Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVIII, nº 1032, 5 de julio de
2013
[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

UN MITO GEOGRÁFICO DE LARGA TRADICIÓN: LA PERDURACIÓN CARTOGRÁFICA DE LA LAGUNA PARIME

Jesús Mª Porro
Dpto. de Historia Moderna, Contemporánea y América;  Universidad de Valladolid

Recibido: 22 de octubre de 2012. Devuelto para corrección: 20 de diciembre de 2012. Aceptado: 1 de febrero de 2013



Un mito geográfico de larga tradición: La perduración cartográfica de la laguna Parime (Resumen)

El Mito de la laguna Parime constituyó una derivación, con su progresiva transformación, de uno de los más famosos de la conquista española en América: El Dorado en Colombia. La sugestión permaneció en el tiempo, si bien con una nueva ubicación geográfica, la zona de la Guayana española, entre los ríos Orinoco y Amazonas. Aunque las primeras manifestaciones cartográficas corresponden a la época de Berrío, hasta las primeras décadas del siglo XVII no se generalizó la representación del mito. Ya en la segunda mitad del XVIII, con las expediciones científicas, las negociaciones hispano-portuguesas que condujeron al Tratado de Límites y las medidas para contener la penetración franco-holandesa en Guayana, se fue desvaneciendo lentamente la sugestión de la laguna Parime hasta desaparecer a finales de la tercera década del XIX

Palabras clave: mitos, laguna Parime, Guayana, expediciones, Cartografía



A longstanding geographical myth: the permanence of Lake Parime in cartography (Abstract)

That of Lake Parime derived, through a gradual transformation, from one of the most famous myths arisen during the Spanish conquest in America, El Dorado in Colombia. The suggestion continued for centuries but with a new location, the area of Spanish Guiana between the Orinoco and Amazon rivers. Although its earliest representations on maps date back to the Berrío’s period, it was not until the first decades of the XVIIth century that they became general. By the second half of the XVIIIth century the scientific expeditions, the Spaniards’ negotiations with the Portuguese resulting in the Boundaries Treaty and the measures taken in order to stop the French-Dutch penetration into Guiana accounted for the slow fading away of Parime’s suggestion until it disappeared by the end of the third decade of the XIXth century.

Key words: myths, Lake Parime, Guiana, expeditions, cartography.  



Tras el éxito de Hernán Cortés en la conquista del mundo azteca se produjo un replanteamiento del hecho americano, afectado hasta entonces por una pérdida de ilusión derivada del fracaso en la llegada al Extremo Oriente y la imposibilidad de disfrutar de sus fabulosas riquezas. A partir de ahí cobraron vigor en el Nuevo Mundo los viejos mitos asiáticos (amazonas, monóculos, animales y monstruos)[1], añadiendo otros de nuevo cuño que reafirmaban la impensada y sorprendente realidad americana (El Dorado, las Siete Ciudades de Cíbola, Quivira, la Fuente de la Eterna Juventud, etc), reforzada ahora por la ensoñación de las viejas historias y leyendas que, junto a las lecturas de los libros de caballerías, modelaron el pensamiento de los hombres de la Conquista (el ejemplo más emblemático sería el de la tierra de California, el país de la reina Calafia en las Sergas de Esplandián de Montalvo).

Es precisamente en ese ambiente donde hay que situar el surgimiento de uno de los mitos acuñados durante la etapa del descubrimiento y la conquista española de América, que mantuvo una mayor pervivencia en el tiempo, la leyenda del Dorado que experimentó una compleja elaboración al confluir en una tres ilusiones: la realidad llanera y el territorio del Meta; el país de Quito; y la definitiva elaboración en la altiplanicie muisca. Posteriormente tuvo una proyección móvil, al transformarse primero en la ciudad de Manoa y finalmente en la laguna Parime. Se trató de una evolución lenta, en la que se mezclaron diversas visiones culturales que derivaron en sugestiones[2].

La formación del mito del Dorado y su desarrollo

La primera fase en la concreción del mito doradista tuvo lugar con la aparición de Diego de Ordás –un veterano de la empresa cortesiana- en el ámbito Trinidad-Orinoco; su idea era acceder a las riquezas del interior del continente, pero en la práctica consideró conveniente adecuar sus planes a las circunstancias[3]. Atraído por la petición de Antonio Sedeño de conquista de Trinidad –por los rumores de la existencia de oro-, Ordás solicitó y obtuvo (1530) una capitulación típica que le permitía conquistar y poblar una amplia zona de doscientas leguas comprendidas entre el río Marañón y la región de Paria, con alusión a los posibles hallazgos auríferos e idea de penetración.

En 1531 remontó Ordás el curso del Orinoco, dejó atrás la sierra Imataca y dio nombre al territorio como Guayana, fundando una efímera población de Santo Tomás de Guayana –1532, cerca de la confluencia del Caroní, actualmente Puerto Ordaz-; luego llegó a los raudales del Atures y el mito teórico se transmutó en uno real con nombre propio: el Meta (la zona de la altiplanicie colombiana y el mundo chibcha[4]). Aunque el proyecto fracasó, pocos años después (1537) Alonso de Herrera –el lugarteniente de Ordás- remontó otro tramo del Orinoco.

La segunda fase en la elaboración del imaginario sobre El Dorado tuvo dos componentes: las noticias acopiadas por la hueste de Sebastián de Benalcázar –uno de los capitanes de Francisco Pizarro- en la conquista del país de Quito y su fusión en el altiplano colombiano con la realidad del cacique de Guatavita, una vez consumada la conquista del Nuevo Reino de Granada por parte de Gonzalo Jiménez de Quesada. Los cronistas posteriores recogieron, con ciertas diferencias y algunos matices, el surgimiento y la cohesión del imaginario sobre el mito Dorado (Castellanos afirmó que, conquistada la región de Quito, una de las cosas que sedujo a los españoles fue la fama de la tierra de Quillacinga, basada en la información de un indio natural de Bogotá, sobre la riqueza de oro y esmeraldas, así como el cacique Dorado[5]. Ramos opina que la manipulación es evidente: el topónimo Bogotá en lugar de Bacatá, cinco años después de la entrada en Quito, con el propósito de identificar el país del Dorado con la tierra muisca[6]; también Gil habla de una explicación a posteriori de un término anterior[7]).

Quesada había sometido el territorio chibcha en nombre del gobernador Pedro Fernández de Lugo, fundando Santa Fe, y en 1539 se encontraron en ese altiplano las huestes del propio Quesada, Nicolás de Federmann –explorador alemán, participante en la conquista de Venezuela y lugarteniente del gobernador Jorge Spira- y Benalcázar; los tres caudillos coincidieron en su interés por el territorio, su conocimiento de una versión de la leyenda del Dorado y su deseo de acceder a las supuestamente fabulosas riquezas del cacique recubierto de oro (reminiscencia de la ceremonia de entronización en la laguna de Guatavita[8]). Tras un arreglo pacífico –que, no obstante, implicaba una batalla legal-, la quimera en pos del fabuloso tesoro (y su leyenda) se extendió con rapidez, a partir de 1539[9].

A continuación comenzó la tercera fase en la vertebración del mito del Dorado[10] y aunque la sugestión de Quesada no tenía que ver con la jornada del Meta, sino con las ideas propagadas en Quito, fue cambiando desde las noticias del cacique Pasca sobre una comarca muy rica hacia los llanos, con una casa dedicada al Sol (la meta de Ortal y Sedeño según Castellanos)[11]. En 1541 hubo empresas diversas como la de Hernán Pérez de Quesada –hermano del ya Adelantado- que resultó fallida; la de Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana, quienes siguiendo el curso de los afluentes ecuatorianos llegaron al Marañón; y la de Felipe de Hutten, cuya búsqueda del Dorado por el territorio de Omagua fue infructuosa, pues sólo encontró numerosos poblados indígenas. Tampoco conoció el éxito la expedición de Pizarro, quien regresó a Quito, mientras Orellana continuaba el viaje, descubriendo el Amazonas (al cual dio nombre) y navegándolo por completo hasta su desembocadura. Parecida suerte corrió Benalcázar, cuyos proyectos no llegaron a cuajar trastocados por el inicio de la guerra civil en el Perú[12].

A partir de la década de los sesenta se redoblaron los esfuerzos en pos del mito[13]. En 1561 el estrambótico Lope de Aguirre fracasó en su intento de rebelión, pero su recorrido geográfico fue aprovechado por el virrey peruano Marqués de Cañete, para plantear una ruta válida con el fin de conquistar el país de los Omaguas (remontando el Orinoco para, a través del Casiquiare, acceder al Amazonas). En 1569 el ya anciano Jiménez de Quesada acometió su último intento de acceder al Dorado: desde el piedemonte bogotano se dirigió hacia la Guayana, comandando una nutrida expedición que regresó abatida –y numéricamente muy mermada- dos años y medio después[14]. Pese al fracaso y las notables pérdidas económicas padecidas, Quesada[15] solicitó y obtuvo por merced real la gobernación de El Dorado.

Para estrechar al máximo el cerco al Dorado en 1569 Juan Troche Ponce de León recibió el encargo real de poblar la isla de Trinidad, pese a lo cual en 1574 fracasó igualmente el intento de Pedro Maraver de Silva de consumar el deseado anhelo. Por entonces, en su testamento Quesada había cedido sus derechos sobre la gobernación de El Dorado al capitán Antonio de Berrío (quien estaba casado con María de Oruña sobrina del Adelantado); consecuentemente, sería Berrío quien heredaría la obsesión de Quesada por el mito, asumiéndola como propia.


Las empresas de Berrío y las primeras muestras cartográficas

La reversión al punto de partida donde comenzó Ordás su búsqueda, a impulsos de su idea racional, se produjo con Berrío: al ser la Guayana el único espacio no explorado, forzosamente por allí había de encontrarse el famoso Dorado[16]. Así pues, en 1582 empezó a organizar Berrío desde Santa Fe la primera expedición hacia Guayana: partió en la Navidad y a comienzos de febrero se encontraba ya en el Meta; tras deambular entre la falda de la cordillera y los llanos llegó al Orinoco[17], y fue precisamente en esa zona donde recibió información indígena sobre la existencia de una laguna enorme, la famosa Manoa[18]. Berrío siguió la corriente orinoqueña hasta su desembocadura, accediendo finalmente a la isla de Trinidad[19]; en su sugestión, pensaba que El Dorado debía estar en algún lugar de la Guayana (en un lago entre montañas, donde se ubicaría la fabulosa ciudad de Manoa, toda pavimentada de oro). Lo cierto es que, tras soportar diversas penalidades y enfermedades durante los diecisiete meses que duró la empresa, el único resultado visible –aparte de la apertura de aquella vía de comunicación- consistió en la mejora de los conocimientos geográficos de aquel amplísimo territorio.

Convencido de que se encontraba a punto de lograr su objetivo, en 1586 consiguió Berrío la confirmación de su capitulación descubridora que recogía su privilegio de exclusividad en el proyecto. Entre septiembre de 1587 y marzo de 1589 Berrío repitió su tentativa con un segundo viaje descendiendo el Casanare (la idea era poblar una nueva y majestuosa ciudad junto a la áurea laguna de Manoa), desde allí conectó con el Orinoco e intentó infructuosamente atravesar la sierra guayanesa; tras las repetidas enfermedades y muertes que mermaron la hueste, además de un fracasado intento poblador en el Raudal de Atures, se inició el regreso de tan extenuante expedición. El tercer y definitivo intento de Berrío fue el más fructífero: en marzo de 1590 se embarcó en el Casanare y en junio los expedicionarios buscaron sitio para invernar en la provincia de Aritaca; transcurrieron cuatro meses en vanos intentos de franquear la sierra, en vista de lo cual el gobernador regresó al Orinoco y continuó su descenso, lo que le permitió conectar con grupos de caribes pacíficos –en la zona de Barima- y otros hostiles –los iporocotos de la cuenca del río Aro[20]- antes de arribar, a comienzos de septiembre de 1591, a la isla de Trinidad. Tras dar al ámbito del Orinoco el nombre de Guayana, Berrío fundó en Trinidad la población de San José de Oruña (mayo de 1592). A partir de ese momento, el Orinoco pasaría a ser la vía de penetración para acceder al Dorado, convirtiéndose Trinidad en la base principal; habían bastado apenas veinte años para que el huidizo lugar se desplazara hacia el oriente, siendo ya unánime  la opinión de que desde el Perú, Venezuela y el Nuevo Reino de Granada se buscaba lo mismo bajo nombres diferentes[21]. Berrío imaginaba una ribera de Manoa habitada por un elevado número de indios descendientes de los incas huidos durante la guerra civil[22]; su maestre de campo Domingo de Vera Ibargoyen realizó en 1593 una completa exploración del curso inferior del Orinoco (hasta el Caroní), aportando noticias fabulosas sobre la realidad antropológica del territorio[23]. En 1595 el Consejo de Indias reconoció a Berrío la gobernación de El Dorado, por lo que redobló sus esfuerzos.

