Coloquio sobre "El desarrollo urbano de Montréal y Barcelona en la época contemporánea: estudio comparativo". Universidad de Barcelona, 5-7 de mayo de 1997. |
(Documento de trabajo que no puede ser difundido o publicado sin autorización
de la autora)
LA ARTICULACION DE LAS REDES DE GAS DESDE BARCELONA. Empresas privadas,
gestión municipal y consumidores.
En esta comunicación me propongo señalar, en primer lugar,
algunos rasgos que comparten las infraestructuras que se extienden en el
territorio urbano por medio de redes. En segundo lugar, explicaré
brevemente el desarrollo de la red de gas de Barcelona y, por último,
expondré los primeros resultados del análisis que he efectuado
sobre el desarrollo de otras redes gasistas en diversas ciudades del hinterland
de la ciudad de Barcelona para mostrar que el comportamiento de las redes
urbanas es generalizable(1).
El marco general
Las redes urbanas, entre ellas las de servicios públicos, constituyen
estructuras técnicas de carácter unitario y con tendencia
al crecimiento ilimitado(2). Son algo más
que conducciones y cables. Son "un sistema complejo y tecnológicamente
cambiante que proporciona una base crucial para los procesos de producción
y consumo"(3). Todo el desarrollo de
este sistema se relaciona con la expansión y la regulación
de la sociedad. Su carácter unitario les proporciona hoy una considerable
capacidad de interconexión, la cual supone para los usuarios la
posibilidad de vincularse desde múltiples lugares alejados entre
sí(4). Su tendencia a la expansión
constante otorga a las redes la capacidad de articular el territorio, ya
que todas las redes técnicas mantienen una lógica espacial
propia(5).
En el caso de las redes de gas, su tendencia al crecimiento ilimitado les
aporta la facultad de absorber otras redes menores -por volumen económico
o por grado de articulación- que encuentran en su expansión.
Es decir, que a una situación inicial de multiplicidad de redes,
cada una de ellas independiente, suceden otras dos. Una de absorción
-que efectuarán las empresas con mayor grado de capacidad de decisión
económica- y otra de unificación, que realizará la
de mayor tamaño de todas ellas. Esas dos etapas se producen, en
general, a escala provincial en primera instancia y a escala estatal más
tarde.
Para que esa evolución sea posible son necesarias dos condiciones
de carácter económico: un volumen suficiente y creciente
de capitales para las sucesivas ampliaciones de la red y de la producción
de gas y un volumen de demanda también creciente que se encuentra
vinculado principalmente al grado de desarrollo del tejido industrial.
Ambas condiciones están relacionadas con la tendencia de la red
a la expansión constante, lo cual se encuentra en la base de las
actuaciones de las empresas gasistas, que precisan para su supervivencia
de la ampliación constante de la producción y del consumo.
Sin posibilidades de expansión, el final de todas las empresas españolas
a cuya documentación hemos tenido acceso fue el estancamiento de
la producción primero y la desaparición de la empresa poco
después(6).
Las primeras infraestructuras urbanas se implantaron en el territorio urbano
en régimen de monopolio. Esto supuso no sólo la ausencia
de empresas competidoras sino que creó una situación de inercia,
ya que una vez instalada una red en el territorio urbano, era difícil
la instalación de otra que hubiese venido a doblar infraestructuras
con la consiguiente inversión económica. Esa situación
benefició al principio tanto a las autoridades municipales como
al capital privado(7).
Las autoridades municipales -y a través de su gestión, las
ciudades- se beneficiaron porque la iniciativa privada hizo posible la
instalación en la ciudad de un tipo complejo y costoso de infraestructuras
que de otra forma no hubiesen podido adoptar. En el caso de las redes de
gas, esa acción suponía la posibilidad de incorporar al espacio
urbano el alumbrado público de manera homogénea y con él,
la oportunidad de que la ciudad adquiriese mayores cuotas de seguridad
y de prestigio.
Las empresas gasistas obtuvieron dos beneficios inmediatos de su situación
de monopolio: alcanzar elevadas tasas de ganancia y encontrarse en situación
privilegiada para intervenir en el desarrollo de la red, con lo que la
homogeneidad prevista por las autoridades municipales sería muy
pronto sustituída por un marcado carácter selectivo en función
de las zonas urbanas con mayores posibilidades de conexión(8).
En sus inicios, la implantación de las infraestructuras urbanas,
como la del gas, se ciñó a la legislación ya existente,
elaborada bajo otros supuestos. No había precedentes legales a los
que se pudiesen adecuar las diferentes facetas de un proceso de producción,
distribución y consumo desconocido hasta el momento. Desde el punto
de vista legal, la industria del gas fue, durante mucho tiempo, un negocio
privado que satisfacía las demandas de numerosos clientes, entre
ellos, los ayuntamientos.
El marco inicial en el que se insertaron las nuevas relaciones creadas
por la implantación de la industria del gas en la ciudad estuvo
constituído por los principios mercantilistas, fundamentados en
la utilización del privilegio, mecanismo que permitió sin
duda que algunos capitales asumiesen riesgos que de otra forma no se hubiesen
atrevido a abordar. Mediante el privilegio, el Estado -o, en su nombre,
las autoridades municipales- encomendaba en exclusiva a un particular la
puesta en marcha de algún tipo de industria costosa o de carácter
novedoso. Más tarde, el mecanismo del privilegio sería sustituído
por la concesión, que en la práctica tendría efectos
semejantes.
En ambos casos, la condición primordial para los capitales privados
era la posibilidad de contar con largos períodos de exclusividad
para amortizar la inversión. En una situación de alto riesgo
económico, como el de la industria del gas, el monopolio era la
condición necesaria para invertir con un cierto grado de seguridad(9).
La legislación se fue elaborando a medida que se manifestaron diferentes
situaciones de conflicto de difícil resolución legal entre
los distintos agentes que intervinieron en el proceso. Concretamente en
España, la legislación sobre el gas tuvo que esperar hasta
el Estatuto Municipal de 1924, y entretanto, los diferentes conflictos
se fueron regulando por numerosas Reales Ordenes, de carácter puntual.
Precisamente por una Real Orden el monopolio sería oficialmente
abolido en 1877, como consecuencia de los cambios ideológicos que
dieron paso a presupuestos políticos de carácter liberal.
En la instalación del gas de Barcelona intervinieron tres tipos
de agentes sociales con diferentes intereses sobre el desarrollo de la
red y con diferente grado de capacidad de decisión: los empresarios
gasistas, que tuvieron en común un marcado espíritu empresarial
capaz de asumir riesgos a corto y medio plazo; los gestores municipales,
cuyo interés radicaba en dotar a la ciudad de un elemento de seguridad
y prestigio como era el alumbrado a gas; y los consumidores particulares,
que constituyeron el bloque de demanda solvente, de considerable volumen
y con perspectivas de aumentar indefinidamente. Entre esos tres grupos
de agentes se produjeron muy pronto conflictos y tensiones, por ser diferentes
sus intereses.
Dichos conflictos tuvieron orígenes distintos: los intereses de
los empresarios gasistas, que contaban con la capacidad de decisión
derivada de su propio capital y con la seguridad del privilegio exclusivo
mientras gozaron de él. Podían, en consecuencia, marcar las
condiciones para el desarrollo de la red y las zonas a iluminar, lo que
entraba en contradicción frecuentemente con los intereses de los
ayuntamientos.
