Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie  documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98
Vol. IX, nº 494, 25 de febrero de 2004

SARAIVA, Tiago Figueiredo. Dinámica urbana de la ciencia. Lisboa y Madrid (1851-1900). Tesis Doctoral dirigida por el Dr. Antonio Lafuente. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 2003. 380 p.

Horacio Capel
Universidad de Barcelona


Palabras clave: historia de la ciencia, exposiciones internacionales, público de la ciencia,  ciencia en las ciudades.

Key words: history of science, international exhibitions, public of science, science in towns.


En los últimos años el antiguo debate de la historia de la ciencia entre internalistas y externalistas ha vuelto, en cierta manera, a plantearse a través de lo que podríamos denominar una corriente neoexternalista que destaca nuevamente el peso de los factores externos. En esa línea de debate se sitúa esta Tesis realizada por Tiago Figueiredo de Saraiva, en la que se pone el acento en la importancia del público en la ciencia. La investigación se relaciona, en algunos aspectos, con otra sobre Instrumentos científicos, opinión pública y economía moral en la Ilustración, realizada por Nuria Valverde y dirigida también por el profesor Antonio Lafuente, y que, al igual que ésta que ahora se presenta, se ha elaborado dentro del programa de Doctorado sobre "Ciencia y cultura" que coordina el profesor Javier Ordóñez en la Universidad Autónoma de Madrid.

Esta Tesis se inserta así en un programa de investigación bien planteado, del que el director y los autores de las dos Tesis han ido ya avanzando algunos resultados. Entre otros, en lo que se refiere al autor de ésta, el trabajo general sobre Los públicos de la ciencia en España, siglos XVIII a XX (2002). Tiago F. de Saraiva es ingeniero de materiales y ha realizado su investigación con una beca del gobierno portugués, adscrito durante varios años al Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid.

En el trabajo que ahora se ha presentado[1] se considera que la ciudad durante el siglo XIX pasó a ser el objeto primordial de la actividad científica. Se pretende, concretamente, "recuperar la relevancia de la actividad científica de la segunda mitad del siglo XIX, conectándola con la producción de la ciudad", y se estima que ésta se convirtió "en un laboratorio de experimentación donde máquinas y expertos objetivaron problemas, acumularon datos y diseñaron programas de acción". La investigación intenta también seguir las huellas de los científicos en el espacio urbano, y examinar sus prácticas en la ciudad. Considera, al mismo tiempo, que se habían producido cambios esenciales respecto al siglo XVIII; durante la Ilustración la ciudad había sido, sobre todo, el "escenario de la teatralización de la ciencia", pero ahora "el palco se extendió por toda la ciudad, convirtiendo a las masas en el nuevo público de la ciencia, aun cuando éstas fueran en su gran mayoría analfabetas". El autor destaca, finalmente, la importancia que tuvo la divulgación de la ciencia y de la cultura científica para la creación de la esfera pública burguesa, y subraya que la ciencia pasó a ser un asunto público durante el Ochocientos, lo cual ocurrió concretamente en las ciudades.

La Tesis, que tiene 380 páginas de letra pequeña y bien apretada, consta de tres partes. La primera se titula "Ciencia para la urbe: la construcción de la ciudad de los flujos" y se inicia con un capítulo sobre la "ciencia republicana", en el que se abordan los cambios en la organización de la ciencia desde su vertebración en torno a los temas del imperialismo en el siglo XVIII, hasta su vinculación con los problemas de la urbe en el siglo XIX, al mismo tiempo que pone de relieve el cambio de instituciones y de actores implicados en este proceso. El higienismo y la construcción de la ciudad se convirtieron en el Ochocientos en problemas esenciales, y médicos e ingenieros pasaron a adquirir un gran protagonismo con su presencia en numerosos foros de la ciudad. La visibilidad de estos últimos se vio acentuada con la llegada del ferrocarril a las dos capitales peninsulares, Madrid y Lisboa, tema del capítulo 2 ("La ciudad de Saint Simon: la capital como nudo de comunicaciones"); y con la construcción de los canales de Isabel II en Madrid y de Alviela en Lisboa, "celebrados como símbolos que se quieren identificar con el progreso" y como artefactos técnicos que involucran gran cantidad de recursos materiales, tema del capítulo 3 en el que se sigue con mucho detalle el proceso de construcción de esas trascendentales obras hidráulicas.

