Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVIII, nº 1017, 15 de marzo de
2013
[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

EL DESVIO DE LOS CAUCES DE LOS BARRANCOS DE SAN BLAS Y CANICIA EN ALICANTE:
PROYECTOS REALIZADOS DESDE 1788 HASTA 1798
 

Víctor Echarri Iribarren
Universidad de Alicante

Recibido: 31 de octubre de 2012; Devuelto para revisión: 29 de noviembre de 2012; Nueva versión: 18 de diciembre de 2012; Aceptado: 20 de diciembre de 2012


El desvío de los cauces de los barrancos de San Blas y Canicia en Alicante: proyectos realizados desde 1788 hasta 1798 (Resumen)

Con el fin de evitar que las aguas del barranco de San Blas ocasionaran desperfectos en las fortificaciones de Alicante, se llevó a cabo en 1772 el proyecto del desvío de su cauce. Esta singular obra de ingeniería –se hicieron pocas en España en esa época- se realizó con algunos defectos, principalmente en el malecón que cerraba el paso de las aguas al antiguo cauce. En diversas ocasiones las aguas de este barranco, junto con las del barranco de Canicia, volvieron a causar estragos en el baluarte de San Carlos, el frente de Bavel, los almacenes del comercio y otras edificaciones. En esta investigación se exponen algunos proyectos que los ingenieros militares realizaron entre 1788 y 1798, y las disputas entre el ramo de guerra y el comercio del puerto, que instaba a que se cerrara el paso de las aguas del Canicia por el interior de la ciudad.

Palabras clave: fortificaciones, desvio, ingenieros militares, Jorge Próspero Verboom, Leandro Badarán, Francisco Sabatini, Alicante.


The diversion of water from the San Blas and Canicia gullies in Alicante: projects carried out from 1788 to 1798 (Abstract)

In order to prevent damage to fortifications in Alicante, the San Blas gully was diverted in 1772. This singular piece of engineering was completed with certain defects, mainly concerning the embankment built to block off the old water course. On several occasions water from both the San Blas and Canicia gullies caused damage to the San Carlos bastion, the Bavel front, traders’ warehouses and other buildings. This study examines various projects carried out by military engineers between 1788 and 1798, as well as the disputes that arose between the war branch and the port’s traders, who demanded that the waters from the Canicia gully be prevented from entering the city.

Key words: fortifications, diversion channel, military engineers, Jorge Próspero Verboom, Leandro Badarán, Francisco Sabatini, Alicante.


En anteriores investigaciones hemos estudiado los proyectos que se realizaron para el desvío del cauce del barranco de San Blas, que discurría desde poniente en la ciudad de Alicante, en el periodo comprendido entre 1721 y 1787. Los resultados fueron publicados en 2011 en esta misma revista. Esta nueva investigación es continuación de la precedente y se centra en los proyectos que se redactaron entre 1788 y 1798 para resolver de forma coordinada las incidencias de los barrancos de San Blas y Canicia. Se cierra de esta forma la exposición de los proyectos que prestigiosos ingenieros militares redactaron para estas singulares obras de canalización, así como las repercusiones sociales, económicas y defensivas que conllevaron para la ciudad y sus habitantes. Comenzaremos la exposición con algunos antecedentes previos de la ciudad, sus fortificaciones, el auge de la actividad portuaria y comercial, y los proyectos previos a 1788.

El desarrollo de las fortificaciones de Alicante se mantuvo hasta el siglo XVII dentro de los límites que le marcaban los barrancos de San Blas y Canicia. De esta forma las fuertes avenidas de agua que sufría la ciudad esporádicamente, como fruto de lluvias torrenciales tras el periodo estival, no afectaban ni a sus fortificaciones ni a sus edificios. El recinto amurallado de la ciudad anterior a la Guerra de Sucesión consistía en una muralla compuesta por largas cortinas y torres bastionadas circulares, capaces de alojar artillería, que discurría por la actual calle de la Rambla Méndez Núñez. Había sido construida bajo el reinado de Carlos V, y era incapaz de ofrecer una resistencia adecuada ante la táctica de sitios de la era de Vauban y el poder de la nueva artillería. Su defensa se confiaba principalmente al Castillo de Santa Bárbara, punto natural fuerte que requería un largo periodo de asedio para su conquista. El castillo fue modernizado en 1575 por el prestigioso ingeniero Jacobo Palear, el Fratín, mediante un frente bastionado. Posteriormente las tropas inglesas realizaron una falsabraga con dos nuevos bastiones más bajos entre 1706 y 1708.

En las últimas décadas del siglo XVII, se comenzó a tratar la manera de ampliar y modernizar las fortificaciones de la plaza de Alicante. El comercio había crecido notablemente, y con él algunas dotaciones y edificaciones extramuros, principalmente en el arrabal de San Francisco. Estas se habían situado en el único frente posible, es decir, algunas paralelas a la muralla de Carlos V, y otras siguiendo la línea de la costa hacia sur-este. El proyecto más sobresaliente fue el realizado por los ingenieros miliares Joseph Castellón y Pedro Joan Valero en 1688[1]. Sin embargo la expansión de las fortificaciones precipitó tras el bombardeo que sufrió la ciudad en 1691 a manos de la flota francesa. El prestigioso ingeniero Ambrosio Borçano, Ingeniero Mayor y Cuartel Maestre del Ejército de Cataluña, proyectó y dirigió las obras de un nuevo baluarte que miraba hacia la playa de Bavel: el baluarte de San Carlos[2].

Pocos años después, tras el inicio de la Guerra de Sucesión, el ejército inglés tomó la ciudad de Alicante y el Castillo de Santa Bárbara en 1706. Los ingleses levantaron un trincherón[3] que, partiendo desde el baluarte de San Carlos, y dejando en el exterior el convento de San Francisco, se dirigía por el interior formando un nuevo frente bastionado. La formación del trincherón fue tal que incluía en su interior el cauce del barranco de Canicia, mientras que el cauce del barranco de San Blas daba una amplia curva hacia el mar salvando el trincherón, pero desembocando en el mar en contacto con el baluarte de San Carlos. Dicho trincherón construido por los ingleses fue revisado por ingenieros militares franceses una vez que el General d'Asfeld recuperó la ciudad de Alicante y su castillo en abril de 1709. Esta disposición fue sin duda perjudicial para la ciudad y sus fortificaciones en los momentos de fuertes lluvias y avenidas de aguas, demasiado frecuentes en el Levante español. En las próximas décadas sería necesario resolver el desvío de las aguas de ambos barrancos, San Blas y Canicia.

La obra de apertura del nuevo canal del desvío del cauce del barranco de San Blas fue proyectada en primer lugar por el Ingeniero General Jorge Próspero de Verboom[4]. Pero no fue hasta 1772, tras unas devastadoras lluvias, cuando se comenzó dicha obra. Con el fin de cerrar el paso de las aguas hacia el antiguo cauce se hizo un malecón de tierra revestido con un paredón de piedra. Esta obra pública cedió en 1783 ante la presencia de fuertes avenidas de agua, originando importantes destrozos en el baluarte de San Carlos. Se precisaba su reparación urgentemente. Pero tampoco la apertura del nuevo canal resultó satisfactoria. El terreno era de roca blanda y no de tierra como de pensaba, y las excavaciones fueron muy dificultosas. Además el lecho del cauce presentaba contrapendientes y socavones en la zona próxima al camino de salida hacia Madrid, produciéndose remolinos en el agua y efectos devastadores en el malecón. Otro importante defecto, que produjo importantes en las tierras de los particulares próximas al mar es que dicho canal se interrumpió a 150 varas del mar.

Además del barranco de San Blas, también el barranco de Canicia, que acometía a la ciudad desde el noroeste, causaba estragos cuando se producían fuertes lluvias. Su discurrir natural era la actual Rambla de Méndez Núñez. Penetraba por tanto en el interior de la ciudad por la parte del trincherón, ocasionando problemas en los almacenes del comercio y otras edificaciones. El Ayuntamiento, el Consulado de la actividad portuaria y el comercio de la ciudad procuraron por todos los medios obtener el permiso para cerrar las rejas de entrada de dichas aguas hacia la ciudad, mientras que el ramo de la guerra hizo todo lo posible por imepdirlo. Dicha disposición conllevaba hacer discurrir las aguas por el foso del trincherón, el frente de Bavel y el baluarte de San Carlos, y ocasionaría sin duda desperfectos en los lienzos y cimentaciones.

Tras la redacción de algunos proyectos los años 1785 y 1786 para resolver todas estas incidencias, el Ayuntamiento, el Consulado y el comercio decidieron solicitar, a espaldas del Minsterio de Guerra, la aprobación real de un proyecto redactado por el Conde de Aranda en 1787. Se disponía un canal en forma de ángulo exterior al trincherón, y se cerraban las rejas de acceso al interior de las aguas del Canicia. El Ministro de Guerra Pedro de Lerena intervino con rapidez para frenar dicha aprobación y preservar las fortificaciones de las posibles acciones de las aguas.

Esta investigación se centra en los proyectos que se redactaron a partir de esta fecha hasta final de siglo para resolver de forma coordinada las incidencias de los barrancos de San Blas y Canicia.

El proyecto del ingeniero Gerónimo de la Rocha y Figueroa

Si eran frecuentes los daños ocasionados por las crecidas de los barrancos de Canicia y San Blas, ahora entra en escena otro barranco más, quizás con menos protagonismo, pero sin duda con efectos igualmente devastadores para la ciudad. Se trataba de las aguas que bajaban del castillo, por la ladera del Benacantil, cuando se producían fuertes lluvias. Bajaban estas aguas por el Calliso de la Administración del Tabaco, entraban por la Puerta Ferrisa, y discurrían por la calle Mayor, Plaza y Puerta del Mar, causando graves daños en las edificaciones.

Figura 1. “Plano que manifiesta una porcion de la Ciudad para Yndicar el conducto del desague que se propone en beneficio del Publico”. Carlos Desnaux. 23 de abril de 1788. Fuente: AGS. M, P y D XXXVI-34. Sª Hª Leg. 876. Se conserva otra copia en el AMA. Cartoteca, nº 268.


A tal efecto se habían hecho dos proyectos. El primero consistía en una mina o canal subterráneo que discurría desde la Puerta Ferrisa hacia la Puerta del Mar. Y el segundo, del cual se conserva plano realizado por Carlos Desnaux, se dirigía en cambio hacia la playa del Postiguet (figura 1). Este canal era más corto y más directo, por lo que se favorecería la evacuación de la aguas y se impediría la decantación de depósitos y ruinas. Se evitaban así dos ángulos rectos en el trazado de la mina. También era preciso acondicionar el barranco continuando las obras que había ordenado hacer el Gobernador Pacheco:

“… y para que sea solida, y permanente dicha obra, deveran continuarse las precauciones tomadas por el Señor Governador de esta Plaza, esto es haciendo en el Barranco otras dos paredes de piedra en seco, que conteniendo el arroyo de las ruinas dejan paso libre al Agua, por cavidades que la irregularidad de las Peñas forman entre si, y sobre estos antecedentes, se opina con fundamento que las Aguas recogidas en la pequeña y corta area de la falda del Castillo de Santa Barvara, que mira a esta Ciudad fluiran por el Conducto ACB que manifiesta el Plano…”[5].

Las obras costarían 22.500 reales, como consta en la memoria de fecha 23 de abril de 1788. Deberían costear los trabajos el Ayuntamiento y el Consulado. Las obras se comenzaron a buen ritmo, pero el Consulado no aportaba los caudales necesarios para finalizarla. El Marqués de Castel Rodrigo, Prior del Consulado, alegaba al Ministro que las obras serían mucho más beneficiosas para la ciudad que para el comercio, y que además la “Junta de inibision de vinos” solo disponía de 3.000 reales, por lo que pedía fuera la ciudad quien asumiera los gastos. Por su parte, el Gobernador Francisco Pacheco recordaba que el Consulado debía liberar caudales según se ordenaba en el artículo nº 54 de la Real Cédula de erección del Consulado. Así consta en carta dirigida al Ministro de Guerra Antonio Valdés de fecha 27 de noviembre de 1788. Finalmente intervino el Rey ordenando al Prior del Consulado Marqués de Castel Rodrigo que cumpliera con la Real Cédula, y que la Junta del comercio de vinos aportara los caudales necesarios para finalizar las obras[6].

