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Scripta Vetera 
EDICIÓN  ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS 
SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
 
EL ALA DE LA MARIPOSA. POLITICA, ETICA Y ACCION INDIVIDUAL
PARA LA SUPERVIVENCIA DEL MUNDO (*)
 
Horacio Capel
 
El ala de la mariposa. Política, ética y acción individual para la supervivencia del mundo, Comité de Expertos: En el umbral del Tercer Milenio, Comisaría General de la Exposición Universal de Sevilla 1992, Madrid, Tabapres, págs. 72-79. Reproducido en Anthropos. Revista de Documentación científica y de la Cultura, Barcelona, nº 11 (Nueva edición), 1993, págs. 80-85 .
 
(*) Texto redactado en febrero de 1992 para la reunión de la Comisión de Expertos de la Expo 92 (Sevilla, septiembre de 1992)


Nos encontramos, sin duda, en un momento difícil, lleno de esperanzas y de temores. Los cambios que se vienen produciendo desde hace varias décadas y los que han tenido lugar en estos tres últimos años nos sitúan ante un futuro incierto en el que todas las alternativas parecen posibles. Y, de hecho, todas efectivamente están abiertas ante nosotros: desde la pura y simple desaparición de la Humanidad hasta un futuro de bienestar para todos los hombres. Por un lado, la amenaza de un desastre ecológico y el peligro de que nuevas enfermedades infecciosas -entre ellas el Sida- escapen al control sanitario y provoquen la desaparición de la especie humana. Por otro, la posibilidad de aplicar los asombrosos avances de la ciencia y la tecnología para conseguir un mundo de bienestar material para todos los hombres. En medio, toda una amplia gama de situaciones indefinidas con riesgos y amenazas permanentes, desigualdades crecientes, conflictos y guerras por el control de los recursos. Cual será el camino que se recorra parece escapar a la acción individual y sume en la confusión o en el nihilismo a muchas personas. Pero solo de la toma de conciencia de que la elección de esos caminos depende de nosotros y de que la acción individual y colectiva es posible dependerá el futuro de nuestro planeta y de la especie humana.

En esta coyuntura reflexiones como las que se piden a los miembros del Comité de Expertos si bien pueden parecer al principio innecesarias o redundantes son, sin duda, indispensables, pues obligan a un compromiso público y contribuyen a alimentar un debate que resulta inaplazable y conviene por todos los medios extender. Aún a riesgo de equivocarse por falta de información o de perspectiva o de repetir ideas ya conocidas es difícil eludir la responsabilidad de la participación en él.

El inventario de los peligros ha sido realizado una y otra vez y parece innecesario volver sobre ellos. Aunque existen, seguramente, matices importantes en la jerarquización de los mismos y en la identificación de las interrelaciones.

El aumento del número de habitantes y de la actividad humana sobre la Tierra parece ser para muchos la clave de gran parte de los problemas actuales. Dicho crecimiento sería responsable de las mayores amenazas para el futuro de la Humanidad: la insuficiencia de recursos alimenticios, la pérdida de la biodiversidad, la extensión de la contaminación a todo el planeta, el efecto invernadero. La revolución verde parece haber alejado el primero de los peligros, pero tiene tambien sus limitaciones ya que implica un elevado coste de enrgía , ante todo en petróleo para producir abonos químicos, y aumenta por consiguiente el efecto invernadero. En todo caso, los otros riesgos permanecen y amenazan con incrementarse: el desarrollo indispensable de los países menos industrializados supondrá una presión todavía mayor sobre el ecosistema terrestre.

I

En general, los análisis existentes sobre estas amenazas las consideran como efectos inducidos por el crecimiento de la población y el incremento en la explotación de los recursos. De ahí que las soluciones propuestas conduzcan con frecuencia a sugerir limitaciones de uno y otro. La polémica sobre las políticas demográficas y sobre los límites del crecimiento muestran, sin embargo, todas las limitaciones y los riesgos que dichas propuestas implican.