La segunda parte lleva por título "El sueño de las masas: las exposiciones universales y la producción de espacios públicos para la ciencia" y trata de la aparición de la población urbana como nuevo público de la actividad científica. Se estudian en particular las exposiciones universales de Londres (1851) y París (1867), y las dos que se celebraron en la Península ibérica en 1888 (la Exposiçâo Industrial Portuguesa de Lisboa y la Universal de Barcelona), y se destaca que en ellas "no solo se juntaban gentes en una cantidad hasta entonces desconocida, sino que además eran espacios para ensanchar ilimitadamente la oferta sensorial".

La tercera parte se titula "Las ciudades de las ciencias" y consta de un solo capítulo en el que se estudian los cambios introducidos en la urbe por la actuación de los ingenieros, así como la localización en la ciudad de las nuevas instituciones científicas. Se sostiene que higienistas e ingenieros no se limitaron a diseñar la urbe, sino que sus edificios, sus escuelas, laboratorios y hospitales constituyeron también nuevos hitos urbanos en la ciudad.

La Tesis se lee con placer ya que está muy bien escrita, con una bien trabada redacción, y observaciones, valoraciones o interpretaciones personales muy sugerentes. El autor ha situado su investigación en un marco teórico que tiene en cuenta los avances más recientes de la historia de la ciencia, y basa su aportación en fuentes primarias muy bien seleccionadas y tratadas.  Las 1316 notas que se incluyen en el texto son una buena muestra del rigor con que ha fundamentado todas sus afirmaciones. Las conclusiones son pertinentes y abren el camino a nuevas perspectivas de investigación, que Tiago F. de Saraiva va a seguir seguramente en el futuro. Se trata, en conjunto un trabajo excelente que muestra la madurez del autor, y la ambición y coherencia de la línea de investigación en que se inserta.

La aportación que realiza leyendo y aplicando la nueva historiografía de la ciencia es muy notable. El autor, al igual que ha hecho simultáneamente Nuria Valverde en su propia Tesis, valora la mirada que esa historiografía ha echado sobre los científicos, sobre los actores de la ciencia, sobre los laboratorios, y asimismo sobre lo pequeño, la vida cotidiana, las polémicas y los consensos, la practica científica, la mirada específica del científico, e incluso la influencia de su propio cuerpo en la observación y la investigación. Temas nuevos sobre los que esta Tesis y la de Nuria Valverde acerca de la práctica científica y el uso de instrumentos, tanto nos enseñan.

Es seguro que, como en todas las Tesis, podrían señalarse también algunas pequeñas limitaciones en esta investigación, que en ningún caso afectan a la valoración general positiva que debe hacerse de ella. Sorprende por ejemplo, la ausencia de alusiones a la ciencia de policía, que trataba de hacer transparente la ciudad,  ya que el autor destaca justamente desde el mismo comienzo del trabajo la importancia del esfuerzo de "racionalizar todos y cada uno de los aspectos de la vida, desde la esfera familiar a la actividad gubernativa, pasando por el espacio fabril o doméstico", como pretendieron Bentham o Saint-Simon, un esfuerzo que constituye precisamente un aspecto esencial de la ciencia de policía, como ha puesto repetidamente de manifiesto Pedro Fraile[2]. En la Tesis se relaciona oportunamente el higienismo con ese proyecto, y se destaca acertadamente la importancia y la gran cantidad de dimensiones que incluye. Se presta especialmente atención a los ingenieros y a los médicos, considerando que son "dos colectivos que usaron la prensa para movilizar la opinión pública", y se subraya que "no hay otros dos colectivos en el siglo XIX que hayan pensado tanto en el espacio urbano". Una afirmación que tal vez no haga entera justicia a los arquitectos y a los juristas, aunque no estoy seguro si los historiadores de la ciencia aceptarán llamar científicos a estos últimos o a los científicos sociales en general. Y que, por otro lado, habría que matizar añadiendo que tanto médicos como ingenieros estaban ya presentes en la ciudad, los primeros en relación con los problemas de salubridad que planteó la ciencia de policía desde el Seiscientos, y los ingenieros en relación con la construcción de murallas, cuarteles, edificios, puentes, puertos y barrios enteros (como hicieron, por ejemplo, en España los ingenieros militares durante el siglo XVIII).

