Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía
y Ciencias Sociales |
CIENCIA GEOGRÁFICA Y PRÁCTICA POLÍTICA. Un Programa
de Investigación sobre la infraestructura territorial del Estado
Antonio T. Reguera Rodríguez
Indagar sobre las claves que presiden las relaciones del hombre con
el territorio constituye el norte de este Programa. Con este propósito
se puede identificar el objeto de la Geografía Humana, aunque la
amplitud y profundidad del mismo no puede sino situar en concepciones interdisciplinares
el escenario adecuado para su comprensión. La conexión con
otras ciencias resulta por ello obligada, creando así un campo intelectual
abierto en el que circulan sin restricciones conceptos, teorías
y métodos.
La relación elemental, aunque de la mayor objetividad, que el
hombre mantiene con el territorio está motivada por necesidades
de su pervivencia; es por tanto una relación económica, identificada
en términos de recursos, procesos de trabajo, producciones y mercancías.
Pero también lo es jurídico-política, cuando median
o se simultanean prácticas de apropiación del territorio.
Estamos hablando de fuerzas de producción en el primer caso, y de
relaciones de producción en el segundo. En conjunto se trata de
la determinación social de la producción o de los procesos
de trabajo. Bajo el principio de que las formas son funciones de las fuerzas,
la fisonomía resultante tras la ocupación y ordenación
del territorio responde a las fuerzas del mercado y a las relaciones de
poder. Ambos, mercado y poder han logrado crear sobre bases perdurables
una institución garante de la paz social y de la práctica
de la contratación. Nos referimos al Estado. Evidentemente, tratándose
de sociedades clasistas, el Estado hay que entenderlo como un instrumento
de clase, desde donde se ejerce el poder con diferentes grados de control.
En este Programa nos ha interesado, ya desde sus primeras formulaciones,
estudiar las implicaciones que el propio Estado desarrolla entre su dimensión
como ente jurídico y su propia infraestructura territorial. Territorio,
mercado y Estado constituyen los fundamentos conceptuales de una Geografía
Humana que pretende trascender la imagen plana del "paisaje con figuras",
carente de perspectiva y profundidad, tanto espacial como temporal. Si
dinamizamos el "cuadro", tres palabras resumen los procesos que
nos interesan: relación, producción y gestión. De
forma más explícita, hablamos de los grupos sociales en un
permanente conflicto de intereses, de la economía de mercado como
marco en el que se inscriben la producción y la distribución
de recursos y del Estado como institución que tutela la organización
político-juirídica de la sociedad.
Estos planteamientos constituyen el eje de una estrategia científica
que ha pretendido guiar la práctica del conocimiento hacia objetivos
diversos, aparentemente múltiples, pero nacidos del mismo tronco.
Forman por tanto una estructura dendrítica, cuyo porte y densidad
en ningún caso pueden ser deducidos de las enumeraciones y observaciones
sumarias que se hacen a continuación.
Objetivos
La acción del Estado sobre el territorio es ubicua y omnicomprensiva,
pero se materializa de forma selectiva guiada por prioridades económicas
y políticas. Nos hemos planteado con preferencia a cualquier otro
objetivo la ordenación básica, o infraestructural, del territorio
del Estado. Ésta se explica en tres direcciones:
La primera, más política, persigue la definición de
posiciones y de esquemas de relación. Incluye la delimitación,
la selección de núcleos, la definición de unidades
territoriales básicas, el trazado de redes de comunicación....
La segunda ha hecho del análisis científico del territorio una prioridad de los Estados modernos, considerando como tales los creados en el contexto mismo del desarrollo de la ciencia política durante el siglo XVI. Dicho análisis implica a una serie de ciencias -astronomía, geografía matemática, geodesia, cartografía, topografía- que han experimentado por ello un fuerte impulso tanto en su estatus científico, como en su institucionalización. La medida rigurosa del territorio a los efectos de apropiación, parcelación y compra-venta y su representación fiable se convierten así en preferentes objetos de estudio que nos descubren aspectos esenciales de la acción planificadora y reguladora del Estado.
La tercera dirección relaciona el territorio con dos proyecciones
epistemológicas muy matizadas: la eco-nomía y la eco-logía.
En el primer caso, el territorio se presenta metamorfoseado en recursos
apropiables -yacimientos- y potenciales -el suelo como agente productivo-.
Las respuestas proceden de la geología y de la edafología.
En el segundo, un conjunto interrelacionado de múltiples elementos
bióticos y abióticos ha dotado de contenido científico
a los discursos ambientales y está impulsando la institucionalización
de la ecología como práctica específica del Estado
en el marco de la ordenación territorial.
Este nivel infraestructural, que es básico y general a la vez, se
hace compatible con objetivos más específicos. Tales como
la utilización, para examinar la intervención territorial
del Estado, de las dos categorías clásicas del análisis
territorial: el campo y la ciudad. Al margen de la vieja dicotomía
campo-ciudad, otras categorías reflejan las múltiples representaciones
que el Estado adopta para definir ámbitos específicos de
ordenación territorial. Son las unidades territoriales no sistemáticas,
tales como las zonas regables, las comarcas de acción especial,
las zonas de urgente reindustrialización, los polígonos industriales,
las reservas naturales, las áreas de interés paisajístico,
etc. Junto a éstas, expresión de una política territorial
selectiva que se centra en el estudio y tratamiento de "casos",
la homogeneización instrumental y la integración como estrategia
es proyectada por el Estado hacia el territorio mediante su reparcelación
en unidades territoriales sistemáticas: municipios, provincias,
partidos, comunidades, mancomunidades...
Ninguno de los ámbitos espaciales señalados deja de ser significativo
para comprender las profundas relaciones que existen entre geografía
y política; entre el territorio y el Estado. En los Proyectos de
Investigación que hemos realizado o están en curso asumimos
el estudio de estas "espacialidades" como aportaciones al plan
general: la ordenación básica del territorio del Estado.
