales, 2002; Carlos, 2001). Como resultado de la instauración de estas dos lógicas surge el horizonte de la Pantópolis como la tendencia característica del filo del presente.

Todo esto también pone en evidencia que muchas perspectivas cultivadas largamente por la Geografía Urbana vean debilitado su potencial para darle inteligibilidad al mundo urbano actual. Por citar un ejemplo, se puede recordar la tradición de Geografía Urbana interesada en desentrañar la relación de las ciudades con su región: frente al horizonte de la Pantópolis, una mirada de este tipo pierde potencial analítico. 

Por todo lo anterior, la ciudad (y más aun las grandes ciudades), parecen constituir un terreno complejo de estudiar y descifrar, pero al mismo tiempo sumamente fértil para una Geografía que decida transitar por el “giro cultural” y que asuma de lleno el “giro geográfico”, entendido como el reposicionamiento de la Geografía dentro de la Teoría Social desde su especificidad, es decir: el espacio y el territorio, o la dimensión espacial de lo social (Lévy, 1994 y 1999). Así, las transformaciones que viven las ciudades actuales por un lado, y las que se vienen dando en el terreno del conocimiento científico sobre lo urbano y lo territorial  por el otro, son de tal magnitud que nos permiten postular un acto refundacional para la Geografía Urbana. Esto implicaría algo más que la simple sustitución de un concepto por otro, o la apertura de algunas nuevas líneas de análisis; más bien supondría un giro en el lugar desde el cual observar la realidad urbana.

De esta forma, esta comunicación se organiza en dos apartados. En el primero de ellos se trata acerca de los lastres –lo instituido que ofrece resistencia- pero también los grandes desafíos de esta Geografía Urbana que se interesa por asumir un rol pivotal en el concierto de las ciencias sociales (Dear, 1988), por ejemplo desde la perspectiva de la significación espacial. Como lastres que frecuentemente siguen presentes, tratamos aquel que denominamos los “conceptos que asesinan la realidad”[3] que pretenden explicar y otro que identificamos como las Geografías del Homo Dormiens[4].

En la segunda parte se plantean lo que podrían ser algunas de las líneas de fuerza de esta renovada Geografía Urbana: la comprensión del movimiento de la vida urbana y la configuración del espacio urbano a la luz de dicho movimiento. En este sentido el énfasis se coloca en el estudio de los escenarios callejeros constituidos en espacios exteriores o abiertos, a veces de manera fugaz, otras efímeramente (Hiernaux, 2007) y en otros casos, también repetitivamente. Esto último, implica plantearnos una Geografía Urbana que le otorgue centralidad al sujeto, que hace y rehace cada fragmento de la ciudad constantemente. Por último, se relaciona el análisis de los escenarios callejeros con el estudio de las micrópolis, cuando paradójicamente la tendencia de la urbanización es hacia la cuasi Pantopolis.

Desafíos y lastres frente a la renovación de la Geografía Urbana

Tal como se ha presentado más arriba, para esta Geografía Urbana atenta al denominado giro cultural y a todos los giros emparentados con él (humanista, relativista, lingüístico…), dos grandes desafíos son los que sintetizamos en los interrogantes siguientes: ¿cómo sortear los “conceptos que asesinan la realidad”? y ¿cómo evitar las Geografías del Homo Dormiens?, cuando estos han sido los modus operandi de la disciplina por largo tiempo.

En cuanto al primero de estos retos, empecemos por señalar que estamos tomando la expresión “conceptos que asesinan la realidad” de Peter Berger (1974), en el mismo sentido en el que el sociólogo la usara, pero ahora de cara a esa nueva Geografía Urbana abierta a lo cultural y humanista. En este sentido, nos referimos a aquellas aproximaciones propias de la Geografía Urbana que en su esquema para hacer inteligible el fenómeno urbano, dejaron afuera buena parte de dicho fenómeno. En otras palabras, en Geografía Urbana –como en otras ciencias sociales- hemos empleado por largo tiempo conceptos que referían a aspectos específicos de lo urbano, haciendo caso omiso de otros rasgos que en la realidad de la ciudad estaban presentes junto a lo analizado: el concepto resultaba muy pequeño frente al fenómeno que buscaba explicar o bien, el fenómeno desbordaba el concepto. Todo lo que el fenómeno es, pero que el concepto no atiende porque así fue concebido (para dar cuenta de un aspecto), analíticamente queda afuera de la explicación a la que se llega con ese concepto. El aspecto a revisar en esta forma de proceder –a nuestro entender- es que eso que queda afuera de la explicación, en la realidad misma suele estar en relación con lo que se quiere explicar[5].

