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Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98
Nº 291, 2 de mayo de 2001

LAS ISLAS CANARIAS EN 1770, SEGÚN UN INFORME DEL INGENIERO MILITAR FRANCISCO GOZAR

Horacio Capel
Departamento de Geografía Humana
Universidad de Barcelona



Palavras clave: ingenieros militares / Islas Canarias / descripción corográfica

Key-words: military engineers / Canarian Islands / corographic description


Durante el siglo XVIII los ingenieros militares realizaron informes territoriales y descripciones geográficas que tienen un gran interés para el conocimiento de la geografía del setecientos. Desde hace más de veinte años se viene desarrollando en el Departamento de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona un programa de investigación que ha dado ya lugar a numerosas publicaciones. En la bibliografía final damos referencia de las principales aportaciones que se han realizado así como de los trabajos que se han publicado sobre ingeniería militar en esta misma revista.

En 1770 Francisco de Gozar, un ingeniero militar que había estado destinado en Canarias y que en aquel momento se encontraba en Sevilla, elaboró un mapa de las Islas al que acompañó una descripción de las siete islas del archipiélago con el título Idea de las Islas de Canaria, consideradas según su estado antiguo y moderno, acompañada de un Mapa en que se representan esas, según su posición en el Occeano1.

El trabajo fue redactado para Juan Martín Zermeño, según se conoce por una carta que se conserva también en el Servicio Histórico Militar, y que acompañamos a esta nota. Juan Martín Zermeño era desde 1766 Ingeniero General, cargo en el que permanecería hasta su muerte en 1773, siendo sustituido interinamente por su hijo Pedro, al que también se alude en la carta, y que sería nombrado poco después Gobernador y Capitán General del Reino de Galicia. Aunque en la carta Francisco Gozar mantiene las fórmulas de subordinación y respeto que eran normales para las relación entre un subordinado y su superior, también se nota que hay una relación personal de cierta confianza entre ellos, por el tono de los comentarios personales y sociales que se hacen, entre otros sobre Pablo de Olavide, que era en aquel momento Asistente de Sevilla, cargo equivalente al de Corregidor, y que tendría problemas con la sociedad andaluza y con la Inquisición.

En la carta al Ingeniero General Gozar señala que el texto ha sido escrito a partir de notas variadas tomadas en parte cuando estaban en Tenerife y Gran Canaria. Efectivamente, Francisco de Gozar era en 1755 ingeniero ordinario destinado a las Islas Canarias, donde permaneció varios años. En 1768 se encontraba ya en Andalucía, donde trabajó en las obras para hacer navegable el Guadalquivir, tarea a la que alude en la carta que publicamos. En relación con este trabajo levantaría varios planos del río desde Sevilla a Córdoba. Después de la fecha de la carta, en 1772 realizaría el plano del presidio de Ceuta y en 1773 estaba en Málaga, donde levantó el plano de las atarazanas, y donde seguía todavía en 1778 trabajando en la ciudad y en otros puntos de la provincia, como Vélez2.

El texto que publicamos tiene el interés de mostrar la excelente formación histórica y literaria de un ingeniero militar del XVIII, su capacidad para sintetizar de manera clara los datos que ha reunido, algunos de los cuales proceden de los informes que había elaborado la Comisión de ingenieros que trabajó en las Islas durante los años 1740, al mando de Antonio de Riviere.

Publicamos esta Idea de las Islas de Canaria para conocimiento general y en relación con el ciclo de conferencias que con el título "Actuación de los Ingenieros Militares en Canarias, siglos XVI-XX" se celebrará en La Laguna durante el mes de mayo de 2001, organizado por la Universidad de La Laguna y el Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias. En un texto realizado para dicho ciclo analizo de forma más detallada el significado de esta descripción en el contexto de la actuación de los ingenieros militares en Canarias durante el siglo XVIII.

En la transcripción del documento he modernizado la ortografía y la puntuación, y añadido algunas divisiones que facilitan la lectura del mismo.


Idea de las islas de Canaria, consideradas según su estado antiguo y moderno, acompañada de un mapa en que se representan esas, según su posición en el Occeano.

