Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y
Ciencias Sociales Universidad de Barcelona, nº 41, 21 de julio de 1997 |
Ortega Gálvez, María Luisa. Ciencia y civilización:
la expedición de Bonaparte y el Egipto moderno. Tesis Doctoral
dirigida por el Dr. Alberto Elena Díaz. Madrid: Universidad Autónoma
de Madrid (Departamento de Lingüística, Lógica y Filosofía
de la Ciencia). 1997. 445 págs.
Horacio Capel
La Tesis doctoral de María Luisa Ortega estudia un episodio interesante
de la historia de las relaciones entre Europa y el Islam, y mas concretamente,
de las relaciones con el Imperio Otomano y Egipto. Se trata de un trabajo
que la autora sitúa en el contexto de los debates sobre la dependencia,
el orientalismo, la difusión de la ciencia europea a escala mundial,
y el papel de la ciencia en el desarrollo social y económico.
La Tesis se relaciona con un programa de investigación iniciado
por el profesor Alberto Elena, el cual desde hace algunos años ha
iniciado el estudio de un tema hasta ahora poco frecuentado en el panorama
historiográfico español, como es el del desarrollo científico
del Imperio otomano durante la edad moderna y contemporánea. Ese
programa ha dado ya lugar a diversos artículos que abarcan el período
comprendido entre el siglo XVI al XX, tales como la carta de Piri Ra'is
sobre América (1988), por las relaciones entre la ciencia turca
y la expansión científica europea entre 1699 y 1908 (1990),
o el análisis de la evolución de dicho imperio con la de
los países iberoamericanos, como ejemplos de periferias científicas
(1993), entre otros.
En ese programa se inserta de alguna forma, esta investigación de
María Luisa Ortega, que fue alumna de Alberto Elena durante sus
estudios de Licenciatura, y que posteriormente, a través de su relación
con Antonio Lafuente se ha interesado asimismo sobre los problemas de mundialización
de la ciencia.
La Tesis, que fue defendida en la Universidad Autónoma de Madrid
el día 14 de julio de 1997, obtuvo la calificación de Apto
cum laude, por unanimidad, ante un tribunal constituido por los
siguientes miembros: Presidente, Dr. Horacio Capel Sáez, Catedrático
de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona; Vocales: Dr.
Javier Ordóñez Rodríguez, Profesor Titular de Lógica
y Filosofía de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Barcelona,
Dr. Antonio Lafuente García, Investigador del Centro de Estudios
Históricos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
Madrid; Dra Manuela Marín Niño, Investigadora, Departamento
de Arabe, C.S.I.C., Madrid; Dr. José Ferreiro Domínguez,
Profesor Titular de Filosofía de la Ciencia, Universidad de Sevilla.
En las páginas siguientes trataré de resumir algunas de las
aportaciones esenciales de esta investigación y realizar algunas
valoraciones y comentarios a la misma.
La Expedición a Egipto
La autora inicia su trabajo con el estudio de las raíces político-comerciales
y, sobre todo, intelectuales de la expedición a Egipto. Las primera
tienen que ver con las relaciones que desde el siglo XVI mantuvo Francia
con el imperio turco, lo que le dio un conocimiento directo del Próximo
Oriente y una posición relevante en el momento en que, tras la derrota
de Turquía ante Rusia a fines del siglo XVIII, se percibe la proximidad
de la desmembración de dicho imperio; y tiene que ver también
con razones comerciales, debidas a la ruptura del comercio con Levante,
que puso en crisis la actividad mercantil del puerto de Marsella.
Las raíces intelectuales son variadas. Entre ellas deben citarse
las siguientes: las ideas y las imágenes transmitidas a Francia
por viajeros ilustrados como Savary o Volney; el orientalismo islamizante
de algunos autores del siglo XVIII, que llegaron a presentar, como hizo
Montesquieu en las Cartas persas, a personajes de aquella cultura
como críticos de la europea; el rechazo de autores protestantes
al catolicismo y su apertura a la religión islámica y a su
profeta Mahoma, interpretado como el fundador de una religión racional
que condena el fanatismo; el interés por Egipto como cuna de la
civilización, y la valoración de esa cultura por la masonería;
la misión civilizadora atribuida a Europa, y a Francia en particular,
concretada en la que se podía atribuir a la ciencia surgida tras
la Revolución; y la elección de un destino imperial para
la Francia Revolucionaria. A partir de todo ello, la expedición
constituyó "un banco de pruebas, un verdadero laboratorio del
papel que la ciencia y sus ocupantes iban a ocupar de regreso a casa"
(pág. 36).
El estudio de las ciencias y las técnicas francesas en tierras egipcias,
objeto de la segunda parte de la Tesis, se realiza en tres capítulos.
La Francia revolucionaria había apelado al trabajo de los científicos
para que resolvieran problemas prácticos, y en primer lugar los
relacionados con la defensa: construcción de armas y de municiones
mas potentes, desarrollo de la industria química, aplicación
de la aerostática y el telégrafo a la guerra, etc. Las transformaciones
que los revolucionarios realizaron de las instituciones científicas
del Antiguo Régimen cuestionaron el papel de los aristócratas
del saber, apareciendo entonces el savant-citoyen, un científico
nuevo al servicio de la República, para desarrollar la ciencia y
la técnica que necesitaba la sociedad. Ello constituía, en
definitiva, un proyecto de democratización de la ciencia, que finalmente
resultaría fallido, en buena parte por las urgencias de asegurar
la República y atender desde nuevas instituciones mas exigentes
las necesidades existentes, lo que culmina con la creación en 1795
de la Ecole Polytechnique, para formar ingenieros civiles y militares.
La autora presenta también la constitución de la Commission
des Sciences et Arts, que se encargaba de seleccionar en los países
conquistados por Francia los objetos artísticos que habían
de trasladarse a París; es decir, una comisión en la que
la ciencia estaba al servicio de la patria. A partir de la experiencia
de dicha comisión, se creó la Commission des Sciences
et Arts d'Egypte, es decir la comisión científica de
la Expedición a Egipto, en la que se integraron un total de 175
científicos y técnicos, pertenecientes a ciencias matemáticas
y sus aplicaciones, ingeniería civil, ciencias naturales, literatura,
ciencias médicas y bellas artes, así como tipógrafos
e impresores. Es significativo que en esta nueva institución haya
disminuido el papel relevante que tenían antes de la Revolución
los naturalistas y marinos y dominen, en cambio, los científicos
y técnicos procedentes de la Ecole Polytechnique (de la que
salieron 45 expedicionarios), de la Ecole des Ponts et des Chaussées,
de la Ecole des Mines, del Conservatoire des Arts et Métiers
y de la Ecole National Aerostatique. Con la constitución
de esta Comisión la ciencia se ponía al servicio de un cuerpo
expedicionario de 36.000 hombres, para ayudar a conocimiento y conquista
de un territorio.