Por aquella época entró en escena Walter Raleigh[24]: en 1592 había quedado fascinado por los informes de Pedro Sarmiento de Gamboa – entonces prisionero de los ingleses- sobre la proverbial riqueza de las Indias y, tras algunos intentos fallidos en Terranova y Virginia[25], en 1595 apareció por sorpresa en Trinidad[26] donde, tras capturar a Berrío, consiguió –a base de fuerza y astucia- información sobre El Dorado; a continuación se internó por el Orinoco[27], donde obtuvo referencias sobre los grupos caribes y los obstáculos naturales[28], pero pocas novedades geográficas; rescató algunos objetos de oro, pero nada que le permitiera refrendar la leyenda del reino Dorado y Manoa. A su regreso a Inglaterra escribió un libro titulado El descubrimiento de la Guiana[29], pero no consiguió interesar a la Corte, ni un promotor para su proyecto.

En cuanto se vio libre, Berrió continuó su empresa con admirable tesón y tras remontar un amplio tramo del Orinoco fundó la ciudad de Santo Tomé, cerca de la confluencia con el Caroní, a fines de 1595; a continuación comisionó a Vera para organizar desde Castilla una gran expedición pobladora (1596), que acabó en un completo fracaso ante las desavenencias entre las autoridades y la no localización de El Dorado y Manoa. En esa época el mito había sufrido una remodelación sustancial para adaptarse a las cambiantes circunstancias: la historia del cacique recubierto de oro (que ofrendaba en la laguna) se había transformado en la de guerreros que se tiznaban con el metal dorado (Vera) o en la del grupo entero que recibía una lluvia de oro en polvo, vertido por unos canutillos (Raleigh)[30]. En 1597 falleció Berrío ya anciano. Por su parte Raleigh cayó en desgracia y no pudo preparar su segunda expedición hacia Guayana hasta 1617; después de ignorar la orden real de no atacar a los españoles –quemó Santo Tomé la capital guayanesa-, tuvo que afrontar un motín y enfermó, por lo que a su regreso fue juzgado por desobediencia y condenado a muerte (siendo decapitado en 1618).

De 1560 se conserva un mapa anónimo español que señala el espacio comprendido entre la península de Paria y la desembocadura amazónica, con los cursos del Orinoco y el Esequibo, cerrando el interior de estas cuencas fluviales con una larga cadena montañosa –reflejo del macizo interior de la Guayana- y donde, cerca de la boca del Caroní (entre dos filas paralelas de montañas menores), hay un rótulo alusivo al oro del territorio y más al interior otro sobre una sierra rica en oro y plata (procedente del Perú) y la inmediatez de El Dorado[31]; también contiene una alusión al límite de la navegación fluvial alcanzado por Ordás; aunque el planteamiento general es elemental, su desarrollo incluye la línea ecuatorial y una sencilla graduación latitudinal.

Pese a que ambas empresas –la de Berrío y Vera, y la de Raleigh- habían fracasado y durante largo tiempo no hubo más proyectos de ese tipo, la fascinación por el mito permaneció en el imaginario, siendo recogida en dos testimonios cartográficos primerizos (en los dos últimos años del siglo XVI) que, indudablemente, se inspiraron en las ideas y los diseños de Berrío y Raleigh. El primer boceto cartográfico corresponde al propio Berrío, autor de un interesante apunte (1595, luego copiado y divulgado por el pirata inglés) que señala el amplio espacio geográfico situado entre Nueva Granada, el curso del Amazonas, y el doble litoral entre Castilla del Oro y Trinidad, y entre ésta y la desembocadura amazónica; se trata de un esquema tosco y poco preciso, con un trazado más hipotético que real del Orinoco (quizás por tomar como referencia los afluentes de la zona del Meta), cuyo curso es casi paralelo al del Amazonas (con afluentes más decorativos que reales), pero más interesante en la zona del delta y al interior de la Guayana, con señalización de una larga cadena montañosa (alusión al macizo guayanés) y, al suroeste, la seducción del mito del Dorado (en la variante de Manoa), con un lago desmesuradamente largo –en anchura-, regado por una abigarrada cuenca hidrográfica alrededor de su perímetro. Fuera usando la violencia o bien con engaño, el caso es que Raleigh tuvo acceso al diseño de Berrío y fue quien realmente lo divulgó[32].

Los dos testimonios cartográficos anteriormente citados (que muestran las primeras referencias al lago o la laguna) son el mapa sobre la Guayana del atlas holandés, fruto de la colaboración entre Cornelis de Jode, Jodocus Hondius y Teodoro de Bry (1598), que muestra esa enorme laguna –llamada ya Parime-, flanqueada al norte por el doble curso del Orinoco y el Esequibo, y al sur y oeste por una amplia cadena montañosa; la sugestión del mito se completa con alusiones antropológicas (dibujos de un blemnio y una amazona) y de fauna (real y exótica). El segundo mapa corresponde a la representación de la parte septentrional de Suramérica, de Levinus Hulsius (editada en Nuremberg en 1599, da idea de la rápida expansión del mito por Europa), llena de las fascinaciones de la época en sus alusiones e iconografía; la laguna Parime aparece (respetando su anterior desarrollo en anchura) atravesada por la línea ecuatorial, casi equidistante entre el Orinoco y el Amazonas, y comunicada por su litoral oriental con los ríos Caiane (Maroni) y Waiapago (Oiapoque), desaguando a través de ellos en la costa de la Guayana francesa.

El propio Raleigh diseñó otro mapa sobre Guayana[33] que, aunque carece de referencias cronológicas –por lo que pudo ser elaborado entre 1596 y 1617-, resulta muy valioso –pese a ceñirse casi exclusivamente a un desarrollo costero- por el notable aporte de topónimos y la doble alusión, en el interior, al curso del Orinoco (Oronoque) y la laguna (The Lake of Manoa); además de señalar detalladamente los cursos fluviales litorales comprendidos entre el Amazonas y el Orinoco, nombra también algunas regiones de la Guayana, los principales afluentes del Orinoco en su tramo final, y presenta un interesante planteamiento del delta, situando al sur de una cadena montañosa un enorme lago de Manoa (mucho mayor que la extensión de Trinidad) con la supuesta ciudad en su ribera oriental; otros detalles sugerentes del mapa son la alusión a la línea equinoccial (al sur de la laguna, prolongándose hasta la desembocadura amazónica), la escala en leguas (en la parte inferior izquierda, con su equivalencia en grados), la de latitudes (en el centro), y un letrero invertido en francés (situado en el espacio superior derecho, en el océano, encima de una rosa de los vientos), con alusión a un trayecto y una referencia geográfica[34]; por último, en el centro del territorio aparece su nombre con un rótulo más grande (GVIANA) y un poco más abajo, a la derecha, invertida la palabra ETVROVGH.


El mantenimiento del mito en la geografía y la cartografía de los siglos XVII y XVIII

Tanto en mapas generales de América o Suramérica, como en los específicos de la Amazonía o Guayana se mantuvo durante largo tiempo arraigada la sugestión de Manoa, en la forma de la laguna Parime.

Dentro de los ejemplares generales del XVII destacan los del atlas Mercator-Hondius (sobre Suramérica, 1606 y 1620), el de Speed (continental, de 1626), el de Willem Blaeu (continental, 1633), los de Petrus Bertius (continentales, 1646 y 1661), Henry Seile (continental, 1652), Frederik de Witt (continental, 1660), Nicolás Sansón (Suramérica, 1666 y 1683, y continental de 1690), John Overton (continentales, 1668 y 1686), Rossi (Suramérica, 1669), Richard Blome (Suramérica, 1670), Nicolas Visscher (continental, 1670), Van Schagen (continental, 1671), Pierre du Val (planisferio de 1674), Pieter Schenk (continentales de 1690 y 1710), Gerard Walk (continental, 1690), Vincenzo Coronelli (Suramérica, 1691 y 1692), Justus Danckerts (continental, 1697), y Louis Hennepin (Norteamérica y parte septentrional de Suramérica, 1697). Todos esos mapas respetan y siguen el planteamiento de Jode-Hondius-de Bry y el de Hulsius, con una laguna Parime ensanchada, atravesada por la línea equinoccial y situada casi equidistante entre los cursos del Orinoco y el Amazonas.

Respecto a los mapas particulares, podemos observar dos variantes: los del ámbito brasileño-amazónico, con Willem (1641) y Johan Blaeu (1667), Robert Morden (1680) y Samuel Fritz (1691); y los de la Guayana: Gerritz (1625), del cual copian Johannes Laet (1625), Blaeu (1630), H. Hondius (1633), Jansson (1649), Sanson (1662) y Arnoldus Montanus (1671); todos ellos mantienen la sugestión iconográfica de una laguna de considerable tamaño.

De entre los mapas generales del XVIII destacan los de Edward Wells (Suramérica, 1700), Pierre Mortier (Suramérica, 1700), Pieter Van der Aa (continentales de 1713 y 1720; de Suramérica, 1706 y 1707), Guillaume de L´Isle (Suramérica septentrional, 1726), Robert Seale (Suramérica, 1744) y Hermann Moll (norte de Suramérica, 1750).

Siguiendo el planteamiento de los dos ámbitos citados, en los particulares, distinguimos en el amazónico los mapas de Fritz (1707), Philippe Buache (1739), Charles de La Condamine (1745) y Enmanuel Bowen (1747 y 1752); respecto a los de Guayana, los de Van der Aa (1706 y 1710), Charles Begonnen (1706), José Gumilla (1741), Storm Van Gravesande (ámbito Orinoco-Esequibo, 1750) y Nicolas Bellin (1763); casi todos ellos siguen la línea iconográfica (representación de la laguna) típica de los ejemplares del XVII.

Ya avanzado el siglo XVIII, con la reorganización administrativa y la modernización operada por el estado borbónico en América, se creó la provincia de Guayana, incorporada primero al virreinato neogranadino y al final dependiente de la capitanía general de Venezuela, con sede en Caracas. Por entonces cobró gran importancia estratégica la capital de la provincia de Guayana –llamada sucesivamente Santo Tomé o Santo Tomás, Nueva Guayana y Angostura-, un puerto fortificado que hubo de ser trasladado varias veces ante los persistentes ataques, tanto de caribes como de corsarios europeos que pretendían expoliar las riquezas del territorio; puesto que la capital era clave para el control de un inmenso espacio[35] y la contención de los extranjeros, en 1764 fue asentada definitivamente en el lugar más angosto del Orinoco (Angostura), buscando una mayor protección y mejor posición defensiva.

Antes de que se produjera una apreciable mejoría en la actividad geográfica y cartográfica de las últimas décadas, los jesuitas ya desarrollaban una actividad encomiable, no sólo por sus efectos misionales, sino también cara al conocimiento del territorio. En 1735 ya habían consolidado cuatro poblaciones entre la desembocadura del Meta y la del Guarico, atendidas por seis misioneros (entre ellos el incansable José Gumilla); el provincial opinaba que se debía enviar a Guayana un ingeniero, para examinar las potenciales minas de oro del Orinoco y levantar un mapa[36]. Cuando Gumilla publicó su Orinoco Ilustrado (en 1741) tuvo bien presente la necesidad de desarrollar la cuenca orinoqueña-guayanesa, para lo cual propuso la adopción de un plan de inmigración y libre comercio[37]. Poco después de la edición de la obra de Gumilla[38], apareció el mejor mapa del amplio territorio comprendido entre las cuencas orinoqueña-amazónica y el litoral; nos referimos al ejemplar del jesuita Bernardo Rotella[39] (1747), que contenía un revolucionario planteamiento, superando los conocimientos geográficos aportados casi medio siglo antes por el infatigable misionero (igualmente ignaciano[40]) y buen conocedor de la geografía amazónica Samuel Fritz, quien, además, había advertido a las autoridades peruanas sobre la inestable situación de la frontera amazónica hispano-portuguesa, ante el creciente poderío luso y su expansión, amparada en su evidente superioridad en efectivos humanos[41] (figura 1).

 

Figura 1. Mapa de Guayana (1747)
Fuente: B. Rotella. Museo Naval, Madrid, Mapas de Guayana.


El detonante de la realización del citado mapa de Rotella fue el exitoso viaje del también jesuita Manuel Román, en 1744, remontando el caño Casiquiare hasta el Río Negro, para comprobar los efectos de las entradas esclavistas lusas[42]. En rigor, el mapa de Rotella contenía dos tipos de informaciones: las derivadas de la experiencia directa de Román en la zona alto Orinoco-Casiquiare-río Negro (donde aportaba además conocimiento indirecto de origen portugués), con alusiones al avance de las misiones lusas en el alto Amazonas y delineado hidrográfico, con datos, en el tramo cercano a la desembocadura (ríos Madera, Tocantín y Amarañao); y las motivadas por el todavía deficiente conocimiento español del espacio alto Orinoco-laguna Parime (sobre todo la propia laguna y el río Blanco –Paraná Pitinga), completado con información indígena en el tramo Parime-Amazonas: cuatro pequeñas lagunas intermedias y alusión al nombre aborigen de la laguna (Monchica, Paraná y Cohoroco según caribes, guayanos y aruacas); además de los topónimos de no pocos afluentes, el mapa incluye los nombres de unas cuantas gentilidades indígenas. Los avances más notables en la información cartográfica aportada por la carta son: 1) el planteamiento del Orinoco como río íntegramente guayanés (indica por primera vez su curvatura característica[43]); 2) la comunicación entre las cuencas orinoqueña y amazónica, a través del canal del Casiquiare (se incluye otra por medio de la laguna Parime); 3) la interpretación de la propia laguna como centro distribuidor de las aguas de su zona: siguiendo la vieja teoría de El Dorado-Manoa, Rotella la supera, pues concibe una laguna de carácter endorreico (representada como un gran centro aportador  de las tres cuencas del Orinoco, Amazonas y Esequibo[44], presumiblemente con información indígena).  Así, al dejar obsoleto el planteamiento de Gumilla[45], el mapa de Rotella representa la culminación de la cartografía jesuítica anterior a la presencia de la expedición encargada de fijar los límites acordados en el tratado con Portugal.

