Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVIII, nº 1022, 25 de abril de
2013
[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

APORTACIÓN DE LAS REDES EXPEDICIONARIAS AL CONOCIMIENTO DEL CLIMA

Juan Alberto Molina García
Candidato a doctor
Departamento de Ingeniería Geológica
Universidad Politécnica de Madrid

Recibido: 16 de septiembre de 2012. Aceptado: 7 de enero de 2013


Aportación de las redes expedicionarias al conocimiento del clima (Resumen)

Durante la Ilustración, el imperio español alcanzó su máxima amplitud y las instituciones oficiales incrementaron su apoyo a las ciencias. Para defender sus fronteras y ejercer con eficacia el poder político y económico, la Corona necesitaba obtener información precisa y urgente de sus posesiones, incluida la climatológica y la de otros fenómenos relacionados con el clima. Uno de los procedimientos empleados para ello fue el envío de comisionados a los territorios. Fue aplicado por redes de informadores que obtenían, manejaban y difundían datos de todo tipo. Sus actuaciones se basaban en la división del trabajo, el reparto de colaboradores en diferentes lugares, el cumplimiento estricto de protocolos homogéneos, el uso de códigos de comunicación comprensibles y el envío de los resultados a las autoridades que tomaban las decisiones. A finales del siglo XVIII y principios del XIX, los informes de los expedicionarios incluyeron datos meteorológicos.

Palabras clave: Redes expedicionarias, clima, expediciones político-científicas, observaciones cualitativas, observaciones  meteorológicas, transmisión de datos.


Contributions of expeditionary nets to the knowledge of climate (Abstract)

During Enlightenment, Spanish Empire achieved its highest stretch and State institutions put up their support to sciences. To defend their borders and to wield political and economical power, the Crown needed an exact and urgent information about its possessions included the climatologic one and other phenomena linked to climate. One of the procedures employed was the sending of commissioners to the territories. It was used by information nets« members who obtained, manned and transmitted every kind of data. Their actions were based on division of tasks, on distribution of collaborators at several places, on homogeneous protocols completion, on use of understandable communication codes and on sending of results to the authorities who took decisions. At the ending of eighteenth century and the beginning of nineteenth one, expeditionary« reports included meteorological data.

Key words: Expeditionary nets, climate, political-scientific expeditions, qualitative observations, meteorological observations, transmission of data.


Los ilustrados trataron las cuestiones referentes a la cultura y el medio con gran detalle y profundidad, alcanzando una honda comprensión de las sociedades humanas y de las relaciones del hombre con su entorno natural. En el siglo XVIII se consiguió un conocimiento muy preciso del planeta en aspectos relativos a su diversidad natural, geográfica, etnográfica, cultural, política y administrativa, aspectos que las corrientes ambientalistas vinculaban al clima. Indagar en esos asuntos no sólo era cuestión de ideas y lecturas en archivos y bibliotecas. Consistía, además, en una ardua labor basada en múltiples experiencias en las que no cabía de forma exclusiva la reflexión aislada de unos cuantos personajes sobresalientes, sino la acción colectiva y organizada de un gran número de interesados que recababan datos diversos en los campos de operaciones y los hacían circular por vías expresas hasta un centro coordinador.

En este trabajo se pondrá de manifiesto que una parte significativa del saber climatológico hispánico del siglo XVIII se generó de forma social y organizada, en el seno de lo que se ha convenido en denominar redes expedicionarias de información. De ahora en adelante, y de modo general, esta expresión aludirá a una serie de individuos que podían tener o no cierta preparación académica, habían recibido alguna instrucción útil para el desempeño puntual de tareas concretas, colaboraban de forma permanente o esporádica entre sí o con otros colectivos similares o actuaban por encargo de entidades estatales, religiosas y privadas en la producción, manejo, intercambio y transmisión de información científica de forma compartimentada, ordenada y jerárquicamente organizada, persiguiendo diversos propósitos y valiéndose de distintos procedimientos de sencilla comprensión y rápido acceso.

El motivo de haber elegido el mundo hispánico de la Ilustración radica en que se ha estimado que el saber climatológico adquirió una especial relevancia en aquella etapa y en dicho marco geográfico, y que las redes de expedicionarios se mostraron especialmente activas en el estudio de los territorios de la Corona. En efecto, en el siglo XVIII el imperio español alcanzó su máxima extensión y, respecto a las centurias precedentes, hubo un aquilatado incremento del apoyo institucional y privado a las ciencias y las técnicas. Esto hizo que surgiera la necesidad de garantizar su integridad física y resolver un sinfín de cuestiones que podían estar relacionadas con el clima. Para llevar a término esos cometidos, existían varios procedimientos. Uno de ellos consistía en organizar comisiones científico-políticas para explorar los límites del imperio y buscar nuevos recursos y vías comerciales. Además, el Estado disponía entonces de suficientes recursos humanos y económicos, junto a considerables conocimientos científicos y técnicos, como para organizar este tipo de eventos en sus posesiones y encargar un gran número de tareas a los participantes. Y es que, dada la amplitud de los territorios en cuestión y la cantidad y complejidad de los intereses que se debían atender, obtener y manejar cualquier tipo de información suponía la intervención de muchos especialistas, observadores e informadores en la toma, registro, análisis, transmisión, comparación, acceso a archivos y publicación de datos, incluidos los climáticos. Esto, por otro lado, aconsejaba el empleo de técnicas normalizadas y el seguimiento de protocolos homogéneos de indagación.

Hasta el presente se han publicado numerosos trabajos sobre expediciones político-científicas a los territorios de la Corona y sobre el estado de las ciencias en el mundo hispánico de la Ilustración; también han aparecido escritos acerca de la labor científica efectuada por Humboldt en las posesiones hispánicas [1]. Algunos autores han abordado cuestiones específicas sobre el clima en el contexto general de la política científica de los borbones o las han tratado bajo un enfoque parcial; en ocasiones, han compartido sus planteamientos y se han solapado los contenidos de sus escritos. Este artículo se centrará en el funcionamiento y la aportación de las redes de expedicionarios hispánicos anteriores o contemporáneos de Humboldt al saber climatológico; en particular, se abordarán asuntos como los siguientes: proyectos emprendidos, procedimientos de investigación, contenidos específicos de las obras producidas y su clasificación, análisis del lenguaje empleado, clases socioprofesionales de pertenencia, ámbitos geográficos de actuación, tiempo de duración de los trabajos y canales de transmisión de los conocimientos.


Proyectos expedicionarios y funcionamiento de las redes

Durante el siglo XVIII, la dinastía borbónica fue creando una serie de instituciones de carácter científico que reproducían en gran medida el modelo francés y canalizaban el flujo de ideas foráneas. A finales de la centuria, esas corporaciones se erigieron en verdaderos centros de notables proyectos reformistas de signo político y científico. Dichos proyectos se aplicaron tanto en suelo ibérico como en el ultramarino y se integraron en el mundo científico europeo a través de su participación en grandes empresas cooperativas transnacionales de investigación. Como cuerpos destinados a ser la columna vertebral del nuevo Estado, el Ejército y la Marina, con su nómina de profesionales disciplinados y altamente cualificados, se situaran en la primera línea de las decisiones políticas. Y entidades como el Observatorio de la Marina de Cádiz, el Jardín Botánico de Madrid, el Gabinete de Historia Natural de Madrid, el Observatorio Astronómico de Santa Fe de Bogotá y otras, no eran sino centros que estaban destinados al manejo de información masiva y especializada. A la sombra de ellos, un buen número de informadores recababa datos sobre el terreno y los transmitía por canales oficiales hacia estamentos o dependencias superiores, en tanto que diversos colectivos de profesionales trataban de forzar normas que armonizasen las descripciones y los datos observados, permitiesen el establecimiento de comparaciones y posibilitasen el hallazgo de regularidades naturales. El clima era uno de los fenómenos físicos que captaba el interés de todo ese conjunto de mandatarios y cooperantes.

Por otra parte, la Corona experimentó desde el siglo XVI una forma de aproximación a los problemas de carácter técnico, sanitario, antropológico, geográfico, sociopolítico, económico, geoestratégico, etc. que resultó exitosa: el nombramiento de comisionados y la organización de expediciones político-científicas. Este procedimiento continuó vigente durante la Ilustración, con la salvedad de que su articulación ya no descansaba exclusivamente en el Consejo de Indias, sino en instituciones como las arriba mencionadas y en las sedes virreinales. Y, puesto que los borbones se propusieron alcanzar objetivos utilitarios, resolver con prontitud los problemas relacionados con la gestión y defensa del imperio, consolidar la presencia española en América y dominar el comercio con las colonias, era preciso contar con grandes cantidades de recursos materiales y humanos y que se estableciera un vínculo inexorable entre los hombres de ciencia implicados en dichas actividades y el Estado.

Aunque la geografía y las ciencias naturales fueron las grandes beneficiadas de todo ello, no sería fácil clasificar las expediciones referidas por materias, pues la cultura de la Ilustración no delimitó claramente las diferentes parcelas de estudio científico. Además, muchas de estas empresas persiguieron múltiples objetivos o abordaron más de un tema de estudio. Sea como fuere, entre 1735, fecha de partida de la expedición geodésica a Perú[2], y 1808, año en el que estalló la Guerra de la Independencia, se realizaron numerosos viajes en el seno de los dominios hispánicos. Los escenarios fueron la península ibérica, el norte africano y las posesiones ultramarinas.

Las misiones llevadas a cabo en la península ibérica y el norte africano fueron encomendadas a personajes -nacionales y extranjeros- relevantes del panorama científico y cultural del momento. Aquéllos no eran sino las cabezas visibles de unas redes integradas por otras figuras de diversa formación académica y experiencia profesional que se ajustaban a los planes establecidos por sus superiores, acudían a diversos enclaves geográficos, distribuían sus quehaceres entre diferentes parcelas del saber y transmitían los conocimientos por vías oficiales. En lo concerniente a los aspectos climatológicos, los objetivos perseguidos por esas redes respondieron a diversos intereses: descripción y alabanza de los climas rurales y urbanos, repercusiones de dichos fenómenos en el bienestar psicofísico de los habitantes[3] y en los fenómenos vitales y derivaciones utilitarias de su conocimiento. La falta de tiempo, junto a la amplitud de los territorios en que tenían lugar las experiencias, podía haber supuesto serios obstáculos para la consecución de los fines propuestos si los artífices de las actividades indagadoras hubiesen tenido que intervenir solos en todas y cada una de las labores. Más factible era apoyarse en los colaboradores que se hallaban repartidos por varios lugares, recopilar más tarde toda la información, ordenarla según su conveniencia, analizarla y ponerla a disposición de quienes así se estipulara.

Ese fue el procedimiento seguido por Guillermo Bowles, naturalista y miembro del Gabinete de Historia Natural de Madrid. Durante la época carolina, el programa de conocimiento geográfico de los reinos españoles, tuvo un fuerte componente crematístico y se inspiró en el proyecto de fomento económico de Ricardo Ward. Para ponerlo en marcha, se contrató al irlandés y a otros destacados técnicos extranjeros: el ingeniero Carlos Le Maur, el químico Agustín de la Planche y el metalúrgico Keterlin. Bowles visitó las minas de Almadén y Guadalcanal, realizó un inventario de las riquezas naturales de España y estudió el clima de diversas localidades; y emprendió alrededor de catorce expediciones por toda la península ibérica en compañía de otros técnicos y colaboradores: Joseph Solano (marino; nombrado Gobernador de Santo Domingo en 1773), Salvador de Medina (marino, astrónomo y comisionado en la expedición a California para observar el paso de Venus por delante del disco solar), Pedro de Saura (abogado) y su propia esposa, Ana Regina Rustein. Éstos, a través de encuestas, observaciones propias y algunas consultas en archivos, le suministraron abundantes detalles sobre yacimientos minerales, bosques, cultivos, climas, poblaciones, enfermedades más comunes de los habitantes, sus costumbres y rasgos morales, orientación geográfica de las ciudades, formas de gobierno, etc. Bowles, que también efectuó observaciones personales y acudió a otras fuentes [4], sistematizó toda la información, extrajo conclusiones y dio a conocer los resultados en una obra [5] que se centró en los espacios rurales susceptibles de explotación económica y se caracterizó por la abundancia de descripciones naturales, incluidas las climáticas. El diplomático José Nicolás de Azara tradujo los textos originales del francés y editó la obra en Madrid.

De un modo análogo, el botánico Antonio José Cavanilles recibió el encargo oficial de la Secretaría de Estado de viajar por todo el territorio peninsular para estudiar su flora y determinar sus beneficios farmacológicos y comerciales [6]. También atendió a los requerimientos de la Real Academia Médico Matritense para indagar sobre el cultivo del arroz y sobre el vínculo entre el clima y la vegetación [7]. Un trabajo tan minucioso, extenso y prolongado como el realizado por Cavanilles no podía ser labor para una sola persona, pero sí para un conjunto organizado de cooperantes e informadores [8] que se repartieran los puntos a tratar y estuviesen capitaneados por él.