Estas aportaciones son de dos tipos: cuantitativas, o de acumulación
de nuevos datos y conocimientos, y cualitativas, más inclinadas
hacia la exploración de nuevas o matizadas interpretaciones.
Resultados
Siguiendo un criterio cronológico, las aportaciones a este Programa
de Investigación se han sucedido a lo largo de las siguientes fases,
identificadas con Proyectos concretos.
La primera se inicia con la década de los ochenta en la Universidad
de Sevilla. Con ocasión de la definición de un primer Proyecto
de Investigación, relacionado con el disfrute de una Beca del Plan
de Formación del Personal Investigador, quedó abierto un
camino que se adentraba en los territorios de la Geografía Humana;
pero de una Geografía Humana no entendida como la Geografía
del hombre, donde se asienta o habita, sino como la Geografía construida
por el hombre. Esta acepción más dinámica reporta
sin duda más satisfacciones intelectuales, ya que sitúa en
el centro mismo de la investigación las indagaciones en profundidad.
En esos años en la baja Andalucía seguían en vigor
algunas de las viejas reivindicaciones relacionadas con la propiedad de
la tierra. Lejos de ser el reflejo recurrente de una "interiorización"
reservada a la psicosociología, la cuestión podía
ser tratada y entendida adecuadamente situando en el centro de la misma
la realidad geográfica, o mejor geohistórica, que la sustentaba.
En esencia se trataba de un problema de reparto de medios y fuerzas de
producción y de control de relaciones sociales. Algunos estudios
sobre la estructura demográfica (Estructura y dinámica
de la población de Los Palacios, 1981) y sobre la estructura
de la propiedad de la tierra (Análisis crítico de la intervención
estatal en la propiedad de la Zona Regable del Bajo Guadalquivir, 1983)
pusieron de manifiesto el profundo desajuste que existía entre una
mayoritaria clase obrera con una demografía muy expansiva y unos
propietarios agrícolas que en su mayoría seguían confiando
en la rentabilidad suficiente que proporcionan las producciones mediocres
de grandes extensiones de terreno. Sin otras alternativas productivas ni
de emigración -estamos a mediados de los años setenta-, para
el Estado tan situación no dejaba de comportar riesgos o de suscitar
preocupación por sus consecuencias políticas y sociales.
Delimitando un marco espacial de actuación -la denominada Zona Regable
del Bajo Guadalquivir- el Estado interviene activando los instrumentos
legales y técnicos con los que venía aplicando desde hacía
varias décadas la política de colonización. Aparentemente
lo hace en el ejercicio autónomo de la política, pero es
la óptica del capital la que guía dicha política.
En el libro que recoge la parte central de esta investigación (Transformación
del espacio y política de colonización. El Bajo Guadalquivir,
1986) desarrollamos la tesis de que el espacio en general y la agricultura
en particular van siendo penetrados en sus contenidos, formas y estructuras
por la expansión en "horizontal" del sistema económico,
que tiende hacia la construcción de todo el espacio como espacio
de y para el capital. En él se analizan las transformaciones operadas
en un espacio parcialmente virgen, las marismas del Guadalquivir, mediante
un amplio plan de construcciones infraestructurales: redes hidráulicas,
riegos, parcelaciones, nuevas poblaciones. El resultado será la
creación de un espacio productivo sobre el que se asienta una fuerza
de trabajo muy específica: el campesinado parcelario. Su pretendido
estatus de pequeño productor primario independiente muy pronto quedó
superado con la progresiva asalarización en favor de las grandes
empresas agrarias de la zona fuertemente capitalizadas a raíz de
la inversiones hechas por el Estado. Se comprobó finalmente que
las prácticas colonizadoras seguían siendo uno de los factores
más dinámicos en la génesis de la "geografía
humana". Articulaban la expansión del capitalismo en la agricultura,
reordenaban con ello el espacio, incluyendo la construcción de un
nuevo hábitat, reclasificaban la fuerza de trabajo y proporcionaban
grandes inversiones iniciales de capital fijo.
Esta deriva socioeconómica de las prácticas colonizadoras
en la zona que estudiamos rasgaba cualquier veladura que impidiera apreciar
con toda nitidez la verdadera naturaleza de las intervenciones territoriales
proyectadas y realizadas por el Estado. Si los hombres y sus condiciones
de vida quedaban en una situación de dependencia con relación
al capital agrario y su ley de acumulación, -esta tesis no pasaría
desapercibida en la amplia utilización que de estos trabajos se
hace en la obra de síntesis Historia y evolución
de la colonización agraria en España, Tomo IV-, las tierras
también comenzaban a mostrar los efectos de un tratamiento productivista
aplicado con grandes alardes técnicos y con un escaso conocimiento
científico. Así, la rápida desalinización de
los suelos con los primeros lavados, dio paso a una no menos rápida
resalinización de los mismos tras los primeros ejercicios de cultivo
(Algunos problemas derivados de la irrigación de amplias
zonas de las marismas del Guadalquivir, 1985). Es el propio Estado
el que pone en marcha el proceso transformación-producción-acumulación
en detrimento de la conservación, el equilibrio y la moderación
que aconsejaba la naturaleza de un suelo en formación. En esos años
aún no se había empezado a diferenciar los ecosistemas naturales
de los biotopos del capital.
Razones profesionales, medidas en términos de distancia geográfica,
nos impidieron seguir profundizando en los procesos y prácticas
colonizadoras para ampliar, como teníamos previsto, el análisis
temporal y la difusión territorial de las mismas. Pero dado que,
tal como señalamos, la acción del Estado sobre el territorio
es omnicomprensiva y a la vez selectiva, el traslado a la Universidad de
León dio paso a un nuevo Proyecto de Investigación centrado
en la construcción y en la planificación urbana; es decir,
en el papel asumido por el Estado en una ciudad que es construida por el
capital. Aparentemente el cambio ha sido brusco, pero tan sólo hemos
desplazado el ámbito de comprobación. Para lo esencial de
este Programa seguimos tratando de lo mismo: del territorio, del mercado
y del Estado.