Los ayuntamientos, aunque con escasa capacidad económica, disponían
de algunos resortes legales, por su papel de representantes del bien común
para enfrentarse a los empresarios gasistas. Fueron clientes incómodos
por el volumen de deudas que muy pronto acumularon, pero, en cambio, proporcionaron
a los empresarios gasistas el mejor medio de dar a conocer las ventajas
del gas como sistema de iluminación. El hecho de que las calles
se iluminasen con gas animó a los consumidores particulares a adoptar
la innovación.
Por último, los consumidores particulares también se encontraron
involucrados en el conflicto. Pronto advirtieron en el gas la posibilidad
de aumentar la productividad y la seguridad en el proceso de producción,
ya que el nuevo sistema de iluminación permitía continuar
el trabajo que hasta entonces debía suspenderse en las horas nocturnas.
Para los comerciantes, el alumbrado a gas ponía sus establecimientos
a igual altura que los de otras ciudades prestigiosas de Europa. Pero en
contrapartida, debían hacer frente a las crecientes exigencias económicas
de las empresas y hasta que no adquirieron una posición de fuerza,
debieron plegarse a los intereses divergentes de ayuntamientos y empresarios
sobre el desarrollo de la red. No hay que olvidar que el gas fue en sus
inicios un artículo caro, y su utilización restringida al
estrato productivo.
En el contexto de Barcelona, coincidieron todas las circunstancias tecnológicas,
económicas y legales favorables para el desarrollo de la red de
gas. En un proceso industrializador parecido al del resto de Europa, se
fue creando, a partir del primer tercio del siglo XIX, un tejido industrial
homogéneo con necesidades energéticas similares. Con ligeras
diferencias temporales respecto a otras ciudades europeas tradicionalmente
consideradas industriales, también Barcelona concentró un
número creciente de efectivos poblacionales, atraídos por
la posibilidad de incorporarse al proceso productivo.
Muy pronto se formaron en la ciudad diferentes núcleos fabriles,
que -frente a una demanda municipal con fuertes desfases presupuestarios-
constituyeron un importante tramo de demanda particular solvente que contaba
con el volumen suficiente de capital para adoptar la innovación
y sobre la que las empresas gasistas podían actuar con fuerza, ya
que, en caso de impago, no dudaban en cortarles el suministro.
El desarrollo del gas en Barcelona y los municipios del Pla
Que Barcelona constituía un mercado importante para la industria
del gas lo muestra la cantidad de proyectos que, con mayor o menor fortuna
surgieron entre los años 1843 y 1886 (cuadro 1). Dejamos al margen
la multitud de industrias que instalaron el gas para autoconsumo, ya que
nuestro interés se centra ahora en las fábricas que se edificaron
para la venta de gas, y, en consecuencia, para extraer beneficios de su
inversión.
La empresa gasista pionera de Barcelona -y de España- La Catalana,
inició sus actividades en 1841. Fue fundada formalmente como sociedad
por acciones en 1843, una vez que se comprobó que el negocio presentaba
perspectivas de éxito. La mayoría del capital se encontraba
en manos de un núcleo de inversores vinculados entre sí por
relaciones de amistad, de parentesco o de confianza en la solvencia de
los otros componentes del grupo. Asimismo, se encontraban bien relacionados
con otros grupos cercanos a las estructuras de poder del Estado y, en consecuencia,
tenían la posibilidad de acceder a información privilegiada.
Este comportamiento empresarial se reprodujo con bastante frecuencia en
esa época, y se entiende como la tendencia de los inversores a colocar
sus capitales de manera que la seguridad del negocio -de por sí
de difícil pronóstico- venía dada más por la
participación de otros socios con un alto grado de solvencia económica
que por las mismas perspectivas de la inversión.
El núcleo de inversores de La Catalana se asoció al promotor
francés Charles Lebon a fin de que éste aportase los conocimientos
técnicos precisos para la construcción de la factoría
y de la red. Pronto, sin embargo, se sucedieron los conflictos por diferencias
de criterio, especialmente sobre el desarrollo de la red, que dieron lugar
a que Charles Lebon se desvinculara de la empresa.
Inmediatamente, Lebon inició las gestiones para edificar una nueva
fábrica de gas extramuros de la ciudad y, consecuentemente, fuera
del área de privilegio de La Catalana. Esa zona se encontraba a
pocos metros de Fuerte Pío, cercano a la aún existente muralla,
cuya demolición había sido aprobada recientemente. Los planos
de ese proyecto fueron elaborados por el ingeniero Ildefonso Cerdà,
autor, como es sabido, del Plan de Reforma y Ensanche de Barcelona
y de otras obras tan importantes como el Proyecto de Ferrocarril de
Granollers a San Juan de las Abadesas(10).
A pesar de la previsible demolición de la muralla, las autoridades
militares no permitieron que el proyecto prosperase, pero ese interés
de Charles Lebon en volver a actuar en Barcelona indica que, efectivamente,
el potencial mercado gasista de la ciudad era importante. Pero no sólo
el de la propia ciudad, sino el de algunos municipios como Sant Andreu,
Gràcia y un poco más tarde Sant Martí de Provensals.
Esos tres municipios iniciaban la configuración de una corona industrial
exterior a la ciudad. La densificiación de la trama urbana de Barcelona,
encerrada todavía en sus murallas, no permitía la instalación
de industrias con un cierto nivel de requerimientos energéticos
que harían más acusadas las precarias condiciones higiénicas
de la ciudad(11).
En la vecina villa de Gràcia, así como en Sant Andreu, existía
una trama manufacturera consolidada a la que el alumbrado a gas permitiría
efectuar un avance importante en los medios de producción. Desde
1852 actuaba en Gràcia la empresa La Propagadora del Gas, también
formada por un reducido grupo de inversores que, asimismo, se encontraban
relacionados entre sí, por razones más allá de las
puramente económicas, cuyo principal accionista era Antonio Rovira
y Borrell. Volveremos más tarde a esa empresa, pero ahora indicaremos
que en 1854 se intentó instalar otra fábrica de gas en la
zona exterior del glacis de la muralla, cerca del Raval. Las maniobras
más o menos encubiertas de La Catalana no permitieron que el proyecto
se llevase adelante.
En Sant Andreu, inició sus actividades la empresa de Agustín
Rosa y Joval, en 1856, para abastecer de gas a los dos tipos de consumo,
público y particular. Desde esa fábrica se enviaba, también,
gas a la zona de La Sagrera, en el vecino municipio de Sant Martí
de Provensals. Diez años más tarde, las instalaciones habían
pasado a formar parte del patrimonio de La Catalana, y, en consecuencia,
también las decisiones sobre la expansión de la red.
Esas tres empresas -La Catalana, Rosa y Joval y La Propagadora del Gas-
actuaron en régimen de privilegio, y en consecuencia, de monopolio
para los dos bloques de consumo en sus respectivos municipios, como era
habitual no sólo en España sino en la práctica totalidad
de municipios europeos(12); pero en 1864,
el ayuntamiento de Barcelona se propuso municipalizar la parte del consumo
de gas correspondiente al alumbrado público. Para ello se fundó
una nueva empresa -Gas Municipal- gestionada por el ya citado Charles Lebon
y con expresa intervención de las autoridades municipales.
De esa acción, sin precedentes por entonces en Europa(13),
se obtuvieron algunos beneficios, como el de quebrar la situación
de monopolio de La Catalana y abaratar el precio del gas. El alumbrado
público y una parte del consumo particular pasaron a depender de
Gas Municipal y ambas empresas se encontraron en régimen de competencia
-y por consiguiente, en permanente conflicto- para ese bloque de consumo,
de lo que se beneficiaron ampliamente los consumidores particulares.
