Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales
Universidad de Barcelona, nº 41, 21 de julio de 1997


Ortega Gálvez, María Luisa. Ciencia y civilización: la expedición de Bonaparte y el Egipto moderno. Tesis Doctoral dirigida por el Dr. Alberto Elena Díaz. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid (Departamento de Lingüística, Lógica y Filosofía de la Ciencia). 1997. 445 págs.


Horacio Capel


La Tesis doctoral de María Luisa Ortega estudia un episodio interesante de la historia de las relaciones entre Europa y el Islam, y mas concretamente, de las relaciones con el Imperio Otomano y Egipto. Se trata de un trabajo que la autora sitúa en el contexto de los debates sobre la dependencia, el orientalismo, la difusión de la ciencia europea a escala mundial, y el papel de la ciencia en el desarrollo social y económico.

La Tesis se relaciona con un programa de investigación iniciado por el profesor Alberto Elena, el cual desde hace algunos años ha iniciado el estudio de un tema hasta ahora poco frecuentado en el panorama historiográfico español, como es el del desarrollo científico del Imperio otomano durante la edad moderna y contemporánea. Ese programa ha dado ya lugar a diversos artículos que abarcan el período comprendido entre el siglo XVI al XX, tales como la carta de Piri Ra'is sobre América (1988), por las relaciones entre la ciencia turca y la expansión científica europea entre 1699 y 1908 (1990), o el análisis de la evolución de dicho imperio con la de los países iberoamericanos, como ejemplos de periferias científicas (1993), entre otros.

En ese programa se inserta de alguna forma, esta investigación de María Luisa Ortega, que fue alumna de Alberto Elena durante sus estudios de Licenciatura, y que posteriormente, a través de su relación con Antonio Lafuente se ha interesado asimismo sobre los problemas de mundialización de la ciencia.

La Tesis, que fue defendida en la Universidad Autónoma de Madrid el día 14 de julio de 1997, obtuvo la calificación de Apto cum laude, por unanimidad, ante un tribunal constituido por los siguientes miembros: Presidente, Dr. Horacio Capel Sáez, Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona; Vocales: Dr. Javier Ordóñez Rodríguez, Profesor Titular de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Barcelona, Dr. Antonio Lafuente García, Investigador del Centro de Estudios Históricos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid; Dra Manuela Marín Niño, Investigadora, Departamento de Arabe, C.S.I.C., Madrid; Dr. José Ferreiro Domínguez, Profesor Titular de Filosofía de la Ciencia, Universidad de Sevilla.

En las páginas siguientes trataré de resumir algunas de las aportaciones esenciales de esta investigación y realizar algunas valoraciones y comentarios a la misma.


La Expedición a Egipto

La autora inicia su trabajo con el estudio de las raíces político-comerciales y, sobre todo, intelectuales de la expedición a Egipto. Las primera tienen que ver con las relaciones que desde el siglo XVI mantuvo Francia con el imperio turco, lo que le dio un conocimiento directo del Próximo Oriente y una posición relevante en el momento en que, tras la derrota de Turquía ante Rusia a fines del siglo XVIII, se percibe la proximidad de la desmembración de dicho imperio; y tiene que ver también con razones comerciales, debidas a la ruptura del comercio con Levante, que puso en crisis la actividad mercantil del puerto de Marsella.

Las raíces intelectuales son variadas. Entre ellas deben citarse las siguientes: las ideas y las imágenes transmitidas a Francia por viajeros ilustrados como Savary o Volney; el orientalismo islamizante de algunos autores del siglo XVIII, que llegaron a presentar, como hizo Montesquieu en las Cartas persas, a personajes de aquella cultura como críticos de la europea; el rechazo de autores protestantes al catolicismo y su apertura a la religión islámica y a su profeta Mahoma, interpretado como el fundador de una religión racional que condena el fanatismo; el interés por Egipto como cuna de la civilización, y la valoración de esa cultura por la masonería; la misión civilizadora atribuida a Europa, y a Francia en particular, concretada en la que se podía atribuir a la ciencia surgida tras la Revolución; y la elección de un destino imperial para la Francia Revolucionaria. A partir de todo ello, la expedición constituyó "un banco de pruebas, un verdadero laboratorio del papel que la ciencia y sus ocupantes iban a ocupar de regreso a casa" (pág. 36).

El estudio de las ciencias y las técnicas francesas en tierras egipcias, objeto de la segunda parte de la Tesis, se realiza en tres capítulos.

La Francia revolucionaria había apelado al trabajo de los científicos para que resolvieran problemas prácticos, y en primer lugar los relacionados con la defensa: construcción de armas y de municiones mas potentes, desarrollo de la industria química, aplicación de la aerostática y el telégrafo a la guerra, etc. Las transformaciones que los revolucionarios realizaron de las instituciones científicas del Antiguo Régimen cuestionaron el papel de los aristócratas del saber, apareciendo entonces el savant-citoyen, un científico nuevo al servicio de la República, para desarrollar la ciencia y la técnica que necesitaba la sociedad. Ello constituía, en definitiva, un proyecto de democratización de la ciencia, que finalmente resultaría fallido, en buena parte por las urgencias de asegurar la República y atender desde nuevas instituciones mas exigentes las necesidades existentes, lo que culmina con la creación en 1795 de la Ecole Polytechnique, para formar ingenieros civiles y militares.

La autora presenta también la constitución de la Commission des Sciences et Arts, que se encargaba de seleccionar en los países conquistados por Francia los objetos artísticos que habían de trasladarse a París; es decir, una comisión en la que la ciencia estaba al servicio de la patria. A partir de la experiencia de dicha comisión, se creó la Commission des Sciences et Arts d'Egypte, es decir la comisión científica de la Expedición a Egipto, en la que se integraron un total de 175 científicos y técnicos, pertenecientes a ciencias matemáticas y sus aplicaciones, ingeniería civil, ciencias naturales, literatura, ciencias médicas y bellas artes, así como tipógrafos e impresores. Es significativo que en esta nueva institución haya disminuido el papel relevante que tenían antes de la Revolución los naturalistas y marinos y dominen, en cambio, los científicos y técnicos procedentes de la Ecole Polytechnique (de la que salieron 45 expedicionarios), de la Ecole des Ponts et des Chaussées, de la Ecole des Mines, del Conservatoire des Arts et Métiers y de la Ecole National Aerostatique. Con la constitución de esta Comisión la ciencia se ponía al servicio de un cuerpo expedicionario de 36.000 hombres, para ayudar a conocimiento y conquista de un territorio.