La ciudad de León está a punto de cumplir los dos mil años
de historia. La tarea de reconstruir el proceso evolutivo de la misma desde
su origen se presenta como un reto muy ambicioso. Fue asumido y el resultado
se convirtió en una Tesis Doctoral (La ciudad de León.
Análisis dialéctico de su construcción y de la política
de planeamiento local, 1987). Aunque se hace una identificación
y análisis de las principales fases del amplio periodo señalado,
sin embargo el principal aporte documental e interpretativo corresponde
a los dos últimos siglos, periodo a su vez segregado, a efectos
de publicación, en dos unidades por conveniencias editoriales (La
ciudad de León en el siglo XIX...,1987 y La ciudad
de León en el siglo XX..., 1987). Con la progresión del
régimen liberal, progresaba también la economía de
mercado, afectando la onda expansiva al espacio urbano. En algunos trabajos
indagatorios pudimos comprobar en qué términos se empezó
a plantear la superación del modelo "cerrado" de ciudad
por otro "abierto" (Economía de mercado y procesos
urbanos..., 1985, y Reforma urbana liberal e infraestructura
de saneamiento..., 1987); pero el tratamiento sistemático de
esta cuestión capital del Proyecto ocupó uno de los capítulos
principales de la Tesis (La ciudad de León en el siglo XIX...,
1987). Con el subtítulo Transformaciones urbanísticas
en el periodo de transición al capitalismo se enuncia la
idea-guía que orienta la selección temática y el marco
teórico elegido. Se trataba de comprobar, una vez que el suelo urbano
se estaba incorporando a los circuitos de la producción, el papel
director o tutelar ejercido por el Estado en el proceso de planificación
y construcción de la "ciudad del capital". Las desamortizaciones,
modificando el régimen de la propiedad, la construcción de
la infraestructura ferroviaria, la reforma interior, modificando en lo
posible la herencia recibida, y la expansión exterior bajo la modalidad
de "Ensanche" o nueva alternativa de ciudad ordenada nos permitieron
comprobar la intervención sistemática del Estado institucionalizando
el Urbanismo moderno, identificado con la reflexión teórica
sobre la ciudad y con las prácticas de ordenación, regulación
y previsión de su crecimiento. El antiplán del liberalismo
no podía sostenerse en la práctica cuando el mercado estaba
sembrando la escena urbana de contradicciones: entre grupos sociales, entre
espacios, públicos y privados, y entre actividades; e incluso entre
fracciones del capital, unas más especulativas y otras más
productivas, interesadas ambas en gestiones y valoraciones muy diferentes,
francamente opuestas, del suelo urbano.
En el último capítulo, publicado bajo el título La
ciudad de León en el siglo XX. Teoría y práctica
en el urbanismo local, 1987, se aborda el proceso de construcción
del Ensanche en medio de un conflicto de intereses cuyo desarrollo nos
ilustra con toda claridad respecto al principio general enunciado de que
las formas son determinaciones de las fuerzas. En este caso, las formas
urbanas, los primitivos trazados del Ensanche -jerarquía, número
y orientación de calles, forma y tamaño de las manzanas-
fueron reiteradamente modificados por las presiones ejercidas por los propietarios
con capacidad para inducir cambios que serían admitidos por las
instancias competentes en la aprobación del proyecto. Con todo,
esta era una contradicción de segundo orden. La principal se había
ya planteado en otros términos. El Ensanche se había concebido
-además de la selección que causa per se el mercado del suelo-
como una solución habitacional para las "clases acomodadas";
es decir, para la burguesía, que controla los negocios mineros,
el comercio y una incipiente industria. Pero la "ciudad del capital"
no es tal sin el concurso de la población obrera. ¿Dónde
alojar a esta creciente masa de emigrantes si el Casco Antiguo estaba saturado
y el Ensanche vedado?. En las afueras, en el extrarradio o espacio suburbano,
nueva cristalización de la acumulación urbana. El Estado
interviene, instado por la necesidad imperiosa de viviendas de demandantes
insolventes, con programas de construcción muy limitados. Son las
"casas baratas", las "viviendas económicas"
o las "viviendas de renta limitada". El grueso del mercado quedará
totalmente en manos privadas que eligen el modelo operativo: el proyecto
de urbanización zonal, las parcelaciones particulares o el "edificio
a edificio" a lo largo de los grandes ejes. En esta fase de libertinaje
urbanístico los procedimientos constructivos son tan variados como
las posibilidades individuales, concretándose las variantes de la
infravivienda, la autoconstrucción y los primeros barrios "seriados"
por la acción de las Cooperativas y de las primeras empresas de
la construcción. Entre tanto, el Urbanismo logra recuperar su idea
esencial, la de regulación e intervención con la promulgación
de la Ley del Suelo de 1956. Institucionaliza el planeamiento urbanístico
a escala municipal, o de conjunto de municipios que forman una ciudad,
superando aparentemente la fase de indefensión jurídica precedente;
pero el optimismo que suscita para el futuro está en relación
con las posibilidades de interpretar la Ley exclusivamente en la óptica
del mercado. Es lo que G. Campos Venuti ha denominado urbanismo "de
hecho". En una última publicación sobre la ciudad (La
ciudad de León. Espacios y tiempos, 1996), que recopila varios
trabajos realizados durante los últimos diez años, hemos
avanzado en el estudio del proceso urbano hasta el periodo constitucional
y de Ayuntamientos democráticos. Calificamos el momento como de
urbanismo "de derecho". Las intervenciones en pro del mercado
han de compensarse con equipamientos, infraestructuras y servicios directamente
relacionados con las condiciones de vida de las personas y no entenderse
exclusivamente al servicio de las condiciones de reproducción del
capital. La participación de los ciudadanos en la gestión
del territorio -de la ciudad- produce tendencialmente una humanización
del Estado.
