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Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9796] 
Nº 250, 7 de septiembre de 2000 

Lecturas críticas en torno al futuro del trabajo y el empleo. Reflexiones sobre los elementos presentes en las ideas de André Gorz.

Ricardo Rubio González
Doctorando en Geografía Humana
Universidad Complutense de Madrid



Palabras clave: modernidad, crisis del empleo, sociedad salarial, nuevas utopías.

Key words: Modernity, employment crisis, salary crisis, news utopias.



A pesar de contar ya con más de una década de existencia, la obra de André Gorz Metamorfosis del Trabajo ve renovado su interés tanto por la trascendencia del trabajo entendido como hecho social como por las coyunturas relativas al empleo. Pero sus aportaciones van más allá y, con toda seguridad, seguirán formando parte del debate en torno a los cambios que el trabajo y el empleo vienen experimentando en la sociedad. A través de un examen crítico de las causas de la crisis de la modernidad, se acerca al análisis de los profundos cambios experimentados por el trabajo y el empleo, para desembocar inmediatamente en las consecuencias que esto acarrea en el contexto de las relaciones sociales y del papel que el trabajo tiene como generador de sentido. Finalmente, una serie de propuestas relativas a la distribución del tiempo de trabajo, la materialización de una renta universal y las prioridades de carácter filosófico, ideológico y político frente al reto de crear un nuevo modelo de organización social completan esta obra, que además, se enmarca en el debate de la renovación de las utopías de la izquierda.
 

La naturaleza de la crisis actual: la modernidad como fundamento del problema.
 

El propósito fundamental de la obra no es discutir la crisis de la modernidad sino definir la necesidad de renovar los supuestos sobre los que ésta se ha fundado. Esto significa que la crisis actual exigiría modernizar la modernidad, o bien, racionalizar la racionalización. Básicamente, esto se debe a que el modelo de industrialización es portador de una concepción del universo y de una visión de futuro insostenibles, fundado sobre una racionalización selectiva y parcial. La crisis de la Razón es la crisis de la parte de los contenidos irracionales, cuasi religiosos sobre los que se edificó la industrialización.

La racionalidad económica es una forma particular de racionalidad cognitivo–instrumental que tiene como fin economizar los factores productivos y para ello debe hacerlos medibles, calculables y previsibles, y por consiguiente, deberán ser expresados en unidades de medida específicas (por ejemplo, el coste). El primer problema que se identifica es que la racionalización económica pretende ser llevada más allá de sus límites actuales, incluyendo así en el campo de la economía lo que todavía está fuera de él, como ocurriría con la esfera de la reproducción, en la que aún prevalece el trabajo no remunerado y no contabilizado. Se trataría de una segunda gran incursión de la economía en terrenos en los que no ha penetrado del todo, tal como lo hiciera al iniciarse el período de la industrialización.

La naturaleza de las nuevas tecnologías y las innovaciones actuales es liberar tiempo. Por lo tanto, lo importante es saber qué hacer con ese tiempo liberado. Como contrapartida, el ocio o la recreación no liberan tiempo sino que lo consumen, y esto lo hacen sobre principios ajenos a la racionalidad económica. Esto es importante porque de esta manera se entiende que el ocio no generará necesariamente nuevas actividades remuneradas, aún cuando en la actualidad se desarrolle bajo la lógica de la racionalidad económica (en el contexto de una sociedad de consumo). Sin embargo, liberar tiempo es más costoso que gastarlo (una hora de tiempo libre se produce con más unidades de tiempo de trabajo), y quien pague por ocio, será un consumidor de tiempo liberado por otros, siempre que este proceso sea considerado para el conjunto de la sociedad.

La nueva problemática que se plantea es que el sistema social en que se centra esta discusión no sabe cómo distribuir, cómo administrar ni cómo emplear el tiempo liberado, y aún a pesar de esto, se siguen incluyendo en la economía actividades que hasta ahora han sido gratuitas y autónomas.

La necesidad de cambiar de utopía: la crisis del trabajo y el empleo como una cuestión ideológico – filosófica.

