IX Coloquio Internacional de Geocrítica

LOS PROBLEMAS DEL MUNDO ACTUAL.
SOLUCIONES Y ALTERNATIVAS DESDE LA GEOGRAFÍA
Y LAS CIENCIAS SOCIALES

Porto Alegre, 28 de mayo  - 1 de junio de 2007.
Universidade Federal do Rio Grande do Sul

CONSIDERACIONES HISTÓRICO-GEOGRÁFICAS SOBRE
EL CENTRO HISTÓRICO DE LA CIUDAD DE MEXICO

José Omar Moncada Maya
Instituto de Geografía
Universidad Nacional Autónoma de México
acad@igg.unam.mx

Consideraciones histórico-geográficas sobre el centro histórico de la Ciudad de México (Resumen):

La ciudad de México fue desde su fundación, una de las más importantes del imperio español y la más importante de sus posesiones en América. En muchos momentos, fue el lugar donde se “experimentaron” los cambios y reformas urbanas que después se extendieron al resto de las ciudades. Todo ello le dio una riqueza patrimonial que ha estado en peligro en distintos momentos históricos. A la fecha, el Estado, con el importante apoyo de la iniciativa privada, se ha preocupado por la conservación de los inmuebles, pero ha dejado al margen a los movimientos sociales. En la ponencia se dará una visión general de esta situación

Palabras clave: Ciudad de México, Centro Histórico


Historical and geographical approachs about the historic center of Mexico City (Abstract):

The city of Mexico was from its foundation, one of most important of the Spanish empire and most important of its possessions in America. At many moments, it was the place where “the changes and urban reforms were experienced” that later extended to the rest of the cities. All it gave a patrimonial wealth him that is been in danger at different historical moments. To the date, the State, with the important support of the private initiative, has worried about the conservation of the buildings, but it has left to the margin the social movements. In the communication a general vision of this situation will occur

Key words: Mexico City, Historic Center


La Historia y la tradición nos enseñan que los Mexicas fundaron la ciudad de México-Tenochtitlan el 18 de junio de 1325, en el lugar donde encontraron un águila sobre un nopal devorando una serpiente. El problema fue que el sitio donde encontraron la señal que su Dios les había dado era un islote en medio de un gran lago, lo que implicó que el crecimiento físico de lo que sería su ciudad debió darse en condiciones bastante difíciles. Y, sin embargo, en menos de cien años la estructura de la ciudad se había realizado: el recinto ceremonial, verdadero “ombligo del mundo”, estaba al centro; desde allí partían las calzadas que dividían a la ciudad en cuatro barrios y, a través de las lagunas, permitían una comunicación con los pueblos de tierra firme. La historia del pueblo mexica nos habla de la existencia de un Estado teocrático-militar que disponía del pueblo como mano de obra para desarrollar su ciudad. Recordemos que era una isla en crecimiento, una ciudad lacustre, donde algunas de sus calles eran de agua y otras de tierra. Sus chinampas sólo se alcanzaron con un trabajo masivo en el relleno de los lagos, a la par que se intentaban controlar los avances de las aguas mediante la construcción de albarradones. Así, la imagen que muchos de nosotros tenemos del centro ceremonial de México-Tenochtitlan, tal como aparece en la maqueta del Museo Nacional de Antropología, se alcanzó en apenas dos siglos.

Uno de los elementos donde la conquista reflejó su supremacía fue en la destrucción de la ciudad indígena, en la superposición de una nueva ciudad. Aquí fueron otros los criterios que llevaron a establecer la ciudad en el mismo sitio, tan desventajoso para su crecimiento futuro. Cortés prima el lugar sobre otros sitios de tierra firme, como pudieron haber sido Coyoacán o Tacubaya, por las ventajas que ofrecía la isla para su defensa, la facilidad para abastecerla, “y que si Dios nuestro señor fue ofendido con sacrificios e idolatrías, que fuera en el mismo lugar donde su Santo Nombre fuera más alabado”. Todo ello implicó, como en la ciudad indígena, que para poder expandir su nuevo asentamiento, los novohispanos debieron recurrir, por un lado, a un mayor relleno de la laguna, mientras que por otra parte intentaron, con más o menos éxito, el desagüe de la misma.