Igualmente, aunque el proyecto expedicionario de Domingo Badía Leblich tuviese un fuerte componente personal, nació por encargo del Ministro Manuel Godoy. Éste, con la excusa de encontrar información que pudiera reportar conocimientos de utilidad acerca del mundo natural -en particular del clima-, se mostró interesado en desplegar la presencia española en el norte de çfrica. Con ese propósito, envió en misión de espionaje a aquel lugar al arabista, militar y naturalista barcelonés, quien a la vez supo sacar tiempo para satisfacer su curiosidad científica. En 1801, Badía sometió su plan a juicio de la Secretaría de Estado y obtuvo el visto bueno de la Real Academia de la Historia. El año siguiente se desplazó a Inglaterra para comprar instrumentos científicos y entró en contacto con Joseph Banks y José de Mendoza y Ríos, quienes le aportaron su ayuda y consejos. Su expedición se realizó entre 1803 y 1807. Como en los casos anteriores, obtuvo información climatológica gracias a sus observaciones personales, entrevistas a lugareños, consultas de documentos y encargos a sus colaboradores y subordinados. Él mismo reunió y analizó todos los datos recibidos y publicó sus resultados en 1814 [9].

Una pauta similar se puede reconocer en las misiones político-científicas cumplimentadas en la América española. Así, en la expedición hispano-francesa al virreinato de Perú, los marinos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa ayudaron a La Condamine, Godin, Jussieu y Bouguer a medir un grado de meridiano terrestre y efectuaron observaciones cuantificadas relativas a diversos asuntos: el primero se centró, principalmente, en las observaciones astronómicas; el segundo se interesó por la historia natural y la geografía [10]. El proyecto inicial lo ideó la Academia de Ciencias de París, pero hubo que pedir permiso a la Secretaría de Marina e Indias para hacerlo efectivo. Juan y Ulloa obedecieron las leyes vigentes [11], efectuaron labores de campo y contaron con colaboradores franceses, españoles, criollos e indígenas. También leyeron obras (crónicas, historias naturales, relaciones geográficas) e informes de otros autores, analizaron la información recibida, pusieron una parte de ella en conocimiento de los académicos galos y otra en el de las autoridades españolas, y se valieron de eficaces vías de comunicación (correo, mensajeros, despachos oficiales) para transmitir datos. Por añadidura, los dos marinos mantuvieron contactos con los miembros de otras redes:

"No me ha parecido conveniente introducir mis discursos en el anchuroso campo de destruir las opiniones que en otras historias y relaciones de aquellos países se han esparcido, porque el ánimo ha sido participar al público lo que en ese viaje se pudo adelantar y no el contender o suscitar molestas disputas sobre desvanecer las noticias poco fundadas y facilitar el crédito a las de mayor probabilidad que no concuerdan con aquéllas, pero debo sincera y fielmente asegurar que todas las que se incluyen en esta Historia han sido averiguadas con el examen propio y especuladas sus circunstancias con el cuidado y atención que pide cada una según su especie: que no se habla de paraje donde no hayamos estado y residido algún tiempo y que, si se hace de otros por donde no transitamos, como sucede con los gobiernos que pertenecen a la provincia de Quito y corregimientos del virreinato de Lima, es siguiendo para ello el más aprobado dictamen, en misiones de los padres de la Compañía, en la extensión y pueblos que contienen los primeros de los curas y gobernadores de ellos y en historia natural de unos y otros, con quienes mantuvimos correspondencia, por cuyo medio y el celo con que éstos deseaban concurrir al cumplimiento de los preceptos del real agrado daban puntual satisfacción a nuestras preguntas, aclarando las dudas en que nos dejaban unas respuestas con otras." [12]

En la segunda mitad del siglo XVIII, la integridad territorial de las posesiones españolas y su defensa naval estaba encomendada a la Marina, institución que se ocupó del levantamiento de mapas de navegación y del conocimiento puntual de las costas. Para el buen logro de estos propósitos, fue necesario efectuar un reconocimiento general de los territorios y márgenes marítimos y estudiar sus peculiaridades naturales. Especialmente estratégicos eran el estrecho de Magallanes, el golfo de México y las islas del Pacífico sur. Allí se dirigieron varias expediciones cuyas finalidades comunes fueron el estudio de las condiciones de habitabilidad de dichos enclaves y el refuerzo de la presencia española en ellos. Una de esas condiciones era el clima. En el transcurso de las misiones referidas, los comisionados dividieron sus tareas entre informadores y profesionales diversos y formaron cadenas jerarquizadas de recogida y transmisión de datos. De entre los participantes, una o varias personas se encargaban de coordinar las labores, consultar la información ajena y analizar la recabada por ellos mismos y sus cooperantes. Más tarde, emitían unos dictámenes que hacían llegar a sus inmediatos superiores y éstos al Virrey, quien a su vez los enviaba a la metrópoli para conocimiento de los gobernantes y depositaba una copia en sus propias dependencias oficiales. Los componentes de las redes no tomaban decisiones, pero aconsejaban a las autoridades sobre cuáles adoptar y el modo de hacerlo.

En efecto, una de las primeras empresas organizadas por los borbones para explorar el estrecho de Magallanes tuvo lugar entre los años 1745 y 1746. Formaban parte de ella dos sacerdotes con preparación científica: los jesuitas José Cardiel y José Quiroga, autores de observaciones climáticas, entre otras. El objetivo marcado era señalar algunos puntos favorables en los que establecer asentamientos de pobladores. Aquel viaje sirvió, además, para poner en evidencia muchos errores insertos en las descripciones geográficas y naturales efectuadas previamente por los exploradores ingleses y franceses. Pedro Lozano, también jesuita, se encargó de redactar esta aventura [13]. Algunos años más tarde, el capitán de fragata José de Vargas Ponce redactó un informe [14] del mismo estilo que el de Lozano sobre su viaje a la zona en cuestión.

Igualmente importantes se consideraban los asuntos relacionados con el reforzamiento de la seguridad en el seno mexicano y en las fronteras de la América septentrional; o con la búsqueda del paso del noroeste, que finalmente se relacionó con el descubrimiento de la naturaleza peninsular de California y de que la población americana procedía de Asia. Para intentar revolver ambos problemas, se organizaron expediciones desde la metrópoli y hubo un considerable despliegue de medios materiales y humanos destinados al estudio de la naturaleza y el clima de la zona [15].

Otra experiencia interesante fue la que tuvo lugar con motivo de los cuatro viajes al Pacífico sur (1770-1775) ordenados por Manuel Amat y Junyent, Virrey de Perú, y comandados por el capitán Domingo Boenechea. El primero de aquellos periplos (1770) tenía como objeto la búsqueda de la isla de San Carlos (Pascua), de la que se tenían vagas informaciones. Amat advirtió a Carlos III sobre la importancia que dicho enclave tendría para la seguridad de Chile y Perú si llegara a encontrarse, y el monarca ordenó que se abrieran en él establecimientos de colonos y de misioneros una vez descubierto. Sin embargo, el Virrey tuvo noticia de la llegada del capitán James Cook a Tahití y ordenó a Boenechea que cambiara su destino inicial por el de la isla polinesia --a la que llegó al mando de la fragata Santa María Magdalena en 1772óy le dio por nombre el de Isla de Amat. En este y los demás viajes, el marino dirigió las actividades encaminadas al estudio de las riquezas naturales y de las características geográficas de la zonas. El encargado de redactar los informes correspondientes fue el capitán de navío José Andía y Varela. Éste describió el clima insano de aquel lugar y reunió las descripciones climáticas acopiadas durante su estancia en Chile y las proporcionadas por los expedicionarios a la isla de Pascua y Tahití [16].

Otras ocasiones en las que grupos organizados de personas se ocuparon del estudio del clima fueron las expediciones de límites a Iberoamérica, programadas con el propósito de evitar que otras naciones europeas se aprovecharan del desconocimiento de los españoles sobre sus propios dominios territoriales. Los trabajos de los demarcadores [17] fueron sumamente variados, requirieron de la movilización de un elevado número de cooperadores [18] y originaran una gran masa de información geográfica, natural y climatológica sobre América. Además, se complementó la información obtenida con los textos que en su momento quedaron inéditos en los archivos españoles. Así, el marqués de Valdelirios, comisario para la ejecución del Tratado de Madrid, ordenó a los componentes de la Expedición de Límites al Paraguay (1753-1756) que se pusieran en contacto con los misioneros religiosos -y, a través de estos, con los indígenas- de la región para adquirir noticias geográficas, naturales y climáticas fidedignas.

Asimismo, la importancia estratégica de la Guayana pasó largo tiempo desapercibida para la Corona española. La situación cambió radicalmente en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando dicha zona experimentó cambios en las estructuras urbanísticas y en la organización del territorio. Dicha transformación se sustentó, en una primera fase de viajes, en el seno de la Expedición de Límites a la región del Orinoco. Ésta, como la anterior, fue organizada por la Secretaría de Estado, con José de Carvajal y el marqués de la Ensenada al frente; la comandó el jefe de escuadra José de Iturriaga [19] y Aguirre. Como él, los demás comisarios [20] habían adquirido una alta preparación científica, técnica y militar en prestigiosas instituciones y guardaban una lealtad absoluta a la monarquía. La empresa contó, además, con la participación del botánico sueco Pehr Lšfling. Entre los objetivos propuestos se encontraban los siguientes: contención del contrabando, fundación de poblaciones, lucha contra la presión de Francia y Holanda y sus aliados indígenas, reforzamiento de las relaciones con los indios caribes, creación de un poder estatal en la Guayana española, beneficio comercial de los recursos naturales, reconocimiento del territorio, investigación sobre diversos aspectos de la naturaleza novogranadina y búsqueda de plantas raras y minerales. Se trataba, pues, de una tarea ardua, pormenorizada, multidisciplinaria, llena de peligros y que requería de la participación organizada de grupos de personas a quienes se asignaba la realización de tareas diferenciadas.

Por otro lado, la Expedición de Límites a la América Meridional (1781-1801) estuvo dirigida por José Valera y Ulloa. Sus comisarios fueron Diego de Alvear y Ponce de León, Juan Francisco Aguirre y Félix de Azara. Estos seguían instrucciones emanadas de la Corte. En ellas se establecían los puntos de referencia para cada demarcación, las competencias de la comisión y los recorridos a realizar. Llevaron a cabo las tareas a base de efectuar observaciones, medir determinadas variables con instrumentos científicos, entrevistar a pobladores, revisar archivos, solicitar informes a sus subordinados, mantener correspondencia con personas relevantes del ámbito científico y administrativo, etc. Los documentos [21] que elaboraron incluían datos sobre accidentes geográficos, descripciones de las realidades naturales de cada zona y comentarios sobre las condiciones climáticas. Además de ajustarse a las ordenanzas, algunas iniciativas de investigación de los climas americanos fueron producto de inquietudes personales. Ese fue, precisamente, el caso de Félix de Azara y Perera. Al margen de la misión inicial que se le encomendó, Azara abordó el estudio de la naturaleza americana como un proyecto personal:

"Llegué a la Asunción, capital del Paraguay, donde supe que no había tales portugueses esperando, ni noticia de ellos, por cuyo motivo no quise aprontar cosa alguna ni hacer el menor costo, porque además yo sospechaba, con bastante fundamento, que dichos portugueses tardarían en llegar y que por consecuencia mi demora en el Paraguay sería dilatada. No se me había dado instrucción para este caso, y me vi precisado a meditar sobre la elección de algún objeto que ocupase mi detención con utilidad. Desde luego vi que lo que convenía a mi profesión y circunstancias era acopiar elementos para hacer una buena carta o mapa, sin omitir lo que pudiera ilustrar la geografía física, la historia natural de las aves y cuadrúpedos, y finalmente lo que pudiera conducir al perfecto conocimiento del país y sus habitantes." [22]

Debido a tales circunstancias, Azara combinó sus tareas demarcadoras [23] de las fronteras hispano-lusas con otras: descripción del clima y de los vientos de la región, disposición y calidad del terreno, accidentes topográficos, curso de los ríos, variaciones climáticas y más. Sus obras naturalistas, exentas de la imposición gubernativa del secreto estatal, fueron canalizándose progresivamente hacia el dominio público y alcanzaron una gran difusión en Europa. Para producirlas, se valió de la información proporcionada por sus subordinados y cooperantes, así como por los clérigos establecidos en las misiones de la zona; también de la encontrada por él mismo en documentos históricos de los archivos, informes oficiales de otros funcionarios e ingenieros, relaciones geográficas y de viajes, obras sobre geografía e historia natural, encuestas directas realizadas a los habitantes de los territorios examinados y sus propias observaciones directas. Esta ardua labor se sustentaba en varios pilares: primero, en unas leyes generales y ordenamientos sobre objetivos a cumplir; segundo, en protocolos de investigación previos y de probada eficacia, como reparto de tareas, delegación de trabajos específicos, seguimiento de procedimientos estrictos de recogida de información, remisión de ésta a una cabeza visible que la analizara --en este caso, el propio Azara-- y selección de la más relevante para los fines propuestos; tercero, en el contraste del trabajo propio con otros ajenos, es decir, en el intercambio oral y epistolar con personajes relevantes de la administración y del mundo científico, en las relaciones profesionales con intelectuales criollos y en la lectura de artículos de prensa científica; cuarto, en el ordenamiento del saber adquirido en un formato impreso, su sometimiento a la evaluación de otros especialistas, su defensa ante instituciones de carácter científico, su transmisión a las autoridades administrativas, su paso previo por el visto bueno de la censura y su posible publicación en el mundo editorial.