Esencialmente la crisis no es sólo económica y social. La utopía industrialista del desarrollo de las fuerzas productivas y la expansión de la esfera económica sostenía que sería posible liberar a la Humanidad de la escasez, de la injusticia y del malestar, pero de esa promesa no queda nada. La conclusión lógica es que se debe cambiar de utopía. El centro de la cuestión en las ideas de Gorz, está en considerar que el concepto actual de trabajo es una invención de la modernidad, y que ha sido generalizada por el industrialismo, lo que ha representado una verdadera revolución de carácter cultural. La idea contemporánea de trabajo aparece con el desarrollo del capitalismo fabril. Así, el trabajo moderno se caracteriza por ser una actividad:

    a.- propia de la esfera pública;
    b.-demandada, definida y reconocida útil por la sociedad en su conjunto, la que remunera su desempeño;
    c.- que se inserta en una red de intercambios y relaciones en la que las personas adquieren deberes para con el resto y derechos sobre ellos;
    d.- que representa el factor de socialización más importante que define la sociedad industrial (aunque no se tenga un empleo) como una sociedad de trabajadores, diferenciándola de las todas las sociedades precedentes en la historia.
La innovación decisiva fue de carácter cultural e ideológico en el cambio del modelo tradicional de producción: el empresario llevaría hasta las últimas consecuencias la racionalización económica, comenzando por sus proveedores.

De esta manera, se produce un reduccionismo unidimensional de la racionalidad económica creando la siguiente lógica:
 
 

Entre individuos 
Se establece una relación
Dineraria
Entre Hombre y naturaleza Instrumental
Entre clases De fuerzas
Lo anterior, al hacer tabla rasa respecto de otros valores y fines económicamente irracionales, crea un proletariado despojado de sentido y propiedad respecto de la actividad. El trabajo deja de ser la actividad privada y sujeta a la necesidad que era antes, gracias a la revalorización capitalista. Al mismo tiempo, al ser utopía y estar despojado de su carácter limitado y servil, deshumaniza y crea individuos desmedrados y mutilados por el trabajo, embrutecidos en sus facultades.

La racionalización económica del trabajo ha sido la tarea más difícil del capitalismo industrial. En este proceso el trabajo se ha hecho calculable y medible, con una magnitud material, a fin de generar una contabilidad previsora para reducir el riesgo de la inversión. El trabajo debía ser medido como algo independiente de la persona del trabajador; así conceptos como los de rendimiento, fuerza de trabajo y productividad, cobran sentido en el contexto del sistema social.

Pero este proceso no se llevó adelante exento de problemas. Uno de los más importantes fue la presencia de resistencias de culturales por parte de los obreros a la nueva concepción del trabajo, que exigía un esfuerzo más allá de sus necesidades tradicionales. El salario fue el mecanismo para obligarlos a asumir el nuevo modelo, pero no desde el primer momento, porque se esperaba que un salario bajo obligara a los obreros a permanecer más tiempo en sus puestos de trabajo, estrategia que no dio buenos resultados. Para hacer frente a este problema la industria recurrió en primera instancia a los niños, hasta que la socialización en el trabajo asalariado obrero fabril estuvo mejor consolidada. La actividad productiva fue despojada de sentido, de motivaciones y de su objeto, convirtiéndose así en un medio para ganar un salario. En consecuencia, el trabajo es una invención, porque no se parece a nada que existiese antes. Se da origen a un nuevo sujeto social, el trabajador–consumidor, quien no consume lo que produce y no produce lo que consume, sino que gana aquello que le permite comprar mercancías producidas y definidas por la maquinaria social en su conjunto. No hay límite al dinero que se gane o se gaste, y en consecuencia, tampoco lo habrá para el consumo y las necesidades.