Que los portugueses penetraban en el alto Orinoco, sin saberlo, lo confirmaron poco después las noticias de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, reafirmando la situación que denunciara décadas atrás Fritz en el Marañón[46]. A raíz de los viajes de Román y Horstman, y siguiendo las huellas cartográficas de Rotella, apareció el excelente mapa de la América meridional obra de Jean Baptiste Bourgignon D´Anville (1748), quien supo de tales novedades a través de La Condamine[47]; aparte del detallismo y la notable calidad de la carta, tres son los aspectos de actualización: la “cuasi comunicación” entre los ríos Esequibo y Blanco, a través del Rupununi y la laguna Amucu (conocimiento del viaje de Horstman); la del Esequibo y la Parime, tras remontar el Mazaruni y el Cuyuni-Yuruari, con cierta inseguridad e indecisión en ambos trazados; y la unión Parime-Orinoco, dando al río su característica curvatura (ideas tomadas de Rotella).

Otra variante cartográfica curiosa es la planteada por el también francés Didier Robert de Vaugondy, quien en sus mapas de 1749 (Tierra Firme y Guayana), 1750 (parte septentrional de Suramérica) y 1767 (ídem) recoge la comunicación Orinoco-Amazonas, a través del río Negro, pero mantiene el error de representar el primero como andino en sus fuentes (unido al Caquetá) y, aunque señala adecuadamente el curso del Parima-Tacutu con el río Blanco –y el lago Amucu, citado como el río: Pirara-, desplaza hacia el Orinoco medio el emplazamiento de la Parime (cambiando su nombre por el de Cassipa).

Pero no siempre fueron asimiladas las novedades geográficas con rapidez; de hecho, en el ámbito francés, un geógrafo tan reputado como Jacques Nicolas Bellin diseñó una carta general de Guayana (1763) y otra sobre el curso del Orinoco (1764), en las que insiste en el error de situar las fuentes del río en territorio andino, si bien recoge la comunicación amazónica a través del río Negro y señala la laguna Amucu (junto a otra más pequeña) en la horquilla de los ríos Mahu (Mao) y Tacula (Tacutu), afluentes del Blanco; es también reseñable el intento de perfilar la topografía y la hidrografía de la cuenca guayanesa. Pocos años después (1770), el trazado del holandés J. Hartsinck es similar al de Bellin, si bien sitúa la laguna Parime como el ya citado centro fluvial.


La época de las expediciones ilustradas y la cartografía científica

A partir de mediados de la centuria hubo un mejor conocimiento del territorio guayanés, motivado por tres hechos: la firma del tratado de límites con Portugal –que obligaba a fijar con mayor precisión los territorios soberanos y deslindar aquellos objeto de disputa-; el envío de expediciones ilustradas, para familiarizarse con la geografía del territorio y establecer con mayor rigor su cartografía; y, la inquietud ante las posibles intrusiones holandesa y francesa. De esa manera, entre 1760 y 1790 se consiguieron avances muy notables en lo tocante al conocimiento de la provincia[48].

En abril de 1754 desembarcaron en Cumaná los miembros de la expedición de límites al Orinoco: los comisionados tendrían como misión fundamental conocer el territorio, para trazar la línea divisoria entre los dominios españoles y portugueses (según lo acordado en el Tratado de Madrid de 1750[49]), si bien de forma complementaria debían proceder también a la posible expulsión de holandeses, desarrollar estudios sobre la quínoa, la canela y el cacao, supervisar el estado de las misiones y valorar las posibilidades productivas de la zona[50]. La comisión  comenzó sus trabajos por la zona del alto Orinoco: la idea básica consistía en dominar la principal vía de comunicación regional –el mencionado río- para, a continuación, abrir diversas rutas fluviales como sistema de conexión territorial y proceder al establecimiento de una red de fundaciones (pueblos de españoles y criollos). En consecuencia, entre 1754 y 1761, José de Iturriaga, Eugenio de Alvarado y José Solano realizaron una amplia y completa labor exploradora y pobladora, que permitió la familiarización con el territorio y un conocimiento preciso de su hidrografía (Cunucunama, Padamo, Ocamo, Atabapo, Ventuari, Temi, Tomo, Casiquiare, Siapa, Pasiba), así como la fundación de enclaves estratégicos (la Esmeralda, Maroa, Maipures, San Carlos, San Felipe, Santa Bárbara, San Fernando de Atabapo, San Miguel); por entonces Apolinar Díez de la Fuente buscó las fuentes del Orinoco y Francisco Fernández de Bobadilla llegó al curso del Negro. Paralelamente se formaron grupos destinados al estudio de recursos naturales comercializables. En la etapa final de la comisión también participó José Diguja quien aportó valiosa información sobre Cumaná (incluyendo mapas) y datos más pobres sobre Guayana –su carta de 1761 muestra pocas novedades-, en una relación, donde planteó la conveniencia de fortificar algunos puntos, activar su comercio, y desalojar a holandeses y franceses. Fruto también de aquellos esfuerzos debieron ser los mapas de Juan Aparicio y José Blanco, ambos de 1762.

La cancelación del Tratado de Madrid, en 1761, supuso el fracaso político hispano-portugués por la vía del acuerdo diplomático y, aunque se decretó su retirada, la Expedición de Límites continuó con algunos de sus cometidos en el territorio venezolano, donde en la Guayana consiguió imponer “un verdadero dispositivo de control del espacio, un sistema de organización estatal del territorio que hizo posible la presencia permanente de los españoles”[51]. Los años de permanencia de Iturriaga en el Orinoco fueron dedicados a estabilizar la conquista y reducir a los caribes rebeldes, lo cual no impidió que continuara el curso incesante de la penetración lusa (como se refleja en las instrucciones de Arriaga a Iturriaga del 21 de septiembre de 1762)[52].

Aquella labor recibió un impulso complementario durante los años de gobierno de Solano en Venezuela (1763-1770), siendo Bobadilla uno de los exploradores más destacados. Precisamente la segunda mitad del gobierno de Solano coincidió con la primera de Manuel Centurión en Guayana; en sintonía con Solano y con las ideas reformistas de Gálvez Centurión daría prioridad a tres campos de actuación: descubrimiento, poblamiento y control del Orinoco; otros aspectos importantes de su planificación política consistirían en mantener la lucha contra los caribes y contrarrestar el avance holandés. En conjunto, la obra gubernativa de Centurión fue notable, pues dejó una huella indeleble en la provincia -siendo recordado como el mejor mandatario del territorio[53]- ya que durante sus diez años guayaneses desarrolló una actividad admirable: fundó pueblos, repobló zonas estratégicas, impulsó la ganadería y la agricultura, se preocupó por la construcción de caminos, así como la fortificación de lugares con valor defensivo y favoreció la acción evangélica (con medidas de protección a los pueblos indígenas, si bien mantuvo disputas con los capuchinos, apoyándose en los franciscanos observantes); además levantó el primer censo de Guayana[54].

Al principio los planes de Centurión recibieron el apoyo de los misioneros capuchinos, pues estos deseaban ampliar el radio de exploración hacia el río Erebato (para facilitar la labor misional entre diversos grupos indígenas)[55]; sin embargo, poco después el espíritu ordenancista y centralizador del gobernador molestó a los capuchinos catalanes (instalados en la Guayana desde 1724 y reacios a someterse a una autoridad militar que pudiera entorpecer su apostolado)[56]. Con el paso del tiempo, la política de escasa colaboración se transformó en otra de oposición explícita que desembocó en una manifiesta hostilidad[57].

Por orden de Centurión se acometieron varias exploraciones en el bajo Orinoco (Francisco Cierto al caño Barima; José Alocén y el propio gobernador para sondear el río y levantar un derrotero), con vistas a la defensa de esa zona estratégica ante el peligro holandés; también se profundizó en la política de la frontera poblada[58], fundándose más de 40 poblados –si bien muchos efímeros- algunos de los cuales permitirían acometer, en el Orinoco medio, la apertura de una vía de comunicación hacia la Esmeralda a través de los ríos Caura y Erebato, para explotar los cacahuales de la zona y evitar el difícil paso de los raudales de Atures y Maipures. Además, el mandatario  pensaba en otra vía de unión entre la villa Carolina –en la orilla del río Aro- y la capital provincial.

Otro proyecto preocupó a Centurión: el interés que podía tener por desentrañar el viejo misterio del Dorado se vio estimulado por una cuestión estratégica, el deseo de cartografiar la zona más recóndita de la Guayana y la necesidad política-militar de explorar y controlar el territorio del Parime, para prevenir el avance luso en la amplia franja Parime-Casiquiare[59]. Se iniciaba así la postrera búsqueda del Dorado, con un amplio y ambicioso plan, pues unía motivaciones científicas y económicas a las ya expuestas políticas y castrenses[60]. Curiosamente, en plena época de las luces y la razón, cobraba vigencia el viejo mito justo donde las exploraciones de fines del siglo XVI lo habían arrinconado: en el territorio de Guayana, en concreto en el área del Parime, donde se buscará el Cerro Dorado. Desde las primeras expediciones capuchinas al sur del Orinoco y la de fray Antonio Caulín –acompañando como capellán a Iturriaga- se sabía que el Caroní nace cerca del Parime, y que el Caura y el Paragua eran las vías de acceso naturales al centro de la región; por otro lado, tanto los caribes como los frailes tenían conocimiento de la existencia de algunas vetas y veneros de oro y plata en la Guayana, llegando los rumores hasta los holandeses[61]. A esa secular tradición que señalaba los alrededores de la famosa laguna como un lugar clave para la geografía áurea americana, se fueron sumando entre 1750 y 1770 las aportaciones racionalistas[62]. Los propios capuchinos habían solicitado a Iturriaga, en 1758, que se utilizara información indígena para acceder al interior del territorio[63], pues el conocimiento de los aborígenes era consecuencia de su dominio de las grandes rutas de intercambio intertribal, en comercio a larga distancia: con sus piraguas remontaban o descendían los cursos del Caura, Caroní, Paragua, Ventuari, Uraricoera (Parime) y Tacutu[64].

El plan elegido por Centurión para acceder al Parime se basó en un acercamiento progresivo, mediante la fundación de pueblos intermedios, siendo una continuación del que desarrollara en su día Solano cuando dirigió la Expedición de Límites en el alto Orinoco[65]; así pensaba asegurar dos resultados: la ocupación de la región de la banda sur del Orinoco y, utilizando las nuevas aldeas como escala, llegar con mayor facilidad al Parime[66]. A finales de 1770 acometió el gobernador su proyecto, desplegando una gran actividad (misivas al virrey neogranadino, El Consejo de Indias y Solano, en las que solicitaba ayuda[67]). Centurión decidió enviar dos expediciones hacia el territorio de la laguna Parime –una remontaría el curso del Paragua y otra el Caura-, con la idea de prevenir las posibles entradas de los holandeses desde los distintos ramales del Esequibo, estorbando su acceso a la laguna (zona estratégica por la amplia cuenca fluvial señalada en los últimos mapas guayaneses), y la previsible intrusión de franceses (desde Cayena) y portugueses (procedentes del río Negro o Barcelos)[68]. En su petición de auxilio al virrey, Centurión adjuntaba un plano muy esquemático de la provincia –presumiblemente el segundo de los cuatro que compuso o mandó levantar durante su mandato-, actualizado a esa fecha[69]: advierte, en su cartela, que el delineado de la zona central es hipotético –todavía llevaría algún tiempo la organización y el envío de las columnas de exploración-, pero precisa bien el límite entre galos y bátavos, en el curso del río Maroní; señala el caño Blanco como el de mayor aporte hídrico de la laguna, destacando en la parte norte el Caroní-Paragua y, en consonancia con el origen guayanés del Orinoco y la situación de la Parime como triple centro aportador de las cuencas amazónica, esequiba y orinoqueña, desplaza la ubicación de ésta un tanto hacia el sureste; es notable también el esfuerzo realizado por señalar con un cierto rigor el desarrollo hidrográfico de la cuenca guayanesa;  un detalle original es la inversión del mapa en su orientación.

