Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XX, nº 1110, 5 de febrero de
2015
[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

IDEAS COSMOLÓGICAS DE ISAAC NEWTON EN RELACIÓN
CON
LA TELLURIS THEORIA SACRA (1680–1681) DE THOMAS BURNET

Cándido Manuel García Cruz
INHIGEO, La Laguna, Santa Cruz de Tenerife

Recibido: 24 de septiembre de 2014; devuelto para revisión: 29 de octubre de 2014; aceptado: 14 de diciembre de 2014


 

Ideas cosmológicas de Isaac Newton en relación con la Telluris Theoria Sacra (1680–1681) de Thomas Burnet (Resumen)

Isaac Newton (1642–1727) sostuvo algunas ideas cosmológicas en su correspondencia con Thomas Burnet (1635–1715) en relación con la obra de éste, Telluris Theoria Sacra (1680–1681). A pesar de que el plan de Newton era conseguir la reconciliación entre las fuentes paganas y las Sagradas Escrituras, algunas de sus ideas eran contradictorias con una interpretación literal del relato bíblico de la creación. A partir de un razonamiento filosófico–teológico, y considerando las leyes naturales como fruto de la voluntad divina, Newton trató de explicar las causas que dieron lugar al sistema solar, la estructura de la Tierra desde el momento mismo de la creación así como su forma, la duración de los días, y el origen de las montañas, las rocas y los minerales, el mundo subterráneo, y los mares. El análisis de estas ideas esenciales a partir de esa correspondencia permitirá considerar a Isaac Newton entre los teóricos de la Tierra, aunque nunca escribiera una cosmología de esta clase.

Palabras clave: Isaac Newton, Thomas Burnet, Telluris Theoria Sacra, Teorías de la Tierra.


 

Cosmological ideas of Isaac Newton in bearing on Thomas Burnet’s Telluris Theoria Sacra (1680–1681) (Abstract)

Isaac Newton (16421727) held some cosmological ideas in his correspondence with Thomas Burnet (16351715) in bearing on the Telluris Theoria Sacra (16801681). In spite of Newton’s plan was to get the reconciliation between the pagan sources and the Holy Scriptures, some of his ideas were incoherent with a literal interpretation of the biblical account of creation. From a philosophicaltheological reasoning, and considering the natural laws as the fruit of the divine will, Newton tried to explain the causes that gave rise to the solar system, the structure of the Earth from the moment of creation as well as its shape and duration of days, the origin of mountains, rocks and minerals, subterranean world, and seas. From that correspondence, the analysis of theses essential ideas will allow to regard Isaac Newton among the theorists of the earth, although he never wrote a cosmology of this sort.

Key words: Isaac Newton, Thomas Burnet, Telluris Theoria Sacra, Theories of the Earth


 

El pensamiento filosófico[1] de la segunda mitad del siglo xvii estuvo determinado por la publicación, en 1644, de los Principia Philosophiae (Los Principios de la Filosofía) de René Descartes (1596–1650), obra que supuso la primera aproximación en la reconstrucción del origen y evolución de la Tierra desde una perspectiva mecanicista[2]. Tales ideas se remontaban en realidad una década atrás, cuando el filósofo francés termina de escribir, en 1633, Le monde ou Traité de la lumière (El mundo o Tratado de la luz), que no aparecería en vida de su autor, dado que a mediados de ese año se produjo la condena de Galileo por parte de la Iglesia de Roma, y Descartes, por prudencia, decidió retirarla de la imprenta; no se publicaría hasta 1664. No obstante, las ideas cartesianas aparecieron resumidas en su Discours de la méthode (Discurso del método), en una primera edición anónima de 1637[3].

Como respuesta a los postulados cartesianos, y durante más de dos siglos, se publicaron numerosas cosmologías que o bien se oponían (en su mayor parte) al mecanicismo, o intentaban corregirlo, básicamente porque éste eliminaba la hipótesis de la intervención divina directa en la historia natural, en la que Dios –como Causa Primera– sólo actuaba a través de las leyes fruto de la providencia misma y a las que mantenía siempre vigentes[4].

Figura 1. Thomas Burnet (1635–1715)
Grabado de Robert White según un retrato de Godfrey Kneller, c. 1690; frontispicio de The Theory of the Earth (3ª ed., 1697). British Library (Londres). [Dominio Público].


 La primera de esas cosmologías fue Telluris Theoria Sacra (Teoría Sagrada de la Tierra), del reverendo Thomas Burnet (1635–1715) (figura 1), Señor de Charterhouse, pastor anglicano que fue médico de Carlos II, y capellán y secretario particular de Guillermo III, autor de numerosos estudios teológicos y filosóficos que levantaron una fuerte polémica en su época. Esta obra de Burnet era, en realidad, un plagio en muchos aspectos de una disertación publicada el mismo año que los Principia cartesianos por el filólogo y humanista español José Antonio González de Salas (1588–1651), que trataba sobre las tierras emergidas tras el diluvio universal, disertación que sirve de introducción a su traducción de De Chorographia (Compendio Geographico) del escritor latino Pomponio Mela (siglo i d.C.), y sobre lo que insistiría en otra obra en versión latina algunos años más tarde y difundida en toda Europa[5]; de hecho, en ediciones posteriores de la mencionada traducción de Mela, así como en otros autores contemporáneos de Burnet y de los siglos siguientes, Burnet fue calificado precisamente de plagiario, no solo en relación a González de Sala sino también respecto al filósofo italiano Francesco Patrizi da Cherso (1529–1597)[6]. Sin embargo, la obra que mayor difusión tuvo, y también mayor trascendencia, fue la mencionada Teoría Sagrada.

 Sobre la Telluris Theoria Sacra de Thomas Burnet

 La primera edición de esta obra se publicó en latín en 1681 (figura 2a)[7], y pocos años después, en 1684, apareció su versión inglesa (figura 2b). A pesar de que Descartes no utilizó el término teoría, Burnet pudo haberse inspirado en la Cuarta Parte de sus Principia, que lleva por título De Terrâ (Sobre la Tierra), para el de su obra. A partir de ese momento, todos los trabajos de este tipo recibieron la denominación genérica de teorías de la tierra, y muchos incluso utilizaron explícitamente ese título, o haciendo de alguna forma referencia a él. Para algunos historiadores de la ciencia[8], estas teorías llegaron a despertar las sensibilidades históricas en tanto que constituían la reconstrucción de una secuencia irreversible o única de acontecimientos particulares, irrepetibles e impredecibles, que pudieron haber ocurrido de otra forma. No obstante, como ya se ha discutido con anterioridad[9], el concepto más importante que define la idea de teoría de la tierra no es el historicismo sujeto a la flecha del tiempo, porque, además, muchas de esas teorías estaban concebidas bajo un prisma temporal no lineal, sino cíclico: por encima de la descripción y el ordenamiento de los acontecimientos, es decir, más que el aspecto histórico, es la causación el verdadero concepto que subyace en esta clase de cosmologías, el llegar a conocer las causas de los fenómenos, procesos y acontecimientos que necesariamente operaban en el tiempo, pero dependiendo de leyes ahistóricas, y en consecuencia actuando siempre de la misma forma, que han regulado y configurado la fisonomía del planeta, y que permiten explicar su origen y su consumación última, o dilucidando, alternativamente, el cómo y el porqué la Tierra era eterna y por lo tanto sin principio ni fin. Esta idea de la causación, por otro lado, no era ni nueva ni moderna en esa época, puesto que, por ejemplo, ya el poeta latino Publio Virgilio Marón (70–19 a.C.) consideraba afortunado a aquel que pudiera conocer las causas de las cosas[10].

