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Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9796]
Nº 224, 4 de abril de 2000

ESQUIVIAS BLASCO, Beatriz. ¡Agua va! La higiene urbana en Madrid. (1561-1761). Madrid: Caja Madrid, 1998. 246p. [ISBN: 84-88458-72-x ]

Hilda Braga
Doctoranda en Geografía Humana, Universidad de Barcelona
Becaria de CAPES, Brasil.


Publicado en el año de 1998, el libro de Beatriz Esquivias Blasco es un minucioso y riguroso estudio sobre la historia de la higiene urbana en Madrid de 1561 hasta 1761, elaborado a partir de su tesis doctoral que fue dirigida por el profesor Antonio Bonet Correa. Además de un análisis exhaustivo de los informes, memorias, proyectos y otros documentos el libro presenta una cuidadosa selección de imágenes fotográficas, mapas y croquis que ilustran el período estudiado y componen un retrato interesante de los problemas de la higiene urbana que afligieron a la villa y corte española.

Al relatar las sucesivas medidas adoptadas por las autoridades para la limpieza urbana, así como las tentativas y los esfuerzos para dotar la corte española de una infraestructura sanitaria eficiente la autora, analiza las razones de orden político, económico y social que dificultaron la implantación de un sistema integrado de servicios higiénicos y evacuación de aguas residuales similar a la que ya disponía algunas ciudades europeas.

Madrid, al igual que otras ciudades europeas, vivió los problemas resultantes de la ausencia de una infraestructura sanitaria, agravados por la continuada densificación poblacional. En la época era costumbre de los vecinos arrojar a las calles por puertas y ventanas las aguas inmundas y fecales, así como los desperdicios y las basuras producidos en el interior de las viviendas. Los conflictos derivados de arrojar las inmundicias desde puertas y ventanas generaron sucesivas normas restringiendo esta práctica y conminando a la población a depositar los residuos en la vía pública, de dónde serían retirados por los encargados de la limpieza.

La existencia de una reglamentación sobre la recogida de basuras es de antes de 1567 y surge cuando se introduce el barrido de las calles por los barrenderos; se organiza entonces la recogida de basuras de la vía pública, estableciendo la compartimentación del área urbana en cuarteles y la supervisión y control de las tareas; se determina que los vertederos se instalen fuera de las áreas urbanas, lo que sin embargo, no se respetaba.

En este período abundan las noticias sobre formación de muladares, vertederos espontáneos e ilegales. Es el principio de la organización de un sistema adecuado para recoger las basuras arrojándolas fuera del área urbana, introduciendo la diferenciación cualitativa de las basuras que abundaban en las calles de Madrid, diferenciándolas como inmundicias corporales o "de servicios" y todas las basuras sólidas y desechos de cualquier otro tipo.

La eliminación periódica y superficial de todo tipo de residuos fue la forma encontrada para solucionar el problema de la limpieza. El procedimiento reglamentado de evacuación y recogida sincronizados determinaba que los desperdicios deberían ser mantenidos dentro de las casas hasta que pasaran los carros "chirriones"; en ese momento se debería sacarlos a la calle en recipientes adecuados. Los escombros, muy frecuentes también, fueron motivo de reglamentación.

En 1563 Madrid poseía 2.500 casas y cerca de 14.000 habitantes. Treinta años después, el numero de casas casi se había triplicado llegando a 7.016 viviendas. A principios del siglo XVII la población alcanza la cifra de 133.195 habitantes y casi triplicó de nuevo a finales del primero cuarto de ese siglo con 392.175 habitantes. El continuado crecimiento poblacional que vivió la villa madrileña con el establecimiento de la corte de Felipe V agravó los problemas sanitarios.

Entre las causas que afectaban a la conservación de la limpieza estaba el intenso proceso constructivo. La proliferación de cañerías para conducción de aguas particulares generaba la basura "espontánea". Los carros recogían periódicamente la basura sólida depositada en el suelo y en épocas de lluvias las "mareas" arrastraban los residuos blandos a los sumideros o "carcavones" generales que desembocaban en el río Manzanares.