Charles Lebon se encargaría de la construcción de la fábrica
de El Arenal y de la correspondiente red de suministro para abastecer el
alumbrado público de la ciudad; pero antes de eso, construyó
una pequeña factoría en la falda de la montaña de
Montjuïc sin prever las reales dimensiones del mercado gasista barcelonés.
Esa factoría se mostró de volumen insuficiente para los objetivos
municipales, y años más tarde, Lebon la utilizaría
para llevar gas a los cuatro faroles que iluminaban el mercado del vecino
municipio de Sants.
El contrato entre las autoridades municipales y Charles Lebon contemplaba
la posibilidad de que una vez transcurridos los veinte años de concesión,
el ayuntamiento ejercería su derecho de recompra de las instalaciones
y de la red, lo cual no fue posible, ya que el municipio no contó
con el suficiente volumen de capital. La situación económica
de las arcas municipales de Barcelona, como las del resto de ciudades españolas,
se distinguiría por mucho tiempo por su precariedad; y, en consecuencia,
a partir de 1883, la Compañía Lebon quedó como única
propietaria de la hasta entonces Gas Municipal. Con esa maniobra se perdió,
sin duda, la oportunidad de cambiar de manera trascendental las bases sobre
las que más tarde se desarrollarían las relaciones entre
las empresas gasistas y el poder local.
Hacia 1883, la mayor parte de los municipios del Pla de Barcelona contaban
con suministro de gas procedentes de tres redes distintas: la de La Catalana
suministraba gas a una parte del consumo particular de Barcelona y a la
totalidad del consumo particular de Gràcia, además de actuar
en régimen de monopolio para los dos tipos de consumo en otros dos
municipios del Pla, en Sant Andreu desde 1886 y en Sants desde 1877.
La red de La Propagadora del Gas articulaba el consumo público de
Gràcia y actuaba en régimen de monopolio sobre los dos tipos
de consumo en tres municipios más: desde 1874, en Sant Gervasi,
y desde 1877, en Sarrià y Les Corts. En estos tres municipios La
Propagadora del Gas inició una nuev estrategia para instalar el
alumbrado público. Para limitar el endeudamiento municipal, las
ampliaciones de la red para ese menester se supeditarían a un número
predeterminado de luces particulares, con lo que la decisión sobre
el desarrollo del alumbrado público dejó de encontrarse en
manos de las autoridades municipales. En 1883, La Propagadora del Gas saldría
del Pla de Barcelona, sus propiedades pasaron a engrosar el patrimonio
de la Compañía Lebon e iniciaría una trayectoria que
después analizaremos con mayor detalle.
Por su parte, la red de Gas Municipal suministraba el gas para el alumbrado
público de Barcelona, una parte del consumo particular de la propia
ciudad, como se ha indicado, y había iniciado su entrada en el municipio
de Sant Martí de Provensals.
En este último municipio el gas se introdujo tempranamente, hacia
1866, para satisfacer las demandas de las numerosas industrias radicadas
en él. Ese gas procedía de la fábrica de Gas Municipal,
lo cual supuso una inagotable fuente de conflictos entre Charles Lebon
y el ayuntamiento de Barcelona, que temía, con razón, que
la producción de la fábrica de Gas Municipal se derivase
hacia el consumo particular de Sant Martí y se desatendiese el alumbrado
público de la ciudad, que constituía en definitiva el motivo
para el que se había creado Gas Municipal. En 1886, la Compañía
Lebon inició las obras para la construcción de otra fábrica
en el municipio de Sant Martí, municipio que se perfilaba como el
"pulmón industrial de Barcelona"(14),
de cuya totalidad de consumo obtendría la exclusiva.
Hasta la puesta en funcionamiento de la nueva fábrica, en 1887,
el municipio tuvo que esperar para disponer de alumbrado público
por gas de manera eficiente y estable. Entretanto, el alumbrado público
de Sant Martí se encontró supeditado a las demandas procedentes
del consumo particular.
Con esta nueva estrategia, los empresarios gasistas orientaban su producción
al bloque de demanda particular, como se ha indicado, más dócil,
numerosa y solvente que la procedente del alumbrado público. Una
vez que éste hubo cumplido en Barcelona y en Gràcia su misión
de mostrar las ventajas del nuevo medio de iluminación, en Sant
Martí, como en el resto de municipios del Pla, la principal fuente
de beneficios de las empresas gasistas se encontró relacionada con
las demandas de luz por parte de las numerosas industrias que la adoptaron
para mantener alta su tasa de productividad.
Hacia 1880, a ese bloque de demanda se añadiría el consumo
de gas para producir energía mediante los motores de gas. En 1898,
poco después de la anexión, en Barcelona y los antiguos municipios
se contabilizaban 675 motores de gas, cifra que en años posteriores
aumentaría hasta los 937 de 1907 para iniciar a partir de entonces
un fuerte descenso por la aparición de una nueva energía
competidora: la electricidad(15).
En 1892, después de la salida de La Propagadora del Gas del territorio
del Pla de Barcelona, La Catalana y la Compañía Lebon se
repartieron la demanda existente en la ciudad y en los municipios que más
tarde serían anexionados a ésta. La razón más
evidente de ese reparto se encontraba en el crecientemente importante volumen
de demanda particular, centrado, como hemos dicho, en el consumo de las
numerosas industrias así como en la franja de demanda procedente
del comercio.
Pero existía una segunda razón, que se encuentra relacionada
con los proyectos de expansión de las empresas gasistas y con el
conocimiento por parte de éstas -más profundo de lo que se
cree habitualmente- del territorio. Como se ha dicho, la expansión
constante de la red y de la producción es fundamental para el buen
funcionamiento económico de las empresas que actúan por redes.
Aun antes de la anexión de la mayor parte de municipios del Pla
a la ciudad, en 1897, los empresarios gasistas ya previeron que el desarrollo
de los acontecimientos políticos debía ser ese y tomaron
las medidas pertinentes en orden al reparto no sólo del territorio
de la ciudad sino de los municipios que serían anexionados(16).
Ya se ha indicado que en 1883 La Propagadora del Gas salió del Pla
de Barcelona e inició una nueva trayectoria en otras áreas
del hinterland de Barcelona. Las razones fueron varias, pero entre
ellas destacan dos: una, la ventajosa oferta económica que realizó
la Compañía Lebon a Antonio Rovira, oferta que coincidió
con el interés de éste por ejercer una posición dominante
en algunas empresas en las que interesaba cantidades de capital de cierta
consideración. Por otra parte, se le ofrecía la posibilidad
de conservar la denominación de la empresa y utilizarla en negocios
de nueva planta(17).
A continuación, me propongo utilizar el ejemplo de Barcelona para
establecer una comparación con la entrada del gas en otros municipios
cercanos. El hecho de que Barcelona se contase entre las ciudades industrializadas
europeas más adelantadas sirvió para que se constituyese
pronto en un potente foco de irradiación de innovaciones, de lo
que se beneficiarían otras ciudades cercanas.
El gas en el hinterland de Barcelona (1855-1918)
El desarrollo de la industria del gas en Mataró, Terrassa, Badalona
y Premià de Mar tuvo en común varias características,
entre ellas, la de compartir una situación cercana a las nuevas
líneas de transporte, situación que ejerció sin duda
una influencia decisiva en la formación del tejido industrial de
las respectivas ciudades. Otra fue la de compartir como principal accionista
al ya citado Antonio Rovira y Borrell y excepto la empresa de Mataró,
todas fueron finalmente a engrosar el patrimonio de La Propagadora del
Gas.