Ante todo, el control y la limitación del crecimiento poblacional. Las conferencias mundiales sobre la población han sido escenarios de los irreductibles enfrentamientos respecto a este tema. La alarma ante el vertiginoso crecimiento de la población mundial expresada en la Conferencia de Bucarest (1974) dejó paso en la de México (1984) a un cierto optimismo sobre la eficacia de algunas políticas de contención, pero, al mismo tiempo, también a la constatación de que ni aún con dicho éxito disminuían los problemas económicos y sociales. Por otra parte, las conferencias, como reunión de representaciones gubernamentales de países independientes, no podían hacer otra cosa que reconocer que cada país es soberano para fijar sus políticas demográficas y constatar las profundas diferencias existentes entre los gobiernos: mientras unos proclamaban la necesidad y la voluntad de adoptar medidas para limitar el crecimiento, otros -los países mas desarrollados- mostraban, por el contrario, su deseo de incrementar la población nacional ante la situación de decrecimiento y envejecimiento demográfico.

Ante ese panorama las conclusiones habían de convertirse necesariamente en simples recomendaciones generales constatando: que el problema demográfico es grave a escala mundial, que unos países desean incrementar su población y otros reducirla, que deben respetarse los derechos de la pareja para fijar libremente el número de hijos y que debería apoyarse la organización de sistemas de planeamiento familiar para aconsejar a aquellos que lo desearan. De todas formas,estas dos últimas recomendaciones encontraron, como es sabido, la oposición de varios gobiernos por razones muy diferentes, unos por estar comprometidos en campañas vigorosas de control demográfico, otros por razones éticas o religiosas.

La diversidad de situaciones no elimina el hecho de que los países mas poblados de la Tierra son los que poseen los índices de crecimiento mas elevado, superior a un 2% e incluso a un 3 % de crecimiento anual, y a la vez, con frecuencia, los que tienen mayores problemas económicos y mayores dificultades para alimentar y educar a su creciente población. Ni tampoco quita dramatismo a las cifras globales y a las previsiones. Los cálculos mas pesimistas, como los de la ecuación de von Foerster, en su célebre artículo de 1960, prevén situaciones dramáticas para una fecha tan cercana como el 2026 y parecen incluso que están siendo superadas por la evolución real. Las comparaciones con lo que ocurre en poblaciones animales -comparaciones frecuentes entre científicos de talante positivista- permiten prever ajustes dramáticos en relación con los recursos disponibles, probablemente a través de conflictos bélicos o por el efecto de pandemias favorecidas por la falta de alimentos.

En el debate sobre los problemas demográficos se observan claramente las desviaciones que existen entre la percepción de los problemas a diferentes escalas, y especialmente el contraste entre la escala general y la individual. Para los que perciben el crecimiento de la población a escala mundial y manejan previsiones de 18.000 o 20.000 millones de habitantes dentro de medio siglo, y para los que se enfrentan a la enorme tarea de dar comida educación y trabajo a esa población los problemas y las amenazas son inmensos. Pero para la familia campesina tradicional seguramente la mejor estrategia es tener un elevado número de hijos. Solo así puede enfrentarse con éxito a una situación en la que coexisten un conjunto de hechos como los siguientes: una reducida esperanza de vida; una elevada mortalidad infantil; un bajo coste de formación de los hijos; y una colaboración de éstos en la explotación familiar, además de una carencia de seguridad para la vejez. Frente a las poblaciones animales, que unas veces optan por la estrategia de la r y otras por la de la k, la especie humana habría aprendido a optar por una u otra según las circunstancias y no es seguro que la primera sea tan irracional como parecen pensar algunos expertos, aunque sus consecuencias sea, desde luego dramáticas. Dramáticas porque surgirán, sin duda, mecanismos de regulación y control, pero estos, en las condiciones actuales, pueden ser catastróficos para la especie humana y para el planeta, ya que implican hambres, epidemias, guerras y conflictos de dimensión crítica por el poder de las armas actuales.

El debate sobre el crecimiento demográfico es indisociable del que se refiere al crecimiento en la explotación de los recursos. Desde la Revolución industrial hemos asistido a un aumento de la riqueza como nunca en el pasado. Y en los últimos decenios esa tendencia se ha incrementado prodigiosamente. Hoy es posible producir casi cualquier cosa en cantidades suficientes para la población mundial -con el correspondiente coste energético. Casi no hay límites a la creación de riqueza. Eso ha sido posible por el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Los avances en el campo de la ingeniería genética, la electrónica, la informática, la robotización los nuevos materiales y tantos otros nos hacen asombrarnos de la capacidad creadora del hombre. Pero este crecimiento en el uso de los recursos tiene sus costes y sus riesgos, como han mostrado diversos debates.