La exposición burnetiana, de hecho, no trata de contingencias históricas, y carece consecuentemente de historicidad. Para que su teoría pudiese situarse en un marco histórico, el autor británico tendría que haber admitido la eficacia de ofrecer explicaciones sobre la naturaleza de las cosas o de los fenómenos por medio de su historia[11], algo que no hizo. Lo único que pretendió con su teoría, a diferencia de los principios cartesianos, fue armonizar la realidad con las Sagradas Escrituras: a ellas hace referencia continuamente, aportando pruebas extraídas de hechos que, según su creencia, no sólo verificaban el relato del Génesis, sino que además estaba convencido de que confirmaban algunas profecías bíblicas. Se trata, pues, de un planteamiento completamente ahistórico, en el que se reafirma su autor ya desde el prefacio al denominar sagrada a su teoría porque no estaba basada en la fisiología común de la Tierra, sino en las Sagradas Escrituras[12]. En su acepción más antigua, fisiología (del griego, jusiV, naturaleza), era sinónimo de física, filosofía o historia natural. Sobre este significado, Johannes Magirus (1560–1596), casi un siglo antes de Burnet, en los seis libros de su obra conocida como Physiologia peripatetica (Fisiología peripatética), había especificado que los tópicos característicos de esta ciencia eran los principios de las cosas naturales[13]. Burnet, por el contrario, se aleja de todos los elementos naturales para recurrir exclusivamente a la Historia Sagrada: se trataría de identificar, de esta forma, las vueltas del destino –¡al que se puede calificar de casi todo, menos de contingente!– y las revoluciones del mundo natural. Su intención era ampliar las Sagradas Escrituras para que los acontecimientos que describen fueran «racionalmente inteligibles e intelectualmente respetables»[14]. Se inauguraba con ello un estilo en el idioma bíblico–hexameral que serviría de inspiración en los años (y en los siglos) siguientes para las teorías de muchos autores, entre los que destacan sus contemporáneos británicos John Ray (1628–1705), John Woodward (1665–1728), o William Whiston (1667–1753), desembocando desde entonces en una tradición textual que ha sido retomada con fuerza en las últimas décadas por la corriente creacionista. La teoría burnetiana no dejó indiferente a nadie[15]: fue una de las obras más influyentes desde su publicación y a lo largo del siglo xviii con numerosos seguidores, pero fue también atacada por sus detractores, tanto mecanicistas–dinamistas newtonianos como teólogos naturales, estos últimos incluso la llegaron a considerar una parodia y una seria amenaza para la Física Sagrada por las libertades que se había tomado en sus interpretaciones de la Biblia[16].

Figura 2a. Páginas de título de Telluris Theoria Sacra (1ª ed. latina, 1681)
British Library (Londres). [Dominio Público]
Figura 2b The Theory of the Earth (1ª ed. inglesa, 1684) (der.)
British Library (Londres). [Dominio Público]

. Los dos primeros libros de la Telluris Theoria Sacra tratan sobre el Diluvio y la Disolución de la Tierra, y sobre la Tierra Primigenia y el Paraíso, respectivamente. Constituyen, pues, como reza en el propio título, «una explicación del origen de la Tierra y de todos los cambios que ha sufrido, o sufrirá hasta la consumación de todas las cosas» (énfasis nuestro). Sin lugar a dudas, para un planeta abocado a la ruina, a la degeneración y a la decadencia, en el marco de la físico–teología, la mejor acepción del verbo latino subeo (en la versión inglesa, undergo), utilizado aquí por Burnet, es sufrir en el sentido de padecer, en lugar de operar, experimentar, tener lugar, o soportar.

En este relato, el diluvio es el único agente causal en la configuración del planeta como mundo habitable. En relación con esta catástrofe mosaica se observan diferentes hechos: la naturaleza y forma del caos de donde surgió la Tierra; el origen y emplazamiento del abismo de las aguas subterráneas; la forma del globo y su posterior transformación; la teoría del huevo mundano y el cambio de los polos; el origen de las montañas, los mares y las islas; la Tierra antediluviana en tanto que era diferente de la actual; el estado general del paraíso, sus características y su localización; la disolución de la tierra primigenia y el surgimiento de la actual a partir de sus ruinas; los cambios producidos por el diluvio; la forma de computar los años antediluvianos y las causas naturales en la longevidad de los patriarcas; y todo un discurso hidrográfico sobre las aguas primitivas, considerando siempre que el relato mosaico era más ideal y moral, que real o físico[17].

En 1680, un año antes de su publicación, Burnet envió el manuscrito original a Isaac Newton (figura 3), a la sazón profesor de matemáticas en Cambridge y miembro del Trinity College. Newton quedó seducido con la teoría de Burnet, y mantuvo con éste una breve, pero interesante, correspondencia. De las tres cartas que intercambiaron, cuyo hológrafo se encuentra en el King’s College de Cambridge (Keynes Ms. 106), de Newton sólo se conserva un pequeño fragmento y una carta completa, y otra carta de Burnet[18], de lo que existe traducción castellana[19]. En dichas cartas Newton se manifestaba crítico con algunas de las afirmaciones vertidas en la Teoría Sagrada, y es posible extraer de esta correspondencia diversas ideas que permitirían, con algunas matizaciones, situar a Newton entre los teóricos de la Tierra, junto con personajes tan dispares como Gottfried Wilhelm Leibniz (1646–1716), Edmund Halley (1656–1742), Carl von Linné (1707–1778), Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707–1788), Inmanuel Kant (1724–1804), James Hutton (1726–1797), Erasmus Darwin (1731–1802), o Georges Cuvier (1769–1832), entre otros muchos.