Sin entrar ahora en algunas observaciones de detalle que podrían hacerse, creo que el valor de esta Tesis merece que se dedique atención a los argumentos fundamentales y que se entre directamente a valorarlos y discutirlos. En este comentario voy a hacer algunas consideraciones generales aludiendo concretamente a cuatro temas que tienen especial relieve en ella: uno, el del papel de la ciencia en la ciudad; otro, el de la nueva historiografía de la ciencia que pone énfasis en las dimensiones externas de la actividad científica; en tercer lugar, el público de la ciencia; y finalmente, en el papel de dicho público en el debate científico.
 

La ciencia y la ciudad

Tiago F. de Saraiva considera que la historiografía de la ciencia producida en los últimos años sobre los espacios de la producción científica en la ciudad no ha prestado atención suficiente al conjunto de la ciudad, y que, al mismo tiempo, "la no menos prolija consagrada al desarrollo urbano no miró tampoco al lugar de trabajo de los actores que diseñaron la nueva ciudad". Sin duda tiene razón en esos dos aspectos. Y también en poner énfasis en los actores científicos que se mueven en la ciudad, y en el énfasis en lo local para entender las prácticas científicas generales.

Pero su investigación no se limita a esas dimensiones, sino que tiene una ambición todavía más amplia. Trata asimismo de conectar los trabajos existentes sobre el espacio de producción científica en la ciudad, con el de la tecnología empleada en la fábrica urbana y con el funcionamiento del conjunto de la ciudad, extendiendo su análisis a la misma producción del espacio urbano. Ahí es donde se notan algunas limitaciones de su investigación, las cuales podrían haber sido solventadas con una ampliación de la esfera de sus lecturas, tanto en la procedencia geográfica de éstas (que son en buena parte británicas) como respecto a la especialización de sus autores, lo que habría exigido una mayor atención a la historia urbana, a la economía y a la geografía, entre otras disciplinas o subdisciplinas.

En la Tesis "se pretende recuperar la relevancia de la actividad científica de la segunda mitad del siglo XIX, conectándola con la producción de la ciudad" (p. 15). Es, sin duda, oportuno el énfasis que se pone en el papel de la ciencia en el crecimiento de la ciudad. Se entra con ello en cuestiones que de algún modo han sido abordadas desde hace tiempo por diferentes especialistas interesados en la ciudad. Hace ya tiempo que los urbanistas e historiadores urbanos vienen estudiando las formas y procesos de producción de la ciudad desde la antigüedad a la época contemporánea; que los sociólogos han puesto de relieve que el conocimiento acumulado en la ciudad, y en particular el conocimiento técnico y científico, es el que ha hecho de ésta un "fenómeno económico"; que la ciudad es la sede natural de la ciencia, que el medio social y científico urbano es esencial para el crecimiento endógeno; y que existen procesos circulares y acumulativos de crecimiento económico en los que el conocimiento científico y la innovación producida en la ciudad son esenciales. Es seguro que en el futuro las investigaciones se enriquecerán cuando los historiadores de la ciencia frecuenten más esa bibliografía económica, sociológica y geográfica.

En la Tesis se defiende asimismo que la nueva forma de la ciudad del siglo XIX viene determinada por la necesidad de maximizar la circulación de los flujos, y se alude a cuestiones relacionadas con la construcción de la ciudad, sobre la que existe ya una amplia bibliografía. Es posible que una mayor atención a las investigaciones de historia urbana e historia del urbanismo, al igual que los trabajos existentes sobre historia de la estadística e historia de la cartografía y planimetría, pueda igualmente enriquecer las reflexiones sobre este problema en el futuro.