Por lo que respecta al barranco de Canicia, en 1790, cuatro años después de que Carlos III aprobara las propuestas del ingeniero Baîme Amphoux para su canalización, no se habían iniciado las obras. Desde el 14 de diciembre de 1788 reinaba su sucesor Carlos IV, quien pronto acometió nuevas resoluciones motivadas por los acontecimientos. El 7 de noviembre de 1791 se produjeron de nuevo fuertes lluvias que afectaron a algunas edificaciones intramuros situadas en los márgenes del antiguo barranco. Las problemáticas rejas, que permitían el paso de las aguas del Canicia hacia el interior de la ciudad[7], permanecían abiertas para salvaguardar las murallas y baluarte de San Carlos, y habían afectado entre otros al Real Convento de los Triunfos del Santísimo Sacramento, de la Comunidad de Religiosas Capuchinas. La descripción de los hechos está cargada de dramatismo por los numerosos testigos, cuyos testimonios se recogen en copia de Domingo García, público del Número y Juzgados de la ciudad de Alicante[8]. Se produjeron inundaciones de palmo y medio en las oficinas bajas del convento –locutorio, confesionario, capilla de Nuestra Señora, comulgatorio, refectorio, etc.– y habiendo tocado las campanas se presentó el propio Gobernador de la ciudad Francisco Pacheco, quien ordenó se acudiera en auxilio de las buenas monjas, entrando numerosos vecinos en la clausura. También acudieron un grupo de presidiarios. El Gobernador ordenó que se hiciera un malecón provisional para impedir que las aguas siguieran entrando por las rejas, pero fue inútil por la violencia con que acometían las aguas:

“Todo lo qual visto empesaron varias gentes y maestros de obras que llamo su Exa. A procurar agotar el agua con barreños, cantaros y librillos, y a abrir desaguaderos y en el entretanto que se hacia esta operación, mando dicho Excmo. Sr. Llamar toda la partida de Presidiarios que se halla en esta Ciudad y haviendo acudido a averiguar la causa de este estrago por la parte exterior de dicho monasterio se observo que por las rejas que estan a la parte de arriba de la Plaza del Barranquet se introducia tan grande Copia de agua que corriendo por dicho Barranquet, le inundava de suerte que parecia un mar impidiendo el que todas las gentes que viven en el arrabal de Sn. Francisco. pudiesen recogerse a sus casas; y acto continuo su Exa. Mandó formar un malecon provisional, para impedir la avenida el qual no fue bastante a causa que el mucho ímpetu de las aguas, que se introducia por dichas rejas lo desbarato y causo el abarrancar dicha Plaza, advirtiendose oyos de mas de dos varas de profundidad…”[9].

La ciudad aprovechó la circunstancia vivida para recoger testimonios de vecinos que aseguraran haber visto que la causa de todos los daños sufridos, en el convento y almacenes propios del comercio de la ciudad, se debía sin duda a la existencia de las rejas que permitían la entrada de las aguas del Canicia. La abadesa del convento, Mª Magdalena Lledó, elevó al Rey la solicitud de que se cerrasen las rejas, en escrito de 12 de noviembre de 1791[10]. El 24 de ese mes el Rey ordenó al Capitán General de Valencia Victorio de Navia que informara del hecho y expusiera su parecer.

Mientras tanto el Ayuntamiento de Alicante, sus Diputados y Síndicos habían elaborado de común acuerdo la misma solicitud de que se cerrasen las rejas. Hacían historia de los hechos. Desde antes del comienzo de las obras del trincherón que iba desde la Puerta de la Reina hasta la de Babel, se pensó en abrir dos portillos con rejas de hierro para que las aguas de la parte del norte pudieran salir directamente al mar siguiendo el antiguo cauce del Canicia. Pero debido a los graves perjuicios sufridos en los almacenes del comercio[11], mesones, vecinos –había más de mil–, tropa acuartelada, y religiosos del convento de San Francisco, se decidió dar curso a las aguas por el foso del trincherón, “con lo qual quedo libre de tantos trabajos aquella parte de la Poblacion, y tambien se consiguio descendiesen las aguas hasta el Mar, sin ocasionar el menor perjuicio al trincheron (providencia que merecio el comun aplauso)"[12]. Pero uno de los Comandantes Ingenieros ordenó que se dejasen otra vez las rejas en su estado anterior, para evitar que el trincherón de San Francisco y el baluarte de San Carlos pudieran sufrir daños por las aguas. Se abrieron los dos agujeros con rastrilladas de piedra. Y a las primeras lluvias fuertes se reprodujeron los antiguos perjuicios, pero esta vez dañando gravemente además el convento de las Capuchinas. El Ayuntamiento había decidido respetar la orden del Rey de dejar abiertos los portillos, por el “alto y profundo respeto que debe las resoluciones superiores”, pero volvía a insistir en la necesidad de cerrar los portillos existentes en el trincherón[13]. Como curiosidad hay que destacar que este escrito, firmado por las autoridades antes citadas, y en la parte inferior por el secretario Juan Francisco Pérez Cuevas, se envió por duplicado a los Ministros de Hacienda y Guerra, para ser elevado al Rey. Pero en el que iba dirigido al Ministro de Hacienda, el Conde de Lerena, se añadía, como razón para convencer, que en caso de que se volvieran a producir los daños, en la situación de caos, sería más difícil evitar fraudes por la dificultad de efectuar la vigilancia. No se mencionaba este hecho en el escrito dirigido al Ministro de Guerra, el Conde del Campo Alange, que había sustituido a Jerónimo Cavallero en el cargo.

El 2 de enero de 1792 Diego de Gardoqui, por indisposición del Ministro Lerena –fallecería precisamente ese mismo día– remitió por orden del Rey el anterior informe al Ministro Campo de Alange. Este debía dar su opinión sobre la propuesta encabezada por el Ayuntamiento. Se dio curso a la solicitud, pero tal y como era preceptivo, el Ministro de Guerra transmitió el requerimiento al Capitán General del Reino, Victorio de Navia, quien pidió dictamen al Director de Ingenieros Balthazar Ricaud[14]. Ya el 24 de noviembre pasado había solicitado su parecer tras la solicitud de la abadesa del convento de las Capuchinas. Gerónimo de la Rocha y Figueroa, Ingeniero Comandante de la plaza de Alicante, elaboró a instancia de Ricaud un interesante proyecto que resolvía acertadamente el problema, pero que sin duda no satisfaría a la ciudad. Consistía en “una porcion de cuneta revestida en el foso del Trincheron desde la Puerta de San Francisco hasta las rejas de piedra; y elevar dos Banquetas en las aseras de la calle del Barranquet a fin de que abriendo salida en la presa, para que por la cuneta derramen las aguas procedentes del Barranco de Canisia, que no admite dicha calle en abenidas extraordinarias se eviten los perjuicios que en ella causan, y no los padesca el Trincheron, que queda resguardado por el revestimiento de la cuneta como las casas precavidas con las Banquetas”[15]. Las aguas seguirían entrando pues por el interior del recinto, aunque con medidas para evitar daños en las edificaciones, y solo en caso de fuertes lluvias el agua que rebosara pasaría a ser desaguada por el foso del trincherón de San Francisco. Su objetivo era preservar a toda costa posibles daños en las defensas de la ciudad. Ascendía el coste del foso del tincherón a 50.766 reales – se podrían ahorrar 10.000 reales al no tener contraescarpa esa porción del foso y no ser necesario revestirla– mientras que las obras de la calle del Barranquet costarían 7.290 reales.

Figura 2. “Plano del arraval de Sn. Franco. De la Plaza de Alicante... y el modo de dar salida por el fozo del Trincheron a las que no puede admitir la Calle del Barranquet...”. Gerónimo de la Rocha y Figueroa. 29 de enero de 1792.
Fuente: AGS. M, P y D. IV, 165. GM Leg. 5.891.


Ricaud emitió el 16 de febrero un interesante informe sobre el modo de solucionar los daños que ocasionaba el Canicia. Es muy preciso y certero a la hora de analizar el comportamiento de las aguas y no menos a la hora de aportar la solución más adecuada. Acompañando su dictamen con el referido proyecto del ingeniero Rocha y Figueroa manifestaba que la mejor solución era canalizar las aguas por la calle del Barranquet, mejorando las aceras y haciendo una especie de cuneta de piedra[16]. Al mismo tiempo se abriría una salida proporcionada en la presa que cerraba el paso al foso del trincherón. De esta forma, en caso de lluvias menores, las aguas discurrirían por el Barranquet. Y en caso de fuertes avenidas, sólo irían por el Barranquet las aguas que por proporción podía admitir, mientras que las restantes aguas irían por el foso del trincherón hasta el mar, circundando el baluarte de San Carlos. Se evitarían daños en estas fortificaciones y se mejoraría la cuneta del foso, haciendo discurrir un caudal de agua muy inferior al de otras ocasiones:

“… soi de dictamen que se regularice la calle del Barranquet y levantando sus ceras, se forme en ella una especie de cuneta capaz de conocer una regular porcion de agua. Asi mismo que se abra en la Presa que ahora impide vayan las aguas por el foso, una salida proporcionada, para que el aumento de aguas, que no admita la calle del Barranquet en las copiosas avenidas, sigan su curso por la cuneta del foso, esta se puede perfeccionar de modo que quando acontezca vayan las aguas por aquella parte no perjudiquen a la muralla.

“Con esta disposición quedara sin riesgo alguno la Población, y muralla del trincheron, pues aunque suceda otra avenida copiosa; como la calle del Barranquet recive el agua de que es capaz, y la restante toma su curso por el foso del trincheron, quedan divididas las aguas de manera que en parte alguna son con abundancia, que es lo que causa el daño”[17].

El Capitán General elevó el dictamen al Ministro de Guerra Campo de Alange. Tras celebrarse la Junta se dispuso por Real Orden de 23 de marzo de 1792 que el Maestro Mayor de las Obras Reales, y Teniente Coronel del Cuerpo de Ingenieros, Francisco Sabatini, emitiera dictamen sobre el expediente del barranco de Canicia. Sabatini era de “dictamen que se dividan las aguas según lo propone dicho Ingeniero Director, pues no parece haver otro medio que pueda adaptarse”[18]. En cuanto a la forma de sufragar los costes –50.766 reales para la cuneta del trincherón y 7.290 para las obras del Barranquet– sugería que se investigase cuál era el “curso primitivo que tuvieron esta agua de suerte que si en lo antiguo han tenido su desague al mar por la direccion de la Calle del Barranquet, y por la comodidad y aumento de casa las han dirigido por el foso, como es verosimil, estando ya formada la muralla del trincheron, en este caso deben ser costeadas de cuenta de los fondos de la Ciudad las obras que se proponen, pero si antes de la execucion de la muralla tenian ya su salida por el terreno que ahora ocupa el foso, en este caso deberan, en mi concepto, costear cada uno las obras que a su jurisdicción corresponda; esto es S.M. las del foso, y la Ciudad las de la calle”. Parecía evidente que se trataba de un caso de negligencia contra las ordenanzas, que prohibían edificar en zonas próximas a las fortificaciones, y por tanto el arrabal de San Francisco estaba inicialmente fuera de ordenación. Y era seguro que no se había hecho ningún desvío del cauce antes de la formación del trincherón de los ingleses en 1709. La ciudad tendría que asumir los costes de las obras. El 1 de abril de 1792 el Rey Carlos IV aprobó, según el parecer de Sabatini, el proyecto de Gerónimo de la Rocha y Figueroa. Ordenaba también que se investigara sobre el cauce antiguo del Canicia.

A principios del año 1793, tras la ejecución del rey francés Luis XVI, España entró en Guerra con Francia. Comenzaba así la Guerra contra la Convención. El primer ataque de las tropas francesas se produjo el 7 de marzo de ese año. Por la documentación posterior conocemos que la cuestión del cauce de las aguas quedó aparcada y que no se acometieron las obras ordenadas por Carlos IV. Pasó más de un año desde la aprobación del proyecto de Rocha y Figueroa, y la madrugada del 7 al 8 de septiembre de 1793 se produjeron de nuevo fuertes avenidas de aguas. Y entró en escena esta vez el barranco de San Blas, del que parecían haberse olvidado los responsables ingenieros y autoridades civiles durante años, quizás por haber causado mayores daños las aguas del Canicia. Los efectos habían sido demoledores en el baluarte de San Carlos:

“… la copiosa lluvia que experimento aquel Pais fue a chocar directamente con el flanco derecho, y angulo de la espalda del Baluarte de Sn. Carlos que sirvio de un fuerte espigon para cortar el ímpetu de la corriente obligandola a continuar su curso al mar, y si no huviera encontrado esta resistencia positivamente huviera derribado, y arrastrado el trincheron de Sn. Francisco y mucha parte del caserio del Arrabal. A la solidez firmeza y buena construccion del referido baluarte supero la fuerza de tan extraordinaria corriente desprendiendole enteramente el angulo de la espalda, y dos cañoneras colaterales por todo el grueso del Parapeto hasta la banqueta inclusive dexando sentida la explanada, y parte del terraplen; cayo la Garita de Piedra labrada con toda su repisa que se la han llevado las aguas y el solido de mampostería desprendido con la mayor parte del revestimiento de silleria ha quedado presentado delante de la misma quebradura pero mucho mas baxo que su anterior nivel por haverle descarnado el cimiento el grande barranco que han abierto las aguas desde enfrente de la Puerta de Bavel donde se ha introducido el mar que baña toda la cara derecha y angulo arruinado con bastante profundidad…”[19].