Trabajador y trabajo son dos productos del capital. La utopía comunista enfrenta dificultades para fundamentarse a pesar de las contradicciones relacionadas con la naturaleza del trabajo y el carácter de movimiento de lo real. Es preciso, apunta Gorz, que la utopía comunista garantice a los obreros no sólo la existencia material, sino también la autonomía y la dignidad de las que la racionalización capitalista ha despojado al trabajo. Asimismo, es necesario demostrar que la racionalización capitalista no es sino una racionalidad limitada que, inevitablemente, produce efectos globales contrarios a sus fines, efectos que además es incapaz de dominar. La racionalidad verdadera consiste en transformar el trabajo en actividad personal. En este contexto, la solución será la superación (eliminación) del trabajo alienante y despojado de sentido mediante la colaboración social racional de los individuos, articulando de esta manera la utopía de la autogestión y el control obrero, en la que cada individuo asume su tarea como parte de toda la producción social, al formar parte de un todo mediante la colaboración universal y voluntaria de individuos asociados, considerada directa y transparente. En definitiva, se plantea un acercamiento a los dos supuestos fundamentales de la utopía marxista:

a.- En el plano político, que las rigideces y coacciones físicas de la maquinaria social pueden ser suprimidas, con el fin de motivar y recuperar el sentido vivencial y la motivación propia de los individuos para entenderse y colaborar racionalmente.

b.- En el plano existencial, que la actividad personal autónoma y el trabajo social pueden coincidir hasta tal punto de acabar siendo una sola cosa. Todo individuo deberá identificarse y realizarse personalmente gracias a esta identificación.
Como aquí se ha planteado, para que una empresa perdure necesita hacer calculables los factores (internos y externos) de los que depende la racionalidad económica de su gestión. Cuanto más grande sea el tamaño de la empresa, mayor es el interés del empresario por el cálculo de los factores externos (entorno político, jurídico, administrativo, cultural), con el fin de tener una mayor capacidad de prever el comportamiento de sus asalariados. Este principio básico del capitalismo liberal dominante en la actualidad choca de manera frontal con los supuestos enunciados anteriormente, y la situación actual de crisis de la izquierda (a la que Gorz dedica gran parte de sus análisis) puede ser mencionada en este sentido.

Con el progreso del actual modelo de desarrollo de la sociedad y de la economía, se produce una mayor diferenciación entre la economía, el Estado, la administración, la ciencia, etc., lo que conlleva una mayor subdivisión de las tareas y competencias, dentro de una organización cada vez más especializada en funciones.

La funcionalidad especializada garantiza el funcionamiento de la organización, ya que nadie logra tener una noción del funcionamiento del conjunto. De este modo, la funcionalidad es una conducta que está racionalmente adaptada a un fin, con independencia de toda intención del agente, para perseguir ese fin del que, en la práctica, ni siquiera tiene conocimiento. Por lo tanto, se trata de una racionalidad que viene del exterior, una conducta predeterminada y prescrita al actor, y cuya finalidad él no tiene que poner en duda. Es lo que configurará lo que el autor llama esfera de la heteronomía, correspondiente al conjunto de actividades que los individuos tienen que llevar a cabo como funciones coordinadas desde el exterior por una organización preestablecida, en la que la naturaleza y el contenido de las tareas están heteronominadas para que todos funcionen como parte del conjunto sin relacionarse o autogestionarse.

Este sistema difiere profundamente de la cooperación y la integración de los miembros de un grupo. La integración es necesaria, pero sólo es deseable dentro de los márgenes de unos mínimos. Este sistema de regulación del individuo o incluso de los grupos desde el exterior o heteroregulación, puede presentarse en dos tipos. Por un lado, la heteroregulación espontánea, que es la regulación ejercida por el mercado y está definida como el mecanismo sistémico que impone sus leyes desde el exterior a unos individuos que las soportan, se adaptan a ellas y modifican sus conductas en función de esta heteroregulación espontánea no centrada. No integra a los individuos, sino la materialidad exterior de las acciones.

Por otro lado, la regulación por reglamentación o heteroregulación programada, que es el sistema de maquinarias administrativas e industriales en la que los individuos son inducidos a funcionar de forma complementaria, como piezas de una máquina, con miras a alcanzar unos fines a menudo desconocidos para ellos y diferentes de los que son propuestos para su búsqueda personal. Estos fines, en sí mismos, constituyen uno de los dos tipos de instrumentos reguladores:

i.- Instrumentos reguladores incitativos (dinero, seguridad, prestigio y/o poder vinculados a las funciones); y

ii.- Instrumentos reguladores descriptivos (obligan a los individuos, bajo pena de sanciones, a adoptar las conductas funcionales que son exigidas por la organización).
 