 Ideas cosmológicas de Isaac Newton

 Para comprender mejor las ideas cosmológicas newtonianas hay que tener en cuenta uno de los aspectos más notables del marco general de la filosofía natural de la época: el conflicto planteado entre el mecanicismo y las creencias religiosas, sobre todo porque la tradición aristotélica medieval y sus secuelas como la circularidad y la espiritualidad del universo no daban perfecta cuenta de su funcionamiento[20]. Newton, fiel en principio a la abstrusa filosofía mecanicista, como heredero que era de la idea de vis (fuerza) en sustitución de la de anĭma (alma) como causa motriz, había consolidado el camino hacia un universo dinámico más que mecánico; creía, además, que partiendo de los efectos en los fenómenos naturales se dilucidarían las causas, hasta alcanzar la Causa Primera que para él, indefectiblemente, no era mecánica. Esto conduce a un Newton creyente y deísta, pero crítico con la fe y la ortodoxia religiosa, dedicado a la teología la mayor parte de su vida, desde sus años como estudiante hasta poco antes de su muerte, cosa que, por otro lado, no hizo con la ciencia a excepción de la óptica. Más de la mitad de sus escritos (muchos de ellos aún inéditos) tratan de explicar, interpretar y desarrollar toda una teoría sobre la revelación natural y escritural a partir de lo que él consideraba como la certeza del mensaje bíblico, por lo que, sobre esa convicción, el fin último de la filosofía natural era investigar la verdad revelada, motivo por el que siempre puso la ciencia al servicio de la religión. No obstante, Newton reconocía las limitaciones tanto de la ciencia como de la teología para llegar a comprender el significado global de las revelaciones divinas, pero la fidelidad a éstas no debía estar reñida con su discusión en el seno de la filosofía natural. Este marco ideológico, a medio camino entre el pensamiento neoplatónico y el materialismo, resume su concepción de una estrecha relación entre el orden natural y el moral procedente de la benevolencia de la providencia divina, cuya existencia real era posible deducir a partir de la filosofía experimental como se puede comprobar en alguno de sus escritos. En última instancia, la Naturaleza era un reflejo de la Providencia, es decir, Dios podía ser conocido por sus obras[21]; también explica, por un lado, su posición frente a la ateización de la naturaleza que promovía la filosofía cartesiana, y, por otro, su crítica en cuanto a considerar toda la ortodoxia religiosa como artículo de fe. Se trata, pues, de un personaje sumamente paradójico, contradictorio y hasta ambiguo: filósofo natural y teólogo, matemático y alquimista, intransigente y pragmático, místico y empirista, exégeta bíblico y hereje... En cualquier caso, la teología impregna su labor científica[22], aunque no se haga del todo explícita en las primeras ediciones de algunas de sus obras, como en los Principios o la Óptica. Aun así, los especialistas no están seguros de si Newton utilizó una base científica en sus estudios teológicos, o una base teológica para sus trabajos científicos. 

Figura 3. Isaac Newton (1642–1727
Retrato de Godfrey Kneller, 1689. Science Museum (Londres). [Dominio Público]

. Una importante matización sobre la cosmología de Newton es, sin duda, el hecho de que nunca escribiera una obra de esta índole. Sin embargo, de esta correspondencia se derivan unas ideas cosmológicas de sumo interés que acusan serias discrepancias tanto filosóficas como teológicas en relación con las de Burnet[23].

Sus ideas tienen, en principio, algunas bases en común: para ambos autores existía una única Verdad que era posible extraer tanto del Libro de la Naturaleza como de la Sagrada Escritura[24]. Asimismo, Moisés era considerado un historiador; Burnet lo tiene incluso por el más grande de todos los historiadores[25]. Esto resulta paradójico ya que su obra, asentada en la Biblia, se aleja completamente de lo que sería una reconstrucción histórica, paradoja que se hace evidente, una vez más, en el hecho de que Burnet, en referencia a Génesis, 1, 6, hable del firmamento de Moisés o «firmamentum interaqueum» (firmamento en medio de las aguas) como si de un monumento se tratase con un claro significado de documento histórico en relación con la Tierra primigenia[26]. Puesto que estos aspectos históricos no formaban parte de su germen intelectual, es muy probable que Burnet se sintiera aquí inspirado por las ideas de Nicolas Steno (1638–1686) o Robert Hooke (1635–1703), que sí habían contribuido a darle una cierta perspectiva histórica a la ciencia geológica. Newton, a su vez, también reconoce al hagiógrafo como tal historiador, sometiéndose a la autoridad de las Escrituras, pero no estaba de acuerdo en dar por sentado muchas de las interpretaciones aceptadas de los textos bíblicos.

Existe asimismo un conflicto entre ambos pensadores en cuanto al método utilizado: Newton se oponía abiertamente al cartesianismo al considerar el proceso deductivo, del que era partidario Burnet, una forma de fabulación y de dogmatismo metodológico, frente a la inducción baconiana. Para Burnet, la teoría iba seguida de las observaciones o evidencias que la confirmen o refuten, como se ve en su propuesta sobre la forma de la Tierra en su carta a Newton: «Me agradaría saber lo que usted piensa sobre la opinión de la figura oblonga de la Tierra, cualquiera que fuese su causa; y si conoce algún argumento u observación que lo demuestre, o bien que pruebe lo contrario» (énfasis nuestro)[27]. En la respuesta que le proporciona Newton, son las observaciones o evidencias experimentales (fase analítica) las que deben determinar el corpus doctrinal (fase de síntesis): «Me inclino mayormente a creer que es esférica, no demasiado ovalada. Y mi principal razón en este sentido es la analogía con los planetas. Hasta donde podemos percibir con los telescopios, todos parecen redondos, y considero a la Tierra igual que el resto» (énfasis nuestro)[28].

Ya en un plano cosmológico, ambos autores discrepaban en su forma de interpretación de la verdad natural revelada. Burnet creía que había existido una Tierra primordial muy distinta a la actual, que esta última se había formado a partir de las ruinas de la primera tras su descomposición y consumación, y que las desigualdades del planeta se debieron a los cambios sufridos tanto en la forma como en la disposición de los polos tras el diluvio como agente causal[29].

Newton, por el contrario, pensaba que el aspecto actual del mundo quedó configurado desde el momento mismo de la creación, con una forma esférica más que ovalada, por analogía con los demás planetas, y por efecto de la fuerza centrífuga y sin modificación alguna en la posición de los polos (Apéndice: Fragmentos 1.1 y 1.2). Newton había adoptado, en principio, las ideas de Descartes en relación con los torbellinos o vórtices[30], como explicación de algunos fenómenos como la gravedad o la rotación planetaria. Sin embargo, fueron precisamente sus trabajos sobre la gravitación y la dinámica los que dieron lugar a una nueva concepción del mundo que sustituyó a la mecánica cartesiana, al señalar que esta última, desde el punto de vista físico, era imposible, entre otras causas, por no ajustarse a ninguna de las relaciones matemáticas de las leyes de Kepler, y por ende no se adecuaban al lenguaje que Dios había utilizado para crear la armonía del universo[31]. En cualquier caso, puesto que, para Newton, la revelación también alcanzaba a la Naturaleza y a la Historia, cuando intenta proporcionar explicaciones científicas sobre las verdades reveladas, realmente está tratando de aportar evidencias sobre la existencia de un creador a través de la ciencia. En síntesis, y tal como se deduce de la propia correspondencia, las fuerzas físicas actuaban como agentes de la voluntad divina: en tanto que causas naturales, estaban disponibles siempre que Dios las requiriera, y en consecuencia eran parte de su guía providencial en relación con la humanidad. En última instancia, y con una cierta dosis de cartesianismo, para Newton la sabiduría y la benevolencia de la creación se manifestaban también en el hecho de que las leyes naturales funcionaban como leyes divinas, dispuestas por la providencia para dejar constancia no solo de su labor creadora, sino también de su continuidad y regularidad[32].