En 1555, bajo el gobierno del virrey don Luis de Velasco se da la primera gran inundación, y con ello, por primera vez, la polémica sobre el lugar donde se asentó la ciudad. “… fue un gran yerro para mi ver fundarla en este sitio, porque avía otros mejores a dos, y tres leguas de aquí”, escribió el virrey. Y si a ello sumamos las epidemias que afectaron a los habitantes de la ciudad, algunas tan graves como la de “cocolixtle” de 1546, se entenderá el porqué de esta polémica.

Pero mientras las epidemias afectaban sólo a los indígenas, las inundaciones dañaban los intereses de los españoles, lo que dio lugar a cuestionamientos sobre las posibilidades físicas de la ciudad. Y a su solución se dirigieron los esfuerzos de las autoridades. Durante el siglo XVII se toma la resolución de mantener a la ciudad en su sitio original, primando a la ciudad sobre su entorno. Ello permite tomar una decisión trascendental: construir el desagüe de los lagos y todo el conjunto de obras complementarias, lo que fue sin duda el mayor reto técnico científico que enfrentaron las autoridades virreinales.

Abundante es la bibliografía al respecto, aunque aquí conviene destacar la opinión de un par de autores representativos de la Ilustración, que opinan sobre la calidad del entorno en la ciudad. Nuestro gran polígrafo José Antonio de Alzate y Ramírez escribía respecto de la desecación del lago:

¿Sería ventajoso o perjudicial desecar el Valle de México? Este es un problema al que se asienta comúnmente por la afirmativa. Yo siempre estaré por la negativa, y me escusaré con demostraciones invencibles. Supóngase que se desecó el Valle de México sea por el arbitrio que se quiera: ¿Qué se esperimentaría? Lo primero, la ruina de los edificios: éstos se hallan establecidos en un sitio terráqueo; o compuesto de agua y tierra: desecado ¿no era preciso que los edificios se arruinasen luego que el terreno se secase? ¿no se formarían aberturas que serían otras tantas barrancas?... Tres motivos son los que han estimulado a muchos proyectistas para plantear la desecación de Valle:

1. los muchos terrenos que se usufructuarían por la agricultura: error muy grande como ya se dirá.

2. Se supone que enjuto el Valle, el temperamento sería más sano; como si fuese enfermizo, y no reconocido en virtud de la experiencia por un país de los que en el mundo se cuentan por felices respecto a la salud de sus habitantes

3. Libertar a México del peligro de inundación.1

Alzate intenta destruir con sus demostraciones, basadas en sus propias observaciones y experiencias. Así, finaliza este punto con el señalamiento que hace de los pocos beneficios que obtendría la población respecto a dedicar a la agricultura estos terrenos:

… ¿a qué se reducirían los fondos de la laguna desecados? A lo mismo que vemos reducidos los que fueron vasos de las aguas, y que en el día se hallan desecados; no se ve una planta, son intransitables, porque se forma un polvo que en tiempo de seca que molesta… Pero pasando a lo principal, digo a los que pretenden que los terrenos desecados son útiles… a la agricultura… pasen a observarlo, y verán que no vegeta en él ni una sola planta: verán sí que sólo se cubre de una fuerte corteza de tequesquite o alkali mineral, enemigo de la vegetación y de la salud… Los pantanos son temibles en Europa, y en esta ciudad no solo no son perniciosos sino acarrean mil comodidades, porque la mayor parte de estos pantanos se siembra, o sirven para que pasten las bestias, cuando si se desecaran se reducirían a una aridez perniciosa… Si la vecindad de los pantanos fuese aquí perniciosa, ¿cómo subsistirían los pueblos establecidos en ellos?... muchos pueblos, no sólo están rodeados de pantanos, el suelo de la casa lo es… y los habitantes no padecen novedad en sus salud.2

Respecto a la ciudad de México, en el último tercio del siglo XVIII, ésta distaba mucho del ideal que de ella se habían formado los ilustrados. La ciudad no era agradable a la vista y, sin duda, tampoco al olfato.