Lo mismo que en las de límites, en las expediciones botánicas y farmacológicas se entremezclaron los asuntos políticos y económicos con los científicos, y los participantes en ellas dieron lugar a estudios climatológicos dignos de tener en cuenta. Desde los primeros años de la colonización de América, el comercio de las especias fue una fuente de ingresos que daba a sus dueños un inagotable poderío. Durante el siglo XVIII, las grandes potencias europeas trataron de rentabilizar sus territorios ultramarinos y experimentaron con los cultivos de diversas plantas. Holanda se perfilaba como la gran beneficiada de este negocio, particularmente el de la canela. Para contrarrestar esta situación y dar respuesta a los requerimientos de la Corona española, hubo iniciativas metropolitanas y virreinales encaminadas a explotar ciertas regiones con cultivos rentables. Algunas de las expediciones promovidas por la monarquía recogían estas inquietudes y sus comisionados recibieron el encargo de indagar sobre los hábitats, climas favorables para su subsistencia, identidades, calidades y técnicas de cultivo del canelo. Por ejemplo, Pedro Fernández de Cevallos [24] diseñó un proyecto de explotación de la canela en el que se rebasaron los objetivos originales. Entre las muchas prácticas científicas que se efectuaron, estaban las climatológicas [25].  Éstas tenían su razón de ser en: los propios requerimientos de las autoridades; la intervención de redes organizadas de informadores e investigadores; la relación directa entre el clima, el hábitat y el crecimiento de las plantas; y la comprensión de las condiciones ambientales que acompañaban las tareas de los comisionados. El 25 de septiembre de 1775, José Diguja, que a la sazón presidía la Audiencia de Quito, dictó una orden en la que se pedía examinar la calidad de los terrenos y los temperamentos de la zona. Cevallos observó los grados de calor con el termómetro y disertó sobre el clima, los seres vivos, la población, las enfermedades y las producciones vegetales. Sus informes contenían otras cuestiones, además de las climatológicas. Cevallos los envió --junto con algunas muestras de semillas y plantas-- a Diguja y Vélez de Guevara, quienes los remitían a José Martínez Toledano y Casimiro Gómez Ortega. Éstos analizaron dichas muestras para su análisis en el Real Laboratorio de Química de Madrid y su aclimatación en el Real Jardín Botánico de Madrid [26].

La búsqueda de plantas medicinales durante el siglo XVIII obedecía a un ambicioso plan para realizar un inventario de los recursos naturales iberoamericanos. Tuvo su merecida recompensa gracias a los esfuerzos desplegados durante el curso de tres expediciones botánicas [27] patrocinadas por el RJBM: la de Perú (1777-1778), protagonizada por Hipólito Ruiz, José Pavón y Joseph Dombey; la de Nueva Granada (1783-1810), a cuyo frente se encontraba José Celestino Mutis; y la de Nueva España (1787-1797), con Martín Sessé y Vicente Cervantes como titulares y con la participación en ella de los mexicanos José Maldonado y José Mariano Mociño. Estas empresas tenían, además, un trasfondo político y económico, pues servían para perfeccionar los estudios cartográficos de las colonias, reivindicar los territorios en disputa con otras naciones y comerciar con los remedios medicinales encontrados. Los programas botánicos de las expediciones a Perú y Nueva Granada quedaron bajo el control de la Secretaría de Indias, dirigida por José Gálvez. Tras la muerte de éste en 1787, su sucesor, Antonio Porlier, completó el proyecto botánico y farmacológico con la organización de la expedición a Nueva España. La interrupción de los trabajos quedó sellada con la declaración de independencia de aquellas colonias durante la segunda década del siglo XIX.

Los objetivos iniciales de las expediciones botánicas fueron profusamente rebasados por sus protagonistas, quienes, entre otras muchas actividades, realizaron estudios climatológicos de las zonas visitadas. Dado, además, el amplio volumen de datos recopilados sobre diferentes aspectos geográficos y naturales de dichos territorios y la variedad y amplitud de los lugares inspeccionados, fue necesaria la intervención y el reparto de las labores entre numerosos cooperantes. Luego se canalizó la información recabada hacia los encargados de coordinarla, sintetizarla y analizarla. A la larga, se esperaba obtener noticias pormenorizadas de los climas locales, determinar sus causas y establecer clasificaciones y comparaciones climáticas. Así, Hipólito Ruiz [28] aportó información sobre el temperamento propio de cada región, las garúas y otros fenómenos meteorológicos, las producciones naturales de la tierra, la salud y las costumbres de los habitantes. A sus propias observaciones añadió las facilitadas por sus informadores y corresponsales, agrupándolas más tarde en forma de itinerario y combinando esta técnica expositiva con la descripción geográfica y el tratamiento sistemático de los objetos examinados. Con ello no se limitaba a situar los fenómenos en su dimensión cronológica y espacial, sino que procuraba determinar sus relaciones lógicas y conferir verosimilitud y credibilidad a su relato.

Este procedimiento también gozó del favor de José Celestino Mutis, inspirador y artífice de la Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada. El gaditano aceptó en 1760 el cargo de médico del Virrey de Nueva Granada, Pedro Messía de la Cerda y Cárcamo. Al viajar de Madrid a Cádiz para embarcarse con rumbo a Cartagena de Indias, realizó algunos estudios botánicos por el camino y dejó constancia de ello [29]. Mutis esperaba encontrar en Nueva Granada materiales que le permitiesen profundizar en sus estudios naturalistas. Solicitó ayuda al Rey de España para realizar un estudio de historia natural en Nueva Granada y presentó las directrices de su plan [30]. En éste se podía apreciar una continuidad de los proyectos de Francisco Hernández, Pehr Lšfling, Nicolás Jacquin, Louis de Feuillée y otros [31]. Pero sus propuestas iban mucho más allá. El médico gaditano deseaba efectuar observaciones físicas, geográficas, astronómicas, meteorológicas, climatológicas e hipsométricas durante su viaje [32]. Fue la suya una empresa surgida de un proyecto personal que precisaba de ayuda e implicación estatal. Además, requirió de la participación organizada y jerárquica de numerosas personas a las que se les asignó labores específicas y que compartieron conocimientos que se transmitieron de unos a otros. Esto, en definitiva, repercutió en la difusión de las ideas críticas sobre la realidad colonial y cultural novogranadina.

El objetivo de Mutis tardó una veintena de años en hacerse realidad. Después de exponer sus intenciones al Arzobispo Virrey, Antonio Caballero y Góngora, éste procedió a la creación de la Real Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada en 1782, que fue ratificada por Carlos III en 1783. Mutis concibió su empresa como un instituto donde se centralizarían los estudios de la naturaleza americana; como un estamento cuyos integrantes que se interesaron por el legado naturalista de los siglos anteriores, intercambiaron opiniones con los miembros de otras expediciones y pusieron al corriente a otras personalidades del mundo científico [33]. El gaditano instaló su residencia en Mariquita en 1784, donde realizó la mayor parte de sus investigaciones y la convirtió en centro organizador y local para la preparación técnica de sus colaboradores. Debido, sin embargo, a su precaria salud, se trasladó con todos los objetos de la expedición a Santa Fe de Bogotá en 1791, donde también centralizó las operaciones y permaneció hasta su muerte (1808). Su formación universitaria y la experiencia docente le permitieron dirigir acertadamente los asuntos científicos de la empresa. Su condición de sacerdote y su carácter patriarcal le facilitaron el control de la conducta moral de sus discípulos y subordinados. Dada, además, su experiencia en la explotación minera, fue un excelente organizador  y supo mantener la disciplina entre aquéllos: Eloy Valenzuela, fray Diego García, Antonio Zea, Pedro Fermín de Vargas, Sinforoso Mutis, Jorge Tadeo Lozano (naturalistas); Francisco José de Caldas y Tenorio (geógrafo, astrónomo, físico y naturalista); Salvador Rizo Blanco (mayordomo); Pablo Antonio García, Francisco Javier Matis, Antonio y Nicolás Cortés, Vicente Sánchez, Antonio Barrionuevo y Vicente Silva (pintores); Roque Gutiérrez (caporal y jefe de recolectores); Francisco Javier Zabaraín y José maría Carbonell (amanuenses), Antonio Cándamo (que se ocupó del herbario) y varios bibliotecarios y mensajeros.

El propio Mutis asignó trabajos específicos a sus cooperantes, les dio instrucciones precisas sobre los procedimientos a seguir e indicó las zonas geográficas donde llevarlos a cabo. Por lo demás, designó encargados de los herbolarios, puso a su disposición varios recolectores y mensajeros, hizo que solicitasen información a corresponsales esparcidos por todo el virreinato y luego él mismo se encargó de procesar y sistematizar la información recibida. Una parte de ésta consistió en medidas de variables meteorológicas, localización de los hábitats de las plantas y determinación de las condiciones climáticas en que éstas subsistían.

Mutis logró un alto grado de autosuficiencia para su expedición, la cual adquirió un régimen especial que la hacía depender directamente del Virrey. Éste, a su vez, debía dar cuenta al monarca de su marcha y resultados y, dada la manifiesta enemistad entre Mutis y Casimiro Gómez Ortega, supo hacer uso de sus influencias para eximir al primero del obligado trámite de enviar anualmente al RJBM muestras e informes. Por otra parte, la empresa se benefició de unos 8800 libros y de modernos instrumentos científicos, buena parte de los cuales fue aportada por el propio Mutis con las ganancias acumuladas gracias a su práctica médica y la extracción de minerales en las minas del Sapo hasta 1783.

Tras el fallecimiento de Mutis, fueron sus discípulos quienes prosiguieron los trabajos de la expedición. Su sobrino Sinforoso asumió la parte botánica, Lozano estuvo al frente de la geológica y Caldas de la astronómica y geográfica, si bien estas divisiones no fueron excluyentes entre sí. Precisamente, al último se debe una memorable serie de escritos climatológicos que realizó tanto en el contexto de la expedición como por cuenta propia, formando parte de un proyecto investigador personal en el que también intervinieron sus colaboradores y corresponsales: Antonio Arboleda, Mariano del Campo Larrahondo, Diego García, Jorge Tadeo Lozano, Sinforoso Mutis, Santiago Pérez de Arroyo y Valencia, Manuel Rodríguez Torices, Eloy Valenzuela, Pedro Fermín de Vargas, Antonio Zea.

Caldas se entregó al estudio de la astronomía y la naturaleza americana entre 1798 y 1808 [34]. Fundó el Correo Curioso de Santa Fe en 1801 y en él publicó todos sus trabajos [35]. Desde que Humboldt se negara a que le acompañara en su viaje americano, Caldas empezó por su cuenta una intensa y fecunda labor científica con significativas aportaciones al conocimiento de los climas. Los viajes y los informes se sucedieron durante los años siguientes, hasta que asumió la dirección del Observatorio Astronómico de Bogotá en 1806. Entre los motivos que le animaron a investigar sobre las particularidades climáticas de Nueva Granada se encontraba la utilidad del saber meteorológico y climatológico para la agricultura. Por eso, dio a conocer sus observaciones de las estaciones del año y las asoció a las faenas rurales.

Otra de las razones que le llevaron a interesarse por el conocimiento del clima fue la relación entre dicho fenómeno natural y la distribución geográfica de las plantas. Su programa incluía la toma habitual de medidas termométricas, barométricas e higrométricas, pues caracterizó el clima de las regiones en las que efectuó sus registros mediante parámetros como la temperatura, la humedad y la presión atmosférica. Y se ocupó del establecimiento de los límites de las nieves perpetuas y las alturas máximas hasta los que se extendían los hábitats de las plantas de diferentes especies. Por esto, las referencias a las mediciones barométricas y termométricas fueron constantes. En 1809 publicó en el Semanario de Nueva Granada algunos artículos sobre meteorología y sus aplicaciones prácticas, expuso sus opiniones sobre las causas de determinados fenómenos atmosféricos y dio a conocer los datos recogidos por sus corresponsales. Convencido de la necesidad de generalizar la acumulación de información meteorológica para ayudar al desarrollo de la agricultura y del comercio virreinal, celebró que su invitación para realizar observaciones meteorológicas constantes hubiese fructificado. Gracias a esto, Caldas pudo analizar en el Observatorio Astronómico de Bogotá las noticias meteorológicas que le enviaron sus colaboradores: Manuel Rodríguez Torices desde Cartagena; Antonio Arboleda y Santiago Pérez de Arroyo y Valencia desde Popayán; Mariano del Campo Larrahondo desde Cali. El proceso de encargo, recogida y análisis de datos, culminaba con su tabulación y difusión en el Semanario del Nuevo Reino de Granada.