La figura de la Tierra en relación con su esfericidad era una de las principales controversias científicas de la época: frente a la forma prolata (achatada por el ecuador) se oponía la idea de una Tierra oblata (achatada por los polos). Burnet describe en su Teoría Sagrada una «figura oval de la Tierra, un poco prolongada hacia los polos», como si se tratase de un huevo, que recuerda la idea del Huevo Mundano (Figura 4) tal y como la entendían algunas culturas de la antigüedad y que también cita en su teoría[33]. Burnet sostiene, además, que la Tierra es oblonga «tanto hacia el norte como hacia el sur», lo que claramente indica que el eje polar es mayor que el ecuatorial, en lo que insiste al afirmar que «las zonas polares están más alejadas del centro que las equinocciales»[34]. Sin embargo, no existe discrepancia alguna con los dibujos de su Teoría Sagrada que parecen sugerir una Tierra oblata[35], porque para Burnet el eje polar es horizontal y el ecuatorial vertical, siguiendo una doctrina defendida por diversos filósofos clásicos, como Anaxágoras, Empédocles, Diógenes o Demócrito, según la cual los polos del mundo habían cambiado de posición después del diluvio. De esta forma, Burnet está hablando realmente de una Tierra prolata[36]. 

Figura 4. Representación de la Tierra con forma oval y su correspondencia con la idea del Huevo Mundano (Burnet, 1681, Libro I, p. 46)
A: núcleo ardiente central (yema), B: capa externa de la región interior (membrana vitelina), C: abismo acuoso (clara), D: corteza externa (cáscara). British Library (Londres). [Dominio Público]


. Al margen de las diferencias metodológicas ya comentadas, Newton consideraba en este caso que, en otra época, ante la necesidad de la separación de las aguas y de la tierra firme a partir del lodo que definía el caos primitivo, la Tierra pudo no ser esférica (fragmento 2.8). Sin embargo, seis años más tarde cambiaría de opinión en sus Principia al defender su carácter oblato[37]. Newton habría tomado prestada esta idea de Robert Hooke, quien había tratado esta cuestión mucho antes que Newton, ya en 1674–1675, y discutido una década más tarde en sus discursos sobre los terremotos[38].

Por otro lado, Newton analizó también la escala temporal del Génesis al suponer que los días de Moisés no se podían tomar literalmente, con una duración como la actual, y ofreció, por lo tanto, una interpretación respecto de esa extensión estimando que la Tierra habría acelerado su rotación una vez finalizado el acto creativo hasta nuestros días (fragmento 1.2). De esta forma, los días bíblicos de la creación tenían que haber sido mucho más largos que los actuales. Al intentar descifrar el lenguaje de las Escrituras a través de una explicación filosófica y racional, en este caso, sobre la duración de los días del Génesis, lo que realmente pretendía Newton era desvelar las verdades intrínsecas que permitieran legitimar sus trabajos cronológicos a los que se había dedicado durante más de treinta años[39]. Esto se enmarca perfectamente en la pensamiento teológico de Newton, para quien las Escrituras eran una auténtica revelación de la voluntad divina; por lo tanto, los textos bíblicos, inspirados por Dios, relataban fidedignamente una serie de acontecimientos y hechos, aunque en la narración de Moisés, siendo como era verdadera, el autor sagrado habría utilizado un lenguaje más propio de un filósofo que de un profeta, intentando de esta forma ajustar su relato al conocimiento del vulgo para hacerlo más comprensible.

Otra de las ideas importantes en la que discrepan ambos autores tiene que ver con el origen de las montañas. En una época en la que se aceptaba, casi por imperativo teológico, que la Tierra había sido originalmente llana y plana, no era posible comprender ni justificar que estas desigualdades topográficas tuviesen un origen divino y al mismo tiempo aceptar su descomposición mediante agentes mundanos, a no ser que tales estructuras fuesen realmente anomalías, irregularidades, o imperfecciones de la superficie terrestre, y no se debieran a un Diseño Inteligente. A finales del siglo xvii, dejado prácticamente atrás la causación basada en los mitos y en las supersticiones para las cadenas montañosas[40], Burnet hizo su interpretación en relación con el diluvio donde establecía que, con anterioridad a esta catástrofe divina, la Tierra carecía de montañas, y que éstas, por otro lado, «no habrían podido ocupar en gran medida la concavidad del océano»[41]. El diluvio habría provocado el hundimiento cataclísmico del arco de la primera tierra sobre el abismo, y con ello la expulsión del suficiente material que allí se encontraba, con lo que se originó una superficie totalmente irregular formada por montañas y valles (figura 5)[42].

Figura 5. Colapso de la región externa de la Tierra (Burnet, 1684, Libro I, p. 135)
figs. 1 y 2: hundimiento de la corteza externa y formación del canal del gran océano; fig. 3: separación de los continentes (A y B) y surgimiento de las islas.
Fuente: British Library (Londres). [Dominio Público].

Con todo, Newton sigue su razonamiento filosófico que lo lleva a suponer la acción del Sol y de la Luna incluso antes de su creación, idea por lo tanto no acorde con la Biblia, como bien le hace observar Burnet[43]. Newton recurre aquí una vez más a las leyes naturales fruto de la voluntad divina para explicar mediante la acción de estos astros lo expresado en Génesis, 1, 7–10, sobre la separación de las aguas y la tierra firme: la Tierra estaría sometida en principio a un caos acuoso uniforme[44], cuya desecación y contracción habrían ido dando lugar a la formación de las montañas (Figura 6), surgidas del océano, y a una disposición de las rocas y de los minerales en venas heterogéneas, tal y como ocurre con el nitro o salitre y el estaño, utilizando también una mezcla de leche y cerveza como otra analogía (fragmentos 2.2, 2.4 y 2.5). El gran abismo de Moisés y el conjunto de cavidades subterráneas se habrían formado como consecuencia de la contracción de la Tierra provocada por la acción del Sol, que habría dado lugar simultáneamente a la expulsión de numerosas exhalaciones y de las mencionadas aguas, ocasionándose así el diluvio bíblico. Además del calor del Sol, Newton considera también el «causado por la acción de los minerales» (fragmento 2.2.), como referencia implícita a los trabajos de Nicolas Lémery (1645–1715) sobre las fermentaciones minerales como fuentes de calor, que se consideraban causantes por otro lado de los terremotos y los fuegos subterráneos, lo que recogería Newton años más tarde en su Óptica[45]. Esta idea que defiende Newton sobre la existencia de una Tierra horadada por multitud de cavernas y oquedades (fragmento 2.3) como consecuencia del colapso y contracción planetaria es, junto con la visión cartesiana de la Tierra como un sol apagado y sus transformaciones posteriores[46], un interesante antecedente de la teoría de la contracción terrestre por enfriamiento que alcanzaría su plenitud como paradigma tectónico a lo largo del siglo xix[47].