Resulta evidente que urgía disponer de unos desarrollos cartográficos más precisos, ante los obligados cambios en distancias y referencias, motivados por una cuestión técnica: el traslado (en junio de 1762) de la capital provincial desde Santo Tomé a la Angostura del Orinoco[70], con lo cual los valores expresados en leguas o en jornadas de camino variaban apreciablemente[71].

En aquel 1770 poco más pudo hacer el gobernador que enviar al cabo José Jurado por el río Erebato, ante la falta de apoyo económico por parte del virrey Mesía de la Cerda[72]; además, pese a su interés, Centurión se vio obligado a retrasar la ejecución de su proyecto, debido a las enormes dificultades que planteaba el hecho de transitar por un territorio tan vasto como intrincado y de naturaleza hostil; durante ese tiempo, el gobernador aprovechó las escasas noticias acopiadas para diseñar un Plano General de la Provincia de Guayana –a finales de 1771-, parecido al anterior –también con orientación invertida-, pero incluyendo referencias topográficas, una red hidrográfica algo más completa, una laguna más reducida y la alusión a los territorios de soberanía teórica de franceses, holandeses y portugueses. Había transcurrido un año cuando Centurión se encontraba ya en condiciones de enviar una expedición para el descubrimiento oficial de la laguna Parime; por entonces, tanto su interés como sus planes se vieron reforzados por los informes de un cacique de la zona del Parime (Paranacare) que, atraído por el buen trato de los españoles, se ofreció a guiarlos hasta el “decantado cerro del Dorado”[73]. Ente los objetivos fijados por Centurión figuraban frenar la presencia extranjera y facilitar el acceso a las misiones[74]; el mando correspondería a Nicolás Martínez, un teniente de artillería que debía levantar mapas del territorio –para ayudarlo viajaría un cosmógrafo- y erigir dos puestos defensivos: en las instrucciones correspondientes se especificaba el trayecto que debían seguir los expedicionarios, guiándose por varios cursos fluviales (Orinoco, Caura, Cuato, Parime, Mao, Abarauru y Amoyne) hasta establecerse en la laguna; de regreso, fundarían un pueblo de indios en la cabecera del Caura[75]. El grupo de Martínez abandonó Angostura en enero de 1772; su penetración por el territorio debió ser ardua, pues hasta un año después no informó el gobernador de sus resultados: casi todos los hombres se encontraban enfermos al llegar al alto Caura[76], luego alcanzaron la boca del Erebato donde, mientras esperaban su recuperación física, supieron que la mejor ruta hacia la laguna era a través del Paragua; Martínez esperó hasta mayo, pensando que la estación lluviosa permitiría un tránsito fluvial más fácil; así, los expedicionarios remontaron el Paragua –al aprovechar la crecida por algunas lluvias- hasta sus afluentes Paraguamusi y Anacapora, donde recibieron un refuerzo de Centurión al mando del subteniente Bernardo Lanzarote, pero debido a la gran sequía que experimentaban los caños y el consiguiente peligro de varar las embarcaciones, tuvieron que retirarse al puerto de la Barceloneta –en la unión del Paragua y el Caroní-, a finales de septiembre, afectados por las enfermedades y el cansancio[77].

Pese a ese fracaso, había una noticia esperanzadora que, paradójicamente, disgustó a Centurión: por iniciativa de los padres capuchinos, en mayo de ese año, un reducido grupo de españoles e indios realizó un amplio reconocimiento de la zona situada al sur de las misiones, remontando los cursos fluviales del Caroní, Icabarú y Mayarí –afluente del Parima y subafluente del Parime-, con la intención de adelantarse al gobernador y a los frailes observantes[78]; el pequeño grupo dirigido por fray Benito de la Garriga y fray Tomás de Mataró exploró las praderas del lugar –“los frescos prados de la Parima”-, viéndose obligados a huir ante la hostilidad de grupos caribes huidos de las misiones unidos a los paraguayanos (paravillanes) –paraguanas en los mapas de la época-, y los zaparas (saparás), que atacaron desde ambas márgenes del Mayarí, armados por los holandeses[79]; por añadidura, los indios del lugar confirmaron la inquietante noticia de la llegada de portugueses al Parime. Centurión explicaba que el viaje de Martínez duró nueve meses y además, molesto por el viaje de fray Benito y fray Tomás, enviaba otra expedición para poblar a los indios arinagotos e ypurucocos, castigar el ataque de los hostiles a los misioneros capuchinos y establecer dos bases que debían servir de escalas en la jornada de la Parime[80].

Por entonces era ya evidente para las autoridades españolas en Venezuela que al problema holandés se había sumado, en los últimos años, el progresivo avance portugués –como consecuencia de la indefinición de límites en los territorios de soberanía de ambos estados, y favorecido por la evidente superioridad numérica lusa en aquel amplio y complejo espacio-, presionando no sólo sobre el espacio del río Negro, sino también en la zona sureste de la Guayana española. Fruto de aquella inquietud fue el avance más notable experimentado durante el gobierno de Centurión: la expedición comandada por el teniente de infantería Vicente Díez de la Fuente –hijo de Apolinar, nombrado ante el deceso de Martínez- que salió de Angostura en marzo de 1773 y siguiendo la ruta del Paragua llegó a la horqueta con el Paraguamusi-Antavari, donde se estableció el primer campamento –una estancia de cinco meses que permitió poner los cimientos de la futura ciudad Guirior en el tránsito de 1773-1774- y, desde allí, envió Díez al cabo Isidoro Rendón –intérprete de lengua caribe- al frente de un grupo a la descubierta del Parime. Tras navegar por el Uraricoera y la confluencia con el Tacutu, Rendón y los suyos siguieron el tramo alto de éste (el Auaraurú de los makuxís transformado por los españoles en Abarauru); en el retorno, tras tocar la entrada del Surumú (Cottingo o Cotinga), fueron a la unión del Uraricoera-Tacutu, regresando por el Curiaricara (Mayarí)[81]. Según Rendón sólo encontró sabanas inundables en su aproximación al Parime, pero ninguna laguna ni mina de oro, si bien tuvo que soportar un ataque de caribes hostiles –el aliado Paranacare se contó entre las bajas- al regreso, siendo lo más positivo de aquel viaje el adecuado conocimiento del territorio -lo que permitiría el posterior envío de doscientas familias (la mayoría españolas) para fundar siete pueblos, vigilados desde su capital establecida en San Vicente (Ciudad Guirior)[82]-y la fundación de tres poblaciones “en las orillas del Parime”: San Juan Bautista de Cada Cada, Santa Bárbara y Santa Rosa, para poblar el territorio y contener el posible avance portugués u holandés[83].  

La experiencia acopiada permitió disponer de una mayor precisión en los correspondientes informes geográficos, estableciéndose así con más rigor la realidad territorial del centro-sur de la Guayana, que tuvo su reflejo en los nuevos levantamientos cartográficos: así pudo confeccionarse el, hasta entonces, más ajustado mapa de la zona, por su desarrollo hidrográfico[84]. Para 1775, una fecha un tanto temprana como para que se conocieran y reflejaran en la península aquellos avances, la referencia cartográfica más fiable respecto a Suramérica estaba constituida por las ocho planchas grabadas en cobre –y terminadas ese mismo año-, obra de Juan de la Cruz Cano y Olmedilla[85], quien debió conocer el texto original de Caulín –pero no las rectificaciones operadas entre 1760 y 1775, gracias a los esfuerzos de Centurión- y la cartografía generada por la expedición de Iturriaga –ignorando también los últimos conocimientos sobre la Guayana[86]-, lo cual explica la evidente superación de los ejemplares de Robert de Vaugondy, Bellin y Hartsinck, y por otro lado, la relativa ambigüedad en el tramo inicial del Orinoco y sus fuentes, los errores en el diseño fluvial del perímetro de la laguna Parime, y su excesivo tamaño respecto al lago Amucu (nombrado Amaca).

El peligro luso-galo. La política de contención y la superación del mito

El aumento de la tensión hispano-lusa llegó a su punto culminante en 1776, coincidiendo con el momento en el que José de Gálvez sustituyó a Arriaga como responsable de la Secretaría de Estado de Indias; por ello la última etapa del gobierno de Centurión en Guayana fue notablemente turbulenta[87]. Transcurrieron casi dos años antes de que el gobernador decidiera organizar otra expedición al Parime; su tesón seguía intacto pero hubo tres realidades que influyeron en esa demora: la necesidad de reforzar los pueblos intermedios establecidos entre el Orinoco y el Parime (amenazados por las cíclicas rebeliones indígenas); la escasez de recursos económicos; y el litigio con los capuchinos (que le estaban ganando la batalla legal por las actuaciones en Guayana). Por fin, en octubre de 1775 Centurión encargó a Díez de la Fuente que organizara la tercera expedición hacia la laguna Parime (según los cálculos de algunos soldados participantes en la anterior se necesitaban alrededor de 53 días para cubrir la distancia entre Angostura y el poblado más lejano, San Juan Bautista de Cada Cada[88]); Díez confió el mando del reducido grupo al subteniente Antonio López –un veterano, pese a su juventud, que ya había acompañado al padre de Vicente, Apolinar, en la fundación de La Esmeralda y también a Barreto en otros pueblos de allí al Caura[89]-, acompañado por el hábil Rendón; tras pasar por los pueblos fundados por éste, la expedición se dirigió río arriba por el Tacutu hacia el Cerro Dorado (probablemente el Apucuano, descrito como de sabana en la cima y sabana y monte en las faldas) y cuando iniciaba el viaje de regreso se encontró con portugueses, sufriendo el ataque de un holgado destacamento procedente de un fuerte recién fundado en la unión de los ríos Mao y Tacutu (casi todos los integrantes cayeron presos). Los acontecimientos se habían desencadenado cuando el gobernador de Barcelos supo -por un holandés y un desertor español- la presencia de pueblos fundados por los españoles en el Parime, por lo que solicitó y obtuvo (desde Belén) un nutrido batallón de refuerzo, que desmanteló los establecimientos de San Juan Bautista y Santa Rosa, interceptando luego al grupo de López[90]; algunos indios fugitivos llegados a Guirior dieron la noticia a Díez y este informó inmediatamente a Centurión[91].

En cuanto Centurión supo de la intrusión lusa y el ataque tomó medidas encaminadas a la recuperación del territorio: protestó inmediatamente ante el gobernador de Barcelos[92]; junto a la correspondencia remitida a la Corte, enviaba un sencillo croquis donde señalaba algunos cursos fluviales y localidades, así como el lugar del ataque, y un mapa general de Guayana –quizás el diseñado por el ingeniero militar Juan Antonio Perelló-, muy esquemático, pero con un desarrollo más preciso de los ríos Blanco, Parime, Mao, Abarauru y Amoyne, así como la laguna (aunque no refleja los pueblos recientemente fundados). Por supuesto, las necesidades estratégicas derivadas del conflicto diplomático permitieron un conocimiento cartográfico más preciso de la zona central y meridional del territorio de Guayana, apreciándose tal realidad primero en un sencillo boceto de Rendón –sobre los cursos fluviales en torno a la laguna, donde incluye la ubicación de los pueblos que creó-, y luego, en el ejemplar titulado Mapa de una parte del Río Orinoco y provincia de Guayana[93], de autoría incierta –Centurión o Antonio Barreto, enviado por el primero para exponer sus quejas ante el gobernador de Barcelos[94]- que muestra algunas correcciones y datos sobre el ámbito objeto de disputa: hay un fragmento superpuesto sobre el original, precisamente en el espacio del Parime y la laguna; en el papel original y el trozo añadido se puede observar que la enmienda afecta sólo a la mayor proximidad de las tres poblaciones respecto a la laguna (en el original figuraban algo más distantes). Las supuestas razones jurídicas sobre la pertenencia del territorio a españoles o portugueses fueron ignoradas, pues el “Proyecto Parime” suponía la formación de una frontera española sobre el Amazonas luso, que presionaba desde la fortaleza de San Carlos de río Negro al oeste hasta los pueblos del Parime al noreste; así pues, la acción punitiva portuguesa tuvo una justificación exclusivamente política-militar. La discusión sobre los títulos de posesión de aquel ámbito fue posterior, una vez consumados los hechos[95]: durante la segunda mitad de 1776 los gobernadores de Guayana y Río Negro intercambiaron protestas, alegaron razones y pretendieron tener derechos a las tierras del río Blanco[96]; Centurión se mostró dispuesto a aceptar una parte de las conquistas lusas, siempre y cuando se fijaran los límites en la confluencia  del Uraricoera con el Tacutu[97], pero su iniciativa no obtuvo resultado, pues la boca del Mao quedó bajo dominio portugués, asegurado con una fortaleza guarnecida por un potente destacamento (figura 2).

