Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9796] 
Nº 169, 16 de septiembre de 1999 

ARROYO ILERA, Fernando. Agua, Paisaje y Sociedad en el siglo XVI, según las Relaciones Topográficas de Felipe II. Madrid: Ediciones del Umbral, 1998, 246 p. ISBN 94-923962-8-8

María Luisa Ortega 



"Las 'Relaciones' permitirían a un geógrafo, acostumbrado a leer sobre el terreno, realizar un magnífico estudio de geografía humana trasladado al pasado ¿Lo intentará un especialista en estas cuestiones? Este es nuestro deseo..."

Esta cita, tomada de una nota a pie de página de Noël Salomon en su La campagne de Nouvelle Castille à la fin du XVI siècle d'apres les "Relaciones Topográficas" (1964), abre el capítulo de conclusiones de la obra de Fernando Arroyo, unas palabras que el autor califica como una invitación, y una especie de cuenta pendiente, que en muchas ocasiones se ha intentado cumplir con mayor o menor fortuna, y a la que responde la monografía que reseñamos. Para ello, buscando en esta fuente de primer orden informaciones y conocimientos no contemplados en el momento de su realización, se ha adoptado como hilo conductor de la investigación la importancia del agua, en sus diferentes manifestaciones naturales y en las formas que adopta su apropiación y control por el hombre, como catalizador y organizador de la acción humana. Lo que nos ofrece la obra es, pues, una exploración sistemática de las Relaciones peninsulares filipenses en la que la mirada y la interrogación del geógrafo contemporáneo, marcadas por una visión ecológica en la que el agua se convierte en agente articulador territorial, social y cultural, revela las imágenes que aquellos que respondieron a la encuesta manifestaban, indirecta e inconscientemente, de esta capacidad organizadora del agua.

No es la primera vez que el autor trabaja sobre las Relaciones Topográficas peninsulares. Comenzó frecuentando su consulta e investigación, en algunos casos junto a su maestro D.Antonio López Gómez, en estudios parciales, sobre los molinos del Tajo (Arroyo, 1990), la caza y la fauna en Castilla la Nueva en el siglo XVI (Arroyo, 1991), la vivienda rural en Cuenca (López Gómez y Arroyo Ilera, 1991) o las salinas y el abastecimiento de sal en tierras madrileñas (López Gómez y Arroyo Ilera, 1994). En estos trabajos, como la mayoría de las investigaciones que se han utilizado la información proporcionada por las Relaciones, el acercamiento que primaba a ellas era el del recurso a una fuente directa en busca del dato objetivo facilitado por la respuesta. Sin embargo es otro el enfoque, el objetivo y el método que se propone en la obra, y que no es sino la continuación de una línea de trabajo ya anunciada en otras publicaciones (Arroyo Ilera, Fernandez García y López Gómez, 1991; Arroyo Illera, 1998a; Arroyo Illera, 1998b). El estudio de la interacción entre agua y sociedad en la Castilla la Nueva del XVI que nos ocupa ha optado por considerar a las Relaciones como una encuesta o entrevista sociológica donde cada respuesta no es sólo una fuente de inestimable valor informativa o descriptiva sobre los fenómenos hídricos del campo castellano y la acción humana objetiva sobre ellos, sino un riquísimo repertorio de valoraciones personales transitadas por la cultura popular que permiten la reconstrucción de los rasgos principales de la percepción del medio y de cómo ésta condicionaba la organización social. En el libro conviven pues un trabajo propio de geografía histórica con una investigación cercana a la practicada por historia de las mentalidades y de la cultura popular en el que las Relaciones adquieren la virtualidad de las fuentes orales.