El análisis de estos cuatro casos permitirá explicar a
nivel más general lo que hemos indicado sobre la necesidad de expansión
constante que experimentan las estructuras formadas por redes y permitirá
observar, igualmente, la tendencia de éstas a absorber otras redes
de menor volumen de producción y en consecuencia, con menor grado
de capacidad de decisión. La historia de las empresas gasistas que
se crearon en estas cuatro ciudades muestra el resultado de esa tendencia,
ya que las cuatro fueron absorbidas -entre 1913 y 1918- por La Catalana,
la empresa que contaba con el mayor volumen de producción y con
un grado de inversión también superior y que se encontraba
a punto de realizar un nuevo proceso de expansión en el territorio,
esta vez, a escala provincial.
En todos esos casos es posible observar un tipo de comportamiento empresarial
en el que convergen tres características: la diversificación
de riesgos, un bajo volumen de producción, y un también bajo
volumen de inversión industrial. Este comportamiento empresarial,
opuesto al de los empresarios gasistas que actuaron en Barcelona, se explica
por el diferente talante económico de su socio mayoritario, el ya
citado Antonio Rovira, de carácter marcadamente conservador, lo
cual le indujo a explorar las posibilidades de centros industriales en
formación caracterizados por un tamaño menor de demanda -influido
sin duda por un crecimiento industrial también menor- que el de
Barcelona. En contraste con las abultadas cifras de producción de
gas de Barcelona, estas cuatro ciudades ofrecían un volumen de demanda
que no precisaba de grandes ampliaciones, sino de mantener un equilibrio
entre la produción y el consumo (cuadro 2).
Se impone ahora un breve inciso para explicar algunas características
de La Propagadora del Gas antes de su salida del Pla de Barcelona, que,
como se ha indicado, se produjo en 1883.
La historia de esta empresa se inicia en 1852, a partir de un núcleo
limitado a siete accionistas. Los primeros estatutos de la empresa señalaban
sus previsiones de una rápida expansión en toda Cataluña
y las provincias aragonesas(18) .Sin embargo,
la trayectoria posterior difirió sensiblemente de los planteamientos
iniciales.
La Propagadora del Gas se constituyó como sociedad por acciones
por esos socios entre los que se encontraba Antonio Rovira, oriundo de
Arenys de Munt. El capital inicial se cifró en seis millones de
reales, cifra importante para la época, pues fue la misma con la
que se constituyó La Catalana. Diferentes cambios en la composición
del accionariado dieron, hacia 1859, la mayoría del capital y la
dirección de los destinos de la empresa a Antonio Rovira, puesto
que ya no abandonaría en toda la trayectoria del negocio.
Siete años después de su fundación, y en contraste
con los ambiciosos proyectos iniciales, Antonio Rovira mostraría
un elevado grado de prudencia empresarial. Ya se ha explicado que La Propagadora
fue la primera empresa que inició la política de supeditar
la instalación del alumbrado público a las solicitudes para
el consumo particular en los municipios a los que llegaba su red; y también
se ha explicado que en 1883 la factoría de Gràcia pasó
a engrosar el patrimonio de la Compañía Lebon. A partir de
entonces, La Propagadora del Gas y su propietario, Antonio Rovira, iniciarían
otra trayectoria en la que el rasgo más específico fue el
de diversificar riesgos en diferentes negocios gasistas.
Esa trayectoria empresarial constituye una clara excepción respecto
del comportamiento general en el campo de las infraestructuras que actúan
por medio de redes, de marcado carácter expansionista. Por el contrario,
Rovira iniciaría la expansión de la empresa hacia el Maresme
y el Vallés Oriental sólo cuando los respectivos negocios
contasen con claras perspectivas de seguridad. También se justifica
por el hecho de que, ante la dura competencia creada entre las dos empresas
mayores y una vez prácticamente agotadas las posibilidades de expansión
en la ciudad, algunos empresarios, entre ellos Antonio Rovira y sus socios
de La Propagadora, se interesasen por la eventualidad de extender sus actividades
a otras zonas en las que la lucha por el territorio entre empresarios o
la presión ejercida por los ayuntamientos sobre las empresas fuese
menor.
Las cuatro ciudades citadas habían iniciado recientemente su actividad
industrial. Como es conocido, Mataró se constituyó muy pronto
en centro de desarrollo económico. En 1840, hizo su entrada en la
ciudad la primera máquina de vapor destinada a producir energía
para la industria de la hilatura de algodón. A partir de la utilización
del vapor, esa industria se expandió rápidamente. Poco después,
se incorporaría la técnica del tisaje, también mecanizado.
Como consecuencia de los cambios producidos en su tejido industrial, Mataró
vería aumentar rápidamente su población. En 1842,
la ciudad contaba con 13.203 habitantes, que en 1857 habían aumentado
hasta 16.595, constituyéndose en la segunda ciudad del hinterland
barcelonés en orden demográfico, después de la propia
Barcelona, descontada la por entonces villa independiente de Gràcia(19).
La situación marítima de la villa le aportaba la posibilidad
de articular un activo comercio marítimo, así como fácil
acceso a los carbones y bienes de producción procedentes del extranjero.
Pero además, otro avance tecnológico favoreció el
crecimiento industrial de Mataró. Precisamente, el primer ferrocarril
de la península unió, en 1848, Mataró a Barcelona;
y esta circunstancia la diferenciaría claramente de otras ciudades
del interior del país hasta la formación de una red ferroviaria,
lo cual no sucedería hasta bien entrados los años sesenta
del siglo pasado(20).
Ya hemos indicado que en el negocio del gas se produjo con alguna frecuencia
un tipo de comportamiento empresarial -que se repitió en otros negocios
que también contaban con un alto grado de riesgo- que se debería
entender más como producto de la confianza creada en la solvencia
de los otros inversores que por las perspectivas económicas. Prácticamente
coetáneo del gas de Gràcia, el gas de Mataró constituye
un buen ejemplo de la relación entre algunos inversores de esta
época en diversos negocios, cuya principal característica
fue la de actuar precisamente en ese setido.
En el gas de Mataró se encontraban algunos socios que asimismo lo
eran de La Propagadora, tales como Antonio Rovira, Demetrio Solanes, Ignacio
Coll y Casellas, Pablo Tintoré y Pastor y Adolfo Gaza. A diferencia
de otras empresas gasistas, esta sociedad no era de carácter anónimo,
sino que se trataba de un grupo cerrado de socios que se constituyeron
en sociedad comanditaria, comprometiéndose a recomprar la participación
de quienes se quisiesen desvincular de la sociedad(21).
Este primer núcleo se unió a los hermanos Alexander(22)
-Tomás, David y Guillermo- que fueron quienes, en febrero de 1854,
habían firmado un primer convenio con el ayuntamiento de Mataró
para instalar el alumbrado público y el 31 de julio de 1855 se constituyó
formalmente la sociedad, bajo el nombre de Alexander, Clavell y compañía.
Su objeto sería, según la escritura de fundación,
"la fabricación, confección y suministro de gas para
el alumbrado de la ciudad de Mataró". Muy pronto, sin embargo,
los hermanos Alexander se desinteresarían del negocio y tomarían
otra vía industrial, vendiendo el privilegio y los terrenos ya adquiridos
a la empresa, cuya cabeza visible sería a partir de entonces Narciso
Clavell (Cuadro 3)(23).
Como otras empresas de alto riesgo económico, las ampliaciones o
reducciones del capital social se vincularían a la marcha del negocio.
Lógicamente, mientras no se demostrase su necesidad, las ampliaciones
de red e infraestructura productiva debían quedar supeditadas al
crecimiento de la demanda, cuya procedencia ya se ha indicado que estaba
constituída por el consumo industrial.