El autor afirma explícitamente que el camino correcto para estudiar la ciencia en el siglo XIX "es estudiar la dinámica urbana", frente a la situación del siglo XVII, en la que el enfoque debería privilegiar la escala cortesana; el XVIII, en que debería abordarse a la escala imperial; y el XX, en el que la escala apropiada sería la del Estado. Pienso que ese punto de vista debería matizarse, tanto para los siglos anteriores como para el XIX. Y eso en dos sentidos, uno que se refiere a la ciudad y otro al papel del Estado.

En cuanto a la ciudad, creo que puede defenderse que la ciencia siempre ha sido esencial en la construcción y el funcionamiento de ésta; y que lo ha seguido siendo en el siglo XX, en contra de lo que parece insinuarse en la Tesis.

Y en lo que se refiere a la escala estatal, me parece también que fue decisiva no solo en el siglo XX sino asimismo en el XIX. Seguramente solo a partir de los programas estatales de puesta en marcha de políticas de fomento y de creación de cuerpos técnicos estatales se puede entender la actividad de muchos de los actores que actuaron en la ciudad durante el periodo estudiado.

En el caso de España, por ejemplo, habría que aludir antes (o al mismo tiempo) que a las ciudades a los cambios sociales y económicos de la transición del Antiguo Régimen al Régimen Liberal; a la explotación minera y la creación del cuerpo de ingenieros de minas; a la desamortización y los problemas de la explotación y conservación de los bosques, que influye en la actividad de los ingenieros de montes (que han sido estudiados por Vicente Casals); al desarrollo agrícola, con el problema de los abonos, la mecanización, la lucha contra las plagas de langosta, y la conservación de los suelos (temas abordados por Vicente Salavert, Antonio Buj, Jordi Cartañá o Pedro Sunyer, entre otros muchos); a la cartografía del Estado, y a la creación de instituciones como el Instituto Geográfico (que están siendo estudiadas de forma excelente por L. Urteaga, F. Nadal e I. Muro); al pensamiento militar sobre el territorio y la organización defensiva (tema de la Tesis de I. Muro); a la estadística económica y demográfica; a la implantación de la red telegráfica; a las medidas para favorecer el desarrollo industrial (sobre lo que existe un largo debate entre los historiadores de la economía); o a la organización del sistema educativo desde el nivel primario al universitario (sobre lo que hay asimismo una larga tradición de estudios por parte de pedagogos e incluso de geógrafos como Alberto Luis Gómez y Julia Melcón). En todo ello la ciencia y la escala estatal están presentes de forma destacada.

La Tesis básica, repetida en varias ocasiones, de que "la vertebración de la ciencia del siglo XIX está en gran parte asociada a la producción de la ciudad" es aceptable, pero no es completa. La ciencia del siglo XIX está asociada a otros hechos, una parte de los cuales tienen que ver con la actuación del Estado, como acabamos de decir, pero otros también a la iniciativa privada y a instituciones creadas por ésta. Empresarios y propietarios estuvieron muy preocupados por la rentabilidad de sus inversiones, por la adopción de innovaciones técnicas y por los problemas de la política económica. Sobre todo eso hay ya estudios no solo en el mundo anglosajón, cuya bibliografía es tan valorada en este trabajo, sino incluso en España. Podría hacerse referencia a la implantación de las redes de gas (tema magníficamente estudiado por Mercedes Arroyo), al telégrafo, a la electricidad, a las técnicas de la construcción, al uso de nuevos materiales (hierro, cemento, diferentes tipos de ladrillo, hormigón), la construcción del alcantarillado (que se aborda en esta Tesis parcialmente), a la participación de la iniciativa privada en el abastecimiento de agua, por citar algunas dimensiones que es oportuno recordar aquí.

No cabe duda de que lo que se explica en esta Tesis sobre la ciencia y la ciudad tiene un gran interés. Los capítulos dedicados a la construcción del sistema de abastecimiento de agua en Lisboa y Madrid son una aportación muy valiosa no solo desde la perspectiva de la historia de la ciencia, en la que se sitúa el autor, sino también para la historia urbana en general.

De todas maneras, conviene advertir que la relación entre la historia de la ciencia y la evolución de la ciudad no es tan reciente como a veces se presenta en este trabajo, y tiene ya muchos precedentes, que tal vez habría convenido citar. Por ejemplo, podrían recordarse algunos simposios o secciones científicas que han abordado este tema en los Congresos Internacionales de Historia de la Ciencia; entre ellos, por citar uno, el XIX que se celebró en Zaragoza en 1993, y donde hubo un simposio dedicado a la innovación tecnológica en el siglo XIX, con varios trabajos centrados precisamente en la ciudad.