 

Figura 2. Mapa de una parte del río Orinoco y provincia de Guayana (1776)
Fuente: M. Centurión o A. Barreto. Archivo del Servicio Histórico del Ejército, Madrid


En aquel año (1776) comenzó a plantearse el problema francés respecto a la Guayana española; la nueva situación se desencadenó ante los informes enviados por el Conde de Aranda[98], embajador en París, sobre las pretensiones de aquella Corte, de ampliar el radio de sus establecimientos en Cayenne –siguiendo las instrucciones dictadas por el Consejo de Estado en Versalles el 6 de enero- y crear población de forma permanente, autorizando el envío y la presencia -durante el tiempo necesario- de una compañía, para asegurar el aprovechamiento económico del territorio. A lo largo del verano, informaba Aranda sobre la cédula expedida en la corte gala para fomentar la población de Cayena[99]: se concedía permiso a los interesados para establecerse en la zona comprendida entre los ríos Oyapoco (Oyapock u Oiapoque) y Aprovar (Approuague), y se incluía el derecho a vivienda –para su disfrute durante treinta años- y a negros de la colonia; además, podrían comerciar libremente y gozarían de gratificaciones en metálico por llevar familias o esclavos negros al territorio. Ya antes de comenzar el verano el propio Aranda –en su situación podía tener fácil acceso a la producción cartográfica francesa- había mostrado su preocupación ante la posibilidad de que lusos y galos falsificaran algún mapa sobre la Guayana –manipulando, en su provecho, su contenido-, para apoyar sus planes o reclamaciones (es difícil saber si el embajador conoció los diseños de Centurión –evidentemente el último, junto al de Perelló y el de Díez de la Fuente no, debido a su reciente realización-, pero parece razonable pensar que tenía en mente los ya citados de Rotella, Diguja, Aparicio, Blanco y Cruz Cano, que bien podían los franceses combinar a su gusto con los de D´Anville, Robert de Vaugondy y Bellin).

Imbuido de las inquietudes de Aranda, Gálvez informó al virrey de Santa Fe, Manuel Antonio Flórez, a quien transmitió la orden de impedir el progreso de los planes franceses, ocupando los terrenos oportunos para ello, y notificando lo resuelto[100]. Para comunicar y cumplir lo ordenado, y recabar la información adecuada, el virrey invitó al gobernador de Guayana a que planteara las disposiciones necesarias para tomar posesión de los territorios pretendidos por franceses y portugueses[101]; junto a la misiva, enviaba un plano explicativo del territorio –uno de los últimos de Centurión- en el que señalaba el descubrimiento de la laguna Parime y el Cerro Dorado. Por entonces, el mando interino de la provincia lo desempeñaba José Linares -pues Centurión había regresado a España, para defender personalmente su postura ante los roces surgidos con los capuchinos-,  a la espera de la llegada (en mayo) del nuevo mandatario, José Pereda. También fue consultado el gobernador de Margarita, brigadier Agustín Crame, buen conocedor de la realidad de Guayana, quien tras una estancia de más de un mes allí presentó un interesante informe[102]. En su respuesta a Gálvez, Flórez enviaba un plano ilustrativo sobre los límites de la Guayana y manifestaba su opinión respecto a la dificultad de impedir la penetración francesa, ante la enorme extensión de la provincia y la escasa población española, ya que ambos aspectos complicaban notablemente su defensa[103].

Aunque se habían desarrollado esfuerzos notables, debido a la iniciativa de Centurión, para disponer de una cartografía adecuada que permitiera encarar la defensa de la Guayana con las debidas garantías, urgía completar los conocimientos geográficos señalando las novedades más importantes, sobre todo en la hidrografía, por lo que había que proseguir con la política de exploraciones hacia el interior del territorio. El primero en encarar el problema y tomar la iniciativa fue Crame, quien en su comunicación a Gálvez[104] recomendaba que el gobernador de Guayana despachara una expedición, desde Ciudad Guirior, para establecerse en la unión de los ríos Cotinga y Parime, con el fin de reforzar a otra que debía ser enviada a ocupar la horquilla del Mao y el Parime (en el sitio de la intromisión y la fortificación ilegal de los lusos); creía que la actitud francesa no era tan inquietante, pues las distancias entre la laguna Parime o el Cerro Dorado y las cabeceras del río Oyapoco eran considerables, si bien la prudencia aconsejaba tener en cuenta que, en sus mapas, los franceses habían extendido el límite de su Guayana hasta más adentro del río Parime; consecuentemente, consideraba que el verdadero peligro era el portugués, por la cercanía de sus bases (y, aunque no lo citara, es de suponer que pensara también en su evidente superioridad numérica); en cualquier caso, convenía atraer pobladores a la Guayana para evitar intrusiones. Para reforzar su argumentación, Crame acompañó su misiva con la copia de un excelente ejemplar cartográfico de reciente creación: el Mapa General de la Guayana, obra de Luis de Surville (oficial de la Secretaría de Indias implicado en la organización del nuevo archivo, había actualizado entre 1775 y 1777 los mapas españoles sobre Guayana, tomando como referencia base el de Caulín de 1757), carta puesta al día (contenía diversos puertos que no figuraban en el que remitió el virrey) que, con las adiciones oportunas (en 1778[105]) sería incluida en la versión corregida de la Historia Corográfica del padre Caulín[106]. Crame no citaba ejemplares concretos de cartografía francesa, por lo que sólo es posible especular sobre los mapas en los que él pensaba: puesto que las cartas de Nicolas Sanson, del siglo anterior, habían quedado obsoletas, lo más probable es que se tratara de las ya citadas de D´Anville (Suramérica de 1748 –junto a las específicas de Guayana de 1749 y1767), Robert de Vaugondy (Tierra Firme y Guayana de 1749, parte septentrional de Suramérica de 1750 y 1767) y Bellin (general de Guayana de 1763 y curso del Orinoco de 1764 -junto a diversas de la Guayana francesa: 1757, 1762 y 1763), además de la más reciente de Rigobert Bonne sobre la Guayana gala (1775). En contraste con los citados ejemplares cartográficos, en el prototipo de Surville la Guayana francesa aparece menos expandida hacia el interior y se eliminaba la ambigüedad planteada en el mapa de Cruz Cano respecto a la doble laguna, estableciendo la diferencia entre las fuentes del Orinoco y la “verdadera laguna”, ubicada en su lugar oportuno (por entonces, quedaba claro –según lo anticipara Caulín y lo confirmaron los hombres de Díez de la Fuente- que la famosa laguna no era tal, sino la planicie de inundación de una cuenca fluvial, cuya principal arteria era el Parime, que durante las crecidas anegaba una extensión considerable) (figura 3).

 

Figura 3. Mapa de Guayana (1763)
J. N. Bellin. Bibliothèque Nationale de France


Tras la profunda crisis de las relaciones hispano-lusas en 1776 y la escalada bélica, la solución arbitrada por el gobierno español consistió en asumir la tesis de Centurión, reivindicando la fortaleza del río Mao para a continuación pedir que se fijaran los límites 30 o 40 leguas más abajo del río y la laguna, como única forma de evitar más invasiones[107]. Como las relaciones entre las dos potencias ibéricas habían mejorado a lo largo de 1777, con los cambios de gobierno (desaparecieron de la escena Pombal y Grimaldi, sustituidos por Ayres de Sa y Floridablanca), hubo un acercamiento con vistas a establecer un nuevo tratado de límites en Suramérica. El acuerdo definitivo fue sellado en San Ildefonso el 1 de octubre de 1777[108]: España recuperaba algunos territorios en Paraguay y la banda oriental del Río de la Plata, pero Portugal consolidaba espacio al sur del Brasil y conservaba lo ganado al norte del Amazonas (si bien con cierta indefinición[109]). El entendimiento entre las naciones ibéricas no debió causar alegría entre las autoridades hispanas de Venezuela –pues suponía la cesión de soberanía de una amplia porción del territorio disputado-, pero sí al menos alivio, conscientes de la precariedad de sus medios y la evidente superioridad numérica portuguesa en la zona de contacto de Guayana. Una vez solucionado el contencioso con los lusos quedaba pendiente el problema francés que parecía enconarse, pues desde París Aranda transmitía su preocupación, denunciando los planes del ministro Devergennes y el barón de Bessuer, apoyados por grandes financieros interesados en el proyecto de Cayenne. Esa inquietud provocó que Gálvez cursara las órdenes oportunas para auxiliar al gobernador de Guayana en lo tocante a la posible ocupación de algunos espacios estratégicos, con vistas a frenar una previsible intrusión francesa[110]. El intendente Ábalos respondió manifestando serias dudas ante la posibilidad de que el plan galo pudiera constituir una verdadera amenaza[111]; para ello, expuso una serie de reflexiones que demostraban su conocimiento de la geografía física y humana del territorio: la navegación de cabotaje en la zona de Cayenne resultaba particularmente difícil y arriesgada –se trataba de un mar bajo, sometido a corrientes violentas y una gran fuerza de los vientos-, y la posibilidad de internarse en el territorio era mínima, por la frecuente presencia de caribes hostiles y negros prófugos, aparte del inconveniente de transitar por caminos poco accesibles y anegados, atravesados por muchos ríos; pese a todo –quizás para mayor tranquilidad de la Corte-, Ábalos recomendaba enviar pobladores irlandeses para resguardar el territorio[112]. En lo tocante a la geografía física, es razonable pensar que el intendente basaba su criterio en tres hechos: su conocimiento de las dificultades en el desplazamiento desde la isla Martinica a Cayenne -citaba cuatro casos-; el haber consultado el Mapa de la navegación de Cayenne a la Martinica, elaborado por Bellin en 1774; y su probable familiarización con el Mapa de Nueva Andalucía y Guayana de Surville (presumiblemente a través de Crame, pues aún faltaban unos meses para la nueva edición impresa de la obra de Caulín).

Precisamente el citado mapa de Surville suponía una importante mejoría en el reflejo de una parte de la red hidrográfica de Guayana, la más estratégica respecto al escenario de las posibles usurpaciones lusas, francesas y holandesas: la cuenca de la laguna Parime, con sus principales cursos fluviales; Surville distinguía y señalaba claramente el lugar de origen del Orinoco –tenido hasta entonces por la laguna- y la ubicación más correcta de ésta, a partir del río Blanco, en su bifurcación entre el Parime-Curiaricara (Cotinga) y el Mao-Tacutu, y entre los tres brazos de éste: el propio Mao, el Amoyne –lugar de ubicación de la Laguna Parime o Mar Dorado- y el Abarauru; la laguna Amucu –nombrada Amaca- figura aquí al norte del Mao, casi equidistante entre el Curiaricara y el Rupununi (Rapunuini). También presentaba el mapa otras mejoras notables, como la señalización adecuada del curso del Paragua, con su horquilla y el enclave de Guirior o la alusión más precisa a las diversas gentilidades indígenas que se encontraban en la zona limítrofe entre españoles, holandeses y franceses. Otro aporte interesante –aunque modesto en su contenido e información-, y concordante cronológicamente con las aseveraciones de Ábalos, fue el mapa diseñado por fray Carlos de Barcelona (1779), basándose en las noticias recogidas por dos compañeros suyos (los citados Benito y Tomás) en una exploración de siete años atrás, remontando el Caroní y el Icabarú, para acceder a la amplia cuenca de Parime: se trata de un sencillo apunte, con referencias de hidrografía, orografía e indirectas de toponimia, además de una doble escala de latitudes y longitudes (con pequeños errores). En cuanto al texto de Caulín, la reimpresión trasluce una explicación racionalista para el mito y la laguna, rebajada ya a la categoría de río que en las crecidas anegaba la comarca limítrofe; eran las resplandecientes arenas del cerro las causantes de la leyenda del Dorado[113].

De 1780 es la carta corográfica del Orinoco, del jesuita italiano Filippo Salvatore Gilij, publicada en su crónica de Tierra Firme[114], donde –para la provincia de Guayana-sigue el planteamiento de Surville, siendo más interesante otra representación correspondiente al curso del Orinoco –que parece anterior-, pues presenta arcaísmos tales como el origen del río en la laguna Parime y la forma rectangular de ésta, tan típica de los mapas anteriores a Centurión (figura 4).


Figura 4. Carta del río y provincia del Orinoco (1780)
Fuente: F. S. Gilij. publicada en Saggio di Storia Americana ...


Es evidente que, pese a su escepticismo sobre las posibilidades de expansión francesa en Guayana, Ábalos cumplió las órdenes de Gálvez, comenzando sus preparativos con el nombramiento de Felipe de Inciarte como ayudante del gobernador de la disputada provincia. En sus instrucciones a Inciarte, el Intendente le ordenaba colaborar con Pereda en la contención de los franceses en los terrenos inmediatos a los ríos Oyapoco y Aprovar, para ello debían ser despachadas con urgencia algunas familias de la propia Guayana[115]. Sin embargo, el problema de las crecidas cíclicas del Orinoco motivó una petición de Inciarte, recogida por Pereda, aconsejando que se aguardara al momento de máximo nivel del río, para explorar los lugares apropiados cara al futuro asentamiento sin riesgo de anegación[116]. En agosto de 1779 partió la expedición de Inciarte hacia la zona oriental de la Guayana: su misión consistía en reconocer, anotar y cartografiar todo lo reseñable en el área comprendida entre el caño Barima y el río Esequibo. Tras mes y medio de exploración, el comisionado recomendó al intendente la conveniencia de poblar el territorio entre los ríos mencionados, para taponar la posible penetración francesa (en el caso de que los galos se hubieran planteado acceder a la zona española, atravesando la franja meridional del espacio ocupado por los holandeses); además, Inciarte delineó un mapa de la parte oriental del bajo Orinoco, así proporcionó la última aportación cartográfica –española- notable de esa zona[117]; también propuso establecer un poblado en las tierras que rodeaban al río Moruca o en los cerros cercanos al caño Barama-Waini (lugares muy útiles para la instalación humana y estratégicamente defendibles), lo que dificultaría sobremanera las comunicaciones holandesas desde el Moruca a los diversos caños necesarios para acceder al Orinoco.