Porque de hecho la fuente lo permite. El proceso que dio lugar al texto es el más cercano a la moderna encuesta: habitualmente el escribano transcribía las respuestas que al cuestionario dieran los vecinos designados al efecto por el concejo de la villa o pueblo, una encomienda que recayó en conocedores del lugar, personas de edad por lo general y en muchos casos campesinos, aunque también figuran entre los encuestados médicos, clérigos, inquisidores, militares y cronistas. Así, y a diferencia de las Relaciones de Indias, sobre todo las anteriores a la reforma del Consejo de Indias, cuyos repertorios estaban destinados a ser cumplimentados por exploradores, conquistadores o colonizadores (Arroyo, 1998b), las Relaciones peninsulares fueron desde el principio encuestas sociológicas y como tales pueden ser objeto de análisis, dadas su características: los entrevistados eran personas pertenecientes al propio medio, y no observadores externos; su estructura responde a una encuesta abierta, aunque de preguntas estructuradas que siguen un orden lógico de temas y que facilitan una amplia gama de respuestas; además gozan de representatividad (son una muestra suficiente amplia para representar el sentir y la actitud de la región y la época en la que se producen) y de homogeneidad en cuanto las respuestas obedecen a criterios precisos de selección y pertinentes para el objeto que se proponían, lo que permite que la fuente sea sistematizada y analizada globalmente.

El enfoque y metodología que Fernando Arroyo ofrece en su Agua, paisaje y sociedad pone de manifiesto las recientes preocupaciones del autor por estudiar el encuentro, a menudo conflictivo, entre la percepción del medio y su transformación que manifiestan a través de los proyectos de intervención los centros de poder ­la Corona y su entorno-, propios de una mirada global, lejana y racionalizadora, y aquella cercana y afectada directa y cotidianamente por las intervenciones, la sentida y sólo excepcionamente manifestada por los habitantes del entorno. Esta disintonía perceptiva, que tan gran trascendencia tiene para comprender de la oposición local a determinados proyectos de obras públicas y que eventualmente suponen el fracaso de importantes empresas, ha sido mostrada en un trabajo realizado junto a Antonio López Gómez y Concepción Camarero sobre los proyectos de navegación del Tajo promovidos por Felipe II (López Gómez, Arroyo Ilera y Camarero Bullón, 1998, en prensa), y continúa siendo estudiada por las actuales investigaciones de Fernando Arroyo cubriendo otros espacios temporales. Aunque la obra que reseñamos no otorgue un lugar central a este enfrentamiento, muchas de sus páginas nos remiten a él, al igual que lo hacen a las diferentes interpretaciones que los encuestados ofrecen de determinados procesos naturales relacionados con el agua. Así, y esta es una de las principales aportaciones, la obra nos ofrece otra mirada que completa aquellas que ofrecen los textos de autoridad, textos políticos, científicos y técnicos, en unos casos en sintonía con ellos, en otros en conflicto. Estos aspectos son los que hacen del libro una lectura provechosa no sólo para geógrafos o historiadores del período, sino para investigadores de diferentes ramas de las ciencias sociales.

En la introducción de la obra se explicitan los marcos teóricos en los que se desarrolla el estudio, principalmente inscritos en las preocupaciones de la geografía humana y de ciertas corrientes historiográficas ya mencionadas, que determinan la forma de abordar el estudio del agua en la colonización y en la organización territorial y social de Castilla la Nueva atendiendo a una serie de factores, que los textos de las Relaciones permiten abordar, y con unos presupuestos determinados. Así se perfilan los dos objetos de centrales de la obra: la imagen simbólica del agua y las explicaciones a su presencia y la forma en que lo hacen en la naturaleza; y el agua como recurso y como riesgo, como limitador y posibilitador de las acciones humanas y, en tanto tal, como organizador del territorio -que condiciona los asentamientos, la traza de caminos, moliendas, huertas, sal y alimento, trasporte- del espacio y de las formas sociales, dado que el fenómeno hídrico se considera un elemento que, abordado con un modelo teórico apropiado, permite descubrir las relaciones entre el agua, la tecnología hidráulica y las estructuras socioeconómicas correspondientes, especialmente relevantes en una zona como la estudiada donde la escasez y los grandes contrastes condicionan buena parte de la actividad humana y en una época preindustrial donde dicha determinación es especialmente dramática.