En el fondo este problema no es exclusivo de la Geografía Urbana, está presente en muchos otros campos del conocimiento social más allá de la Geografía. Posiblemente, lo que sí es propio de la disciplina es no haberlo discutido profundamente. Las raíces de este problema están en las bases mismas del pensamiento positivista que siempre ha operado por la estrategia del “aislamiento” de ciertos aspectos del mundo sometidos a observación, tal como se hace en los laboratorios de las ciencias naturales para observar aisladamente cierto comportamiento. Aquí se plantea este problema desde la perspectiva de los conceptos, pero esta misma forma de proceder tiene otra expresión –tal vez más discutida- de carácter técnico (en vez de teórico) como es el abordaje de la realidad a través de “variables”. Esta técnica, que en esencia aísla aspectos de la realidad, procede casi como si hiciera una “cirugía” que corta y separa aspectos de la realidad, para luego medirlos. La limitación de esta forma de proceder radica en que solo se mide lo que a priori se había establecido que se mediría, y lo no definido previamente como observable, solo es soslayado.

El poner en tela de discusión los conceptos “que asesinan la realidad”, es una forma de plantear la necesidad de buscar, en Geografía Urbana, conceptos más holísticos, de límites más porosos y menos precisos. Conceptos que dejen afuera de lo observado menos del fenómeno en cuestión. ¿Cuál sería la ventaja de este proceder? Dejar abierta la posibilidad de lo no previsto en el concepto (es decir, en nuestro pensamiento) pero que puede ser un hecho real, y podría darnos las claves para comprender lo que nos interesa explicar.

En cuanto al segundo desafío, el de sortear las Geografías del Homo Dormiens, nos referimos a aquellos análisis geográficos que analizan la ciudad y sus fragmentos, por ejemplo algunas áreas de la ciudad, como si la vida urbana estuviera inmóvil o se desarrollara allí de una única forma y en permanencia. En todo caso, en estos análisis sólo cabe el movimiento (o cambio) de tipo histórico, el que ocurre a través de diferentes periodizaciones históricas. Un ejemplo claro son aquellas Geografías Urbanas que dividen las ciudades en zonas a partir de distintos criterios, por ejemplo, de usos del suelo, de niveles socio-económicos de sus habitantes, las funciones urbanas. Esas divisiones del espacio urbano precisamente consideran a los habitantes de esos territorios como “sujetos dormidos”, o que permanecen fijos en sus espacios residenciales las 24 horas, o bien realizando ciertas actividades de manera constante. Al respecto cabe recordar las observaciones de David Ley: “hacer una Geografía de la vida cotidiana de la ciudad es rescatar el movimiento, y no caer en lo más conocido y estudiado, como los usos del suelo urbano” (1987:95).

Esto último también se presenta, por ejemplo, cuando se demarcan áreas de la ciudad habitadas por sectores sociales de ingresos altos, se transmite una ilusión fantasiosa y alejada de la realidad, como es la de imaginar que en esos lugares no existe presencia de otro tipo de sujetos sociales, cuando esos barrios –aunque sea en horarios demarcados- son habitados por otros sujetos, por ejemplo por razones laborales. También son habitantes del lugar, aunque no sean residentes del lugar. En cierta forma, esos sujetos también llegan a imprimirle al lugar rasgos de sus modos de vida. De igual forma, estas aproximaciones solapan la fantasía de que los habitantes-residentes de esas zonas más elitistas o exclusivas, permanecen constantemente en ellas; cuando de igual forma que en el caso anterior, no es imposible que durante alguna parte del día estén por diversas razones en otras áreas de la ciudad. Algo semejante se observa con respecto a las demarcaciones de una zona como área de actividades financieras por citar un ejemplo: se crea la ilusión que allí no se dan otro tipo de actividades que las financieras, o que las 24 horas del día la zona está dominada por las mismas. En realidad no es difícil reconocer empíricamente que las áreas financieras de buena parte de las ciudades, durante los ciclos nocturnos –o en los días no laborales- parecen desdoblarse en otra ciudad diametralmente diferente a la del ciclo diurno.

Frente a estas formas de estudiar la ciudad, parafraseando a Constancio de Castro cabe preguntarnos: ¿Qué relación tienen esas distribuciones según barrios y zonas con el torbellino de la vida en esa misma ciudad en un momento del día en particular, por ejemplo, el mediodía? (1997:8). No es difícil responder que parecería que se trata de dos realidades diferentes. Sin embargo, el desafío es fuerte ya que la diferencia procede no tanto del fenómeno real sino de la forma de estudiarlo. Dicho de otra forma, lo anterior muestra los límites de los abordajes que pueden llegar a mutilar analíticamente el fenómeno mismo o invisibilizarlo (Louiset, 2001). Tal vez por estas mismas inquietudes, Manuel Delgado (1999:38) ha señalado que su forma de estudiar lo urbano es en términos de la “ciudad practicada”, sin interesarse mayormente por la “ciudad ocupada”, que precisamente ha sido la forma de estudiarla por la Geografía Urbana reiteradamente: las prácticas conllevan el movimiento, mientras que la ocupación supone la inmovilidad. 

