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Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98
Vol. VIII, nº 460, 10 de septiembre de 2003

BAIGORRI, Artemio. Hacia la urbe global. Badajoz, mesópolis transfronteriza. Badajoz: Editora Regional de Extremadura 2001.[ISBN 84-7671-622-2]

Ramón Fernández Díaz y José A. López Rey

Grupo de Investigación de Estudios Sociales y Territoriales (GIESyT)
Universidad de Extremadura.

Palabras clave: Badajoz; regadío; urbanización; urbe global.

Key words: Badajoz; irrigable; urbanization; global city.


Artemio Baigorri, después una larga trayectoria como consultor independiente, es ahora Profesor Titular de Sociología en la Universidad de Extremadura. El autor recoge la necesidad de un enfoque transdisciplinario para atender al fenómeno de la ciudad y del territorio, necesidad que choca con el problema de la doble aproximación que reciben estos objetos de estudio: por un lado la científica y por otro la técnica. Además, lo habitual es que dicha transdisciplinariedad se reconozca de palabra pero no de hecho, pues cada investigador trata de adaptar el resto de perspectivas a la que le es propia. En un breve pero denso recorrido sobre los inicios de la Sociología y su relación con el problema urbano, demuestra cómo la compartimentalización de la disciplina ha conllevado la pérdida de perspectiva sobre el fenómeno urbano, perspectiva que propone recuperar con la creación de una Ciencia del Territorio, con un lenguaje y metodología propios así como con diversas ramas que la conformarían como verdaderamente transdiscipliaria. Una de estas ramas sería la Urbanística, que se ocuparía de las relaciones entre la sociedad y el medio físico-territorial en que se desenvuelve la vida de la sociedad.

Hoy por hoy los problemas del territorio se tratan desde dos perspectivas sociológicas con presupuestos e intereses opuestos y hasta antagónicos. La Sociología Urbana y la Sociología Rural, tal y como están definidas, precisan de un marco que las integre ya que ninguna de las dos contemplan satisfactoriamente (incluso, en ocasiones, ni siquiera atienden) al territorio como construcción social. Así, Baigorri aboga por el materialismo ecológico como ese paradigma necesario, que estaría formado por al menos tres supuestos. En primer lugar, el determinismo no mecanicista que se establece entre los ecosistemas y la tecnología sobre las estructuras sociales y mentales. En segundo lugar, la necesidad de introducir el azar, tal y como lo entiende la Sinergética, como variable relevante. Finalmente, la hipótesis de que los comportamientos, creencias y descubrimientos sociales están orientados a la obtención de la máxima eficiencia, pero no necesariamente en régimen de competencia, sino de cooperación también.

Definido de esta forma, el materialismo ecológico se sustentaría en autores como Costa o Geddes, además de recibir influencias de la Ecología Humana (de la que tomaría el modelo POET). La transdisciplinariedad de este paradigma interpretativo vendría dado por la presencia del marxismo, la Ecología, las ciencias físicas, la antropología de Harris y la dicotomía competencia-ayuda mutua.

Pero Baigorri va más allá. Utiliza el estudio de un hecho social como el regadío tanto para evidenciar las limitaciones actuales de la compartimentalización de la Sociología, como para demostrar la pertinencia del materialismo ecológico como paradigma y también su potencia. El materialismo ecológico es capaz de integrar aspectos aparentemente tan distantes como la sociedad de la información, el proceso civilizador y la modernidad con el territorio.

El autor atiende al significado del término urbanización y caracteriza lo urbano. La urbanización es modernización puesto que aquel término significa, en su aspecto cualitativo, la extensión de estilos culturales, de modos de vida y de interacción social. En definitiva, urbanización es la extensión de lo urbano que no tiene por qué ceñirse necesariamente a los espacios definidos cuantitativamente como tales.

Pero urbanización no es sólo modernización, sino también civilización. La revolución de las comunicaciones y la sociedad de la información no ha generado una sociedad tribal, como pensó McLuhan, sino una sociedad profundamente urbana en sus valores, modos y pautas de comportamiento. La urbe global es un continuo inacabable en el que se suceden espacios con diversas formas, funciones y densidades poblacionales, cohesionados por centros o nodos y que participa de la civilización de la cultura urbana. Entonces, la vacía definición de lo rural como lo que no es urbano se llena de contenido si se entiende como los intersticios fuera de la marcha de la civilización que quedan en el interior de la urbe global.