Desde su inicio, Clavell y compañía contó con 53 abonados,
que a principios de 1860 habían llegado a la cifra de 200. En 1875,
el consumo particular llegaba a los 3.000 mecheros particulares que consumían
unos 165.000 m3/año, es decir, que a cada mechero le correspondía
un promedio de 55 m3 anuales, cantidad importante, ya que se sabe que en
1856 el consumo de gas anual de Barcelona rondaba los 100m3/luz, y que
en 1866, el de Sevilla se encontraba en los 18 m3/luz. Todo esto da a entender
que, efectivamente, el consumo de gas de Mataró debía de
encontrarse bien afianzado hacia 1875, y explica las sucesivas ampliaciones
de capital que fue realizando la empresa. En el período 1899-1903,
se produjeron numerosas incorporaciones a la red por parte de particulares,
totalizando la cifra de 345 altas.
Como en Barcelona, el consumo de gas para alumbrado industrial se diversificó
hacia un importante campo, el del suministro de energía motriz.
Coetáneamente a la entrada de motores de gas en la ciudad de Barcelona,
se iniciaron también las instalaciones de motores de gas en Mataró,
hacia 1876, y en 1906, el municipio contaba con 80 motores de gas(24),
cantidad no despreciable, dado el tamaño de la población.
La principal actividad industrial que adoptó esa innovación
fueron las fábricas de géneros de punto, con 25 motores.
Otras industrias que también instalaron motores de gas fueron dos
fábricas de chocolates, tres de pastas para sopa, tres de calzado,
así como cinco carpinterías, dos confiteros, diez industrias
vinculadas al ramo del metal, cuatro fábricas de gaseosas y algunas
diversas, como una fábrica de curtidos, otra de pinturas de colores
y un taller de confección de cartulinas para fotografías,
a las que se añadieron siete huertos para elevar agua de pozo o
de mina.
Con referencia al alumbrado público, en Mataró ocurrió
lo mismo que en otras poblaciones en las que se instaló tempranamente
el gas. A una primera instalación del alumbrado público siguió
la expansión del alumbrado particular. Y esa primera instalación
fue acompañada muy de cerca por las deudas que acumuló el
ayuntamiento por el consumo de gas. Ante los optimistas pronósticos
sobre su precio y prestaciones, se iniciaron los recortes en el horario
de alumbrado y el estancamiento del número de faroles. Como también
sucedería en otros municipios del Pla de Barcelona, también
en Mataró se supeditó la instalación del alumbrado
público al del alumbrado de industrias. Las deudas del ayuntamiento
provocaron el estancamiento de las instalaciones de alumbrado público.
Así, las 326 luces de 1875 se aumentaron hasta las 431 de 1889,
aunque con la expresa condición de que si el ayuntamiento dejaba
a deber más de doce meses, la empresa tendría derecho a cortar
el gas hasta "quedar cubierta la deuda"(25).
Las deudas, la precariedad de los horarios y la entrada en la escena económica
de una nueva fuente de alumbrado como la electricidad colaboraron a la
temprana sustitución de energías en el alumbrado público
y en junio de 1898 ayuntamiento y empresa rescindieron el convenio. En
ese momento, la deuda municipal se encontraba en las 124.662 pta. Para
la empresa, la pérdida de un cliente difícil de manejar como
el ayuntamiento no representó una ventaja a pesar de todo, ya que
el alumbrado público ejercía una influencia decisiva sobre
la percepción del vecindario. Igual que el gas había ejercido
en su momento un claro efecto de demostración, también lo
ejercería la electricidad del alumbrado público. Esa es la
razón de que pocos días después de presentar al ayuntamiento
el resumen de sus deudas, Clavell y compañía se esforzasen
en demostrar que el alumbrado eléctrico no resultaría tan
ventajoso como el de gas. Así, el 20 de junio de 1898, presentaron
un proyecto comparativo en el que el precio del gas se rebajaba de nuevo
a 2,5 cts/m3. Según la empresa, en un año, y con las debidas
correcciones de precio y horarios, el consumo de gas para el alumbrado
público no llegaría a las 35.000 pta, mientras que por electricidad
sobrepasaría ampliamente las 40.000.
Después de un tira y afloja entre el ayuntamiento y la empresa por
el número exacto de faroles que debían quedar de propiedad
del ayuntamiento, la mayor parte de ellos se reconvertirían a la
electricidad, y sería la empresa Sociedad General de Electricidad,
de Barcelona, la que se encargaría de suministrar luz al alumbrado
público de Mataró mientras que Clavell y compañía
dedicaría su producción al consumo particular(26).
Desde la pérdida del consumo del alumbrado público, la empresa
gasista de Mataró arrastró una vida precaria hasta el fallecimiento
de Narciso Clavell, en 1901, fecha en que se aceleró su final. A
partir de entonces, ese declive se acentuó. Las dificultades de
aprovisionamiento de carbón en los años de la I Guerra Mundial
y la entrada en firme de la hidroelectricidad, con el consecuente abaratamiento
de la electricidad aceleraron el declive y el cierre temporal de la empresa
en 1918. Con algunas intermitencias, aún se reanudaría la
producción desde 1927 hasta la Guerra Civil española, en
que la fábrica cerró sus puertas definitivamente. En 1950,
la empresa cayó en la órbita de La Catalana por la compra
de todas las acciones de la compañía. La fuerte competencia
que planteó la electricidad, tanto para consumo doméstico
como para la industria ya se mostraría imparable y el gas de Mataró
dejaría de ser rentable.
Otra ciudad de clara vocación industrial fue Terrassa, la capital
del Vallès oriental. Desde la Edad Media fue ciudad de tradición
lanera. A partir de 1812, se inició una gran renovación tecnológica
en esa industria que llevó a la ciudad a constituirse en centro
lanero del Estado español. En 1854, contaba con 5.874 vecinos, población
que se triplicaría a lo largo del siglo, para albergar a la cual
se realizaron hasta tres ensanches diferentes, y en 1877, Terrassa alcanzó
la categoría de ciudad.
Desde 1856, se encontraba comunicada con Barcelona por medio de la vía
férrea del Ferrocarril del Norte, lo que puso al alcance de la ciudad
los carbones británicos que llegaban al puerto de Barcelona. Más
adelante, en 1919, otra vía férrea, la de los Ferrocarriles
Catalanes, sería utilizada prioritariamente para los desplazamientos
pendulares de la población trabajadora entre ambas ciudades.
En 1891, la estructura industrial de la ciudad se caracterizaba por una
amplia mayoría de industrias dedicadas al hilado y tejido de la
lana, con más de un centenar de empresas, seguidas por numerosas
industrias de tejidos de estambre, algodón y sederías. La
posibilidad de producir alumbrado para esas industrias animó con
toda seguridad a los empresarios gasistas. Así, desde 1860, Terrassa
contaba con gas. Como en Barcelona, el monopolio fue la fórmula
para dar garantías al capital y como en aquella ciudad, también
el alumbrado público sería el reclamo para animar al consumo
particular.
La empresa que inició el suministro de gas a Terrassa fue la sociedad
constituída en 1859 por diferentes accionistas encabezados por Juan
Vallés, entre los que se contaba también el propietario de
La Propagadora del Gas, Antonio Rovira, que en 1890 pasaría a controlar
la totalidad del patrimonio de la empresa.