Dentro de la Comission, y a imagen del Institut de France, se creó el 22 de agosto de 1798 el Institut d'Egypte, que incluía a los individuos mas prestigiosos agrupados en cuatro secciones (Matemáticas, Física, Economía política y Literatura y Artes), con un total de 36 miembros. Los objetivos del Instituto eran esencialmente tres: "1) el progreso y la propagación de las luces en Egipto; 2) la búsqueda, el estudio y la publicación de hechos naturales, industriales e históricos de Egipto; 3) dar su parecer sobre las diversas cuestiones sobre las que sea consultado por el gobierno"

La autora estudia las dinámicas de trabajo y exploración (II.2) desarrolladas por los miembros de la expedición durante los tres años que transcurren entre el desembarco de Alejandría en julio de 1798 y la retirada de Egipto, tras las derrotas frente a los ingleses y la rendición final ante ellos, firmada el 30 de agosto de 1801.

En esos años los expedicionarios científicos realizaron una impresionante labor en las diversas tareas que les fueron encomendadas por los mandos militares -primero Bonaparte y, tras su vuelta a Francia después del fracaso de la campaña de Siria, por Kebler y Menou- y que ellos mismos seleccionaron en relación con sus propios intereses. En esa vasta tarea pueden distinguirse dos momentos. En el primero, los miembros del Institut y los restantes expedicionarios científicos se dedicarán principalmente a desarrollar y completar trabajos ya iniciados en Francia. Más tarde, el mismo Egipto se convertirá en tema de investigación y aparecerán nuevas cuestiones científicas así como una aproximación verdaderamente interdisciplinaria.

El estudio presta atención a los conflictos entre militares y científicos, con las acusaciones de los primeros de que eran éstos los responsables de la aventurada expedición, a las dinámicas de trabajo sobre el terreno, y a las investigaciones realizadas sobre las dos cuestiones que recibieron una orden explícita: los levantamientos cartográficos para una carta general del país y el estudio del trazado del antiguo canal de Suez -existente ya desde época faraónica y reutilizado por los árabes para conectar el Nilo con el mar Rojo- y la nivelación del sector con vistas a la construcción de un nuevo canal. Pero a lo largo de su estancia y en relación con los avances de la conquista militar, los científicos y técnicos se vieron crecientemente atraídos por temas nuevos, especialmente los restos arqueológicos del antiguo Egipto, y el problema de la antigüedad de su cultura, que podía poner en cuestión la cronología bíblica, como ocurrió con las primeras interpretaciones que se hicieron del zodíaco de Dendara y de otros restos de carácter astronómico.

En la parte final de la expedición, "cuando las mentes no piensan sino en Europa, en el regreso a Francia y en el ofrecimiento a sus colegas y compatriotas de una conquista que ha quedado circunscrita en el universo del saber a una apropiación intelectual del territorio y sus gentes", son los trabajos de carácter general sobre el Egipto antiguo y moderno los que dominarán. El 19 de noviembre de 1799 el nuevo general en jefe, Kléber, ordenaba la creación de una comisión para la recogida de información sobre el Egipto moderno y la elaboración de una encuesta general sobre el país. Haciendo honor a las palabras de uno de los miembros "Conquérir c'est parcourir et connoître", los expedicionarios se lanzarán a una frenética tarea de recoger informaciones sobre el territorio y sus habitantes a partir de una encuesta general, en una preocupación socio-territorial que hasta ese momento solo los médicos habían tenido en su esfuerzo de elaborar topografías médicas que seguían el mismo modelo aplicado en Francia.

Las condiciones de la capitulación final de las tropas francesas ante los ingleses establecían que debían entregarse a éstos todo lo que los primeros habían tomado del país, y que se consideraba de propiedad pública. Aunque las protestas de los científicos y las conversaciones posteriores permitieron a éstos conservar sus documentos, Gran Bretaña se apropió de todas las antigüedades reunidas por los franceses, que fueron a parar a museos británicos, siguiendo con ello, como decía el general inglés "el bello ejemplo que ustedes han dado a la Europa entera", puesto que "en todos los países en que los franceses han hecho la guerra se han apropiado de todo lo que les parecía conveniente coger". Una justa represalia, en efecto, a las tareas de clasificación y expolio que la llamada Commission des Sciences et Arts había desempeñado hasta ese momento en los Países Bajos e Italia y que luego seguiría desempeñando durante las posteriores conquistas "elevando -como irónicamente diría un historiador inglés a propósito de esas expropiaciones- el arte de la confiscación de la propiedad a una nueva rama de las ciencias exactas" (pág. 46).

Tras la vuelta de los científicos a Francia se decidió publicar el conjunto de los materiales reunidos en forma de descripción objetiva y distanciada, en la que se excluye toda concesión a la imaginación del relato; el Voyage de la Ilustración -señala la autora- "es sustituido por la Description, donde la espacialidad ya no es producto de un recorrido sino el resultado de una cartografía que la homogeneiza y donde se sitúan monumentos, personas, plantas y animales" (pág 110), y en el que los viajeros desaparecen, "comme s'ils n'avaient pas été d'acteurs". Esa eliminación del proceso de descubrimiento otorga al discurso científico su poder persuasivo, ya que "el observador, al no involucrarse en lo observado, podrá hablar desde la autoridad y el prestigio. En ese contexto debería entenderse igualmente el papel privilegiado que se otorga a las imágenes, a las planchas que con mayor rigor que las palabras pueden dar cuenta de lo observado sin interpretación alguna" (págs. 110-111).

Los miembros de la Commission d'Egypte emprendieron su tarea de redacción de las memorias y dibujo de las planchas procurando conseguir una uniformidad de estilo y con una estructura organizativa que instituía un sistema de control mutuo y la obligación de someter el resultado del trabajo a una lectura y aprobación por parte de tres miembros antes de su publicación. El objetivo era elaborar toda la documentación traída de Egipto por los expedicionarios y reunirla con referencia a cuatro grandes temas: geografía, historia natural, antigüedades, y estado moderno del país. En lo que se refiere a la geografía, el proyecto se plasmó en la elaboración de numerosos mapas parciales y, sobre todo, en la edición de la Carte topographique de l'Egypte, en 45 páginas, y de la Carte Géographique, en tres, publicadas ambas en un volumen independiente; lo que fue considerado por el ingeniero geógrafo Jomard como una catástrofe ya que "los mapas eran la esencia de la Description y los textos no hacían mas que ofrecer detalles a los mismos: de hecho, textos y descripciones habían sido concebidos para ser leídos con las representaciones cartográficas delante de los ojos e incluso algunas memorias y planchas habían tomado la distribución geográfica de los objetos como estrategia expositiva a falta de otra herramienta de sistematización" (pág. 116-117).