Dentro de la Comission, y a imagen del Institut de France,
se creó el 22 de agosto de 1798 el Institut d'Egypte, que
incluía a los individuos mas prestigiosos agrupados en cuatro secciones
(Matemáticas, Física, Economía política y Literatura
y Artes), con un total de 36 miembros. Los objetivos del Instituto eran
esencialmente tres: "1) el progreso y la propagación de las
luces en Egipto; 2) la búsqueda, el estudio y la publicación
de hechos naturales, industriales e históricos de Egipto; 3) dar
su parecer sobre las diversas cuestiones sobre las que sea consultado por
el gobierno"
La autora estudia las dinámicas de trabajo y exploración
(II.2) desarrolladas por los miembros de la expedición durante los
tres años que transcurren entre el desembarco de Alejandría
en julio de 1798 y la retirada de Egipto, tras las derrotas frente a los
ingleses y la rendición final ante ellos, firmada el 30 de agosto
de 1801.
En esos años los expedicionarios científicos realizaron una
impresionante labor en las diversas tareas que les fueron encomendadas
por los mandos militares -primero Bonaparte y, tras su vuelta a Francia
después del fracaso de la campaña de Siria, por Kebler y
Menou- y que ellos mismos seleccionaron en relación con sus propios
intereses. En esa vasta tarea pueden distinguirse dos momentos. En el primero,
los miembros del Institut y los restantes expedicionarios científicos
se dedicarán principalmente a desarrollar y completar trabajos ya
iniciados en Francia. Más tarde, el mismo Egipto se convertirá
en tema de investigación y aparecerán nuevas cuestiones científicas
así como una aproximación verdaderamente interdisciplinaria.
El estudio presta atención a los conflictos entre militares y científicos,
con las acusaciones de los primeros de que eran éstos los responsables
de la aventurada expedición, a las dinámicas de trabajo sobre
el terreno, y a las investigaciones realizadas sobre las dos cuestiones
que recibieron una orden explícita: los levantamientos cartográficos
para una carta general del país y el estudio del trazado del antiguo
canal de Suez -existente ya desde época faraónica y reutilizado
por los árabes para conectar el Nilo con el mar Rojo- y la nivelación
del sector con vistas a la construcción de un nuevo canal. Pero
a lo largo de su estancia y en relación con los avances de la conquista
militar, los científicos y técnicos se vieron crecientemente
atraídos por temas nuevos, especialmente los restos arqueológicos
del antiguo Egipto, y el problema de la antigüedad de su cultura,
que podía poner en cuestión la cronología bíblica,
como ocurrió con las primeras interpretaciones que se hicieron del
zodíaco de Dendara y de otros restos de carácter astronómico.
En la parte final de la expedición, "cuando las mentes no piensan
sino en Europa, en el regreso a Francia y en el ofrecimiento a sus colegas
y compatriotas de una conquista que ha quedado circunscrita en el universo
del saber a una apropiación intelectual del territorio y sus gentes",
son los trabajos de carácter general sobre el Egipto antiguo y moderno
los que dominarán. El 19 de noviembre de 1799 el nuevo general en
jefe, Kléber, ordenaba la creación de una comisión
para la recogida de información sobre el Egipto moderno y la elaboración
de una encuesta general sobre el país. Haciendo honor a las palabras
de uno de los miembros "Conquérir c'est parcourir et connoître",
los expedicionarios se lanzarán a una frenética tarea de
recoger informaciones sobre el territorio y sus habitantes a partir de
una encuesta general, en una preocupación socio-territorial que
hasta ese momento solo los médicos habían tenido en su esfuerzo
de elaborar topografías médicas que seguían el mismo
modelo aplicado en Francia.
Las condiciones de la capitulación final de las tropas francesas
ante los ingleses establecían que debían entregarse a éstos
todo lo que los primeros habían tomado del país, y que se
consideraba de propiedad pública. Aunque las protestas de los científicos
y las conversaciones posteriores permitieron a éstos conservar sus
documentos, Gran Bretaña se apropió de todas las antigüedades
reunidas por los franceses, que fueron a parar a museos británicos,
siguiendo con ello, como decía el general inglés "el
bello ejemplo que ustedes han dado a la Europa entera", puesto que
"en todos los países en que los franceses han hecho la guerra
se han apropiado de todo lo que les parecía conveniente coger".
Una justa represalia, en efecto, a las tareas de clasificación y
expolio que la llamada Commission des Sciences et Arts había
desempeñado hasta ese momento en los Países Bajos e Italia
y que luego seguiría desempeñando durante las posteriores
conquistas "elevando -como irónicamente diría un historiador
inglés a propósito de esas expropiaciones- el arte de la
confiscación de la propiedad a una nueva rama de las ciencias exactas"
(pág. 46).
Tras la vuelta de los científicos a Francia se decidió publicar
el conjunto de los materiales reunidos en forma de descripción objetiva
y distanciada, en la que se excluye toda concesión a la imaginación
del relato; el Voyage de la Ilustración -señala la
autora- "es sustituido por la Description, donde la espacialidad
ya no es producto de un recorrido sino el resultado de una cartografía
que la homogeneiza y donde se sitúan monumentos, personas, plantas
y animales" (pág 110), y en el que los viajeros desaparecen,
"comme s'ils n'avaient pas été d'acteurs". Esa
eliminación del proceso de descubrimiento otorga al discurso científico
su poder persuasivo, ya que "el observador, al no involucrarse en
lo observado, podrá hablar desde la autoridad y el prestigio. En
ese contexto debería entenderse igualmente el papel privilegiado
que se otorga a las imágenes, a las planchas que con mayor rigor
que las palabras pueden dar cuenta de lo observado sin interpretación
alguna" (págs. 110-111).