Por Francisco de Gozar

Las islas de Canaria, conocidas de los antiguos por el epitheto de (fortunatae) Afortunadas, que con la fertilidad de sus tierras y benignidad de su temperamento sin duda granjearon de los que contemplaron la felicidad de sus moradores, que contentos vivían con lo poco que poseían, hallando en este poco cuanto necesitaban para colmar sus satisfacciones, los deseos que en su simplicidad alcanzaban a formar, sin salir de la reducida esfera de sus cortas posibilidades.

Tal situación, que hubiera podido calificarse de triste, comparada con la de aquellos que nadan en la fruición de la abundancia sin hallar en ella con que saciar sus anhelos, bien mereció el título de afortunada de aquellos que codiciaban los metales y otras riquezas que allí no encontraban, pero quedó sin atractivo para repetir sus viajes, lo que poco a poco hizo caer las islas en un total olvido; hasta que llevadas a ellas en distintas ocasiones, por el acaso, de acuerdo con la impetuosidad de los vientos, algunas embarcaciones, despertaron sus navegantes con sus relaciones la memoria de aquel largo olvido en que habían quedado sepultadas e hicieron nacer en el ánimo de Juan de Betancourt, Señor de Grainville, natural de Caux en Normandía, el deseo de invadirlas, lo que ejecutó el año de 1402 apoderándose de Lanzarote y de Fuerteventura.

A su imitación, la Gomera y Hierro fueron conquistadas por Don Fernando de Pereyra, la Gran Canaria por Don Pedro de Vera, Caballero jerezano y, por fin, Palma y Tenerife por don Alonso de Lugo a expensas del Rey Don Ferdinando el Católico, y en 1480 (otros dicen en 1483) fueron anexas a la Corona de España por un tratado entre los Reyes D. Ferdinando de Castilla y D. Alfonso de Portugal.

Esas islas que se acaban de nombrar son siete principales y seis pequeñas desiertas, que se extienden en el espacio de 5 grados 30 minutos de el oueste a el este, y desde el Sud a el Norte, solo en dos grados 22 min. Situadas en el Occeano, no lejos de la costa de Africa, y frente del cabo Non en el Reyno de Sus, actualmente provincia del imperio de Merruecos, entre el primer meridiano, que pasa por la parte occidental de la isla del Hierro, y 5 grados 30 min. de longitud, como entre 27 grados 20 min. y 29 grad. 35 min de latitud Septentrional, distante 40 leguas, la menos apartada de el continente.

Por más que se quiera rastrear el origen de los naturales de las Canarias, cuando no fastidian las insípidas fábulas que al parecer buenamente divulgaron algunos demasiado amantes de lo maravilloso, nada se halla que satisfaga, o lisonjee la esperanza de desenvolver la probabilidad de lo que escribieron; siendo las realidades que pueden descubrirse en sus antigüedades obscuras tinieblas que las cubren, en que para siempre quedarán envueltas; visto que los que procuraron indagarlas poco después de la conquista, no quedaron sobre este particular más satisfechos que nosotros, y no pudiendo conseguir las noticias que apetecían de esa estúpida nación, se vieron precisados a deducir y conjeturar lo que esos ignorantes no sabían explicarles.

No es de admirar que gentes que no sabían escribir, que no tenían hieroglyphicos para coservar la memoria de lo más interesante de su historia, ni cuidaban de dejar tradición ninguna a sus descendientes, no supiesen más que aquello que habían visto practicar a sus padres. Lo principal de esto se reducía a cuidar de la vida animal, haciendo toscos vestidos de pieles de cabras con que se cubrían; a arar, sembrar y trillar su cebada, que era el único grano que conocían, y las habas la única legumbre, y por fin a aderezar bastamente sus manjares.

Llamaban gofio el que les servía de pan, y éste se hacía con cebada tostada y molida entre dos piedras, que sin más preparación comían a puñados como lo hacen todavía sus descendientes. Las carnes que tenían eran a más de las cabras, carnero y tocino. Habitaban cuevas y concavidades formadas por la naturaleza, y si en algo las mejoraban, debemos suponer sería sacando alguna tierra, para darles mayor ensanche. Sus camas consistían en algunas pieles tendidas en el suelo, y sus muebles y adminículos, en unos broncos jarros.