La obra enciclopédica vio finalmente la luz a partir de 1809 con el título de Description d'Egypte, ou recueil des observations et des recherches qui ont été faites en Egypte pendant l'expedition de l'armée française, cuyos nueve volúmenes de texto y once de planchas se publicarían en los veinte años siguientes en la primera edición o imperial; una segunda edición, o real, se publicaría entre 1821 y 1830 en 26 volúmenes de texto en octavo (la inicial era en cuarto) y 11 volúmenes de planchas in folio.

El legado esencial de la edición de esta vasta empresa de elaboración y edición sería enorme, "a pesar de sus fracturas internas y la disgregación que en ocasiones transmiten sus páginas"; en concreto ese legado sería:

"el de una integración espacial y temporal de un país hasta el momento representado textualmente de forma dicotómica: ora por la grandiosidad y exotismo de sus monumentos faraónicos, ora por el estado actual de decadencia de sus habitantes y ciudades. La labor de inventariado que la soportaba, aquella realizada por los savants e ingenieros franceses durante mas de tres años, creó no solo un objeto de estudio, sino también una entidad diferenciada de su entorno político y cultural, una unidad geográfica a la que era posible asignar una continuidad temporal e histórica que ligaba un mítico pasado a una realidad contemporánea: una misma unidad textual daba cuenta de la arquitectura pasada y presente, de los misteriosos ritos antiguos y las modernas formas de religiosidad islámicas y coptas, permitiendo así pensar Egipto como un todo".

La ciencia tuvo un papel destacado en la "misión civilizadora" que pretendía justificar la expedición de Napoleón a Egipto. Durante la estancia de los franceses en ese país, los integrantes científicos y técnicos de la Commissión des Sciences et Arts y del Institut d'Egypte realizaron con éxito todos aquellos trabajos necesarios para el desarrollo de la campaña militar, y todos los relativos a la recogida de información sobre el país, reflejados luego en la monumental Description. Pero fracasaron, en cambio, en el objetivo de contribuir a la difusión de la ciencia y de la cultura occidental en Egipto. La autora señala que "el encuentro cultural que se produjo en el contexto de la Expedición de Egipto mostró la inconmensurabilidad de los lenguajes por unos y otros -franceses y egipcios- utilizados", y ello a pesar de algunos esfuerzos que realizaron los científicos y militares franceses para convertir a los egipcios a la modernidad y regenerar el país por medio de la aplicación de las ciencias y las técnicas, esfuerzos que fueron con frecuencia mal interpretados por éstos últimos.

Aunque en la retórica y los proyectos de la Expedición se aludía a la difusión de la educación y la ciencia entre la población egipcia, y se proyectaron escuelas técnicas para la población del país, en realidad fue prácticamente nada lo que se hizo en ese sentido. Lo que, según la autora, podría tener que ver con el rápido abandono en la misma Francia revolucionaria del ideal de la democratización de la ciencia y la reinstitucionalización de ella en instituciones que buscaban resolver rápidamente los problemas planteados o utilizar y exhibir la ciencia como escenario del poder.

En Egipto se intentó mostrar la superioridad de la ciencia francesa al público en general mediante exhibiciones de globos y otras maravillas, y a los ulemas y a las personas cultas mediante la demostraciones de experimentos. Pero pocos se dejaron impresionar por esas demostraciones, en las que los franceses mostraron tener una ingenua creencia del poder persuasivo de las mismos. La diferencia de las tradiciones culturales hacía que no se dieran los mismos significados a las declaraciones retóricas o a los hechos que se mostraban, lo que los franceses podían, eventualmente, interpretar como una prueba de la "indolencia oriental".

Aún así, una vez evacuada la expedición francesa tras la derrota ante la coalición anglo-otomana, la presencia francesa permanecería en diversos aspectos, desde las construcciones de fortalezas a las destrucciones urbanas, y sobre todo se convertiría en un hito en el desarrollo del país, y mas concretamente, para algunos, en un mito fundacional del Egipto moderno y de lo que los autores egipcios consideraron el renacimiento del país.

En efecto, ya sea por el efecto que tuvo en la brutal toma de conciencia del atraso egipcio ante la ciencia occidental o por el cuestionamiento de las estructuras de poder político y económico existente en el último tercio del XVIII, y especialmente del poder mameluco y otomano, la conquista francesa supuso una profunda desestabilización social que daría paso a una nueva etapa en la historia de Egipto.

Dicha etapa, durante la cual se establece el poder del Muhammad Ali es el objeto de la segunda parte de la Tesis de María Luisa Ortega, titulada "Un nuevo proyecto para Egipto: Muhammad Ali y la regeneración del Valle del Nilo". En ella se estudia la dimensión social y cultural de la nueva etapa que la historiografía posterior ha considerado como esencial en el nacimiento del Egipto moderno.


Muhammad Ali y el nacimiento del Egipto moderno

Muhammad Ali (en realidad Mehemet Ali, según el nombre turco, ya que legalmente actuó como gobernador de la Sublime Puerta) llegó a Egipto en 1801 como segundo jefe del destacamento albanés integrado en las tropas turcas que, junto con las inglesas, consiguieron la capitulación y evacuación de los franceses. El poder de los mamelucos y su alianza con los notables otomanos y egipcios había quedado cuestionado tras la derrota a manos de los franceses, y el albanés consiguió hacerse con el poder, con el apoyo religioso de los ulemas, siendo nombrado en 1805 gobernador de Egipto por el Sultán otomano, es decir, una especie de virrey. Desde ese momento acometió una importante política de reformas que le darían cada vez mayor poder y autonomía, en un proceso que culminaría en 1839, cuando aspiró a la independencia efectiva de la Puerta, proyecto que no culminó debido a la oposición anglo-turca, consiguiendo solamente la instauración de una dinastía hereditaria en su propia familia, dentro de la órbita del imperio turco.

Los sucesores de Muhammad Ali fueron sus dos hijos Ibrahim, Abbas (1848-54), que volvió a afirmar la relación con el Imperio y con los ritos y ceremonias de tradición otomana, a la vez que disminuía la influencia occidental; y luego Said (1853-63), con el que se reanudó la apertura a Occidente, y especialmente ahora hacia Gran Bretaña, y se dio impulso a la construcción de redes ferroviarias y a la construcción del Canal de Suez.