La toma de conciencia de que un crecimiento ilimitado es imposible en un planeta de extensión limitada supuso una llamada de atención en los optimistas sesenta, cuando precisamente dicho crecimiento no parecía tener límites; y el debate adquirió nueva fuerza con la crisis económica posterior. El éxito de la metáfora de Boulding ("la Tierra un navío espacial") y los trabajos que le siguieron hizo tomar conciencia de ello y fueron muchos los que pasaron a proponer situaciones de equilibrio o crecimiento cero. Las cuales supondrían un panorama aceptable para las poblaciones de los países ya desarrollados pero condenarían a la miseria a las de los países mas pobres, es decir a la inmensa mayoría de la Tierra.

Desde la Revolución Científica del siglo XVII el dominio del hombre sobre la naturaleza no ha cesado de crecer y profundizarse, en un proceso de base científica pero que venía firmemente avalado por la concepción cristiana del hombre como rey de la Creación. Pero las dos guerras mundiales, en la que se mostró lo que era capaz de producir la potencia militar creada por el hombre, así como el posterior riesgo nuclear y las amenazas al ecosistema terrestre cuestionaron gravemente estas creencias. Quizás se haya producido con ello uno de los cambios mas trascendentales de la historia del pensamiento occidental.

El debate sobre estos temas y sobre los problemas demográficos y económicos alimentó bien pronto tomas de posición mas generales y se extendió a una crítica del desarrollo tecnológico y de la racionalidad científica, contribuyendo también a cuestionar la idea de progreso. Ante los graves peligros suscitados en el campo de la ingeniería genética, de la industria química o del armamento, y otros, se llamó la atención sobre la necesidad de controlar el desarrollo de la ciencia y de apelar a la responsabilidad moral de los científicos para limitar la investigación en esos campos cuyo crecimiento genera tantas amenazas.

Los movimientos ecologistas en los países industrializados cuestionaron el tipo de desarrollo económico realizado, y propugnaron un mayor respeto a la naturaleza, a la vez que se convertían en aglutinadores de un vasto movimiento de descontento social frente a los costes del desarrollo económico.

Los cambios en la coyuntura económica a partir de 1973 contribuyeron asimismo a poner en cuestión la idea de un desarrollo indefinido,a la vez que la constatación de la existencia de un desarrollo desigual y el mantenimiento de la situación de atraso en amplias áreas de la Tierra hizo necesario también matizar la misma noción de desarrollo a escala mundial.

II

El problema principal no es hoy la producción sino la distribución de la riqueza, lo que tiene relación, a su vez, con la capacidad de adquirir los artículos producidos.Llegamos aquí a una de las cuestiones fundamentales, la que se refiere a la desigualdad social y al reparto de la riqueza.

Las desigualdades existen, en primer lugar, dentro de los países desarrollados, donde las diferencias sociales siguen siendo marcadas. Sin duda hay un nivel de bienestar generalizado y seguramente se ha producido una recomposición de las clases sociales, situando hoy la cesura fundamental en la división entre trabajadores cualificados y no cualificados. Los efectos sociales de las crisis económicas y de los procesos de desindustrialización y reconversión industrial han podido ser mitigados gracias a la ayuda estatal. Pero eso no elimina la existencia de una importante cifra de población en precario, con bajos niveles de renta y limitadas expectativas sociales. El que casi una cuarta parte de la población de Estados Unidos disponga de un cinco por ciento de la renta nacional es, sin duda, un dato significativo, y conviene no olvidar que prácticamente todos los países desarrollados contienen un amplio abanico de poblaciones pobres, que van desde los indigentes totales a los pensionistas y desempleados, mas una cifra indeterminada de inmigrantes extranjeros en situaciones legales diversas y en ocasiones no registrados. A pesar de que la pobreza y la marginación en estos países tiende a ser considerada como coyuntural y episódica, su mantenimiento durante decenios muestra que es mas bien estructural y permanente.

Pero las desigualdades y los desequilibrios sociales son graves, sobre todo, a escala mundial y se mantienen a pesar de las políticas de desarrollo puestas a punto por parte de los países mas ricos y por los organismos internacionales. Los debates sobre el desarrollo y el subdesarrollo tienen ya una venerable vejez de casi medio siglo pero la situación no parece haberse modificado sustancialmente. Antes al contrario, las diferencias entre unos y otros países parecen aumentar, pese al uso del eufemismo "países en vías de desarrollo".