No eran más sumptuosamente engalanadas las moradas de sus reyes. Una cueva más espaciosa y unas piedras en su frente, que servían de asientos, era la única distincción que realzaba el monarca, a quien sus vasallos daban el título de Adexe.

Ese Adexe o rey llegaba a el mando por derecho de sucesión y de primogenitura. Recibía el juramento de fidelidad de todo su pueblo, y entre éste, como para sellar con su propia sangre el juramento general, se ofrecían volutariamente algunas personas jóvenes (quizá de ambos sexos) para víctimas de un sacrificio que ellas mismas immolaban despeñándose de un encumbrado peñasco o cerro. Después empezaba el nuevo exaltado rey su gobierno por premiar a los deudos de los que se habían sacrificado, repartía con equidad las tierras para cultivarlas, conformándose con algún orden en sus disposiciones, a algunas leyes establecidas.

Parece cierto que desde el principio de el establecimiento de aquella casta de hombres en las islas, hasta mucho tiempo después, solo reinaba pacíficamente un soberano en cada una; pero con el transcurso del tiempo se dividieron todas en varios señoríos o reinos, como los llamaban.

En Tenerife, mal hallados los hijos de uno de los Reyes bajo de el gobierno de su padre, tomaron bríos sus disgustos con el deseo de reinar, igual entre nueve que eran; y sin que se sepa cómo, quizás cansados de sus propias envidias y guerras, dividieron los estados de su padre en tantos reinos, que subsistieron todavía entre sus descendientes al tempo de la conquista.

A el descariño en que vivieron esos hermanos después de su instalación en sus reducidos reinos, siguieron otras diferentes guerras que insensiblemente disminuyeron la nación; y la contraída costumbre de guerrear entre sus sucesores les hizo recurrir a su ferocidad para vindicar los más leves agravios, y por motivos tan nimios como el hurto de algunas cabras, salían esos ejércitos bisoños a la campaña.

Correspondientes a su barbarie eran sus armas, y modos de pelear. Después de estropajeadas sus carnes con varios colores, en palos aguzados y endurecidos al fuego consistían todas sus prevenciones para arrostrar al enemigo. Las piedras que el acaso les dejaba encontrar en el suelo, eran las primeras ofensivas con que mútuamente empezaban a trabar la desordenada lid, de que salían victoriosos aquellos que menos daño habían recibido, y habían hecho retirar a sus términos a sus contrarios.

Su religión consitía en una idea confusa de su Ser Supremo, que consideraban como conservador de cuanto existía, inculcada sin duda a sus mayores, antes de su transmigración a las islas, y con probabilidad borrada la mayor parte; y adulterada la que les había quedado con las supersticiones de un rudo culto que tributaban a sus ídolos.

La leve noción que conservaban de la inmortalidad de el alma, premiada según decían después de la muerte en el valle donde se fabricó la ciudad de La Laguna, o castigada en el fuego del Pico, da indicios, juntamente con la confusa idea que tenían de un Dios superior a todos, que en el pais de donde salieron todavía se conocía la ley natural, aunque mezclada ya con la idolatría celeste, porque los objetos de adoración de aquellos antiguos isleños eran el Sol, la Luna y las estrellas, adoración que ha precedido la que introdujo mucho después la idolatría terrestre, cuando enteramente olvidados los hombres de los principios que les habían enseñado Noé y sus descendientes, admitieron en el número de sus Dioses los ídolos forjados por su capricho con diferentes metales, piedras y leños.

La poligamia y el repudio eran tan comunes en el orbe, en el supusto remoto tiempo de su transmigración, y aún mucho despúes, que no es de admirar no conociesen otra forma de matrimonio, ni mejor modo de libertarse de las molestias que acarrea el divorcio de dos voluntades, que despidiendo libre la mujer que lo causaba.