Muhammad Ali inició una era de reformas que culminarían en la década de 1830 y que supusieron la creación de una administración centralizada y fuerte, organizando un sistema territorial de carácter provincial con sus correspondientes gobernadores. Impulsó la organización de un ejército poderoso y bien estructurado, dirigido por oficiales otomano-egipcios, inspirado en el modelo francés y con instructores de esta procedencia, especialmente para las escuelas militares. A imagen del modelo francés reclutó campesinos para el ejército, lo que "supuso una verdadera revolución, pues suponía otorgar tácitamente unas determinadas capacidades y lealtades a la población nativa que hasta el momento les habían sido negadas", y conducía a una creciente arabización, aunque los oficiales siguieran siendo otomanos y estuvieran ligados al Imperio. También intentó desarrollar una marina propia, que tras la derrota turca de Navarino, logró en solo tres años la construcción de 26 navíos de guerra, situando a la flota egipcia entre las siete mas importantes del mundo.

Desde el punto de vista económico realizó una reestructuración del sistema de posesión de la tierra, confiscando tierras, dividiéndolas en parcelas que se distribuyeron entre los campesinos o fellahin, y conservando en manos del gobierno la administración de gran parte de la tierra cultivable; inició una política económica monopolista orientada a la exportación, y que se basó especialmente en la expansión del cultivo del algodón de fibra larga y la política de extensión de los regadíos; la construcción de obras públicas, en especial embalses y canales, entre ellos el canal Mahmudiya para hacer posible el transporte de mercancías entre la rama occidental del Nilo y el puerto de Alejandría, llegando a movilizar en algunos años hasta 400.000 campesinos para la ejecución y mantenimiento de dichas obras. El desarrollo de esas obras de regadío permitió el crecimiento de la producción algodonera y de otros cultivos de verano con demanda en el mercado internacional, tales como la caña de azúcar, el indigo, el opio y el arroz, llegándose a obtener en las áreas del Delta hasta tres cosechas diferentes al año con rotación de cultivos. También fue importante el desarrollo de industrias para la sustitución de importaciones, y especialmente de la textil, en las que entre 1818 y 1848 trabajaron alrededor de unos 20.000 obreros; e impulsó otras industrias textiles e incluso una pequeña siderurgia para la industria militar.

La carencia de materias primas impulsó a Muhammad Ali a iniciar campañas de expansión militar hacia Sudán y Siria, las cuales pueden ser consideradas de carácter colonial, en tanto que tenían como objetivo importante la búsqueda de diversos recursos naturales, desde la madera a los minerales, y asegurar el autoabastecimiento. Algún autor piensa que ese desarrollo, que iba unido, además, a medidas proteccionistas, podía llevar a una situación en la que los productos industriales egipcios compitieran en los mercados del Próximo Oriente con los ingleses.

La coalición anglo-turca anudada tras la pretensión de independencia realizada por Muhammad Ali acabó en 1841 con sus aspiraciones, aunque logró asegurar la en su familia la dinastía virreinal, como gobernador dentro del imperio turco, y el control del Sudán por Egipto. En la nueva situación el sistema económico organizado por Muhammad Ali se vio gravemente afectado, por la eliminación de las barreras proteccionistas y la pérdida de los mercados, en un momento en que la incipiente industria estaba desarrollar sus potencialidades a un coste todavía relativamente bajo.

Todo ese proceso de desarrollo económico desde arriba fue acompañado por un esfuerzo educativo a través de la creación de instituciones dirigidas por científicos extranjeros, principalmente franceses, y el envío de pensionados a estudiar a Francia.

Frente a la enseñanza tradicional basada en las cofradías sufíes y en las madrasas de las mezquitas, entre las que la de el-Azhar era la mas prestigiosa, Muhammad Ali creó nuevas instituciones educativas que se convirtieron en el acceso a una nueva élite administrativa y política. Ante todo, como se ha dicho, escuelas militares (de infantería, caballería artillería, construcción naval y Estado mayor), pero también de agrimensores, de medicina, de farmacia, de veterinaria, y de ingeniería civil.
La política de enviar pensionados a Europa se inició en 1809, y hasta 1818 permitió formar a 28 estudiantes, a los que se añadirían luego otros 44 en 1826, y algunos más posteriormente. En el contingente de 1826 todos los estudiantes que siguieron cursos de administración civil, administración militar, navegación y artillería eran de origen otomano; mientras que los destinados a estudios hidráulicos, mecánicos, químicos medicina, traducción, grabado y litografía eran egipcios de lengua árabe; y dos armenios cristianos siguieron cursos de administración civil y lenguas para la carrera diplomática.

Entre los centros educativos creados algunos tuvieron una gran trascendencia desde el punto de vista de la introducción de la ciencia europea.

Es el caso de la Escuela de Medicina, creada en El Cairo en 1826, y destinada, en un principio a la formación de sanitarios al servicio del ejército; dirigida por el médico Antoine Barthèlemy Clot sería la primera escuela superior fundada en Egipto que tendría un alumnado constituido íntegramente por egipcios de lengua árabe, en su mayor parte procedentes de la escuela de al-Azhar. En 1831 se creó también una escuela de comadronas, que por la dificultad de reclutar a jóvenes egipcias, tuvo que buscar las primeras alumnas entre un grupo de esclavas abisinias y sudanesas, entre huérfanas, e incluso entre eunucos enviados desde el harén del virrey.

La Escuela de Ingeniería, denominada por los franceses como Ecole Polytechnique, se creó en 1834 y está ligada a la presencia de un grupo de santsimonianos en Egipto. Dicho grupo se encaminó a Egipto siguiendo las huellas de la expedición napoleónica, buscando en estas tierras orientales a un sucesor de Napoleón, "al monarca 'eclairé' e 'industrial' que hacía revivir en los espíritus los sueños de un progreso social guiado por una intelligentsia formada en las ciencias y las técnicas de la era laplaciana" (pág. 306).

La lengua utilizada en la enseñanza de esas Escuelas fue doble; por un lado el turco en las militares, y por otro, crecientemente, el árabe en la de carácter civil. Nunca se utilizó el francés u otra lengua europea en la enseñanza, lo que obligó a establecer complicados sistemas de interpretación.