Los miembros de la Commission d'Egypte emprendieron su tarea de
redacción de las memorias y dibujo de las planchas procurando conseguir
una uniformidad de estilo y con una estructura organizativa que instituía
un sistema de control mutuo y la obligación de someter el resultado
del trabajo a una lectura y aprobación por parte de tres miembros
antes de su publicación. El objetivo era elaborar toda la documentación
traída de Egipto por los expedicionarios y reunirla con referencia
a cuatro grandes temas: geografía, historia natural, antigüedades,
y estado moderno del país. En lo que se refiere a la geografía,
el proyecto se plasmó en la elaboración de numerosos mapas
parciales y, sobre todo, en la edición de la Carte topographique
de l'Egypte, en 45 páginas, y de la Carte Géographique,
en tres, publicadas ambas en un volumen independiente; lo que fue considerado
por el ingeniero geógrafo Jomard como una catástrofe ya que
"los mapas eran la esencia de la Description y los textos no
hacían mas que ofrecer detalles a los mismos: de hecho, textos y
descripciones habían sido concebidos para ser leídos con
las representaciones cartográficas delante de los ojos e incluso
algunas memorias y planchas habían tomado la distribución
geográfica de los objetos como estrategia expositiva a falta de
otra herramienta de sistematización" (pág. 116-117).
La obra enciclopédica vio finalmente la luz a partir de 1809 con
el título de Description d'Egypte, ou recueil des observations
et des recherches qui ont été faites en Egypte pendant l'expedition
de l'armée française, cuyos nueve volúmenes de
texto y once de planchas se publicarían en los veinte años
siguientes en la primera edición o imperial; una segunda edición,
o real, se publicaría entre 1821 y 1830 en 26 volúmenes de
texto en octavo (la inicial era en cuarto) y 11 volúmenes de planchas
in folio.
El legado esencial de la edición de esta vasta empresa de elaboración
y edición sería enorme, "a pesar de sus fracturas internas
y la disgregación que en ocasiones transmiten sus páginas";
en concreto ese legado sería:
"el de una integración espacial y temporal de un país
hasta el momento representado textualmente de forma dicotómica:
ora por la grandiosidad y exotismo de sus monumentos faraónicos,
ora por el estado actual de decadencia de sus habitantes y ciudades. La
labor de inventariado que la soportaba, aquella realizada por los savants
e ingenieros franceses durante mas de tres años, creó no
solo un objeto de estudio, sino también una entidad diferenciada
de su entorno político y cultural, una unidad geográfica
a la que era posible asignar una continuidad temporal e histórica
que ligaba un mítico pasado a una realidad contemporánea:
una misma unidad textual daba cuenta de la arquitectura pasada y presente,
de los misteriosos ritos antiguos y las modernas formas de religiosidad
islámicas y coptas, permitiendo así pensar Egipto como un
todo".
La ciencia tuvo un papel destacado en la "misión civilizadora"
que pretendía justificar la expedición de Napoleón
a Egipto. Durante la estancia de los franceses en ese país, los
integrantes científicos y técnicos de la Commissión
des Sciences et Arts y del Institut d'Egypte realizaron con
éxito todos aquellos trabajos necesarios para el desarrollo de la
campaña militar, y todos los relativos a la recogida de información
sobre el país, reflejados luego en la monumental Description.
Pero fracasaron, en cambio, en el objetivo de contribuir a la difusión
de la ciencia y de la cultura occidental en Egipto. La autora señala
que "el encuentro cultural que se produjo en el contexto de la Expedición
de Egipto mostró la inconmensurabilidad de los lenguajes por unos
y otros -franceses y egipcios- utilizados", y ello a pesar de algunos
esfuerzos que realizaron los científicos y militares franceses para
convertir a los egipcios a la modernidad y regenerar el país por
medio de la aplicación de las ciencias y las técnicas, esfuerzos
que fueron con frecuencia mal interpretados por éstos últimos.
Aunque en la retórica y los proyectos de la Expedición se
aludía a la difusión de la educación y la ciencia
entre la población egipcia, y se proyectaron escuelas técnicas
para la población del país, en realidad fue prácticamente
nada lo que se hizo en ese sentido. Lo que, según la autora, podría
tener que ver con el rápido abandono en la misma Francia revolucionaria
del ideal de la democratización de la ciencia y la reinstitucionalización
de ella en instituciones que buscaban resolver rápidamente los problemas
planteados o utilizar y exhibir la ciencia como escenario del poder.
En Egipto se intentó mostrar la superioridad de la ciencia francesa
al público en general mediante exhibiciones de globos y otras maravillas,
y a los ulemas y a las personas cultas mediante la demostraciones de experimentos.
Pero pocos se dejaron impresionar por esas demostraciones, en las que los
franceses mostraron tener una ingenua creencia del poder persuasivo de
las mismos. La diferencia de las tradiciones culturales hacía que
no se dieran los mismos significados a las declaraciones retóricas
o a los hechos que se mostraban, lo que los franceses podían, eventualmente,
interpretar como una prueba de la "indolencia oriental".
Aún así, una vez evacuada la expedición francesa tras
la derrota ante la coalición anglo-otomana, la presencia francesa
permanecería en diversos aspectos, desde las construcciones de fortalezas
a las destrucciones urbanas, y sobre todo se convertiría en un hito
en el desarrollo del país, y mas concretamente, para algunos, en
un mito fundacional del Egipto moderno y de lo que los autores egipcios
consideraron el renacimiento del país.
En efecto, ya sea por el efecto que tuvo en la brutal toma de conciencia
del atraso egipcio ante la ciencia occidental o por el cuestionamiento
de las estructuras de poder político y económico existente
en el último tercio del XVIII, y especialmente del poder mameluco
y otomano, la conquista francesa supuso una profunda desestabilización
social que daría paso a una nueva etapa en la historia de Egipto.
Dicha etapa, durante la cual se establece el poder del Muhammad Ali es
el objeto de la segunda parte de la Tesis de María Luisa Ortega,
titulada "Un nuevo proyecto para Egipto: Muhammad Ali y la regeneración
del Valle del Nilo". En ella se estudia la dimensión social
y cultural de la nueva etapa que la historiografía posterior ha
considerado como esencial en el nacimiento del Egipto moderno.
Muhammad Ali y el nacimiento del Egipto moderno
Muhammad Ali (en realidad Mehemet Ali, según el nombre turco, ya
que legalmente actuó como gobernador de la Sublime Puerta) llegó
a Egipto en 1801 como segundo jefe del destacamento albanés integrado
en las tropas turcas que, junto con las inglesas, consiguieron la capitulación
y evacuación de los franceses. El poder de los mamelucos y su alianza
con los notables otomanos y egipcios había quedado cuestionado tras
la derrota a manos de los franceses, y el albanés consiguió
hacerse con el poder, con el apoyo religioso de los ulemas, siendo nombrado
en 1805 gobernador de Egipto por el Sultán otomano, es decir, una
especie de virrey. Desde ese momento acometió una importante política
de reformas que le darían cada vez mayor poder y autonomía,
en un proceso que culminaría en 1839, cuando aspiró a la
independencia efectiva de la Puerta, proyecto que no culminó debido
a la oposición anglo-turca, consiguiendo solamente la instauración
de una dinastía hereditaria en su propia familia, dentro de la órbita
del imperio turco.