Componía una especie de sacerdocio entre ellos una tribu, separada de las otras, en esto, que no tomaban los hombres mujeres fuera de la suya, y en el arte de embalsamar cadáveres en que a exclusión de los demás se hallaba inaugurada, sin saber de donde les había venido tal habilidad, que con tanto sigilo conservó (persuadida que era un misterio sagrado) que murió con ella. Esa tribu, aunque no más instruida que el vulgo, cuidaba de los asuntos peculiares a la religión y se ocupaba de su arte.

Los que pretenden que esos naturales vinieron de Africa, sin indicar de qué país de tantos que dividen aquel vasto continente, hubieran igualmente podido suponer que salieron de el Egipto, si no en derechura, a lo menos después de varios establecimientos. Tal suposición hubiera tenido en su favor la conformidad en el modo de embalsamar los cadáveres que practicaban los isleños, con corta diferencia como los egipcios, conforme lo escribe muy por extenso el célebre Herodoto, el más antiguo y el más puntual de los historiadores profanos, que estuvo en aquel reino para instruirse en sus ciencias, cerca de 400 años antes de la venida de Cristo; y después de él Diodoro de Sicilia; pudiéndose atribuir lo que dejaban de practicar en tales casos en la islas, a la escasez de ingredientes que en ellas padecían; y sin embargo no dejaron de lograr el mismo fin que se proponían los egipcios en la conservación de la memoria de la existencia de los suyos, por las tristes reliquias de sus momias, que como aquellas que todavía se hallan muy a menudo (cerca y debajo de las ruina de la antigua Memphis, entre esas y el gran Cairo y el lugar de Zoccara) se mantienen hasta el presente enteras e ilesas, envueltas y cosidas en pieles de cabras muy suaves y bien curtidas, depositadas en unas cuevas o cavernas sepulcrales subterráneas hechas por la misma naturaleza, donde en unas tarimas las depositaban echadas, y las de sus reyes de pie, con un palo en la mano, a modo de cetro, y un cántaro de barro al lado, que al tiempo de su entierro dejaban lleno de leche.

Tales eran los antigus isleños, cuyo idioma nos representan algunos, semejane a el de los moros de berbería, pero sin más fundamento que el de su modo de pronunciar guturalmente, a que quizá se puede atribuir el apodo de guanches que les dieron los españoles y ha quedado hasta hoy a sus descendientes.

Nº 1. Los parajes donde van a fondear los navíos y aquí se nombraron puertos, por estar admitida generalmente esta denominación, no son en realidad más que radas abiertas con buenos fondos y tenederos. Las circonferencias de las islas consisten en unas peñasquerías peinadas y muy escarpadas hacia la mar, interpoladas con algunas caletas y playas.

Nº 2. En todas las islas ha habido volcanes, y para evitar prolijidad solo se mentarán aquí dos que se abrieron el presente siglo, sin contar el de el Pico, que por los vahos y humos que exhala perennemente da indicios de continuar la fermentación de las materias sulfurosas y nitrosas que encierra en sus entrañas, y en otros tiempos han causado tantas irrupciones.

La isla de Tenerife

La isla de Tenerife -antiguamente Nivaria, según refiere Plinio, nombre que saca su etimología de la mucha nieve en que siempre está envuelto el Pico- es la más considerable de las siete. Situada al sud de las Salvajes, que son unos peñascos o escollos muy conocidos entre las Canarias y la isla de la Madera, perteneciente a los portugueses.

Ese pico de Tenerife, famoso por lo que queda dicho, por su descollada altura y por haber servido de punto inicial de donde empezaban los holandeses a contar los meridianos, tiene dos millas y tercia y 74 2/3 pies castellanos de perpendicular sobre la superficie del mar. Su figura aparente es la de un cono, y la verdadera la de una pirámide oválica troncada, que los isleños llaman el pan de azúcar, y se descubre desde 60 millas de distancia y más, según la serenidad del tiempo.

La isla es muy montuosa y áspera. Su figura es irregular, variando su ancho según esa irregularidad. Su largo puede tener unas 18 leguas, y su circonferencia unas 44. Tiene muchos manantiales, excepto en las partes que comprehende el lugar de Santa Cruz y de sus cercanías, donde solo hay una fuente cuyas aguas se conducen desde muy lejos, en unas canales de madera descubiertas.