Sobre los mares de la Tierra, de acuerdo con la Teoría Sagrada, estos se habrían originado a partir del diluvio universal[48], y el océano, es decir, el Atlántico, se formó por la fuerza de las aguas durante la catástrofe bíblica, excavando un canal en la Tierra primitiva[49]. Burnet muestra gráficamente esta interpretación teológica de una Tierra totalmente uniforme, en la que el abismo está representado por una masa acuosa que rodea completamente el globo[50]. Esta idea de abismo (del griego, abussoV, sin fondo), de origen caldeo, coincide con el TehomRabba hebreo, y era sinónimo de aguas profundas en clara referencia al Eclesiastés, 1, 7, dentro de la tradición escritural[51].

 

Figura 6. Diluvio bíblico y formación de las montañas (Burnet, 1684, Libro I, p. 101)
Obsérvese la situación del arca de Noé.
Fuente: British Library (Londres). [Dominio Público]

Newton sostiene, sin embargo, que las aguas de los mares fueron separadas como consecuencia de la rarefacción o condensación del caos original por la acción del Sol y la presión del vórtice lunar (fragmento 1.1). Como en otras ocasiones, nos encontramos en Newton una explicación científica que le proporciona fidelidad y exactitud al relato bíblico (Génesis, 1, 9–10), en la que incluye además el principio de la gravitación como ley natural–divina que ha dirigido en cierta medida el proceso creativo[52]. Newton, además, sostenía la existencia de dos mares en dos zonas opuestas a ambos lados del ecuador, y debido al flujo y reflujo del mar actual se habría reducido la masa endeble de la Tierra, en una época en la que la corteza superior se estaba endureciendo (fragmento 2.6), aunque en el planteamiento de Newton, esto se produjo por condensación, no por enfriamiento.

Por último, Newton también da una respuesta sobre el origen del sistema solar. Según la Biblia, Dios creó la Tierra durante el día primero (Génesis, 1, 1), mientras que los demás astros como el Sol, la Luna y las estrellas (no se dice nada sobre los planetas) fueron creados el cuarto día (Génesis, 1, 14–19). Burnet tampoco trata sobre este origen, aunque finalizando el primer libro de su Teoría Sagrada hace una serie de suposiciones sobre la forma, estructura y estado actual de los demás planetas en comparación con la Tierra[53]. Sin embargo, Newton, aunque algunos años después negaría la validez de inventar hipótesis, aquí se atreve a plantear una interesante idea: puesto que la Biblia, como hemos visto, no dice nada al respecto, Newton sostiene que todos los planetas de nuestro sistema tuvieron que ser creados al mismo tiempo, y todos estos astros, incluyendo al Sol, compartieron el mismo caos, de donde se fueron diferenciando a su vez otros caos cuya contracción dio lugar a los distintos planetas; esta separación probablemente estuvo regida por el mismo principio que en el caso de la Tierra, a saber, la gravitación hacia un punto central (fragmento 2.7). ¿Inspiraría esta idea newtoniana la hipótesis planetesimal de Kant–Laplace sobre el origen del sistema solar? ¿Coincide el caos primigenio con la nube gaseosa protoplanetaria de esta hipótesis? No es este el lugar para discutir estas cuestiones, pero quedan formuladas.

 Conclusiones

 Isaac Newton forma parte de un elenco de autores en los que la teología impregna sus obras científicas. Fiel a las Sagradas Escrituras, sus reflexiones como filósofo natural en relación con la Telluris Theoria Sacra de Thomas Burnet proporcionaron una explicación filosófico–teológica sobre diferentes aspectos de la Tierra primitiva en la que discrepaba de las extravagantes interpretaciones que hacía Burnet sobre las fuentes bíblicas.

Las ideas cosmológicas de Newton que se extraen de su correspondencia con Burnet se pueden resumir en los siguientes puntos:

 1.     Todos los astros del sistema solar fueron creados al mismo tiempo: tuvieron como origen la diferenciación del caos primordial que compartían, proceso en el que la gravitación, como ley natural–divina, fue la fuerza motriz.

2.    El aspecto actual y la forma de la Tierra estaban configurados desde el momento de la creación; esta forma, en concordancia con lo observado en los demás planetas, es esférica, aunque en algún momento inicial pudo no serlo.

3.     Los días de la creación tuvieron que ser mucho más largos que los actuales, de donde se deduce que la Tierra ha debido acelerar su movimiento de rotación hasta el momento presente.

4.    La rarefacción del caos acuoso original por la acción del Sol, y la presión del vórtice de la Luna, tuvieron como consecuencia la separación de los mares y de la tierra firme.

5.    Estos mismos agentes causales, a los que hay que añadir el calor provocado por los minerales, dieron lugar a la condensación de la corteza superficial de la Tierra; su contracción consecuente produjo la formación de las montañas y los valles, al mismo tiempo que se originaba un complejo mundo subterráneo de cavidades, así como las rocas y los minerales en venas heterogéneas.

 Las explicaciones filosóficas que aportó Newton tienen un fuerte componente teológico en un intento de ajustar la realidad natural a las Escrituras, sobre la base de que, en esta causación, las leyes naturales eran fruto de la providencia divina, aunque su fe en ella no era óbice para una aproximación a la Biblia desde la filosofía natural, algo completamente ajeno al estilo bíblico–hexameral que utilizarían otros autores. Estas ideas cosmológicas permiten adscribir a Newton en el grupo de los teóricos de la Tierra, a pesar de que nunca escribiera una obra de esta clase.

Algunas de las ideas que se han señalado, como la del origen del sistema solar por diferenciación de un caos primordial, o la condensación y colapso del planeta, pudieron haber influido en el desarrollo de teorías posteriores que se irían concretando a lo largo de los siglos xviii y xix, como por ejemplo la teoría planetesimal o la teoría de la contracción terrestre por enfriamiento.

 Agradecimientos

 Estoy en deuda una vez más por la colaboración prestada con David G. Francisco (Barcelona), José Munilla (La Laguna, Tenerife), Stephen S. Snobelen (University of King's College, Halifax, Nova Scotia), y John Young (Imperial College, Londres).

Apéndice. Fragmentos de la correspondencia Newton–Burnet

 Los fragmentos en castellano proceden de la traducción citada.

 1. Fragmentos de una carta (no conservada) de Newton a Burnet (24 de diciembre de 1680), citados por Burnet en su réplica (13 de enero de 1681).

 1.1. Sobre el calor del sol y el origen de algunas desigualdades en el planeta, el flujo de las aguas, y la aparición de la tierra firme.

 «...puesto que el calor del Sol provocó la rarefacción de la zona del caos que está próxima a él, por la presión del vórtice de la Luna sobre las aguas, pudieron producirse algunas desigualdades en la Tierra, y posteriormente, el flujo de las aguas hacia esas partes o cavidades inferiores, habría creado allí los mares, y las partes superiores de la Tierra en dirección a los polos, desde donde fluían, se convertirían en la tierra firme» (p. 319).