En definitiva, Caldas procuró encontrar regularidades que explicasen la ubicación de las especies vegetales y animales en sus climas propios. También analizó los vínculos entre el temperamento, la complexión y la salud de los habitantes con el clima, pero criticó las ideas acerca de que el genio, la moral y las costumbres alimenticias de éstos se encontraran bajo el yugo de dicho fenómeno natural:

"Parece no quedar duda que por esta aserción cree usted que el clima y los alimentos influyen directamente sobre las virtudes y sobre los vicios de los hombres, y esta opinión es la que pienso combatir, porque la mía no conoce otro principio para obrar el hombre el bien o el mal que su misma constitución, los buenos o malos ejemplos que se le presentan y la buena o mala educación que reciba, siendo, por consecuencia, indiferente para lo uno y para lo otro la influencia del clima y de los alimentos." [36]

Por último, la de Malaspina fue la empresa más sobresaliente del mandato de Carlos IV [37]. Persiguió múltiples objetivos y aspiró a conocer en profundidad los dominios hispánicos para garantizar su cohesión. Los gobernantes españoles facultaron al brigadier italiano para copiar de los archivos cuantas noticias le fueran precisas. También le proporcionaron credenciales ante las autoridades virreinales para que éstas le facilitasen todos aquellos documentos que solicitara. Tanto Malaspina  como Antonio Pineda, que se encontraba al frente de la sección de historia natural, diseñaron unos interrogatorios dirigidos a expedicionarios, autoridades y personas notables de la comunidad científica. El coronel guatemalteco recababa las respuestas y luego elaboraba informes que ponía a disposición de Malaspina. De esta forma, el italiano logró reunir un amplísimo material de variado contenido, útil en muchos campos del saber: climas, astronomía, meteorología, hidrografía, etnografía, fauna, flora, salubridad del aire, corrientes marítimas, mareas, temperatura y salinidad de las aguas, estudio comparado del suelo, minería, litología, antropología, lingüística, y arte. Lo puso en conocimiento de los virreyes, la Compañía de Guardiamarinas de Cádiz y la Secretaría de Estado, Marina e Indias. El destinatario último era el Rey [38].

Una de las razones que le impulsaron a realizar su viaje fue el estudio de los vegetales, su relación con el ambiente circundante y su distribución por los dominios coloniales de España. A Malaspina le atrajeron los vínculos e interacciones entre los seres vivos y su medio. En consecuencia, tenía la oportunidad de hacer nuevas aportaciones a la historia natural a través del estudio de las relaciones entre las formas vegetales propias de una región y su clima característico. Esto, a su vez, le daría la oportunidad de efectuar una distribución de los climas terrestres y de establecer comparaciones entre sí. Había, de hecho, un amplísimo escenario donde podía buscar y comprobar las posibles correlaciones: el imperio español, que se extendía de norte a sur y de este a oeste por el globo terráqueo. Apoyándose en su equipo de especialistas (naturalistas, marinos, antropólogos, médicos, dibujantes y geógrafos), lecturas de fuentes ajenas, contactos con miembros de otras expediciones, encuestas a corresponsales e indígenas, recurso a despachos oficiales y valijas diplomáticas y uso eficiente del correo marítimo y terrestre, el brigadier logró sus objetivos. La empresa, por otro lado, fue contemporánea de la Expedición de Límites a la América Meridional y de la Real Expedición Botánica de Nueva España. Además, Malaspina contó con el asesoramiento que, desde París, Londres y Turín, hicieron personajes tan relevantes del mundo científico como F. Lalande, J. Banks y L. Spallanzani. Pero la red de información era aún más amplia, ya que su equipo de colaboradores conocía los resultados de los viajes realizados por rivales extranjeros como Cook, La Pérouse, Bougainville, La Condamine y Anson. Tampoco le faltó la aportación de los mestizos, indígenas, criollos y españoles residentes en las colonias americanas. En Nueva España, en fin, Malaspina tuvo el apoyo del Virrey, el conde de Revillagigedo, quien siempre se esforzó en satisfacer los pedidos de material, libros, informes, instrumentos de medida, etc., de los expedicionarios. También cooperó con él el capitán Juan Francisco de la Bodega y Quadra, que le proporcionó datos valiosos sobre el Pacífico novohispano. En la capital del virreinato intercambió experiencias y pareceres con el astrónomo León y Gama, el ingeniero militar Miguel Costanzó, el marino Francisco Mourelle de la Rúa y el matemático Diego Guadalajara y Tello. Visitó gabinetes y bibliotecas, asistió a tertulias y conoció a Fausto Elhúyar y al fiscal del Real Tribunal de Minería, Eugenio Santelices [39].

Para ahorrar tiempo, esfuerzo y dinero en sus propios quehaceres, Martín Sessé, director de la Real Expedición Botánica a Nueva España, intercambió información con Antonio Pineda, quien estaba al frente de los naturalistas de la expedición. Además, el catedrático Vicente Cervantes hizo excursiones botánicas junto a Louis Née a los alrededores de la capital y facilitó a Pineda su manuscrito sobre la flora medicinal del valle mexicano. La misma facilidad tuvieron los miembros de la expedición para intercambiar datos sobre zoología, mineralogía y astronomía. Por su parte, Antonio de Alzate y Ramírez mostró a Pineda el gran interés de los novohispanos en la investigación científica y el avance tecnológico; le acompañó en varias excursiones por los alrededores de México herborizando plantas y realizando estudios sobre la rareza del aire; regaló a Pineda varios higrómetros y un areómetro de su propia fabricación. Tadeo Haenke, en fin, naturalista de la empresa, realizó descripciones geográficas en sus relaciones de viajes; su obra de alcance climatológico [40] fue consecuencia del intercambio de datos con los demás miembros de la expedición, de sus propias observaciones cualitativas e instrumentales y de sus análisis de los dato.


Roles socioprofesionales, clasificación de los documentos y ámbitos geográficos

El reinado más prolífico en empresas de carácter político-científico fue el de Carlos III, y luego el de Carlos IV. El mandato del primero coincidió con el apogeo económico, político, científico y territorial del imperio español. Entretanto, el de Gálvez se constituyó en el Gobierno más activo, la Secretaría de Indias se reveló como la institución gubernamental que participó en un mayor número de actividades y el RJBM la sociedad científica que más veces intervino en la organización expedicionaria. Cualesquiera que fueren los principales objetivos a cumplir, la botánica y la farmacología fueron las grandes beneficiadas de las expediciones. La causa de ello se debía a los favorables rendimientos comerciales que se podían obtener gracias a la explotación de los recursos vegetales.

El colectivo más numeroso fue el de los militares, y después el de los clérigos. Esto se explica por varios motivos. En el caso de los militares, por su fuerte presencia en las actividades científicas y técnicas en la España desde el reinado de Fernando VI, por su disponibilidad para efectuar desplazamientos y por la relativa facilidad con que los gobiernos metropolitanos podían encomendarles misiones estratégicas y político-científicas dentro y fuera de la península ibérica durante períodos más o menos prolongados. En el de los clérigos, por el alto nivel cultural de muchos de ellos, por su tradicional presencia en los territorios de ultramar desde el siglo XVI y por su presteza para colaborar con el poder real en empresas que, a largo plazo, podrían reportar algún beneficio a la Iglesia o contribuir a la evangelización de los territorios.

Puesto que en todas las expediciones se planteó el estudio del espacio geográfico y del medio natural, era lógico que fuesen la geografía y la historia natural las disciplinas más cultivadas entre los expedicionarios que se interesaron por los climas. Después, sobre todo entre el último tercio del siglo XVIII y primeras décadas del XIX, se situó la meteorología, materia que imprimió un carácter original al conocimiento climatológico por sus modernos procedimientos de investigación [41] y su interés por el medio atmosférico.

El período más fecundo en la producción de documentos relacionados con el clima fue el comprendido entre 1771 y 1811, especialmente el decenio 1801-1810. Aquella fue la época en la que se dieron a conocer los trabajos de las redes a cuyo frente se encontraban algunos de los personajes más activos al respecto.

Los móviles que impelieron a las redes y autores mencionados a realizar sus investigaciones climatológicas fueron diversos. Entre los más poderosos, estaba el interés por la geografía de las plantas. El conocimiento del clima apareció en las obras correspondientes como un saber adjunto a las preocupaciones intelectuales primarias; es decir, como un asunto que formaba parte de otros que lo englobaban y que contribuían al conocimiento descriptivo y general de la Tierra.

El idioma elegido por la inmensa mayoría de los autores referidos para presentar sus resultados fue el castellano, lo que facilitaba la comunicación y difusión del saber entre el público interesado y venía siendo de uso común desde el Renacimiento.


Contenido climatológico de los documentos, procedimientos de investigación y análisis del lenguaje
Se observa en los documentos originales una habitual alusión a la limpieza del cielo, la humedad o sequedad del aire, las precipitaciones, los vientos, etc. Los argumentos a favor de la idoneidad de un clima determinado para la vida y el sustento de los habitantes se reforzaban con el uso de adjetivos como "hermoso", "puro", "delgado", etc. Las alabanzas y vituperios sobre el clima urbano y silvestre se alternaron con los comentarios sobre la salubridad del aire. Fue éste un proceder que continuó vigente durante el último tercio del siglo XVIII y se prolongó hasta el XIX.

En las descripciones geográficas y naturalistas se solía dedicar un apartado o capítulo a describir el clima de una ciudad, región o país. Después, era corriente poner aquél en relación con otros aspectos naturales y geográficos. Así, Bowles y sus adjuntos estudiaron esas particularidades de España y repararon en la humedad del aire de Bilbao, su efecto en los objetos y alimentos cotidianos y en la producción de plagas, el influjo beneficioso del agua salada en la atmósfera, los vientos y lluvias constantes de la ciudad y el consiguiente alejamiento o disolución de vapores malignos. También alabaron las cualidades salubres del ambiente de la urbe, así como el vigor y la alegría de sus habitantes. En su opinión, el clima era determinante de lo físico y de lo moral, y se podían comprender sus rasgos definitorios atendiendo a las producciones naturales del país, sus tiempos de maduración, los vientos reinantes, la altura respecto al nivel del mar, la distancia a las costas o a las cadenas montañosas y la proximidad de los ríos y de los lagos.

De modo similar, Cavanilles y Badía Leblich se esforzaron en describir los climas de Valencia y norte de çfrica, sólo que el segundo registró datos meteorológicos [42] de cada localidad y anotó sus valores máximos y mínimos. Con esta táctica esperaba el barcelonés comparar unas medidas con otras del mismo tipo, así como hacer un intento de modelar algunos patrones atmosféricos y de relacionar el clima con la vegetación y ciertas formas de vida animal. No deja de ser interesante, por otro lado, la inclusión de observaciones higrométricas en sus descripciones climáticas, cosa que no fue nada habitual en los trabajos de otros personajes españoles de la misma época. Badía combinó esta práctica con observaciones de tipo cualitativo y sensorial y usó epítetos [43] comunes para calificarlas. Finalmente, incluyó a los terremotos en la nómina de los fenómenos meteorológicos, se interesó por los acontecimientos atmosféricos poco comunes y estudió los frutos de la tierra en función de las estaciones del año.

En América, Antonio de Ulloa[44]describió los territorios, los climas y las producciones vegetales, animales y minerales de varios lugares de la América meridional. También abordó la relación entre el hombre y su ambiente, la salud, la enfermedad, las epidemias, el carácter moral y los frutos de la tierra. Además, hizo clasificaciones de los vientos, considerando éstos sanos o insalubres según sus grados de humedad y calor. El interés del sevillano parecía primordialmente orientado hacia la distribución del calor en diversas extensiones territoriales y vio en la forma y posición de la Tierra respecto al Sol la principal causa de la disparidad climática. A partir de ese principio, consideró que las modificaciones de la atmósfera se deberían a factores tales como la elevación y desigualdades del terreno, los vientos, la densidad del aire y la presencia de ácido nitroso en una región elevada de la envoltura gaseosa del planeta [45]. Merced a ellas, pudo explicar satisfactoriamente las variaciones de las lecturas termométricas tomadas en distintas estaciones del año y en puntos distantes de América, la formación de las garúas o lloviznas de las tierras bajas y el patrón de comportamiento de los vientos alisios. Para ello, hizo mediciones --a veces en alta mar-- en diferentes enclaves y años durante el tiempo en que el Sol hacía su tránsito por la línea equinoccial. El objetivo propuesto era establecer los períodos estacionales, ocuparse del origen de la diversidad y las causas de las variaciones climáticas y comprobar que el calor no era tan extremo como se creía en el ecuador. Recabó datos durante unas cuantas jornadas, a veces en tres ocasiones diarias. Y tuvo en cuenta la temperatura, los vientos, las lluvias y otras vicisitudes atmosféricas. También hizo comparaciones entre los grados de calor de diversas localidades. Sin embargo, Ulloa no registró los valores medios de las variables meteorológicas ni llegó a establecer clasificaciones y distribuciones de los climas. Éstos, a su juicio, no eran sino entidades naturales que presentaban un comportamiento regular de la atmósfera, de modo que le bastó realizar unas pocas medidas [46] para describirlos y encontrar las razones de sus diferencias. Entre éstas estaban los vientos habituales de cada zona, los cuales, a su paso por el terreno, podían ser tan fríos en invierno como cálidos en verano.