Los tres elementos básicos del Programa Investigador -territorio,
mercado y Estado- se combinan de tal forma que nunca se agota la posibilidad
de descubrir nuevos significados. Al Estado convertido en instrumento político
en favor de la oligarquía terrateniente a través de la capitalización
agraria, y al Estado tutelando el proceso de mercantilización del
suelo urbano, debemos añadir ahora la instrumentalización
política del propio territorio del Estado. Esta idea está
presente en el origen del Estado moderno -como veremos-, pero tendrá
un amplio desarrollo en los dos últimos siglos impulsada por dos
motores: la teoría del cuerpo social, difundida por la burguesía,
y la teoría orgánica del Estado, apropiada por el nacionalismo.
En medio de estos dos baluartes fluye el curso de una geografía
profundamente ideologizada que, por alcanzar la grandeza de la patria,
ha rozado la miseria intelectual. Hablamos de una geografía política,
de una geopolítica, que sobreinterpreta la realidad geográfica,
la tergiversa y hasta llega a falsificarla. Es propio de los nacionalismos
en cualquiera de las fases de su ciclo vital -nacimiento, desarrollo y
decrepitud- pervertir la naturaleza de la relación primaria que
el hombre mantiene con el territorio -la de supervivencia y progreso-,
tratando de imponer la relación de identidad y de pertenencia que
provoca la exclusión y la conquista.
Hemos abierto una línea de investigación con el propósito
de estudiar estas formas de entender y manipular el territorio. Algunos
resultados (El origen del pensamiento geopolítico en España,
1990, y Fascismo y geopolítica en España, 1991) pusieron
de manifiesto la concurrencia multidisciplinar -historiadores, geógrafos,
militares, políticos, literatos, publicistas- en el apoyo de un
plan que tenía por objeto la suplantación de la propia idea
de Estado por la idea de nación. Las motivaciones que tiene una
comunidad para renacionalizarse pueden estar relacionadas con el reducto
protector de una mitología ancestral, pero también con el
blindaje ideológico que a escala regional se autoproporciona el
capitalismo apátrida. Desde que se institucionalizó el Estado-nación
y el capitalismo inició su desarrollo, estas formas de entender
y resolver las contradicciones inter e intraestatales no han dejado de
ensayarse. En este marco interpretativo hemos situado la sucesión
de conflictos relacionados con la desaparición de la antigua Yugoslavia
(Yugoslavia: contextos y procesos de dialéctica geohistórica,
1994), todos ellos fomentados por el recurso a formas bárbaras de
resolver las contradicciones entre pueblos, etnias, culturas o clases.
Aunque esta proyección del territorio en el discurso político
tuvo su máxima expresión durante la gran eclosión
de los fascismos; sin embargo, la fase de incubación fue mucho más
amplia. Tomando como ejemplo el caso español, hemos expuesto en
un reciente trabajo (La formación de la conciencia africanista
en España, 1998), como el nacionalismo, a lo largo del siglo
XIX, va cobrando fuerza a medida que desaparece el imperio colonial y se
activan las contradicciones entre clases. Promueve una ideología
expansionista que pretende orientar la acción política hacia
el continente africano, no tanto a fin de conquistar espacios para la expansión
del capital, como para ocultar el reparto de la riqueza y el modelo de
relaciones sociales en el interior. En consecuencia, las tesis y los debates
sobre la "pobreza de nuestro suelo" tendrán una amplia
repercusión en la opinión pública. Los representantes
editoriales de la oligarquía terrateniente estarán muy de
acuerdo en relacionar los latifundios con la geografía y no con
la historia; y los africanistas encontrarán en dicha tesis un aval
de similar categoría para justificar la proyección nacional
hacia el exterior.
En el devenir histórico el siglo XVIII se identifica con un periodo
de transición. Por ello ofrece un marco temporal en el que se cruzan
y solapan varios conflictos. En el terreno de las ideas y la formas de
pensar, la iluminación se opone a las sombras que sigue proyectando
la pervivencia de la "noche gótica". Frente a una sociedad
estamental en franca decadencia, pero aún poderosa, avanzan posiciones
los nuevos grupos sociales portadores de valores como el trabajo, la ciencia,
el mérito , el contrato. En el campo de la política, una
nueva dinastía se instala en España tras conquistar literalmente
el poder, imponiendo un régimen despótico, apenas atemperado
por el calificativo de "ilustrado", que se traduce en una profunda
centralización político-administrativa neutralizadora de
cualquier veleidad autonomista. Cuál sea el sentido último
del giro que ha tomado la organización de la máxima estructura
de poder está aún por dilucidar. Podíamos entender
que se trataba de apuntalar un modelo social en avanzado estado de disolución;
pero también cabe la explicación contraria: la de abrir cauces
de expansión a la nueva sociedad que está emergiendo. Puesto
que no se hace comprensible que un mismo efecto pueda deberse a causas
tan contradictorias, hemos de pensar que la estrategia de la institución
monárquica será la de defenderse a sí misma, en un
momento en el que la contradicciones sociales de fondo anunciaban conflictos
de superficie. Estamos en consecuencia ante un viejo problema: el de la
"seguridad del Príncipe"; un problema fundamentalmente
político que roza múltiples aspectos de la vida de los súbditos.
De ellos nos interesa el territorial.