 1.2. Sobre las revoluciones planetarias más lentas y la contracción de la Tierra por la acción del Sol.

 «...en principio podemos suponer que las revoluciones diarias de la Tierra han sido más lentas, de tal forma que las primeras seis revoluciones o días pudieron durar el tiempo suficiente como para dar lugar a toda la creación, y el Sol, en ese momento, debió provocar la contracción de la Tierra y reducir las zonas en el ecuador más que hacia los polos, y hacerlas más deprimidas» (p. 319).

2. Fragmentos de una carta de Newton a Burnet (sin fecha), en réplica a una carta de Burnet del 13 de enero de 1681 (p. 329–335).

2.1. Sobre la figura de la Tierra.

 «...Desearía también sentirme satisfecho con su argumento sobre la figura ovalada de la Tierra. Me resulta difícil entender que una fuerza constante aplicada para expandir una membrana (como llama usted en sentido figurado a la atmósfera) la hiciera contraerse, a menos que la imagine al principio sobreestirada por una fuerza tumultuosa, para contraerse luego onduladamente, y hacer que, mientras iba decayendo, el limo de la Tierra se endureciera. Pero usted desea conocer mi opinión sobre la figura de la Tierra, cualquiera que fuese la razón al respecto. Me inclino mayormente a creer que es esférica, no demasiado ovalada. Y mi principal razón en este sentido es la analogía con los planetas. Hasta donde podemos percibir con los telescopios, todos parecen redondos, y considero a la Tierra igual que el resto. Si el movimiento diario le proporcionara una forma ovalada, Júpiter sería mucho más que nuestro planeta; la vis centrifuga en su ecuador, causada por dicho movimiento, sería 20 ó 30 veces mayor que la vis centrifuga en el ecuador de nuestro globo, como se puede comprobar a partir de su enorme masa y de la velocidad de sus revoluciones. El Sol también tiene un movimiento sobre su eje, y es redondo. Nada puedo decir en relación con las discusiones sobre las dimensiones de la sombra de la Tierra obtenidas durante los eclipses lunares, ni cuáles son los valores que se han medido de un grado a distintas latitudes sobre la Tierra, puesto que desconozco la exactitud tanto de dichas medidas como de las latitudes de los lugares correspondientes» (p. 329).

 2.2. Sobre el origen de las rocas y minerales y la formación de capas y venas.

 «...como el salitre disuelto en el agua, aunque la solución sea uniforme, no cristaliza totalmente y por igual en el recipiente, sino que la sal se dispersa en franjas largas: así, el limo del caos, o algunas otras substancias, podrían coagular al principio no todas por igual sobre la Tierra, sino de forma dispersa, en venas o capas de diversos tipos de rocas y minerales. En otros lugares donde permanecieran aún blandos, el aire descendería en cierta medida de las regiones superiores del caos junto con la tierra o el limo, paulatinamente, por sí mismo, permitiendo que el fango se contrajera y se hundiera y dejara que se elevaran los primeros lugares coagulados como si se tratara de colinas: el hundimiento debería aumentar como consecuencia del drenaje y de la desecación de ese cieno. Mientras se producía la deshidratación también de las venas y de los tractos cenagosos en las entrañas de aquellas montañas, y en consecuencia se provocaba su contracción, se fracturaron y dejaron numerosas cavidades, algunas secas y otras anegadas de agua. La corteza superior de la Tierra se endurecería y fraguaría después como consecuencia del calor del sol junto con el causado por la acción de los minerales; la Tierra se contraería aún más en las regiones inferiores, dejando grandes cavernas entre ellas y la corteza superior inundada de agua, que al hundirse por su propio peso, la expulsaría gradualmente hasta provocar la contracción, cuyas cavernas o mares subterráneos debían ser el gran abismo de Moisés» (p. 329–330).

 2.3. Sobre un mundo subterráneo formado por cavernas y otras cuevas como depósitos de aire, agua, y otros gases.

 «Con el paso del tiempo, se llegaron a acumular muchas exhalaciones en dichas cavernas que habrían expandido por sí mismas unas 40 ó 50 veces el espacio ocupado, o incluso más, que cuando estaban vacías. Porque si el aire puede ocupar en un vaso 18 ó 20 veces menos espacio que en libertad, sin romper el cristal, las exhalaciones subterráneas por el inmenso peso de la tierra correspondiente pueden conservarse mucho más dentro de un espacio menor antes de que puedan levantarse en alguna región y romper la corteza terrestre. Finalmente, al provocar en algún lugar una brecha, por su propia expansión forzarían la salida de grandes cantidades de agua antes de que pudieran salir por sí mismas, cuya conmoción causó tormentas en la masa de aire y de ese modo se provocaron grandes lluvias torrenciales, lo que dio lugar al diluvio, y tras desprenderse los vapores, las aguas retornaron a su anterior emplazamiento. El aire, que al principio se hundía con la tierra, se escapó gradualmente por sí mismo, refugiándose en una o en varias de las grandes cavernas en la tierra más deprimida, bajo el abismo, y en el momento del diluvio estalló dentro de aquél y su expansión consecuente debió también provocar la salida de las aguas con antelación. La corteza superior o gyrus debía ser elástica antes de que se abriera el abismo, y, luego, al hundirse por su propio peso hasta su posición natural debió contribuir a la expulsión de las aguas. Se ha encontrado que los vapores subterráneos que en esa época, en principio, no podían escapar, desde entonces sí lo han hecho, y son nocivos para la salud humana, infectan el aire y causan ese acortamiento de la vida que se observa desde el diluvio. Y diversas partes de la Tierra, bien durante el diluvio o desde entonces, algunas quizás formando parte del propio abismo, otras dentro de cavidades más pequeñas y superficiales, han causado muchos de los fenómenos que vemos sobre la Tierra junto a las colinas y las cavidades originales» (p. 330).

 2.4. Sobre el origen de las montañas por analogía con el nitro o salitre y el estaño.

 «Mas usted podrá preguntarse cómo es posible que un caos uniforme se llegase a coagular al principio irregularmente en venas o en masas heterogéneas para formar los montes. Explíqueme, pues, cómo una solución uniforme de nitro se coagula irregularmente en largas franjas; le ofrezco otro ejemplo mejor: tomemos estaño (tal como los peltreros lo compran en las minas de Cornualles para hacer peltre), lo fundimos, y luego lo dejamos enfriar hasta que comience a solidificarse; si cuando empieza este proceso en los bordes, se inclina el recipiente hacia un lado para que la porción más fluida del estaño se desplace desde estas partes que se han solidificado primero, podrá ver cómo se desliza una buena parte del estaño solidificado de golpe, tras la parte más fluida que no lo hizo tan pronto, y aparece en ella una especie de colinas con tantas irregularidades como algunas de las que existen en la Tierra. Explíqueme por qué ocurre esto y la respuesta quizás sirva para el caos» (p. 330–331).