Para constatarlo bastará con reproducir unos párrafos de la declaración aprobada solemnemente el 1 de mayo de 1990 por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su período extraordinario de sesiones dedicado a la cooperación económica internacional y el desarrollo:

"En el decenio de 1980 fue desigual el progreso de los países desarrollados y de los países en desarrollo. El decenio se caracterizó por el aumento de las diferencias entre los dos grupos de países, por un crecimiento relativamente lento y por grandes desequilibrios mundiales (...) Los países en desarrollo tropezaron con grandes dificultades en sus intentos de adaptarse a los cambios estructurales, de beneficiarse del crecimiento económico y de promover el bienestar de sus ciudadanos". En definitiva, "para muchos países en desarrollo el decenio de 1980 fue un decenio perdido en lo que a desarrollo se refiere. En Africa y América Latina empeoraron las condiciones de vida y se deterioró la infraestructura económica y social, lo que redujo la estabilidad y las perspectivas de crecimiento económico" (ONU: Estudio económico Mundial 1990 ).

Conviene recordar que según ese estudio los países en desarrollo reúnen 3992 millones de personas, el 76'7 por ciento de la población mundial, con rentas per cápita medias de 85O dólares (y en su mayor parte en torno a los 6OO), mientras que los desarrollados de economía de mercado suponen 807 millones, el 15'5 %, con rentas de 12.500 dólares; en medio los países de Europa oriental y la URSS con 402 millones de personas y una situación social y económica que se deteriora rápidamente. La información estadística sobre la pobreza reunida recientemente por el Banco Muncial da una clara idea de la magnitud de los problemas a escala planetaria (Banco Mundial: Informe sobre el Desarrollo Mundial 1990. La Pobreza,1990). Sin necesidad de recorrer todos los indicadores reunidos en dicha publicación, bastará con un solo dato para mostrar la gravedad de la situación: a pesar de que en la publicación se afirma que entre 1865 y 1985 el consumo per cápita del mundo en desarrollo aumentó casi en un 70 por ciento, todavía en 1985 1.000 millones de personas estaban viviendo en situaciones de pobreza, con ingresos inferiores a 370 dólares. Desde entonces la situación se ha agravado y las optimistas previsiones del Banco sobre la evolución de los acontecimientos (op. cit. págs. 17 y ss.) no parecen confirmarse: ni los paises en desarrollo alcanzan el crecimiento del 5 % anual, ni mejoran sensiblemente sus políticas internas, ni se han eliminado las perturbaciones de los años 80, ni los tipos de interés reales parecen descender "a entre 3 y 4 % a lo largo del decenio (de los 90) frente al nivel de casi 5,5 %en que se mantuvieron como promedio en los años ochenta".

Para el decenio de 1990 la ONU considera que "será esencial detener el creciente proceso de marginalización de los países menos adelantados y promover su crecimiento y desarrollo a través de amplias medidas de apoyo en el plano internacional". Para resolver los problemas consideran que "se necesitará un gran volumen de recursos en condiciones favorables para que los países en desarrollo, sobre todo los menos adelantados, puedan hacer frente a los desafíos del decenio de 1990". De dónde han de salir esos recursos en la actual situación de recesión económica y con el gravísimo déficit de la gran superpotencia es algo que no se señala en el informe, y nos inclina al escepticismo. Realmente las tendencias existentes no pueden ser mas desalentadoras: entre 1980 y 1990,en el grupo de los países en desarrollo los ingresos reales per cápita descendieron en unos 60 países y aumentaron menos del 10 por ciento en otros 10; solo 15 países de dicho grupo conocieron crecimientos superiores al 10 por ciento.

Pero además, como es sabido, el crecimiento de la población es precisamente el mas elevado en esos países. La natalidad alcanza a veces cifras superiores a 40 e incluso a 50 por mil y es en prácticamente todos los casos de mas de 30. Las cifras de mortalidad aunque siguen siendo altas, se han reducido drásticamente como resultado de la aplicación masiva de medios relativamente baratos de lucha contra las enfermedades infecciosas; son en ocasiones cercanas a las de los países desarrollados y solo en dos o tres paises superiores al 20por mil. Ello da lugar a veces a cifras de crecimiento natural de mas de 3% (Asia occidental 3,3 Africa 3,1), lo que supone que la población se dobla cada 24 años.

En estas circunstancias de pobreza actual y población creciente, el estallido de la violencia es previsible; a no ser que, debido a esa misma pobreza, las condiciones sanitarias empeoren tanto que conduzcan a una difusión de enfermedades infecciosas, dando lugar a pandemias que provoquen una drástica disminución de la población. Tal vez ese imperialismo ecológico que tanto favoreció en el pasado el dominio del mundo por los europeos -como muestra el espléndido libro del historiador Alfred W. Crosby- seguirá siendo en el futuro un aliado de las naciones desarrolladas para asegurar también hoy dicha dominación.