Los sucesores de Muhammad Ali fueron sus dos hijos Ibrahim, Abbas (1848-54),
que volvió a afirmar la relación con el Imperio y con los
ritos y ceremonias de tradición otomana, a la vez que disminuía
la influencia occidental; y luego Said (1853-63), con el que se reanudó
la apertura a Occidente, y especialmente ahora hacia Gran Bretaña,
y se dio impulso a la construcción de redes ferroviarias y a la
construcción del Canal de Suez.
Muhammad Ali inició una era de reformas que culminarían en
la década de 1830 y que supusieron la creación de una administración
centralizada y fuerte, organizando un sistema territorial de carácter
provincial con sus correspondientes gobernadores. Impulsó la organización
de un ejército poderoso y bien estructurado, dirigido por oficiales
otomano-egipcios, inspirado en el modelo francés y con instructores
de esta procedencia, especialmente para las escuelas militares. A imagen
del modelo francés reclutó campesinos para el ejército,
lo que "supuso una verdadera revolución, pues suponía
otorgar tácitamente unas determinadas capacidades y lealtades a
la población nativa que hasta el momento les habían sido
negadas", y conducía a una creciente arabización, aunque
los oficiales siguieran siendo otomanos y estuvieran ligados al Imperio.
También intentó desarrollar una marina propia, que tras la
derrota turca de Navarino, logró en solo tres años la construcción
de 26 navíos de guerra, situando a la flota egipcia entre las siete
mas importantes del mundo.
Desde el punto de vista económico realizó una reestructuración
del sistema de posesión de la tierra, confiscando tierras, dividiéndolas
en parcelas que se distribuyeron entre los campesinos o fellahin,
y conservando en manos del gobierno la administración de gran parte
de la tierra cultivable; inició una política económica
monopolista orientada a la exportación, y que se basó especialmente
en la expansión del cultivo del algodón de fibra larga y
la política de extensión de los regadíos; la construcción
de obras públicas, en especial embalses y canales, entre ellos el
canal Mahmudiya para hacer posible el transporte de mercancías entre
la rama occidental del Nilo y el puerto de Alejandría, llegando
a movilizar en algunos años hasta 400.000 campesinos para la ejecución
y mantenimiento de dichas obras. El desarrollo de esas obras de regadío
permitió el crecimiento de la producción algodonera y de
otros cultivos de verano con demanda en el mercado internacional, tales
como la caña de azúcar, el indigo, el opio y el arroz, llegándose
a obtener en las áreas del Delta hasta tres cosechas diferentes
al año con rotación de cultivos. También fue importante
el desarrollo de industrias para la sustitución de importaciones,
y especialmente de la textil, en las que entre 1818 y 1848 trabajaron alrededor
de unos 20.000 obreros; e impulsó otras industrias textiles e incluso
una pequeña siderurgia para la industria militar.
La carencia de materias primas impulsó a Muhammad Ali a iniciar
campañas de expansión militar hacia Sudán y Siria,
las cuales pueden ser consideradas de carácter colonial, en tanto
que tenían como objetivo importante la búsqueda de diversos
recursos naturales, desde la madera a los minerales, y asegurar el autoabastecimiento.
Algún autor piensa que ese desarrollo, que iba unido, además,
a medidas proteccionistas, podía llevar a una situación en
la que los productos industriales egipcios compitieran en los mercados
del Próximo Oriente con los ingleses.
La coalición anglo-turca anudada tras la pretensión de independencia
realizada por Muhammad Ali acabó en 1841 con sus aspiraciones, aunque
logró asegurar la en su familia la dinastía virreinal, como
gobernador dentro del imperio turco, y el control del Sudán por
Egipto. En la nueva situación el sistema económico organizado
por Muhammad Ali se vio gravemente afectado, por la eliminación
de las barreras proteccionistas y la pérdida de los mercados, en
un momento en que la incipiente industria estaba desarrollar sus potencialidades
a un coste todavía relativamente bajo.
Todo ese proceso de desarrollo económico desde arriba fue acompañado
por un esfuerzo educativo a través de la creación de instituciones
dirigidas por científicos extranjeros, principalmente franceses,
y el envío de pensionados a estudiar a Francia.
Frente a la enseñanza tradicional basada en las cofradías
sufíes y en las madrasas de las mezquitas, entre las que la de el-Azhar
era la mas prestigiosa, Muhammad Ali creó nuevas instituciones educativas
que se convirtieron en el acceso a una nueva élite administrativa
y política. Ante todo, como se ha dicho, escuelas militares (de
infantería, caballería artillería, construcción
naval y Estado mayor), pero también de agrimensores, de medicina,
de farmacia, de veterinaria, y de ingeniería civil.
La política de enviar pensionados a Europa se inició en 1809,
y hasta 1818 permitió formar a 28 estudiantes, a los que se añadirían
luego otros 44 en 1826, y algunos más posteriormente. En el contingente
de 1826 todos los estudiantes que siguieron cursos de administración
civil, administración militar, navegación y artillería
eran de origen otomano; mientras que los destinados a estudios hidráulicos,
mecánicos, químicos medicina, traducción, grabado
y litografía eran egipcios de lengua árabe; y dos armenios
cristianos siguieron cursos de administración civil y lenguas para
la carrera diplomática.
Entre los centros educativos creados algunos tuvieron una gran trascendencia
desde el punto de vista de la introducción de la ciencia europea.
Es el caso de la Escuela de Medicina, creada en El Cairo en 1826, y destinada,
en un principio a la formación de sanitarios al servicio del ejército;
dirigida por el médico Antoine Barthèlemy Clot sería
la primera escuela superior fundada en Egipto que tendría un alumnado
constituido íntegramente por egipcios de lengua árabe, en
su mayor parte procedentes de la escuela de al-Azhar. En 1831 se creó
también una escuela de comadronas, que por la dificultad de reclutar
a jóvenes egipcias, tuvo que buscar las primeras alumnas entre un
grupo de esclavas abisinias y sudanesas, entre huérfanas, e incluso
entre eunucos enviados desde el harén del virrey.