En los escenarios de la costa magallánica, golfo de México e islas polinésicas, las redes expedicionarias se centraron en las condiciones climáticas que favorecían la vida y los asentamientos humanos. Los padres Cardiel y Quiroga, por ejemplo, recabaron y aportaron datos cualitativos sobre las siguientes particularidades climáticas: vientos reinantes; estaciones anuales; el frío debido a la cercanía al polo, a la cordillera y a los vientos; esterilidad de la costa a causa de su salinidad; lugares habitados por los indios y enfermedades más comunes padecidas por éstos; frutos de la tierra; etc. La premura de tiempo les obligó a tomar decisiones rápidas en torno a lo aconsejable o no de fundar fuertes y poblaciones. Refiriéndose a la misma zona, José de Vargas Ponce cuidó los aspectos concernientes al suelo, el clima, las producciones de la tierra, etc.; y aportó algunos datos cuantitativos y cualitativos sobre la temperatura, el estado del cielo, la humedad, la vegetación y la fauna.

Más al sur, José Andía y Varela disertó sobre el clima insano de la Isla de Amat, no dudó en aludir a cualidades como la "calidez y humedad del temperamento", el "sofoco" que éste producía en los habitantes, la "abundancia de morbo gálico y sarna" y los estragos que las enfermedades producían en la población. Amat, a su vez, aseguró que el terreno de la ciudad de San Juan era apropiado para sembrar viñas y frutales y escribió sobre el frío "excesivo", las lluvias "no continuadas, blandas y a mangas", los granizos "muy gruesos", la atmósfera "clara" de los llanos del norte, su cielo "terso y lucido", la "injuria" de los tembloresde tierra, etc.

Durante las expediciones de límites, los componentes de las redes expedicionarias fueron prolíficos en descripciones climáticas y en el influjo del clima en la salud humana. Manuel de Flores, por ejemplo, describió el Paraguay, ofreció datos cualitativos sobre temperamentos locales y los relacionó con los grados de calor y humedad y las enfermedades. Igualmente, en la Expedición de Límites al Orinoco, José de Carvajal advertía a Fernando VI sobre el clima que afligiría a los comisionados. Comentarios similares efectuó Eugenio de Alvarado acerca de la misma misión. Los autores de estas descripciones resaltaron las malas condiciones de salubridad de la zona, las cuales eran debidas al "clima destempladísimo" del país, su "mal temperamento" o sus "aguaceros improvisos".

En la Expedición de Límites a la América Meridional, Diego de Alvear y Ponce de León describió las principales localidades del virreinato del Río de la Plata, alternó los comentarios sobre los climas con los de la fecundidad de la tierra, enumeró los meteoros característicos de la zona y señaló las causas por las que éstos se producían. Alvear estableció un vínculo entre éste y el origen, la multiplicación demográfica y el asiento de los guaranís. También relacionó la uniformidad racial de todos los indígenas americanos, sus costumbres, sus gobiernos y sus hábitos alimenticios con el temperamento.

Juan Francisco Aguirre, más interesado que Alvear en el estudio de los climas y bien instruido en geografía, astronomía y ciencias naturales, proporcionó datos instrumentales referidos a los grados de calor y a la humedad de las ciudades, provincias y comarcas por donde anduvo. Después los relacionó con la salubridad del aire y del entorno. Asimismo, describió los frutos de la tierra y señaló las épocas del año más propicias para las cosechas. El marino navarro relacionó el temperamento de las ciudades con el carácter moral de sus habitantes y vinculó las particularidades climáticas locales con las enfermedades endémicas y estacionales y algunas epidemias. Hizo anotaciones meticulosas del estado del cielo durante sus travesías por tierra o por los ríos que navegó y registró los vientos imperantes de cada zona. De éstos, de su combinación con los vientos marítimos y de ciertas características climáticas del país --como los regímenes de lluvias y temperamentosóhizo depender la salud de los habitantes. Además, apeló a las sensaciones de bienestar y malestar para efectuar comparaciones entre los distintos climas que conoció.

Con sus trabajos naturalistas, Azara indagó en las causas de la diversidad climática del virreinato del Río de la Plata y encontró una relación directa entre los climas, el tamaño y la disposición del territorio con respecto al Sol y los vientos. Respecto a éstos, estableció una clasificación, según su procedencia, frecuencia y duración:

"Se dice ordinariamente en el país, y con razón, que hace siempre frío cuando el viento sopla del Sur o Sudeste, y calor cuando sopla del Norte. En efecto, el calor y el frío parecen depender tanto o más de los vientos que de la situación o de la declinación del Sol. Los vientos más frecuentes son el Este y el Norte. Si se deja sentir el del Sur es, a lo sumo, en una doceava parte del año, y si se inclina hacia el Sudeste, deja el cielo despejado y sereno. Apenas se conoce el viento Oeste, como si la cordillera de los Andes lo detuviera a más de 200 leguas de distancia, y si se siente algunas veces, no dura más de dos horas." [47]

Azara combinó sus razonamientos con las medidas cuantitativas de la temperatura y las observaciones cualitativas. Durante sus estancias estivales e invernales en Asunción, efectuó registros máximos y mínimos de la temperatura del aire con un termómetro de escala Fahrenheit. Por otra parte, dio cuenta de algunas alteraciones climáticas singulares y sus consecuencias para las plantas. Otro de los recursos metodológicos utilizados por Azara fue el recuento numérico de los objetos a estudiar y la elaboración de tablas. Así, elaboró una lista que agrupaba las naciones indias del Gran Chaco, su estatura media en pies y pulgadas y su número de habitantes; otra sobre la población de los partidos y pueblos del Paraguay, fechada en 1785, y dividida según el sexo y el origen (españoles, europeos, indios, negros y mulatos); finalmente, aportó una tabla, referida al año 1781, sobre los bienes extractivos de la región y en la que consignaba las cantidades y precios que entonces tenían. No se han encontrado en su obra, sin embargo, tablas meteorológicas ni correlaciones explícitas entre las tablas demográfico-económicas anteriores y las características climáticas del país. Apenas se han visto pasajes referidos a la relación entre el clima y la salud, salvo un lacónico comentario referido a la humedad característica de la zona:

"Siempre la atmósfera está húmeda y estropea los muebles, sobre todo en Buenos Aires, donde las habitaciones expuestas al Sur tienen siempre el piso húmedo. Los muros que tienen la misma exposición están cubiertos de césped y musgo, y el lado de los techos que se encuentran en este caso se halla cubierto de hierbas frondosas, altas, casi de tres pies, de manera que es necesario limpiarlos cada dos o tres años para evitar las goteras y filtraciones. Pero nada de esto perjudica a la salud." [48]

Y otro, al final de la sección, dedicado a los climas y los vientos:

"Por lo que se refiere a la salud, se puede asegurar que en el mundo entero no hay un país más sano que el que estoy describiendo. La vecindad misma de los lugares acuáticos y de terrenos inundados, que se encuentran frecuentemente, no altera en nada la salud de los habitantes." [49]

El aragonés, en fin, recurrió a las descripciones, comparaciones y clasificaciones de los fenómenos meteorológicos para exponer la realidad climática de Paraguay. Así, observó que la lluvia era más espesa y de gotas más pesadas que en Europa y que caía en mucha mayor cantidad que en España. Comprobó que en todas las estaciones, sobre todo en verano, la lluvia iba acompañada de relámpagos y que los rayos caían con una frecuencia diez veces superior que en la metrópoli. Mostró algunas señales naturales para predecir ciertos hechos atmosféricos: por ejemplo, una barrera de nubes de poniente, indicaba lluvias; el viento recio del norte anunciaba lluvias al segundo día; los relámpagos del sudoeste al anochecer y el calor calmoso durante el día pronosticaban precipitaciones por la noche. Azara descartó que la abundancia de tempestades pudiera atribuirse a las serranías, por estar demasiado lejanas, o a los bosques, que eran prácticamente inexistentes. Sostuvo, en consecuencia, que aquella atmósfera debía estar muy cargada de electricidad o que poseía alguna cualidad natural que le facilitaba la condensación de vapores y su pronta precipitación. Finalmente, estableció una graduación del frío, la humedad del aire y la fuerza de los vientos a lo largo del país:

"De todo esto parece se puede concluir que el frío, la humedad de la atmósfera y la fuerza de los vientos aumentan gradualmente desde la Asunción hasta Buenos Aires en razón de la altitud, que es la única causa visible que puede ocasionar la alteración. Se puede pensar, por la misma razón, que a medida que nos aproximamos al estrecho de Magallanes todos estos fenómenos deben adquirir más fuerza y los vientos deben de ser allí muy violentos. Los mismos efectos no han tenido lugar, en lo relativo al trueno y al rayo, tan terribles en el Paraguay, como en Buenos Aires, y hasta casi me parecen ser menos considerables en el Río de la Plata. Todo debe ser al revés si se dirige la marcha desde el Paraguay hacia el Norte, y yo creo que la humedad y la violencia de los vientos son allí, a latitud igual, más considerables que aquí. En cuanto al frío, nadie duda que el hemisferio austral sea más frío en la misma latitud que el del Norte. Sin embargo, Buenos Aires y Cádiz están situados casi a la misma latitud, y en esta última ciudad, más marítima que la otra, se hace gran uso de chimeneas y braseros, cosa desconocida en Buenos Aires, donde los braseros, si los hay, son muy raros, aunque las casas estén muy poco abrigadas. El frío en este país parece depender más de los vientos que del territorio y de la distancia al Sol." [50]

Como observador de la naturaleza, Azara formó parte del empeño por desvelar los secretos de aquélla y contribuir al progreso y bienestar de la humanidad. Su obra abordó la descripción y la clasificación de las especies y de los hechos naturales, descubiertos en la práctica gracias al cúmulo de sus observaciones, que luego revisó pacientemente. Contempló la naturaleza americana como un paraíso amenazado por una civilización que demandaba continuos bienes materiales; como un mundo fijista, finalista y creacionista en el que sus habitantes ejercían una actividad libre, siguiendo el único dictado de las leyes naturales; como un espacio en el que las variaciones no eran sino normas del código natural. Por eso, y por suponer que la variedad climática seguía una gradación exacta que dependía de la latitud, se permitió efectuar observaciones del clima sólo en dos ciudades (Asunción y Buenos Aires) y sus alrededores. De ahí, también, que se opusiera a la hipótesis buffoniana de la incidencia climática en las variaciones de color de las especies.

La vertiente climatológica de las expediciones botánicas a Iberoamérica radicaba en determinar los hábitats idóneos para el crecimiento de las plantas destinadas a uso medicinal y a explotación comercial. También encontraron su razón de ser en los propios requerimientos de las autoridades que encargaron los trabajos y en la averiguación de las condiciones climáticas y medioambientales que acompañaban las tareas de los comisionados. Así, Pedro Fernández de Cevallos diseñó un proyecto de explotación de la canela en el que se entrecruzaban los asuntos económicos y políticos con los científicos. Mientras, Cevallos observó los grados de calor con el termómetro. Sus anotaciones al respecto fueron sumamente escuetas y culminaban con las impresiones de cada jornada. El autor vinculó el clima con la población, las enfermedades y las producciones vegetales.

En Perú, la red comandada por Hipólito Ruiz se extendió en más detalles que los anteriores. Gracias a ello, el botánico pudo aportar una información precisa sobre el temperamento propio de cada región, las garúas y otros fenómenos meteorológicos, las producciones naturales de la tierra, la salud y las costumbres de los habitantes. En su descripción de Lima, Ruiz ofreció datos numéricos sobre los grados de calor [51] de la ciudad. Su explicación sobre la escasez de lluvias en la costa peruana se basaba en que el viento del sur soplaba a ras del mar y dominaba todo el año en la región. Al no encontrar la oposición de los vientos elevados que procedían de la sierra, era imposible que la garúa se resolviera en lluvia. A su entender, los únicos fenómenos meteorológicos notables se daban en las montañas. Además, relacionó estas condiciones climáticas con la ausencia de bosques y la proliferación de hierbas y matas en la costa. En las descripciones de otros lugares o provincias, Ruiz insistió en lo benigno o perjudicial del clima, su temperamento, humedad, emanaciones de la tierra y de las aguas estancadas, fertilidad del terreno, vegetación, etc. Se basaban en las observaciones efectuadas durante el tiempo de estancia en un lugar determinado y se realizaban bajo la hipótesis de que el clima era un fenómeno cíclico e inmutable. De ahí el uso de expresiones genéricas, como: "temperamento generalmente benigno", "clima propenso a", "en esta estación está la atmósfera cubierta de una neblina, que dura toda la mañana hasta el medio día y a veces todo el día y la noche", "jamás llueve", "lo regular que subeo baja el mercurio", "apenas se ve el Sol en el invierno, estando por lo común cubierto de nubes, las que suele haber en el verano", "viento del sur que domina en todo tiempo", etc. Sus escuetas indicaciones del termómetro se referían a los que él consideraba que eran valores habituales, pero no a valores medios calculados de entre una serie más o menos larga de medidas. Se complementaron con observaciones climáticas cualitativas, como la benignidad del clima, la sensibilidad al frío penetrante, la violencia de los terremotos, el espesor de la garúa, el ardor de la atmósfera, etc. En definitiva, las causas del clima peruano eran: la latitud, el relieve del terreno, la elevación de éste, la proximidad a otros accidentes geográficos y los vientos.