Ls tierras que entre tantos peñascos y cerros se pueden cultivar, están muy fértiles, pero no bastan sus producciones para mantener el número de sus moradores, motivo porque necesitan de el socorro de las islas de Lanzarote, Fuerteventura y Canaria, cuyos sobrantes bastan en años buenos para surtir a Tenerife de trigo, cebada, carnes, etc, menos vinos que no necesita.

De esas producciones, las principales son vino que llaman bidueño, que tiene gran despacho en América e Inglaterra, vino de malvasía, cuyas primeras cepas se sacaron de la isla de Candia, y se plantaron poco después de la conquista. Todos los frutos y árboles de España allí se crian bien; y a más de éstos, muchos de las Indias, como la orchilla, la mejor de todas las islas, y nada inferior en calidad a la de Asia, el drago, el tamarindo, el limon preñado, el til, la patata, el ñame, la papaya, el plátano, etc, pero todos en corta cantidad, excepto la orchilla y el plátano que se hallan con abundancia; como también en partes la seda y cañas dulces, de que en un lugar nombrado Adeje propio de los herederos de el conde de la Gomera, se saca bastante azucar de pilón, para el gasto que de este género se hace en las islas.

Los animales domésticos y ganados son también los mismos que en España, con alguna volatería y muchos conejos; ninguna liebre, que no es animal conocido en aquellas tierras. Las salinas son buenas, pero no suficientes para el abasto. El total delos vecinos asciende poco más o menos a 13.773. sus principales lugares son la Laguna con nombre de ciudad; el puerto de Santa Cruz, el de la Orotava, la villa de la Orotava, y Garachico, arruinado en parte por la fuerte reventazón de un volcan que con espantoso estrépito se abrió de repente el año de 1706 en un cerro contiguo a la orilla del puerto (era el mejor de la isla) que cegaron las materias despedidas de sus entrañas, y se petrificaron de tal modo que donde daban fondo los navíos en 60 y más brazas de agua hoy existe una calle de casas fabricadas al parecer sobre peña viva.

La pesca de los tinerfeños es corta, no por falta de pescado en la mar pero bien por la poca destreza de los pescadores.

La isla de Canaria

La isla de Canaria es nombrada también la Gran Canaria. No parece que puede quedar duda en que esta sea la misma a que Ptolomeo da el mismo apelativo que tiene al presente, y debe ser antiquísimo pues Plinio el Anciano, que vivía bajo el imperio de Vespasiano y de Tito, y por consiguiente mucho antes que Ptolomeo, contemporáneo de Adriano y Marco Aurelio, lo sacó (según afirma un autor) de Juba, historiador africano, quien si da la causal de su etimología no la trasladó Plinio. Abulfeda y Ulug Beigh geógrafos árabes, que escribieron después, y que debemos suponer mejor instruidos de todo lo perteneciente a el Africa, no hablan de Canaria y solo hacen meción en general de Al-jazayir y Alkhaledad, que quiere decir Islas afortundadas.

Por lo referido, no es verosímil que esta voz derive del crecido número de perros que en aquella isla se encontraba (según cuentan algunos) añadiendo que servían de alimento a sus naturales; ni de las cañas dulces que allí se criaban en abundancia, porque antes de la conquista no se conocía tal vegetable en islas, habiéndolas plantado los españoles muchos años después.

Aunque no conocemos la derivación de la voz Canaria, sabemos que en aquellos tiempos remotos nunca fueron conocidas esas islas sino por el nombre general de Afortunadas, como queda dicho, y por consiguiente no parece que puede dimanar de otro motivo el haber comunicado la de Canaria sus nombres a las demás, sino por haber sido conquistada antes que Tenerife y considerada entonces como la principal de las conquistadas, como en efecto lo era.