La Escuela de Ingeniería, denominada por los franceses como Ecole
Polytechnique, se creó en 1834 y está ligada a la presencia
de un grupo de santsimonianos en Egipto. Dicho grupo se encaminó
a Egipto siguiendo las huellas de la expedición napoleónica,
buscando en estas tierras orientales a un sucesor de Napoleón, "al
monarca 'eclairé' e 'industrial' que hacía revivir en los
espíritus los sueños de un progreso social guiado por una
intelligentsia formada en las ciencias y las técnicas de la era
laplaciana" (pág. 306).
La lengua utilizada en la enseñanza de esas Escuelas fue doble;
por un lado el turco en las militares, y por otro, crecientemente, el árabe
en la de carácter civil. Nunca se utilizó el francés
u otra lengua europea en la enseñanza, lo que obligó a establecer
complicados sistemas de interpretación.
Hasta 1849 se tradujeron o compusieron en árabe 52 obras para uso
de la escuela de medicina, la mayor parte de las cuales circularon manuscritas
y unas pocas se imprimirían. Poco a poco la lengua árabe
se convirtió en el principal vehículo de introducción
y difusión de las ciencias modernas, quedando el turco reducido
a las escuelas militares.
La publicación de libros se acometió a partir de la instalación
de una nueva imprenta en El Cairo, ya que la montada por las tropas francesas
había sido repatriada por éstas. En 1822 se instaló
una nueva imprenta gubernamental en Bulaq, dirigida por un sirio que había
sido enviado por el gobierno para estudiar en Milán impresión
y fundición de tipos; su finalidad fue la edición de documentación
oficial. Posteriormente se crearían otras, entre ellas la muy importante
de la Escuela de Medicina, que tendrían un papel esencial en la
publicación de obras científicas.
Entre 1822 y 1831 se publicaron en Egipto 55 obras, a las que se unirían
otros 200 títulos en los doce años siguientes. De las 243
obras publicadas de que se tienen noticias seguras, 125 se publicaron en
turco, 111 en árabe, 6 en persa -la lengua de la poesía para
un otomano cultivado- y un diccionario italiano árabe; el italiano
había sido una especie de lingua franca en el Mediterráneo
oriental durante la edad moderna, y además durante los primeros
años del gobierno de Muhammad Ali hubo un cierto número de
profesores de esta nacionalidad en los establecimientos egipcios.
Entre 1830 y 1843 la distribución de las obras publicadas pasó
a ser la siguiente: 96 en turco, 87 en árabe y 4 en persa. Tanto
en este período como en el anterior las materias militares y navales
tuvieron el primer lugar, con un total de 25 en los años últimamente
citados, seguidas, seguidas ahora de las de medicina y veterinaria o materias
asociadas a esas enseñanzas como la historia natural, la física
o la química. En 1845 se publicaría también una obra
de medicina popular destinada a comadronas y cirujanos barberos, con una
tirada de 10.000 ejemplares.
A partir de 1828 se inicia también la prensa egipcia, con un gaceta
oficial, al-Waqai al-Misriya, en turco y árabe, a la que
seguirían mas tarde varias publicaciones en lengua francesa: L'Echo
des Pyramides (1827), Le Moniteur Egyptien (1833), el Bulletin
de l'Institut Egyptien (1859) y La Revue de la Societé Khédivale
de Géographie (1875). La prensa árabe solo se inició
en gobierno de Ismail, después de 1863, con la publicación
de Rawda al Ajbar y de Al-Ahram.
La 'cuestión egipcia' en el pensamiento europeo
La última parte de la Tesis está dedicada a estudiar los
debates sobre la civilización de Egipto en el pensamiento francés
del siglo XIX, en una décadas, sobre todo en las de 1830 y 40, en
que el problema de la transformación de ese país y, de forma
mas general, la posibilidad del desarrollo y modernización de los
países islámicos, adquirió una gran extensión
en la opinión pública francesa, en lo que se llamó
la cuestión egipcia
La autora destaca el origen y el desarrollo de varias ideas de gran importancia
política en relación con la difusión de la cultura
y la ciencia europea en el Próximo Oriente. Una, la de que Muhammad
Ali fue el "ejecutor testamentario de Napoleón" defendida
a partir de los años 1830 por diversos autores franceses y aceptada
luego por historiadores egipcios. Otra, la de Muhammad Ali como adalid
del arabismo y del nacimiento del Egipto moderno. Finalmente, la del papel
de este gobernante en la difusión de la civilización occidental,
lo que los franceses entendían como la civilización y la
ciencia francesa, y los ingleses como las de su propio país.
En relación con esos debates se fueron planteando algunos temas
que han podido influir en el pensamiento europeo hasta nuestros días.
Por ejemplo, es en el siglo XIX cuando se aplica por primera vez la metáfora
Revolucionaria del un 'Tercer Estado' que se levanta contra una aristocracia
despótica; y ello con referencia a la nacionalidad árabe
oprimida en Egipto por parte de un poder militar despótico otomano;
y de forma mas general, en relación con lo que se llamó la
cuestión turca, un 'Tercer Estado' oriental compuesto por
las nacionalidades dominadas por la aristocracia de conquistadores turcos
(griegos, armenios, sirios, árabes). Un antecedente claro, me parece,
de la metáfora del Tercer mundo que tanto éxito tendría
durante los debates sobre el subdesarrollo, en alusión a las 'naciones
proletarias' que se rebelaban contra la explotación del imperialismo
capitalista.
También se utilizaron otras metáforas, como la de el imperio
o la nacionalidad inerte que debe ser fecundado por el espíritu
masculino de Occidente, representado por su saber práctico (pág.
346).
La cuestión del papel del medio local en la modernización
es un tema importante en esta Tesis. Los debates que desde la Ilustración
se habían realizado sobre el desarrollo de la civilización,
se reinterpretaron en el siglo XIX por algunos pensadores de la Restauración
como desarrollo de civilizaciones que alcanzan con la civilización
cristiana occidental su máxima expresión, tal como lo hizo
Guizot. La aplicación de este esquema a los países no europeos
implicaba que su desarrollo debería ir unido a la cristianización,
con lo que se justificaba el proceso de expansión colonial europeo
y se difuminaban los ideales y la posibilidad de un renacimiento nacionalista
árabe; una idea que habían tenido o imaginado algunos pensadores
franceses ligados a la expedición de Egipto, al pensamiento de Saint
Simon y a la valoración de la obra de Muhammad Ali como heredero
de Napoleón y difusor de la ciencia y los saberes técnicos
europeos a la nación árabe.