Todas estas aproximaciones tradicionales sobre la ciudad, cultivadas largamente por la Geografía Urbana, parecen sostenerse sobre un implícito: que esos fragmentos de la ciudad se vivieran de una única forma y de manera estática, como si en ellos no hubiera sujetos que actúan constantemente, haciendo y rehaciendo cada lugar en todo momento. Recordemos que en los años setenta Horacio Capel (1975) recordaba los tres sentidos que puede tener la ciudad -urbs o espacio físico urbano, civitas o sociedad urbana y polis o comunidad política- y señalaba que dentro de ese abanico de opciones, lo específico de la mirada geográfica es el estudio de la ciudad como urbs[6]. Evidentemente, este planteamiento –que igual estuvo presente en muchos otros destacados geógrafos- dejaba afuera el movimiento en tanto vida de la ciudad, que hoy parece ineludible en las miradas geográficas renovadas. El gran ausente en la Geografía Urbana ha sido el movimiento entendido como el devenir cotidiano de la vida urbana. Tal vez por la “pesadez de la materialidad de la ciudad” (Lacarrieu, 2007), es que la Geografía Urbana ha sido presa de manera superlativa de la paradoja que advirtiera Jesús Ibáñez con respecto a la investigación social en general: “cuando determinamos la posición, indeterminamos el estado del movimiento; si determinamos el estado del movimiento, indeterminamos la posición” (Ibáñez, 1994). Sería difícil poner en duda que la Geografía Urbana haya tendido a priorizar la primera alternativa de las señaladas por Ibáñez: determinar la posición del observador (quien mide el fenómeno), e inevitablemente indeterminar (omitir, dejar en la penumbra o directamente invisibilizar) el movimiento o la vida de la ciudad. Las palabras de Ibáñez también nos indican que si el estudioso se interesa en el movimiento del fenómeno, no se puede tener un punto único y fijo desde el cual observar y medir (una posición respecto al fenómeno).

La ciudad como movimiento a través de la ventana de los escenarios callejeros

Nuestra inquietud por el movimiento (lo opuesto a lo estático) no se resuelve con los abordajes tradicionales de la Geografía, llámense estudio de las migraciones, la movilidad residencial dentro de una trayectoria biográfica o de vida, movilidad cotidiana trabajo/residencia, movilidad como flujos, formas y medios transporte, u otras semejantes. El movimiento que tradicionalmente ha estudiado la Geografía Urbana ha tenido una regencia territorial, por ello ha sido casi sinónimo de desplazamiento. Sería difícil poner en duda que el desplazamiento de un lugar a otro sea una forma de movimiento. Sin embargo, esta evidencia no impide reconocer que existen otras formas de movimiento sin desplazamiento, al menos en ciertas franjas reducidas de tiempo. A ese movimiento que resulta de la vida urbana nos referimos. Por ejemplo, escenarios frecuentes como aquellos en los cuales en una plaza, parte o espacio abierto, se da el encuentro violento de distintas tribus urbanas de jóvenes, no constituye un escenario de movilidad espacial tradicional, porque en esencia los sujetos permanecen en el lugar. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, es un escenario de la ciudad en movimiento. Estos planteamientos no pretenden minimizar la relevancia de estudiar el desplazamiento a lo largo del territorio. Pero es indudable que esas formas de movimiento han sido ampliamente estudiadas. Por ello, aquí nos planteamos la importancia de abordar también el movimiento en el tiempo, sea desplazándose o sin desplazamiento, incluso en diferentes ciclos de tiempo, pero en todos los casos en cuanto a su capacidad para moldear el espacio urbano.

Así es que nos estamos orientando hacia el movimiento como el devenir constante de la vida urbana que hace[7] (o construye) la ciudad en cada instante. Por ello, el resultado de esta concepción del movimiento es la “ciudad como movimiento” incesante. Esto no deja de representar cierta innovación en nuestra disciplina que en general ha tendido a interesarse por las formas que perduran y son estáticas. La concepción de la ciudad como movimiento implica acercarnos analíticamente a lo efímero y lo fugaz (Hiernaux, 2007), que desde otro ángulo también puede ser concebido como el hacer cotidiano, las prácticas diversas y banales, y los lugares en los cuales se despliegan. Por ello en esta perspectiva, la ciudad en movimiento serían múltiples expresiones condensadas de tiempo y espacio, y las acciones que se suceden en esas unidades espacio-temporales.