El ingeniero Gerónimo de la Rocha y Figueroa había hecho un reconocimiento para evaluar los costes de las reparaciones que debían efectuarse, pero no había podido completarlo al no poder acercarse con suficiente proximidad a la zona afectada por las inundaciones. El presupuesto sería de 35.870 reales de vellón: 18.369 para el muro, 3.050 para el parapeto, 8.451 para reparar los cimientos y 6.000 reales para sueldos y gastos imprevistos. El Ingeniero Director Ricaud finalizaba a modo de conclusión retomando todas las alegaciones de años anteriores sobre la necesidad de finalizar conforme a la buena construcción el malecón –levantando una fuerte presa– y ampliación de canalización del nuevo cauce de San Blas:

“Nunca estará seguro ni el Baluarte ni la Población del Arrabal de iguales o mayores daños como no se varie la direccion que traen esta agua perfeccionando el cauce por donde se pensaron dirijir al Bavel, haciendo una fuerte presa que apoye en el mismo puente, y la entrada de dicho cauce; cuya obra considero ser la unica que conviene para este caso”.

También en esta ocasión el Canicia había causado problemas en algunas edificaciones del interior. La abadesa del Convento de Capuchinas, Dª. Magdalena Lledó, volvía a solicitar que se cerraran las rejas, o al menos se dividieran las aguas, tal y como había planteado Ricaud. A pesar de la aprobación Real de las obras, éstas no se habían acometido. Se seguía todavía investigando sobre quién debía sufragar los costes.

Una vez tramitado el proyecto de reparación del ingeniero Gerónimo de la Rocha y Figueroa, se pidió opinión a Francisco Sabatini. Se le remitió el expediente completo sobre el barranco de San Blas, que desconocía por haber sido nombrado Maestro Mayor con posterioridad a muchos de los sucesos acaecidos, y elaboró un informe el 11 de octubre de 1793. Coincidía plenamente con el dictamen del comandante de ingenieros Juan Cavallero de fecha 22 de febrero de 1786. Había que hacer el desvío del cauce del barranco de San Blas siguiendo lo que proyectaron los ingenieros Antonio Exarch y Baîme Anphoux[20]. En su opinión los desastres del baluarte de San Carlos volverían a producirse si no se intervenía en el desvío del cauce, aunque se llegara a hacer la reparación empleando los 35.870 reales. La descripción de la forma en que las aguas afectaban al baluarte era minuciosa[21]. De manera velada venía a decir que había sido un error no seguir las opiniones de Exarch y Anphoux, que debido al elevado coste –400.757 reales– se desestimaron, y en cambio “se hicieron algunos cortos reparos en el cauce actual, segun este lo proponia, asegurando con ellos, a su parecer, ser suficientes a precaver toda ruina, cuya debilidad ha demostrado la experiencia y mientras subsista de este modo queda igualmente expuesta a padecer otras posteriores”. Los reparos propuestos por el ingeniero Anphoux como alternativa para salir del paso –solamente se destinaron 1.000 escudos– habían sido un fracaso. Solicitaba del Rey que ordenara al Ingeniero Director Ricaud hiciera nuevo reconocimiento con planos, perfiles y cálculo de presupuesto, comprendiendo la zona de desviación del cauce del San Blas y el arrabal de San Francisco. Se debía estudiar si con los arbitrios que se generaban por el comercio en Alicante se podrían pagar dichas obras. Deberían sufragar los gastos el Ayuntamiento y el comercio del puerto. Era su opinión que se reparase cuanto antes el baluarte de San Carlos, librándose los 35.870 reales, pero teniendo en cuenta que sin duda se necesitarían más cuando se pudiera observar mejor el estado en que habían quedado los cimientos.

Tres días después del dictamen de Sabatini, el 14 de octubre de 1793, se repitieron de nuevo copiosas lluvias que, al actuar sobre unas fortificaciones ya dañadas, produjeron daños de mucha mayor cuantía en las murallas del frente del Bavel. Baltahasar Ricaud envió al Capitán General duque de la Roca una estimación aproximada de los costes de las reparaciones con fecha 11 de noviembre. Frente a los 35.870 reales valorados el 14 de septiembre, había que añadir ahora 49.952 reales más. En total hacían la suma de 85.822 reales a falta de un reconocimiento más riguroso cuando las aguas desparecieran y permitieran la inspección[22]. Los daños iban en aumento y podrían agravarse de modo exponencial si no se tomaban medidas de carácter urgente.

De las obras aprobadas el 1 de abril por el Rey no se tenía noticia. El Ayuntamiento no había portado los caudales necesarios. Por Real Orden de 31 de octubre se instó al Ingeniero Ricaud que se tomara alguna disposición para liberar al Convento de las Capuchinas de tan desagradable situación. Se estaba además a la espera de la investigación sobre cuál era el verdadero curso antiguo del barranco de Canicia, anterior a la construcción del trincherón. Ricaud concluía por fin sus investigaciones y declaraba:

“No me queda duda (segun varios informes que he tomado a el efecto) que el primitivo curso de las aguas que hoy se dirigen por la Calle del Barranquet de Alicante procedente del Barranco de Canicia, ha sido siempre el mismo, pues asi lo acredita la disposicion del terreno y planta de aquella Población, la que fue anteriormente muy reducida, y lo que es Calle del Barranquet era la misma continuacion del mismo Barranco referido por donde vertian al Mar sus corrientes. A proporcion que se fue aumentando la Ciudad llego el caso de edificar en sus margenes, y mucho mas adelante, no impidiendose por esto el curso de las aguas por dicha Calle, y asi quando se hizo la Muaralla del Trincheron se dexo en ella el claro correspondiente para su entrada, con la diferencia de que en lugar de las rexas de piedra que existen en el dia, havia unos tornos de madera con aletas que se quitaron para impedir el contrabando que podia entrar por ellos”[23].

Por tanto era evidente que la ciudad y el comercio debían hacerse cargo de sufragar las obras, en ningún caso la Real Hacienda. Los problemas del convento se resolverían con el proyecto de Rocha y Figueroa de 29 de enero de 1792, aprobado por el Rey.

Siguiendo el preceptivo cauce administrativo, Sabatini informó el 21 de diciembre adhiriéndose al parecer del Ingeniero Director. Debían librarse los 85.822 reales para reparar cuanto antes el baluarte de San Carlos –era muy urgente– y las obras de la calle del Barranquet y desvío en caso de fuertes lluvias de parte de las aguas por el foso del trincherón debía dirigirlas el Ingeniero Comandante de Alicante Rocha y Figueroa. Disponía además que debían “ser cuenta de aquel Ayuntamiento los gastos que ocasionen las obras que S.M. resolvio se executasen, como unico medio de impedir semejantes daños, (...) pues siendo sus vecinos los causantes de los riesgos que ahora experimentan, no parece justo sea la Real Hacienda quien los ponga a cubierto de ellos”[24]. Solicitaba también que se hiciera un nuevo reconocimiento y proyecto sobre la variación del cauce del barranco de San Blas, con planos perfiles y presupuesto. Así se anotó en el expediente de la Junta de Estado

 “El 2º punto se reduce a que libren 85.822 reales que importará la reparacion de los daños que han causado dos avenidas del barranco de San Blas en el Baluarte de Sn. Carlos, y que se forme nuevo proyecto para variar su cauce, a fin de que quede precavida la muralla de iguales estragos. Esta muralla, o Trincheron solo sirve para para livertar la plaza de un golpe de mano; pero a lo menos es dudoso si por este unico objeto conviene, o no se mantenga con tanto gasto como el que se ha hecho, y he de hacerse. Bien examinadas las circunstancias, y situacion de Alicante, y el estado de las cosas del dia, tal vez se juzgaria que no le corresponde otra defensa que la del Castillo, y que nada importa se abandone el Trincheron, porque su conservacion es mas costosa que util”[25].


Un trincherón permanentemente cuestionado

Mientras tanto, entre tantos informes y proyectos de vital importancia para los ciudadanos de Alicante y la actividad comercial, la Guerra contra la Convención continuaba su curso. Pocos meses antes, en septiembre de 1793, las tropas aliadas habían tomado el Rosellón. Se esperaban campañas francesas para su recuperación, y además no era descartable un desembarco en algún puerto como el de Alicante. Baste recordar que la ciudad había sido bombardeada por la flota francesa en 1691[26]. Ante esta situación el Rey ordenó el 5 de febrero de 1794 que se manifestara el estado de la plaza de Alicante en materia de artillería y fortificación. No ha quedado documentación de los primeros informes que se emitieron, pero sabemos su contenido gracias al propio de Sabatini de fecha 23 de febrero. Parecía poco probable que el enemigo desembarcara en Alicante gracias a la firmeza del Castillo de Santa Bárbara[27], ya que otras plazas de costa como Coruña, Ferrol o Cartagena serían más favorables para el ataque del enemigo. Concluía diciendo que se precisaba por parte de los Comandantes de Artillería e Ingenieros informes sobre la artillería existente y el excedente, que podría trasladarse para otras plazas, y lo necesario para poner la plaza de Alicante en estado de defensa.

El 10 de marzo el Rey ordenó que se hicieran los informes solicitados por Sabatini, pero introducía otra consideración no aportada por los ingenieros: debía estudiarse, dado los costes que conllevaban las obras de reparación, si era mejor abandonar en su totalidad o en parte el trincherón, o por el contrario su conservación. Otra vez se manejaba en la Junta de Estado la inutilidad del trincherón, que sólo servía para evitar un golpe de mano, y no para una defensa conforme a las máximas de fortificación en caso de sitio. Parecía más interesante destinar los fondos aprobados para reforzar el Castillo de Santa Bárbara con bóvedas a prueba de bomba, y añadir baterías en los puntos más importantes, ya que esta fortaleza era la verdadera defensa de Alicante. Ordenaba también al Capitán General de Valencia que se ejecutasen sin dilación las obras aprobadas en 1 de abril de 1792, y a expensas del Ayuntamiento y comercio, “estrechando a la ciudad para que aporte los caudales que se vaian invirtiendo”.

El 5 de abril el Ingeniero Director Balthazar Ricaud remitió el informe solicitado sobre el estado de las fortificaciones de Alicante en la parte del trincherón[28]. Era partidario de no abandonar ni en parte ni en su totalidad el trincherón, pues para reemplazarlo se debería utilizar la piedra demolida para la nueva muralla, siendo esto perjudicial para la plaza en tiempo de guerra –como se estaba– “pues llegaria el caso de quedar sin defensa la gran parte de Poblacion que al presente resguarda, por la razon que milita de que para poder principiar las nuevas obras, era menester que los dos tercios del trincheron estuvieran ya demolidos; a no ser que en lugar de esta falta de defensa, se formaran algunos reductos provisionales, lo que aumentaría mucho el gasto y poco la utilidad...”[29]. El proceso de derribo y construcción de una nueva muralla no era proceso sencillo, y podría dejar la plaza sin defensas. La construcción de algunos fuertes avanzados provisionales de menor escala sería una buena solución, pero sería extremadamente costoso. Además opinaba Ricaud que dado que gran parte de la población residía en el arrabal de San Francisco, y que allí era donde se desarrollaban los ramos más fuertes del comercio, debía mantenerse el trincherón, aumentando el terraplén y formando baterías para entretener la defensa para dar tiempo a los vecinos a retirarse a la ciudad; servía éste para evitar un golpe de mano en caso de desembarco; era muy ventajoso para comunicarse a cubierto con el Castillo, baluarte de San Carlos y baterías; y disminuía el riesgo de fraude de las rentas reales, que solo este último concepto justificaría por la cuantía que se acometieran las obras de reparación cuanto antes.

Aprovechaba Ricaud para manifestar la importancia del baluarte de San Carlos para la defensa de Alicante[30], por lo que debía procederse cuanto antes a su reedificación librándose los 85.822 reales según la Real Orden de 10 de marzo de 1794. Respecto del asunto de incumplimiento de la Real Orden de 1 de abril de 1792 había detectado el problema: el Intendente de Valencia no había dado orden a la ciudad de Alicante para que destinara los fondos necesarios para ir acometiendo las obras del Barranquet y el canal del foso del trincherón. Apremiaba su comienzo para evitar que la batería de Elche, próxima al baluarte de San Carlos corriera la misma suerte que éste, “pues las ultimas avenidas robaron el terreno hasta sus cimientos”.