La investigación se ha centrado en los interrogatorios de 1575 ­compuesto de 57 preguntas, más otras dos sin numerar- y de 1578, sustancialmente similar al anterior pero resumido a 45 preguntas. A ellos respondieron 700 localidades, la mayoría pertenecientes a las actuales provincias de Toledo, Guadalajara, Madrid y Ciudad Real, algunos pueblos de Cáceres, Jaén y Murcia y unos pocos más de Alicante y Badajoz. Puesto que no se trataba de una exploración directa de la fuente, en la que meramente se computa el dato, sino que pretendían estudiarse las variables subjetivas y las actitudes, fue necesario analizar el texto con precisión. La mayor dificultad metodológica, nos dice el autor, estuvo en la categorización de las respuestas, para lo cual se optó por confeccionar una matriz de respuestas a las preguntas claves del cuestionario para el estudio de la geografía del agua en el XVI (preguntas 20, 21, 22 y 23 del interrogatorio de 1575 y 20 y 21 del de 1578), una matriz de sistematización que permitía a un mismo tiempo analizar hechos concretos e informaciones precisas, que jalonarán la obra tanto en el texto como en cuadros que los cuantifican y relacionan, y valorar el simbolismo o las imágenes perceptivas que del agua y sus interacciones el entorno natural y social manifestaban los encuestados.

La obra está dividida en tres grandes capítulos: "La imagen del agua", "Las posibilidades del agua" y "Las limitaciones del agua", estructura que responde a los presupuestos de articulación teórica que señalábamos y que busca reconstruir los engranajes de relación objetiva y subjetiva del hombre del XVI con el elemento ambiental más importante.

En el primero de ellos se analiza la visión que de las aguas continentales se tenía en la sociedad rural del XVI, cuestión apasionante para cotejar en qué medida se acercan o distancian de las teorías científicas sobre el agua que estudiara Carlos Solís (Solís, 1990). El tratamiento sistemático de las respuestas de los encuestados nos desvela primero la imagen de los ríos: Fernando Arroyo sistematiza y cuantifica la zona de influencia perceptiva de los cauces fluviales, muestra la forma en que los vecinos jerarquizaban la red fluvial y percibían los afluentes y las confluencias, describían e interpretaban estiajes y sequías, crecidas y avenidas, las formas directas o indirectas ­desde una perspectiva humana- en que daban cuenta del caudal a través de su potencialidad como accidentes para el tráfico y el transporte o como recurso energético, y la manera en que relacionaban éste con el régimen. En las citas de las respuestas que jalonan la exposición, el autor nos hace reparar en el magnífico conocimiento del medio basado en la observación que daba lugar a intuiciones sobre el ciclo hidrológico ­como el papel de los fenómenos atmosféricos y las relaciones que establecían entre la orografía, la pluviometría y el régimen fluvial- que sólo serán aceptadas en los círculos científicos un siglo después, o en cómo la "concepción subterránea", interpretación de origen clásico y entonces imperante, condiciona otras de las respuestas. De los cursos fluviales a los lagos y lagunas, charcos, tablas y humedales, ojos y afloramientos que los encuestados discriminan en función del origen que se les atribuye, a menudo asociado a connotaciones simbólicas y míticas por su conexión con lo telúrico o su inexplicable origen y con determinadas enfermedades, y cuyas características describen de forma pormenorizada ­irregularidad estacional, profundidad, relación con el río, forma y disposición, aves y fauna ligada a ellos. Un tratamiento diferenciado dan las Relaciones, respecto a manifestaciones hídricas anteriores como ojos y afloramiento, a las fuentes, a las que se dota de fuerte carga social y simbólica relacionada con la calidad de sus aguas que da fama a pueblos y comarcas, en algunos casos caracterizadas como medicinales y terapéuticas, pero en cualquier caso lugares de aprovisionamiento. En ello se distinguen y diferencias las fuentes en el pueblo y las situadas en el término, complementarias en su utilización, y de cuyas formas de canalización, obras, pilares y edificios debidos a las mano del hombre algunas respuestas dan cumplida cuenta y expresiones de admiración por su perfección, belleza y antigüedad. Pero si respecto a las fuentes no siempre queda claramente descrito el papel del trabajo humano en su aprovechamiento, el esfuerzo del hombre se convierte en el elemento definitorio de la otra gran fuente de aprovisionamiento cotidiano: los pozos. De ellos ofrecen las relaciones numerosos datos ­se consigna su número y profundidad, la calidad de sus aguas que, como en el caso de las fuentes, se relacionan con el lugar del manantío y su orientación, en sintonía con lo afirmado con autores de la época como Alonso de Herrera en su Agricultura General (1513), su carácter público o privado y la jerarquía de uso en relación con las fuentes.