En el caso de la Francia del XIX los intereses expansionistas hacia el
Próximo Oriente se vieron pronto imbricados con la política
colonial hacia el norte de Africa.
El debate sobre la valoración de la obra de Muhammad Ali se liga
así en el siglo XIX a otro mas general sobre la capacidad y la posibilidad
de regeneración de Egipto, como ejemplo de nación árabe,
y a los debates incipientes sobre el progreso y la modernización
de las sociedades mas atrasadas, que se desarrollan durante el ochocientos
con referencia al mundo islámico y al hindú esencialmente
-aunque algunos tal vez tuvieron tentación de extenderlo hacia esa
pintoresca España subpirenáica en donde empezaba Africa,
y, sobre todo, hacia los países iberoamericanos independientes,
en uno de los cuales por cierto, México, Francia y otro Napoleón
pretendió renovar una especie de Expedición a Egipto también
de carácter político-científico y militar.
Todos estos problemas remitían, a su vez, a cuestiones mas generales
que se plantearon con especial crudeza y trascendencia en la Europa del
siglo XIX, en especial el de las razas y el de la nacionalidad. Dos conceptos
que fueron importantes en el desarrollo de las ciencias del hombre en la
Francia del siglo XIX y que también están ligados al debate
sobre la regeneración de Egipto.
El debate sobre las razas, que tiene en buena parte su origen en la historia
natural, se vería, en efecto, afectado por la teoría de las
invasiones y las ventajas o desventajas de la mezcla racial. Las diferentes
perspectivas tenían incidencia en los juicios que se pudieran hacer
sobre las posibilidades de regeneración de Egipto. En concreto,
se veía afectado por ello el problema de si el clima cálido
de Egipto era decisivo o si podía esperarse una transformación
social a partir de una modificación política como la que
suponía la destrucción de los mamelucos como grupo social
dominante y segregado. También estaban involucradas la cuestión
de si la raza que gobernaron los faraones era la misma que la raza egipcia
actual, y la de si la segregación que mantenía el imperio
otomano entre la casta gobernante y el resto de la nación era nociva
para el desarrollo, así como el papel de las razas en las diferencias
morales, culturales y políticas entre los pueblos de la Tierra.
De esta forma, debates como los de la Societé 'Anthropologie
fundada por Broca en 1859 y los que se realizaron en la Societé
d'Ethnographie (mas tarde d'Ethnologie), sobre los motivos de
prosperidad o degeneración de las razas humanas, adquirían
igualmente importancia, así como el de la relación entre
las lenguas y las razas y, en especial, el papel que había que atribuir
a la raza aria en el desarrollo de los pueblos.
Debates todos ellos ligados, tanto en Francia como en Gran Bretaña
y en otros países europeos a los discursos y a las políticas
imperiales sobre pueblos extraeuropeos. Como lo estaban, de manera semejante,
también en Estados Unidos, donde la posibilidad de demostrar 'científicamente'
la inferioridad de los negros americanos iba ligada a los debates sobre
la raza negra africana, sobre la que bien pronto hubo unanimidad acerca
su incapacidad de alcanzar la civilización de forma autónoma.
En las conclusiones la autora plantea el tema de la persistencia del mito
de la Expedición de Egipto y la construcción del Egipto moderno
en la historiografía reciente, mostrando la importancia que ha tenido
entre numerosos políticos e historiadores de ese país africano
durante la primera mitad del siglo XX. Si en el siglo XVIII algunos pretendieron
que Africa empezaba en los Pirineos, a comienzos del XX algunos autores
egipcios pudieron pretender que "Egipto no se encuentra ya en Africa
sino en Europa", como resultado de las reformas decimonónicas
de Muhammad Ali y sus descendientes. Al mismo tiempo, los nacionalistas
egipcios pudieron utilizar el mito de la Expedición napoleónica
y de la relación con Francia para oponerse al imperialismo británico,
mas presente a comienzos del XX. Varias instituciones científicas
como la Societé Khedival de Géographie du Caire, fundada
en 1875, y el Institut Français d'Archaeologie Oriental (1880)
se convirtieron en las primeras décadas de nuestro siglo en portavoces
de esta visión, de la que la historiografía egipcia solo
en las últimas décadas se habría liberado.
Mundialización de la ciencia, ciencia y poder
Las aportaciones de esta Tesis son relevantes no solo en lo que se refiere
al análisis de la Expedición, a la presentación de
las reformas introducidas por Muhammad Ali, y a las estrategias de la política
colonial francesa sino también en cuestiones tales como la retórica
de la ciencia, la mundialización, las perspectivas antropológicas
y sociológicas sobre la relación de Europa con otras culturas.
La Tesis está precedida de una valiosa introducción en donde
la doctoranda proporciona un marco todavía mas general a esta investigación.
La autora, que ha estado preocupada recientemente por el problema de las
dinámicas mundiales de difusión de la ciencia y por el problema
de la modernización y que tiene amplio conocimiento de los debates
sobre orientalismo y neocolonialismo, ha tratado en esta investigación
de explorar los orígenes ilustrados y ochocentistas de algunos de
estos debates y aportar, al mismo tiempo, materiales empíricos sobre
esos procesos, y en concreto sobre la difusión de la ciencia europea
en Egipto en el tránsito del XVIII al XIX. Su conclusión
de que "el contexto de difusión de la tecno-ciencia europea
en Egipto no fue nacional, si entendemos el término en el marco
de los referentes que para el término nación estaban fraguando
los europeos coetáneos" y la de que "la lengua árabe
no fue la hegemónica en el proceso, compartiendo el espacio con
el turco, mientras que la diferenciación tradicional entre dos grupos
humanos, el egipcio araboparlante y el egipcio-otomano turcoparlante, se
mantuvo en la asignación de formaciones tecnocientíficas",
puede ser de interés en relación con esos debates en un aspecto
que tuvo gran relevancia durante el siglo XIX y que todavía puede
ayudarnos a pensar sobre el problema del desarrollo económico y
científico en el mundo actual. La Tesis también aporta argumentos
convincentes a su objetivo de "dar cuenta de la ciencia tal y como
se hace, sin solución de continuidad entre el contenido científico
y el contexto social o cultural, sin una determinación a priori
de las relación entre la ciencia y sociedad, sino siguiendo los
lazos allí donde los actores los hayan establecido" (pág.
VI).
La lectura de esta sugestiva investigación suscita nuevas cuestiones,
sobre algunas de las cuales podemos esperar de la autora futuras contribuciones.