Si eso no ocurre, la violencia es segura. Resulta ilusorio pensar que el potencial militar acumulado en los países ricos bastará para contener la situación explosiva dentro de ciertos límites, como la reciente historia pone de manifiesto; los países pobres pueden acceder a dichas armas en el mercado mundial e incluso fabricarlas por si mismos, con ayuda de científicos cualificados en busca de empleo. Y la difusión de movimientos de desesperación, entre ellos los fundamentalismos religiosos,supondrán estímulos adiccionales.

Las migraciones internacionales que permitieron a Europa limitar los efectos de la transición demográfica exportando población han perdido su carácter masivo. Por ello el crecimiento natural de la población ha de ser absorbido por los mismos países en desarrollo.

Hace algunos años el economista S. Chandrasekhar en una obra de título muy expresivo y de gran impacto (Pueblos hambrientos y tierras despobladas, 1957) llamó la atención sobre la existencia de fuertes densidades e incrementos de población en áreas cercanas a regiones poco pobladas y señalaba la paradoja de que "a medida que el mundo se hace mas interdependiente se elevan cada vez mas y se hacen mas fuertes las barreras entre los países"; abogaba por estimular migraciones internacionales desde Asia y América Latina hacia Australia, América del Norte y Europa, como mecanismo para evitar una tercera guerra mundial", y concluía: "el mundo no solo puede elegir entre cañones y mantequilla -escribía- sino también entre medios hombres y hombres enteros".

Desde esa fecha las Naciones Unidas, y en particular los planes de Acción Mundial sobre la Población han recomendado reiteradamente la adopción de medidas para facilitar los movimientos migratorios internacionales. A pesar de ello, la situación no ha mejorado y los países industrializados levantan barreras cada vez mas poderosas contra la inmigración procedente del exterior: el acuerdo de Schengen no es mas que una etapa en esa dirección y se prevé ya que la OTAN incorpore como una de sus misiones la vigilancia del Mediterráneo para impedir la llegada a las costas europeas de dicho mar de la población desesperada de los cuatro países del norte de Africa; unos países que, en conjunto reúnen ya mas de 150 millones de habitantes y que con tasas de crecimiento entre 2,5 y 4,1 por ciento anuales aumentarán otros 75 millones para dentro de 30 años. Fronteras jurídicas y poderosos mapas mentales separan territorios vecinos situados a pocos kilómetros de distancia.

El problema radica en que con el desarrollo tecnológico la población de los países subdesarrollados ya no resulta indispensable como mano de obra, y puede ser cada vez mas sustituida por procesos automáticos y por robots en los países avanzados. Mas aún, teniendo en cuenta la capacidad de producción industrial de estos países, la mano de obra de los subdesarrollados solo sirve como población consumidora. Pero para ello necesita un desarrollo económico y, desgraciadamente, éste difícilmente puede basarse en la industria.

La gran tragedia es que tampoco dentro de los países en desarrollo existen lugares hacia los que dirigir esa población creciente. Las grandes metrópolis que han sido tradicionalmente el área de absorción de las poblaciones campesinas "excedentes", conocen graves problemas y encuentran grandes dificultades para desempeñar hoy ese papel. Según la ONU, durante la década de 1980 muchos países en desarrollo y, especialmente los de América Latina y Africa, han conocido un grave descenso en los salarios e ingresos urbanos. En algunos países subdesarrollados las cifras de población urbana alcanzan ya valores de 70 %, y la tendencia es a un fuerte aumento, en especial en las áreas metropolitanas. Para el año 2000 se calcula que habrá 24 áreas metropolitanas de mas de 10 millones de habitantes, y algunas con cifras de 20 millones, situadas en su mayor parte en países en desarrollo. Los que llegan a esas áreas constituyen una población que deja de trabajar en la agricultura y que debe ser alojada, alimentada y educada en las ciudades, contribuyendo a agravar los problemas ya existentes en ellas. La obsesión por la seguridad que surge entre los ciudadanos de clases medias y altas contra esos inmigrantes pobres conduce en ocasiones a la violencia, que se deja sentir duramente en algunas metrópolis en forma de racismo, marginación e incluso matanzas de los marginales. Masas sin destino que ascienden a centenares de millones de personas se agrupan en el corazón y en los suburbios de esas ciudades y pueden ser agitadas por estallidos de violencia generando conflictos de resultados imprevisibles.