Pero todos estos aspectos son abordados con mayor profundidad en el segundo gran bloque de la obra: "Los usos del agua", que comienza mostrando la imagen que las Relaciones ofrecen del agua como recurso, como privilegio y como maldición, como bien económico en la forma de "regalo de la Naturaleza" o de fruto ganado con el esfuerzo y lucha por su dominio. Para reconstruir estas percepciones del agua como recurso, Fernando Arroyo sistematiza los datos objetivos que ofrece la fuente, tales como las variables de accesibilidad (distancia, facilidad de captación, accesibilidad jurídica y técnica, posibilidades de conducción etc.) y la variedad y cuantificación de los usos efectivos, pero también cómo se valoraba su riqueza, su abundancia, su potencia energética, su calidad para el consumo y beneficio o perjuicio para la salud ­tras un abanico de calificativos: agrias, amargas, flemosas, coléricas, delgadas y gruesas-, su funcionalidad y polivalencia que se jerarquizaba minuciosamente ­bebida, riego, pesca, transporte, energía hidráulica. Para ello este segundo capítulo se divide en epígrafes monográficos referidos a los diferentes usos del agua en la sociedad rural del XVI. En el primero de ellos, el agua para beber y regar, se analiza el índice de autoabastecimiento o dependencia y su correlato con el crecimiento demográfico experimentado por algunas poblaciones, la regulación del abastecimiento por la autoridad o por los precios que condicionan la demanda, la presencia o ausencia de diferenciación entre el abastecimiento humano y para el ganado, la cualificación de las aguas para el consumo y sus procedimientos y el comercio y el trasiego asociado; respecto al regadío, se estudia la diferencia perceptiva entre los espacios regados de forma natural y aquellos que lo hacen por la mano del hombre, la forma en la que se sistematizaban y jerarquizaban los diferentes cultivos en dichos espacios, los tipos de agua y los sistemas de riego utilizados en función de la accesibilidad de los recursos hídricos, los conflictos con otros usos, las formas de organización colectiva en la explotación de valles y riberas, los criterios de rentabilidad y la manera en que las grandes huertas y los paisajes del regadío comenzaba a configurar típicos espacios suburbanos y el comienzo de actividades exportadoras.

Un segundo subcapítulo, más breve, se dedica a las pesquerías interiores y la pesca fluvial, aspecto directamente demandado en los cuestionarios, y que a pesar de ser un mero complemento tanto económico como proteínico en la sociedad rural del Quinientos y por tanto marginal, podía adquirir mayor importancia de que la que se supone a nivel local. El estudio muestra que la pesca era uno de los recursos hídricos que más interés despertaba en los poderes públicos y en los estamentos privilegiados ­de hecho las más ricas pesquerías estaban en manos del Rey, los nobles, la Iglesia y las Ordenes Militares. Pero el análisis de la explotación piscícola en el período es muy interesante por otro aspecto: el estudio de su aprovechamiento y su regulación jurídica, nos dice el autor, es un vehículo privilegiado para estudiar las ideas medioambientales de la sociedad rural del XVII, y por ello Fernando Arroyo se detiene en explorar los datos que las Relaciones ofrecen sobre el conocimiento que se poseía, y se aplicaba por medio de las vedas, de los factores condicionantes de la riqueza piscícola, los ciclos y la relación con períodos estacionales, los ciclos biológicos, el régimen de los ríos y su contaminación, a la que las Relaciones hacen puntales referencias, las artes de pesca y las alusiones a la sobreexplotación de ciertas pesquerías.