En 1780 se trasladó Inciarte a España, para informar en la Corte respecto al proyecto poblador, por lo que una vez oído el comisionado –a quien se concedía el grado de teniente de Infantería como reconocimiento a sus méritos- Gálvez cursó órdenes al intendente, el capitán general de Caracas y el gobernador de Guayana, para desarrollar el plan con la mayor rapidez posible[118], al tiempo que sancionaba las anteriores recomendaciones de Ábalos[119]. Sin embargo, la guerra con Gran Bretaña entorpeció el proyecto, ralentizando los planes sobre el poblamiento de la Guayana oriental[120].

Durante esos dos años, en la cartografía francesa sobre la zona orinoqueña-amazónica, destacan dos mapas de Rigobert Bonne, el primero (de 1780) relativo a Nueva Granada-Nueva Andalucía y Guayana presenta un decoroso, si bien modesto, planteamiento hidrográfico y orográfico, y un sencillo desarrollo de la cuenca de la laguna Parime –recuerda a los de D´Anville y Bellin, evidenciando que se trataba de un ámbito poco familiar para los galos-; en cambio, el ejemplar sobre la parte septentrional del Brasil (1781) deja entrever la influencia de algún mapa español (de hecho, la configuración de la cuenca de la citada laguna recuerda notablemente al planteamiento de Cruz Cano de 1775, con su característica forma cuadrangular). Las autoridades españolas seguían recelosas de las intenciones francesas, máxime con la aparición (en 1782) de una nueva versión del mapa de Bonne sobre Nueva Andalucía y Guayana, donde se actualizaba la zona de la laguna –como el ejemplar de Brasil antes citado- en la línea de Cruz Cano.

Tras una segunda estancia de Inciarte en España, el plan poblador de Guayana no sería  retomado hasta finales de 1783, cuando Saavedra se hizo cargo de la intendencia venezolana y, tras las correspondientes consultas con Iniciarte, decidió que éste expusiera su proyecto en la Corte[121]; el Intendente recomendaba reforzar el comercio y la navegación fluvial y marítima del territorio, iniciando el proceso poblador por la zona de la Baja Guayana, para extenderse desde allí hacia las fronteras del Esequibo y el Demerare, y luego hasta las cercanías del Río Negro, ocupando los principales caños del Orinoco. El plan parecía la continuación y sanción lógica de los anteriores planteamientos de Inciarte y Ábalos, postura quizá reforzada por la inquietud que pudo provocar en la Corte la aparición, en 1783, del mapa de Louis Stanislas d´Arcy Delarochette sobre la amplia franja costera de las Guayanas, desde el cabo Norte hasta las bocas del Orinoco (un ejemplar cuidado y minucioso en su aporte hidrográfico y toponímico), incluyendo en su ángulo suroeste el delineado de un fragmento de la laguna Parime. La tercera estancia de Inciarte en la Península sería la más larga –casi cinco años- e implicaría el abandono de la política pobladora para Guayana ante el profundo cambio de la anterior coyuntura, motivado por el abandono francés de su proyecto colonizador en Cayenne[122], el fallecimiento de Gálvez y el correspondiente relevo ministerial. Los méritos de Inciarte no pasaron desapercibidos y como reconocimiento de ellos y de su experiencia, en 1795 se le concedió el gobierno de la Guayana (desempeñándolo hasta 1810).

Por entonces aparecieron los últimos levantamientos cartográficos de la centuria sobre la Guayana: un anónimo español (de 1785) titulado Croquis de la hidrografía entre el circuito Orinoco-Amazonas[123], que constituye un apunte muy pobre y esquemático, con algunos datos de toponimia y orografía, y trazado muy grosero de la hidrografía; los dos ejemplares de Bonne sobre Nueva Andalucía y Guayana (1787) y la parte guayanesa-amazónica de Brasil (1788), en el que extrañamente recupera su diseño original de la laguna Parime; el mapa de José Joaquín Freire sobre el río Blanco y sus tributarios (1790), interesantísimo por su minucioso delineado hidrográfico, acompañado por sus correspondientes topónimos (destacando el río Pirara y la laguna Amacá, ya sin presencia de la Parime); el mapa grabado por José Mª Cardano (en 1841) que reproduce el planteamiento del de Felipe Bauzá (de 1791), sobre Tierra Firme y Guayana, excelente ejemplar, preciso en su topografía e hidrografía, aunque desafortunadamente no incluye la zona del Parime-Blanco (el límite meridional queda justo encima); el del anglo-holándes John Gabriel Stedman (1793) que recuerda en su aspecto general a los de D´Anville, Bellin y Bonne (más sencillo y limitado); el de Vaugondy, corregido por De Lamarche (en 1795), sobre Tierra Firme, Perú y Brasil, con la laguna típicamente cuadrangular; y, el de Francisco Requena reflejando una buena parte del territorio suramericano (1796), como consecuencia de los ajustes del último tratado de límites, que evidencia un excelente desarrollo hidrográfico, pero con el arcaísmo de la típica laguna cuadrangular. Es muy posible que el creciente desinterés de la corte francesa, respecto a su plan de poblamiento de la Guayana, tuviera que ver con las dificultades estratégicas para su desarrollo y a su falta de actualización cartográfica para poder hacerlo efectivo.

Mención aparte merece la modesta pero muy interesante obra cartográfica de Inciarte; precisamente fruto de su etapa como gobernador de la Guayana fue su pequeña colección de cartas de diversos tramos del Orinoco, así como su curioso Mapa del territorio comprendido entre la desembocadura del Orinoco y el Esequibo[124], un ejemplar sencillo pero cuidado en su reflejo de los caños intermedios, con escala de leguas y una cartela explicativa.


Entre la pervivencia del mito y su desaparición. La cartografía de las primeras décadas del XIX

Aún se mantuvo latente la sugestión de la laguna en la producción geográfica española durante un tiempo, como se observa en la referencia del Diccionario Geográfico de Alcedo[125] (publicado entre 1786 y 1789), y en el volumen sobre geografía moderna de la edición española de  la Enciclopedia Metódica[126] (1792), que contienen información contradictoria.

Así, es evidente que aunque en el cambio de centuria la producción cartográfica se caracterizó por haber alcanzado un notable grado de rigor y precisión, durante un tiempo, el mito sobre la supuesta existencia de la laguna Parime convivió con la realidad respecto a su ausencia. El conocimiento más científico sobre el extenso territorio  de la Guayana se vio favorecido –aunque indirectamente- por la expedición de Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland, con excelentes resultados multidisciplinares (Botánica, Geografía, Etnografía); entre los apuntes y las observaciones del sabio prusiano destacamos una idea (el río Parime, reforzado por las crecidas del Caroní o el Rupununi, daría lugar a la ilusión de la famosa laguna) y dos interesantes desarrollos cartográficos: su apunte sobre el curso del río Negro y el Blanco (1800), muy esquemático (señalando hasta Mucayaí –Mocajahi- y San Joaquín), y el relativo al curso completo del Orinoco (1800), realmente minucioso y situando en el alto Blanco (Mao) el cerro Acucuamo (Ucucuamo) rotulado como Dorado holandés. Humboldt hizo un planteamiento crítico de los posibles dorados y sus excrecencias geográficas, y aunque en su época se había reconocido una buena parte del territorio sin encontrar indicios, en el caso del Dorado de la laguna Parime, todavía después de 1776 muchos mapas sobre Suramérica lo situaban entre los llanos y el Amazonas, en un vasto entramado hidrográfico entre los brazos del Esequibo y el Blanco. El propio Humboldt señalaba que la fábula del Dorado había experimentado una proyección en el tiempo y en el espacio como “aquellos mithos de la Antigüedad que, viajando de país en país, han sido adaptados sucesivamente en diferentes localidades”[127]. Por otro lado, debía buscarse su origen último en un fundamento real: la tradición del cacique dorado, basada en una costumbre indígena[128].

Todavía varios mapas de la década 1810-1820 señalaban el emplazamiento de la supuesta laguna: citaremos como muy representativos los casos de John Pinkerton (The Caracas, 1810), Aaron Arrowsmith (Government of Caracas with Guiana, 1812),  Matthew Carey (Map of the Caracas, 1814) y John Thomson (Caracas and Guiana, 1817); todos ellos tienen una Parime –rotulada Parima- que recuerda el clásico diseño cuadrangular de la época de Cruz Cano. En cambio, en ejemplares cartográficos de los años 1827-1830, observamos los primeros casos de ausencia de la laguna Parime: tales son los mapas de Philippe Vandermaelen (Partie de la Colombie, nº 6, 1827), Sidney Hall (Colombia, 1828), Alexandre Lapie (Carte de Colombie et des Guyanes, 1828), Ramón Alalern (Mapa de la Nueva Granada y Caracas, 1830), y John Grigg (Colombia and Guiana, 1830); tienen en común un correcto desarrollo hidrográfico del Blanco y sus afluentes.

El profundo cambio de mentalidad y el triunfo del espíritu científico acabaron por desterrar los vestigios del mito, desapareciendo las alusiones a la Parime.

Consideraciones finales

Una vez terminada nuestra investigación, podemos señalar diversos aspectos reseñables a modo de conclusión. En primer lugar, constatamos que el mito de El Dorado, la ciudad de Manoa y la laguna Parime constituyó uno de los de más amplia difusión en la cartografía internacional y –dentro del mundo americano- el de mayor pervivencia en el tiempo (casi trescientos años de vigencia en sus referencias geográficas y algo más de doscientos en su representación en los mapas). Por otro lado, se trató de un deslumbramiento y una atracción móvil, puesto que si bien el mito fue acuñado en el altiplano colombiano, en la época de la conquista española, pronto traspasó aquel territorio, extendiéndose hacia el sureste por el ámbito amazónico y hacia el este, por un doble espacio, la cuenca del Orinoco y la zona interior de la Guayana, donde pervivió con notable longevidad, en un área conflictiva (por ser de contacto entre portugueses, españoles y holandeses). Tanto en las exploraciones emprendidas para su descubrimiento, como en los desarrollos cartográficos elaborados durante una larga etapa, dicho mito acusó una de las características más peculiares de la mentalidad europea respecto a otros continentes (particularmente el hasta poco antes desconocido y, a medida que era reconocido y asimilado, fascinante y fabuloso mundo americano): el problema de comprender, adaptar y/o reflejar aspectos o realidades concretas de ese nuevo mundo, según los patrones ideológicos europeos de la época (deudores, durante largo tiempo, de las ideas y sugestiones creadas o alimentadas a lo largo de la Antigüedad y la Edad Media y que alcanzaron su punto culminante a fines del siglo XV y durante el XVI), con esa extraña convivencia entre el nuevo espíritu crítico y científico, propio del Renacimiento –del que hacían gala los hombres de letras-, y la creencia en todo tipo de mitos, leyendas y “anomalías-normales” –por parte de la gran masa de la población, imbuida de lo real-maravilloso- que, una vez instalados en el imaginario de la época, manifestaron en algunos casos –como el de la laguna Parime- una larga capacidad de pervivencia. Podemos constatar que esos peculiares eclecticismos mentales tuvieron su reflejo en la geografía y la cartografía de la Edad Moderna (siendo evidente su larga convivencia) y, en el ejemplo que nos ocupa –la laguna Parime- el mito no comenzó a desvanecerse –lentamente- hasta la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la imposición del espíritu ilustrado (en las ciencias, la percepción antropológica y la del medio físico) y las necesidades de los estados modernos implicaron una revitalización de los conocimientos geográficos para una mejor comprensión de la realidad espacial y territorial, con vistas a defender con mayor eficacia los intereses políticos de las potencias europeas (particularmente sus actuaciones en territorio americano).

En la medida en que las diversas expediciones contribuyeron a que la geografía revelara sus secretos, fueron diluyéndose las antiguas sugestiones, arraigadas algunas durante largo tiempo: tal fue el caso de la laguna Parime, donde hemos constatado que en su etapa final –en los desarrollos cartográficos- la realidad convivió con el mito durante cuatro décadas –tan larga y fuerte había sido la sugestión-, antes de que éste fuera definitivamente arrumbado (desapareciendo de los mapas).

Por último, señalemos que el progresivo conocimiento del espacio geográfico situado al sur de la Sierra Pacaraíma permitió esclarecer la realidad sobre la teórica laguna: eran las crecidas estacionales de diversos afluentes del río Blanco las que habían posibilitado el mantenimiento –y la alimentación- del mito del Parime Lacus (o laguna Parime), consecuentemente, fueron las expediciones españolas –enviadas desde la capital de la Guayana- de los años 1770 y 1780 las que proporcionaron una adecuada familiarización con la cuenca hidrográfica del norte del río Blanco, estableciéndose así una doble distinción entre el Mao-Tacutu y el Cottingo-Mayarí-Parima que, una vez juntados en el último, darían lugar al Blanco. 

