Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVIII, nº 1049(18), 15 de noviembre de
2013
[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]


EL PUERTO DE LOS OTROS

Esther Almagro
Fotógrafa


Palabras clave: inmigración, homeless, entrevistas

Key words: inmigration, homeless, interviews



 

Plaça de la Mercè, la casa de Mit

Mit es marroquí, pero su pelo largo y grasiento y sus facciones tan marcadas lo disimulan. Vive, literalmente, en la plaça de la Mercè, y duerme, literalmente, en el Maremagnum. Cada día se levanta y camina hasta la plaza, despacio porque su pie izquierdo está mal. Mit está esperando una subvención de Marruecos para poderse operar la úlcera del pie. Él no se mete con nadie y tampoco le gusta que se metan con él. Así que, cuando un grupo de drogadictos, invaden la plaza a primera hora de la mañana armando jaleo, Mit los ignora y sigue leyendo su único libro, un libro de western, que lee y relee como si fuera su biblia. Un chico del grupo se acerca a Mit, y le pide fuego con cierta sorna. Mit le responde con precaución, como perro viejo que es, y le da fuego, pero le advierte que deben dejarle en paz.

- ¿Y si no? ¿Qué vas a hacer? – le dice el chico
- Tú déjame en paz y métete en lo tuyo.

Cuando por fin se va, le pregunto:

- ¿Qué vas a hacer si se vuelven a meter contigo?
- Lo que hago siempre, me iré a otro lugar.

Estoy segura de que a Mit no le gustaría nada que esté contando su vida, así que dejaré de hablar de él. Pero esta introducción era imprescindible para contar mi historia.

Mi amigo Ludo vive cerca de allí, en la calle Nou de Sant Francesc. Me cuenta que para él, esta plaza es un sitio anónimo, un sitio de paso, una especie de espacio abierto donde no pasa nada. La acción está en las calles aledañas. Uno puede pasar por plaça de la Mercè y no darse ni cuenta. Es extraño. A él le gusta pasar por allí cuando va en bici, porque de repente se abre la calle y puede dejar la mano del manillar e ir suelto, como sobrevolando la plaza. Pero dura sólo dos segundos. Una brecha entre los callejones. Un espacio abierto donde se abre el horizonte pero por alguna razón no te paras a disfrutarlo.

Cuando escuchaba a Ludo, me imaginaba cómo conseguir plasmar sus sensaciones en una foto. Y probablemente no lo he conseguido. Porqué para mí ese sitio ya no es un sitio de paso, como me explicó Ludo. Para mi, la plaça de la Mercè es la casa de Mit.

 

 

Plaça del Duc de Medinaceli, la plaza vacía

Hay una silla en la plaça del Duc de Medinaceli, justo al lado del monumento de hierro fundido erigido al almirante Galcerán Marquet, que tiene sombra casi todo el día. En mis visitas al barrio, me gusta sentarme allí y observar qué pasa. Miro hacia el interior, hacia el carrer Ample, y veo el paisaje decadente de un edificio derruido, donde sólo queda la fachada. Ese edificio acabará siendo un hotel, los trámites del convenio de compra ya están iniciados. Abajo, en los bancos de enfrente del edificio, los borrachos de la plaza charlan animadamente. Un ciclista con camiseta roja y la palabra “Voluntari” escrita en letras grandes y blancas se para a su lado. Es miembro de una ONG de apoyo a drogadictos. Ya se conocen de otras veces. Giro la cabeza y miro hacia el mar, pero no lo veo. Veo un paso de cebra que atraviesa los tres o cuatro carriles de circulación. Al final, los transeúntes del Paseo Colón y los mástiles de las embarcaciones de recreo. Tengo una sensación agradable de falsa protección, de cobijo frente a todo el alboroto del paseo. Ésta es una extraña plaza, aparentemente carente de vida. La colocación de las sillas está estratégicamente pensada para que la interrelación entre personas sea prácticamente imposible. Enfrente mío, también sentado como yo, un hombre mayor. Lleva pantalones de pijama azul, un bastón y zapatillas rojas. Es uno de los pocos vecinos que he visto disfrutar de la plaza y me dan ganas de conversar con él, pero me decido tarde. Mientras me acerco, él se levanta y le abordo en su caminar. Me da largas. Me vuelvo a sentar y repaso las fotos que acabo de tomar. Mientras, escucho el agua caer en el estanque donde reposa el monumento. De pronto, tres niños exageradamente rubios entran corriendo desde el paseo en dirección a la columna de hierro fundido. Tocan el agua, gritan y se suben al borde del estanque. Su madre llega detrás de ellos, cámara en mano, y toma la foto de rigor, mientras los niños posan sonrientes.