En el seno de la Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada, fueron muchos los asuntos científicos, sociales, etnográficos, políticos, etc., que despertaron el interés de Francisco José de Caldas. De hecho, su proyecto investigador incluía observaciones geográficas, medidas astronómicas, barométricas, termométricas, higrométricas e hipsométricas. Por eso adquirió un gran dominio de los instrumentos científicos y fue muy preciso con los valores numéricos: temperatura, presión, humedad, latitud, longitud, altura, etc. Anotó valores máximos, mínimos y medios de las dos primeras variables.

El novogranadino reprodujo en la prensa sus observaciones de las estaciones del año, las asoció a las faenas rurales y agrupó los datos en forma de tabla. De paso, encontró regularidades climáticas y explicó las causas de éstas: la alternancia de períodos lluviosos y secos se debía a la evaporación que se producía cuando el Sol se acercaba al zenit; el grado de calor o de frío dependía de la altura; la zona tórrida, cuyo temperamento distaba mucho de la línea de la congelación, estaba exenta de meteoros como la nieve o el granizo; los vientos serían árbitros de los demás meteoros y levantaban los vapores de la tierra, los transportaban a grandes distancias y, finalmente, los precipitaban; etc. Y se mostraba optimista respecto a los pronósticos, pues bastaba con sistematizar las observaciones para encontrar las regularidades atmosféricas.

Caldas consideraba que los meteoros eran unos fenómenos que ponían en permanente alteración a la atmósfera, la dilataban o la contraían y la ponían en movimiento o quietud. Aparentemente, esta situación no estaría sujeta a ninguna ley, pero Caldas confiaba en que la investigación minuciosa y constante de la envoltura aérea de la Tierra condujera al encuentro de explicaciones acertadas. Hasta que eso sucediera, se contentaba con publicar los datos acumulados. Así, agrupó sus observaciones meteorológicas en forma de tablas que contenían las lecturas mensuales máximas y mínimas del barómetro y del termómetro, la cantidad de lluvia caída y el número de días secos y lluviosos. En otras ocasiones incluyó en las tablas valores medios de la temperatura y la presión.

Otra de las razones que le llevaron a interesarse por el conocimiento del clima fue la relación entre dicho fenómeno natural y la distribución geográfica de las plantas. En su opinión, los lugares más bajos del continente americano, que por lo general eran húmedos y cálidos, favorecían el desarrollo de ciertas especies, como el trigo. En otros, la altura sobre el nivel del mar no era obstáculo para el desarrollo de ciertas especies. Mediante sucesivas mediciones y comprobaciones sobre el terreno, Caldas pudo trazar un mapa de las zonas del Nuevo Reino de Granada aptas para el crecimiento de los vegetales, así como de aquellas otras en las que la calidad de la planta variaba. Estos límites no eran fijos dentro de una misma latitud. También podía darse el caso de que, a latitudes diferentes, la altura idónea de crecimiento coincidiera. En numerosas ocasiones pudo fijar la máxima elevación a la que podían sobrevivir determinadas plantas. Entre las causas de estas variaciones figuraban las singularidades climáticas de la zona.

Convencido de la necesidad de generalizar la acumulación de información meteorológica para ayudar al desarrollo de la agricultura y del comercio virreinal, Caldas celebró que su invitación para realizar observaciones meteorológicas constantes hubiese fructificado. Gracias a esto pudo analizar en el Observatorio Astronómico de Bogotá las noticias meteorológicas que le enviaron sus correspondientes. Las observaciones abarcaban el período comprendido entre agosto y diciembre de 1808, pero Caldas juzgó que el tiempo empleado era insuficiente y expresó el deseo de que sus colaboradores continuaran los trabajos durante varios años. Como quiera que fuese, concluyó que la cantidad de lluvia decrecía proporcionalmente a la altura en la cordillera andina; y que si en Cartagena no se había obtenido un índice superior al de otras localidades, era porque la estación de las aguas en la costa y en el interior del virreinato se daba en meses distintos.

Caldas dibujó el siguiente panorama: mientras que las condiciones climáticas de las regiones terrestres medias eran variables según la estación, permanecían aparentemente inmutables en las tropicales. Por otro lado, en éstas se daban climas diversos dentro de una corta extensión de terreno y la riqueza natural era amplia y variada. Mientras, en la zona templada había más regularidad. Para él, la diversidad climática novogranadina tuvo que influir en el aspecto físico y en las costumbres de los habitantes, los cuales se podían dividir en salvajes [52] y civilizados o unidos en sociedad [53]. Además, examinó uno por uno todos los elementos que constituían el clima físico, según su propia definición:

"Por clima entiendo, no solamente el grado de calor o frío de cada región, sino también la carga eléctrica, la cantidad de oxígeno, la presión atmosférica, la abundancia de ríos y lagos, la disposición de las montañas, las selvas y los pastos, el grado de población o los desiertos, los vientos, las lluvias, el trueno, las nieblas, la humedad, etc. La fuerza de todos estos agentes poderosos sobre los seres vivientes, combinados de todos modos y en proporciones diferentes, es lo que llamo influjo del clima." [54]

Y marcó la influencia directa o indirecta de cada uno de ellos en el hombre. La temperatura, la presión, la electricidad, la altura del lugar de residencia, la proximidad a los ríos y a las selvas, las lluvias y los alimentos; y todas las combinaciones posibles entre los factores anteriores no sólo determinaban el clima de una región particular, sino que eran causa fundamental de la variedad racial y su reparto por la superficie terrestre. Y la exposición continuada a lo largo del tiempo a estos elementos naturales podía producir alteraciones evolutivas en la constitución física de los hombres. Esto se daría con más facilidad en la especie humana que en el reino animal, pues los componentes de la primera dispondrían de libertad de movimientos y de voluntad de elección para residir en un lugar determinado. Mientras, los animales, con menos recursos, no se repartirían por todas las latitudes y el clima les impondría sus propios límites físicos. Las plantas, más expuestas a los rigores climáticos, tendrían barreras aún más infranqueables y sería posible conocer con bastante exactitud sus entornos naturales propios. La superficie terrestre conocería por ello la más rica variedad y contrastes.

En otro orden de cosas, los naturalistas de la expedición de Malaspina pensaban que los climas tenían un carácter cíclico y que se repartían regularmente en lo espacial y en lo temporal. Delimitaron temporalmente las estaciones del año e identificaron sus respectivos vientos y temperaturas. También escribieron sobre la variedad climática de cada zona y sus condiciones de salubridad. Además, mostraron un vívido interés por el medio atmosférico y algunos de ellos efectuaron medidas instrumentales que agruparon en tablas. Pineda, por ejemplo registró desde 1789 tres medidas diarias con el barómetro, el higrómetro y los termómetros de Réaumur y Fahrenheit. Incluyó en las tablas anotaciones sobre el estado de la atmósfera y sus variaciones, especificando las horas en que las realizó, el cariz del cielo y la dirección de los vientos [55].

Por su parte, Tadeo Haenke opinaba que en el pequeño espacio de las provincia de Cochabamba se reunían todos los climas y temperamentos del globo terráqueo, cada uno de ellos con sus formas de vida características: zona fría en los altos de la sierra, con inviernos perpetuos, extrema sutileza del aire, escasez de fauna y pequeño tamaño de sus vegetales; zona templada, a menor altura, con temperamento benigno y equilibrado, semejante a la primavera europea y propicio para la agricultura; zona tórrida, en la selva, con gran variedad vegetal, extrema pureza de su aire, fecundidad de sus terrenos, variedad animal, grado elevado de calor y permanente humedad del aire. A su vez, sostuvo que en la cordillera se daban dos climas diferentes: en el lado de la montaña, el clima era "suave", "de temple agradable y aire sano por la inmensa arboleda"; en la zona más baja, el aire era "más pesado, húmedo y caliente, pero igualmente sano por la abundancia de vegetación". En el altiplano, por su parte, el terreno era "seco y estéril", a pesar de situarse a la misma altura que la cordillera; el temperamento era el mismo que el de la zona tórrida: "caliente, húmedo y sumamente lluvioso"; los espesos bosques impedían la entrada de los rayos de luz, por lo que se mantenía permanentemente la humedad en ellos; los vientos húmedos del norte soplaban desde los terrenos bajos y encajonaban las nubes en las angosturas de las serranías, donde descargaban el agua. El autor efectuó en aquellos lugares mediciones barométricas y termométricas y estudió la salubridad del aire atmosférico con el eudiómetro de Fontana. Y se valió de análogos procedimientos y términos lingüísticos para describir los climas del Río de la Plata y comparar los diferentes climas de Perú entre sí [56].


Conclusiones

Tanto en la península ibérica como en las posesiones ultramarinas, los miembros de las redes expedicionarias mostraron un vivo interés por el clima. Hasta la década de los setenta, lo normal fue que el conocimiento de dicho fenómeno se basara en la sensación personal, en los juicios y observaciones de carácter cualitativo y en el uso de términos comunes del castellano que denotaban cierta visión antropomórfica y elogiosa (o vituperante). Después, tuvieron cada vez más aceptación las observaciones con instrumentos meteorológicos, la réplica de las experiencias en condiciones similares, la cuantificación de variables, la tabulación de datos y las operaciones aritméticas sencillas, sin que por eso se extinguiera el uso de los términos referidos. La razón de ello radicaba en la convicción de que el conocimiento adquirido mediante estos procedimientos ahorraba tiempo y esfuerzos, otorgaba fiabilidad y uniformidad al discurso científico, hacía evidentes las concordancias y desviaciones de los datos y facilitaba la búsqueda de regularidades y correlaciones climáticas. A resultas de dichas regularidades y correlaciones se abría la puerta a la predicción del tiempo atmosférico, aunque no se han encontrado pruebas de que algún autor lo intentara.

Los viajeros, por otro lado, también describieron las enfermedades características de cada zona y establecieron comparaciones entre sus respectivos climas. La falta de tiempo, la amplitud de los territorios en que tenían lugar sus experiencias y la gran cantidad de asuntos que debían tratar, podrían haber supuesto graves inconvenientes si estos personajes se hubiesen encargado directamente de realizar todas las averiguaciones. Más razonable les pareció que, sin dejar de intervenir personalmente en las tareas indagadoras, las repartieran entre sus adjuntos, consultaran fuentes ajenas, recabaran datos por medio de cuestionarios y observaciones directas y dispusieran de colaboradores en varios lugares.

Ese, efectivamente, fue el procedimiento seguido en el seno de las redes expedicionarias en la península ibérica y el norte africano. La misma pauta se repitió en el transcurso de las expediciones a la América española, comenzando por la que llevó a Antonio de Ulloa al virreinato de Perú. Y lo mismo cabe decir de las expediciones geoestratégicas al estrecho de Magallanes, golfo de México e islas del pacífico Sur, cuyo denominador común fue el estudio de las condiciones de habitabilidad (como el clima) de los territorios explorados y el refuerzo de la presencia española en ellos. Muy prolíficos en observaciones climáticas se mostraron los integrantes de las redes expedicionarias de límites fronterizos, las botánicas y las globales o de cohesión del imperio; pues muchos de sus miembros acopiaron datos sobre los hábitats de los seres vivos (en particular los vegetales) y trataron de encontrar reglas que estableciesen las condiciones climáticas idóneas para la supervivencia de las especies.

Todas esas empresas dieron lugar a la producción de una gran cantidad de información climatológica y trascendieron los fines preestablecidos. Para cumplir esos buenos propósitos, fue necesario realizar una ingente labor de reconocimiento de los territorios y de sus particularidades naturales. De ahí que tuvieran que intervenir grupos de profesionales, corresponsales, informadores, autoridades civiles y militares, religiosos, nativos y habitantes de los territorios, viajeros, personalidades del mundo científico, etc. Cada uno de ellos, desde diferentes lugares geográficos, tenía asignadas sus tareas específicas; mientras, sus superiores se encargaban de coordinarlas. Y esto se complementó con la consulta de documentos en bibliotecas y archivos.