Su figura es casi circular de 9 y 11 leguas de diámetro y 32 poco más o menos de circonferencia. Tiene muchas aguas manantiales. Sus producciones son las mismas que en Tenerife, a que se puede añadir algún poco de algodón. En cuanto a las cañas dulces, ya no se cultivan más, porque según dicen los naturales, se ha consumido la leña que necesitaban para mantener el uso de los ingenios. Sus ganados, volatería, caza y animales domésticos son también los mismos que en Tenerife, y entre estos últimos se cuentan algunos camelos. El total de sus vecinos asciende a 8.730. Las salinas bastan para el consumo y sus principales lugares son el de Canaria, que llaman la Ciudad de las Palmas, Telde, también con nombre de ciudad, y Aguimes, con el de villa.

De la pesca de los canarios en el contorno de su isla se puede decir lo mismo que se ha dicho de la que hacen los tenerifeños; pero a más de esta tienen otra muy lucrativa, que consiguen en las inmediaciones del cabo Non, donde son mayores los peces, en muchísima cantidad, y los isleños más prácticos en el modo de coger aquellos con anzuelos y cebo proporcionados; allí van varios de sus barcos, cada uno con la prevención de sal necesaria para salarlos a medida que los van sacando, hasta completar su carga, lo que por lo regular logran en seis o siete días de ocupación.

La isla de Fuerteventura

La isla de Fuerteventura, antiguamente Planaria y según algunos Erbania, tiene pocos manantiales y algunos pozos y balsas. Su figura es irregular y podrá tener 22 leguas la línea que se condujere longitudinalmente de un extremo a otro, pasando por los centros de sus anchos; y de circunferencia unas 50. La tierra es fértil cuando llueve. Sus producciones son trigo cebada, maíz, patatas, algunas verduras, orchilla, poco vino y algunos árboles frutales, no habiendo otros en toda la isla. Para aderezar las comidas se valen sus moradores de la poca leña que dan unas matas, y la que necesitan a más de esta la sacan de Tenerife y Canaria, como también el carbón y la madera. Sus ganados se reducen a vacas, cabras ovejas, cerdos, algunos burros, caballos y camellos. Estos últimos, cuyo número es bastante crecido, sirven para sus atahonas y labores, y también de alimento, que prefieren a otras carnes. Tienen poca volatería, muchos conejos y bastantes salinas para su gasto. El número de sus vecinos puede llegar a 1.410. El lugar principal es el de Santa María, con nombre de villa. El puerto del Tostón es de difícil entrada, algo abrigado y sirve para carenar los barcos del país. La pesca, a proporción, es la misma que en Tenerife.

A media legua de distancia de Fuerteventura al nord-este, se halla otra isla pequeña que llaman de los Lobos, apellido puesto por los conquistadores, según dicen por los muchos lobos marinos que cerca de ella se dejaban ver. Lo cierto es que hoy día no se encuentra ninguno. Por el brazo de mar que separa esta isleta pueden pasar los mayores navíos, y cuando quieren navegar entre Lanzarote y ella, conviene se aparten de su peñascosa costa, en que por el nord-este está la mar casi de continuo muy agitada. Cerca de las partes más angostas de la isla, sale de la mar un peñón muy grande, que llaman el Islote.

La isla de Lanzarote

La isla de Lanzarote, la más oriental de las Canarias, antiguamente Capraria, según pretenden algunos, tiene al presente título de condado. Su figura es muy irregular, y llega hasta 10 leguas de largo, variando casi en cada punto su ancho; su sinuosa circonferencia puede tener unas 23 leguas. Sus aguas son pocas, motivo que ha obligado a sus moradores a hacer varios algibes y balsas para recoger la que cae del cielo; sin embargo la tierra es muy fértil en los años que llueve. Sus producciones son las mismas que en Fuerteventura, como también sus ganados, volatería y caza. Antes de el año de 1730 se criaba en esa isla un número bastante crecido de caballos de muy buena casta, que se acabó enteramente con la irrupción de unos volcanes que en el citado año se abrieron y no dejaron hasta el año de 1735 de vomitar materias que asolaron aquellos fértiles pastos que mantenían a esos animales. El total de el vecindario de la isla será poco más o menos de 1800. El lugar principal es Teguise, con nombre de villa. En las costas hay algunas salinas y varios puertecitos; el puerto de Naos es el más nombrado y bastante abrigado, sirve para carenar las embarcaciones isleñas. La pesca es la misma que en Fuerteventura.