El contrato entre el ayuntamiento de Terrassa y la empresa se formalizó
en 1860 por un período de privilegio de 20 años y, como la
mayoría de los municipios en que se ha conservado documentación
económica, el municipio tampoco escapó a la acumulación
de deudas, y en 1880, en la renovación del contrato, las autoridades
municipales solicitaron a la empresa que aceptase rebajar el precio del
m3 de gas. Aunque ésta accedió a rebajar el precio del alumbrado
público, no aceptó lo propio para el consumo particular;
y es lógico que así fuese: el alumbrado público ya
constituía entonces una parte residual de la producción de
gas, orientada prioritariamente al consumo particular(27)
La forma de solventar la precaria situación del ayuntamiento
estuvo constituída por una parte, por el recorte drástico
de las horas de alumbrado público; pera además, en ese contrato
la empresa impondría una nueva condición -el compromiso municipal
de un consumo mínimo de gas anual- que agravaría la difícil
situación económica del ayuntamiento y que, en consecuencia,
también daría lugar a numerosos conflictos.
En 1889, la razón social Juan Juncosa dejó de actuar y en
su lugar lo hizo La Propagadora del Gas, cuyo único propietario
ya hemos señalado que era Antonio Rovira y Borrell(28).
En 1909, el ayuntamiento realizó un Estudio para la mejora del
alumbrado público por dos motivos: uno, para estudiar las posibilidades
del alumbrado eléctrico; otro, para salir de la situación
de precariedad en que se encontraba ante la empresa, principalmente por
el volumen de deudas acumuladas.
El ayuntamiento inició gestiones paralelas con la empresa Thomson
Houston Ibérica y con La Propagadora del Gas. Ante la inversión
económica que representaba la adopción de la electricidad,
el ayuntamiento se inclinó por renovar sus relaciones con la última.
Su director, Raimundo Vilaclara -yerno de Antonio Rovira y responsable
de la empresa al fallecimiento de éste- aceptó la renovación
del contrato, aunque exigió que el ayuntamiento liquidase antes
sus deudas, que ascendían a la sin duda importante suma de 275.000
pta además del interés del 4%.
En enero de 1913, se iniciaron los contactos entre La Propagadora del Gas
y La Catalana para la transferencia de la propiedad sin cambiar su nombre.
Ese año, la razón social La Propagadora pasó a depender
directamente de La Catalana, y se debe señalar que la empresa subsiste
en la actualidad bajo la forma de "empresa de cartera" de La
Catalana. A partir de esa fecha, todas las otras factorías dependientes
de La Propagadora pasaron a engrosar el patrimonio de La Catalana y, en
consecuencia, serían gestionadas por esa empresa.
Badalona fue otro municipio que también dependió de La Propagadora
del Gas para el suministro de gas hasta que se integró en el capital
de La Catalana. Situado en el litoral y a escasa distancia de Barcelona,
tal vez por ello experimentó tempranamente los efectos de la industrialización.
Desde 1866, contaba con el alumbrado procedente de la fábrica de
"gas de Arbós"(29) -gas
producido por leña incandescente a la que se añadía
agua- levantada por Josep Jaurés para sustituir el alumbrado por
petróleo. El tiempo de privilegio fue algo menor que el de Barcelona,
12 años, pero ya se estipuló un número mínimo
de 200 luces para el alumbrado público, dejando el consumo particular
a la iniciativa empresarial(30).
Antonio Rovira tomó la fábrica de Badalona a finales de 1883,
y en 1884 se produjeron los primeros conflictos con el ayuntamiento por
deficiencias en el alumbrado público, por su poca intensidad y por
la baja calidad de la luz. Badalona, "por su cercanía a la
capital" no debía quedar en situación inferior a Barcelona.
En Badalona es posible encontrar un claro indicio del cambio de mentalidad
de los ayuntamientos. Ante las manifiestas carencias que se observaban
ante el "gas de Arbós", se incluyó la "Cláusula
de Progreso de la Ciencia", que se había aplicado, ya en 1864,
para el contrato de instalación de Gas Municipal de Barcelona. Esa
cláusula tenía en cuenta "los imparables adelantos de
esta época de grandes progresos"(31)
las ventajas del alumbrado eléctrico, todavía en régimen
de ensayo, y sus posibles ventajas en precio y calidad de luz.
En el caso de que la electricidad produjese en un futuro próximo
mejores prestaciones, el ayuntamiento podría quedar libre para el
cambio de alumbrado. El contratista, no obstante, podría esgrimir
su derecho de preferencia para contratar el alumbrado eléctrico
y así no perder la exclusiva del suministro de energía a
la ciudad.
Hasta 1891, la fábrica continuó funcionando con gas de Arbós,
y ese año, el ayuntamiento elaboró un Pliego de condiciones
para pública subasta para instalar una fábrica de gas de
hulla que quedó sin licitadores. Sin embargo, el siguiente año,
1892, la empresa modificó las instalaciones para fabricar dicho
gas, ajustándose a las exigencias del ayuntamiento. Pero como contrapartida,
exigió un plazo de concesión de 20 años, mayor que
el habitual en el municipio(32).
El ayuntamiento de Badalona, además, se comprometió a consumir
un número determinado de metros cúbicos de gas por un precio
anual también determinado. Las horas anuales comprometidas fueron
706.352 repartidas en función de la duración de la noche
a lo largo del año con un gasto anual, que también garantizó
el ayuntamiento de 22.000 pta. La empresa, así, podía contar
con unos mínimos de consumo; pero el ayuntamiento se veía
en la necesidad de reducir: a menor cantidad de horas de consumo, menor
gasto anual. . En consecuencia, el cómputo del consumo contratado
por el ayuntamiento y el consumo real mantuvieron a lo largo de 1894 y
la primera mitad de 1895 diferencias considerables.
El conflicto entre empresa y ayuntamiento se mantuvo vigente, salpicado
con algunos episodios de mayor virulencia, hasta el 27 de marzo de 1913,
en que el nuevo director-gerente de La Propagadora, José Mansana
Terrés, que también lo era de La Catalana, nombró
a Pedro Martí y Simó apoderado de la empresa como responsable
de su marcha en Badalona. La red de gas de Badalona fue absorbida por La
Catalana y en consecuencia, su desarrollo pasó a depender de las
directrices de esa empresa.
Unos kilómetros más al norte de Badalona, se encontraba el
vecindario marítimo de Premià de Mar o Sant Cristófol
de Premià, dependiente del municipio de Sant Pere de Premià
-Premià de Dalt- hasta que en 1836 se le concedió el permiso
para declararse municipio independiente. La razón del rápido
crecimiento de Premià de Mar está relacionada por una parte,
con su cercanía a la vía del ferrocarril de Barcelona a Mataró,
lo cual favorecía el tráfico de carbón y de algodón.
Y por otra, con el comportamiento de los propietarios de industrias de
Premià de Dalt, que trasladaron o iniciaron sus actividades en dicho
barrio marítimo. Premià de Mar era desde los años
1830, un importante centro de estampación de tejidos de indianas,
ya que la estructura manufacturera de Premià de Mar estuvo vinculada
en sus inicios a los tejidos de algodón. Se tiene noticia de la
existencia entre 1840 y 1860 del taller de un fabricante de moldes de estampación
y se sabe también que hacia 1929, llegaría la técnica
de serigrafía lionesa.
En 1880 se instalaron importantes fábricas de estampación
de indianas (Puiggrós, que hasta su venta a la sociedad Lyon-Barcelona,
en los años treinta del siglo actual permanecería en manos
de la misma familia) de estampación de seda (Las Sederías);
de hilatura de lino (La Linera de Serra y Estruch) y tejidos de algodón,
así como la fundición de hierro de Roura.
La técnica de estampación sobre seda y el modo de dar apresto
al satín con lustre permanente fue una notable aportación
de la Junta de Comercio de Barcelona que, en 1834, comisionó al
científico Jaime Roura -el introductor del gas en régimen
de experimentación en Barcelona- para que viajase a Lyon a fin de
estudiar los últimos adelantos técnicos -en ese y otros aspectos-
para aplicarlos a las industrias de Barcelona(33).