Así, tanto la Sociología Urbana como la Sociología Rural se diluyen dentro de lo que debería ser una Sociología de la Urbanización que tendría como objeto de estudio el territorio como producto social, quedando la actividad agraria como un sector económico más, susceptible de análisis por parte de la Sociología de las Organizaciones, de la Empresa, etc.

Baigorri introduce el regadío como hecho social ejemplificador para su tesis. Si Simmel definía la vida urbana en función de tres factores: el reloj, la racionalidad y la amplitud del círculo de relaciones; Baigorri demuestra que en el regadío ocurren estos tres fenómenos de tal manera que los elementos que permiten el regadío son los mismos que generan la ciudad. A saber: la concentración demográfica, la diversificación funcional (desarrollo tecnológico, división y adición de trabajo) y el contractualismo. El regadío, fenómeno que ocurre en “lo rural” es, sin embargo, intrínsecamente urbano y urbanizador.

El autor demuestra la inutilidad de las variables cuantitativas (tamaño, densidad, etc.) Para definir los niveles de urbanización. Pero es que tampoco son útiles las variables cualitativas derivadas de la actividad productiva. La propuesta de Baigorri es la que postulara Philip Hauser: la amplitud de la red relacional de la media de los individuos que habitan un espacio es lo que determina su grado de urbanización.

La ciudad como construcción social es un instrumento tecnológico de desarrollo social y económico y, en este sentido, el modelo característico del estadio actual de la evolución humana es la urbe global, que se erige en el modo óptimo de adaptación de la humanidad al entorno. A su vez, como todo hecho social, determina a los grupos humanos influyendo en el cambio social. La ciudad, como constructo social, es de suyo contradictoria, pues es tanto un instrumento de dominación como de liberación. Al permitir la acumulación, centralización y redistribución de conocimientos e informaciones, el carácter complejo de la ciudad también se manifiesta en que en ella se hallan tanto las potencialidades de contacto y de comunicación como las de ejercicio del poder público, de estatalización. Justamente ha sido en las ciudades donde se ha ejercido más la autocrítica, inventándose una contraposición campo-ciudad que tiene que ver más con mitos y ensoñaciones que con la realidad. En efecto, si el proceso de urbanización se apoya en la difusión de la información y la cultura y en la proximidad a los centros de decisión, en la medida en que estos factores existan en precario se podrá hablar de ruralidad.

Y aquí es donde adquiere pleno significado el concepto de urbe global. No tiene sentido acudir a variables físicas para definir la ciudad (como se ha intentado tradicionalmente), puesto que en su propia naturaleza lo físico es secundario. La urbe global es el proceso —sería más adecuado decir resultado en proceso— por el que los espacios físicos y morales se extienden a todos los rincones del universo, civilizándolo. Las ciudades en la urbe global son, entonces, centralidades de la misma, sus nodos reticulares. Es necesario ahondar en esta propuesta para definir nuevos conceptos que permitan ir prescindiendo de otros cada vez más obsoletos como urbe, campo, metrópolis, etc.

Pero la ciudad es también reflejo de las contradicciones de la sociedad que la crea. Los conflictos siguen estando ahí: la fractura entre poseedores y desposeídos se hace más evidente en la urbe global, así como un nuevo tipo de alienación perceptible en el surgir del proletariado informacional y, quizás el más importante desde un punto de vista  estructural y político, el creciente alejamiento de la ciudadanía con respecto de los centros de poder real.

La ciudad, como muchas otras construcciones, ha sido representada como un organismo de manera que se pudiera entender su división funcional, estructura, interdependencia, etc. Sin embargo, esta metáfora no sirve para la urbe global y se impone una nueva forma de representación para una sociedad que cada vez se basa más en la información y el conocimiento. Artemio Baigorri recurre a la Sinergética (a partir de una situación de caos, la materia inanimada puede autoorganizarse para producir fenómenos que parecen racionales) para proponer la metáfora del cerebro, cuyo desarrollo biológico, al igual que el de la ciudad misma, ejemplifica este modelo de funcionamiento.

La concepción de la urbe global como un cerebro permite superar las limitaciones del estructuralismo al incorporar los conceptos de azar, caos e incluso el de autoconstrucción. Pero no sólo, ya que llevada al extremo la analogía cerebral, se puede considerar la ciudad como el cerebro de la humanidad puesto que el cerebro del hombre social es, desde el Neolítico, la ciudad, y la evolución de la Humanidad es el proceso de desarrollo de ese “cerebro externo” de la especie. La potencia descriptiva del modelo se ajusta incluso a las posibilidades telemáticas actuales que, en poco tiempo, podrían conectar a todas las neuronas.