III

Las causas de las desigualdades están profundamente enraizadas en las estructuras económicas y políticas, además, tal vez, de las sociales y culturales.

El capitalismo aparece hoy como un sistema sumamente prestigioso. Parecería que con el hundimiento de los países socialistas el capitalismo y el libre mercado constituyen ya el único modelo posible de organización económica y social. A ellos se asocia frecuentemente en la pluma de algunos voceros del sistema la idea de que al vencer al comunismo ha triunfado definitivamente la libertad y la democracia en el mundo. Mas allá ya no habría evolución ideológica y política posible, de donde podría pasar a defenderse -y en ese sentido se ha defendido- que la historia ha terminado

Las críticas que tradicionalmente se habían hecho al sistema capitalista y al imperialismo parecen olvidadas. La única realidad que hoy parece existir es el libre mercado y la confianza en que éste acabará arreglando todos los problemas.

A todo ello va unido una magnificación de la propiedad privada en todos los niveles. Parece que la consigna actual es la de que todo ha de ser privado: la agricultura, la industria, los servicios, las redes de distribución, la asistencia sanitaria, la producción de fármacos, la seguridad, las prisiones. La biotecnología, que podría contribuir decisivamente a resolver los graves problemas alimenticios de los países pobres, está también privadamente producida y gestionada y exige capitales que escapan a las posibilidades de los campesinos. Naturalmente empresas y laboratorios privados patentan las nuevas especies que se crean por ingeniería genética. Y en ese contexto no ha de extrañar que, por si faltaba algo, las prensa nos informe de que una institución norteamericana estima que la mejor forma de gestión de la fauna salvaje es precisamente la privada y defienda, por tanto, la privatización de ballenas, focas y elefantes.

Pero puede suponerse que no pasará mucho tiempo sin que superada la euforia liberal se desplieguen otra vez las críticas y se destaquen nuevamente los efectos nefastos de mecanismos económicos, que sin duda han asegurado la riqueza y el bienestar de una parte de la población, pero también la pobreza y la miseria de la mayoría. No podemos entender las situaciones de atraso que se dan hoy en muchos países del mundo sin la acción depredadora y sojuzgadora del capitalismo y el imperialismo.

Convendría no olvidar hasta qué punto el capitalismo es la base de profundas desigualdades sociales.Sigue siendo cierto que una minoría controla los medios de producción y puede tomar decisiones y una mayoría carece de dicho poder. Que la mano invisible del mercado parece incapaz de asegurar el bienestar a escala mundial.Que la producción se realiza no para satisfacer necesidades sociales sino para obtener beneficios económicos y que muchas necesidades sociales no son cubiertas porque no existe demanda o porque esta no es solvente.

Cuando la demanda existe y va acompañada del poder adquisitivo, la producción puede expandirse sin límites, sometida a los dictados de la moda o de la publicidad, aunque ello suponga el despilfarro mas atroz, el gasto energético y la contaminación.

En los países desarrollados se vive en un mundo de consumo ilimitado, aparentemente al alcance de todos. Pero esa apariencia es falsa; en realidad está limitado por la existencia de amplias capas de población sin acceso a él. Libertad parece significar a veces no mucho mas que libertad para elegir en un mercado inaccesible.

Del contraste entre ese estímulo permanente hacia el mercado -que encuentra su mas patética expresión en esos lujosos centros comerciales que florecen en las grandes metrópolis iberoamericanas a pocos centenares , y a veces decenas, de metros de barrios marginales con población viviendo en el límite de la miseria- y la incapacidad de amplias capas de la población de los países desarrollados para alcanzar los productos que la publicidad les presenta insistentemente surgen graves problemas sociales como la delincuencia o la droga, y emerge un fuerte potencial de conflicto. Los violentos estallidos que en esas ciudades se han producido - recuérdense los de Buenos Aires y Caracas, por ejemplo-, y los que una posible recesión económica podría producir en Europa constituyen una amenaza permanente a la estabilidad de sistemas sociales que tras su aparente solidez no dejan de ser muy frágiles. La difusión de una cultura de la violencia a través de la televisión y otros medios de comunicación no hace sino aumentar dicho riesgo.

