Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9796]
Nº 10, 2 de febrero de 1997.

LLOBERA, J.R. El Dios de la Modernidad. El desarrollo del nacionalismo en Europa Occidental. Barcelona: Anagrama, 1996.

Joan Bestard Camps


Dificilmente puede haber un tema en la modernidad que más pasiones induzca que el nacionalismo. Unos lo atacan en nombre de la razón universalista, otros lo defienden en nombre del cosmopolitismo particular; unos lo consideran como una de las fuerzas opresoras de la humanidad, una enfermedad infantil y un retorno de lo primitivo en la modernidad, otros, por el contrario, lo defienden como una forma de emancipación colectiva ligada íntimamente a la libertad política de los ciudadanos. Para el pensamiento liberal, el nacionalismo, con su comunitarismo, es incompatible a nivel de principios con la idea de un individuo autónomo. Aceptar el principio de la lealtad del individuo a una comunidad histórica es una concesión al pensamiento romántico que exaltaba la naturaleza cuasi orgánica de las comunidades nacionales. Para los viejos marxistas, el nacionalismo era simplemente un falso problema. Si la clase trabajadora no tiene patria, el nacionalismo es una ideología del capital para disciplinar al proletariado. Esta vieja teoría tiene una clara resonancia en el postmodernismo actual: si la cultura del mundo es global, ¿para qué los viejos nacionalismos?. Quien contempla el mundo como un gran supermercado cultural, es decir, el nuevo profesional de las grandes multinacionales convertido en consumidor del mercado global, le aparecen como trabas anticuadas los nacionalismos que le dificultan elegir pais por razones puramente profesionales, por el clima agradable o por sus gustos personales. Para un postmoderno que celebra en sus viajes la diversidad cultural, el nacionalismo es una manifestación anticuada, incompatible con una cultura global que nos ofrece diversidades culturales para consumir.

Los nacionalistas, sin embargo, parece que tienen la historia de su parte y a pesar de las previsiones sobre un futuro cosmopolita, transnacional o global, sigue manteniéndose el nacionalismo como punto de referencia fundamental, hasta el punto de que dificilmente puede hablarse de algún movimiento político que no recurra a sentimientos nacionales. Tanto si se contempla el presente, como si se mira la historia reciente es posible afirmar, sin miedo a equivocarse, que el nacionalismo es una de las fuerzas políticas más importantes que están dando forma al mundo contemporáneo. El problema surge, cuando tratamos de definir analíticamente el concepto. Bajo esta rúbrica podemos incluir intereses relacionados con la emancipación política, cultural y económica, así como intereses relativos a la opresión, la intolerancia y la violencia entre pueblos. La experiencia con los fascismos desarrollados en Europa permite asociar nacionalismo con racismo y agresión, que no pueden compararse con los nacionalismos que hicieron posible la emancipación de Grecia del Imperio Otomano, el resurgimiento de Italia o la reunificación de Polonia. Ante esta disyuntiva, a la hora de hacer tipologías sociológicas, la tentación por establecer nacionalismos buenos y malos no deja de estar presente. Las dificultades analíticas aparecen cuando se satanizan los otros nacionalismos y se ensalzan los propios nacionalismos como los únicos buenos. Por otra parte, el nacionalismo es una fuerza política que escapa a los esquemas sociológicos al uso. Ni reductible a los intereses de una clase social, ni a los factores de la industrialización, tampoco puede identificarse con algún rasgo cultural único como la lengua o la religión. Vincularlo a la modernidad no deja de ser una tautología que nos impide analizar sus raíces históricas, de la misma manera que considerarlo como un fenómeno de la imaginación, aunque ésta sea colectiva, dificulta el análisis histórico de la nación como principio de legitimidad política sobre la que se basa el nacionalismo.

Todas estas dificultades hacen de la lectura del libro de J.R. Llobera, El Dios de la Modernidad, un ejercicio intelectual apasionante donde el conocimiento histórico se compagina con los saberes de la sociología y la antropología. En vez de analizar un caso particular, va al centro del problema y explica el desarrollo del nacionalismo en Europa. Lejos de darnos una visión simplista y reduccionista del fenómeno, pone a prueba la capacidad explicativa de diferentes factores que han dado lugar históricamente al nacionalismo.

La primera parte, "La nación: una herencia medieval", analiza las bases históricas para la formación de la nación. La cuestión es fundamental en las discusiones en torno al nacionalismo. Mientras que los científicos sociales tienden a relacionar nacionalismoenos característicos

La cuestión de los factores sociales (capitalismo, estado y clase experimentum crucis son precisamente los nacionalismos contra dictum durkheimiano de que en el origen las religiones son la

En en libro de J.R. Llobera se combina perfectamente el sentido de la a en su lugar de origen, Europa. Una El Dios de la modernidad, el nacionalismo catalán

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