La megamaquinaria administrativa – industrial entra en crisis debido a los problemas que presenta la heteroregulación sobre la base de una racionalización totalizante incompatible con los anhelos y motivaciones personales de los individuos, al mismo tiempo que esa racionalidad no es capaz de garantizar un sentido, una cohesión y un objeto director al conjunto. Sin embargo, al tener como marco de referencia el momento actual, Gorz no especifica de manera explícita que esta crisis no tiene incorporada la idea de que el sistema no siga operativo y extendiéndose. Las condiciones de la crisis habitualmente se identifican sólo con coyunturas económicas, períodos cíclicos, o bien, como problemas de adaptación a las condiciones del mercado, no como comportamientos inherentes al sistema. Gorz, muy cerca del final de su trabajo, en el momento de hacer propuestas, hace referencias explícitas a este asunto. Muy a pesar de esta crisis del sistema capitalista, es un hecho constatado por Gorz que en los países industrializados es el capital quien decide qué trabajo se realiza y de qué manera se hace.
 

La experiencia y el papel de los trabajadores y los movimientos de la izquierda.
 

El movimiento obrero revolucionario y los regímenes socialistas por mucho tiempo han creído posible, mediante la apropiación colectiva de los medios de producción, involucrar voluntariamente a los trabajadores con su función, haciendo coincidir los fines individuales con las metas colectivas. Para lograr esta implicación, es fundamental el florecimiento de la conciencia socialista, es decir, se requiere del desarrollo de un conjunto de cualidades morales e intelectuales vinculadas al devenir de la sociedad. La manifestación concreta de esto sería algo que siempre se ha postulado, pero que nunca se ha logrado: la integración funcional como integración social (integración vivida y querida).

Al mismo tiempo, se hace necesario el desarrollo de un marco político en el que sea posible una subordinación de las actividades económicas a unos fines y unos valores que guarden relación con la sociedad. De esta manera, el plan será el conjunto racionalmente elaborado de los objetivos que conferiría a la sociedad, en cada uno de sus miembros, el dominio de la naturaleza y de la acción social tendente a dominarla. Es la expresión administrativa de la conciencia reflexiva que la sociedad tiene de sí misma, en tanto que empresa colectiva fundada en la colaboración voluntaria.

Operativamente nunca ha sido posible que la colaboración como experiencia vivida se materialice. La complejidad del conjunto y de las unidades económicas no ha permitido la internalización del plan por parte de los trabajadores, y este seguía siendo una conciencia exterior separada, encarnada en el Estado.

La fe en la Razón fue la motivación irracional a la que recurrió el socialismo para lograr la identificación del individuo con su función y con el plan. Pero el fracaso no se explica sólo empírica e históricamente, ya que la causa es fundamentalmente ontológica, puesto que la utopía marxista de la coincidencia del trabajo funcional y de la actividad personal es irrealizable a escala de los grandes sistemas debido a la creciente división de tareas. La integración funcional no será integración social porque la función es externa y ajena al individuo en su definición y en sus objetivos.
 

El momento actual: medios de socialización/regulación, consumo y crisis.
 

En la actualidad, la socialización se realiza sobre los principios de ganar más y trabajar menos, como corolario de la existencia de un sistema de compensaciones materiales y un sistema de coerción. Se educa a la persona en una actitud instrumental frente al trabajo y en una cultura de consumo. Así debe necesariamente entrar en juego una regulación del mercado. Para que sea eficaz, en la generación de un verdadero sistema de regulación se requiere la acción de privados, ya que el interés es distinto frente al individuo: el Estado a través de la propaganda busca fortalecer la tarea de la búsqueda del bien común, del bienestar del individuo; los privados, mediante la publicidad, buscan llegar al individuo a fin de lograr un beneficio propio e individual.