Las gestiones para la construcción de la fábrica de Premià
de Mar se iniciaron un mes después de la venta de las instalaciones
de Gràcia a la Compañía Lebon, hacia el 20 de agosto
de 1883. El gas se instaló en principio para el consumo particular,
y se previó que, una vez la fábrica se encontrase en funcionamiento,
se celebraría la subasta para el alumbrado público. La fábrica
suministró gas también a los vecinos municipios de Masnou
y San Juan de Vilassar en condiciones similares a las de Premià,
utilizando una estrategia idéntica a la llevada a cabo en los municipios
de Gràcia, Sant Gervasi, Sarrià y Les Corts.
El tiempo no había pasado en vano, y en los diferentes contratos
entre esos ayuntamientos y la empresa se advierte que el interés
de ésta se encontraba orientado decididamente hacia el consumo particular,
y que únicamente como contrapartida al derecho de concesión
exclusiva o la penalización a cualquier otra empresa competidora,
La Propagadora del Gas se avenía a instalar los respectivos alumbrados
públicos(34).
A pesar de que sobre el papel se reservasen la facultad de autorizar la
instalación de otros sistemas de alumbrado, como la electricidad,
los ayuntamientos de Masnou, San Juan de Vilassar y Premià, aceptaron
que en ese caso, la empresa estaría autorizada a cobrar una compensación
por cada metro lineal canalizado. De esta manera se desanimaba al futuro
competidor. La fábrica se edificó en un corto espacio de
tiempo y la inauguración del alumbrado público de Premià
tuvo lugar en junio de 1884(35). El año
siguiente, llegaría el alumbrado público también a
los otros municipios, Masnou y Vilassar. Como el resto de factorías
dependientes de La Propagadora, también la fábrica de Premià
de Mar pasaría a integrarse en el capital de La Catalana.
Conclusiones
En este trabajo, creemos haber mostrado que la expansión de las
empresas que actúan por medio de redes se encuentra relacionada
con su grado de capacidad de decisión, capacidad que está
determinada por el volumen de capital disponible para las sucesivas ampliaciones
de la producción y de la red de consumo.
Se ha podido observar que los vínculos económicos entre los
componentes de los accionariados de ambas empresas -La Catalana y La Propagadora
del Gas- fueron de un carácter marcadamente personal -más
acusado en el segundo caso- determinado por la propia composición
de su accionariado y por su organización empresarial.
También hemos visto que una innovación tecnológica
importante en su tiempo, como el gas de hulla, se mostró capaz de
modificar no sólo el espacio de las ciudades que la adoptaron sino
que ayudó a extender el proceso de industrialización y sirvió
para mejorar las condiciones de vida de la población urbana.
Se ha mostrado una relación directa entre el desarrollo de la red
de gas y la existencia de líneas de transporte, esencialmente, marítimas
y férreas. Excepto Terrassa, todas las otras poblaciones compartieron
su posición ribereña que facilitaba la entrada de materiales
y materias primas. La vía férrea facilitó primero
el transporte de materia prima y utillajes hacia áreas que iniciaban
su proceso industrializador y después pudo ser utilizada para acercar
el suministro de carbón y utillaje a las empresas gasistas. En el
caso de Barcelona, la vía férrea permitió iniciar
un proceso de desconcentración de la industria de la ciudad hacia
áreas cercanas; y en el caso de las cuatro empresas del hinterland,
supuso afianzar el proceso industrializador.
En los cuatro municipios analizados se observa que, como en Barcelona,
la implantación del gas colaboró a la articulación
del tejido industrial y a la mejora de la actividad comercial de todas
esas poblaciones. Se ha podido comprobar la doble relación entre
el desarrollo de la red de gas y la implantación de industrias.
A medida que se desarrolló la red, se instalaron nuevas industrias
y a la inversa: a mayor densidad de establecimientos industriales mayor
grado de expansión de la red de gas.
Con sus propias características de tamaño y crecimiento,
en todas ellas se produjo un aumento sostenido de la demanda industrial
frente a la acumulación de las deudas por parte de los ayuntamientos.
La consecuencia directa fue que los empresarios orientaron el crecimiento
de las respectivas redes hacia la demanda particular, más numerosa
y solvente, sobre la demanda procedente de los ayuntamientos.
En función de la fecha de instalación del gas, los empresarios
pusieron un grado mayor o menor de atención en el alumbrado público
o en el consumo particular. Desde los inicios de la industria gasista y
hasta los años 70 en Barcelona, y hasta los 80 en el resto de ciudades
examinadas, los empresarios no opusieron resistencia a instalar el alumbrado
público. A partir de esas fechas, el bloque de demanda preferencial
estuvo constituído por el consumo particular ya que el alumbrado
público había cumplido su misión de dar a conocer
las ventajas del nuevo medio de iluminación, y presentaba unos riesgos
económicos adicionales debidos a la precaria situación de
los ayuntamientos, común a la generalidad de los municipios españoles.
En los contratos de estos cuatro municipios se instauró la cláusula
que obligaba a los ayuntamientos a un consumo mínimo anual, ya ensayada
unos años antes en Sants, Sarrià, Sant Gervasi y Les Corts,
cláusula que no existió ni en Barcelona ni en Gràcia
por ser municipios que disponían de contratos más antiguos.
Esa nueva cláusula fue una inagotable fuente de conflictos entre
las empresas y los ayuntamientos, ya que éstos últimos procuraban
ahorrar recortando el número de horas de alumbrado público,
no se alcanzaba el mínimo pactado y los empresarios no dejaron pasar
la oportunidad de reclamar sus derechos, con lo que menudearon los conflictos.
La compra de todo el patrimonio de La Propagadora del Gas por parte de
La Catalana se interpreta en este trabajo en varios sentidos: de una parte,
como consecuencia de la desaparición de los socios más antiguos
de La Propagadora del Gas y el mismo Antonio Rovira, el resto de socios
se encontraron con más dificultades de las debían de haber
previsto -las deudas de los ayuntamientos; el bajo nivel de demanda particular
como consecuencia de la entrada decidida de la electricidad en el mercado
energético; y, ante ésta, la necesidad imperiosa de renovar
las instalaciones para ponerlas en disposición de competitividad-
ya que las condiciones tecnológicas habían sufrido un considerable
cambio desde los ya lejanos días de la instalación del gas.
La venta a La Catalana en momentos difíciles para la industria gasista
en general -en vísperas de la I Guerra Mundial, con las dificultades
surgidas para el aprovisionamiento de carbón, así como por
el aumento sufrido por los fletes y los aranceles- significaba para los
socios de La Propagadora del Gas la oportunidad de desprenderse de un lastre
que, en las condiciones del momento, ya no ofrecía posibilidades
inmediatas de negocio.
De otra parte, también se interpreta como resultado del interés
de La Catalana para hacerse con el control de la mayor cantidad de negocios
gasistas, y al menor precio posible. No hay duda de que los negocios de
Mataró, Terrassa, Badalona y Premià no alcanzaron una gran
envergadura, pero, en cambio constituían una oportunidad para extender
el área de influencia de La Catalana en una política de largo
alcance temporal.
En 1913, el negocio en la ciudad de Barcelona se encontraba bien afianzado
y ante la competencia de la electricidad, La Catalana inició un
rápido proceso de diversificación de sus actividades mediante
la absorción de otras empresas con dificultades económicas.
Con la compra de ese patrimonio, La Catalana tuvo la oportunidad de iniciar
su política expansionista.