Lorenzo Laso de la Vega, Comandante de Artillería del Reino de Valencia, dirigió al Capitán General duque de la Roca el dictamen que había elaborado el Comandante de Artillería de Alicante Pedro Orduña. Entendía que abandonar el trincherón, optando mejor por reforzar el Castillo de Santa Bárbara, aumentando sus obras defensivas y baterías, no tenía sentido:

 “... S.M. previene se examine si combendra, o no abandonar en todo o en parte el trincheron, o muro antiguo que cierra esta Plaza y su Castillo, fiando su principal defensa a este aumentando algunas obras y estableciendo una u otra Bateria para aorrar el gasto de su conservacion; soy de parecer no equibaldra este al que ocasionarian las obras que se substituyesen, y mucho menos a la baja que tendria la renta si se dejase la Plaza abierta, ademas de su utilidad para ebitar un golpe de mano cubrir la comunicación con el Castillo y Baterias, y el tiempo que con su resguardo pudiera ganarse para retirarse a la Ciudad los que havitan en el Arrabal de Sn. Francisco donde esta el fuerte Comercio de Barrilla y saladura; por lo que en mi concepto debe conservarse y repararse el Baluarte arruynado de Sn. Carlos tan preciso para la defensa de este Puerto”[31].

Finalizaba Lorenzo Laso de la Vega adhiriéndose a la opinión de Orduña. Además había estudiado un plano que incluía la plaza y Castillo de Santa Bárbara de Alicante[32], que comprendía el trincherón, y esto le había ayudado a ratificar el citado dictamen.

Entre medias de estos informes, el dato aportado por Ricaud de que no se había dado orden al Ayuntamiento y comercio para que procedieran al pago de las obras de Real Orden de 1 de abril de 1792, llegó al Ministro de Guerra, quien exigió se procediera a subsanar la omisión. Se conservan escritos de la Junta de Propios de Alicante, de fecha 9 de abril, y del Conde de Zanony –por ausencia del Intendente de Valencia– de 27 del mismo mes, exponiendo que no se había comunicado tal Real Orden. Instaba al Conde del Campo de Alange para que primero les comunicara la Real Orden. Así se hizo. El Rey comunicó al Ministro de Hacienda Diego Gardoqui el 12 de mayo que remitiera al Intendente de Valencia la Real Orden.

Una vez elaborados los informes requeridos por el Rey, se enviaron al Ministro de Guerra el 1 de mayo de 1794, quien a su vez los remitió al Rey. Este pasó copia a Francisco Sabatini quien el 14 de mayo emitió el correspondiente informe. Ratificaba todas las opiniones de los Comandantes de Artillería e Ingenieros Orduña y Ricaud. En el expediente de la Junta de Estado se iban anotando los distintos informes y resoluciones del Rey. Respecto del informe de Sabatini se dice:

“Ambos opinan que no debe abandonarse, porque los gastos de su reparacion no equivaldrian las obras que habrian de sustituirsele, y mucho menos a la baja que sufriria la Real Hacienda si se dejase abierta la plaza, respecto a que la mayor parte del comercio se halla en el Arrabal de Sn. Francisco. Es tambien util su conservacion para evitar un golpe de mano, y dar tiempo a que se retirasen a la ciudad los havitantes de aquel barrio. En sus angulos salientes pueden establecerse algunas baterias para aumentar sus defensas, y el baluarte de Sn. Carlos debe repararse como uno de los principales puntos que defienden la plaza y Puerto”[33].

Proponía Sabatini que se reparase el baluarte de San Carlos, por importe de 85.822 reales, que se conservara el trincherón y se reparase donde fuera necesario, y que por último se hiciera nuevo reconocimiento y proyecto para resolver definitivamente el desvío del cauce del barranco de San Blas. Carlos IV aprobó el parecer de Sabatini el día 26 de mayo de 1794, y quedó a la espera de que se elaborase un nuevo proyecto. También debía estudiarse si se disponía de arbitrios con que cubrir los gastos del proyecto, de manera que la ciudad y el comercio –primeros interesados en solucionar los problemas– pasasen regularmente contribución.

Se daba por finalizada de esta manera la puesta en cuestión de la validez o no del trincherón. Era sin duda una débil fortificación, y de gran monta los caudales que debían destinarse para su reparación. Sin embargo, al igual que ocurriera años antes, la cuestión principal era que la ciudad volvía a aprovechar la coyuntura para desembarazarse de un cinturón que encorsetaba sus posibilidades de expansión, tanto residenciales como comerciales. Sin caer de nuevo en el error de tramitar la solicitud a través del Ministro de las Indias[34], como ya sucediera en 1786, y saltándose por tanto el cauce administrativo, había ejercido sus influencias en la Junta de Estado para que se dictaminara su inutilidad. También se había hecho todo lo posible por retrasar el comienzo de las obras y aportar los caudales a que estaban obligados. Sin embargo el Rey había decidido una vez más atender a las recomendaciones de los ingenieros militares y del propio Sabatini. Las circunstancias de la Guerra de la Convención habían jugado en contra de los intereses de la ciudad y el comercio.

Un proyecto con tres variantes: el ingeniero Leandro Badarán visita Alicante

La preocupación latente por un posible desembarco de las tropas francesas en Alicante avivó la necesidad de poner la ciudad en estado de defensa. Era poco probable que el enemigo dispusiera atacar una ciudad dotada con un castillo tan bien defendido por naturaleza[35], pero se instó a los ingenieros militares a que hicieran reconocimiento del estado de las fortificaciones, sus defectos, y la artillería con que estaba provista. Se pidió al Corregidor de Alicante Josef Romeo que remitiera tal informe. Realizó el informe Leandro Badarán, Ingeniero Director de las obras de fortificación de Cartagena, que fue solicitado por su experiencia y capacitación para tal cometido.

El informe, fechado el 23 de noviembre de 1794, es tan certero como extenso, y deja entrever su experiencia y conocimientos en materia de fortificación. Podríamos resumir su informe diciendo que el trincherón era muy fácil de asaltar, que toda esa parte de la ciudad estaba además dominada por la Montañeta de San Francisco, que la batería de San Antonio era estorbada en su defensa por las casas del arrabal de San Francisco y que el arrabal de San Antón –extramuros– no podía defenderse ni siquiera desde el castillo. En cuanto al baluarte de San Carlos, era dominado con tiro de fusil desde una pequeña loma, por lo que debían hacerse espaldones para resguardar sus baterías. El Castillo de Santa Bárbara no podía asaltarse ni escalarse fácilmente, pero tenía el inconveniente que desde la montaña de San Julián se le podía atacar con baterías, y por tanto era necesario hacer más bóvedas a prueba de bomba en sus edificios, además de proteger las baterías con espaldones de faginas o sacos de tierras. Hacía un recuento de todas las piezas de artillería de la plaza, y concluía que “teniendo suficiente Artilleria montada por la parte del mar, y mucha sobrante sin montar, convendría (despues de dotar la necesaria para el Castillo) llevar la restante a Cartagena, u otra parte, afin de que el enemigo no se apodere de ella”[36]. Procuraba solucionar primeramente los problemas de Cartagena –de la que era responsable–, una plaza en la que el enemigo podía a priori desembarcar con más facilidad. Para defender el castillo se necesitaban 550 hombres, de ellos 56 artilleros y 168 hombres de apoyo para artillería. No deberían ser más, pues en caso de bloqueo se consumirían más víveres y agua. Además no había suficientes construcciones para resguardo de la tropa.

Josef Romeo envió el informe al Capitán General de Valencia, y éste a su vez al Ministro Campo de Alange, exponiendo que “se serbira V.E. enterar de la deplorable situacion en que se halla dicha Plaza, y de lo indispensablemente necesario para ponerla en estado de defensa de cualquier invasión que intentasen los enemigos: Lo qual espero tendra V.E. a bien hacerlo presente a S.M. para la resolucion que sea de su Real agrado”[37].

Poco después de redactar su informe, el 7 de diciembre, Leandro Badarán hizo a su vez un nuevo proyecto para el desvío del cauce del barranco de San Blas. Así lo había ordenado el Rey el pasado 26 de mayo. Partía de la premisa de que antes de proceder a la reparación del baluarte de San Carlos debía resolverse la cuestión del desvío del barranco. Era prioritaria ya que de nada serviría la reparación si a los pocos años se volvían a producir las riadas. Adentrándose en la historia de los que hasta ese momento se había hecho, señalaba varios errores: en primer lugar no se había cerrado todo el ancho del canal antiguo con el paredón, que se había hecho además poco robusto; en segundo lugar, el ancho del canal nuevo era insuficiente:

 “… pues no teniendo dicho Canal mas que diez varas de ancho, y siendo el claro de los dos arcos del Puente de veinte y dos, es evidente que no puede sorver tanta agua como la que fluye por el Puente, de lo que precisamente havia de resultar la detencion, y retorsion de las aguas empujando con extraordinaria fuerza contra el paredón, y corriendo con demasiada velocidad por el nuevo Canal, robando porcion de tierras en sus dos argenes, la que detenidas en su alveo causaran estorvo al paso de las aguas, y nuevo motivo de retorsión, y empuje al paredón capaz de arruinarlo como sucedió, franqueandose paso para correr por su canal antiguo”[38].

No era menos crítico al valorar “el defecto de no estar en linea recta, ni en la direccion de los pies derechos del Puente que es la que naturalmente llevan las aguas al salir de el”. Al salir con oblicuidad respecto de la boca del canal –tortuosidades en su recorrido– se causaban los problemas en el paredón. Por último añadía el inconveniente de que los muros de tierra del cauce no estaban cortados con la inclinación natural de su consistencia, y por tanto se desmoronaban con mayor facilidad; no se había hecho la prolongación del canal hasta el mar; y el inconveniente de que los niveles del lecho del canal estaban mal diseñados, con “altos, hoyos y otras desigualdades”, y las aguas adquirían en algunos puntos excesiva velocidad. Muchos de estos defectos habían sido descritos en proyectos anteriores, pero llama la atención la precisión con que Badarán describe las causas que los han originado.

Figura 3. “Plano que manifiesta de Sn. Blas... y el Canal qe se abrio para extraviar las aguas al Mar, y la obra qe se proyecta para darle mas capacidad y hacerlo mas permanente”. Leandro Badarán. 7 de diciembre de 1794. Fuente: AGS. M, P y D. IV, 164. GM Leg. 5.891.


Sería demasiado extenso referir todos los puntos del proyecto. Se trataba de construir un paredón capaz, alinear lo mejor posible la dirección de las aguas hacia el canal, ensancharlo y prolongarlo hasta el mar, y darle los taludes adecuados. En la prolongación hacia el mar era preciso “continuar el corte de los margenes, dandole mas amplitud en su extremidad, como manifiesta el plano, para que las aguas corran con mas desahogo, y tengan donde esparcirse, si las detiene algo el inevitable enquentro, y marejada de las del mar”. Consideraba la parte más importante del proyecto disponer en el lecho del canal un perfecto plano con inclinación continua, “que es una inclinación tan suave, que no puede causar los derrumbes, y estragos que haria en los margenes, si corriese con la velocidad que le aumentaria una inclinación mayor. Para formar el suelo, o plano del Canal con esta uniforme inclinacion, se rellenaran todos los hoyos, y grietas que hay desde el Puente hasta la entrada del Canal, y las que tiene a su desembocadura, con las tierras que corten de su margen, bien pisonadas, extendidas por tongadas, regadas para que se aprieten, excavando o rebajando las tierras que hay demás en algunos parages que forman altos”. Esta prescripción técnica que hemos incluido es solo una muestra de la calidad técnica del proyecto de Badarán[39].

En verdad el ingeniero mostraba tres proyectos en uno, pues se podía resolver el desvío del cauce por tres vías. La primera consistiría en dejar el trazado del desvío del cauce tal y como se hizo en 1772, con las consignas anteriores, y formando una muralla que cerrara todo el acceso al cauce antiguo, reforzándola con un malecón de tierras procedentes de las excavaciones que se irían realizando. El importe total ascendería a 461.365 reales y 17 maravedíes. La segunda consistía en hacer el cauce totalmente nuevo desplazado hacia el oeste en paralelo al existente, para hacer que las aguas fueran en línea recta. Hay que recordar que esta disposición ya había sido diseñada por Verboom en 1721[40]. Habría que hacer una muralla similar para cerrar el paso hacia el cauce antiguo. Las tierras de excavación se verterían sobre el canal de 1772. El coste de las obras ascendería a 574.115 reales y 17 maravedíes. Y la tercera opción era una simple variante de la primera, en la que Badarán arriesgaba sin duda. Los costes de materiales y mano de obra habían crecido desmesuradamente en los últimos tiempos, un tercio más. Y veía como forma de abaratar suprimir la muralla confiando la tarea de dirigir las aguas al malecón de tierra:

“El asunto es que podria suprimirse la obra que se propone de la muralla para cerrar el alveo de la madre antigua, porque en mi concepto sera suficiente al mismo fin el malecon de tierras de diez o mas varas de ancho; pues la experiencia ha hecho ver muchas vezes, que para extraviar el agua de un rio, no es necesario hacer mas muralla que allanarle el nuevo camino que se le señala, cerrando el antiguo simplemente con tierra, pues por grande que sea el impetu, y estragos que ocasiona el agua quando se le haze oposicion a su carrera otro tanto manifiesta de mansedumbre quando se le franquea libre paso...”[41].

De esta forma el coste de las obras sería de 317.450 reales. Recomendaba en todos los casos hacer contratas por asiento o a pequeños destajos, para hacer las obras más económicas.