La incitación a consumir bienes compensatorios es eminentemente suntuaria y/o simbólica, porque no se trata de bienes o servicios necesarios o útiles. La regulación incitativa resultante de consumismo no ofrece otra cosa que una integración funcional altamente inestable para el trabajador. Si el mercado y la publicidad logran crear un trabajador alienado que acepte compensaciones, la otra cara de la moneda será un trabajador funcional. Aquél no podría subsistir sin éste, y ambos estarían dentro de la misma persona.

La idea de que el dinero siempre puede más que el individuo por sí solo es subyacente. Esta incitación monetaria al trabajo funcional propia del fordismo, debe su preeminencia al valor conferido por la publicidad comercial a los objetos y servicios. De esta forma, le permite al trabajador valorar positivamente la posibilidad de obtener compensaciones monetarias y de consumo a cambio de un trabajo funcional. Esta regulación tiene una eficacia que supera su fin inicial, creando una mutación cultural: el salario (el dinero) se convierte en el fin esencial de la actividad, a tal punto, que una actividad no remunerada deja de ser aceptable y el dinero suplanta otros valores, transformándose en única medida.

Este es uno de los aspectos más sólidos del análisis de Gorz ya que durante las últimas cinco o seis décadas, es posible constatar que los procesos de establecimiento de jerarquías sociales, de creación de status e incluso de segregación social, han estado fuertemente vinculados a la renta, muy en correspondencia con el modelo fordista, en numerosos estados nacionales del llamado mundo occidental (valdrá la pena intentar una mirada sobre estos aspectos en Oriente, más allá de los casos de Japón y China).

La regulación incitativa consumista obliga a dar cuerpo a la regulación prescriptiva, ya que la suma de intereses individuales actúa contra el interés colectivo (sobre explotación y consumo, por ejemplo). Así pierde autonomía el trabajador–consumidor funcional, al hacerse cargo el estado de sus intereses colectivos.

Progresivamente se han unido y confundido las técnicas de dominación y las de producción sobre la base del modelo de producción industrial capitalista liberal. La máquina se interpone entre la persona(1) y el producto, limitando las posibilidades de que el trabajo represente una actividad llena de sentido personal. La consecuencia es que el proceso de dominación de la naturaleza por el Hombre (por la ciencia) se convierte en dominación de las personas por ese proceso de dominación. En este contexto, la división macrosocial del trabajo es el resultado de una especialización progresiva de los medios de producción en actividades productivas, escenario en que se desarrolla la desvinculación entre el sentido y el desarrollo de las libertades personales y el trabajo.

La riqueza de la sociedades industriales se apoya en su capacidad sin precedentes de combinar, mediante procedimientos organizativos preestablecidos, una inmensa variedad de saberes parciales que sus detentores serían incapaces de coordinar por medio de un entendimiento mutuo y una cooperación consciente, voluntaria y autorregulada.

Pero la base de la cultura del trabajo se ha desintegrado bajo el efecto de la especialización de los saberes. Para hacer del sistema viable y eficiente, junto con lo anterior fue necesaria la separación del trabajo de la personalidad del trabajador, a fin de medir, calcular y prever la producción. Con esta idea, Gorz insiste en el hecho de que la industrialización debió racionalizar el trabajo como factor económico medible, convertirlo en una unidad de las ecuaciones para calcular el beneficio.

Al respecto las tesis del recurso humano tienen como aporte novedoso y plausible el reconocimiento de que el trabajo es un factor productivo que opera distinto que los demás(2). Sin embargo, la debilidad del enfoque en esta dirección radica básicamente en la trascendencia que la socialización en el consumo ha alcanzado y la expansión de la racionalización económica.
 

¿Existe una alternativa de organización?.
 

Gorz recuerda que los humanistas han estado en contra de la parcelación de las tareas y de la obligación del trabajador a funcionar como máquina, sosteniendo que el Hombre, debe ser capaz de amar su trabajo y adherirse a los fines de su empresa para dar lo mejor de sí mismo. Además, el autor apunta que la organización del trabajo sobre la base de la cogestión, la cooperación y el respeto(3) entre los trabajadores y la dirección es posible. Para reforzar esta idea, presenta como ejemplos el Plan Scanlon y la organización del trabajo en círculos de calidad. Si así ocurriese, el problema vendría inmediatamente desde la misma organización de la producción, ya que el mantenimiento de una productividad creciente exige como mínimo un aumento del volumen de ventas al mismo ritmo. Sólo de esta manera será posible garantizar la seguridad del empleo. Al tratarse de trabajadores comprometidos con su papel en la empresa, teóricamente la productividad debiera crecer aún más que el volumen de ventas. En tal caso, la dirección se verá obligada a reducir efectivos, retomando el control y el poder en la empresa. Los trabajadores reconocen en la asociación con la dirección un mal negocio y se restablecen las relaciones de fuerza.