Al contrario que otros modelos que enfatizan en demasía la estructura de dominación provocada por el modo de producción, el modelo de urbe global hace posible valorar en toda su importancia elementos como el desarrollo tecnológico y humano y dejar de considerarlos variables dependientes. Pero esto no significa que se descuiden las relaciones de poder. Antes al contrario, Baigorri introduce el modelo de Newbold Adams, que encaja perfectamente con la Sinergética, para explicar cómo ocurre la centralización cuando una unidad está en disposición de tomar decisiones que afectan a un gran número de unidades. La centralización (paso intermedio entre la fragmentación y la coordinación) asume además que la relación de poder se puede dar en cualquier ámbito tanto político o económico como de nivel macro o micro. Y aceptando que el paradigma materialista ecológico presta más atención a la cooperación que a la competencia, el modelo defendido por Baigorri se define más potente y comprensivo que otros de corte más economicista.

En la metáfora del cerebro, el territorio cumple la función de la sinapsis neuronal y, en él, los nodos tienden a conectarse a la red, incrementando su extensión. Las redes locales, con sus elementos de centralización y ordenación y relaciones también de cooperación y competencia, constituyen el conjunto primario o básico que se amplía, en otro plano, al conectarse entre sí los diferentes nodos. La urbe global es una red de redes en la cual las grandes ciudades mundo ejercen de nodos centralizadores de toda la estructura reticular. En este esquema, lo rural no serían sino los intersticios de lo urbano, esto es, los puntos más alejados de la red de telecomunicaciones donde no se distribuyen tan eficientemente las informaciones, los hábitos, la cultura urbana en definitiva.

El autor finaliza la primera parte de su libro atendiendo a la importancia de la tierra y considerándola como uno más entre los recursos por los que compiten, o cooperan, los distintos agentes sociales. La tierra cumple diversas funciones esenciales: la conservación de la biomasa, la producción agraria, la explotación de recursos naturales, descongestión de las ciudades (como soporte de actividades molestas o peligrosas tanto como de servicios o dotaciones de difícil ubicación en ciudades), el crecimiento y desarrollo residencial de los entornos urbanos, soporte de redes de comunicación y transporte y espacios de ocio y descanso. Pero los usos del territorio están definidos por distintos agentes que entran en competencia entre sí por controlar el recurso tierra y, en última instancia,  determinados por las relaciones de producción y mediados por aspectos culturales además de por el propio entorno físico.

En la segunda parte del libro, el autor profundiza en el concepto de mesópolis. Aunque se pone de relieve la poca consistencia del tamaño como elemento clasificatorio o incluso caracterizador de las ciudades a nivel mundial, sí es cierto que, ante la inexistencia de indicadores más finos, se suele recurrir a él en casi todo el mundo. Pero la categoría de ciudad media (entre 100.000 y 500.000 hab.) no es, en modo alguno, homogénea.

Baigorri va desechando diversas acepciones (ciudad media, ciudad intermediaria, etc.) para seleccionar el de metrópolis intermediarias o su equivalente mesópolis, es decir, centros urbanos con capacidad de iniciativa que son implícitamente aceptados como cabeceras de un subsistema urbano, pero que a la vez tienen conciencia de sus debilidades y dependencias respecto del sistema de grandes ciudades y metrópolis, así como de su papel dinamizador con respecto de su hinterland, que será más o menos amplio en función del sistema de poblamiento imperante. Las mesópolis no son un modelo acabado de ciudad sino que representan un momento determinado de la evolución urbana, en el que aún se puede derivar hacia una metrópolis o incluso una gran ciudad.

El autor define operativamente las mesópolis, como ciudades de tamaño medio, de crecimiento intradirigido, posiblemente de origen agrario, con pequeñas o medianas ciudades en su hinterland que conmutan con ella pero manteniendo cierto nivel de autonomía, con rasgos de multiculturalidad, infraestructuras culturales y productivas básicas, un dinamismo demográfico, poca presencia de particularismo identitario, potencialidad de la sociedad civil y actividad cultural regular aunque no de élite. Pero quizás lo más importante sea que las mesópolis cumplen la función de integrar lo rural en lo urbano en términos de igualdad. Son las que más eficazmente transmiten los valores y cultura urbana a los intersticios rurales incorporándolos progresivamente a la urbe global.