La historia de la ciencia ha sido siempre interdisciplinaria. Pero el camino seguido en esta Tesis le obliga a serlo más aún. La propiedad del suelo, la construcción de inmuebles, los debates políticos, las leyes urbanizadoras, los conflictos entre agentes urbanos, las ideas sobre el planeamiento... son dimensiones sin las que difícilmente se entenderá la construcción de la ciudad. Una historia de la ciencia que necesariamente ha de salir de las llamadas ciencias duras y necesita relacionarse con el derecho y la ciencia política, con la lingüística y la teoría del discurso, con la sociología y la psicología, que sea sensible a las relaciones entre higienismo y reforma social, o entre la innovación científica y el marco legislativo estatal.

Me atrevo a hacer estos comentarios no para desvalorar la Tesis de Tiago F. Saraiva, que es excelente y que nos aporta ya mucho y muy valioso, sino porque he oído con tanta frecuencia a los historiadores de la ciencia españoles y de otros países quejarse de la escasa atención que prestan los historiadores sociales a sus investigaciones, que vale la pena llamar la atención sobre la necesidad de que no hagan lo mismo con los trabajos que podrían serles útiles, aunque se hayan producido en otras disciplinas.

Finalmente, enlazando sin duda con trabajos ya realizados sobre el siglo XVIII por Antonio Lafuente acerca del Madrid científico en el siglo XVIII y de la ciencia en la Corte[3], se plantea también en esta Tesis el tema de la localización de la ciencia en la ciudad durante el siglo XIX. La cuestión es abordada en el último capítulo, en parte ya publicado anteriormente y no suficientemente integrado con el resto. El tema tiene un gran interés y ha de valorarse el esfuerzo que en ese sentido se está realizando, que supone ya un excelente punto de partida, en el que habrá que profundizar. De momento nos quedamos sin saber si en la creación de áreas científicas en Madrid durante el siglo XIX existió un propósito y una política consciente o si la localización de las instituciones dependió de los terrenos disponibles o de otras circunstancias.

En la Tesis se insiste también en el hecho de que los fotógrafos más reputados fotografiaron a la vez y con el mismo relieve monumentos artísticos y complejos tecnológicos (como estaciones de ferrocarril, puentes, puertos etc.), tal como lo hizo en Portugal F. Rochinni y en España C. Clifford. Se trata de una observación interesante, que supone una clara valoración de la técnica por parte de los fotógrafos. Y que se refleja asimismo en la estructura de las guías urbanas durante el siglo XIX, tal como puso de manifiesto María del Mar Serrano en su Tesis doctoral.
 

El nuevo externalismo

En la Tesis se insiste en la importancia de la relación entre ciencia e industria, y entre ciencia y actividad económica en general. Siguiendo la nueva historiografía anglosajona el autor llama oportunamente la atención sobre la trascendencia del contexto social en que se realiza la práctica científica y sobre las relaciones entre ciencia y negocios. Y también pone énfasis en que "la pretensión de que la ciencia se desarrolla en privado, lejos de la influencia externa es en sí mismo una construcción social e histórica". Citando a Jan Golinski considera directamente que la idea de "la reclusión en el espacio sagrado del laboratorio es una imagen pública y una actitud cultural".

Esas llamadas de atención son, sin duda, oportunas y convenientes. Pero seguramente deben valer también para las pretensiones actuales de la historiografía dominante que cuestiona la "reclusión". Parafraseando a Golinsky, podríamos también sugerir que el énfasis que hoy se pone en la relación de los científicos con los negocios es también "una imagen pública y una actitud cultural". La compleja red de relaciones que los científicos establecen entre sí y con su medio ambiente, la habilidad para obtener recursos financieros y apoyos del poder, son, desde luego, importantes, incluso esenciales. Que la nueva bibliografía de la ciencia haya "creado objetos historiográficos que nos muestran la ciencia en todos los periodos guiada por conductas y valores muy cercanos a los que caracterizaron la tecnociencia actual" es bien posible. Pero que esa interpretación esté separada del contexto intelectual y social en el que viven los historiadores actuales es difícil de aceptar. Un ambiente, es bien sabido, dominado por ideas económicas neoliberales y de exaltación de la iniciativa privada, que afecta a los gestores de la ciencia y de las universidades y que acaba influyendo en los mismos científicos y, por supuesto, en los historiadores de la ciencia.