La garantía de la empresa debe ser un empleo para toda la vida. La única manera efectiva de lograrlo (según el modelo japonés) es subcontratando una extensa red de pequeñas empresas que sirven para amortizar las crisis, y no hacerlo mediante despidos directos. Se crea de esta manera un mecanismo de dualización social y segmentación del mercado de trabajo. El nuevo paradigma del recurso humano polivalente, con iniciativa propia y poder de autogestión, en una empresa automatizada, es una nueva construcción ideológica, porque en la práctica este modelo de obrero es minoritario, y tiene como contrapartida amplios sectores de la población desempleada, precariedad en el empleo, descualificación e inseguridad (temática que ha sido abordada desde esta perspectiva por la teoría del ejército de reserva).

La crisis de los sindicatos está en los problemas que el modelo plantea respecto de la coincidencia de los intereses y condiciones sociolaborales de distintos grupos resultantes de esta división del trabajo, del proceso de dualización social y la debilidad de la identidad de la clase obrera, despojada de los valores de la utopía del trabajo. El trabajo no es la fuerza productiva principal y no hay empleos permanentes para todos.

La ideología del profesionalismo, del rendimiento y de la moral del esfuerzo entra en escena, encubriendo un nuevo mecanismo social de dualismo: la confrontación hipercompetitiva entre los que triunfan y los marginados. He aquí una nueva evidencia de la caducidad de la sociedad del trabajo: el trabajo no sirve como fundamento para la integración social.

En este sentido, las explicaciones técnicas o económicas del desempleo no serán más que enmascaramientos del problema real: la utopía del trabajo está obsoleta. Y la única solución posible será un cambio radical de utopía, articulada a través de la redistribución del trabajo a escala del conjunto de la sociedad y la reducción del tiempo de trabajo.

Las limitaciones de la racionalización económica como abstracción respecto a la producción económica de riqueza puede que no sean discutibles, pero si lo son respecto de la producción de valores personales y colectivo, de la construcción de sentidos personales y de un proyecto de sociedad. Tal como se ha desarrollado hasta ahora, el trabajo moderno es incapaz de convertirse en una actividad autónoma generadora de sentido para las personas. Se hace evidente la desvinculación entre, por un lado, los sistemas administrativos reguladores y técnicos, y por otro lado, la persona del trabajador y su experiencia vivida. La dudosa existencia de la capacidad de las personas de desarrollarse en el trabajo, según Gorz ha quedado fuera gracias a la división social y técnica del trabajo.

Precisamente gracias al desarrollo de innovaciones en el proceso productivo, tanto en la organización del trabajo como en aspectos tecnológicos, la reducción del tiempo de trabajo es un hecho y una necesidad. Pero esta reducción se ha llevado a cabo principalmente mediante la reducción del número de trabajadores. El planteamiento central de Gorz está en convertir el tiempo liberado en un espacio distinto de lo privado y del consumo, para hacerlo portador de un sentido más cooperativo, relacional, autónomo, de libertad en lugar de necesidad. En definitiva, el tiempo en que se desarrolla o se materializa un proyecto de vida. Esta idea es cercana a la utopía marxista, pero hay muchos elementos de ella que se quedan (una vez más) sólo en el papel. La actitud reflexiva(4) del trabajador radicaría en la búsqueda de ser sujeto de derecho de algo en que ya es sujeto de hecho. No obstante las motivaciones del pleno desarrollo, la autonomía y la apropiación de los medios de producción parecen quedarse fuera de este esquema.