El Capitán General remitió al Ministro de Guerra el proyecto de Leandro Badarán el 17 de diciembre. El Rey ordenó el día 25 de diciembre que Sabatini emitiera dictamen sobre cuál de los proyectos de Badarán debía ejecutarse. Este no se pronunció hasta el 18 de febrero de 1795. En su informe dirigido al Ministro Conde del Campo de Alange exponía que el Ingeniero en Jefe Badarán proponía un proyecto de elevado coste –unos 60.000 reales más que el de Bartolomé Anphoux de 1786– y que era preciso buscar la forma de abaratarlo. No parecía sensato proponer ahora una obra de tal coste que podía haberse hecho antes –el proyecto de Anphoux no fue aprobado el 19 de abril del año 86 por su elevado importe– ni tampoco volver a cometer el error de hacer algunos reparos como “los propuestos por dicho Ingeniero, y calculados en 10.000 reales, cuia obra, como se ha visto, no ha sido suficiente para obviar los daños que causan las grandes avenidas”[42]. Decidía seguir la última propuesta de Badarán, suprimiendo la muralla y haciendo un malecón de tierra con algunas variaciones:

“... es mi dictamen que se prefiera por menos costoso el ensanchar el canal D, omitiendo el murallon F de canteria, terraplenando el claro de este con tierra de la que ha de producir la misma escavacion, revistiendo la superficie de este malecon que hace frente al canal con un grueso de tepes de 4 varas bien colocados, y pisonados, cuia precaucion evitara que las aguas lo destruian por el refuerzo de tierras con que ha de estar sugeto en la parte posterior”.

Difería del precio unitario que Badarán había establecido por vara cúbica de excavación –5 reales– y entendía que podía perfectamente contratarse por 2,5 ó 3 reales. De esta forma, en vez de 317.450 podría costar 220.000 reales. Finalizaba indicando que, aunque el Capitán General no hacía mención de la contribución de la ciudad y el comercio a estas obras, debían sin duda hacerse cargo por los muchos beneficios que les iba a reportar. El 5 de marzo el Rey aprobó la propuesta de Sabatini y así lo comunicó al nuevo Capitán General de Valencia duque de Castropignano, y envió también copia al Ministro de Hacienda Gardoqui.

Además de lo relativo a la obra pública del canal, que incidía sin duda en el estado de las fortificaciones, quedaba pendiente de resolución lo referente al estado de defensa en que se encontraba Alicante y su dotación de artillería. En otro informe algo posterior, de fecha 3 de marzo de 1795, Sabatini ratificaba el parecer de los Comandantes de Artillería e Ingenieros al respecto. Como ya se dijera anteriormente no parecía que el enemigo pudiera elegir Alicante como destino de desembarco, antes bien lo haría en Coruña, Ferrol o Cartagena, que no se hallaban en el estado de defensa que les correspondía. Solicitaba que el Comandante de Artillería volviera a hacer relación de las existencias de artillería en la plaza –cañones, municiones y efectos– y determinara cuántos sobraban de la dotación para poder ser enviados al ejército de Cataluña y servirle de apoyo en la guerra. A pesar de que consideraba que las fortificaciones de otras plazas estaban en peores condiciones que las de Alicante, si finalmente el Rey decidía ponerla “en estado de defensa”, se precisaría que el Comandante de Ingenieros hiciera una relación de las obras necesarias, con el cálculo del presupuesto[43]. El Rey aprobó el 4 de abril la propuesta del Maestro Mayor de Obras Reales, Francisco Sabatini:

“… se ha servido resolver S.M. que no se ejecuten por ahora las obras de defensa propuestas, y que el Comandante de Artilleria forme un estado de los cañones, municiones, y efectos pertenecientes a este ramo que sobren de la dotacion de la plaza, y castillo, pasandola V.E. a mis manos, a fin de destinarlos, adonde se necesiten”[44].

En el momento de la redacción de dicho informe quedaban pocos meses para el final de la Guerra de la Convención. El 1 de abril se había firmado un tratado entre Francia y Prusia, y el 22 de julio se firmaría la Paz de Basilea. Francia liberaba Cataluña, Vascongadas y Navarra, y se producía un tiempo de transición respecto de los numerosos informes de obras que se habían redactado en los dos años de conflicto bélico.


Últimas propuestas de Jerónimo de la Rocha y Figueroa: un proyecto conjunto para los cauces del Canicia y San Blas

Los primeros documentos referentes a nuestro objeto de estudio, redactados tras la Guerra de la Convención, son de abril de 1797. Permanecía latente el dilema planteado sobre el trincherón, a todas luces incapaz de ofrecer resistencia, aunque con la ventaja de evitar fraudes en el comercio y un posible golpe de mano. La ciudad y el comercio sufrían con cierta periodicidad los estragos que causaban las aguas del Canicia. Así que no era de extrañar que se levantaran continuas voces para su abandono. Pero lo más llamativo de estos primeros documentos es que Josef de Urrutia, recientemente nombrado Ingeniero General del Ejército Español, estaba de acuerdo en abandonar el trincherón. Ésta sí que era una novedad. Hasta la fecha había sido unánime la voz de los ingenieros y artilleros.

El 3 de marzo de 1797 se pidió a Francisco Saavedra, Secretario de Hacienda, que se pronunciase sobre la cuestión del trincherón. El 2 de abril se envió el informe y resto de documentos del expediente al Ingeniero General Urrutia. Saavedra ratificaba anteriores opiniones del Ministerio de Hacienda, y exponía que debía mantenerse el trincherón para evitar posibles fraudes de contrabando. Recordamos que Sabatini, Maestro Mayor del Obras Reales, había manifestado su parecer de que el trincherón debía conservarse. Sin embargo, ahora la cuestión estaba en manos del Ingeniero General y la Real Hacienda.

La cuestión quedó otra vez sin resolver, si bien conocemos por un expediente algo posterior que por fin se habían llevado a cabo las obras de reparación y cimentación del baluarte de San Carlos[45]. Y los días 10 y 11 de octubre de 1797 se produjeron otra vez fuertes lluvias y los consabidos efectos en el trincherón por la parte de San Francisco. En esta ocasión, afortunadamente, no se produjeron daños ni en el recién reparado baluarte, ni en los edificios del arrabal de San Francisco. Se debió a un hecho fortuito, al menos así era descrito, y es que las aguas del Canicia arrastraron numeroso ramaje que estaba almacenado para los hornos de alfarería, y atascaron las rejas de acceso al interior del recinto con las arenas y piedras que acarreaban. Las aguas superaron la altura del dique que impedía el acceso al foso del trincherón, y se evacuaron entonces hacia el mar por esta vía. Aunque la población, por orden del Gobernador, procuró desatascar las rejas, no pudieron hacerlo durante la noche. Los efectos habían sido muy perjudiciales para el trincherón: se habían abierto cinco brechas en éste, con una abertura total de 160 varas, longitud nada despreciable. Afortunadamente se había hecho un banquetón de piedra para proteger el baluarte de San Carlos y la cortina, que funcionó bien. Las aguas sólo consiguieron llevarse algunas piedras de escollera. Al pasar por el puente de la Puerta de San Francisco y desembocar en el frente de Bavel, al haber un importante desnivel, a pesar de estar enlosado para prevenir estas acciones, el agua se llevó las losas e hizo un gran boquete en el terreno. El problema se debió también a que en ese preciso punto se juntaban las aguas del Canicia con las del barranco de San Blas. El foso había quedado tras la riada cubierto de escombros y tierras. Las monjas Capuchinas volvieron a solicitar que se cerraran las famosas rejas, pues se habían librado “por la misericordia divina” de un nuevo incidente en su convento[46].

La solicitud llegó al Rey y éste pidió informe a Sabatini. Por otra vía también se había pedido al ingeniero Leandro Badarán, por su gran saber y experiencia, que hiciera una relación de daños que había sufrido el trincherón, y los reparos que se precisarían. Lo finalizó el 16 de octubre de 1797. Además de la descripción que acabamos de ver sobre la dirección que tomaron las aguas del Canicia[47], y sus efectos, se habían producido desperfectos notables en las cubiertas de los cuarteles y cuerpos de guardia, en la cerca exterior del polvorín y en el pararrayos. La propuesta de Badarán era que no valía la pena deshacer el revestimiento exterior e interior del trincherón y volverlo a levantar con buena mampostería y cimientos gruesos, pues se trataba de un mala fortificación, una simple trinchera dominada desde las alturas del contorno del sur-oeste de la ciudad[48]. Proponía que se reparasen las enormes brechas abiertas y dejar el trincherón “en su estado anterior, con una aparente figura de recinto”. Para solucionar los problemas inducidos por los saltos existentes en el foso se haría una suave rampa de cincuenta varas de longitud empedrada con encallado de un pie de grueso y fajas de enlosado que sirvieran de cadenas a distancia de tres varas una de otra. El importe total de estos trabajos sería de 45.875 reales.

En un escrito de Badarán de la misma fecha dirigido a Sabatini, además de remitir el anterior informe y enviar copia al Capitán General de Valencia, era de opinión que valía la pena conservar el trincherón[49]. La ciudad debería proveer los fondos para acometer las obras del proyecto de Jerónimo de la Rocha y Figueroa de 1792, que dividía las aguas entre el Barranquet y el foso del trincherón, y que fue aprobado por el Rey. Sorprende al decir que la ciudad pondría 7.290 reales y la Real Hacienda 50.766, pues como hemos visto el Rey determinó que fueran también responsabilidad de la ciudad, al ser la calle del Barranquet el cauce original del Canicia. Insistía en la necesidad de forzar a la ciudad a que aportara los fondos que estaban previstos hacía años. Examinando el proyecto de Rocha y Figueroa manifestaba que el foso debería tener mayor amplitud. Era insuficiente para las grandes avenidas de aguas que se producían. Por ese motivo sugería que se examinara dicho proyecto, así como el que él mismo había elaborado para el desvío de las aguas del San Blas, y que el Rey había aprobado, que debían estar en la Dirección General, con “la condicion de que los Propios de la ciudad havian de costear la mitad del importe, pero en tocando en este banco de los Propios se atollan todos los Proyectos”[50]. Estaba claro que la ciudad y el comercio sólo aportarían los fondos previstos en el caso de que fuera de su interés y necesidad, y sólo les convenía que se cerrasen las rejas del Canicia y se formase un canal en la parte exterior del trincherón. No así el resto de las propuestas.

El Ingeniero General Josef de Urrutia, era partidario como hemos dicho de abandonar el trincherón:

“... el propio Ingeniero dice que le es sensible proponer gasto para una fortificación que ni es, ni puede ser de mucha utilidad, juzga que no se debe pensar en su reedificación, y si prevenir a dicho oficial que con presencia del deposito de ruinas que hay en el foso, y salida franca que pueda darse a las aguas del barranco de Canicia en las mayores avenidas, proponga las obras que convenga executarse, supuesto el abandono del trincheron, y teniendo a la vista el proyecto aprobado para desviar las aguas del barrancon de San Blas: Y con estos conocimientos se podra determinar lo conveniente y aun estrechar a la Ciudad a que atienda a la nueba direccion de las aguas en que sus vecinos son tan interesados, facilitando los caudales, aunque sea proponiendo arbitrios, con cuya providencia resultara el remedio que desea la comunidad de religiosas Capuchinas”[51].

En su presupuesto anual del destino de los fondos de fortificación para todo el país destinaba 66.000 reales para el Reino de Valencia, de los cuales 26.000 debían aplicarse en Alicante. No era mala proporción, pero a todas luces insuficiente para poder acometer obras de desvío de cauces. Hay que tener en cuenta que para las torres y fortalezas del partido de Villajoyosa se dirigían 15.000 reales, y el presupuesto que había determinado Sabatini y que el Rey había aprobado para el desvío de los cauces de los barrancos de Alicante era de 220.000 reales. Y el presupuesto de Badarán para reparar las brechas del trincherón era de 45.875 reales. La propuesta de Urrutia era inteligente. Lo primordial era que la ciudad contribuyera al desvío de las aguas del barranco de San Blas, perjudicial para el baluarte de San Carlos, y no había demasiado inconveniente en ahorrarse los 45.870 reales de reparaciones del trincherón, aunque el comercio lo viese perjudicial para sus intereses. Solicitaba además que el Ingeniero Comandante Gerónimo de la Rocha y Figueroa elaborase un proyecto que incluyese los dos barrancos, Canicia y San Blas, para dar salida al mar a las aguas, ya que hasta ese momento se habían tratado como dos problemas independientes, y era manifiesta la relación entre ambos si se dispusiera desviar las aguas del Canicia por el foso del trincherón. Sobre el San Blas habría que estudiar si se podían económicamente acometer las obras del desvío definitivo hacia el mar por el cauce nuevo. Era la primera vez que se acometía un proyecto coordinando ambas actuaciones

El informe de Urrutia cayó bien en la Junta de Estado. En las notas del expediente se añade el dato de que en Málaga, Consulado de al menos el mismo comercio que Alicante, se había optado por contratar guardas para la vigilancia contra el fraude. No sería por tanto problema hacer lo mismo en Alicante. Pero teniendo en cuenta que era muy poco probable que la ciudad respaldara la iniciativa de abandonar el trincherón, por el control de los ingresos y actividad comercial, se proponía amenazar a la ciudad y comercio con abandonar el trincherón para que aportasen de una vez los fondos para resolver los desvíos de los cauces. Se instaba al Ministerio de Hacienda que apoyara la estrategia haciendo ver lo negativo que sería para los intereses de los alicantinos.