La cadena de actuaciones de las redes expedicionarias empezaba y terminaba en la Corte; proseguía en las secretarías e instituciones (Ejército, Marina, RJBM, Gabinete de Ciencias Naturales y Observatorio Astronómico de Madrid, etc.) que se implicaron en las tareas expedicionarias; y actuaron a veces como intermediarias, o tomaron parte activa en las investigaciones, las autoridades virreinales y eclesiásticas y las sociedades económicas de amigos del país. Las noticias recabadas no se remitían para su examen a la metrópoli, sino que, dada la alta cualificación científica y técnica de los comisionados y la premura en resolver asuntos, eran algunas figuras destacadas de entre ellos mismos [57] quienes las analizaban y elaboraban sus conclusiones. Más tarde, enviaban sus resultados a sociedades científicas, secretarías y autoridades, pudiendo influir así en quienes debían tomar decisiones.

Según el parecer de la mayor parte de los autores de la época, se consideraba que el clima era un hecho natural fijo y cíclico. De ahí que bastaran unas pocas observaciones públicamente consensuadas para caracterizarlo. Pero también se admitió que el clima podía sufrir modificaciones circunstanciales. De hecho, las crónicas, relaciones geográficas, documentos de los archivos, noticias difundidas por viajeros, etc., daban cuenta de anomalías climáticas y atmosféricas (locales y regionales) ocurridas en tiempos presentes y pretéritos.

Uno de sus resultados más notables obtenidos por estas redes fue la corroboración de las diferencias climáticas entre las zonas tropicales y las regiones medias del planeta. En cada cual se producían sus fenómenos meteorológicos característicos y existían sus formas de vida propias. En las primeras había una gran variedad de climas, siendo posible que se diesen varios de ellos en una reducida extensión de terreno. En las segundas, las estaciones anuales se sucedían cíclicamente y los temperamentos sufrían variaciones acusadas. En unas y otras, los climas estaban determinados por factores como la latitud y la orientación respecto al Sol, la altura del terreno, el relieve, la proximidad a determinados accidentes geográficos, la lejanía de las costas, la presencia de vegetación, la humedad ambiental y los vientos. Por otro lado, la línea equinoccial separaba estaciones anuas y temperamentos contrarios en ambos hemisferios. De este modo, a igualdad de distancia a uno y otro polo terrestre, las características climáticas de las zonas correspondientes eran opuestas.

Lo anterior llevó, además, a diferenciar entre climas costeros, interiores, de montaña, áridos, húmedos, fríos, calurosos, templados, sanos e insalubres. Algunas de estas variedades ya habían sido tratadas desde el siglo XVI, pero una de las novedades esenciales radicaba ahora en la relación de dicha diversidad con la geografía vegetal. Caldas, por ejemplo, llegó a precisar las condiciones climáticas de una ladera montañosa según su altura, la posición respecto a los rayos solares y la influencia de los vientos; y, en función de ello, intentó determinar el tipo de vegetación que mejor se adaptaba al entorno natural.

En las descripciones de las regiones o localidades estudiadas, lo usual era que el relato comenzara con la ubicación geográfico-astronómica del lugar; a continuación, se describía el clima y los demás fenómenos naturales relacionados con éste; si procedía, se insertaba alguna tabla meteorológica, demográfica, etc.; después, acaso se enumeraban los productos naturales propios y las enfermedades más comunes, para tratar a continuación otros asuntos geográfico-naturales, sociales, políticos, religiosos, etnográficos, etc., dependientes o vinculados al clima. El esquema narrativo y estructural de muchos de estos informes podía adoptar dos formas esenciales: la del itinerario, en la que se iban relatando los acontecimientos experimentados por los protagonistas en cada lugar; y la sistemática, que agrupaba los objetos naturales a estudiar por categorías. En uno y otro caso guardaban similitudes con las historias naturales y descripciones geográficas que se publicaban en el mundo hispánico y se traducían a varias lenguas europeas desde el Renacimiento, particularmente, la del padre Acosta[58]. De ahí que se siguieran agrupando en un mismo orden de cosas los asuntos relacionados con la historia natural y la historia moral.

En definitiva, el conocimiento climatológico adquirido por los miembros de las redes expedicionarias consistió en una práctica colectiva e institucional en la que, con los consiguientes cambios acaecidos a lo largo de la centuria y las comprensibles diferencias entre autores, se compartieron objetivos, temas, procedimientos de trabajo, términos lingüísticos, modelos literarios y consensos sobre lo que había que observar y el modo de hacerlo.

 

Notas

[1] Se menciona a continuación una selección de dichos trabajos. Sobre expediciones político-científicas: Díez Torre et al., 1991; Lucena Salmoral, 1991; Guirao de Vierna, 1989; Calatayud Arinero, 1984; Díaz del Pino, 1988; Lafuente y López-Ocón Cabrera, 1996. Acerca de las labores científicas de Humboldt en la América española, Minguet, Ch., "La obra de Humboldt", en Sellés et al., 1988a, p. 387-402. Sobre la relativa facilidad para manejar instrumentos meteorológicos, así como el rol desempeñado por éstos en la formación consensuada de conocimiento de la naturaleza y en los procedimientos ideados para compartir éste de forma inequívoca y replicable, véase Valverde Pérez, 2007. Obras de consulta general: Molas, 1988; Fernández, 1988; Puerto Sarmiento, 1988; Sellés, 1988b; Meras, 1988; Peset et al., 1986; Lafuente, 1992; Martínez Sanz, 1992; Capel, 1982; Capel, 1995; Capel, 2002.

[2] Sobre la expedición geodésica a Perú, véase Lafuente y Mazuecos, 1978.

[3] Durante el siglo XVIII, el clima fue uno de los elementos definitorios del entorno geográfico y natural que más llamaron la atención de los hombres. Dicho fenómeno tenía una inmediata repercusión en el paisaje natural, en las actividades cotidianas y en el bienestar psicofísico de la población o de los transeúntes. En la península ibérica, los viajeros nacionales y foráneos mostraron un vivo interés por el clima de la meseta castellana. Por lo general, hasta la década de los setenta, ese conocimiento se basaba en la sensación personal y en los juicios y observaciones de carácter cualitativo. Véase al respecto A. López Gómez, "El clima de Madrid según los autores de los siglos XVI-XIX", en Fernández García et al., 1998, p. 21-38.

[4] Así, Bowles no se separó en sus viajes del libro de Ponz, 1770.

[5] La obra referida es Bowles, 1775.

[6] El producto literario de sus labores fue Cavanilles, 1795-1797.

[7] Como resultado, Cavanilles publicó una Memoria en 1797.

[8] Entre dichos cooperantes e informadores destacaron sus discípulos Mariano Lagasca y Segura y Simón de Rojas Clemente y Rubio, así como su amigo José viera y Clavijo, con quien mantuvo correspondencia científica.

[9] Véase al respecto Badía Leblich, 1814.

[10] El fruto editorial de la colaboración entre ambos personajes fue el siguiente: Juan, 1748; Ulloa, 1748 y Ulloa, 1772.

[11] Las mismas cédulas reales que ordenaban la elaboración de cuestionarios y relaciones geográficas eran válidas para la obtención de información en el curso de las expediciones científico-políticas. Dichos documentos obligaban a todo tipo de autoridades, personas instruidas y cargos públicos a facilitar datos a los encargados de elaborar los informes solicitados por la Corona. Sobre los cuestionarios geográficos, véase Solano y Ponce (editores.), 1988.

[12] Ulloa, 1748, p. 33.

[13] Se publicó en su obra de referencia, Lozano, 1747.

[14] Vargas Ponce, 1788.

[15] Uno de los frutos editoriales de esa labor fue la obra de Torrubia, 1760.

[16] Las noticias sobre la expedición ordenada por Amat y comandada por Boenechea se plasmaron en las obras de Andía y Varela, 1774 y Amat, 1775.

[17] En su mayor parte, los demarcadores de las expediciones de límites eran militares, marinos profesionales e ingenieros que recibieron una buena formación académica, disfrutaron de permiso para acceder a los archivos, mantuvieron contactos con las autoridades locales y accedieron a los resultados de las investigaciones efectuadas por otras personalidades del ámbito científico o cultural.

[18] Entre otros, los integrantes de los contingentes que comandaban.

[19] Sobre el empeño de la administración española por acabar con la marginalidad secular de la Guayana, la expedición de límites de Iturriaga y sus consecuencias científicas, véase M. Lucena Giraldo, 1991.

[20] Es decir, Eugenio de Alvarado, que alcanzó el grado de Teniente General del Ejército; Antonio de Urrutia, nombrado Capitán de Navío; José Solano, quien obtuvo la graduación de Teniente General; etc.

[21] A saber, Aguirre, 1793; Alvear y Ponce de león, 1783 y 1804; Azara, 1809.

[22] Azara, Félix, 1847, reedición de 1969, p. 41-42 (la obra se publicó por primera vez en francés en el año 1809.

[23] Sobre las tareas demarcadoras de Azara y las demás actividades a que dieron lugar, véase Campal, 1969.

[24] Fernández de Cevallos nombrado Intendente de las provincias de Jaén de Bracamoros, Luya y Chilaos (Audiencia de Quito) para la expedición del río Marañón.

[25] La serie de documentos escritos por Pedro Fernández de Cevallos, fue remitida a José Celestino Mutis a Santa Fe de Bogotá en abril de 1795 y se depositó en el archivo del Real Jardín Botánico de Madrid. Ha sido reunida recientemente por Frías Núñez y Galera Gómez, 2002.

[26] En adelante, se abreviará el nombre de dicha institución con las siglas RJBM.

[27] Sobre las expediciones botánicas del siglo XVIII, véase González Bueno, 1992, pp. 78-90.

[28] El fruto editorial de sus labores apareció en Ruiz, 1788.

[29] En su trabajo Mutis, 1762.

[30] Dicho plan se plasmó en Mutis, 1764.

[31] Sobre la continuidad de los proyectos de Hernández, Lšfling, Jacquin y Feuillée con los de Mutis, véase Frías Núñez, 1991, p. 162-164.

[32] Sobre esas observaciones proyectadas y efectuadas por Mutis, véase Hernández de Alba, 1947.

[33] Sobre las dificultades que encontró Mutis para poner en marcha la expedición y su idea de ésta como una institución dedicada al estudio de la naturaleza americana, véase Pérez Arbeláez, 1983.

[34] Sobre el proyecto y las actividades científicas de Caldas, véase Appel, 1994.

[35] Véase la recopilación fechada en 1966 de las obras de Caldas.

[36] Caldas, 21 y 28 de febrero de 1808. Al reflexionar sobre la influencia del clima en el carácter moral de los seres humanos, como lo hizo Caldas en esta cita y en otros lugares de sus obras, así como muchos otros autores hispánicos en las suyas, es inevitable mencionar previamente la influyente obra de Secondat (barón de Montesquieu), 1748. El aristócrata francés atribuyó la desigualdad de las sociedades humanas a determinadas causas morales e históricas y a la influencia del medio natural y el clima; de ahí que las leyes políticas tuvieran que elaborarse, a su parecer, teniendo en cuenta dichas circunstancias. Véase al respecto Iglesias, 1984. Sobre esta misma cuestión, pero referida al ámbito estrictamente español, también es interesante la obra del padre Masdeu, 1783. Tras disertar sobre la variedad climática de España y elogiar sus cualidades, la pureza de su aire y la diversidad de sus especies naturales, el autor analizó las facultades morales (entendimiento, organización, genio, proporción y voluntad) que concurrían en la formación del ingenio y la influencia que el clima ejercía sobre ellas; a continuación, defendió que el mejor clima para desarrollar el ingenio era el templado, del cuál se beneficiaban los españoles.

[37] Sobre la expedición de Malaspina, véase Ibáñez Montoya, 1987.

[38] El fruto literario final del informe de Malaspina fue su obra de referencia del año 1796.

[39] Véanse más detalles sobre los contactos de Malaspina con otros personajes del mundo de la ciencia, la política y la cultura en González Claverán, 1989, vol. III, p. 427-437.

[40] Haenke, 1801-1802a, 1801-1802b, 1901, 1943.

[41] A saber, uso de instrumentos científicos, realización de observaciones periódicas sistemáticas, reunión de datos en tablas y gráficos, cálculo de valores numéricos mediante operaciones aritméticas sencillas, etc.

[42] Badía Leblich tomó datos atmosféricos con termómetros de Réaumur, higrómetros de Saussure y diversos barómetros.

[43] Por ejemplo, Badía empleó los siguientes términos: día "hermoso"; noche "serena y tranquila"; clima "bastante dulce"; en verano "se ahogan de calor"; en el invierno "sentí el frío lo mismo que en Europa"; los vapores arrojados por el viento del SE "tenían un aspecto espantoso".

[44] Sobre el marco institucional y científico del proyecto de Antonio de Ulloa y su encuadramiento con la línea emprendida dos siglos antes por Gonzalo Fernández de Oviedo y José Acosta, véase M. Sellés, 1995.

[45] Varios años después de sus experiencias en el virreinato de Perú, Ulloa dictaminó las mismas causas modificadoras del aire atmosférico como determinantes de los climas novohispanos. Véase al respecto Solano, 1979.

[46] Junto a dichas medidas, aportó apreciaciones cualitativas del tipo: "el calor en ... es más fuerte que en", "los vientos ...bañan sin embarazo", "temperamento más sano y menos caluroso que en", "se siente frío", "sobreviene a la lluvia algún intervalo de calma".