Ese movimiento se produce dentro de formas espaciales que por su misma materialidad perduran, pero pueden ser apropiadas de diferentes formas y para usos diversos según los sujetos que intervengan. En este sentido Isaac Joseph (1988), planteó el concepto de “lugar-movimiento”, en referencia a los diversos usos que puede tener un lugar, tornándose accesible a diferentes sujetos. Además de los diversos usos y apropiaciones, también habrá que tomar en cuenta que esas formas rígidas pueden ser resignificadas a la luz de la dinámica de la vida urbana que ellas alojan. Sin duda, ello nos enfrenta a la dificultad metodológica –antes comentada- de no poder fijar un punto desde el cual observar. En palabras de Ibáñez, se estaría indeterminando la posición. Tal vez, la necesidad de transitar este camino no derive de que el previo –el ojo geográfico instalado por encima de la superficie terrestre, observando las formas espaciales- haya carecido de utilidad analítica para conocer geográficamente las ciudades, sino de que pese a sus virtudes, no ha podido captar el movimiento de la vida urbana y en consecuencia no ha podido dar cuenta de lo que estamos denominando la ciudad en movimiento. 

Los espacios exteriores

De manera más específica, nuestra forma de aproximación a la ciudad en movimiento es a través de los escenarios callejeros que se constituyen en diferentes espacios abiertos o exteriores, al menos parcialmente abiertos. En nuestra perspectiva, los espacios exteriores resultan particularmente relevantes para comprender la ciudad en movimiento porque es en ellos en donde el habitante, transeúnte, tiene la posibilidad del encuentro con el otro, con lo heterogéneo, con lo desconocido. Y estas últimas cuestiones son esenciales en la vida urbana.

Cabe aclarar que Edward Relph estudió esta cuestión, considerando que inside y outside no refieren a lo interior o exterior de los escenarios en sentido físico, sino a la subjetividad espacial sobre lo interior y lo exterior. De estas nociones el autor deriva los conceptos de insideness y outsideness (1976:49-55), que se pueden traducir como interioridad y exterioridad. Relph construye así una tipología de “exterioridades” e “interioridades”, en la cual cada tipo transita gradualmente hacia el siguiente, es decir los tipos se definen sobre un continuo referido a la relación del individuo con el lugar. Por ello, lo interno y externo no se debe a una estructura material cerrada a modo de recinto o su ausencia, como ocurre con otras visiones de indoor y outdoor. Lo interno y externo, para Relph, resultan de la experiencia que el individuo tenga con ese lugar. Cuando los lugares carecen de sentido, Relph habla de una “exterioridad existencial”, que podría ser experimentada tanto en un lugar abierto físicamente como en uno cerrado.

Nos resulta muy valioso este planteamiento de Relph con respecto a nuestro tema. No obstante, nuestro foco en esta ocasión está en escenarios de tipo outside, para usar las palabras de Relph. Esta decisión no supone que los escenarios inside no sean materia de estudio de la Geografía Urbana. Consideramos que si lo son, y de manera superlativa, y ello se relaciona con la tesis que planteamos en alguna ocasión, respecto a que la ciudad parece replegarse en la “casa”, que experimenta un proceso de entronización (Lindón, 2006a) o se constituye en la “casa mundo”. Y también porque asumimos la tesis de la interpenetración de la ciudad y la casa, que hace de esta última, la casa-mundo (Pinson y Thomann, 2001:74-78). Pero, en esta ocasión, nuestra propuesta se limita al abordaje de los escenarios callejeros. Sin ninguna duda, una Geografía Urbana renovada profundamente, como se planteó al inicio, también tendrá que encontrar la forma para estudiar escenarios de tipo inside. En este momento, eso solo lo planteamos como una asignatura pendiente.

Los escenarios callejeros son fragmentos de la ciudad en movimiento casi siempre efímeros, aunque a veces se reiteran incluso con cierta ciclicidad. Aun cuando estos escenarios se arman en espacios abiertos, exteriores o outdoor (De Castro, 1997:12), nos resulta necesario considerar que pueden estar dominados por el sentido de la exterioridad o la interioridad (Relph, 1976) para quienes participen del mismo. En estos escenarios se articulan dos componentes centrales: ciertos actores y un lugar particular. Los actores pueden permanecer en el escenario mientras este perdure, o bien, puede ocurrir que en un escenario salgan algunos actores e ingresen otros, o ambas opciones simultáneamente. Los lugares en los cuales se desarrollan estos escenarios son abiertos, y en consecuencia tienen visibilidad. Al menos, siempre existe en ellos un cierto nivel de apertura y de visibilidad, que puede ser limitada parcialmente con barreras materiales, o por la forma misma de actuar de los partícipes, o bien debido a que el escenario es tan visible que termina por no ser visto.