 Notas

[1] Vid. Zapata, 1963

[2] Ramos, 1973, p. 376-377, perfila adecuadamente aquel universo mental al considerar: “Contrariamente a lo que nosotros podemos suponer, no les era tan fácil a los hombres del siglo XVI asumir novedades y aceptarlas como impensables, sin más … Vivían sumergidos en una aventura telúrica, cuya meta fundamental y verdaderamente cierta era la fama y la altura o dimensión de los hechos. La gloria de los héroes antiguos, de la que se alimentaba la época, como las descomunales empresas de los protagonistas de las novelas de aventuras … les impelía a buscar un puesto … como hombres del Renacimiento que eran … esas novedades ininteligibles con las que tropezaban … nunca oídas … les inclinaban a reducirlas o asimilarlas a los esquemas previos, a los que no les era tan fácil renunciar … la realidad americana … tuvo la virtud de rejuvenecer las fantasías míticas atribuidas al mundo que habían perdido [Asia], al permitirles pensar en algo semejante … La predisposición mítica, venía a ser, así, por un lado, el cauce de esa sospecha de realidad que, de alguna manera, forzosamente tenía que encajar con lo previsto”.

[3] Ramos, 1962, p. 5-21 y Gil, 1989, p. 28-30, inciden en tal hecho

[4] Ramos, 1962, p. 18

[5] Castellanos, 1944, parte III, elegía a Benalcázar, canto II, estrofas 37-39; Simón, 1963, vol. I, 2ª noticia, cap. VII, p. 122 y 3ª noticia, cap. IX, p. 261; Rodríguez Freyle, 1985, cap. II, p. 67-68; por su parte Fernández de Piedrahita, 1973, vol. I, cap. III, p. 309, hace una mínima alusión al descubrimiento del Dorado y la Casa del Sol, noticia ya divulgada en el reino

[6] Ramos, 1973, p. 290

[7] Gil, 1989, p. 65-66

[8] Es bien expresiva la descripción de Rodríguez Freyle, 1985, p. 67-68: “desnudaban al heredero en carnes vivas y lo untaban con una tiera pegajosa y lo espolvoreaban con oro en polvo y molido de tal manera  que iba cubierto todo de este metal … Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro que llevaba a los pies en el medio de la laguna … con la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba reconocido por señor príncipe”

[9] Resulta interesente la visión de Ocampo, 1979, p. 15-39 (corregida y aumentada en 1998, p. 33-71)

[10] Es bien significativo que en ese sentido Ramos, 1973, p. 379, distingue entre lo que denomina factores-indicio y predisposiciones míticas

[11] Vid. Ramos, 1973, p. 143-153 y 1972, p. 44; también Gil, 1989, p. 163-165

[12] Ramos, 1973, p. 439-440 y Gil, 1989, p. 72-73

[13] Se trata de una etapa a la que Ramos, 1973, dedica un capítulo, titulado El Neodoradismo de la segunda mitad del siglo XVI y los dorados de supervivencia, p. 447-462

[14] Gil, 1989, p. 104-107, analizando el segundo intento de Quesada expone que “en esta competición insensata las ideas geográficas brillaban por su ausencia, ya que mal podía dejar de superponerse la gobernación de unos y de otros que, bajo nombre distinto, perseguían el mismo objetivo”, refiriéndose a la competencia entre Quesada, Serpa y Silva

[15] La bibliografía sobre el personaje es abundante; por citar sólo algunas obras vid. Arciniegas, 1969; Friede, 1979; Ballesteros, 1987

[16] Ramos, 1973, p. 459-460

[17] Alega Ramos, 1973, p. 460, que como había superado el ámbito de su gobernación, Berrío se valió de una curiosa argumentación: hacer al Pauto cabecera del Orinoco e identificar al Papamene como una del Amazonas; así convertía el espacio entre Pauto y Papamene en el territorio entre Orinoco y Amazonas. También Gil, 1989, p. 144-145 refleja esa idea

[18] Gil, 1989, p. 140-141, nota 576, ofrece una explicación del nombre

[19] Sobre la figura de Berrío y su empresa americana vid. Ojer, 1960, y Mosácula, 1994

[20] Para una visión de los indios caribes y sus relaciones con los europeos, Whitehead, 1988

[21] Gil, 1989, p. 144: “el Dorado no era una vieja designación de una tierra indígena, sino que la provincia se llamaba así por los tesoros guardados en su suelo ubérrimo”. Para lo relativo al mito vid. también Bayle, 1943 y Ruiz, 1959

[22] Gil, 1989, p. 144

[23] Gil, 1989, p. 148: “El pasmo hiere la fantasía de los artistas, que en el mapa de De Bry (1599) graban, junto a las amazonas, unos seres acéfalos como los blemies de Plinio”

[24] Quinn, 1962, p. 164, piensa que fue en 1584 cuando Raleigh comenzó a fijar su atención sobre el espacio costero orinoqueño-amazónico

[25] Un buen resumen de esa etapa en Ramos, 1973, p. 480-493

[26] Vid. Ramos, 1976, cap. XI, p. 353-372

[27] Gil, 1989, p. 150-152

[28] Para una visión de la situación étnica, los cacicazgos, el uso de los metales dorados y su valor simbólico en las prácticas nativas, la codicia de los europeos y la difusión de los mitos (amazonas, acéfalos, caníbales, influencia inca, etc) vid. Whitehead, 2009

[29] Respecto al Discovery vid. la traducción de Betty Moore, con notas de Ramos, en Ramos, 1973, p. 499-642; también Whitehead, 1997

[30] Gil, 1989, p. 143

[31] “y por aquí está lo que dicen el dorado”, el ejemplar se conserva en el Archivo Histórico Nacional, Madrid, signatura 82

[32] Atribuido al propio Raleigh, se conserva un ejemplar en el British Museum, Londres, Manuscripts and Charts, Add. 17940 a/648

[33] Se conserva en el Archivo General de Simancas, Mapas, Planos y Dibujos, 4. 56

[34]Nous ne toucherons poynt sur autre reste hormis l´ysle de forteuenture insques que nous verrons au cap de north

[35] Constituido por los actuales estados venezolanos Amazonas, Bolívar y Delta Amacuro, más una porción indefinida en torno al Esequibo

[36] Gil, 1989, p. 180, expone que de nuevo comenzaba a rondar por la cabeza el fantasma del Dorado

[37] Vid. Gumilla, 1944 y Ramos, 1976, p. 541-556

[38] Ramos, 1976, p. 571-596, plantea que un mapa sin identificar del Orinoco sirvió de referencia al de Gumilla

[39] El original se conserva en el Museo Naval de Madrid, mapas de Guayana

[40] Sobre la aportación de los jesuitas al desarrollo y conocimiento del territorio vid. Barandiarán, 1992, p. 129-360

[41] También Gumilla, 1944, parte I, cap. XXIV, advirtió del peligro de la vecindad portuguesa “en el Marañón” y su avance hacia el Orinoco. Respecto a la errónea apreciación del curso del río Negro y sus afluentes, por parte española, vid. Ramos, 1961, p. 13-37

[42] El propio Román compuso un mapa –hoy desaparecido- para ilustrar su viaje, por lo que resulta razonable pensar que el de Rotella es una copia de Román o, al menos, recoge significativamente los detalles aportados por éste. Algunas ideas sobre el viaje de Román en Ramos, 1976, p. 587-588 y Gilij, 1965, vol. 71, libro I, cap. V, p. 56

[43] Según Ojer exagerada, quizás, para remarcar su independencia del mundo andino; Ojer, 1962, p. 489-491

[44] Lo sorprendente es que pocos años antes (1739) Nicolas Horstman había remontado el Esequibo y el Rupununi y tras pasar por la laguna Amucu, navegó por el río Blanco hasta el Amazonas; con ello demostró que no había comunicación directa entre el Esequibo y la laguna Parime. La Condamine supo de aquel viaje, pues en su luego conocida relación del suyo por la América Meridional (1745) confirma que Horstman le entregó un extracto de su diario y una copia del mapa (Carte de la Route de Nicolas Horstman …) que se conserva en Archives Nationales, París, signature C. 10929. Curiosamente, en un mapa de Storm Van´s Gravensande –gobernador de la Guayana holandesa-, de 1750, sobre el territorio situado entre el Orinoco y el Esequibo, se sigue el planteamiento de Rotella, de comunicación entre el Esequibo y la Parime, a través de los ríos Mazaruni y Cajouni (Cuyuni), insinuando un tercer brazo, y trazando un camino entre la misión de Groteval (en la orilla del Orinoco) y la laguna, con un letrero que dice –traducido- “camino para el descubrimiento de los españoles en el año 1747”; el ejemplar está custodiado en el Algemeen Rijksarchief, La Haya, mapa nº 1496

[45] Al respecto vid. Ramos, 1976, p. 571-596

[46] Vid. Juan y Ulloa, 1972, cap. IV, p. 119 y sigts.

[47] Curiosamente, D´Anville cita como fuentes suyas a Simón, Gumilla, Horstman y La Condamine (es evidente que la influencia del primero sólo pudo ser teórica) y, sin embargo, no menciona a Rotella, pese a seguir en parte su planteamiento. Sabemos por Gilij, 1965, vol. 71, libro I, cap. IV, p. 53, que Gumilla se retractó de su error y preparaba la correspondiente enmienda para la ed. de 1749 del Orinoco Ilustrado –reflejando la comunicación Orinoco-río Negro a través del Casiquiare- cuando le sorprendió la muerte

[48] Respecto a su integración territorial vid. González Oropeza y Donís Ríos, 1989; también Morón, 1977

[49] Sobre el particular vid. Ramos, 1946 y Lucena Giraldo, 1995, p. 1611-1626

[50] Al respecto vid. Ramos, 1946 y Lucena Giraldo 1990, 1993 y 1997

[51] Lucena,  La última búsqueda … 1992, p. 68

[52] Gil, 1989, p. 182

[53] Gil, 1989, p. 183 lo elogia como el más grande desde los Berrío; Caulín, 1966, tomo II, p. 275 y Gilij, 1965, también lo encomiaron

[54] González del Campo, 1984, analiza su actuación; también Reja y Fistel Rojas, 1985, vol. 1, p. 297-306

[55] Esa sensibilidad aparece atestiguada en un mapa anónimo –realizado por un misionero franciscano reformado, en 1770- donde se señalaban las diversas misiones capuchinas situadas entre el Orinoco, Paragua, Caroní y varios ríos menores hacia Levante. No olvidemos que los misioneros catalanes ya habían fundado una misión en el Cuyuni, con indios guaicas, y en 1758 fray Benito de la Garriga dirigió una expedición evangelizadora al Rupununi, vid. Donís, 1987, p. 118

[56] Gil, 1989, p. 183-184, señala el contraste entre los capuchinos y los miembros de otras órdenes que, una vez expulsados los jesuitas, no opusieron resistencia a los planes de Centurión; incluso los franciscanos recibieron con alegría las noticias sobre las diversas exploraciones realizadas en Guayana

[57] Vid. Lucena,  La última búsqueda,  1992, p. 70, donde plantea “la manifiesta incompatibilidad entre las misiones, sólidamente apoyadas en la legislación aislacionista respecto a los indios proveniente del siglo XVI, y el proyecto regalista, laico, aculturador y mestizante de Centurión”; también Amodio, 1995, p. 71 expone la fractura ideológica: “dos visiones del mundo americano (civil y religiosa) se contraponen … Centurión, dedicado a organizar un poder civil y militar en Guayana … Los misioneros … rechazan el control civil sobre las misiones … reacios a pagar los diezmos impuestos”. Sobre el conflicto con los capuchinos vid. Carrocera, 1979, tomo II, p. 122, 125, 136, 137, 139-141, 197 y 198; también del mismo autor 1972, tomo I, p. 189, 191-195 y tomo III, p. 122, 125 y 136

[58] Lucena, La última búsqueda, 1992, p. 69-70, argumenta que la frontera poblada tenía por objeto “el mantenimiento de una red de establecimientos fijos como garantía de una verdadera posesión del territorio por los españoles”

[59] Gil, 1989, p. 184; Lucena, La última búsqueda, 1992, p. 71; Amodio, 1995, p. 71

[60] Es lo que Amodio, 1995, p. 75, y Lucena, La última búsqueda, 1992, p. 72, denominan el “proyecto Parime”; el primero en ocuparse del tema fue Febres, 1946, p. 26-44; luego siguieron P. Vila, 1958, p. 21-27; M. A. Vila, 1964, p. 100-120; y Goodman, 1975, p. 23-30

[61] Amodio, 1995, p. 72

[62] Lucena, La última búsqueda, p. 72, cita el caso del segundo comisario de la Expedición de Límites Eugenio de Alvarado, autor de unos Apuntes sobre la Fábula de El Dorado