Hasta 1849 se tradujeron o compusieron en árabe 52 obras para uso de la escuela de medicina, la mayor parte de las cuales circularon manuscritas y unas pocas se imprimirían. Poco a poco la lengua árabe se convirtió en el principal vehículo de introducción y difusión de las ciencias modernas, quedando el turco reducido a las escuelas militares.

La publicación de libros se acometió a partir de la instalación de una nueva imprenta en El Cairo, ya que la montada por las tropas francesas había sido repatriada por éstas. En 1822 se instaló una nueva imprenta gubernamental en Bulaq, dirigida por un sirio que había sido enviado por el gobierno para estudiar en Milán impresión y fundición de tipos; su finalidad fue la edición de documentación oficial. Posteriormente se crearían otras, entre ellas la muy importante de la Escuela de Medicina, que tendrían un papel esencial en la publicación de obras científicas.

Entre 1822 y 1831 se publicaron en Egipto 55 obras, a las que se unirían otros 200 títulos en los doce años siguientes. De las 243 obras publicadas de que se tienen noticias seguras, 125 se publicaron en turco, 111 en árabe, 6 en persa -la lengua de la poesía para un otomano cultivado- y un diccionario italiano árabe; el italiano había sido una especie de lingua franca en el Mediterráneo oriental durante la edad moderna, y además durante los primeros años del gobierno de Muhammad Ali hubo un cierto número de profesores de esta nacionalidad en los establecimientos egipcios.

Entre 1830 y 1843 la distribución de las obras publicadas pasó a ser la siguiente: 96 en turco, 87 en árabe y 4 en persa. Tanto en este período como en el anterior las materias militares y navales tuvieron el primer lugar, con un total de 25 en los años últimamente citados, seguidas, seguidas ahora de las de medicina y veterinaria o materias asociadas a esas enseñanzas como la historia natural, la física o la química. En 1845 se publicaría también una obra de medicina popular destinada a comadronas y cirujanos barberos, con una tirada de 10.000 ejemplares.

A partir de 1828 se inicia también la prensa egipcia, con un gaceta oficial, al-Waqai al-Misriya, en turco y árabe, a la que seguirían mas tarde varias publicaciones en lengua francesa: L'Echo des Pyramides (1827), Le Moniteur Egyptien (1833), el Bulletin de l'Institut Egyptien (1859) y La Revue de la Societé Khédivale de Géographie (1875). La prensa árabe solo se inició en gobierno de Ismail, después de 1863, con la publicación de Rawda al Ajbar y de Al-Ahram.


La 'cuestión egipcia' en el pensamiento europeo

La última parte de la Tesis está dedicada a estudiar los debates sobre la civilización de Egipto en el pensamiento francés del siglo XIX, en una décadas, sobre todo en las de 1830 y 40, en que el problema de la transformación de ese país y, de forma mas general, la posibilidad del desarrollo y modernización de los países islámicos, adquirió una gran extensión en la opinión pública francesa, en lo que se llamó la cuestión egipcia

La autora destaca el origen y el desarrollo de varias ideas de gran importancia política en relación con la difusión de la cultura y la ciencia europea en el Próximo Oriente. Una, la de que Muhammad Ali fue el "ejecutor testamentario de Napoleón" defendida a partir de los años 1830 por diversos autores franceses y aceptada luego por historiadores egipcios. Otra, la de Muhammad Ali como adalid del arabismo y del nacimiento del Egipto moderno. Finalmente, la del papel de este gobernante en la difusión de la civilización occidental, lo que los franceses entendían como la civilización y la ciencia francesa, y los ingleses como las de su propio país.

En relación con esos debates se fueron planteando algunos temas que han podido influir en el pensamiento europeo hasta nuestros días.

Por ejemplo, es en el siglo XIX cuando se aplica por primera vez la metáfora Revolucionaria del un 'Tercer Estado' que se levanta contra una aristocracia despótica; y ello con referencia a la nacionalidad árabe oprimida en Egipto por parte de un poder militar despótico otomano; y de forma mas general, en relación con lo que se llamó la cuestión turca, un 'Tercer Estado' oriental compuesto por las nacionalidades dominadas por la aristocracia de conquistadores turcos (griegos, armenios, sirios, árabes). Un antecedente claro, me parece, de la metáfora del Tercer mundo que tanto éxito tendría durante los debates sobre el subdesarrollo, en alusión a las 'naciones proletarias' que se rebelaban contra la explotación del imperialismo capitalista.

También se utilizaron otras metáforas, como la de el imperio o la nacionalidad inerte que debe ser fecundado por el espíritu masculino de Occidente, representado por su saber práctico (pág. 346).

La cuestión del papel del medio local en la modernización es un tema importante en esta Tesis. Los debates que desde la Ilustración se habían realizado sobre el desarrollo de la civilización, se reinterpretaron en el siglo XIX por algunos pensadores de la Restauración como desarrollo de civilizaciones que alcanzan con la civilización cristiana occidental su máxima expresión, tal como lo hizo Guizot. La aplicación de este esquema a los países no europeos implicaba que su desarrollo debería ir unido a la cristianización, con lo que se justificaba el proceso de expansión colonial europeo y se difuminaban los ideales y la posibilidad de un renacimiento nacionalista árabe; una idea que habían tenido o imaginado algunos pensadores franceses ligados a la expedición de Egipto, al pensamiento de Saint Simon y a la valoración de la obra de Muhammad Ali como heredero de Napoleón y difusor de la ciencia y los saberes técnicos europeos a la nación árabe.

En el caso de la Francia del XIX los intereses expansionistas hacia el Próximo Oriente se vieron pronto imbricados con la política colonial hacia el norte de Africa.

El debate sobre la valoración de la obra de Muhammad Ali se liga así en el siglo XIX a otro mas general sobre la capacidad y la posibilidad de regeneración de Egipto, como ejemplo de nación árabe, y a los debates incipientes sobre el progreso y la modernización de las sociedades mas atrasadas, que se desarrollan durante el ochocientos con referencia al mundo islámico y al hindú esencialmente -aunque algunos tal vez tuvieron tentación de extenderlo hacia esa pintoresca España subpirenáica en donde empezaba Africa, y, sobre todo, hacia los países iberoamericanos independientes, en uno de los cuales por cierto, México, Francia y otro Napoleón pretendió renovar una especie de Expedición a Egipto también de carácter político-científico y militar.

Todos estos problemas remitían, a su vez, a cuestiones mas generales que se plantearon con especial crudeza y trascendencia en la Europa del siglo XIX, en especial el de las razas y el de la nacionalidad. Dos conceptos que fueron importantes en el desarrollo de las ciencias del hombre en la Francia del siglo XIX y que también están ligados al debate sobre la regeneración de Egipto.