Conviene recordar otra vez mas que el mercado tiene que ver con el dinero y el beneficio, no con la satisfacción de necesidades. Por ello, graves problemas del mundo actual parece que no pueden ser resueltos por la simple actuación del mercado. Entre ellos debemos citar por su trascendencia el de la alimentación. El mercado asigna tierras a cultivos que son rentables por su demanda, y principalmente por su demanda en los países industrializados,pero que no son necesariamente los mas adecuados para resolver problemas de alimentación a una población de bajas rentas. Al mismo tiempo, la necesidad de mantener rentables los precios agrícolas de los países desarrollados conduce a que los excedentes agrarios de éstos no puedan utilizarse - a no ser excepcionalmente y por tiempo limitado- para alimentar a la población de los países pobres y que eventualmente hayan podido servir para hundir los mercados de esos países, desorganizando los sistemas de cultivos tradicionales. Y hoy sabemos que la destrucción de dichos sistemas tradicionales por la introducción del capitalismo altera profundamente las formas de adaptación al medio natural y contribuye de manera intensa a la deterioración ambiental.

En algunas áreas la situación es especialmente difícil. Según un informe de la ONU, en Africa los agricultores que realizan cultivos de subsistencia se ven obligados a recurrir a prácticas agrícolas que aumentan el grave problema de la desertización, lo cual aumenta la pobreza; y para los que realizan cultivos comerciales las fluctuaciones en los precios y en la comercialización hace poco rentables las explotaciones, lo que resulta agravado también por la deterioración de las condiciones de intercambio, todo lo cual "aumenta las posibilidades de hambre generalizada". Para acabar de redondear la situación se señala que en algunos casos las políticas oficiales han agravado el problema" (ONU, op. cit., págs. 51-52)

El resultado de todo ello es que a pesar de los avances revolucionarios de la biotecnología y las transformaciones en los mercados de productos agrícolas, la población subalimentada asciende a centenares de millones de personas. Según el Banco Mundial 540 millones de personas no ingieren los alimentos necesarios y mas de 1000 millones, es decir una quinta parte de la Humanidad, están en situación de pobreza tal que no pueden tener una nutrición suficiente. La geografía del hambre sigue siendo tan extensa como en los tiempos en que se escribió el trabajo pionero de Josué de Castro.Es posible, incluso que empeore. En efecto, en la mayor parte de los países en desarrollo la producción de alimentos per cápita ha disminuido durante el quinquenio 1986-1989: eso ha ocurrido en 35 de los 46 países africanos, en 17 de los 25 países de América Latina y en 19 de 27 países asiáticos (ONU: op. cit., págs.361-363)

En ese contexto, ¨qué valor dar a las demandas de calidad de vida?.Calidad de vida significa cosas muy distintas para los habitantes de los países desarrollados y subdesarrollados.Para los primeros calidad de vida significa ocio seguridad social, animales domésticos, asistencia sanitaria y psiquiátrica, comodidades materiales. Para los de los países menos desarrollados significa con frecuencia simplemente la posibilidad de alimentarse, de tener condiciones sanitarias mínimas y, en el mejor de los casos, acceso a la educación. En esos países el subdesarrollo probablemente aumenta con el aumento de las necesidades y éstas crecen con las expectativas de consumo y con la urbanización, que difunde pautas occidentales de consumo, con demanda de nuevos productos e, incluso, de alimentos ajenos a las tradiciones culturales propias.

IV

Concluyendo, necesitamos con urgencia abordar los dos graves problemas que tiene planteados la Humanidad hoy: la desigual distribución de la riqueza y la degradación ambiental. Los dos han sido generados por las formas de desarrollo económico y social seguidos en los últimos siglos y que han conducido al enriquecimiento de una parte de la Humanidad y al empobrecimiento de otra mucho mas extensa.

La industrialización y el desarrollo económico han generado gravísimos problemas en el ecosistema terrestre. Aunque conviene recordar que no es la técnica la que produce los efectos perversos. La tecnología es neutra, y puede ser usada de una u otra forma.
Son los modelos de desarrollo económico que se han seguido los que conducen a la alteración de la naturaleza en beneficio de los países ricos y en perjuicio de todos.

Es posible que en algunos aspectos sea ya demasiado tarde. Las noticias mas recientes sobre la extensión del agujero de ozono y el efecto invernadero hacen temer que se ha llegado aun punto de no retorno. El informe del programa ambiental de las Naciones Unidas (UNEP) que acaba de hacerse público en Nairobi considera que a pesar de todas las medidas adoptadas, la deterioración continúa y el medio ambiente está hoy peor que hace veinte años. Y los trabajos preparatorios de la Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente de Río de Janeiro confirman la gravedad de la situación.
 