[63] Carrocera, 1979, p. 372

[64] Vid. Civrieux, 1976, p. 875-1021

[65] Lucena, La última búsqueda, p. 74

[66] Caulín, 1966, vol. I, p. 105

[67] Amodio, 1995, p. 75

[68] Archivo General de Simancas, Secretaría del Despacho de Guerra (Guerra Moderna), leg. 7166, 2 (en lo sucesivo AGS, GM). Carta de Centurión al virrey de Nueva Granada (Pedro Mesía de la Cerda), Guayana (Angostura), 3 de noviembre de 1770

[69] Archivo General de Indias, Mapas y Planos, Venezuela, 162 (en lo sucesivo AGI, MP), Plano General de la Provincia de Guayana actualizado a 31 de diciembre de 1770, hay otro anterior (158) actualizado a 5 de abril

[70] El nombre oficial de la nueva capital sería Santo Tomás de la Nueva Guayana de la Angostura, siendo conocida como Angostura, si bien Centurión al datar sus documentos escribe Guayana

[71] Tal fue el caso de Caulín quien se vio en la precisión de introducir algunas enmiendas en su texto primitivo (modificando las distancias de diferentes lugares respecto a la capital)

[72] AGI, Caracas, 137, f. 228r. Respuesta del virrey a Centurión, animándolo a cortar el avance portugués, al mismo tiempo que comunicaba no poder auxiliarlo económicamente, ante las penurias del erario, Santa Fe, 7 de marzo de 1771

[73] AGS, GM, 7166, 2. Oficio de Centurión al Secretario de Estado de Indias, Julián de Arriaga. Guayana (Angostura), 28 de diciembre de 1771 (también en AGI, Caracas, 137, f. 225 ss.); el gobernador lo describe como “un zerro alto … que, cuando lo hiere el sol con sus rayos, relumbra tanto que no se le puede mirar sin ofender la vista”

[74] AGS, GM, 7166, 2. Centurión a Arriaga, Guayana, 28 de diciembre de 1771

[75] Idem. Instrucciones de Centurión a Martínez, Guayana, 20 de diciembre de 1771

[76] Centurión hablaba de fiebres epidémicas; tanto Amodio, 1995, p. 81, como Lucena, La última búsqueda, p, 77, señalan que quizá por la época del año en que se realizó la expedición (estación seca) o debido a las dificultades del terreno

[77] AGS, GM, 7166, 2. Informe de Centurión a Arriaga, Guayana,  30 de diciembre de 1772, donde explicaba las penalidades de la expedición “hubiera perecido ayslada, y sin víveres, en un desierto impenetrable y tan exausto que ni pesca, ni caza, ni fruta, ni raízes, ni otro alimento alguno había para sustento de la gente”

[78] Ibidem. Centurión denunciaba “una entrada, con el mismo objeto, sin permiso ni consentimiento mío”. Vid. Carrocera, 1979, vol. II, p. 178; sobre la expedición, Armellada, 1960, p. 118-142

[79] Fruto de las noticias de aquel viaje y los apuntes tomados fue el mapa compuesto varios años después (1779) por fray Carlos de Barcelona, reflejando las primeras noticias sobre el hoy famoso cerro Auyán Tepuy

[80] AGS, GM, 7166, 2. Informe de Centurión a Arriaga, Guayana,  30 de diciembre de 1772

[81] Amodio, 1995, p. 81-82 y Lucena, La última búsqueda, 1992, p. 79

[82] AGS, GM, 7166, 2. Copia de un informe de Centurión, Guayana, 25 de septiembre de 1774

[83] Las tres nuevas poblaciones aparecen señaladas en el denominado Mapa de las Guayanas y región del Parime, entre el Orinoco, Amazonas y Negro (1775 o 1776), en AGI, MP, Venezuela, nº 183 (copia quizá de uno de Díez de la Fuente o de Centurión)

[84] Se trata del titulado Mapa que manifiesta el verdadero curso del famoso Río Orinoco desde sus orígenes en las serranías llamadas Parima y Gran Laguna de Parime hasta su desembocadura, que Ojer atribuye al propio Díez de la Fuente, si bien en 1773, siendo más correcto fecharlo en 1774

[85] Diez años antes fue encargado por el Marqués de Grimaldi de elaborar el mapa de América del Sur, para lo cual empleó los mapas disponibles en la Secretaría de Estado, el Consejo de Indias y otros ejemplares; aunque el resultado final fue notable, se prohibió su impresión alegándose su supuesta mala calidad; en realidad se pensó que los datos reflejados afectarían desfavorablemente a los intereses hispanos en el Tratado de San Ildefonso, firmado en 1777 con Portugal, en el espinoso tema de los límites

[86] De ahí las diferencias evidentes entre el ejemplar de Cruz Cano y el de Surville, quien pocos años después tuvo acceso inmediato a las novedades experimentadas en el conocimiento de la Guayana

[87] Para todo lo relativo a las apetencias portuguesas y francesas en Guayana, vid. Cal, 1979; también (y en lo referente a la cartografía) Ojer, 1966, y Donís, 1997

[88] Amodio, 1995, p. 86

[89] Lucena, La última búsqueda, 1992, p. 82, nota 50

[90] AGS, Estado, 7142. Carta de Vicente Díez de la Fuente a Centurión, Ciudad Guirior, 3 de julio de 1776. Reproducida por Ramos, 1973, p. 681-683

[91] Idem. Comunicación de Centurión a Gálvez, Guayana, 27 de julio de 1776; acompañaba un informe de Vicente Díez explicando lo sucedido. Vid. Amodio, 1995, p. 89-91

[92] AGI, Caracas, 137, f. 576. Carta de Centurión del 27 de julio de 1776

[93] Este ejemplar y el de Perelló se conservan en el Archivo del Servicio Histórico del Ejército, Madrid

[94] AGI, Caracas, 445. Carta del capitán Antonio Barreto al gobernador de Barcelos, 30 de octubre de 1776. Los portugueses no aceptaron las reclamaciones ni las propuestas de Centurión, alegando que tenían la posesión sobre el río Branco y sus afluentes desde 1725. Vid. Perera, 2006, p. 299

[95] Lucena, La última búsqueda, 1992, p. 83-84

[96] Amodio, 1995, p. 92-93

[97] Cal, 1979, p. 53-54

[98] AGS, Estado, 7142. Comunicación cifrada de Aranda a Grimaldi; AGS, GM, 7305-1. Carta cifrada de Aranda a Grimaldi, Marly, 14 de junio de 1776

[99] AGS, GM, 7305-1. Notificación de Grimaldi a Gálvez, San Ildefonso 16 de octubre de 1776 (adjuntando copia de la carta de Aranda, firmada en París el 7 de septiembre de 1776), y respuesta fechada en San Lorenzo el 17 de octubre (y otra el 25)

[100] Idem. Notificaciones de Gálvez a Flórez,  San Lorenzo, 27 y 30 de octubre de 1776

[101] Idem. Orden del Virrey al Gobernador, Santa Fe, 21 de febrero de 1777

[102] Idem. Conocido como el Plan de Defensa de la provincia de Guayana, fue firmado el 15 de marzo de 1777. Vid. Cal, 1979, p. 30 y 41, también Ramos, 1976, p. 747-750

[103] Idem. Carta de Flórez a Gálvez, Santa Fe, 28 de febrero de 1777

[104] Idem. Carta de Crame a Gálvez, isla Margarita, 28 de Mayo de 1777

[105] Una copia de la versión de 1778 se conserva en AGI, MP, Venezuela, 189. Mapa corogeográfico de la Nueva Andalucía, provincias de Cumaná y Guayana, vertientes del Orinoco …

[106] Caulín, 1779. Alejado de las fuentes, y entregado a sus preocupaciones apostólicas y sus obligaciones como provincial, apenas pudo Caulín dedicar un mes a las correcciones y adiciones de su obra, con lo que el texto produce al lector la impresión de un cierto desfase respecto al mapa (actualizado, de Surville) que lo acompañaba

[107] Cal, 1979, p. 49 y Lucena, 1991, p. 249-276

[108] Sanz, 1995, p. 1682-1685

[109] Amodio, 1995, p. 96-97

[110] AGS, GM, 7305-1. Órdenes de Gálvez al gobernador de Caracas (Luis de Unzaga), al intendente (José Ábalos) y al gobernador de Guayana (Antonio de Pereda), San Lorenzo, 20 de octubre de 1778

[111] Idem. Carta de Ábalos a Gálvez, Caracas, 23 de diciembre de 1778

[112] Desde la Corte se aprobó la fundación de un pueblo, con irlandeses católicos. AGS, GM, 7305-1. Órdenes de Gálvez al intendente, Aranjuez, 13 de abril de 1779. Las demás medidas propuestas no llegaron a fructificar.  En realidad, Ábalos pensaba que era más urgente poblar la región del Pomerún (entre el Orinoco y el Esequibo), puesto que no había enclaves españoles en la amplia franja costera incluida entre ambos ríos, y deseaba establecer una red de pueblos que permitiera asegurar la posesión del territorio; vid. Lucena, Exploración y poblamiento, 1992, p. 61

[113] Caulín, 1966, tomo I, cap. XI, p. 297, alusión a la laguna y el cerro “Acuquamo cubierto de unas arenas y piedras, que relumbran como el oro, e indican ricos minerales de este metal en las entrañas”

[114] Gilij era un buen conocedor del ámbito orinoqueño-amazónico, pues realizó diversos reconocimientos y estudios étnico-lingüísticos -antes de la expulsión de su orden de América en 1767-, que le permitieron publicar en 1780, en Roma, su Saggio di Storia Americana, Storia Naturale, Civile e Sacra de regni, e delle provincia Spagnuole di Terra-ferma nell´America, donde incluyó una deficiente copia del mapa de Caulín (Surville) y una versión original del curso del Orinoco

[115] AGS, GM, 7305-1. Misiva de Ábalos a Inciarte, Caracas, 22 de marzo de 1779. Los capuchinos catalanes ofrecían ayudar a la instalación de colonos con la cesión de ganado; también las autoridades de Margarita, Cumaná y Trinidad deseaban aportar algunas familias católicas italianas y alemanas, para poblar la Guayana oriental

[116] Idem. Carta de Pereda a Gálvez, Guayana, 27 de mayo de 1779

[117] Donís Ríos, 1987, incide en la escasa información cartográfica, así como la aportación francesa y holandesa

[118] AGS, GM, 7305-1. Órdenes de Gálvez, San Ildefonso, 1 de octubre de 1780

[119] Idem. Se trata de las expuestas por el intendente a Gálvez en su carta, fechada en Caracas, el 25 de noviembre de 1779: levantar dos pequeños fuertes de contención, uno para proteger el pueblo que se fundase inmediato a la ensenada del pequeño río o quebrada de Moruca (a distancia de ¼ legua de la posta avanzada de los holandeses de Esequibo), y el segundo en la misma ensenada, para impedir el paso de embarcaciones y expulsar a los holandeses de la citada posta

[120] Así lo reconoció el propio Ábalos en su carta a Gálvez, AGS, GM, 7305-1, Caracas, 2 de agosto de 1781, argumentando que mientras durara el conflicto encargaría a Inciarte tareas de corso y guardacostas

[121] AGS, GM, 7305-1. Extracto de una carta de Saavedra a Gálvez, Caracas, 1 de febrero de 1784

[122] Idem. En un extracto del proyecto poblador, sin firma ni destinatario, fechado el 9 de diciembre de 1786, que aparece intitulado como Despacho Inciarte, hay una nota al margen: “No tuvo esta empresa el éxito que se esperaba. En varios tiempos ha hecho la Francia extraordinarios esfuerzos para que florezcan la Guayana y Cayenne, pero todos han sido inútiles. Últimamente ha permitido su comercio a los extraños”

[123] Se encuentra en el Archivo de la Corona de Aragón, Barcelona, Monacales, Universidad, 57, vol. 2, fols. 381-382

[124] Se conserva en el Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, carpeta Venezuela-Guayana, 61

[125] Alcedo, 1967, tomo III, p. 134: “Lago grandísimo de la provincia del Dorado, es un depósito de agua de infinitos ríos … algunos autores modernos quieren que sea fabuloso e imaginario, pero según las últimas y más seguras observaciones es seguro y existente; su extensión no está conocida …”

[126] Arribas y Velasco, 1792, tomo III, p. 392: “lago grande de América, situado directamente debajo del Ecuador. Se extiende del E al O, y ni recibe, ni mana ríos algunos”

[127] Humboldt, vol. IV, p. 38

[128] Ibidem, p. 68: “Sobre las orillas del Caura y en otros puntos salvajes de la Guayana, en que la pintura del cuerpo suple al tatuaje, los indígenas se untan con grasa de tortuga; se encolan la piel con pepitas de mica resplandecientes como el metálico blanco de plata y el encarnado de cobre; y cuando se les mira de lejos se cree que llevan vestidos con galones”


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© Copyright Jesús María Porro, 2013.
© Copyright Biblio3W, 2013.

 

Ficha bibliográfica:

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