En efecto, se procede a una reordenación básica del territorio
del Estado, acentuando las medidas centralizadoras que introducen racionalidad,
eficacia y hasta una geometría estricta en los sistemas de control
y de dominación social. La comprobación de esta tesis, tomando
como campo de análisis el amplio programa de política territorial
que conciben y aplican los ilustrados, orientó un Proyecto de Investigación
cuyos resultados aparecen publicados en el libro: Territorio ordenado,
territorio dominado. Espacios, políticas y conflictos en
la España de la Ilustración, 1993. La relación
territorio-Estado aparece en este caso marcada por la política,
concebida con un elevado grado de autonomía con respecto a otras
instancias. Se trataba entonces de intervenir, de reformar,..., de ordenar
para seguir dominando, en un momento en el que la vieja sociedad feudal
y sus instituciones habían entrado en una fase terminal, de disolución,
y la propia institución monárquica no escapaba a ese mismo
proceso. En esta situación caben todo tipo de alianzas y de medidas
contradictorias. Aunque el Programa de los ilustrados se caracteriza por
los síntomas de apertura en todos los grandes capítulos de
la política territorial: las comunicaciones, como elementos básicos
de ordenación territorial, las obras hidráulicas, como bases
para la producción de riqueza, las colonizaciones y repoblaciones,
como nuevos ensayos de organización socio-espacial, y el higienismo
urbano, como un avance de reflexión ambientalista sobre la ciudad
que induce un específico programa de reformas en la misma -puertos,
infraestructuras, servicios, nuevos barrios...-; sin embargo, el control
social y la práctica política sigue respondiendo a un modelo
autoritario sobre el que no cabe duda alguna que la soberanía reside
en el rey. La Iglesia por su parte no ha cedido un ápice en su estrategia
temporal de otorgar legitimidad a la pervivencia del Estado absoluto. La
pervivencia de la Inquisición ejemplifica el rigor en el control
de las conciencias en un momento en el que un nuevo humanismo exalta la
razón.
En estas condiciones, la geografía adquiere un protagonismo especial.
El énfasis puesto en la ordenación territorial acentúa
el propósito de dominación social, con la marginación
de la propia sociedad, inmortalizada en el conocido lema de "todo
para el pueblo, pero sin el pueblo". Sin embargo, la luz, a la vez
que ilumina, es capaz de generar nueva vida. En el seno de la Ilustración
existía un nuevo principio fecundante que muy pronto se convertiría
en el embrión del liberalismo. Esta nueva fuerza agitaría
la sociedad en su conjunto, de tal forma que ni la Monarquía, ni
la Iglesia, con sus cuantiosos bienes amortizados, ni el viejo aparato
institucional quedarían al margen de un propósito verdaderamente
revolucionario: hacer del individuo propietario la clave de una nueva arquitectura
social. Consecuentemente se hacen explícitas nuevas necesidades
territoriales, aunque el viejo esquema geopolítico fuertemente centralizado
es enteramente aprovechable cuando, desplazado el protagonismo al campo
de la economía, se trataba de construir un mercado nacional. Estas
nuevas necesidades son, por tanto, a la vez de naturaleza geopolítica
y geoeconómica; pero sobre todo exigen un conocimiento mucho más
riguroso y profundo del territorio. Exigen un análisis científico,
en profundidad, del mismo, hasta el punto de que el tradicional discurso
geográfico ha de completarse con el acceso a un campo interdisciplinar
en el que concurren la geometría, la geodesia, la geología,
la topografía y la cartografía, principalmente. El nivel
de institucionalización alcanzado para sistematizar los estudios
y prácticas territoriales consecuentes ha sido el objeto de estudio
de un Proyecto de Investigación que hemos titulado "Geografía
de Estado", habiéndose publicado recientemente con este mismo
título (Geografía de Estado. Los marcos institucionales
de la ordenación del territorio en la España contemporánea,
1800-1940). Los planteamientos iniciales y el desarrollo de contenidos
que hemos seguido se resumen a continuación.
En el devenir del Estado moderno, en cuanto ente territorial, podemos observar
la sucesión de dos fases bien diferenciadas. La primera se identifica
con el desarrollo del capitalismo comercial, de los grandes descubrimientos
geográficos y de grandes potencias oceánicas que han logrado
elevar a la categoría de ciencia política la proyección
universal del Príncipe renacentista. Temporalmente los hechos se
sitúan entre finales del siglo XV y principios del siglo XIX. Para
estas últimas fechas el objetivo de conocer el mundo va dejando
paso al propósito de transformarlo. La burguesía comercial
da un paso decisivo hacia la producción, inaugurando la primera
gran revolución industrial. En este tránsito, ningún
fundamento estructural -economía, política, ideología-
queda al margen, proyectándose dentro del todo que cambia hacia
otras dimensiones de la realidad. Por ejemplo, hacia la territorial o geográfica.
En la primera fase, El Estado es reconocido en términos de conquista,
dimensiones y defensa de un territorio. En la segunda, agotadas en buena
medida las posibilidades de expansión en horizontal, se procede
a un cambio cualitativo en las relaciones. Esto significa, siempre en relación
con el territorio, que de la acumulación -en el contexto mismo de
la acumulación primitiva de capital- se pasa a la transformación;
y de la identificación, al conocimiento. Este cambio de fase quedó
acreditado en España con el amplio debate que sobre el territorio
se desarrolló en las Cortes de Cádiz tras su inauguración.
Planteándose la liberalización con un carácter instrumental
ante la finalidad de la apropiación, se trataba de redefinir un
nuevo estatus jurídico acorde con los propósitos de una economía
de mercado; y de asentar la nueva estructura de poder emergente sobre la
base de una adecuada parcelación administrativa. Después
de varias décadas de ensayos, tras el modelo de división
territorial aprobado en 1833 se impuso la lógica política
de la "razón provincial".
Los objetivos de inventariar y representar el territorio sufren un mayor
retardo. En rigor se trataba de empresas cuya infancia se prolonga durante
todo el siglo XIX. Los múltiples ensayos de institucionalización
-Gabinetes, Depósitos- con ellos relacionados muestran el voluntarismo
de los responsables de la política territorial, pero no se dan las
condiciones para garantizar su eficacia, y ni siquiera su continuidad.
La situación empieza a cambiar cuando la propia Administración
es capaz de secretar un órgano percibido como instrumento articulador
de la política territorial en su conjunto. En el Estado español
este papel fue asumido por el Ministerio de Fomento, en el que convergen
varias líneas de acción institucional: los viejos asuntos
relacionados con la "Policía general del Reino", el fomento
de la riqueza y la nueva planificación y ordenación territorial
que demandaba a contrario la desorganización del mercado.