Es con la caracterización de la mesópolis y en su entroncamiento con el concepto de urbe global donde el paradigma materialista ecológico se muestra más comprensivo que otros. En efecto, definir modelos explicativos de la realidad social o urbana a partir del estudio de las grandes ciudades mundo resulta clarificador para entender las relaciones de dominación y hegemonía, pero no para comprender los procesos de urbanización en sí mismos. Este paradigma tampoco cae en el reduccionismo de caracterizar la nueva sociedad a partir del estudio de caso de concentraciones urbanas que ejercen de motor del desarrollo (tecnológico o económico) únicamente.

Por el contrario, el materialismo ecológico, con la transdisciplinariedad que le supone Baigorri, es lo suficientemente flexible como para atender tanto al estudio de las grandes ciudades como al de los pequeños pueblos o aldeas en tránsito de perder su carácter rural. En definitiva, al centrarse en el territorio y en las relaciones sociales que ocurren en él (sin enfatizar ni marginar ninguna de ellas) resulta un más que interesante modelo explicativo del proceso de urbanización a nivel micro, macro e incluso diacrónico.

A continuación Baigorri desarrolla la clase de ciudad transfronteriza, que definieron Kunzmann y Weneger, para situar el análisis concreto de Badajoz como una mesópolis de este tipo. Para ello comienza analizando el proceso de transformación de Extremadura que la lleva a la actual situación y que es el resultado de las tres grandes transformaciones ecológicas que sobre ella se han producido. Todas son producto de la presión demográfica y cada una de ellas aprovecha los recursos tecnológicos disponibles en el momento para fijar e incrementar la población en el territorio. Cuando el volumen de población no podía ser sostenido por los recursos la consecuencia fue la emigración.

La primera fue la formación de la dehesa, que es resultado de la selección manual de especies vegetales y cuando, en el siglo XVI, las zonas más densamente pobladas estaban en niveles de saturación, la emigración al Nuevo Continente fue la necesaria válvula de escape. La agricultura de secano fue, como segunda transformación ecológica, la moderna respuesta a la presión demográfica. La dehesa es roturada u convertida en tierra de labor destinada bien al monocultivo de las tierras cerealista bien al policultivo en las campiñas. Esta transformación que se mantiene vigente hasta mediados del siglo XX permite que Extremadura alcance, en 1960, el máximo histórico de población, 1,4 millones de habitantes. La emigración a las ciudades industriales españolas y centroeuropeas es la respuesta a la incapacidad del sistema ecológico de sostener el crecimiento poblacional.  La nueva respuesta es la agricultura de regadío. Ésta precisa de una aportación exógena, en forma de tecnología e inversión económica, y de complejos cambios endógenos, en forma de transformaciones sociales como consecuencias de la adaptación a las nuevas tecnologías productivas y a los cambios en los sistemas de propiedad. La consecuencia es la transformación de las sencillas estructuras de las sociedades rurales en otras más complejas, consecuencia tanto del incremento de población como de la riqueza. La más importante de las razones está seguramente en el incremento del número de propietarios, que tiene como consecuencia indirecta que los no propietarios no dependan en exclusiva de una o dos personas.

En Extremadura la importancia del regadío, comparándola con el resto de las Comunidades Autónomas, no es mucha, producto tanto de la escasez de población como del alto volumen de activos agrarios, pero es también consecuencia de que no ha tenido un “desarrollo natural” sino que es consecuencia de un programa de “redención”. Programa de redención que parece surtir efecto, puesto que es en las zonas de regadíos en las que hoy día se concentran la población y el dinamismo social y económico. Podemos considerar que el regadío es hoy día el principal elemento estructurante del territorio en Extremadura. La mayor parte de los municipios de mayor tamaño tienen una vinculación estrecha con el regadío, pero además, son los municipios de regadío, tomados en conjunto, los únicos que tienen un crecimiento sostenido desde comienzos de siglo, mientras que el resto de municipios pierden población a partir de los años 50 y 60.

La existencia de dinámicas sociales y económicas características de zonas urbanas sobre una territorio rural se sintetizan en el concepto de territorio agropolitano. Paradigma de ello son las Vegas del Guadiana , en las que las actuaciones del Plan Badajoz, desde el embalse de Orellana hasta la frontera con Portugal —a lo largo de más de 200 km.— dieron lugar a un poblamiento más intenso, pero especialmente, una tupida red de interrelaciones socioeconómicas.