La condición de espacios exteriores y abiertos casi siempre implica que el lugar en el cual se da el montaje del escenario callejero, no tiene límites físicos claramente definidos o establecidos ad hoc. Más aun, en un escenario callejero, aunque sea efímero, sus límites se pueden ampliar o reducir en instantes, es decir que sus fronteras son móviles, tanto como es móvil la vida urbana que les da contenido. Las características materiales del lugar en el cual se desarrolla el escenario pueden ser relevantes para lo que allí sucede. Así, suele ocurrir que diversos objetos que se encuentran en el espacio público pueden llegar a jugar un papel importante en el escenario, ya sea como parte integrada con lo que allí se produce efímeramente, pero también pueden ser obstáculos a la dinámica propia del escenario.

Los actores y las prácticas

El abordaje de la ciudad en movimiento desde los escenarios urbanos no se limita a reconocer lugares y actores. Lo esencial son las prácticas que esos actores realizan en dicho escenario. Si no incorporamos el hacer de los actores en el lugar, estaríamos tratando a los actores como objetos allí localizados, igual que pueden estarlo diversos objetos, y se perdería la posibilidad de dar cuenta del movimiento. Por otra parte, resulta que no se trata solamente de incluir las prácticas que despliegan los actores, sino también asumir que éstas no son aisladas. Se presentan como conjuntos o repertorios de prácticas, que responden a lo que está en juego en cada situación y también a ciertos horizontes culturales, que proporcionan a los actores posibles formas de actuar en ciertas circunstancias, o como dirían los fenomenólogos, “recetas” para la acción y sobre las situaciones.

La focalización sobre las prácticas con las que se hacen los escenarios callejeros, metodológicamente requiere de aproximaciones densas -en el sentido que tradicionalmente le ha dado a la expresión Clifford Geertz (1996)- es decir, aquellas reconstrucciones del hacer del sujeto con todos sus detalles aun cuando parezcan banales. La mirada densa de parte de esta Geografía Urbana también supone buscar las relaciones encadenadas entre unas prácticas y otras, ya que muchas veces lo que el sujeto persigue no se puede asociar a una práctica única como si ella se hubiese ejecutado de manera aislada, sino a conjuntos de prácticas, a repertorios socialmente construidos y reconstruidos.

Desde una mirada espacial es importante diferenciar los escenarios en donde las prácticas estén regidas por la lógica espacial de “pasar” por el lugar (ya sea circular, transitar, caminar….), de aquellos otros escenarios configurados por prácticas que suponen un “estar” en un lugar. En los primeros domina la ausencia de permanencia en el lugar, mientras que los segundos se caracterizan por la permanencia.

Las tendencias urbanas que señalamos en el inicio –como la dispersión urbana- tienden a privilegiar los escenarios callejeros del “pasar”, es decir aquellos en los cuales los actores no permanecen, solo se encuentran en tránsito. Aun así, una mirada geográfica densa debería de reconocer que hay diferentes formas de pasar por los espacios abiertos de la ciudad, y participar en escenarios aun cuando sea de manera fugaz. Por lo menos, nos resulta de interés diferenciar tres modalidades de escenarios callejeros del “pasar”: El pasar como paseo, cada vez menos frecuente en las ciudades que se “americanizan”. Sería este el caso de un escenario que expresa permanencias del pasado frente a modelos de vida urbana que se configuran de otras formas. No obstante, en algunas ciudades y en algunas zonas este tipo de escenarios mantienen su vigencia.

Otro tipo de escenario del “pasar”, mucho más frecuente, es aquel en el que el sujeto que protagoniza el pasar, lo hace como parte de su tránsito cotidiano por ciertos lugares de la ciudad, que reconoce y diferencia, así como a los objetos que están presentes en esos lugares, es capaz de identificar paisajes urbanos específicos que entran en el campo visual desde esos escenarios… Y por último, están los escenarios callejeros del pasar, muy frecuentes, en los que lo esencial es la circulación urbana en condiciones de tránsito, usualmente desprendido de los lugares por los que se transita, e incluso sin reconocer las especificidades del lugar. En este caso, los escenarios del pasar que se van instaurando están literalmente desprendidos de los lugares en los cuales efímeramente se está.