Cuando le pregunté a mi amigo Ludo su opinión sobre esta plaza, me contó que, literalmente:

- Esa plaza es una mierda, siempre hay unos borrachos allí. Sólo voy para reciclar y para llegar al Paseo Colón.

Conocí a Ludo en un postgrado de Cooperación Internacional. Es un tío dinámico, activo, con ganas de juntar a la gente y hacer planes. Le gusta vivir en el centro, le acerca a la vida nocturna y está a gusto allí. Cuando yo le conocí, trabajaba en una multinacional francesa como economista. Dejó su trabajo y viajó por el mundo. Ahora ha vuelto a Barcelona y trabaja en una ONG empoderando a inmigrantes para construir su propio negocio. Ludo tiene una sensibilidad especial por su barrio, y eso se nota. Sabe apreciar los detalles de la zona donde vive, y disfruta de ellos, de los rincones que ha descubierto con los años. Así que si esa plaza no le gusta es porqué realmente está vacía.

Fig2

 

Plaça Joaquim Xirau, el lavabo de los guiris

De entre los rincones que Ludo me ha recomendado, está la plaza Joaquim Xirau. Es una plaza por la que había pasado, pero que no conocía. Ludo me cuenta que pasa por allí cada día para ir al trabajo. Por las mañana, a primera hora, siempre hay jóvenes turistas borrachos armando jaleo. Por la tarde, cuando vuelve, el parque está lleno de niños. Me cuenta que, yendo para su casa, hay una terraza de tres mesas donde da el sol y se está tranquilo. Me siento allí y disfruto de la plaza y de su ambiente. El edificio que alberga el CAP, un bloque de viviendas de protección oficial, está lleno de carteles “Volem un barri digne”. Recuerdo que Ludo me habló del chicho de la papelería de la esquina, que vive de las impresiones de los trabajos de Elisava, la escuela de diseño de enfrente. Me levanto y me dirijo a charlar un rato con él. Por el camino, miro hacia la izquierda, y veo al fondo las arcadas del Passatge de la Pau. Pienso en lo bonitas que son y en lo dejadas que están. Entro. Marc, el chico de la papelería, está ocupado atendiendo a dos turistas que quieren imprimir sus tarjetas de embarque. Cuando acaban, le pregunto sobre la plaza. Es un hombre al que no hay que hacerle hablar, le salen las palabras como si fluyera un río de agua de su boca. Escucho su indignación, como va creciendo por momentos:

- Este barrio es una mierda, ya nadie quiere vivir aquí. Cada mañana abro la tienda y está lleno de mierda de los guiris que hacen botellón por las noches. –empieza a alterarse y su mirada se pierde en el infinito, sin atender a su público- Un día me encontré a un vagabundo durmiendo en la puerta. ¿Qué tengo que hacer? Este barrio es de los guiris y vagabundos.
- Entonces, ¿el turismo no te da dinero?
- ¿Dinero?- se ríe con sarcasmo- El turismo hace mucho daño al barrio. Hay dos tipos de turismo, el de crucero y el de low cost, de Ryan Air. El turismo de varios días, que vienen a hacer fiesta y botellón en las plazas y lo dejan todo hecho un asco. En la calle de al lado viven muchos indigentes, está lleno, se mean y dejan basura por todos lados. El turismo de crucero no hace tanto daño, se están un día y se van. Ese es el turismo del consumo y robo. Los turistas consumen, dan dinero a las tiendas. Y los rumanos y bosnios les roban.