 2.5. Sobre el origen de las montañas por analogía con la leche y la cerveza.

 «Conforme escribo, me viene a la memoria otro ejemplo sobre la formación de las montañas propuesta anteriormente. La leche es un líquido tan uniforme como lo era el caos. Si la mezcláramos con cerveza y dejáramos que la mezcla se secase, la superficie de la substancia parecerá tan rugosa y montañosa al cuajarse como algunos lugares de la Tierra. Me abstengo de describir otras causas para las montañas, como el escape de los vapores desde las zonas inferiores antes de que la tierra se endureciese, o el asentamiento y la contracción de todo el globo después de que las regiones superiores empezaran a consolidarse» (p. 334).

 2.6. Sobre el origen del mar y el emplazamiento del gran abismo subterráneo.

 «Y aunque la presión de la Luna, del vórtice, etc., puede potenciar la irregularidad en las causas de las montañas, sin embargo no tenía intención en mi carta anterior de explicar de este modo la generación de los montes, sino insinuar solamente de qué forma, según su propia hipótesis, pudo originarse un mar sobre la tierra firme antes del diluvio, si no es mediante el gran abismo subterráneo, y así llegar a evitar todas las dificultades en la explicación de los ríos y la cuestión principal sobre la que alguien pueda pensar que usted contradice a Moisés. Pero no supongo este mar alrededor del ecuador, sino más bien la existencia de dos mares en dos partes opuestas a éste, donde a causa del flujo y reflujo de nuestro mar actual, se habría reducido la masa endeble de la Tierra en esa época en que la corteza superior se estaba endureciendo» (p. 331).

 2.7. Sobre el origen del sistema solar a partir del caos.

 «...Además, si tuviésemos que hacer alguna conjetura, se puede suponer que todos los planetas que giran alrededor de nuestro Sol fueron creados al mismo tiempo, puesto que no existe historia alguna que mencione nuevas apariciones o antiguas interrupciones. Todos ellos, incluyendo al Sol, compartieron el mismo caos. ...Además, podríamos suponer que después de que nuestro caos se separó del resto, por el mismo principio que rigió su separación (que pudo ser la gravitación hacia un punto central), se contrajo a un tiempo, y una parte de ella finalmente se hundió, condensándose en forma de agua cenagosa o limo para constituir este globo terráqueo. El resto que no se condensó, se separó en dos partes, los vapores citados y el aire, que al ser de una gravedad intermedia, ascendió y descendió, respectivamente, de uno y de otro, y se acumuló, estancado, entre ambos. De esta forma, al separarse, el caos se convirtió a un tiempo en tres regiones: el globo de aguas fangosas bajo el firmamento, los vapores o aguas por encima de éste, y el aire o firmamento mismo» (p. 332).

 2.8. Sobre la forma no esférica de la Tierra en un principio.

 «...Anteriormente Moisés había llamado caos al abismo y a las aguas en la faz donde el espíritu de Dios se movía, y muestra aquí la división de todas estas aguas en dos partes, con un firmamento entre ellas: puesto que éste era el principal eslabón en la generación de la tierra, en modo alguno podría ser omitido por Moisés. Tras esta división general del Caos, Moisés muestra una subdivisión de una de sus partes, es decir, del lodo situado bajo el firmamento en agua clara y la tierra firme en la superficie de todo el globo. El único requisito para esta separación no fue otro que se drenase el agua desde las partes más altas del limo, hasta dejar seca la tierra firme, y acumularla en las zonas más bajas para formar los mares. Y algunas partes pudieron estar más altas que otras, no sólo a causa del flujo y reflujo sino también por la forma del caos, si éste se originó por división del de los otros planetas, porque en esa época, no podría ser esférico» (p. 332333).

 

Notas

 [1] En la acepción propia de los siglos xvii y xviii, por filosofía se entendía la ciencia especulativa, es decir, la reflexión, consideración o estudio profundo sobre un tema, aplicado especialmente al hecho de teorizar, y lejos del significado peyorativo que se le daría a la especulación posteriormente.

[2] Descartes, 1644, II–IV.

[3] Descartes, 1637, V, p. 30–43.

[4] Descartes, 1633, [caps. vivii]; 1644, II.36–63; véase, además, Schmaltz, 2008, cap. 3.

[5] González de Salas, 1644, 1650; véase también Capel, 1985, cap. 5.

[6] Sancha, 1780, p. xxiv–xxv, Clement, 1760, p. 240. Esta situación de plagio ha pasado casi desapercibida para los estudiosos modernos, aunque ya Pelayo, 1991, p. 11, ve a González de Salas como un precedente de Burnet, y algunos años más tarde señala la posible inspiración de la Telluris Theoria Sacra en la citada disertación de González de Salas (Pelayo, 1996, p. 26–28). No obstante, a finales del siglo xvii, Bernardino Ramazzini (1633–1714), en 1691, y más tarde Robert Saint Clair (¿–?), en 1697, también acusaron a Burnet de haber plagiado a Francesco Patrizi en sus ideas sobre la ruina de la tierra que aparecen en el primer diálogo de su obra Della Retorica (1562), hecho que sería recogido por algunos autores de los siglos posteriores; véanse, por ejemplo, Tiraboschi, 1793, Libro II, cap. iii, p. 321, Aikin et al., 1808, p. 666, 1813, p. 446; véanse, además, Bettini, 2000, Magruder, 2000, p. 185–187, 2003, p. 19–20.

[7] Esta obra de Burnet tuvo una gran difusión a través de diversas ediciones, tanto en latín como en inglés, y una incluso en alemán. Sólo a partir de la inglesa de 1697 se publicó completa (libros I–IV). La edición más reciente en inglés (Carbondale, Southern Illinois University Press, 1965) se hizo a partir de las de 1690 (libros III–IV) y 1691 (libros I–II), y vuelve a utilizar la denominación de “Sacred” (sagrada) que había sido suprimida en otras. Las ediciones consultadas (1ª latina, 1681, y 1ª inglesa, 1684) sólo contienen los libros I–II, aunque la inglesa es una obra completamente reelaborada, y no una simple traducción de la anterior.

[8] Roger, 1973.

[9] García Cruz, 2014a.

[10] «Felix, qui potuit rerum cognoscere causas». Geórgicas, II, 490.

[11] Oldroyd, 1979.

[12] Burnet, 1681, Praefatio ad lectorem, párrafo 1, 1684, Preface to the reader, párrafo 1.

[13] Magirus, 1597, Libro I, i.1. Esta obra, póstuma, fue de gran influencia sobre diversos autores, entre ellos Isaac Newton. En la primera edición, el título realmente era Physica Peripatetica, aunque en el encabezado de las páginas figura Physiologia Peripatetica; éste último título sería utilizado en las siguientes ediciones de la obra, por lo que queda así clara la sinonimia entre ambos térmicos. Además, cuando el autor se pregunta sobre la razón de la fisiología («Quid physiologia?») recurre a Aristóteles (Metafísica, Libro V [la referencia correcta es Libro VI], cap. 1) para definir precisamente la física como la ciencia de los cuerpos naturales («Physica est corporum naturalium scientia») (Magirus, 1597, p. 1).