Los escenarios callejeros dominados por la lógica espacial del “estar” en ciertos lugares, pueden ser muy diversos. Los más usuales tienen relación con los siguientes tipos: Los que se configuran por distintos actores y distintas prácticas, pero que de alguna forma se relacionan con la contemplación, el ocio o la ruptura de los tiempos cotidianos por la introducción de la inactividad formal. Por ejemplo, cuando se está en un escenarios callejero en el cual, la práctica central del actor es la contemplación del fluir de la vida urbana a su alrededor.

Otro tipo de escenarios callejero configurado por prácticas del estar en el lugar son los vinculados a las actividades laborales que se realizan en el espacio público. Esto a su vez, supone una variedad considerable de prácticas. Tal vez las más frecuentes en las grandes ciudades, más aun en América Latina, son las prácticas del trabajo informal de tipo callejero, pueden ser de comercio y también de prestación de servicios. Otro tipo de prácticas laborales callejeras que suelen configurar particulares escenarios urbanos del estar en el lugar, son las que suponen ciertas tareas técnicas vinculadas con los servicios urbanos ofrecidos a través de distintas redes (como la telefonía) y que necesariamente requieren que el trabajador realice actividades en la vía pública. Una variante de estos escenarios del estar son los que se configuran en torno a las actividades laborales de vigilancia y seguridad pública, que de igual forma requieren que el trabajador esté en las calles. Una variante de escenario callejero configurado por prácticas laborales que exigen el estar en las calles y espacios abiertos, son las actividades de la prostitución callejera, que en muchas ciudades latinoamericanas se vienen ampliando y diversificando en los últimos años.

Una tercera modalidad de escenario callejero regido por prácticas que implican un estar en el lugar son los que configuran los homeless. En este caso la práctica rectora de estar en el lugar es la de habitar las calles, que realizan los llamados sujetos sin hogar (homeless). Aunque con esta práctica se configuran escenarios en espacios abiertos, el sujeto tiene la capacidad para construir en la exterioridad materialmente hablando, una interioridad vivida. En algunas ciudades del mundo occidental este fenómeno viene adquiriendo fuerte presencia en los últimos años, un ejemplo es Barcelona. A lo largo de la historia urbana siempre ha existido con mayor o menor presencia, dependiendo de la ciudad y el momento histórico. No obstante, la Geografía tradicional no ha reparado en este fenómeno, ni en otra época ni en esta, y por lo mismo no ha desarrollado formas de acercamiento al mismo.

Otra modalidad de escenario callejero regido por prácticas que suponen estar en un lugar abierto, son los que se conforman colectivamente cuando un grupo social, decide instalarse y apropiarse por un cierto tiempo de un espacio público, para realizar ciertas actividades, por ejemplo, protestas sociales o simplemente desarrollar formas de encuentro y convivencia con el otro.

Este abanico de escenarios del estar en las calles no  solo puede ser objeto de descripciones densas, detalladas, en sí mismo. También es importante analizarlos con relación al nivel de apertura e integración, o bien de cerrazón y desintegración, con respecto al entorno. Por ejemplo, los escenarios callejeros del estar que se instalan en torno al trabajo informal de venta de diferentes productos, necesariamente se abren hacia los otros. Constituyen una invitación a los otros a integrarse, por lo mismo que está en juego, los actos comerciales. Algo semejante ocurre con los escenarios callejeros en torno a la prostitución, por definición son abiertos al otro, aun cuando suelen ser menos estruendosos que los del ambulantaje. En cambio, los escenarios del estar constituidos en torno a un grupo de trabajadores de redes de servicios públicos, por ejemplo de telefonía, operan como los configurados por los homeless: se cierran a los otros, crean interioridad dentro de la exterioridad. 

Lo que está en juego en un escenario

Esto último nos acerca a otra componente de los escenarios callejeros, que le otorga profundidad al hacer de los actores en el lugar: lo que está en juego en un escenario. Esto refiere al problema del sentido en términos generales. El sentido es esa construcción subjetiva por la cual un conjunto de prácticas adquieren una razón de ser para el sujeto en cierto lugar y en cierto momento (aunque no lo pueda verbalizar[8]). Al mismo tiempo, esto casi siempre viene asociado con el significado que las personas le otorgan al lugar mismo en el cual se encuentran.