Se comunicó esta resolución al Secretario de Hacienda Saavedra, según Real Orden de 3 de marzo, quien pidió emitiese dictamen al Consejero de Hacienda, y Ministro del Consejo de Hacienda Marqués de Rioflorido, sobre la resolución de abandonar el trincherón. Este último se encontraba comisionado en Alicante por otros asuntos relacionados con sus administraciones, por lo que pudo comprobar personalmente las fortificaciones y el estado deplorable en que se encontraba el trincherón tras las últimas lluvias. Rioflorido difería de Urrutia en cuanto a la conservación del trincherón[52]. Como responsable económico y del comercio defendía se mantuviera esa modesta construcción, pues era muy necesaria para evitar el fraude. Proponía que se llegara a un acuerdo con los comerciantes, según el cual ellos sufragarían las obras de reparación del trincherón y canalización exterior –haciéndola más amplia– y resolver con una rampa empedrada la salida al mar, a cambio de cerrar a cal y canto los portillos por donde entraban las aguas del Canicia en la ciudad:

“... tal vez podria repararse y mejorarse una voluntaria suscripcion a que cree se prestaran aquellos comerciantes y algunos vecinos si se les libertase de las aguas del barranco de Canicia por los perjuicios que les causa, y comprehende que dicho reparo; el cerrar el claro que introduce las aguas en la ciudad, ensanchar o dar al foso la capacidad necesaria para que bayan todas por el; hacer una zapata de mamposteria a proporcionada distancia del trincheron en las partes donde puedan ofenderle las avenidas; construir una rampa empedrada al desembarqe del foso para mas facil salida; y a alargar, si se considera preciso, el espigon para que de ningun modo puedan derramar las aguas sobre el baluarte de San Carlos...”[53].

Estas obras, precisas y bien argumentadas, costarían unos 60.000 reales, una cifra al alcance de las posibilidades del comercio del puerto. La conservación de las obras podría correr a cargo del fondo de fortificación o del Consulado, en ningún caso de la Real Hacienda. Saavedra envío su escrito y el informe de Rioflorido al Ministro de Guerra de entonces, Juan Manuel Alvarez, el 28 de marzo de 1798.

Figura 4. “Plano que comprenden el Arrabal de Sn. Franco., el Trincheron, los Barrancos de Sn. Blas y de Canisia, con sus respectivos Proyectos”. Gerónimo de la Rocha y Figueroa. 28 de marzo de 1798.
Fuente: AGS. M, P y D. IV, 169. GM Leg. 5.892.


El ingeniero Rocha y Figueroa finalizó ese mismo día el proyecto que se le había solicitado. Informaba en primer lugar de las obras de reparación del baluarte de San Carlos, que habían costado 10.779 reales y 26 maravedíes. Recalcaba que sería inútil esa obra si no se hiciera cuanto antes el desvío del cauce del San Blas. Enumeraba al hilo de los defectos[54] del cauce nuevo las obras que debían hacerse:

Dar mayor amplitud al canal de prolongación hacia el mar.
En el margen derecho se debería hacer un corte circular ensanchando la zona de entrada de las aguas.
El lecho del canal se dispondría en un plano inclinado perfecto. Había un desnivel total del cauce de 32 pies y 2 pulgadas, y su longitud era de 736 varas. La pendiente debía ser constante.
Se harían taludes en los márgenes del canal, de manera que tendría 30 varas de ancho en la parte superior y 20 en la inferior.
Se cerraría el alveo antiguo, desde el puente, con un malecón de tierras en toda su anchura.
Se rellenarían con las tierras de excavación, y terraplenarían posteriormente, todos los hoyos existentes en la parte posterior al puente, que tantos problemas causaban para la buena dirección de las aguas.

El coste total era de 22.000 reales, lo mismo que el Rey aprobara el 5 de marzo de 1795 siguiendo el parecer de Badarán. Correspondería a la ciudad hacerse cargo del importe, pero estimaba Rocha que sería mejor lo hiciera la Real Hacienda, pues el hecho de que el barranco de San Blas incidiera contra la ciudad sólo afectaba –esa era la realidad– al baluarte de San Carlos, y no a las edificaciones del comercio ni de los vecinos. Sería una pérdida de tiempo procurar forzar a la ciudad y al comercio, vista la anterior experiencia:

“... pues realmente las aguas del citado Barranco de San Blas poco daño pueden haver hecho a este Arraval [de San Francisco], ni a los Almacenes del comercio; presencie la havenida que causo la ultima ruina del Baluarte de San Carlos, y otras bastantes fuertes, en ninguna he visto que sus aguas haigan originado daños a el Arrabal pues las que suvieron hasta la Puerta del Bavel y principio de la calle, (...) fueron con tan poca fuerza que ni siquiera derrivaron la simple pared del Tambor, al tiempo que desprendieron el angulo de la espalda de dicho Baluarte”[55].

En cuanto al Canicia, se tapiarían las rejas que permitían que entraran las aguas en la ciudad, y se abriría por fuera del trincherón una zanja capaz de recibir las aguas de cualquier avenida, por caudalosa que fuera. Al ir las aguas en dirección opuesta liberarían al baluarte de San Carlos. Para asegurarse de que esto fuera así convendría prolongar el espigón situado al inicio del frente del Bavel, dándole 16 varas de ancho arriba y 10 abajo. Se reforzarían con mampostería las zonas donde las aguas pudieran incidir sobre el trincherón. Hubiera sido mejor hacer el canal en una línea recta, pero esto supondría más costes de expropiación y levantar otro puente en el camino nuevo. Las obras estaban presupuestadas en 52.171 reales, bastante más económicas por tanto que las del barranco de San Blas. Toda esta propuesta partía de la base de que el comercio aportaría los fondos necesarios al librarle, al cerrar las rejas, del gran inconveniente que producían las aguas en sus almacenes. Había que tener en cuenta además que el Rey había resuelto el 3 de marzo que se abandonase el trincherón:

“... lo que no pongo duda en que se juntará entre algunos comerciantes la cantidad necesaria para costear las obras, que fuese conveniente a fin de librarse de esta incomodidad; La qual supuesto el abandono del prenotado Trincherón (según lo previene S.M. por su superior orden de 3 de este mes) se reducia a tapiar el claro de las rejas, ...”[56].

Tras el proyecto de Rocha y Figueroa, Saavedra y Rioflorido actuaron con rapidez. Su informe había llegado al Rey, quien dio orden de que se volviese a considerar el asunto, instando al Ministro de Guerra Juan Manuel Alvarez que volviera a pronunciarse el Ingeniero General Josef de Urrutia. Este, tras analizar los escritos de Saavedra y Rioflorido, cambió sorprendentemente de opinión. No encontró inconveniente en el planteamiento del Ministerio de Hacienda. Estaba de acuerdo en mejorar el trincherón y repararlo. Era muy probable que los comerciantes costearían estas obras si se llegaba al acuerdo de cerrar los portillos y desviar el Canicia por el foso del trincherón. Insistía en la importancia de salvaguardar el baluarte de San Carlos –el tema de la longitud y forma del espigón era clave– cuyas obras debería asumirlas la Real Hacienda, y aclaraba que en su opinión el fondo de fortificación no debería hacerse cargo de la conservación de las construcciones, sino el Consulado del comercio[57]. En su opinión las obras costarían 66.000 reales. Se había hecho por fin el proyecto global de los dos barrancos que afectaban a las fortificaciones y edificaciones de Alicante, tal y como había recomendado el ingeniero Leandro Badarán, pues ambos incidían sobre las fortificaciones simultáneamente en las grandes avenidas, y al desviar las aguas del Canicia por el trincherón se unirían al comienzo del frente de Bavel.


Un proyecto de detalle para el frente de Bavel

Josef de Urrutia solicitaba además que el Ingeniero Comandante de la Plaza de Alicante elaborase proyecto específico para dar salida a las aguas[58]. Sería un proyecto de detalle para resolver la evacuación de las aguas por el frente de Bavel, sin que afectaran al baluarte de San Carlos. Así fue aprobado por el Rey el 19 de abril de 1798.

Pocos días antes el proyecto de Rocha y Figueroa de fecha 28 de marzo (figura 4) había llegado a la Comandancia de Ingenieros de Valencia. Su Director, Mariano Lleopart lo envió al Gobernador del Reino de Valencia duque de Castropignano para que lo enviara al Ministro de Guerra. Señalaba en el escrito otras cuestiones menores, como el hecho de que en los 26.000 reales que se habían destinado para la plaza de Alicante el año 1798, no se habían incluido los 5.500 reales necesarios para reparar los daños que habían causado las lluvias en algunos cuarteles, cuerpos de guardia, almacén de pólvora y otros edificios militares. Dada la importancia de acometer los reparos, instaba a la superioridad a que incluyeran dicha partida en la relación general de las obras para el próximo año.

El 21 de abril el Rey, tras ser examinados en la Junta de Estado tanto el proyecto de Gerónimo de la Rocha y Figueroa, como el informe del Ministro Rioflorido sobre la necesidad de conservar el trincherón, decidía aprobar dichas obras con la esperanza de que fueran financiadas por el comercio. Insistía en que se hiciera una zapata de mampostería a “proporcionada distancia del trincherón” para que este no quedara expuesto a una posible acción de las aguas. También era esencial hacer una rampa empedrada en el desemboque del foso para proteger el baluarte de San Carlos, así como alargar el espigón:

“... la obra del cierre del claro [las rejas del Canicia] por donde se introducen, la de ensanchar o dar al foso la capacidad necesaria para que bayan por el; la de una zapata de mamposteria a proporcionada distancia de trincheron en las partes donde puedan ofenderle las avenidas; como el construir una rampa empedrada al desemboque del foso para mas facil salida, y alargar el espigon para que de ningun modo puedan derramarse las aguas sobre el importante baluarte de San Carlos...[59].

Debía extremarse la precaución, y por eso el Ingeniero Comandante de Alicante debía estudiar con detenimiento este punto concreto del baluarte de San Carlos. Se haría cargo de la gestión económica y ejecución de las obras el Ministerio de Hacienda. Así lo comunicaba al Ministro Rioflorido, al Ingeniero General Urrutia, al Comandante General de Valencia duque de Castropignano, y al Intendente. El mantenimiento posterior de las construcciones no debería añadir nada a las “dotaciones anuales que se designan para las obras de las plazas de guerra”.

El informe de Josef de Urrutia era muy técnico y meticuloso. Lo emitió el 28 de abril y lo remitió al Ministro Juan Manuel Alvarez[60]. Para que el espigón que debía proteger el baluarte de San Carlos fuera de garantía se precisaba cimentarlo sobre pilotaje, y darle forma convexa “para que las aguas que alli se reunen tengan mejor escape al mar”. Solicitaba que el Ingeniero Rocha y Figueroa elaborase “plano en grande de aquella porcion de obra para ver los efectos que podrian producir las aguas, y adaptar la figura”. No debería en cambio prestarse atención al proyecto del nuevo cauce del barranco de San Blas, ya que era tarea que debía atender la ciudad según la Real Orden de 5 de marzo de 1795. Respecto de los 5.500 reales para reparaciones de edificios militares, no procedía la reivindicación de Mariano Lleopart, pues habían sido incluidas inicialmente en los 26.000 reales destinados para la plaza. Si bien se había recortado esta partida para proveer aportaciones para el trincherón, no se había alcanzado ni mucho menos esa cifra.

Figura 5. “Plano que comprenden el Arrabal de Sn. Franco., el Trincheron, los Barrancos de Sn. Blas y de Canisia, con sus respectivos Proyectos”. Gerónimo de la Rocha y Figueroa. 25 de mayo de 1798.
Fuente: AGS. M, P y D. IV, 169. GM Leg. 5.892.