De ese cambio de estrategia resultaría la unificación de
todas las redes de Barcelona en primer lugar; más tarde las de Cataluña
y por último, las de la totalidad del Estado. La configuración
de la red actual de Gas Natural -la empresa sucesora de aquélla-
que abarca la totalidad del territorio nacional, se explica en buena medida
por esas compras iniciales, que completaría, cuando las condiciones
se mostrasen favorables, con el resto de empresas gasistas.
Notas
1. Esta comunicación se basa en dos tipos de
fuentes. Para las dos primeras partes, he utilizado el material de mi libro
La industria del gas en Barcelona, (1841-1933). Innovación
tecnológica, territorio urbano y conflicto de intereses.Barcelona,
Ediciones del Serbal, 1995. Para la tercera parte, he utilizado el material
procedente de los archivos siguientes:
Archivo Histórico Comarcal, Terrassa (AHCT)
Archivo Histórico de Protocolos Notariales, Badalona (AHPNB)
Archivo Histórico de la Ciudad, Badalona (AHCB)
Arxiu Històric, Mataró (AHM)
Arxiu Històric, Mataró. Protocols Notarials (AHM.PN)
Museo Municipal de Premia de Mar (MMPN).
2. Utilizo la expresión en el sentido que le dan J.Tarr y G.Dupuy en Technology and the Rise of the Networked City in Europe and America, Philadelphia, Temple University Press, 1988.
3. Graham, S. y Marvin, S.: "More than ducts and wires. Post-Fordism, cities and utility networks." en Healey, P. et al (eds): Managing Cities: The New Urban Context, London, John Wiley, 1994.
4. Williot, J.P.: Nouvelle ville, nouvelle vie: croissance en rôle du réseau gazier parisien au XIX siècle en Caron et al: Paris et ses réseaux: naissance d'un mode de vie urbain, XIXe-XXe siècles, París, Hôtel d'Angouleme-Lamoignon, 1990 :214.
5. Dupuy, G.: L'urbanisme des réseaux. Théories et méthodes, París, Armand Colin, 1992 :57 y 114.
6. Mattews, D.: Laissez-faire and the London gas Industry in the ninettenth-century: another look, Economic History Review, 39 (2), 1986 :244-263.
7. Berlanstein, L.R.:Big business and Industrial Conflict in Nineteenth-Century France, A social history of the Parisian Gas Company, University of California Press, Berkeley and Los Angeles, 1991.
8. Esta situación ha sido detectada, también en Montréal. Ver Linteau, P.A.: Histoire de Montréal depuis la Conféderation, Boréal, Montréal, 1992.
9. Meilán Gil, J.L: La "cláusula de progreso en los servicios públicos, Madrid, Instituto de Estudios Administrativos, 1968 :35.
10. He tratado el tema de las relaciones de Cerdà con la industria del gas en Cerdà y el gas, en Scripta Nova, Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales en http:/www.ub.es/geocrit/sn-2.htm.
11. Urteaga, L.: "Barcelona y la higiene urbana en la obra de Monlau", Estudis i Recerques, Serie Salut Pública, nº6, Barcelona, Ayuntamiento de Barcelona, 1987. Ver también Bouza, J.: "Una visión progresista del desarrollo urbano, el 'Informe sobre Vapores' de la Academia de Ciencias de Barcelona" en Capel, H., López Piñero, J.M. y Pardo, J.: Ciencia e ideología en la ciudad, Valencia, Conselleria d'Obres Publiques i Transports, 1992.
12. Véase para Europa, Hughes, S.: Gasworks, their construction and arrangement, and the manufacture and distribution of coal gas, London, Crosby Lockwood and son, 1892.
13. Ver a este respecto Garrido Falla, F.: Derecho Administrativo, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1989 (9ª ed).
14. Nadal, J. y Tafunell, X.: Sant Martí de Provensals, pulmó industrial de Barcelona, Barcelona, Columna, 1992.
15. Anuario Estadístico de la Ciudad de Barcelona (1902-1911).
16. Para conocer en profundidad el proceso de anexión de los municipios del Pla a la ciudad es necesario ver Nadal, F.: "Burgueses contra el municipalismo. La configuración de la gran Barcelona y las anexiones de municipios del Llano de Barcelona (1874-1904)", Geocrítica 59-60, 1985.
17. La trayectoria de La Propagadora del Gas se inició con un capital de 1.500.000 pta en 1853; ese capital se rebajó a 450.000 pta en 1871 y en 1883 -fecha de la venta de la factoría de Gràcia- volvió a ascender a 1.000.000 pta. Fuente: AHPNB, Magin Soler y Gelada (1853-1883). Extractos de los Libros de Actas de la empresa.
18. Fuente: AHPNB, Magin Soler y Gelada (1854), Estatutos y Reglamento de La Propagadora del Gas.
19. Llovet, J.: La ciutat de Mataró, Barcelona, ed. Barcino, 1961 (2 vols.) :133-149.
20. Riquer, B. de: La projecció exterior de Barcelona en Sobrequés i Callicó, J. (ed):Història de Barcelona, Barcelona, Enciclopèdia Catalana/Ajuntament de Barcelona, 1991, vol 6 La ciutat industrial :391-417.
21. Por esta razón, cuando, en 1869, Adolfo Gaza se retiraría del negocio, su participación sería retomada por Ignacio Coll y Casellas. Además, en caso de fallecimiento de alguno de los socios, sus herederos contraían la obligación de continuar en el negocio. Así, al fallecer, en diciembre de 1878, Demetrio Solanes Mayans, su hijo, Enrique Solanes Rovira, por ser menor de edad, quedaría bajo la tutela de Antonio Rovira hasta 1884, fecha en que aquél cumpliría 25 años y sin poder desligarse del compromiso adquirido por su padre.
22. AHPNB, notario José Manuel Planas Compte (31-07-1855). Los hermanos Alexander eran oriundos de Edimburgo, Escocia, y según consta en esta escritura eran ingenieros maquinistas. Más tarde, fundarían su propio negocio de fundición y de construcción de máquinas de vapor.
23. AHPNB, notario, José Manuel Planas Compte, escritura del 31-07-1855.
24. Fuente: AMM, Fomento, Instalaciones, Leg. 238.
25. Fuente: AMM.PN, Notario Manuel Serra y Xifra, 1889 (fols. 463-470).
26. Fuente: AMM, Fomento, Exp. 2/6/2 (1898)
27. AHCT, caja 1858-1914. Expediente para contratar el gas de esta ciudad (1860).
28. AHCT, caja 1858-1914. Escritura de contrato para el suministro del alumbrado público por gas (1890).
29. Ver sobre el clérigo Jaime Arbós y sus experimentos para obtener gas por otros medios a los habituales del gas de hulla Puig, C., Bernat, P.: Jaume Arbós i Tor (1824-1882), un científico olvidado: gas y gasógenos en la Cataluña del siglo XIX", comunicación presentada al XIXth International Congress of History of Science, Zaragoza, agosto de 1993.
30. AHCB, caja 1913/3. Contrata para el gas de Badalona (1868).
31. AHCB, caja 1913/3. Exp. Nueva contrata del gas (1883)
32. AHCB, caja 1934/2. Escritura de concesión del suministro para alumbrado público. Autorizada por Antonio Lampallas Alsina, 19 de noviembre de 1892.
33. Ruiz y Pablo, A.: Historia de la Real Junta Particular de Comercio de Barcelona (1758-1847), Barcelona, Cámara de Comercio y Navegación de Barcelona, 1919 :395.
34. Fuente: AMM.PN, Notario Jaime Arús y Font, 1883 (fols. 1059-1074).
35. La Ilustración Catalana, 15 de julio de 1884 :195.
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