Las calles sin atarjeas, banquetas sin empedrados, eran el común depósito de la basura e inmundicia de las casas, y las lluvias, año con año, formaban naturalmente inmundos albañales, de donde se emanaban mefíticas dañosas ecsalaciones: la acequia continuaba hasta Palacio y otras calles, siendo también el receptáculo de las inmundicias que se estancaban en las agua represa: el mercado estaba frente de palacio, y se componía de un común en el centro, y multitud de grandes y pequeños tejados de madera donde se espendían las vituallas, arrojándose las podridas a un lado, que algunas noches servían de alimento a los cerdos y vacas que pacían libremente por toda la ciudad.3

La obra reformadora de algunos virreyes, sobre todo a partir del gobierno de Bucareli y culminando con el segundo conde de Revillagigedo, modificó sustancialmente estas condiciones. El derecho de los habitantes a que la ciudad fuera salubre, bella y cómoda, fue el reto de las autoridades: “lo ordenado, lo recto, lo simétrico, lo parco, lo uniforme, lo limpio, lo bien hecho y lo funcional, valores que estaban en boga”, se trataron de establecer como normas de la ciudad.

Por lo tanto, no es de sorprender que uno de los proyectos más deseados por la población de la ciudad fuera el empedrado de las calles y la limpieza de las acequias. Así lo hacia saber el virrey Bucareli en 1776:

Su utilidad (del empedrado) no se limita al piso suave y cómodo ni a evitar los pantanos que se hacen en tiempo de lluvias; tampoco se ciñe al adorno y hermosura, aunque es acreedora de ello esta ciudad, como que es la capital del reino. Extiéndese sí a precaver contagios de pestes y epidemias a que son propensos los lugares populosos…4

El autor de este proyecto, realizado varios años después, fue el ingeniero militar Miguel Constanzó; pero más que tratar la obra física, interesa resaltar su impacto sobre la ordenación urbana y la salud de la población. En primer lugar, interesa destacar que se trató de un proyecto globalizador, remodelador de la parte central de la ciudad, pues a la vez que se impulsó la obra del empedrado, se desazolvaron las acequias, se construyeron atarjeas, se instalaron fuentes, se trasladó el cementerio del Sagrario de la Catedral y otras acciones más. Igualmente se establecía que una vez que el gobierno hubiera cumplido su parte del proyecto, podría exigir a la población que cooperara construyendo letrinas dentro de sus viviendas, las cuales se conectarían con las acequias por medio de cloacas cubiertas.

Los beneficios que obtuvo la ciudad con todas esas obras fueron grandes y satisfactorios. La ciudad se transformó a grado tal, que cuando llegó a México el barón prusiano Alejandro de Humboldt, sólo tuvo palabras de asombro:

México debe contarse sin duda alguna entre las más hermosas ciudades que los europeos han fundado en ambos territorios. A excepción de Petersburgo, Berlín, Filadelfia y algunos barrios de Westminster, apenas existe una ciudad de aquella extensión que pueda compararse con la capital de la Nueva España por el nivel uniforme del suelo que ocupa, por la regularidad o anchura de sus calles, o por lo grandioso de las plazas públicas…5

Manuel Orozco y Berra, ya a mediados del siglo XIX nos sigue dando una imagen idílica de este territorio:

Desde este cerro (de Chapultepec), la vista se extiende sobre un panorama verdaderamente espléndido. Vuelto hacia el oriente, el espectador abraza con una sola mirada la mayor parte del Valle de México; a sus pies, y como en el centro de un anfiteatro grandioso, contempla la Ciudad de México con sus paredes blancas y sus cúpulas de colores; hacia acá los pantanos negruzcos que separan a Chapultepec de la ciudad; hacia allá las sábanas brillantes de los lagos de Chalco y Texcoco que parecen bañar las plantas de las altas montañas que cortan el horizonte.6

Y sin embargo, el mismo autor, al describir el entorno de la ciudad, destaca el despoblamiento del barrio de San Lázaro, al oriente de la ciudad, “ya por la falta de agua, ya porque el terreno es árido y triste”; mientras que al suroeste, por el rumbo del barrio de Niño Perdido, existía una zona pantanosa cubierta de insectos, donde se presentaban “miasmas pestilentes de una gran extensión que abarcaba también La Candelaria de los Patos, Tlaxcoaque y Santa Cruz Acatlán”.