De un aspecto habitualmente marginal como el de las pesquerías se pasa a un tema estrella en el estudio del Renacimiento español como el del aprovechamiento de la energía hidráulica a través de ingenios y máquinas. Lo que nos ofrece el trabajo del Fernando Arroyo fundamentalmente en éste capítulo, pero también en otros apartados de la obra, es una valiosa mirada complementaria a la ejemplar y prolongada labor de investigación de Ignacio González Tascón sobre la ingeniería española y que ha visto su culminación en la gran obra publicada, de forma casi simultánea al libro que reseñamos, bajo la forma del catálogo de la exposición Los ingenieros y las máquinas. Ingeniería y obras públicas en la época de Felipe II, evento del que disfrutamos en el Real Jardín Botánico de Madrid entre septiembre y noviembre del pasado año. Decimos complementaria porque el trabajo que reseñamos, que lamentablemente no ha podido beneficiarse de la lectura de la última obra de González Tascón por la coincidencia temporal que señaláramos (aunque hace un uso sistemático de sus trabajos previos (González Tascón, 1987, 1992, González Tascón y Fernández Pérez, 1990) a la hora de identificar ingenios, poder en contexto y dar significación a muchos de los datos ofrecidos al respecto por las Relaciones) otorga una dimensión espacial e integrada a nivel local y perceptualmente cotidiano de lo que suponían las pequeñas y grandes obras de ingeniería en la interacción del hombre con el medio, ofrece una cartografía de actividades humanas que articulaban social y territorialmente la vida rural del XVI. La exploración sistemática de las Relaciones permite a Fernando Arroyo cuantificar el número de molinos, batanes, sierras de agua y herrerías, en muchos casos determinar el tipo de ingenio utilizado (como en el caso del regadío) en relación directa con la fuente hídrica de la que dependían, mostrar la geografía de los cursos fluviales como rosarios de molinos, aceñas, canales de derivación, batanes..., seguir la valoración de los vecinos respecto al tamaño, capacidad y carácter estacional o permanente de los molinos de los que utilizaban, lo que arroja toda una tipología de usos y una jerarquía que articulaba social y económicamente el territorio en niveles respecto a los grandes ríos, verdaderos ejes estratégicos. La rica casuística nos permite ver las diferentes formas en que se establecen las zonas tributarias en torno a los molinos, la distribución en las propiedad de los mismos y el salto para su apropiación que sufrieron de los estamentos privilegiados, o el carácter dramático que en algunas poblaciones suponía la distorsión estival entre oferta y demanda (cuando se disponía de agua para moler no había grano y después de la siega los ríos estaban secos).

Un factor diferente afectaba a la articulación territorial que generaba otro de los grandes bienes que algunas aguas interiores ofrecían: la sal. Si el cuestionario de 1575 interrogaba sobre la producción de las salinas interiores, en el de 1578 se mostraba más interés por el comercio y el consumo, muestra de la preocupación por conocer el funcionamiento y consecuencias del estanco total iniciado por la Corona en 1563. El estudio de Fernando Arroyo rescata datos que muestran la eficacia del monopolio real y algunos ejemplos de cómo se había instaurado (algunas respuestas indican verdaderas expropiaciones), así como las quejas constantes y alarmantes sobre los precios (superiores a los fijados por el estanco) y los graves problemas de abastecimiento en algunas zonas. Pero de nuevo es la mirada espacial la que preocupa, y una parte importante de este epígrafe está dedicada a establecer la geografía de la sal y cómo los principales conjuntos salineros (junto a almacenes o alfolíes y mercados urbanos) imantaban la vida y actividad de las poblaciones dependientes.

El transporte fluvial es el último de los "usos del agua" estudiados del que las Relaciones reflejan el uso de barcas, de diferente tipo, en pueblos ribereños con finalidad pesquera o simple paso y el transporte de maderas, que seguirá practicándose hasta nuestro siglo. Ninguna referencia ofrecen de los proyectos de navegación del Tajo: las Relaciones son anteriores al viaje de Antonelli y la publicación de su proyecto. Pero su omisión, especula el autor, podría ser debido tanto al desconocimiento como a la oposición de "un típico programa de Corte sin arraigo en el sentir popular".