La documentación relativa al desvío de los cauces de San Blas y Canicia conservada en el Archivo General de Simancas finaliza con unas últimas resoluciones del Rey Carlos IV. El 30 de abril resolvía no aumentar la dotación de 26.000 reales del año en curso. Indicaba a Urrutia que el proyecto del espigón debía tener en cuenta también el efecto de las aguas del San Blas. Recordaba lo mucho que había costado a la Real Hacienda las obras del desvío del cauce en el año 72, y las reparaciones efectuadas tras las lluvias en 1793 –85.822 reales–. Señalaba también la falta de colaboración por parte de la ciudad y el comercio, a quienes se ordenó “aprontasen la cantidad calculada para el proyecto de guiarlas al mar, no se ha verificado, ni es de esperar se verifique en mucho tiempo”[61]. Por último ordenaba que el Ingeniero Comandante de Alicante Gerónimo de la Rocha y Figueroa realizara el proyecto de detalle del espigón solicitado por Urrutia. El plano se hizo y se detallaban las obras según el parecer del Ingeniero Director, aunque con algunas diferencias (figura 5). No se conserva la memoria que sin duda iría anexa. Es de fecha 25 de mayo de 1798. Gracias a este plano conocemos muchos detalles sobre el estado en que se encontraba el frente de Bavel, las obras que se habían hecho para proteger el baluarte de San Carlos, dónde finalizaba el foso del trincherón y la dirección que llevaban las aguas.

A través de tres secciones vemos que la única protección que se había hecho hasta entonces era un malecón de tierras levantado en las últimas reparaciones, que justamente se elevaba sobre el nivel antiguo, con su pendiente natural, dos varas castellanas. Era tan frágil su consistencia que el ingeniero proponía continuar rellenando dicho malecón con escombros que procedieran de la ciudad, hasta triplicarlo en anchura. Estos escombros deberían compactarse adecuadamente, e incluso, si fuera posible destinar algunos fondos de los arbitrios del comercio, se revestiría de piedra, pues el ingeniero testimonia:

“Pero siempre que huviese arbitrio para continuar hasta el Mar el revestimiento de mampostería, que podia costar unos setenta mil reales de vellon seria el modo de asegurar la permanencia de esta obra; La que me parece suficiente con proporcion a la cantidad de agua, que he visto desembocar de ambos Barrancos en tiempo de havenidas, que he tenido ciudado de observar; pero no me asegura de un caso extraordinario para el qual solo considero suficiente medio bariar la corriente del Barranco de Sn. Blas en los terminos que esta propuesto anteriormente”[62].

La obra más importante era sin duda el espigón. No tenía una forma estrictamente convexa, como indicara en su momento Urrutia, pero se le parecía bastante. Tenía una altura de unas 4,5 varas castellanas, y una longitud de unas 16. También era especialmente importante el detalle de la rampa que debía hacerse justo a la salida del foso del trincherón, antes del espigón. Esta rampa debía sustituir las gradas existentes, cuyo salto de agua las había desbaratado y se había llevado consigo las tierras.

Figura 6. Superposición del plano de Gerónimo de la Rocha y Figueroa, de 28 de marzo de 1798 sobre el trazado en línea blanca de la trama urbana actual de la ciudad de Alicante (figura 4).


Resulta interesante resaltar la precisión de la mayoría de los planos que se elaboraron para el desvío de los cauces del San Blas y el Canicia durante estos casi treinta años. La superposición de estos planos con la trama urbana actual de Alicante así lo confirma. Además nos ayuda a situar con la mayor precisión la ubicación originaria de todos los elementos que hemos considerado en estas páginas (figura 6). El paredón que cortaba el paso del barranco de San Blas hacia el cauce primitivo se encontraba donde hoy se levanta el edificio de la Caja de Ahorros del Mediterráneo en el cruce de las calles Aguilera y Oscar Esplá. El cauce nuevo o desvío hacia el mar de este barranco conformó la actual Avenida de Oscar Esplá. El Paseo de la Alameda o Camino a Madrid coincide exactamente con la Avenida Maisonnave, y las rejas por donde el Canicia se introducía por la calles del Barranquet, estaban situadas en la Avenida de Alfonso el Sabio, cruce con la calle Calderón, donde está emplazado el Mercado Central. El resto de elementos como el trincherón, el frente de Bavel o el baluarte de San Carlos se sitúan con un alto grado de precisión.

Figura 7. “Plano topográfico de las inmediaciones de Alicante levantado el 8 de mayo de 1810”. Antonio Montenegro.
Fuente: IHCM. Cartoteca. A–04–18b


El proyecto de Gerónimo de la Rocha y Figueroa es el último de la amplia serie de proyectos que se hicieron sobre el desvío de los cauces del San Blas y el Canicia. Conocemos a través de algunos planos y documentos posteriores, especialmente de la época de la Guerra de la Independencia, que el proyecto de finalización del nuevo cauce del barranco de San Blas no se llevó a cabo. Así lo demuestran algunas secciones en las que se aprecia la irregularidad del canal. En un plano de 1813 se percibe que la sección del canal estaba sin revestir de piedra, dejada a su natural lucha contra las avenidas del barranco de San Blas. Tampoco se acometieron las obras de reparación del trincherón de los ingleses de 1706 ni el canal previsto en los últimos proyectos de Gerónimo de la Rocha y Figueroa por su parte exterior. Las murallas habían dejado de ser eficaces frente a un asedio, debido a las nuevas técnicas de ánima rayada introducidas en la artillería. Estaba muy próxima la época en que se demolerían para propiciar la expansión de las ciudades durante el siglo XIX. Las propuestas que se hicieron para Alicante preveían una expansión de la ciudad por la parte del trincherón, introduciendo dentro del recinto fortificado la Montañeta de San Francisco. En planos de 1813 consta que el trincherón se había ya abandonado, y se confiaba la defensa a campos atrincherados más allá de la playa de Bavel, y principalmente al Fuerte de San Fernando, que dominaba la ciudad. Atrás quedaban décadas de preocupaciones por los daños que infligían las aguas de los barrancos de San Blas y Canicia en el trincherón de San Francisco, en el frente del Bavel, y principalmente en el baluarte de San Carlos.

Conclusiones

El desarrollo de la actividad portuaria en Alicante a lo largo del siglo XVII propició la necesidad de establecer edificaciones extramuros para alojar almacenes de comercio y arrabales residenciales. Este crecimiento de la ciudad exterior a las fortificaciones fue denunciado por el ramo de guerra por ser contrario a la defensa de la ciudad, en una época de continuos conflictos bélicos con Francia. Se redactaron así algunos proyectos de fortificación con un nuevo cinturón que englobaba el arrabal de San Francisco, así como el antiguo cauce del barranco del Canicia. Durante la Guerra de Sucesión las tropas inglesas levantaron un trincherón en 1706-1708, dejando a la ciudad de Alicante expuesta a las acciones devastadoras de las aguas de los barrancos de San Blas y Canicia, cuando se producían fuertes lluvias. Las consecuencias fueron negativas para el puerto, ya que los sedimentos reducirían progresivamente su altura de calado, las fortificaciones –especialmente para los cimientos del baluarte de San Carlos y el débil trincherón de los ingleses- y algunas edificaciones del comercio próximas al antiguo cauce del Canicia.

En 1721 el Ingeniero General Jorge Próspero de Verboom fue el primero en redactar un ambicioso proyecto para las fortificaciones de Alicante que solucionaba de forma brillante estos problemas. Proponía desviar el cauce del barranco de San Blas mediante un canal que hacía discurrir las aguas directamente hacia el mar. Dicho proyecto no se llegó a ejecutar, pero sirvió de base para posteriores proyectos. En 1772, tras las fuertes lluvias que se habían registrado en ese mismo año y dos décadas antes, se procedió a abrir dicho canal. Se ejecutó con escasez de medios económicos, por lo que no se completó en todo su trazado, no se excavó en toda su profundidad regularizando su firme, y se cerró al antiguo cauce con un débil malecón. Posteriores episodios de fuertes avenidas pusieron dichas obras en evidencia: el malecón se desmoronó, las aguas volvieron al antiguo cauce y causaron estragos en el comercio y las fortificaciones.

Entre 1780 y 1798 se sucedieron una decena de proyectos elaborados por expertos ingenieros. Los problemas económicos de la Hacienda Real hacían inviable una financiación de las obras de reparación y mejora. Además, teniendo en cuenta que el resultado de la canalización de las aguas de estos barrancos beneficiaría enormemente a la ciudad y el comercio, se buscó la manera de llegar a una co-financiación. Y teniendo en cuenta que las obras de 1772 corrieron a cargo de la Hacienda Real , debería ser la ciudad y el ramo del comercio quienes sufragaran los gastos. Pero tanto el comercio como la ciudad mantuvieron un continuo pulso con el ramo de guerra por defender sus intereses. Ya que las aguas producían grandes pérdidas económicas, estaban dispuestos a asumir el coste de las obras, pero a cambio solicitaban que las aguas del Canicia discurrieran por el foso de las fortificaciones. De esta forma no entrarían en la ciudad, y supondrían un escaso coste. Además, las fortificaciones siempre habían sido muy débiles, y no servían sino para evitar un golpe de mano o que se produjeran robos en los almacenes del comercio. Dado que estos argumentos no convenían al ramo de guerra, que quería a toda costa mantener unas fortificaciones en el mejor estado posible, se intentó elevarlo al rey a través del Ministerio de Indias, aprovechando la reciente designación de Alicante como Consulado del comercio de Indias en 1786. Dicha maniobra fue desactivada por el Ministro de Guerra.

A la vista de estas dificultades económicas los proyectos que se redactaron se hicieron siempre en base a un apretado ajuste presupuestario, que siempre restó calidad a las propuestas. El prestigioso ingeniero Leandro Badarán, por ejemplo, ofreció tres alternativas en función de la calidad de las obras. Y hubo de decantarse, arriesgando sin duda, en solucionarlo mediante un malecón únicamente de tierra, ya que era la única forma de poder convencer a las partes implicadas en acometer con urgencia las obras.

La solución más inteligente para evitar los efectos del Canicia fue la planteada por el ingeniero Gerónimo de la Rocha y Figueroa en 1798. Con el fin de evitar los daños de dicho barranco en el interior de la ciudad, previó un sistema por el cual, en las rejas de entrada por la muralla, se establecía un aliviadero que desviaba el excedente de las aguas hacia el foso. Era una solución de reparto de caudales en función de lo que la ciudad podía asumir. Además proponía un canal separado ligeramente del foso para evitar daños en el trincherón y el baluarte de San Carlos.

El conjunto documental de proyectos y memorias para el desvío de los cauces de los barrancos de San Blas y Canicia es el más importante que tuvo la ciudad de Alicante durante el siglo XVIII, en lo que se refiere a obras públicas y defensa de la ciudad. Apenas se propusieron otros proyectos de fortificación. A pesar de tantos esfuerzos en la redacción de proyectos, en todos estos años posteriores a la construcción del canal de 1772 sólo se llevaron a cabo algunas reparaciones en el malecón. El resto de las propuestas quedó en papel para archivo. A comienzos del siglo XIX la inoperancia de las fortificaciones abaluartadas produjo un significativo cambio de escenario en la solución de los problemas derivados de las fuertes avenidas de agua en Alicante. El canal quedó abierto y sin revestir en piedra, como se aprecia por las representaciones de algunos planos de la época de la Guerra de la Independencia. Mucho tiempo después serviría como referencia para el trazado urbano de la calle Oscar Esplá.

 

Notas

[1] Planta del nuevo Recinto de Alicante delineada de Orden del Exmo Señor Marqués de Castel Rodrigo... SGE. Cartoteca Histórica nº 287. Para una mejor comprensión de la evolución de la fortificación abaluartada y de la técnica de la artillería durante los siglos XVI y XVII, Cfr. Echarri Iribarren, 2000; Cámara Muñoz, 1991; Fara, 1989; Gutiérrez y Esteras, 1991; Cobos Guerra, 2004; Silva Suárez, 2004; Pollak, Martha, 2010

[2] Carta del Ingeniero Mayor Ambrosio Borçano al Capitán General marqués de Villanueva. 21 de noviembre de 1691. IHCM. Copia Aparici. Ingenieros, t. X, p. 205.

[3] Se trataba de una obra menor consistente en un paredón de piedra y barro, con algunas tierras adosadas por la parte interior, y con una cimentación incapaz de resistir los efectos de posibles riadas, así como de elevar más su altura. Era muy endeble y de escasa altura, por lo que no podía decirse que fuera obra de fortificación sino sólo en apariencia. El trazado era irregular, adaptado al relieve del terreno y la forma del arrabal de San Francisco. No cumplía con los cánones de la teoría de la fortificación abaluartada. Cfr. González Avilés, 2012.

[4] Fue Verboom en 1721 quien dispuso que se debía realizar un desvío del cauce del barranco de San Blas, para evitar entre otos efectos que los fangos que arrastraba en las grandes avenidas de agua hicieran el puerto impracticable. Para un mayor conocimiento de la vida y labor profesional de Verboom, Cfr. Capel et al, 1983 y Capel et al, 1988; Echarri Iribarren, 2000, p. 407-31.

[5] 23 de Abril de 1788. AGS. Superintendencia de Hacienda. Leg. 876.

[6] 3 de Abril de 1789. AGS. Superintendencia de Hacienda. Leg. 876.

[7] Cfr. Echarri Iribarren, Victor, 2011.

[8] 8 de Noviembre de 1791. AGS. GM. Leg. 5891.