Ello motivo, entre otras cosas, que a la llegada de Porfirio Díaz a la presidencia se retomará como obra prioritaria la terminación de las obras del desagüe de los lagos, lo que mejoraría las condiciones ambientales de la región periurbana, a la vez que reforzó la presencia del Consejo Superior de Salubridad, que tenía entre otras funciones el promover lo concerniente a la policía sanitaria. Y ello era importante, pues si bien para finales del siglo XIX la ciudad de México tenía una extensión que, en términos generales, iba de las actuales calles de Bucareli a Anillo de Circunvalación y de Fray Servando a República de Perú, su población experimentaba un importante crecimiento, que fue de los 137,000 habitantes en 1803 a 160,000 en 1860, y a 345,000 en 1900. Y esta población en crecimiento demandaba satisfactores, como vías y medios de comunicación, abastecimiento de agua, drenaje, etc.

Permítaseme hacer referencia a los problemas que tenían que ver con el agua, tanto su abastecimiento como su evacuación, pues tal vez sea, junto con el desarrollo de la industria, el aspecto que más impacto causó en el entorno de la ciudad.

El abastecer de agua a la ciudad siempre ha implicado un gran esfuerzo. En un primer momento ello se logró a través de dos acueductos que llegaban a la ciudad -Chapultepec y La Mariscala-, más otro que llegaba a la villa de Guadalupe. Las aguas de los dos primeros provenían de Chapultepec, Santa Fe y el Desierto de los Leones. Desde mediados del siglo XIX se inició la destrucción de los acueductos, sustituyéndolos por tuberías de fierro. Ante la carencia del vital liquido en las partes norte y oriente de la capital, hacia 1883 se “arrendó agua del acueducto de Guadalupe”, y diez años después se compran las aguas que llegaban a la casa repartidora de Río Hondo. Así, el abasto a la ciudad aumentó de 2,103m3/h en 1857, a 3,786 en 1900.7

El resto de los poblados se abastecía mediante pozos, cuyo número creció espectacularmente al pasar de 144 en 1857 a 1,111 en 1900; pero la extracción de agua fue en descenso, pues mientras en el primer año considerado era de 866m3/h, en 1900 con un número de pozos ocho veces mayor, el incremento de agua sólo fue de 20 por ciento, lo que nos indica que ya el nivel del agua se encontraba cada vez a mayor profundidad.

Con la llegada del nuevo siglo las cosas no mejoraron. La población sigue en aumento (368 mil habitantes en 1900, 615 mil en 1921, cerca de 21 millones en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM) al inicio del siglo XXI), por lo que abastecerla de agua afecta a zonas cada vez más alejadas: los manantiales de Xochimilco, la cuenca alta del río Lerma, hasta llegar al Sistema Cutzamala, a más de 200 kilómetros de la ciudad.

Normalmente se hace referencia al desagüe sin considerar el gran número de obras complementarias que requirió, y que rompieron el equilibrio hidrológico de toda la cuenca. El lago de Texcoco era, ya para finales del siglo XIX, el depósito de aguas negras de la ciudad; entonces, la construcción del tajo de Tequixquiac se vio como la solución al peligro que implicaban las inundaciones, y como una posibilidad para mejorar las condiciones ambientales, pues el mal olor que despedían sus putrefactas aguas afectaban a la mayor parte de la ciudad. Pero a ello hay que añadir la desviación de la casi totalidad de los ríos y arroyos cercanos a la ciudad. De esa época es la aparición en nuestra geografía de los “Río Unidos”, al unir el Guadalupe con el Consulado; el río de la Piedad unió las aguas del Becerra y del Tacubaya, mientras que los arroyos de San Ángel, Guadalupe, del Muerto y Mixcoac formaron el río de Churubusco.