El individualismo y la retirada de los individuos hacia la esfera de actividades fuera del trabajo y la vida fuera del sistema es, según Gorz, una de las expresiones de la desintegración social, de la autonomía limitada en el seno del trabajo y la búsqueda de modos alternativos de socialización e integración comunitaria. El rechazo a las instituciones que monopolizan los asuntos públicos (sindicatos, partidos políticos y otras organizaciones) así como el buen momento que viven las actividades desinteresadas (actividades religiosas, caritativas, asociativas, voluntariado...) son otra cara del impulso hacia la individualización. Frente a la crisis de los partidos políticos la alternativa es que grupos autoorganizados sean capaces de crear una nueva utopía, que en este caso, sería la del tiempo liberado.

En un contexto social en que el consumismo ha logrado gran protagonismo, las relaciones establecidas por la contabilidad aportan un nuevo marco de referencia moral, proporcionando un mecanismo de puesta en orden. El problema que esto representa está en que la contabilidad de la racionalización económica conoce las categorías "más" y "menos", pero no así las de "suficiente" y "demasiado". En consecuencia, el sistema regulatorio externo de las actividades al que se somete el individuo, motiva o propicia el consumo ilimitado, al mismo tiempo que obliga a valorar a las personas en función de su rendimiento, de su productividad o de su renta. Incluso la virtud termina por equipararse a valores cuantitativos (eficacia, rendimiento, productividad). Nunca se trabaja ni se consume demasiado, ya que el trabajo ha sido desvinculado del principio de trabajar lo suficiente para satisfacer las necesidades.
 

¿Cómo salir de la crisis?. Potencialidades y dificultades de las alternativas propuestas.
 

La necesidad de iniciar una reflexión que lleve a una búsqueda de sentido es el punto de partida de las propuestas de Gorz para salir de la crisis. Lo que plantea son algunas ideas para enfrentar el desarrollo de un nuevo proyecto de sociedad posible. El trabajo y la sociedad del trabajo no están en crisis porque no haya bastantes cosas que hacer, sino porque el trabajo, en un sentido muy preciso, ha llegado a ser escaso, y porque lo que hay que hacer no responde más que a una parte decreciente de ese trabajo.

Esencialmente, el desafío está pasar de una sociedad productivista o del trabajo a una sociedad del tiempo liberado. Gorz plantea este proceso de cambio revolucionario como el único mecanismo capaz de dar sentido a las transformaciones en curso. Sin embargo, como una crítica fundamental a esta propuesta, es preciso hacer una alusión a la importancia de las fuertes resistencias culturales que impone la sociedad de consumo. Tal como se ha expuesto en líneas anteriores, el consumo trasciende la esfera del intercambio económico. La sociedad de consumo y la cultura del posmodernismo han revalidado y exacerbado la valoración de principios como el individualismo, el hedonismo y el consumismo como parte de las relaciones sociales y la vida cotidiana(5). Efectivamente, la sociedad informacional y la globalización sugieren un nuevo esquema para las relaciones personales, colectivas o de grupo, un nuevo modelo de organización administrativo e institucional, y un nuevo modelo de relaciones económicas y territoriales, pero no parece haber mucha luz a una salida por esta vía.

La liberación de tiempo y el problema del desempleo, así como las orientaciones que el debate político ha tomado durante las últimas décadas obligan a Gorz a plantear salidas a la crisis valiéndose de argumentos vinculados a la creación de una nueva utopía, perspectiva que sin duda enriquece el debate. Sin embargo, la revisión de los mecanismos concretos (jurídicos, administrativos, institucionales y económicos) para la articulación de este nuevo modelo de sociedad queda abierta y no es concluyente, sobretodo debido a la relación que estas proposiciones guardan con el panorama político actual. La importancia de esto es crucial, ya que desde el principio Gorz plantea que el problema es esencialmente político, y en consecuencia su solución también lo es. El problema que se presenta en este punto es que, como se ha dicho antes, los partidos políticos están en crisis, y la izquierda (sujeto que teóricamente debiera apoyar un modelo de sociedad del tiempo liberado) no está ajena a ella: se ha quedado sin plan, sin proyecto, sin utopía. Según Gorz, en la utopía de la reducción del tiempo de trabajo hay una posibilidad para la revitalización de la izquierda.