El debate sobre las razas, que tiene en buena parte su origen en la historia natural, se vería, en efecto, afectado por la teoría de las invasiones y las ventajas o desventajas de la mezcla racial. Las diferentes perspectivas tenían incidencia en los juicios que se pudieran hacer sobre las posibilidades de regeneración de Egipto. En concreto, se veía afectado por ello el problema de si el clima cálido de Egipto era decisivo o si podía esperarse una transformación social a partir de una modificación política como la que suponía la destrucción de los mamelucos como grupo social dominante y segregado. También estaban involucradas la cuestión de si la raza que gobernaron los faraones era la misma que la raza egipcia actual, y la de si la segregación que mantenía el imperio otomano entre la casta gobernante y el resto de la nación era nociva para el desarrollo, así como el papel de las razas en las diferencias morales, culturales y políticas entre los pueblos de la Tierra. De esta forma, debates como los de la Societé 'Anthropologie fundada por Broca en 1859 y los que se realizaron en la Societé d'Ethnographie (mas tarde d'Ethnologie), sobre los motivos de prosperidad o degeneración de las razas humanas, adquirían igualmente importancia, así como el de la relación entre las lenguas y las razas y, en especial, el papel que había que atribuir a la raza aria en el desarrollo de los pueblos.

Debates todos ellos ligados, tanto en Francia como en Gran Bretaña y en otros países europeos a los discursos y a las políticas imperiales sobre pueblos extraeuropeos. Como lo estaban, de manera semejante, también en Estados Unidos, donde la posibilidad de demostrar 'científicamente' la inferioridad de los negros americanos iba ligada a los debates sobre la raza negra africana, sobre la que bien pronto hubo unanimidad acerca su incapacidad de alcanzar la civilización de forma autónoma.

En las conclusiones la autora plantea el tema de la persistencia del mito de la Expedición de Egipto y la construcción del Egipto moderno en la historiografía reciente, mostrando la importancia que ha tenido entre numerosos políticos e historiadores de ese país africano durante la primera mitad del siglo XX. Si en el siglo XVIII algunos pretendieron que Africa empezaba en los Pirineos, a comienzos del XX algunos autores egipcios pudieron pretender que "Egipto no se encuentra ya en Africa sino en Europa", como resultado de las reformas decimonónicas de Muhammad Ali y sus descendientes. Al mismo tiempo, los nacionalistas egipcios pudieron utilizar el mito de la Expedición napoleónica y de la relación con Francia para oponerse al imperialismo británico, mas presente a comienzos del XX. Varias instituciones científicas como la Societé Khedival de Géographie du Caire, fundada en 1875, y el Institut Français d'Archaeologie Oriental (1880) se convirtieron en las primeras décadas de nuestro siglo en portavoces de esta visión, de la que la historiografía egipcia solo en las últimas décadas se habría liberado.



Mundialización de la ciencia, ciencia y poder

Las aportaciones de esta Tesis son relevantes no solo en lo que se refiere al análisis de la Expedición, a la presentación de las reformas introducidas por Muhammad Ali, y a las estrategias de la política colonial francesa sino también en cuestiones tales como la retórica de la ciencia, la mundialización, las perspectivas antropológicas y sociológicas sobre la relación de Europa con otras culturas.

La Tesis está precedida de una valiosa introducción en donde la doctoranda proporciona un marco todavía mas general a esta investigación. La autora, que ha estado preocupada recientemente por el problema de las dinámicas mundiales de difusión de la ciencia y por el problema de la modernización y que tiene amplio conocimiento de los debates sobre orientalismo y neocolonialismo, ha tratado en esta investigación de explorar los orígenes ilustrados y ochocentistas de algunos de estos debates y aportar, al mismo tiempo, materiales empíricos sobre esos procesos, y en concreto sobre la difusión de la ciencia europea en Egipto en el tránsito del XVIII al XIX. Su conclusión de que "el contexto de difusión de la tecno-ciencia europea en Egipto no fue nacional, si entendemos el término en el marco de los referentes que para el término nación estaban fraguando los europeos coetáneos" y la de que "la lengua árabe no fue la hegemónica en el proceso, compartiendo el espacio con el turco, mientras que la diferenciación tradicional entre dos grupos humanos, el egipcio araboparlante y el egipcio-otomano turcoparlante, se mantuvo en la asignación de formaciones tecnocientíficas", puede ser de interés en relación con esos debates en un aspecto que tuvo gran relevancia durante el siglo XIX y que todavía puede ayudarnos a pensar sobre el problema del desarrollo económico y científico en el mundo actual. La Tesis también aporta argumentos convincentes a su objetivo de "dar cuenta de la ciencia tal y como se hace, sin solución de continuidad entre el contenido científico y el contexto social o cultural, sin una determinación a priori de las relación entre la ciencia y sociedad, sino siguiendo los lazos allí donde los actores los hayan establecido" (pág. VI).

La lectura de esta sugestiva investigación suscita nuevas cuestiones, sobre algunas de las cuales podemos esperar de la autora futuras contribuciones.

Referentes por ejemplo al papel de las disciplinas científicas en la expedición, y a la autoconciencia que tienen los participantes de la Commission de sus propias disciplinas, a veces en desarrollo, sobre su propia percepción como técnicos o como científicos, sobre la influencia del espíritu corporativo o de en el caso de los técnicos, sobre la existencia de comunidades científicas, sobre las formas concretas en que se estableció la interdisciplinariedad.

La geografía tuvo un papel importante en la expedición, ya que los ingenieros geógrafos desempeñaron una destacada labor en la cartografía del territorio, y a través de la geografía física los geólogos realizaron también tareas de inventario y estudio de las riqueza minerales.

El papel de los ingenieros geógrafos napoleónicos en la elaboración de la cartografía es indiscutible, tal como han puesto de manifiesto diversos estudios de Anne Godlewska, y especialmente su valiosa Tesis sobre The Napoleonic Survey of Egypt. A Masterpice of Cartografic Compilation and Early Nineteenth-Century Fieldwork (1988). Mas dudosa es, en cambio, la aportación de los geógrafos al problema de las relaciones entre fenómenos físicos y humanos, un proyecto intelectual que se remonta al siglo XVI y que era desarrollado por filósofos, naturalistas, o médicos, estos últimos a través de sus topografías médicas.