Las islitas que hacen vecindad a Lanzarote no ofrecen nada que merezca atención. Alegranza y el Roque son dos escollos; Santa Clara y la Graciosa producen algunos pastos que recogen aquellos naturales y llevan allá algunas cabras para consumirlos.

La isla de la Palma

La isla de la Palma antiguamente (según se cree) Junonia Mayor. Su figura se parece a la de un corazón; su largo seis leguas, su circonferencia quince. En algunas partes hay bastante agua, en otras se padece algo por su escasez. Sus producciones consisten en trigo, cebada, maíz, patatas, vino árboles frutales, alguna orchilla y bastantes cañas dulces con que hacen los palmeses azucar de pilón que remiten a Tenerife y a España. Sus ganados y animales domésticos son los mismos que en Tenerife, con alguna volatería y conejos. A más de esos, en los ásperos cerros que ocupan parte de lo interior de la isla, se crían cabras silvestres, que de cuando en cuando van a cazar; allí mismo entre aquellas escabrosidades, nace en abundancia una raíz que nombram jeleche, que van a coger todos lo veranos la gente pobre, y con ella hacen un género de masa, en que disimulan la falta de otro mantenimiento más sólido. La isla da bastante seda, y con la que sacan los tejedores de las otras, y principalmente de la Gomera, mantienen un número de telares, en que farican tafetanes muy fuertes que despacahan bien en Tenefife y América, y serían mucho más apreciables si sus tintes fueran permanentes. El total de sus vecinos será con corta diferencia de 4100. El lugar principal se llama Santa Cruz de la Palma, como también el puerto. La pesca se hace como en las demás islas, y la sal que sacan de sus salinas basta para lo que necesitan.

La isla de la Gomera

La isla de la Gomera, antiguamente (según creen algunos) Junonia Minor, tiene título de condado. Su figura algo redondeada, su largo cinco leguas, su circonferencia 13 ½. Su superficie muy quebrada y muy áspera, llena de barrancos y cerros de peñas. Tiene abundancia de agua. Produce a proporción de su reducido tamaño, casi todos los mismos frutos, árboles, ganados domésticos y silvestres como Tenerife, y a más muchos ciervos y algunas mulas; bastante volatería y conejos. Sus vinos no son tan generosos como los de las demás islas. Los gomeros recogen mucha seda, de que emplean alguna en algunos telares, la demás la venden. El total de su vecindario puede llegar a 1.467. El lugar principal, con nombre de villa se intitula de San Sebastián, como también el contiguo puerto. Su pesca es la misma que en las demás islas. Sus salinas bastan para su consumo.

La isla de Hierro

La isla de Hierro, según todas las apariencias es la Pluvialia de Plinio. Su figura se acerca algo a la de un cuadrilongo, su largo tiene poco más de tres leguas, su circonferencia cerca de ocho, y su superficie muy áspera. No tiene más de una fuente, con otras tres que dan poquísima agua. Para dar de beber a sus ganados han hecho los herreños algunos pozos y balsas. Cuando llueve están muy fértiles las tierras, pero por falta de agua pocas veces logran una buena cosecha. Esos ganados que tienen se reducen a vacas, ovejas, cerdos, cabras, algunos caballos, burros y mulos, y muchísimos conejos, muy poca volatería, algún vino y algunas frutas. Tiene salinas que dan la sal que necesitan para su abasto. El número de sus vecinos puede llegar a 850. El lugar principal es Valverde, con nombre de villa, en cuyo pie se halla el puerto. La pesca se hace como en las demás islas.

Muy cerca del cabo septentrional de esta isla hay un formidable peñasco que llaman el Roque de Salmón, alto y escarpado por todos lados, ahuecado en su medio y lleno de tierra que produce cantidad de tabaybas, planta muy recia y común en todas las islas, que sirve estando seca para calentar los hornos.

Los Pajaritos, que llaman canarios se hallan en todas las islas y principalmente en la de los Lobos cerca de Fuerteventura, pero no son tan comunes como se cree en Europa y muy inferiores en calidad.