El último capítulo general del libro aborda la percepción del agua como "limitación" a la acción humana. En primer lugar, como riesgo de catástrofe: alteración del normal desenvolvimiento de los ciclos, encarnada en inundaciones o sequías, y la relación del agua y fenómenos asociados con la salubridad, donde las opiniones recogidas y sistematizadas son de gran interés en tanto manifestaciones de las asunciones populares sobre la enfermedad. En segundo lugar, como obstáculo para las comunicaciones, y en este caso se sistematizan y describen las citas a puentes y barcas, formas principales de salvar los "accidentes geográficos", sus tipologías, las características constructivas de los puentes, las tasas sobre la utilización, el reparto de la propiedad y rentabilidad de unos y otras, la jerarquía de sus usos y la forma en la que se inscriben en las redes de comunicaciones locales y regionales, terminando con una reflexión en torno a la discusión del río como frontera o límite y lo que las Relaciones pueden aclarar al respecto.

Lo hasta aquí expuesto da una idea del minucioso trabajo de investigación que ha dato lugar al libro y el rigor con el que la obra maneja "tres niveles de análisis superpuestos e íntimamente relacionados: el elemento natural, la tecnología hídrica y las estructuras socioeconómicas correspondientes, tres niveles que condicionan y son influidos a su vez por aspectos culturales y referentes simbólicos". (p.228) Como se afirma en el capítulo de conclusiones, uno de los objetivos fundamentales de la obra ha sido mostrar que el papel preeminente del agua en la estructuración del espacio no es, como habitualmente se afirma, un elemento tan sólo percibido en las últimas décadas. Estaba ya presente en las Relaciones "cuya actitud ambiental y valoración económica sería de desear que tuvieran algunos organismos contemporáneos del Medio Ambiente. La imagen que el agua, en sus diversas manifestaciones, provoca en los habitantes de la época, la fina percepción hídrica que éstos demuestran, las ideas que sobre los fenómenos hidrológicos aventuran son expresión de todo un orden de valores tendentes al equilibrio y la conservación." (p.228) He aquí pues un elemento implícito a lo largo de la obra que se hace explícito al final de la misma: el valor de las Relaciones Topográficas de Felipe II como fuentes para la historia del pensamiento y el comportamiento medioambiental.

El libro de Fernando Arroyo cubre tantas cuestiones como las que abre y deja pendientes para investigadores que, con intereses disciplinares algo diferentes a los suyos, vean a través de su trabajo las múltiples potencialidades que posee el tratamiento propuesto de las Relaciones. Sin duda áreas como la historia social y de la vida cotidiana explorarán con aprovechamiento esta vía. Al historiador de la ciencia y la tecnología la obra se le presenta como invitación a profundizar en algunos problemas planteados, una invitación como la de Salomon respecto a la geografía: reconstruir las ideas e imaginarios sobre la naturaleza que formaban parte de la cultura popular castellana del siglo XVI y la forma en que éstas entraban en diálogo y conflicto con la ciencia académica, si es que en estos momentos puede hablarse ya de una clara diferenciación entre ambas (recordemos que los estudios realizados en esta línea para el caso de Inglaterra indican que la ruptura entre las ambas culturas, en lo que atañe tanto a la ciencia como a otras manifestaciones culturales, no se produciría hasta el siguiente siglo). Y si prolongamos esta invitación a las Relaciones de Indias, principalmente las que comienzan a ser contestadas por cada pueblo, la relación e integración con los conocimientos y prácticas indígenas se presenta como un valor añadido. Se podrá completar así la imagen, en estos momentos ya muy depurada por los trabajos de diferentes colegas en las últimas dos décadas, que nos ofrecen los textos de autoridad de cómo se concebía y actuaba sobre la naturaleza. Por todo ello, sin duda la principal aportación de Agua, paisaje y sociedad en el siglo XVI ha sido el desvelar una nueva vía de trabajo sobre una fuente muchas veces estudiada y transitada como fuente directa pero aún poco explorada como verdadera encuesta sociológica que permite hacer historia de los "sin voz".

Bibliografía citada

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