La cuestión básica es la de qué podemos hacer en estas circunstancias. El futuro está abierto y depende de nosotros. Debemos esperar de la inteligencia del hombre que sea capaz de reaccionar a tiempo.

Desde luego, será difícil resolver los problemas del mundo contemporáneo simplemente a base de prédicas sobre la necesidad de solidaridad. Hace falta algo mas: ante todo, una voluntad decidida para introducir cambios radicales en las condiciones económicas y políticas existentes.

Desgraciadamente se ha producido el hundimiento de las esperanzas en cambios profundos y revolucionarios. Se ha perdido el sentido de la utopía. Pero necesitamos esa esperanza y necesitamos utopías. Hemos de imaginar alternativas igualitarias en las que las diferencias sociales no sean ineluctables, en las que los valores dominantes no sean la competencia y la insolidaridad, la riqueza, la ostentación, la moda En las que a partir de las posibilidades abiertas por la ciencia y la tecnología se presenten modelos de sociedades que comparten valores de solidaridad y colaboración, en las que los hombres puedan tener asegurada la satisfacción de sus necesidades básicas en alimentación, vivienda, educación, ocio, utilizando para ello la mejor distribución de los recursos disponibles, y en especial, desarrollando a través de la educación y la cultura todas las potencialidades que el hombre posee, en las que no existan hombres y medio hombres, individuos con acceso a la educación y al bienestar matrial y otros condenados a la miseria y a una vida casi vegetativa. Debemos afirmar la paz perpetua, la libertaed, la felicidad, la justicia, la igualdad y tantas aspiraciones utópicas de la Ilustración y del siglo XIX son posibles en la Tierra.

Hemos de ser conscientes de que la falta de ideales y de utopías sociales deja abierto el camino a las utopías religiosas fundamentalistas. El sectarismo y el fanatismo que frecuentemente poseen los creyentes religiosos anuncia tiempos calamitosos para el futuro. La religión contesta a preguntas que la ciencia no puede responder. Pero en su nombre se han cometido tantas injusticias que deberíamos hacer todo lo posible para limitarla a la esfera puramente personal y privada.

Hace falta, sobre todo, una ética social laica, independiente de fundamentalismos religiosos de todo tipo y que contribuya a luchar contra las aspiraciones a un hedonismo ilimitado y ponga énfasis en los valores de solidaridad, cooperación y responsabilidad.

Esa ética social ha de tener, además de otras dimensiones, una dimensión explícita de ética ambiental. En ese sentido, ante todo, deberíamos rechazar las amonestaciones acerca de la deterioración medioambiental si no va acompañada de un compromiso firme en esa dirección, lo que supone una opción decisiva hacia la limitación de nuestros niveles de vida. Concretamente, los habitantes de los países desarrollados no tenemos derecho a decir nada sobre ese problema mientras sigamos despilfarrando agua, alimentos, fármacos, papel de periódico, envoltorios, plásticos, refrigeración; mientras sigamos gastando sumas ingentes en alimentar y cuidar animales domésticos, dilapidando alegremente la energía, o mientras mantengamos la desenfrenada pasión por consumir y cambiar constantemente. Hemos de apostar por una política conservacionista global y rechazar las otras que hipócritamente convierten los parques naturales en reservas para los ricos impidiendo su uso por los campesinos de la región. Hay que convertir las declaraciones abstractas de solidaridad en algo concreto en la vida diaria de nuestras ciudades, luchando contra la pobreza y la marginación, contra el racismo y contra todas las formas de intolerancia

Para aquellos a quienes las razones éticas no les conmueven, debería bastarles el argumento prágmático de que el mundo no tiene futuro si no cambiamos radicalmente y si no estamos dispuestos a renunciar a una parte de nuestros privilegios y de nuestro bienestar.

En todo caso, la necesidad de acción es urgente, y no podemos tener vacilaciones respecto a la eficacia de la acción individual. Al igual que el ala de la mariposa batiendo en Australia puede desencadenar finalmente un cataclismo en California -según se ha dicho en una bella imagen relacionada con la teoría del caos- tambien la acción de un individuo, por insignificante que parezca puede tal vez ayudar a superar el umbral crítico que desencadene el movimiento decisivo para la salvación de la Tierra.



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