El sentido que adquiere un escenario para un sujeto que forma parte de él, es más complejo que ese instante presente: estas construcciones de sentido –del hacer y del lugar- el sujeto siempre las realiza en relación con ese instante en el cual está protagonizando algo, y al mismo tiempo, con respecto a otras experiencias espaciales de su pasado, sea muy lejano o muy reciente. Pueden ser escenarios diametralmente diferentes, pueden ser lejanos en el tiempo o distantes espacialmente, o lo contrario; pero, a pesar de todo ello, el actor puede establecer conexiones entre ellos. Estas conexiones serán significativas porque podrán contener las claves de su acción en el lugar en el momento presente, y de las formas de relación con el lugar y con los otros, actualmente. Como por ejemplo, qué hacer en ese escenario y qué evitar, cómo manejar las distancias físicas, sociales y emocionales con los otros que forman parte del mismo. En suma, el sentido que adquiere un escenario para los partícipes resulta de complejos procesos en donde se juegan la co-presencia e interacción de las personas y la intersubjetividad entre los distintos actores partícipes, y el conocimiento de sentido común que los sujetos han acumulado a lo largo de su vida acerca de personas, lugares y situaciones. En la conformación del sentido que adquiere un lugar, el proceso conocido como pareo, es importante. Esto es el ejercicio de la conciencia de formar “pares de cosas” para compararlas:  

“En toda experiencia espacial actual, la persona contrasta ese lugar presente con muchos otros lugares en los cuales ha estado en circunstancias diversas, aun de manera efímera. En esos pareos espaciales se transfieren y movilizan sentidos de los lugares” (Lindón, 2006b: 432-433).

En términos metodológicos esta componente –el sentido- introduce, sin duda alguna, una complejidad mayor, ya que requiere más que la observación del escenario, por más profunda y densa que ella fuera. Para la mirada geográfica, penetrar en estas componentes implica la necesidad de contar con la reconstrucción de dicho escenario, de lo ocurrido y lo que se puso en juego, todo ello narrado por el sujeto. La narración tiene el enorme potencial de elaborar –de manera comunicable a otro- fragmentos de esas complejas conexiones entre lo inconmensurable de lo vivido. ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

La Pantópolis descifrada desde las Micrópolis

La aproximación al estudio de la ciudad en movimiento desde los escenarios callejeros cobra mayor sentido en un horizonte de urbanización difusa y de cuasi Pantópolis, aun cuando en un primer momento pueda resultar contradictorio. Precisamente, ese horizonte de la urbanización sin límites, nos exige formas de aproximación que se atrevan a superar la ilusión de lograr el conocimiento total del fenómeno en cuestión. Mientras nos centramos en fenómenos totalmente acotados, como estudiosos nos puede resultar muy sencillo sostener la ilusión de conocer el fenómeno de manera total. Pero con un horizonte desbordado de urbanización de casi toda la superficie terrestre, la imposibilidad del conocimiento total, exhaustivo, se torna insoslayable. Ante ello, nuestra estrategia es encontrar fragmentos holográficos de la ciudad y lo urbano. Precisamente, estos escenarios callejeros pueden ser parte de los hologramas socio-espaciales. En otra ocasión hemos analizado la cuestión de los hologramas socio-espaciales como fragmentos particulares que cobran sentido para la comprensión de la ciudad porque dan cuenta no solo de lo particular y único, sino también de lo singular (el cruce de lo particular y lo social). En este sentido regresamos sobre ese planteamiento, ahora para pensar la Pantópolis desde los escenarios callejeros:

“El holograma espacial sería un escenario situado en un lugar concreto y en un tiempo igualmente demarcado, con la peculiaridad de que en él están presentes otros lugares que actúan como constituyentes de ese lugar. Esos otros lugares traen consigo otros momentos o fragmentos temporales, otras prácticas y actores diferentes aunque también pueden ser semejantes a las que se están realizando en ese escenario. Indudablemente no consideramos adecuado llevar la metáfora holográfica al extremo como para señalar que un holograma espacial sea un escenario en el cual estén presentes “todos” los lugares, como sería la noción del Aleph borgiano” (Lindón, 2007: 41-42).

Para concluir es necesario reconocer que, la introducción de la Pantópolis en esta Geografía Urbana puede resultar extraña, porque en estricto sentido parece acercarnos a la ciencia ficción. Sin embargo, si la consideramos como una metáfora gráfica puede resultar ilustrativa ese “el filo del presente”, es decir ese momento actual que ya contiene las pautas del futuro inmediato porque los procesos que van a configurar ese futuro, ya se han iniciado. En este camino, cabe recordar que, desde la Geografía Urbana, Alain Musset ha analizado extensamente la relación entre el mundo urbano del cine de ciencia ficción y la urbanización del mundo real (Musset, 2005 y 2007), mostrando que las semejanzas son considerables y que la ciencia ficción es producto del pensamiento actual que habita en las ciudades reales. Tal vez sea de utilidad para comprender esa relación entre la ciudad de la ciencia ficción y la ciudad real, aquella obra pictórica de Remedios Varo llamada La tejedora de Verona, en donde se observa que el producto tejido por la tejedora (un textil con figura de mujer), por uno de sus extremos se encuentra indisolublemente ligado a la tejedora que lo hace, y por el otro extremo adquiere altura y un vuelo propio. En cierta forma podríamos imaginar de igual forma las Pantópolis del cine de ciencia ficción: por un lado tiene un anclaje indiscutible con la ciudad vivida por su productor, y por otro lado se independiza ficcionalmente más allá de lo real.