Sevilla 5 de agosto de 1770

Firmado: Don Francisco de Gozar


Carta de Francisco de Gozar dirigida al Ingeniero General Juan Martín Zermeño, 5 de agosto de 1770

Muy Sr. Mío.

A la apreciable que VE se sirvió escribirme con fecha 21 del mes pasado, respondo que no he tenido carta ninguna de las islas de Canaria en la embarcación que de allá ha llegado últimamente, de lo que no me admiro, porque solo de cuando en cuando las suelo recibir de aquel sujeto que indiqué en mi anterior.

Con motivo de la pregunta de VE en su antecedente en punto a las islas, me vino en el pensamiento formar una idea de su estado antiguo y moderno, acompañada de un mapita en que se representan esas según su situación en el Oceano, que remito; lisonjeándome recibirá VE benignamente este trabajito en su obsequio, en la suposición que si VE tiene algún otro será copia de uno muy antiguo en líneas, que coloca las islas casi en recta fila. En suma, creyendo que éste sería algo mejor, deseo que otro lo perfeccione; habiéndome dedicado únicamente a recopilar varias promiscuas apuntaciones y observaciones (hechas en parte estando en Tenerife y Canaria) para enterar a VE por mayor, cuando sus más serias ocupaciones se lo permitieren, de varias circunstancias en que quizá no estará impuesto.

Tampoco acá se dice nada de consideración de las dependencias de la Sierra, y solo se cree que el Asistente con el pretexto de la cosecha, no volverá tan presto a Madrid, ni vendrá más a Sevilla; lo que a nadie causa sentimiento, como es muy fácil de suponer.

Los suizos que se hallan en la Sierra (donde como todos los veranos hay muchas calenturas) logran salir de aquel destino para el de el Puerto de Santa María, y solo esperan para ponerse en marcha la llegada de tres compañías de estos voluntarios de Cataluña que ya salieron cinco días ha, para reemplazarlos en la custodia de los colonos, cuyo número de día en días disminuye. Continúan en mantenerse en el districto de la Carlota otras dos compañías de los mismos voluntarios para el mismo fin.

En cuanto al estado actual de mi fastidiosa comisión, no hay nada de nuevo, ni ha habido ápice de alguna consideración, más de lo que tuve el honor de comunicar a VE por mis cartas de oficio y algunas particulares, ni tampoco he esperado se adelantaría tal asunto desde que supe a últimos de el año pasado en una confianza, que a el Asistente no le habían contestado relativamente a su encargo de la navegación de este Río, desde octubre a noviembre de 1768, conforme participé entonces a VE; y mientras, suspensa mi vida en una triste inacción, he estado y estoy aquí aguantando las molestias con que me oprime la pesada duración de mi paciencia, tantas veces sacrificada a los errores de la esperanza de salir de tan violenta situación, agravada con la memoria de tantas desazones y trabajos como sabe he pasado.

Por fin, nadie como VE puede discurrir cuanto le quedaré agradecido al favor de poder en otra colocación hacer patente mi celo y amor al Real servicio, e inviolable apego a su venerable persona.

El calor es inaguantable, y hace quejar hasta la gente del campo.

VE no me dice nada en punto a su salud, silencio que me hace inferir su perfecto restablecimiento, de que doy mil gracias al cielo, repitiendo como siempre a su entera disposición mis profundos respetos, con la más sincera fina ley. Rogando a Dios que guarde su vida los muchos y felices años que deseo en compañía del Señor Don Pedro (c. m. b. agradeciendo infinito sus memorias).

Sevilla 5 de agosto de 1770

Besa la mano de VE su mayor y más atento servidor

Don Francisco Gozar

Excemo Sr. D. Juan Martín Zermeño

[En nota]: Incluie el mapa que ha formado de la situación de las Islas de Canarias y su correspondiente discurso.
 

Bibliografía

CAPEL, Horacio. Las Academias de Ingenieros. En Sellés, M., Peset, J.L. y Lafuente, A. Carlos III y la ciencia de la Ilustración. Madrid: Alianza Editorial, 1988, p. 187-204.

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Notas

1.Conservado en el Servicio Histórico Militar, Madrid.
2.Todos los datos proceden de la obra Capel y otros, 1983.
 

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