Todo ello trajo consigo importantes cambios ambientales. La zona forestal se contrajo, la desecación de los lagos dio lugar a un descenso en el promedio de las lluvias y aun incremento de las temperaturas, haciendo el clima más seco y extremoso. (Entre paréntesis permítanme señalar que la mayor destrucción de bosques del Distrito Federal y de la Cuenca de México se da en el siglo XIX: un estudio de 1897 señalaba que las fábricas de la entidad consumieron en un año medio millón de árboles; que los ferrocarriles empleaban como combustible cinco millones de árboles anualmente, sin considerar durmientes y postes de telégrafo; a todo ello hay que añadir la leña que se consumía a en los hogares. El resultado era que el Distrito Federal requería consumir cerca de diez millones de árboles en un año).8

El siglo XX es una situación muy distinta. La mancha urbana de la ciudad española, en 1524, ocupaba aproximadamente una superficie de 1.9 km2; en 1849 era de 9.9 km2; en 1900 de 27 km2. Para 1990, una investigación del Instituto de Geografía establece una mancha urbana para la ZMCM de 1,160 km2.9 Es decir, la problemática de la ciudad, cualesquiera que sea esta, ha rebasado el ámbito del territorio de lo que fue la ciudad de México, hasta principios del siglo XX, y que con algunas diferencias, es nuestro actual centro histórico.

El Centro Histórico de la Ciudad de México es, sin duda, parte fundamental de la ciudad. Representa cerca de 500 años de historia. Vale la pena reflexionar sobre su importancia para la cultura de nuestro país. El Centro Histórico es un área que comprende aproximadamente 668 manzanas y una superficie de 9.1 km2, menos del 1 por ciento de la ciudad. Difícil resulta tratar de establecer prioridades acerca de los problemas que lo afectan; baste señalar la grave problemática social que se vive en la zona: delincuencia, prostitución, comercio informal.10

La renovación del Centro Histórico requiere de una muy fuerte inversión, pero no sólo de capital privado, pues este primaría determinados usos de suelo, como sería el de servicios y comercio, excluyendo un uso que, en mi opinión, no debe ser dejado al margen de los programas de renovación, y es el habitacional. Pero, además, el Centro Histórico es la sede de un importante número de museos dentro de un conjunto arquitectónico monumental -baste señalar que 1,500 edificios están catalogados como monumentos históricos, es decir, el 75 por ciento de los monumentos del Distrito Federal- que no esta aislado, sino que se interrelaciona con el resto de la ciudad. La solución de los problemas, como se ha señalado por diversos autores, debe ser resultado de la coordinación de los esfuerzos de los sectores social, privado y público.

El enfoque tradicional ha tomado como eje central el rescate del patrimonio, con lo que se encubre y evade el conflicto social que subyace Existen claros ejemplos de cómo las autoridades citadinas han actuado unilateralmente, afectando tanto a la población como al acervo histórico, tales son los casos de la construcción de los ejes viales, en la década de los 80’s, que implicaron el derrumbe de edificios de la zona histórica sin haber dado a conocer los criterios que validaron tal decisión; otro caso el la actitud de propietarios de bancos, hoteles y restaurantes que destruyen el interior de los edificios históricos, dejando “intacta” la fachada del mismo, y que incluso son tomados como modelo del “rescate”.11

El dinero público se invierte en rehabilitar edificios de interés público, regenerar pavimentos e instalaciones hidráulicas, sanitarias y de alumbrado público. Estas acciones aisladas son cuestionables toda vez que alimentan la especulación inmobiliaria al revalorizar de manera discriminatoria ciertas áreas del centro sin establecer un control de los precios del suelo. Porque es necesario aclarar que la renovación urbana sólo ha dado parcialmente, cubriendo una pequeña zona que va del Zócalo a la Alameda. El resto permanece al margen, y de esta forma, de ser la sede de la aristocracia política, económica y religiosa, se transformó en un conjunto degradado que tiende en muchos sitios hacia la tugurización. Toda vez que dicha carrera por la revalorización del suelo urbano provoca la expulsión de las actividades menos rentables, como es la vivienda popular, y la práctica aspira a reconocer solamente aquellas construcciones como símbolos y no como objetos útiles aun cuando sean testimonio de nuestro pasado histórico, ha llevado a preservar, en el mejor de los casos, únicamente los edificios que han sido escenarios de personajes y hechos importantes, valorando el inmueble por encima de los habitantes.12