Referentes por ejemplo al papel de las disciplinas científicas en
la expedición, y a la autoconciencia que tienen los participantes
de la Commission de sus propias disciplinas, a veces en desarrollo, sobre
su propia percepción como técnicos o como científicos,
sobre la influencia del espíritu corporativo o de en el caso de
los técnicos, sobre la existencia de comunidades científicas,
sobre las formas concretas en que se estableció la interdisciplinariedad.
La geografía tuvo un papel importante en la expedición, ya
que los ingenieros geógrafos desempeñaron una destacada labor
en la cartografía del territorio, y a través de la geografía
física los geólogos realizaron también tareas de inventario
y estudio de las riqueza minerales.
El papel de los ingenieros geógrafos napoleónicos en la elaboración
de la cartografía es indiscutible, tal como han puesto de manifiesto
diversos estudios de Anne Godlewska, y especialmente su valiosa Tesis sobre
The Napoleonic Survey of Egypt. A Masterpice of Cartografic Compilation
and Early Nineteenth-Century Fieldwork (1988). Mas dudosa es, en cambio,
la aportación de los geógrafos al problema de las relaciones
entre fenómenos físicos y humanos, un proyecto intelectual
que se remonta al siglo XVI y que era desarrollado por filósofos,
naturalistas, o médicos, estos últimos a través de
sus topografías médicas.
Así lo reconoce la misma Anne Godlewska, a pesar de sus sesgos disciplinarios,
cuando afirma que la ciencia de la geografía estaba en aquel momento
"orientada hacia los mapas"; lo cual significaba que "mientras
que una persona que trabajaba en el catastro se veía a sí
mismo como un geógrafo, un individuo que escribía artículos
explorando los aspectos de la estructura social, productiva o administrativa
que sería modificada por la introducción del catastro podía
considerarse a sí mismo como filósofo" (Godlewska, 1994,
pág. 47). Es lo que ocurrió, por ejemplo, con algunos funcionarios
ligados a la administración imperial de Napoleón como Chabrol
de Volvic, el cual consideraba efectivamente como filósofos a todos
aquellos que estudiaban las relaciones entre el clima y los seres vivos,
incluyendo el hombre.
Creo que todos los datos muestran que con el nombre de geografía
no existió ningún proyecto de estudio global de las relaciones
entre los aspectos físicos y humanos que pudiera asemejarse a lo
que luego los geógrafos del siglo XIX caracterizaron como uno de
los dos grandes problemas de esta ciencia. Es lo que se deduce también
de la investigación de María Luisa Ortega, para la cual:
"hasta el momento de la constitución de esta encuesta (sobre
Egipto) tan solo la medicina había lanzado un proyecto de estudio
globalizador e integrador de gentes y paisajes: el marco teórico
de la medicina militar francesa ocupa el lugar que posteriormente las ciencias
humboldtianas y la incipiente antropología se situarían en
los proyectos de exploración del globo" (pág. 81).
Ese proyecto de las 'ciencias humboldtianas', entre las que explícitamente
se situó la nueva geografía que se desarrolla en el siglo
XIX, pretendiendo incluso monopolizarlo, se formularía de forma
explícita, efectivamente, por Alejandro de Humboldt a lo largo de
su viaje americano, después del fallido intento de participar en
la expedición de Egipto. Cabe especular sobre cómo afectó
a dicho proyecto la circunstancia de que se formulara en América
y no en Egipto, es decir, en un medio tropical, en lugar de en un ambiente
desértico atravesado por el Nilo, y, lo que es tal vez mas importante,
en contacto con los científicos e intelectuales de la Ilustración
española y americana, en lugar de con los militares y científicos
franceses.
Aunque se trata de una pura especulación, no es seguro que el cambio
de escenario y de interlocutores empobreciera el desarrollo del proyecto
científico humboldtiano, sino todo lo contrario.
En realidad, debería prestarse mas atención a las expediciones
científicas americanas organizadas por la Corona española
durante la segunda mitad del siglo XVIII y a la política de fomento
impulsada por el gobierno en los reinos de Indias para encontrar el precedente
de rasgos importantes que luego aparecen en la Expedición a Egipto
desarrollados y reformulados, es decir, adaptados al contexto bélico
en el que tuvieron que aplicarse durante dicha expedición.
Y en lo que se refiere al impacto posterior de los trabajos de esa expedición
científica, tampoco estaría de más el realizar una
comparación entre el que tuvo la de Napoleón en el Egipto
del XIX y el que tuvieron las expediciones científicas hispanoamericanas
del setecientos en los países independientes americanos durante
el siglo XIX. Que la Expedición de Egipto se convirtiera luego en
un mito y tuviera influencia no solo en el campo de la investigación
científica sino también en el de la política, puede
compararse -o debería compararse- con lo que sucedió en los
países iberoamericanos independientes, como muestra el caso, por
ejemplo, de la Comisión Corográfica de Nueva Granada, en
la que se perciben las huellas de los proyectos científicos de la
ilustración hispana.
Napoleón y la ciencia democrática
La Tesis de María Luisa Ortega es una investigación sobre
la ciencia y el poder, en la cual la figura de Napoleón adquiere
un especial relieve como depositario y símbolo de ese poder.
La bibliografía existente sobre esta expedición es en buena
parte de origen francés, y por tanto acepta acríticamente
la mitificación de ese general convertido luego en Emperador, a
cuya figura se asocia dicha experiencia científica. El chovinismo
francés y los militaristas de toda laya que tanta ensalzan la figura
de este militar han aceptado siempre esa asociación entre el ilustre
hombre y los científicos expedicionarios. Pero no es seguro que
los trabajos de estos científicos y técnicos fueran valorados
por él -es decir, por el poder- mas allá de lo que supone
la utilización de sus conocimientos para las campañas militares
y la dominación del país y de sus hombres. Deberíamos
tomar precauciones a la hora de juzgar las demostraciones de interés
por la ciencia por parte de los que poseen el poder.