[9] 8 de Noviembre de 1791. AGS. GM. Leg. 5891.

[10] “Pide V.M. rendidamente suplican se digne andar que desde luego se cierren las referidas rejas, causa y origen de tantos daños y que corra el agua por el foso de la muralla para precaber toda desgracia, o resolver lo que fuere del agrado de V.M.”. 12 de Noviembre de 1791. AGS. GM. Leg. 5891.

[11] En 1786 se creó el Consulado de Alicante, con el fin de impulsar la actividad comercial de forma más competitiva y dinámica. Supuso a su vez un impulso en el cuidado del muelle y las fortificaciones de la ciudad, aunque habitualmente los proyectos que se elaboraron no se llevaron a la práctica. Para mayor conocimiento de la importancia del muelle de Alicante Cfr. González Avilés, Ángel Benigno, 2012a y 2012b

[12] Escrito de Ayuntamiento de Alicante, Diputados y Síndicos dirigido a los Ministros Lerena y del Campo Alange. 26 de Noviembre de 1791. AGS. GM. Leg. 5891.

[13] “A V.M. humildemente suplica se digne por un efecto desde su paternal amor y real clemencia conceder se tapen dichos dos ahujeros existentes en el mencionado trincheron, y que se buelva a dar curso a las aguas pluviales por dentro de dicho foso...”. Escrito de Ayuntamiento de Alicante, Diputados y Síndicos dirigido a los Ministros Lerena y del Campo Alange. 26 de Noviembre de 1791. AGS. GM. Leg. 5891.

[14] Para mayor conocimiento de la obra de este ingeniero, Cfr. Capel, Horacio, 2001.

[15] Proyecto de Gerónimo de la Rocha y Figueroa. 29 de Enero de 1792. AGS. GM. Leg. 5891.

[16] Durante el siglo XVIII se realizaron en España obras de ingeniería con cierta similitud. Cfr. Capel, Horacio, 2001.

[17] Dictamen de Balthazar Ricaud dirigido al Capitán General de Valencia Victorio de Navia. 16 de Febrero de 1792. AGS. GM. Leg. 5891.

[18] Dictamen del Maestro Mayor de las Obras Reales Francisco Sabatini dirigido al Ministro de Guerra. 27 de Marzo de 1792. AGS. GM. Leg. 5891.

[19] Informe del Ingeniero Director Balthazar Ricaud al Capitán General del Reino de Valencia duque de la Roca. 14 de Septiembre de 1793. AGS. GM. Leg. 5891.

[20] Cfr. Echarri Iribarren, 2011.

[21] “… ya sea por los remolinos que el agua forma para buscar su desague al mar, como que viniendo a chocar sobre su cortina y flanco muda de direccion pasando por el angulo de la espalda, y en esta buelta es quando descarna los cimientos, de donde sin duda ha procedido la ruina; y ya tambien por la debil travazon que resulta de una obra nueba con otra antigua, para oponerla a un enemigo tan poderoso, por lo qual nunca se afianzara la solidez que se apetece”. Dictamen de Francisco Sabatini. 11 de octubre de 1973. AGS. GM. Leg. 5891.

[22] “Nota. Todavia no permite la disposición del Terreno, y demasiada agua que lo baña la medicion, reconocimiento de sus fundamentos, con la exactitud que requiere para este calculo pero se ha procurado quanta ha sido posible por no retardarlo”. Valencia 11 de Noviembre de 1793. Informe de Balthazar Ricaud dirigido al Capitán General duque de la Roca. AGS. GM. Leg. 5891.

[23] Informe del Ingeniero Balthazar Ricaud dirigido al Capitán General de Valencia. 3 de Diciembre de 1793. AGS. GM. Leg. 5891.

[24] Informe del Maestro de Obras Francisco Sabatini dirigido al Ministro de la Guerra. 21 de diciembre de 1793. AGS. GM. Leg. 5891. Es curioso observar que se conservan en el mismo expediente dos copias del mismo informe de la misma fecha, autor y receptor, pero solo en una de ellas se menciona que sería el Ayuntamiento quien se hiciera cargo de aportar los caudales para las obras.

[25] Notas en el expediente elevado al Rey por el Capitán General de Valencia. 23 de Octubre de 1793. AGS. GM. Leg. 5891.

[26] Cfr. Echarri Iribarren, Victor, 2011.

[27] El castillo requería acopio de materiales, y ejecutar muchas obras y reparaciones, en concreto lo referente a las bóvedas a prueba de bomba. Pero podía decirse que por su situación natural era fuerte y de difícil acceso. Informe del Maestro de Obras Francisco Sabatini dirigido al Ministro de Guerra Conde del Campo de Alange. AGS. GM. Leg. 5891.

[28] AGS. GM. Leg. 5891.

[29] Informe del Ingeniero Director Balthazar Ricaud dirigido al Capitán General de Valencia. 5 de Abril de 1794. AGS. GM. Leg. 5891.

[30] “El Baluarte de San Carlos lo considero uno de los puntos mas principales de la defensa de aquella Plaza, cada una de sus caras tiene 120 varas de longitud y 50 varas los flancos, es una obra nueva y costosa, establecida al frente de dicho Arrabal [de San Francisco] y flanquea el Puerto, y la Playa de Bavel, se une al Tincheron, que defiende igualmente hasta la Puerta de Sn. Franco., y por consiguiente hallo muy conveniente su reedificacion calculado su importe total en 85.822 reales de vellon que se hace cargo la citada real orden; debiendose advertir que quanto mas se tarde la reparacion, será mayor su importe, a causa del daño que le orijina el continuo batidero del Mar en la parte arruinada”. Informe del Ingeniero Director Balthazar Ricaud dirigido al Capitán General de Valencia. 5 de Abril de 1794. AGS. GM. Leg. 5891.

[31] Informe del Comandante de Artillería de Alicante Pedro Orduña. 16 de Abril de 1794. AGS. GM. Leg. 5891.

[32] Es probable que el plano que cita Laso de la Vega sea el que elaboró Manuel Mirallas ese mismo año de 1974 para plasmar un proyecto para el puerto de Alicante (Biblioteca Nacional R15-115). El plano más próximo a este que comprenda todas las fortificaciones y Castillo es de 1760 (Juan de Molina y Tyny. SGE. Cartoteca Histórica nº 305), y parece poco probable que fuera el que estudió Laso de la Vega. Para un mejor conocimiento del desarrollo de la actividad comercial del puerto de Alicante en los siglos XVII y XVIII, Cfr. Montojo Montojo, Vicente,2010; Montojo Montojo, Vicente, 2010-2011 y Giménez López, 1981.

[33] Notas en el expediente del Rey sobre informe de las Comandantes de Artillería e Ingeniería de Valencia. 18 de Marzo de 1794. AGS. GM. Leg. 5891.

[34] Cfr. Echarri Iribarren, Victor, 2011.

[35] Cfr. Pérez Millán, M ª. Isabel, 2012.

[36] Informe sobre el estado de las fortificaciones y artillería de la plaza de Alicante. Leandro Badarán. 23 de Noviembre de 1794. AGS. GM. Leg. 5891.

[37] Escrito de oficio del Capitán General Duque de la Roca al Ministro de Guerra Conde del Campo de Alange. 9 de Diciembre de 1794.

[38] Proyecto de Leandro Badarán para ejecutar el canal del barranco de San Blas. 7 de Diciembre de 1794. AGS. GM. Leg. 5891.

[39] Muestra de esta precisión técnica es por ejemplo cómo detalla las dimensiones y cimentación del paredón qe proponía: “Para remediar estos defectos se propone construir la muralla señalada con la letra F. que ha de arrancar desde el estrivo de la izquierda del Puente: esta debe cerrar todo el alveo de la madre antigua del barranco C. para no dejar espacio alguno a las aguas en que puedan labrar, y abrirse nuevo paso. También debe tener diez varas de lato dicha muralla sobre el nivel del plano inferior del Puente, para que en la mayor avenida no la superen, y se difundan por encima de ella. Según manifiesta el perfil de esta muralla cortado en el Plano por la linea 3.4 deve tener sus cimientos de tres varas dos pies de ancho, y dos varas de profundo: El pie de ella tres varas un pie de ancho, y en lo alto acava su espesor en una vara, y dos pies, formando su talud del sexto de la altura...”. Proyecto de Leandro Badarán para ejecutar el canal del barranco de San Blas. 7 de Diciembre de 1794. AGS. GM. Leg. 5891.

[40] Cfr. Echarri Iribarren, Victor, 2011.

[41] Proyecto de Leandro Badarán para ejecutar el canal del barranco de San Blas. 7 de Diciembre de 1794. AGS. GM. Leg. 5891.

[42] Dictamen de Francisco Sabatini dirigido al Ministro de la Guerra. 18 de Febrero de 1795. AGS. GM. Leg. 5891.

[43] Informe de Francisco Sabatini dirigido al Ministro de Guerra. 3 de Marzo de 1795. AGS. GM. Leg. 5891.

[44] Resolución de Carlos IV sobre la dotación de artillería de Alicante, notificada al Capitán General del Reino de Valencia duque de Castropignano. 4 de Abril de 1795. AGS. GM. Leg. 5891.

[45] Notas del expediente del desvío de los cauces del Canicia y San Blas. 1 de Marzo de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[46] Carta de la Abadesa del Convento de Capuchinas Magdalena Lledó. 14 de Octubre de 1797. AGS. GM. Leg. 5892.

[47] Relación de daños en el trincherón y obras de reparación. Leandro Badarán. 16 de octubre de 1797. AGS. GM. Leg. 5892.

[48] El ingeniero Gaspar Bernardo de Lara califica de error grave para las fortificaciones este cinturón de “devil recinto exterior” y de “Fortificacion que se puede estimar de pura apariencia”. Proyecto del ingeniero Gaspar Bernardo de Lara para el canal del barranco de San Blas. AGS. 30 de Mayo de 1780. Secretaría de Guerra. Leg. 3495.

[49] Escrito de Leandro Badarán dirigido a Francisco Sabatini. 17 de Octubre de 1797. AGS. GM. Leg. 5892.

[50] Escrito de Leandro Badarán dirigido a Francisco Sabatini. 17 de Octubre de 1797. AGS. GM. Leg. 5892.

[51] Notas del expediente del desvío de los cauces del Canicia y San Blas. 1 de Marzo de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[52] Escrito de Francisco Saavedra dirigido al Ministro de Guerra Juan Manuel Alvarez. 28 de Marzo de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[53] Opinión del Ministro de Hacienda marqués de Rioflorido. Notas del expediente del desvío de los cauces del Canicia y San Blas. 1 de Marzo de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[54] Describe con mucha precisión cómo actuaron las aguas contra el paredón, derribándolo. Salva a los ingenieros anteriores a él de responsabilidad, diciendo que las obras no debían de estar finalizadas: “Anteriormente con el mismo objeto se abrio el Canal D, y se cerro el alveo del antiguo con el paredon E, pero es de inferir que no aviendole dado la amplitud correspondiente para recibir las aguas que entravan por los dos ojos del Puente J, dejando tambien el Piso o Plano inferior mas alto que el Puente, y sus margenes cortadas a plomo; no estaria concluido quando ocurrio la havenida; y por consiguiente desbarato el agua parte de sus marjenes estorvandose mas la salida con las ruinas; retrocedio, argo un considerable peso que no pudo resistir el paredon, lo derrivo y se abrio paso franco por su antigua madre, contribuiendo tambien el no haverse el nuevo con direccion recta a los ojos del Puente”. Proyecto de Gerónimo de la Rocha y Figueroa para el desvío de los cauces de San Blas y Canicia. 28 de Marzo de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[55] Proyecto de Gerónimo de la Rocha y Figueroa para el desvío de los cauces de San Blas y Canicia. 28 de Marzo de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[56] Proyecto de Gerónimo de la Rocha y Figueroa para el desvío de los cauces de San Blas y Canicia. 28 de Marzo de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[57] Informe del Ingeniero General Josef de Urrutia. Abril de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[58] Informe del Ingeniero General Josef de Urrutia dirigido al Ministro de Guerra Juan Manuel Alvarez. 11 de Abril de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[59] 21 de Abril de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[60] Informe del Ingeniero General Josef de Urrutia dirigido al Ministro de Guerra Juan Manuel Alvarez. 28 de Abril de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[61] Resolución del Rey de fecha 30 de bril de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

[62] Plano que manifiesta una parte de la fortificación de la plaza de Alicante... a que esta expuesto el Baluarte de San Carlos. Gerónimo de la Rocha y Figueroa. 25 de mayo de 1798. AGS. GM. Leg. 5892.

 

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Ficha bibliográfica:

ECHARRI IRIBARREN, Víctor. El desvío del cauce del barranco de San Blas y Canicia en Alicante: proyectos realizados desde 1788 hasta 1798. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de marzo de 2013, Vol. XVIII, nº 1017.<http://www.ub.es/geocrit/b3w-1017.htm>. [ISSN 1138-9796].