[14] Rudwick, 1976, p. 77.

[15] Una interesante relación bibliográfica de obras contemporáneas de Burnet sobre su teoría se encuentra en Kelly, 1970, p. 614.

[16] El paleontólogo y biólogo evolutivo norteamericano Stephen Jay Gould (1941–2002) consideró que, a pesar de que Burnet ocupaba en principio un innegable puesto entre los dogmáticos anticientíficos, habría que situarlo «entre los racionalistas científicos de su época» (Gould, 1975, p. 26 [1977, p. 142, 1983, p. 160], 1987, p. 41). Esta apreciación del eminente naturalista es poco menos que discutible, a no ser que creamos que la Historia Sagrada en la que se basó Burnet es una historia verdadera, pero eso, evidentemente y a pesar de todo, nada tiene que ver con la racionalidad.

[17] Para un análisis de la teoría burnetiana desde diferentes perspectivas, véanse Anstey, 2011, cap. 5, p. 97–103, Albritton, 1980, cap. 5, Bettini, 1997, Bowler, 1984, cap. 2, p. 29–35, Cohn, 1996, cap. 5, Davies, 1969, cap. 3, Ellenberger, 1994, p. 114–116, Force, 1985, Glacken, 1967, cap. 8, p. 376–384, Gohau, 2000, Gould, 1987, cap. 2, Jackson, 2006, cap. 3, Macklem, 1958, p. 3–56, Magruder, 2000, cap. 5, 2008, 2009, Morello, 1979,  p. 103–112, Nicolson, 1959, p. 184–270, Pasini, 1981, Rappaport, 1997, cap. 5, Sarmiento, 2008, Seguin, 2001, III.1, Sissingh, 2012, cap. 7, p. 314–325; véanse, además, Ayala–Carcedo, 2004, Faul y Faul, 1983, p. 48–134, Gillespie, 1951, cap. II, Kempe, 2003, Oeser, 2011, p. 18–21.

[18] Estas cartas están reproducidas en Turnbull, 1960, p. 319 y 321–335, y, parcialmente, en Brewster, 1855, p. 447–454.

[19] García Cruz, 2005, de Turnbull, 1960, p. 319 y 321–335.

[20] Véanse Barbati, 1999, Brooke y Cantor, 1998, sec. iiii, Rossi, 1997, cap. 9, Westfall, 1971, 1973.

[21] Véase, por ejemplo, Newton, 1705, f. 619v; véase, además, McGuire, 1978.

[22] Christianson, 1984, Force, 1990a,b, Popkin, 1988, Snobelen, 2007a,b, Westfall, 1973, cap. 8.

[23] Para una amplia discusión sobre las diferencias entre Burnet y Newton, véanse Dobbs, 1991, p. 5388, Force, 1983, Mandelbrote, 1993a,b, 1994, 2002, Orozco Echeverri, 2009, cap. 1.

[24] Para esta idea de la “unidad de la verdad” en Newton, véanse Dobbs, 1991, cap. 1, 1993, Henson, 2013, p. 14–28.

[25] Burnet, 1684, Libro I, p. 8.

[26] Turnbull, 1960, p. 324 (trad. castellana en García Cruz, 2005).

[27] Ibid., p. 327.

[28] Ibid., p. 329.

[29] Burnet, 1681 y 1684, Libro I, caps. ivvi.

[30] Descartes, 1633, [caps. xix]; 1644, III; sobre la teoría de los vórtices, véanse Aiton, 1972, cap. 2, 1989, 1995, Baigrie, 1993, Gaukroger, 2002, cap. 5, p. 150–153, Hetherington, 2006, caps. 17–18, Stein, 1967, 2002, Wilson, 2002.

[31] Newton, 1661–?, p. 6, 11–12, 32, 47, 50, 54, 1685 [in Janiak, 2004, p. 12–39], 1687, especialmente Libro II, Sec. ix, Prop. li, Teor. xxxix, Prop. lii, Teor. xl.

[32] Véanse Force, 2004, Harrison, 1995, 2001, cap. 4 (especialmente p. 138–160), Henry, 1994, Kubrin, 1967; véase, además, Daston y Stolleis, 2009 (preferentemente caps. 1, 2, 3, 4, 7, 13 y 16).

[33] Burnet, 1681, Libro II, cap. x, 1684, Libro II, cap. viii; véase, además, Magruder, 2008, p. 470–478.

[34] Burnet, 1684, Libro II, cap. viii, p. 228.

[35] 1681, Libro I, p. 46, figs. 6 y 7, 1684, Libro I, p. 64, fig. 7.

[36] Ibid., Libro II, p. 197–198, 1684, Libro II, p. 194–195 y 268–269.

[37] Newton, 1687, Libro III, proposición xviiixx; véase, además, Greenberg, 1995, cap. 1, Lafuente, 1983.

[38] Hooke, 1686, Discourse Nº 3, p. 343 [in Drake, 1996, p. 88 y 242].

[39] Véase, por ejemplo, Newton, 1728.

[40] García Cruz, 2007.

[41] Turnbull, 1960, p. 32, García Cruz, 2005.

[42] Burnet, 1681 y 1684, Libro I, caps. IV y XI. Esta idea del hundimiento de los valles y la elevación de las montañas lo encontramos ya en el pensamiento clásico greco–latino, por ejemplo, en las Metamorfosis de Ovidio, Libro I, 43–44.

[43] Turnbull, 1960, p. 322, García Cruz, 2005.

[44] El mismo caos acuoso se halla también en textos cosmológicos clásicos de diferentes culturas, como en el Enuma elish,I.5 o el Popol Vuh, cap. I, p. 24.

[45] Newton, 1704, Libro III, parte I, p. 325–328; véase, además, Capel, 1980, 1982, 1985, García Cruz, 2014b, Sierra, 1981.

[46] Descartes, 1644, IV, 32–44.

[47] García Cruz, 2003, p. 30–31.

[48] Burnet, 1681, Libro I, p. 69–82, 1684, Libro I, p. 127–139.

[49] Ibid., Libro I, cap. viii, 1684, Libro I, cap. x, y fig. 1–3, p. 135.

[50] Ibid., Libro I, p. 118, fig. 10.

[51] García Cruz, 2001.

[52] Turnbull, 1960, p. 332, García Cruz, 2005.

[53] Burnet, 1681, Libro I, cap. x, 1684, Libro I, cap. xii.

 

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Ficha bibliográfica:

GARCÍA CRUZ, Cándido Manuel.Ideas cosmológicas de Isaac Newton en relación con la Telluris Theoria Sacra (1680–1681) de Thomas Burnet Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 5 de febrero de 2015, vol. XX, nº 1110 <http://www.ub.es/geocrit/b3w-1110.htm>[ISSN 1138-9796].


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