La superación de la sociedad del trabajo depende de un predominio de las relaciones sociales de cooperación voluntaria y de intercambios no mercantiles autoorganizados por encima de las relaciones de producción capitalista, es decir, sobre el trabajo–empleo o trabajo mercancía. Las transformaciones en curso conducirán a una sociedad posteconómica o postcapitalista sólo si existe una revolución tanto cultural como política, de la mano de una evolución cultural, que no ha sido manifestada en el discurso social y político, dentro del cual será necesario legitimar las aspiraciones personales frente a la legitimidad social que el dinero, el pago y el contrato han dado y dan al trabajo.

La creación de un servicio civil con una amplia gama de actividades y trabajos cualificados de interés colectivo, sumado a la realidad actual del paro, evita el sentimiento de aislamiento, de exclusión, al desarrollar una actividad reconocida socialmente útil y valorada tanto por el sujeto como por la sociedad, lo que se ajusta a la propuesta de una remuneración continua por un trabajo discontinuo. El establecimiento de una renta mínima no bastaría para articular esta alternancia o intermitencia en el trabajo. Es necesario que el mecanismo tenga como base una profunda transformación cultural frente al valor del empleo. El tiempo que la persona permanece fuera del trabajo debe cargarse de sentido al mismo tiempo que se diseña una política permanente de reducción del tiempo de trabajo. La alternativa del segundo cheque no parece tener mucha fuerza frente al actual esquema de relaciones institucionales, políticas, sociales y económicas. El derecho a la renta y el derecho al trabajo parecen no estar tan cuestionados como el hecho concreto de sentarse a diseñar un mecanismo de redistribución de la riqueza, cuestión que se hace más evidente al momento de plantear la reducción de tiempo de trabajo sin reducciones salariales.

El problema que se plantea de cara a un nuevo modelo de sociedad es el reemplazo de valoraciones muy sólidas hoy en día, como es el caso de el individualismo y el consumo. Parece difícilmente canjeable a nivel de las personas individuales la posibilidad de conseguir que el valor simbólico del consumo de determinados bienes o servicios, o el uso de determinadas formas de pago (ciertas tarjetas de crédito, por ejemplo) deje de tener la importancia que tiene. La cohesión y la integración social son cuestiones que no tienen nada que ver con la percepción que las personas tienen de la experiencia de su vida en sociedad, y la integración social parece haber adoptado códigos aportados básicamente por la publicidad, y no se observa que esto vaya a cambiar ni siquiera dentro del mediano plazo. Sin embargo, cabe mencionar que los matices que podrían ser introducidos por la experiencia vivida del individuo parecen ser infravalorados por Gorz con respecto a esta cuestión, lo que deja abierta la invitación a evaluar estos aspectos de manera más reflexiva, por ejemplo, dentro de procesos de polarización o segregación social potenciados por el nuevo esquema en que se inserta la actividad (más allá del trabajo y el empleo).
 

Notas

1. Gorz hace referencia frecuentemente al individuo y al hombre. En estas líneas se intenta recurrir al vocablo persona, no sólo porque es más genérico sino con la intención de rescatar el sentido más definitorio que comporta en algunos casos.

2. Este tema ha sido abordado en algunas ocasiones por Robert Solow (por ejemplo: Solow, 1992)

3. El respeto se entiende como el reconocimiento recíproco de capacidades, de habilidades y de poder.

4. La revolución reflexiva corresponde a la acción de encontrar en uno mismo los valores para el cambio.

5. La expresión territorial de estos fenómenos es muy interesante y, como caso de estudio, tiene una tradición importante en Geografía.
 

Bibliografía
 

Castells, Manuel. La era de la información. Economía, sociedad y cultura. La sociedad red. Volumen I. Madrid: Alianza Editorial, 1996. 590 p.

Gorz, André. Metamorfosis del trabajo. Búsqueda de sentido. Crítica de la razón económica. Madrid: Sistema, 1991. 317 p.

Solow, Robert. El mercado de trabajo como institución social. Madrid: Alianza Editorial, 1992. 121 p.
 

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