Además, dado que el modelo social y de reorganización del
Estado cambia en conjunto, no era posible abordar los nuevos objetivos
territoriales con el equipamiento científico-técnico heredado.
Después de varias tentativas asociadas a los periodos de mayor progresión
liberal, llegará a consolidarse la creación y progresiva
revalorización de un creciente número de Ingenierías
civiles: Caminos, Canales y Puertos, Minas, Montes, Agrónomos, Industriales,
Geógrafos... Constituyen el "brazo armado" del que se
dota la política liberal hacia el territorio en su dimensión
tanto infraestructural, como de depósito de recursos.
Hacia mediados del siglo las bases para entender el territorio ya estaban
establecidas; sin embargo, su operatividad distaba de ser satisfactoria.
Así se explica, en consecuencia, la reminiscencia o reproducción
de dos prácticas anticuadas de valor estratégico en relación
con el territorio: su inventario, a través de las operaciones geográfico-estadísticas
dirigidas por Pascual Madoz, y su representación, por medio del
Atlas de España de Francisco Coello. Sin embargo,
no fueron prácticas baldías; marcaron el tránsito
hacia los proyectos del Catastro y del Mapa Topográfico.
En el proceso de formación del estatus institucional del Estado
en materia de geografía, a la creación del Ministerio de
Fomento y de varios Cuerpos de Ingenierías civiles en los años
treinta, se unía, iniciada ya la segunda mitad del siglo, un hito
de la máxima relevancia. Se trata de la promulgación de la
Ley de medición del territorio en 1859, junto a un amplio desarrollo
de disposiciones complementarias y reglamentarias. Podríamos decir
que se plantea el problema geográfico en su globalidad, a la vez
que se hace compatible con tratamientos especializados: geológico,
hidrológico, forestal, agronómico, catastral, urbanístico...
Así, los viejos y renovados objetivos geográficos del Estado
se descomponen en prácticas de geometría técnico-normativa,
cuya importancia se reconoce en el rigor de la medida, el cálculo,
la evaluación y la representación cartográfica. Un
propósito cuasifilosófico -la "medida de todas las cosas"-
da coherencia a la política territorial del Estado y al "plan
matemático" que con ella se relaciona. En la práctica
se trataba de medir parcelas, términos municipales, ciudades, carreteras,
concesiones mineras, montes públicos,etc.
La densidad de elementos relacionados con la geografía del Estado
presentes en sus instancias proyectivas y operativas, como eran las dependencias
-Direcciones, Juntas, Comisiones- y técnicos especializados -Ingenierías
y otros Cuerpos-, las leyes y los planes específicos, y la renovada
vigencia de los antiguos proyectos del Catastro y del Mapa Topográfico,
cristalizan en la creación en 1870 de una institución específica,
el Instituto Geográfico. A su dirección quedarán confiados
los planes de análisis, inventario y representación del territorio
enunciados en la Ley de 1859; aunque de inmediato empieza a ser reconocida
su labor por el impulso dado a la elaboración del Mapa Topográfico
Nacional, lo que exigía, en aras del rigor científico, un
trabajo entres frentes: el geodésico, el astronómico y el
topográfico-catastral. Desde 1870 en que se concretó su planta
en el seno de la Administración central, la vida del Instituto Geográfico
es comparable a una estructura dendrítica que se fortalece en todas
sus partes. Ello no puede sino ser síntoma de la consistencia que
va adquiriendo la tesis central de la existencia de una Geografía
de Estado. Además, no constituye un aval menor de la misma el hecho
de que la primera infancia del Instituto transcurriera en medio de circunstancias
políticas muy contrastadas. Tampoco constituye un acontecimiento
sin importancia la unificación en el año 1900 de varios grupos
de profesionales que trabajan para el Instituto bajo el manto único
de una nueva Titulación: la de los Ingenieros Geógrafos.
A principios del siglo XX el organigrama funcional del Instituto Geográfico
era muy complejo debido a la cantidad de competencias que había
ido asumiendo: la astronomía, la geodesia, la topografía,
el catastro, la cartografía, la metrología, etc. Sin embargo,
una cuestión de calidad hace que de la evolución científica
surjan nuevas variedades específicas. Así, el proceso de
especialización experimentado por la geografía en el campo
científico no dejará de tener su reflejo en el ámbito
institucional. De esta forma, el tronco de la geografía deriva en
soportes múltiples, en ramificaciones más densas y en raíces
más profundas. En efecto, entre los últimos años del
siglo XIX y primeros del XX aparecen y se consolidan tres experiencias
institucionales que no dejan lugar a dudas sobre la especialización
del saber geográfico en el seno de la Administración. Tres
Institutos: Meteorológico, Geológico y Oceanográfico,
ponen de manifiesto el interés del Estado por situar bajo su control
la producción sistemática de nuevos conocimientos. Los que
hacían posible la predicción del tiempo en un momento en
el que aparecen los primeros rudimentos de la aviación y se inicia
la exploración aeroespacial. Los que tenían por objeto conocer
e inventariar los recursos del subsuelo cuando se pretende implantar las
bases de una industria moderna: siderurgia, química, electricidad.
Los que, por razones estratégicas, económicas y geopolíticas,
favorecen la proyección expansiva del Estado hacia los espacios
marítimos.
Durante los años veinte y treinta del presente siglo, la lucha política
por el control del aparato del Estado se desarrolla con exasperación.
En el fondo lo que se dirime es el control de los medios de producción
y el modelo de relaciones sociales que había sido impuesto desde
el triunfo del "orden moderado" en el pasado siglo. Las instituciones
geográficas no quedarán al margen de la dialéctica
que se plantea. Por ejemplo, una cuestión capital como era la propiedad
de la tierra redefine las prioridades del Instituto Geográfico de
tal manera que, con la denominación añadida de "Catastral",
se plantea "en serio" hacer el inventario riguroso de la misma.