En realidad, las Vegas del Guadiana no son una sino tres zonas diferenciadas con un cierto grado de articulación común. La más antigua es la de las Vegas Bajas, que inició su transformación en los años 30 y que estaba plenamente productiva en los años 60. Territorio razonablemente bien articulado entre Mérida y Badajoz, que cuenta con dos importantes infraestructuras que circulan paralelas la río, el ferrocarril Madrid-Badajoz por la margen derecha y la carretera nacional Madrid-Badajoz por la margen izquierda. Sobre esta base se construyen 14 núcleos de población, más las vías de comunicación necesarias, que densifican de manera extraordinaria el territorio.

Las Vegas Altas, un territorio en origen adehesado, se densifica aún en mayor medida producto de la construcción de 18 nuevos poblados y gravita en torno a la conurbación Don Benito-Villanueva de la Serena, que en conjunto cuenta con más de 50.000 habitantes.  La tercera zona es una pequeña superficie transformada en el término de Olivenza, pero que tiene una estrecha vinculación con las Vegas Bajas.

Las Vegas Bajas, además de desarrollarse antes que el resto del Plan Badajoz, se ve favorecida por la existencia de la ciudad, en un efecto de retroalimentación ciudad-territorio que hace que sea la zona más dinámica de la región. No sólo crecen en tamaño, sino que la comarca tiene un mayor grado de urbanización que la provincia.

La frontera no posibilitó una planificación unitaria del Guadiana, pero pequeñas transformaciones en regadío en los municipios fronterizos permiten considerar que el corredor de las Vegas se adentra en Portugal. Esto, unido a la relación con Badajoz, favorece que dichos municipios tengan niveles de desarrollo superiores a los que corresponde a su agricultura y agroindustria. La desaparición de la frontera los coloca en un nuevo escenario que les obliga a redefinir su posición.

La ciudad de Badajoz tiene una situación periférica, incluso respecto a su provincia y, al igual que en ésta, la población se concentra en las Vegas del Guadiana. Su término municipal es muy extenso y de gran variedad paisajística, pero está prácticamente despoblado. La estructura de la red viaria es casi exclusivamente radial y poco a poco se va creando un anillo de comunicaciones entre los núcleos que rodean la ciudad que pudiera generar en el futuro una malla, pero que en la actualidad muestra los bajos índices de poblamiento y aprovechamiento del área mesopolitana. Esta red viaria favorece una caótica urbanización espontánea, en la que junto a los grandes equipamientos hay una gran densidad de urbanizaciones de segunda residencia. Dentro del hinterland el gran espacio de influencia es el eje Montijo-Elvas, en el que viven cerca de 200.000 personas.

Junto a la excéntrica ubicación de la ciudad, otra de sus características ha sido su permanente carácter de ciudad fronteriza. En primer lugar, entre los reinos musulmán y cristiano y, posteriormente, con la vecina Portugal. Los avatares de la historia la convierten exclusivamente en una plaza fuerte, que condiciona, hasta bien entrado el siglo XX, tanto las características de su población como su desarrollo urbanístico, de forma que hasta dicha fecha el único revulsivo social y económico de la ciudad es su declaración como capital provincial en el siglo XIX, que facilita la llegada del ferrocarril y otras infraestructuras, como la electricidad, y origina un intenso crecimiento demográfico.

El Plan Badajoz sirve en la década de los 50 de revulsivo en una ciudad que había crecido en la postguerra por la población que llegó a la ciudad huyendo de la miseria y el hambre de los pueblos. Además de intensificar la agricultura, la Administración crece y se hace más compleja; se instalan delegaciones de empresas vinculadas con la construcción del Plan Badajoz, y se terminan transformando en regadío más de 12.000 Has en el término municipal y construyendo 10 poblados. A mediados de los 60 la paralización en el desarrollo del Plan Badajoz lleva a la ciudad a un nuevo letargo que se prolonga hasta mediados de los 70.

En éstos años la crisis económica y, de manera fundamental, la maduración de los regadíos, hacen que la ciudad se transforme de manera definitiva, y no sólo crezca en su trama urbana, sino que se hace más compleja avanzando en su función mesopolitana. Este proceso se va intensificando a lo largo de los años, extendiendose la ciudad en buena parte de forma no planificada.

El crecimiento poblacional de la ciudad ha seguido pautas parejas a las del conjunto de capitales provinciales españolas, y, ya desde los años 40, es el punto de destino de una parte de las migraciones que han sacudido a la provincia y a la región. Pese a que Badajoz no se ha nutrido de manera esencial de la provincia para su crecimiento, sigue siendo captadora de emigrantes, como corresponde a zonas dinámicas, y esto se refleja en que el proceso de envejecimiento de la población es menor que en la región o incluso que en el conjunto nacional.