Me despido de Marc con la sensación de que éste es un barrio sucio, dejado de la mano de Dios, y en el que me costaría vivir. El lavabo de los guiris e indigentes. Sin embargo, Ludo todavía es capaz de encontrar esos rincones del barrio que le compensan.

Fig3


El Moll de la Fusta, Barcelona vive de la imagen

El señor Esteve ha vivido toda su vida en el barrio de Santa Caterina. Ahora que ya está jubilado, cuando hace bueno, baja hasta el Moll de la Fusta y se sienta en un banco a tomar el sol. Yo lo conocí así, durmiendo bajo el sol, y cuando me acerqué a él, se pegó un susto de muerte. El señor Esteve me contó que el puerto de su infancia nada tenía que ver con el puerto de ahora. Él todavía se acuerda de cuando en el Moll de la Fusta se descargaba acero, madera, alimentos. Aquel lugar era zona comercial, un sitio de intercambio, de negocio, con mucha vida. A raíz de los Juegos Olímpicos del 92, todo ese paisaje cambió y abrieron la dársena a embarcaciones de recreo.

Me muevo hacia el Museo de Historia, y justo enfrente, está la dársena. Allí está casi cada día un chico senegalés que vende gafas de sol. Me siento a su lado y comenzamos una conversación sobre el futuro de aquel sitio. Le pido permiso para hacerle un retrato de su cara.

- ¿Por qué?
- Porqué me gusta tu cara. Y porqué eres un actor imprescindible en la dinámica humana del puerto. ¿Me dejas?
- No, no… - me sonríe y mira hacia otro sitio. – No es por esconder nada. No tengo nada que esconder. Vender esto es mi forma de vida. Me da igual que me saques. Pero no quiero que me hagas una foto.

Mientras contemplamos las obras de la dársena, le cuento que esos pilotes servirán para cubrir la mitad de la lámina de agua y levantar un edificio que tapará el mar. La otra mitad servirá para atraque de yates de lujo, armatostes tan altos como el futuro edificio, que taparan definitivamente el agua. Él asiente mientras hablo, y mira al infinito.

- ¿Qué te parecen esos cambios?

Me dedica una mirada de obviedad, como si le estuviera contando que la tierra es redonda, y me dice:

- Barcelona vive de la imagen. Es así.

En esa zona es donde más se evidencia la presencia de turismo. El chico senegalés lo sabe bien, y vive de ellos. Barcelona se ha construido una imagen y vive de ella, los comercios de la zona suben precios y también viven de ella. El señor Esteve toma el sol en el puerto, eso es gratis. Pero a la hora de comer vuelve a su barrio.

Pasa un coche de la Guardia Civil y el chico senegalés se mira con su amigo y recogen la mercancía cerrando la bolsa blanca de un tirón de cuerdas. Se la ponen en la espalda y caminamos por la subida hacia el Imax. Nos sentamos en una repisa con vistas a la dársena y seguimos charlando. Me sorprende la idea tan clara que tiene de Barcelona, una ciudad para el turismo. Se hace tarde y me despido de él:
- ¡Y muchas gracias por la foto! – le digo sonriendo. Él me devuelve la sonrisa con un guiño.

Para ver el reportage completo, http://estheralmagro.com/el-port-dels-altres

 

Fig4

 

© Copyright Esther Almagro, 2013.
© Copyright Biblio3W, 2013.

Ficha bibliográfica:

ALMAGRO, Esther. El puerto de los otros. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de noviembre de 2013, Vol. XVIII, nº 1049(18). <http://www.ub.es/geocrit/b3w-1049/b3w-1049-18.htm>. [ISSN 1138-9796].

 

Volver al índice de Biblio 3W

Volver al menú principal