Para conocer la catadura moral de este personaje no hay mas que leer los
comentarios a El Príncipe de Maquiavelo. Las apostillas que
Napoleón añadió a ese texto impresionan una y otra
vez a quien las lee, pues permiten ponerse con contacto con el pensamiento
íntimo de esos denominados "grandes hombres". Sus afirmaciones
sobre el valor decisivo de la fuerza, sobre la aceptación de la
corrupción y el enriquecimiento de los funcionarios con tal que
sirvan al príncipe, sobre la necesidad de que los políticos
le teman y obedezcan, o sobre la utilización de la corrupción;
el desprecio que expresa Napoleón para los pueblos sometidos y para
sus propios súbditos cuando afirma que "el soberano no trata
mas que con bestias" o que "el mundo está compuesto de
necios"; las notas sobre la imposición de la lengua francesa
en las provincias conquistadas, y su reconocimiento de la sistemática
utilización del engaño, de la doblez y del disimulo, la defensa
del terror y de la opresión como forma de dominación cuando
estalla una rebelión, su sádica valoración de la necesidad
de "aterrar, aniquilar, despedazar, acuchillar" a los enemigos,
cuando Maquiavelo habla de algún príncipe que no los mataba,
la tesis repetida de que el fin justifica siempre los medios, la alusión
a los 'maniquíes legislativos' que contribuyen a convertir en leyes
la voluntad del príncipe, su vanidad y autoglorificación,
todo ello hace a Napoleón detestable desde todo punto de vista que
no sea el que se sitúa en la estela que conduce insensiblemente
al militarismo y al fascismo.
Napoleón es, sin duda, mas "maquiavélico" que el
mismo Maquiavelo. Especialmente impresionantes son los comentarios al capítulo
VIII "De los que llegan al Principado por medio de maldades".
Cada vez que el florentino realiza alguna crítica a la crueldad,
a la despiadada inhumanidad o a las maldades evidentes de un príncipe
renacentistas, Napoleón no deja de realizar apostillas sobre la
puerilidad de ese autor y sobre su tonta y ridícula moral. Cuando
el florentino afirma que "la traición a sus amigos, la matanza
de sus conciudadanos, su absoluta falta de humanidad y de religión
son, en verdad, recursos con los que se llega a adquirir el dominio mas
nunca la gloria", Napoleón, en la suma de su poder imperial,
apostilla "Preocupaciones pueriles. La gloria de cualquier modo
que sobrevenga, acompaña siempre al acierto y al triunfo"
No mejores son sus opiniones sobre los científicos, técnicos,
juristas y funcionarios, a los que valora sobre todo en cuanto le valen
para sus intereses -por ejemplo, sin son ingeniosos para "cohonestar
la inobservancia"- y sobre los que vierte descalificaciones abundantes.
Mal patrón para una nueva ciencia es ese, y no deberíamos
contribuir a la glorificación de un personaje despreciable desde
el punto de vista ético y moral.
Pienso que algunas de las claves de la expedición de Egipto quizás
se encuentren en los comentarios que Napoleón realiza a El Príncipe.
Por ejemplo, en las que efectúa, poco antes de ser coronado emperador,
a las actuaciones de Septimio Severo, contadas por Maquiavelo, y que nos
facilitan la clave del sorprendente abandono del mando del ejército
de Egipto, tras la desastrosa campaña de Siria, abandono que muchos
expedicionarios consideraron una traición.
En el capítulo XIX, sobre el tema "El príncipe debe
evitar ser aborrecido y despreciado", explica Maquiavelo las actuaciones
militares que llevaron a este general al trono imperial. Me voy a permitir
reproducir sus palabras, a pesar de su extensión, y en cursiva los
comentarios de Napoleón:
"Poseía (Septimio Severo) tanto valor que conservando en favor
suyo el afecto de los soldados, pudo, aun oprimiendo al pueblo reinar con
toda felicidad (N: ¡Modelo sublime que no he cesado de contemplar!).
Sus dotes le hacían tan admirable en el concepto de unos y del otro
que los primeros le admiraban hasta el paroxismo (N:...), y el segundo
le respetaba y permanecía contento (N...)... Habiendo conocido Septimio
Severo la cobardía de Desiderio Juliano, que acababa de hacerse
proclamar emperador, persuadió al ejército, que estaba bajo
su mando en Esclavonia, a que haría bien en marchar a Roma, para
vengar la muerte de Pertinax, asesinado por la guardia pretoriana (N: Quise
imitar este ejemplo en Fructidor (1797), cuando dije a mis soldados de
Italia que el cuerpo legislativo había asesinado la libertad republicana
en Francia. Pero no pude conducirlos allá, ni transportarlos yo
mismo. Errado esta vez el tiro, no lo fue después). Queriendo
con tal pretexto mostrar que no aspiraba al Imperio, arrastró a
su ejército contra Roma y llegó a Italia, antes que nadie
se hubiese enterado siquiera de su partida (N: Hay en esto manifiesta
semejanza con mi vuelta de Egipto). Entrado que hubo en Roma, forzó
al senado, atemorizado a nombrarle emperador (N: Se me nombró
por lo pronto, director de ambos Consejos y jefe de todas las tropas reunidas
en parís y en sus inmediaciones), y fue muerto Desiderio Juliano,
al que se había conferido aquella dignidad (N: Mi Desiderio Juliano
no era mas que el Directorio, y me bastaba disolverlo para destruirlo).
Tal vez la lectura atenta de esos comentarios de Napoleón permita
entender ese fenómeno, al que alude la autora, del fracaso de la
ciencia democrática que había constituido una aspiración
de la primera fase de la Revolución francesa y su sustitución
por una ciencia desarrollada por minorías científicas y técnicas
formadas en instituciones aludisteis y exigentes. En todo caso, deberíamos
tener en cuenta el conocimiento íntimo y profundo de los ideales
de los grupos que están en el poder para entender en su verdadera
dimensión las aspiraciones y metas a cuyo servicio quieren poner
el trabajo de los científicos.
Para acabar, hay que decir que la obra de María Luisa Ortega está
muy bien escrita. No encontramos aquí esos barbarismos tan frecuentes
hoy día como "posicionamiento", "priorizar",
"implementación" y otros que hoy desgraciadamente se difunden
en nuestro idioma, ni tampoco esos usos inadecuados del infinitivo del
tipo "señalar que", en los que se olvida en el infinitivo
en español se usa siempre con otro verbo ("debo señalar
que..."). Si acaso, puede discutirse el uso de "irrigación"
con referencia a esa práctica agrícola, en lugar de la expresión
adecuada, que no es otra que regadío. Creo que fácilmente
el trabajo puede convertirse en un libro y espero que pronto lo veamos
publicado para beneficio de todos los que puedan estar interesados en la
variedad de temas que se abordan en esta investigación.
Bibliografía complementaria
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Madrid: Doce Calles/CSIC. 1993
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© Copyright: Horacio Capel, 1997
© Copyright: Biblio 3W, 1997