Así lo reconoce la misma Anne Godlewska, a pesar de sus sesgos disciplinarios, cuando afirma que la ciencia de la geografía estaba en aquel momento "orientada hacia los mapas"; lo cual significaba que "mientras que una persona que trabajaba en el catastro se veía a sí mismo como un geógrafo, un individuo que escribía artículos explorando los aspectos de la estructura social, productiva o administrativa que sería modificada por la introducción del catastro podía considerarse a sí mismo como filósofo" (Godlewska, 1994, pág. 47). Es lo que ocurrió, por ejemplo, con algunos funcionarios ligados a la administración imperial de Napoleón como Chabrol de Volvic, el cual consideraba efectivamente como filósofos a todos aquellos que estudiaban las relaciones entre el clima y los seres vivos, incluyendo el hombre.

Creo que todos los datos muestran que con el nombre de geografía no existió ningún proyecto de estudio global de las relaciones entre los aspectos físicos y humanos que pudiera asemejarse a lo que luego los geógrafos del siglo XIX caracterizaron como uno de los dos grandes problemas de esta ciencia. Es lo que se deduce también de la investigación de María Luisa Ortega, para la cual:

"hasta el momento de la constitución de esta encuesta (sobre Egipto) tan solo la medicina había lanzado un proyecto de estudio globalizador e integrador de gentes y paisajes: el marco teórico de la medicina militar francesa ocupa el lugar que posteriormente las ciencias humboldtianas y la incipiente antropología se situarían en los proyectos de exploración del globo" (pág. 81).

Ese proyecto de las 'ciencias humboldtianas', entre las que explícitamente se situó la nueva geografía que se desarrolla en el siglo XIX, pretendiendo incluso monopolizarlo, se formularía de forma explícita, efectivamente, por Alejandro de Humboldt a lo largo de su viaje americano, después del fallido intento de participar en la expedición de Egipto. Cabe especular sobre cómo afectó a dicho proyecto la circunstancia de que se formulara en América y no en Egipto, es decir, en un medio tropical, en lugar de en un ambiente desértico atravesado por el Nilo, y, lo que es tal vez mas importante, en contacto con los científicos e intelectuales de la Ilustración española y americana, en lugar de con los militares y científicos franceses.

Aunque se trata de una pura especulación, no es seguro que el cambio de escenario y de interlocutores empobreciera el desarrollo del proyecto científico humboldtiano, sino todo lo contrario.

En realidad, debería prestarse mas atención a las expediciones científicas americanas organizadas por la Corona española durante la segunda mitad del siglo XVIII y a la política de fomento impulsada por el gobierno en los reinos de Indias para encontrar el precedente de rasgos importantes que luego aparecen en la Expedición a Egipto desarrollados y reformulados, es decir, adaptados al contexto bélico en el que tuvieron que aplicarse durante dicha expedición.

Y en lo que se refiere al impacto posterior de los trabajos de esa expedición científica, tampoco estaría de más el realizar una comparación entre el que tuvo la de Napoleón en el Egipto del XIX y el que tuvieron las expediciones científicas hispanoamericanas del setecientos en los países independientes americanos durante el siglo XIX. Que la Expedición de Egipto se convirtiera luego en un mito y tuviera influencia no solo en el campo de la investigación científica sino también en el de la política, puede compararse -o debería compararse- con lo que sucedió en los países iberoamericanos independientes, como muestra el caso, por ejemplo, de la Comisión Corográfica de Nueva Granada, en la que se perciben las huellas de los proyectos científicos de la ilustración hispana.


Napoleón y la ciencia democrática

La Tesis de María Luisa Ortega es una investigación sobre la ciencia y el poder, en la cual la figura de Napoleón adquiere un especial relieve como depositario y símbolo de ese poder.

La bibliografía existente sobre esta expedición es en buena parte de origen francés, y por tanto acepta acríticamente la mitificación de ese general convertido luego en Emperador, a cuya figura se asocia dicha experiencia científica. El chovinismo francés y los militaristas de toda laya que tanta ensalzan la figura de este militar han aceptado siempre esa asociación entre el ilustre hombre y los científicos expedicionarios. Pero no es seguro que los trabajos de estos científicos y técnicos fueran valorados por él -es decir, por el poder- mas allá de lo que supone la utilización de sus conocimientos para las campañas militares y la dominación del país y de sus hombres. Deberíamos tomar precauciones a la hora de juzgar las demostraciones de interés por la ciencia por parte de los que poseen el poder.

Para conocer la catadura moral de este personaje no hay mas que leer los comentarios a El Príncipe de Maquiavelo. Las apostillas que Napoleón añadió a ese texto impresionan una y otra vez a quien las lee, pues permiten ponerse con contacto con el pensamiento íntimo de esos denominados "grandes hombres". Sus afirmaciones sobre el valor decisivo de la fuerza, sobre la aceptación de la corrupción y el enriquecimiento de los funcionarios con tal que sirvan al príncipe, sobre la necesidad de que los políticos le teman y obedezcan, o sobre la utilización de la corrupción; el desprecio que expresa Napoleón para los pueblos sometidos y para sus propios súbditos cuando afirma que "el soberano no trata mas que con bestias" o que "el mundo está compuesto de necios"; las notas sobre la imposición de la lengua francesa en las provincias conquistadas, y su reconocimiento de la sistemática utilización del engaño, de la doblez y del disimulo, la defensa del terror y de la opresión como forma de dominación cuando estalla una rebelión, su sádica valoración de la necesidad de "aterrar, aniquilar, despedazar, acuchillar" a los enemigos, cuando Maquiavelo habla de algún príncipe que no los mataba, la tesis repetida de que el fin justifica siempre los medios, la alusión a los 'maniquíes legislativos' que contribuyen a convertir en leyes la voluntad del príncipe, su vanidad y autoglorificación, todo ello hace a Napoleón detestable desde todo punto de vista que no sea el que se sitúa en la estela que conduce insensiblemente al militarismo y al fascismo.