[47] Azara, 1847, p. 54.

[48] Ibídem p. 54.

[49] Ibídem, p. 56.

[50] Ibídem, p. 55-56.

[51] Hipólito Ruiz midió las temperaturas con termómetros de escala Fahrenheit y Celsius.

[52] A juicio de Caldas, los salvajes serían virtuosos, independientes, pertenecientes a tribus errantes, sin más artes que la caza y la pesca.

[53] Entre los seres civilizados, según Caldas, había indios, europeos y africanos.

[54] Caldas, 1966, p. 81.

[55] Pineda dejó constancia de sus registros meteorológicos en su obra de referencia de 1789.

[56] Es decir, Haenke comparó el clima de la costa con el de la cordillera y el de la selva.

[57] Generalmente, los comandantes de las redes en las que ejercían sus funciones.

[58] Como se sabe, la obra de referencia del jesuita se publicó en 1590.

Bibliografía

ACOSTA, JOSÉ. Historia Natural y Moral de las Indias, en que se tratan las cosas notables del Cielo, elementos, metales, plantas y animales de ellas; y los ritos, ceremonias, leyes y gobierno y guerras de los Indios, 1590.

ALVEAR Y PONCE DE LE"N, Diego de. Diario de la segunda Partida de la Demarcación de Límites entre los Dominios de España y Portugal en la América Meridional, 1783.

ALVEAR Y PONCE DE LE"N, Diego de. Relación geográfica e histórica de la Provincia de Misiones, 1804.

AMAT Y JUNYENT, Manuel. Historia Geográphica e Hydrográphica, con Derrotero General correlativo al Plan del Reyno de Chile, 1775.

ANDÍA Y VARELA, José. Relación del viaje hecho a la isla de Amat y sus adyacentes, 1774.

APPEL, J. W. Francisco José de Caldas, A Scientist at Work in Nueva Granada, Philadelphia: Transactions of the American Philosophical Society, 1994.

AZARA Y PERERA, Félix de. Viajes por la América Meridional, que contienen la descripción geográfica, política y civil del Paraguay y del Río de la Plata, 1847.

BADÍA LEBLICH, Domingo. Voyages d´Ali Bey en Afrique et en Asie pendant les années 1803, 1804, 1805, 1806 et 1807, 1814

BOWLES, Guillermo. Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España, 1775.

CALATAYUD ARINERO, M. A. Catálogo de las expediciones y viajes científicos españoles. Siglos XVIII y XIX. Madrid: CSIC, 1984.

CALDAS Y TENORIO, Francisco José. Carta dirigida a Diego Martín Tanco, publicada en los números 8 y 9 del Semanario del Nuevo Reino de Granada los días 21 y 28 de febrero de 1808.

CALDAS y TENORIO, Francisco José. Obras completas. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1966.

CAPEL, H. Geografía y Matemáticas en la España del siglo XVIII. Barcelona: Oikos-Tau, 1982.

CAPEL, H. Ramas en el árbol de la ciencia: geografía, física e historia natural en las expediciones náuticas del siglo XVIII. In Díez Torre, A. R. et al. De la Ciencia Ilustrada a la Ciencia Romántica. Actas de las II Jornadas sobre “España y las expediciones científicas en América y Filipinas”. Madrid: Ateneo de Madrid-Doce Calles, 1995, p. 503-536.

CAPEL, H. Los estudios sobre el territorio. In PEST REIG, J. L. (director). Historia de la Ciencia y la Técnica en la Corona de Castilla, siglo XVIII, Salamanca: Junta de Castilla y León-Caja Duero, 2002, tomo IV, p. 465-497.

CAVANILLES, José Antonio. Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, población y frutos del Reino de Valencia, 1795-1797.

CAVANILLES, José Antonio. Observaciones sobre el cultivo del arroz en el Reino de Valencia y su influencia en la salud pública. In Memorias de la Real Academia Médico Matritense, 1797.

DÍAZ del PINO, F. (coordinador). Ciencia y contexto histórico nacional en las expediciones ilustradas a América. Madrid: CSIC, Centro de Estudios Históricos, Departamento de Historia de América, 1988.

DIGUJA, José. Instrucción para gobierno del Teniente de Ambato, Don Pedro Cevallos, en la comisión que le está conferida y a la que deberá adaptarse según los capítulos siguientes, 25 de septiembre de 1775.

FERNÁNDEZ, J. La ciencia ilustrada y las Sociedades Económicas de Amigos del País. In SELLÉS, M. et al. Carlos III y la ciencia de la Ilustración. Madrid: Alianza, 1988, p. 217-232.

FERNÁNDEZ GARCÍA, E. et al. Clima y ambiente urbano en ciudades ibéricas e iberoamericanas. Madrid: Parteluz, 1998.

FRÍAS NÚÑEZ, M. La génesis de un proyecto científico: José Celestino Mutis y la naturaleza neogranadina. In DÍEZ TORRE, A. R. et al.La Ciencia Española en Ultramar. Actas de las I Jornadas sobre España y las expediciones científicas en América y Filipinas. Madrid: Doce Calles, 1991.

FRÍAS NÚÑEZ, M. y GALERA GÓMEZ, A. La ruta de la canela americana. Madrid: Dastin Historia, 2002.

GLACKEN, C. J. Huellas en la playa de Rodas. Naturaleza y cultura en el pensamiento occidental desde la Antigüedad hasta fines del siglo XVIII. Barcelona: El Serbal, 1996.

GONZÁLEZ BUENO, A. Virtudes y usos de la flora americana: una aproximación al carácter utilitario de las expediciones botánicas en la España ilustrada. In LAFUENTE, A. y SALA CATALÁ, J. (eds.). Ciencia colonial en América. Madrid: Alianza Universidad, 1992, p. 78-90.

GONZÁLEZ CLAVERÁN, V. Aportación novohispana a la Expedición Malaspina. In PESET, J. L. Ciencia, vida y espacio en Iberoamérica. Madrid: CSIC, 1989.

GUIRAO DE VIERNA, A. Análisis cuantitativo de las expediciones españolas con destino al Nuevo Mundo. In PESET, J. L. Ciencia, vida y espacio en Iberoamérica, Madrid: CSIC, 1989, vol. III, p. 65-93.

HAENKE, Tadeo. Introducción a la Historia Natural de la Provincia de Cochabamba y circunvecinas, 1801-1802a.

HAENKE, Tadeo. Descripción geográfica, física e histórica de las montañas habitadas por la nación de indios yuracares, 1801-1802b.

HAENKE, Tadeo. Descripción del Perú, 1901.

HAENKE, Tadeo. Viajes por el virreinato del Río de la Plata. Buenos Aires, 1943.

HERNÁNDEZ ALBA, G. Archivo epistolar del sabio naturalista José Celestino Mutis. Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, 1947, tomo I, p. 12.

IBÁÑEZ MONTOYA, M. V. La expedición Malaspina (1789-1794). Trabajos científicos y correspondencia de Tadeo Haenke. Madrid: Ministerio de Defensa, Museo Naval, Lunwerg editores, 1987.

IGLESIAS, Mª. C. El pensamiento de Montesquieu. Madrid: Alianza Editorial, 1984.

JUAN, Jorge. Observaciones astronómicas, 1748.

LAFUENTE, A. y MAZUECOS, A. Los caballeros del punto fijo. Barcelona: El Serbal-CSIC, 1978.

LAFUENTE, A. Institucionalización metropolitana de la ciencia española en el siglo XVIII. In LAFUENTE, A. y SALA CATALÁ, J. (eds.). Ciencia colonial en América. Madrid: Alianza Universidad, 1992, p. 91-118.

LAFUENTE, A. y L"PEZ-OC"N CABRERA, L. Tradiciones científicas y expediciones ilustradas en la América hispana del siglo XVIII. In SALDAÑA, J. J. (coordinador). Historia social de las ciencias en la América latina. Méjico: UNAM-Porrúa, 1996, p. 247-281.

LOZANO, Pedro. Diario de un viaje a la costa magallánica en 1745 desde Buenos Aires formada sobre las observaciones de los padres Cardiel y Quiroga, por el padre Pedro Lozano, 1747.

LUCENA GIRALDO, M. Laboratorio tropical. La expedición de límites al Orinoco: 1750-1767. Caracas: Monte Ávila Latinoamericana-Madrid, CSIC, 1991.

LUCENA SALMORAL, M. Las expediciones científicas en la época de Carlos III (1759-88). In DÍEZ TORRE, A. R. et al. La ciencia Española en Ultramar. Actas de las I Jornadas sobre España y las expediciones científicas en América y Filipinas. Madrid: Doce Calles, 1991, p. 49-63.

MALASPINA, Alejandro. Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas “Descubierta” y “Atrevida”, al mando de los capitanes de navío D. Alejandro Malaspina y D. José Bustamante y Guerra, desde 1789 a 1794, 1796.

MARTÍNEZ SANZ, J. L. Relaciones científicas entre España y América. Madrid: MAPFRE, 1992.

MASDEU, Juan Francisco. Historia crítica de España y de la cultura española, 1783.

MERAS, L. Proyectos cartográficos de la Marina Ilustrada. In FERNÁNDEZ PÉREZ, J. y GONZÁLEZ TASC"N, I. (eds.). Ciencia, Técnica y Estado en la España Ilustrada. Madrid: Ministerio de Educación y Ciencia, 1988, p. 367-380.

MINGUET, Ch. La obra de Humboldt. In Sellés et al. 1988a, p. 387-402.

MOLAS, P. La Junta de Comercio. In SELLÉS, M. et al. Carlos III y la ciencia de la Ilustración. Madrid: Alianza, 1988, p. 205-216.

MUTIS, José Celestino. Diario de Observaciones, 1762.

MUTIS, José Celestino. Representación hecha a Su Majestad Carlos III, 1764.

PÉREZ ARBELÁEZ., E. José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1983, p. 3-5.

PESET, J. L. et al.La ciencia moderna y el Nuevo Mundo. Actas de la I Reunión de Historia de la Ciencia y de la Técnica de los países ibéricos e iberoamericanos; Madrid, 25 a 28 de septiembre de 1984. Madrid: CSIC-Sociedad Latinoamericana de Historia de las Ciencias y de la Tecnología, 1985.

PINEDA, Antonio. Diarios barométricos, 1789

PONZ, Antonio. Viajes por España, 1770.

PUERTO SARMIENTO, F. L. El Real Jardín Botánico de Madrid durante el reinado de Carlos III. In SELLÉS, M. et al. Carlos III y la ciencia de la Ilustración. Madrid: Alianza, 1988, p. 247-262.

RUIZ, Hipólito. Relación histórica del viaje a los reinos de Perú y Chile entre 1777 y 1788, 1788.

SECONDAT, Charles-Louis, barón de Montesquieu. Del Espíritu de las Leyes, 1748.

SELLÉS, M. et al. Carlos III y la ciencia de la Ilustración. Madrid: Alianza, 1988a.

SELLÉS, M. La política de instrumentos científicos en la Marina de la Ilustración, 1988b. In FERNÁNDEZ PÉREZ, J. y GONZÁLEZ TASC"N, I. (eds.). Ciencia, Técnica y Estado en la España Ilustrada. Madrid: Ministerio de Educación y Ciencia, 1988, p. 3-12.

SELLÉS, M. Antonio de Ulloa y la ciencia de su época. In VV. AA., II Centenario de Don Antonio de Ulloa. Sevilla: Diputación de Sevilla, 1995, p. 59-77.

SOLANO, F. de. Antonio de Ulloa y la Nueva España. México, UNAM, 1979.

SOLANO, F. de y PONCE, P. (eds.). Cuestionarios para la formación de las Relaciones Geográficas de Indias. Siglos XVI-XIX. Madrid, CSIC, 1988.

TORRUBIA, José. I Moscovita nella California, o Sia Dimostrazione della veritá del Passo all´America settentrionale Nuevamente Scoperto dai Russi, e di quello anticamente praticato dalli Popolatori, che vi trasmigrarono dell´Asia, 1760.

ULLOA, Antonio de. Relación histórica del viaje a la América Meridional, 1748.

ULLOA, Antonio de. Noticias americanas. Entretenimientos phísico-históricos sobre la América Meridional y Septentrional Oriental, 1772.

VALVERDE PÉREZ, Nuria. Actos de precisión. Instrumentos científicos, opinión pública y economía moral en la Ilustración española. Madrid, CSIC, 2007.

VARGAS PONCE, José de. Relación del último viaje al Estrecho de Magallanes de la fragata de S. M. Santa María de la Cabeza, 1788.

 

[Edición electrónica a cargo de Ferran Ayala]

© Copyright Juan Alberto Molina García, 2013.
© Copyright Biblio3W, 2013.

 

Ficha bibliográfica:

MOLINA GARCÍA, Juan Alberto. Aportación de las redes expedicionarias al conocimiento del clima. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de abril de 2013, Vol. XVIII, nº 1022. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-1022.htm>. [ISSN 1138-9796].


Volver al índice de Biblio 3W

Volver al menú principal