La tasa de actividad de la ciudad es inferior a la media nacional, especialmente en el caso de las mujeres, pero además hay que tener en cuenta que las tasas de paro son muy elevadas. La distribución sectorial de la actividad y el empleo nos muestran a una ciudad con predominio del sector servicios, una potente agricultura de regadío y bajas tasas en la industria y la construcción.

En definitiva, Badajoz es una ciudad de servicios, sector que representa el 75% del empleo de la ciudad, y especialmente comercial que atiende las necesidades de un amplio hinterland. De la enorme variedad de  actividades que se recogen en éste sector, si lo comparamos con la provincia o región, podemos constatar que son los más especializados y los de mayor valor añadido los que se concentran en mayor medida en la ciudad.

Baigorri dedica la última parte a explicar cómo la formación de Badajoz como mesópolis está estrechamente relacionada con la desaparición de las fronteras en la Unión Europea, hecho que permite que la influencia de la ciudad se extienda por el territorio portugués de manera natural.

La consideración de Badajoz como ciudad con funciones mesopolitanas existen ya desde mediados de los años 60, en los que el Ministerio de la vivienda considera a Badajoz como la Metrópolis nº 26 de España. El Informe FOESSA de 1970, analizando el conjunto urbano de la peninsula, es el primero que plantea la existencia del Corredor de las Vegas, que se extiende hasta Lisboa. En los años 70 se hacen varias propuestas de creación de un Polo de Desarrollo tranfronterizo entre Elvas y Badajoz.

Mientras estas propuestas no llegan a ningún camino práctico, los ciudadanos desarrollan su propio corredor comercial entre Elvas y Badajoz. Badajoz es un foco de atracción comercial para las poblaciones alentejanas, especialmente para las clases altas y que va extendiéndose a las emergentes clases medias que surgen tras la Revolución de los Claveles.

A partir de la incorporación de los dos países a la UE se intensifica la colaboración entre las administraciones regionales y locales de los países. Al mismo tiempo, la creciente influencia de Badajoz en los municipios portugueses es vista en Portugual y especialmente en el Alentejo como un riesgo para la consolidación de Évora y del mantenimiento del Alentejo como región económica, desgajada por la presión de Lisboa y de Badajoz.

Badajoz debe, en cualquier caso, planificar su desarrollo con visión de mesópolis y no solamente localista, prepararse para un proceso de crecimiento urbano y fundamentalmente de complejidad, de servicios y de población, creciente.

El papel de Badajoz como mesópolis no puede entenderse sin el Alentejo, por ello el análisis pormenorizado de la red urbana, tanto de Extremadura como de la vecina región lusa. La mayor parte de la población extremeña y, en menor medida, la alentejana pueden ser consideradas como urbanas. Esto es posible ya que si bien, tanto en una y otra región, la población que vive en municipios mayores de 20.000 habitantes es de algo más de un tercio, en Extremadura viven en los “corredores” dos tercios de la población. Explorando la posibilidad de constituir una red urbana extremeño-alentejana, se propone un corredor urbano que partiendo de la cabecera de las Vegas del Guadiana llega a Lisboa y Sines, en el que Badajoz jugaría un papel central como ciudad articuladora del mismo.

En el marco de la Península Ibérica y de la Unión Europea se analizan los modelos espaciales propuestos para explicar el sistema urbano o red de ciudades europeas. Se muestra el cambio de posición que hace que Badajoz pase de ser periférica (situada en el borde de la nada) a tener una interesante posición estratégica. Este cambio es posible gracias a la sinergia entre un conjunto de cambio físicos (maduración de regadíos, red de autopistas..) y otros virtuales (desaparición de fronteras, internacionalización de la economía, red global de telecomunicaciones...) que permite ese paso de la periferia a un nuevo lugar definido como el centro del triángulo Madrid-Lisboa-Sevilla, ya que estas dos últimas, con la finalización de la Autopista de la Plata y su conexión con Badajoz, estarán situadas a menos de 400 kilómetros de autopista. Así, Badajoz podría tener una posición similar a la de Zaragoza en los años 60, pero con la ventaja de que en la actualidad ello no tendría que significar, ni tampoco sería deseable, el vaciamiento demográfico del resto de la región.
 
 

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Ficha bibliográfica

FERNANDEZ DÍAZ, R. LÓPEZ REY, J.A.  Baigorri, Artemio. Hacia la urbe global. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. VIII, nº 460, 10 de septiembre de 2003. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-460.htm>. [ISSN 1138-9796].


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