Uno de los problemas en el abordaje del Centro Histórico es que los estudios son todavía incipientes. Los urbanistas, por ejemplo, prefirieron abordar el estudio de la zona periférica o los nuevos fenómenos producto de la urbanización acelerada, antes que dedicar tiempo a un área que parecía estable. Además, su estudio era casi exclusivo de ciertos especialistas (arquitectos, restauradores, arqueólogos o funcionarios vinculados a cuestiones culturales).13 Sin embargo, el terremoto de 1985 desveló toda una serie de problemas específicos de esta área, al tiempo que mostraba las grandes carencias en los estudios que hasta ese momento se le habían dedicado.

Se Puede concluir que son dos los grandes problemas sociales del Centro Histórico de ciudad de México. En primer lugar, resulta preocupante la expulsión de la población de la zona central, primando la tendencia hacia la terciarización en detrimento del los usos habitacionales. El segundo es el crecimiento del comercio ambulante. Si bien es cierto que el desarrollo explosivo de esta forma de comercio se alimentó del desempleo de la zona metropolitana, es muy evidente que ha sido capitalizado tanto a nivel político como económico.14

Por todo ello, se considera que la conservación integral de este espacio implica la participación de todas las partes involucradas en los programas y proyectos al respecto. La política hacia el patrimonio debe considerar las necesidades materiales y culturales de los usuarios, buscando un balance entre los usos y una conservación integral del espacio.

Notas

1. Alzate y Ramírez, 1982, p. 221-222.

2. Ibidem, p. 223 y ss.

3. Payno, 1948, p. 11-14.

4. La administración de D. frey Antonio María de Bucareli y Ursúat. I, p. 312 y ss.

5. Humboldt, 1983, p. 119.

6. Cit. por Contreras, 1997, p. 17.

7. Orozco y Berra, 1973.

8. Contreras, 1997, p. 44.

9 “Crecimiento espacial de las principales ciudades”, carta III.3.5, Atlas Nacional de México.

10. Se han llegado a manejar cifras superiores a los 35 mil vendedores ambulantes en época navideña en el Centro Histórico

11 Patiño Tovar, 1990, p. 8.

12. Ibidem., p. 8-9.

13. Rosas Mantecón, 1990, p.15.

14. Ibidem., p. 17-19.

 

Bibliografía

Alzate y Ramírez, J. A. “Descripción topográfica de México”, 1831. Reimpreso en: S. Lombardo de Ruiz, Antología de Textos sobre la ciudad de México en el período de la Ilustración (1788-1792), México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1982, p. 187-321.

Contreras, C., “El crecimiento urbano y la transformación del paisaje natural del Distrito Federal en el siglo XIX”, Boletín del Archivo General de la Nación, México, 4ª. Serie, julio 1996-marzo 1997, p.11-57.

Humboldt, A. de, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. Estudio preliminar, revisión del texto, cotejos, notas y anexos de Juan A. Ortega y Medina, México, Editorial Porrúa, 1983.

La administración de D. frey Antonio María de Bucareli y Ursúa. Cuadragésimo sexto virrey de México, México, Publ. del Archivo General de la Nación, 1936, 2 tomos.

Orozco y Berra, M. Historia de la Ciudad de México, México, SEP-Setentas, 1973.

Patiño Tovar, E. “Puebla: Mas allá del Centro Histórico”, Ciudades, año 2, núm. 8, pp. 8-14.

Payno, M. El virrey Revillagigedo, México, Vargas Rea, 1948.

Rosas Mantecón, A. M. “Rescatar el centro. Preservar la Historia”, Ciudades, año 2, núm. 8, pp. 15-21.



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