Entonces, la Pantópolis de la Geografía Urbana no sería la ciudad total, sino la expansión de lo urbano sin límites claros, con infinitos nodos de interconexiones próximas y lejanas. Así vista, la Pantópolis también se podría entender en términos de lo que varios autores (como Manuel Castells, entre otros) han denominado la “ciudad red”, sin olvidar que la misma palabra “ciudad” parece tener problemas en este horizonte, o al menos pueda requerir revisión. En esa perspectiva, más que aspirar al conocimiento exhaustivo de un horizonte de urbanización tipo Pantópolis, podemos aspirar a conocer las múltiples Micrópolis que se alojan en nuestras Metrópolis. En ese proceso, los escenarios callejeros nos abren una puerta al conocimiento parcial y fragmentado de las Micrópolis. Sin duda, una propuesta de este tipo se inscribe en la metáfora del rompecabezas siempre incompleto, como forma de conocimiento de la ciudad en el horizonte de la Pantópolis.

Notas

[*] Profesora Investigadora Titular del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, de la Ciudad de México. Coordinadora de la Licenciatura en Geografía Humana, miembro del Área de Investigación Espacio y Sociedad de dicha Universidad. Así como Investigadora nivel 2, Nacional del Sistema Nacional de Investigadores (CONACYT). Domicilio institucional: Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, San Rafael Atlixco 186, Col. Vicentina. CP 09340, Iztapalapa. México, DF. Correo electrónico: alicia.lindon@gmail.com

[1] Edward Soja menciona algunos de estos neologismos: “ciudades exteriores”, “ciudades marginales”, “tecnópolis”, “tecnoburbios” “paisajes de silicona”, “possuburbios”, “metroplexos”..... Asimismo, a título ilustrativo, cabe citar algunas de estas expresiones en su versión original inglesa: “suburban business districts; major diversified centers; suburban cores; minicities; suburban activity centers; cities of realms; galactic cities; pepperoni-pizza cities; superburbia; technoburbs; nucleations; disurbs; service cities; perimeter cities; peripheral centers, urban villages” (2004: 116).

[2] Para una síntesis del tema: Lindón, 2006a.

[3] La expresión “conceptos que asesinan la realidad” la tomamos de Peter Berger (1974).

[4] La “Geografía del Homo Dormiens” fue planteada en 1987 por David Ley, a partir de un trabajo pionero de 1938 por Patrick Crowe. Este planteamiento de Ley es una crítica al interés ancestral de la Geografía Urbana por la morfología urbana. Una notoria expresión de esta tendencia se constata en las conocidas subdivisiones del espacio intraurbano en función de los niveles socio-económicos de los residentes de los diferentes barrios de una ciudad.

[5] Evidentemente, en el conocimiento de la realidad, siempre habrá aspectos que no podemos incluir en nuestro análisis, porque –como dijera Max Weber- en la realidad todo está relacionado con todo. Nunca podremos construir conceptos que den cuenta de las infinitas relaciones de los infinitos fenómenos que conforman la realidad. Pero algunas aproximaciones, desechan muchos aspectos de la realidad, antes de acercarse a ella. El peligro de estos abordajes es que lo que dejamos afuera del análisis contenga la clave de lo que queremos conocer.

[6] Aunque el objetivo del texto no es hacer una revisión del pensamiento urbano de Capel, sino que solo se introducen algunas de su ideas con miras a aclarar el tema, se debe reconocer que años después el autor afirmó (2003) que la ciudad debe ser analizada en esos tres niveles simultáneamente.

[7] Aunque el verbo hacer suele no ser frecuente en los estudios urbanos y en la Geografía Urbana en particular, nos interesa usarlo y enfatizarlo porque consideramos que es la forma más explícita de dar cuenta de las prácticas de los sujetos, del actuar sobre el mundo de las personas.

[8] Esto se debe a que no es lo mismo la conciencia práctica (que le permite al sujeto hacer ciertas cosas y de cierta forma), que la conciencia discursiva (lo que supone plantear verbalmente, lo que de manera “espontánea” ha hecho).


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