Sin abjurar de este objetivo, los directores de la política territorial
republicana consideran que es preciso, cum primis, rebajar el nivel
de penetración y control que los militares ejercían en las
instituciones geográficas. La secular lucha generalmente soterrada
entre civiles y militares por el control de las mismas se sitúa
ahora en los primeros planos de la reforma del Ejército promovida
por Manuel Azaña. Una Comisión interministerial de Cartografía
y Geografía Económica revalorizaba la labor de dirección
y control del Instituto Geográfico frente a las atribuciones geográficas
y cartográficas del Estado Mayor, de las Capitanías Generales
y del Consejo Superior Geográfico, heredadas del tiempo de la Dictadura.
Entre las cuestiones "territoriales" que se dirimen en la guerra
civil, hay que incluir también la reconstrucción de un modelo
dual de instituciones geográficas en el que la presencia del Ejército
fuera preeminente. Con la creación del Servicio Geográfico
del Ejército se cumple dicho propósito.
La idea, en suma, de una Geografía de Estado trata de explorar el
origen y el desarrollo en el seno de la Administración de instituciones
cuya existencia se justifica en la necesidad de analizar y entender científicamente
el territorio. Se da la paradoja de que esta geografía puede ser
concebida al margen de la labor social que los oficialmente denominados
geógrafos desarrollan en el ámbito académico y en
los diferentes niveles del sistema educativo. De ahí la expresión
"una geografía sin geógrafos". Para entender esta
particularidad institucional debemos situar el cuadro de contenidos que
a ella se refieren en el proceso mismo de formación del Estado liberal.
Las implicaciones políticas son pues evidentes. Son perfectamente
compatibles los propósitos políticos y las prácticas
científicas cuando se trata de inventariar, analizar, dividir, medir
y representar el territorio. Pero por otra parte, en la cronología
que abarca el trabajo, el Estado liberal es el Estado burgués; es
decir, la economía de mercado constituye la corriente de fondo que
impulsa este proceso histórico. Y ante esta determinación
se impondrá una forma de gobierno que podemos calificar de "centralismo
predemocrático", concebido más como un sistema tutelar
del mercado, que como un marco de convivencia político asentado
sobre fundamentos constitucionales. Consecuentemente se desarrollará
en paralelo una instrumentalización del liberalismo bajo la ideología
de la apropiación, del intercambio y del consumo de mercancías.
La Geografía de Estado se encarga de identificar, evaluar y presentar
aquellas mercancías directamente relacionadas con la propia materialidad
territorial: los suelos, las aguas, los bosques, las minas, etc.
Finalmente, un Proyecto de Investigación en curso se centra en la
que hemos identificado como primera etapa en el desarrollo del Estado moderno:
los siglos XVI-XVIII. El inicio de este periodo, que cronológicamente
también lo es del Programa de Investigación en su conjunto,
viene marcado, en cuanto a la teoría, por el desarrollo de la ciencia
política, y en cuanto a la práctica, por el nivel de organización
sistemática que ha alcanzado la comunidad política que denominamos
Estado. Pretendemos en cierta medida reproducir el esquema de indagaciones
que hemos seguido en el Proyecto anterior sobre la "Geografía
de Estado" para el periodo 1800-1940. Aunque sabemos de antemano que
el nivel de institucionalización y de sistematización, que
en la práctica viene a ser lo mismo, es muy inferior. Sin embargo,
los estudios y las prácticas territoriales resultan imprescindibles.¿Cómo
se resuelve la situación? Esta es la pregunta que justifica el Proyecto
en curso de realización.
Como ya señalamos, en estas circunstancias históricas la
relación Estado-territorio es superficial. Se hace explícita
en prácticas de descubrimiento, de apropiación y de organización
elemental del territorio. El motor principal que la determina es un capitalismo
comercial con el que la teoría económica encubre la depredación
sistemática de recursos. Las necesidades básicas de delimitación,
descripción, representación y trazado de la geometría
más elemental, a base de puntos -puertos, ciudades- y de líneas
-vías de comunicación- son cubiertas por el recurso a una
práctica geográfica ocasional, no sistemática. Aunque
no faltan experiencias que nos obligan a matizar esta conclusión.
Por ejemplo, el plan geográfico y cartográfico que se desenvuelve
durante el siglo XVI en torno al Padrón Real, o la labor realizada
por los Ingenieros Militares durante el siglo XVIII.
En el siglo XVI, cuanto mayor era el dominio territorial, mayor era para
la Corona española la necesidad de disponer de una adecuada base
cartográfica. Muchas empresas o proyectos directa o indirectamente
se concibieron con este fin: el Padrón Real, los primeros ensayos
para hacer una descripción física de España, las Relaciones
Topográficas, los varios proyectos encargados por Felipe II sobre
"descripción de ciudades" y la atención que se
presta a los grandes proyectos cartográficos que se estaban elaborando
en centro Europa, como la obra de G. Mercátor, las Civitates
Orbis Terrarum y en especial el Theatrum Orbis Terrarum.
La elaboración y distribución en continuas ediciones de esta
última obra abrió nuevos cauces de relación entre
la Corte española y el núcleo de humanistas que convergen
en torno a la personalidad y al negocio del impresor Plantino. El interés
que Benito Arias Montano muestra por la Geografía, estando en Flandes
comisionado por el rey, hará posible que Felipe II tenga un puntual
conocimiento del principal corpus cartográfico publicado
en el siglo XVI por sus amigos Abraham Ortelio y Plantino, el Theatrum
Orbis Terrarum. Hemos estudiado este particular capítulo de
la "Geografía de Estado" protagonizado por los más
altos representantes de la política y de la intelectualidad de la
segunda mitad del siglo XVI en Benito Arias Montano y Abraham Ortelio.
Humanismo y geografía en los círculos intelectuales hispano-flamencos,
1999.