Napoleón es, sin duda, mas "maquiavélico" que el mismo Maquiavelo. Especialmente impresionantes son los comentarios al capítulo VIII "De los que llegan al Principado por medio de maldades". Cada vez que el florentino realiza alguna crítica a la crueldad, a la despiadada inhumanidad o a las maldades evidentes de un príncipe renacentistas, Napoleón no deja de realizar apostillas sobre la puerilidad de ese autor y sobre su tonta y ridícula moral. Cuando el florentino afirma que "la traición a sus amigos, la matanza de sus conciudadanos, su absoluta falta de humanidad y de religión son, en verdad, recursos con los que se llega a adquirir el dominio mas nunca la gloria", Napoleón, en la suma de su poder imperial, apostilla "Preocupaciones pueriles. La gloria de cualquier modo que sobrevenga, acompaña siempre al acierto y al triunfo"

No mejores son sus opiniones sobre los científicos, técnicos, juristas y funcionarios, a los que valora sobre todo en cuanto le valen para sus intereses -por ejemplo, sin son ingeniosos para "cohonestar la inobservancia"- y sobre los que vierte descalificaciones abundantes. Mal patrón para una nueva ciencia es ese, y no deberíamos contribuir a la glorificación de un personaje despreciable desde el punto de vista ético y moral.

Pienso que algunas de las claves de la expedición de Egipto quizás se encuentren en los comentarios que Napoleón realiza a El Príncipe. Por ejemplo, en las que efectúa, poco antes de ser coronado emperador, a las actuaciones de Septimio Severo, contadas por Maquiavelo, y que nos facilitan la clave del sorprendente abandono del mando del ejército de Egipto, tras la desastrosa campaña de Siria, abandono que muchos expedicionarios consideraron una traición.

En el capítulo XIX, sobre el tema "El príncipe debe evitar ser aborrecido y despreciado", explica Maquiavelo las actuaciones militares que llevaron a este general al trono imperial. Me voy a permitir reproducir sus palabras, a pesar de su extensión, y en cursiva los comentarios de Napoleón:

"Poseía (Septimio Severo) tanto valor que conservando en favor suyo el afecto de los soldados, pudo, aun oprimiendo al pueblo reinar con toda felicidad (N: ¡Modelo sublime que no he cesado de contemplar!). Sus dotes le hacían tan admirable en el concepto de unos y del otro que los primeros le admiraban hasta el paroxismo (N:...), y el segundo le respetaba y permanecía contento (N...)... Habiendo conocido Septimio Severo la cobardía de Desiderio Juliano, que acababa de hacerse proclamar emperador, persuadió al ejército, que estaba bajo su mando en Esclavonia, a que haría bien en marchar a Roma, para vengar la muerte de Pertinax, asesinado por la guardia pretoriana (N: Quise imitar este ejemplo en Fructidor (1797), cuando dije a mis soldados de Italia que el cuerpo legislativo había asesinado la libertad republicana en Francia. Pero no pude conducirlos allá, ni transportarlos yo mismo. Errado esta vez el tiro, no lo fue después). Queriendo con tal pretexto mostrar que no aspiraba al Imperio, arrastró a su ejército contra Roma y llegó a Italia, antes que nadie se hubiese enterado siquiera de su partida (N: Hay en esto manifiesta semejanza con mi vuelta de Egipto). Entrado que hubo en Roma, forzó al senado, atemorizado a nombrarle emperador (N: Se me nombró por lo pronto, director de ambos Consejos y jefe de todas las tropas reunidas en parís y en sus inmediaciones), y fue muerto Desiderio Juliano, al que se había conferido aquella dignidad (N: Mi Desiderio Juliano no era mas que el Directorio, y me bastaba disolverlo para destruirlo).

Tal vez la lectura atenta de esos comentarios de Napoleón permita entender ese fenómeno, al que alude la autora, del fracaso de la ciencia democrática que había constituido una aspiración de la primera fase de la Revolución francesa y su sustitución por una ciencia desarrollada por minorías científicas y técnicas formadas en instituciones aludisteis y exigentes. En todo caso, deberíamos tener en cuenta el conocimiento íntimo y profundo de los ideales de los grupos que están en el poder para entender en su verdadera dimensión las aspiraciones y metas a cuyo servicio quieren poner el trabajo de los científicos.

Para acabar, hay que decir que la obra de María Luisa Ortega está muy bien escrita. No encontramos aquí esos barbarismos tan frecuentes hoy día como "posicionamiento", "priorizar", "implementación" y otros que hoy desgraciadamente se difunden en nuestro idioma, ni tampoco esos usos inadecuados del infinitivo del tipo "señalar que", en los que se olvida en el infinitivo en español se usa siempre con otro verbo ("debo señalar que..."). Si acaso, puede discutirse el uso de "irrigación" con referencia a esa práctica agrícola, en lugar de la expresión adecuada, que no es otra que regadío. Creo que fácilmente el trabajo puede convertirse en un libro y espero que pronto lo veamos publicado para beneficio de todos los que puedan estar interesados en la variedad de temas que se abordan en esta investigación.




Bibliografía complementaria

Elena, Alberto. La América de Piri Ra'is y otras visiones otomanas. En D'Ambrosio, Ubiratán (Ed.). Anais do Segundo Congresso Latino-Americano de História da Ciência e da Technologia. Sâo Paulo: Nova Stella, 1988. p. 69-77.

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Elena, Alberto. Models of european scientific expansion: the Ottoman Empire as a source of evidence. En Jami, Catherine, Anne-Marie Moulin and Patrick Pétitjean (Eds.). Science and Empires. Dordrecht: Public Academic Publishers. 1992.

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Lafuente, Antonio y Ortega Gómez, María Luisa. Modelos de mundialización de la ciencia. Arbor. Madrid. CSIC. vol. CXLII, junio-agosto 1992. p. 92-117.

Lafuente, Antonio, Elena, Alberto, y Ortega Gómez, María Luisa (Eds.). Mundialización de la ciencia y cultura nacional. Madrid: Doce Calles/CSIC. 1993

Maquiavelo. El Príncipe. Comentado por Napoleón Bonaparte. Versión castellana de Edmundo González Blanco. Tercera Edición. Madrid: Ediciones Ibéricas, sf. 441 p.

Ortega Gálvez, María Luisa. Visión de los otros y visión de sí mismos entre Oriente y Occidente: el caso de Egipto. En Fermín del Pino y Carlos Lázaro (Eds.) Visión de los otros y visión de sí mismos. ¿Descubrimiento o invención entre el Nuevo Mundo y el Viejo?. Madrid: CSIC. 1995. p. 235-250.

Ortega Gálvez, María Luisa. La construcción científica del Mediterráneo: las expediciones francesas a Egipto, Morea y Argelia. Hispania, Madrid: CSIC. vol. LVI, nº 192. 1996. p. 77-92.

Ortega Gálvez, María Luisa. Técnica e imperialismo: la Aventura egepcia de Bonaparte. en Ortega. María Luisa, Javier Ordóñez Técnica e Imperialismo, Madrid: 1993, p. 23-48.


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