Las infracciones eran castigadas con elevadas multas pero, no obstante, el número de denuncias cursadas, juzgadas y sentenciadas proliferaban. Según la autora los archivos locales ofrecen numerosas pruebas de las dimensiones inquietantes que adquirió en Madrid el problema sanitario. Tales reglas y castigos no bastarían para lograr una limpieza eficaz y operativa. Los desperdicios se acumulaban en las calles con los frecuentes atascos callejeros dificultando el tránsito de los carros "chirriones" que recogían las basuras con dificuldad por las calles principales.

Por el centro de las calles de Madrid casi siempre sin empedrar se abría un canal que daba curso a las aguas de lluvias y acogía las aguas sucias vertidas de las viviendas. En el verano los residuos depositados en las calles se secaban y se mezclaban con la arena del pavimento; en el invierno las lluvias levantaban los empedrados y licuaban las basuras convirtiendo las calles en verdaderos lodazales que "hacían las delicias de los cerdos de San Antón".

La falta de recursos de la Villa y Corte agravaba el problema; además se daba poca importancia al tema: los carros "chirriones" eran insuficientes e imperaba la corrupción en los servicios de limpieza. Formaban el cuerpo de los empleados de la limpieza: los maestros, oficiales y peones, sin "preparación específica", sin agruparse en una corporación que defendiera el cumplimiento de sus compromisos laborales y sin sentido de responsabilidad con las tareas de limpieza. Los responsables de supervisar los servicios tampoco consideraban la obligación de la limpieza de una forma sistemática. Todo esto revelaba que aún no existía la profesionalización de los servicios de limpieza.

Entre las iniciativas urbanísticas y reformas municipales para transformar Madrid en una moderna capital europea a principios del siglo XVIII, destacaron la ampliación de los recursos destinados a limpieza y empedrado. El proyecto de saneamiento integral elaborado en 1717 por el arquitecto Teodoro Ardemans fue la primera tentativa de tratar de forma técnica y científica el tema. En la época la propuesta representó una innovación técnica que para muchos parecía irrealizable ya que se creía imposible la canalización subterránea de las calles, según la autora una idea muy próxima del sistema del saneamiento moderno. Consistía en instalar en los inmuebles madrileños un numero variable de bocas de vertido y de retretes (tubos de salida) por donde expeler las inmundicias corporales y canalizarlas hasta una primera fosa de clarificación excavada en el subsuelo del edificio y una segunda fosa de depuración comunicada con la anterior para eliminar los vapores que exhalaban de los residuos. Estas fosas particulares serían conectadas a una red de alcantarillas por medio de colectores intermediarios canalizando las aguas vertidas de las casas con las pluviales y de las fuentes públicas a un sitio adecuado.

La polémica suscitada por el plan, en un momento en que la Villa y la Corte sufrían serias dificultades económicas motivó la presentación de otros sistemas alternativos como el aprovechamiento de los residuos fecales para abono en las huertas, así como el sistema de limpieza viaria con un modelo de máquina a tracción humana que eliminaba la presencia de los chirriones y la práctica de las "mareas". Los esfuerzos resultaron ineficazes, no permitiendo la implantación del plan de Ardemans.

A este plan se siguieron otros esfuerzos realizados más tarde por J. Alonso Arce, Jaime Bort y tantos otros hasta que en el reinado de Carlos III el arquitecto italiano Francisco Sabatini puso en marcha en 1761 un sistema sanitario económico con la generalización de los "pozos sabatini" en los inmuebles, separando definitivamente las aguas residuales de la basura por permitir una mejora en la limpieza. Los esfuerzos de estos precursores en implantar un sistema sanitario eficiente tanto en España como en Europa desenbocarían en las revoluciones higienistas de los siglos XIX y XX que erradicaron los grandes focos epidémicos, transformando la calidad de vida de la población europea.
 

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