Además del valor estratégico que para la Corona española
adquiere la cartografía a lo largo del siglo XVI, abriendo con ello
un amplio frente al desarrollo de los estudios geográficos, se suscita
un amplio debate de naturaleza geopolítica que pone en relación
la concepción misma del poder y el territorio del Estado. Formalmente
se discute -en múltiples Discursos- la cuestión de la capitalidad,
pero en el fondo se trataba de superar una concepción ambulante
del poder que en la medida en que se consigue producirá profundas
repercusiones territoriales. Se debate sobre la mudanza o estabilidad de
la Corte y ante la expectativa de su fijación definitiva se sitúan
en primer plano de importancia los análisis territoriales. La "razón
de Corte" se convertía así en "razón de
Estado"; y por ello el territorio y la ciudad, en parte nuclear del
discurso político. Hemos estudiado uno de estos Discursos, titulado
Razón de Corte, redactado a principios del siglo XVII, cuando
Madrid pierde momentáneamente la capitalidad en favor de Valladolid
(La elección de Madrid como asiento de la Corte y capital del
Estado, 1993). Una edición crítica de este manuscrito,
de próxima aparición, permitirá situar una destacada
práctica de ordenación territorial en el marco cada vez más
racionalizado de relaciones entre la ciencia política y la geografía.
En el ordenamiento territorial cabe esperar una sucesión de secuencias
lógicas. Como en la primera mitad del siglo XVII se consolida Madrid
como sede de la Corte y capital del Estado, el siguiente paso -definido
el núcleo de articulaciones territoriales- sería definir
el modelo de comunicaciones entre el centro y la periferia. Así
ocurre en realidad, pero con un considerable retraso, pues hemos de esperar
hasta mediados del siglo XVIII para ver enunciados de forma precisa los
términos en los que era necesario -en consecuencia con un modelo
político fuertemente centralizado- construir una red radial de comunicaciones;
o de caminos reales para ser más exactos. Como corresponde a un
capítulo de la máxima importancia en lo relativo a la infraestructura
territorial del Estado, la literatura sobre Caminos es muy abundante, pero
no conocemos ningún texto que defina el modelo radial con tanta
precisión -con un verdadero determinismo matemático y geométrico-
como el Informe que sobre Caminos encarga el Conde de Aranda al padre Martín
Sarmiento en 1757. En Los Apuntamientos del padre Martín
Sarmiento sobre la construcción de la red radial de Caminos Reales
en España, 1999, hemos hecho una exposición resumida
de su contenido, poniendo de manifiesto, además de la importancia
de las nuevas vías en orden a la movilidad, su carácter de
soporte para articular un plan territorial global en el que aparecen implicadas
la geografía, la economía y la política.
Publicaciones del autor citadas en el texto
Estructura y dinámica de la población de Los Palacios,
Sevilla, Ayuntamiento de Los Palacios, 1981, 58 pp.
"Análisis crítico de la intervención estatal en la propiedad de la Zona Regable del Bajo Guadalquivir", Estudios Humanísticos, Nº 5, 1983, pp. 111-132.
Transformación del espacio y política de colonización. El Bajo Guadalquivir, León, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de León, 1986, 199 pp.
"Algunos problemas derivados de la irrigación de amplias zonas en las marismas del Guadalquivir", Actas del III Coloquio Nacional de Geografía Agraria, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1985, pp. 525-533.
Economía de mercado y procesos urbanos. Sobre la construcción de la calle de Burgo Nuevo (León), Cuadernos de Investigación Urbana, Nº 1, 1985, 52 pp.
(En colaboración con otro autor): Reforma urbana liberal e infraestructura de saneamiento. El Informe de Juan de Madrazo sobre León, León, Colegio Oficial de Arquitectos de León, 1987, 98 pp.
La ciudad de León. Análisis dialéctico de su construcción y de la política de planeamiento local, León, Servicio de Publicaciones de la Universidad de León, 1987, 35 pp. (Resumen de Tesis Doctoral).
La ciudad de León en el siglo XIX. Transformaciones urbanísticas en el periodo de transición al capitalismo, León, Colegio Oficial de Arquitectos de León, 1987, 197 pp.
La ciudad de León en el siglo XX. Teoría y práctica en el Urbanismo local, León, Colegio Oficial de Arquitectos de León, 1987, 219 pp.
"Orígenes del pensamiento geopolítico en España. Una primera aproximación", Documents d'Anàlisi Geogràfica, Nº 17, 1990, pp. 79-104.
"Fascismo y geopolítica en España", Geocrítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana, Nº 94, 1991, 63 pp.
"Yugoslavia: contextos y procesos de dialéctica geohistórica", Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, Nº 17, 1993, pp. 61-84.
"La elección de Madrid como asiento de la Corte y capital del Estado. Un caso práctico de geopolítica histórica", Estudios Geográficos, Nº 213, 1993, pp. 655-693.
Territorio ordenado, territorio dominado. Espacios, políticas y conflictos en la España de la Ilustración, León, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de León, 1993, 340 pp.
La ciudad de León. Espacios y tiempos, León, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de León, 1996, 367 pp.
Geografía de Estado. Los marcos institucionales de la ordenación del territorio en la España contemporánea, 1800-1940, León, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de León, 1998, 517 pp.
"La formación de la conciencia africanista en España", III Jornadas de Expediciones Científicas y Africanismo a propósito del 98, Ateneo de Madrid, diciembre de 1998. Comunicación inédita.
"Benito Arias Montano y Abraham Ortelio. Humanismo y geografía en los círculos intelectuales hispano-flamencos", III Jornadas sobre el Humanismo Extremeño, Real Academia de Extremadura de las Letras y de las Artes, noviembre de 1998. En prensa.
"Los Apuntamientos del padre Martín Sarmiento sobre la construcción de la red radial de Caminos Reales en España", Llull. Revista de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas. En curso de publicación.
© Copyright: Antonio T. Reguera Rodríguez, 1999
© Copyright: Biblio 3W, 1999