Tal vez convendría reflexionar también sobre lo que hay detrás de esa historiografía, y sobre como esas interpretaciones no solo describen sino que es posible que en ocasiones justifiquen una prácticas que seguramente en algún caso habría que esforzarse en erradicar: las prácticas que justifican la sumisión al poder y que no cuestionan a qué precio se obtienen los éxitos científicos y técnicos.

El ayuntamiento entre ciencia, industria y negocios existe sin duda. Y siempre se ha sabido. Pero el énfasis que se pone ahora en ello está seguramente muy relacionado con el triunfo de la llamada economía neoliberal, donde negocios, ciencia, industria y política se mezclan de forma inextricable, como es bien conocido y tenemos ocasión de percibir una y otra vez con claridad meridiana; por ejemplo, en la reciente invasión de Irak.

Se trata de un contexto que no es exclusivamente político y que se extiende a otros ámbitos de la vida social e intelectual, incluyendo las universidades, donde el énfasis en los contratos y las prédicas sobre la necesidad de sacar a los científicos de su torre de marfil y sobre la conveniencia de abrirse a la sociedad y a la economía, coinciden con una relativa disminución de los recursos asignados a los centros públicos y unas políticas favorables a la enseñanza privada.

En el campo de la historia de la ciencia han aparecido recientemente un buen número de trabajos que, por un lado, han permitido descubrir interesantes facetas de la práctica científica, pero, por otro, apenas pueden ocultar su coincidencia con la situación económica dominante. Las pretensiones de neutralidad en las descripciones que se realizan sobre la intrincada red de relaciones sociales y económicas que existen detrás de la práctica científica deben ser miradas con suspicacia. No porque esa realidad no exista, sino porque la aparente neutralidad de la descripción elude muchas veces hacer juicios de valor sobre las consecuencias de ello, tanto para la sociedad como para los científicos individuales que están insertos en dichas redes. Se olvidan, o no se insiste suficientemente, los aspectos negativos que también puede haber. Si esa ha sido siempre la práctica de la ciencia desde el comienzo de la historia, y es además un signo de modernidad, ¿cómo tendremos criterios para rechazar los suculentos contratos que se ofrecen a los científicos, vengan de donde vengan?. Todo lo que contribuya al avance de la ciencia será finalmente positivo, aunque sean gobiernos conservadores los que financian los eventos.

La capacidad que hoy se tiene para hacer una nueva interpretación de la ciencia, de los poderosos apoyos, públicos y privados, que fueron indispensables para que se realizara, ¿serán capaces de permitir alguna vez un juicio negativo sobre las claudicaciones que fue necesario hacer, sobre las consecuencias que eso ha podido tener? ¿y podremos realizar un juicio distanciado sobre el ambiente intelectual que ha llevado a esos historiadores a poner énfasis en el contexto, y no en otras dimensiones también presentes en la ciencia?

Tiene razón el autor al insinuar que no es la escenografía de Cecil B. de Mille la más adecuada para narrar el trabajo de los científicos, sino la de Nani Moreti o la de Woody Allen. Pero entre esos personajes se encuentra - tal como recuerda el mismo autor páginas más adelante, y en otro contexto- el mismo Zelig de Woody Allen "un camaleón humano que no solo cambia sus actitudes sino también su físico en cada nueva circunstancia". Y, además, tal vez convendría reparar que sus películas están llenas de personas con graves complejos y problemas psicológicos, con depresiones que son resultado de graves claudicaciones personales a las que su entorno o sus ambiciones les han conducido.
 

El público de la ciencia

Uno de los aspectos relevantes de esta Tesis y del programa de investigación en que se inserta es el poner de relieve la importancia del público en la ciencia. Un tema que, como hemos dicho, ya ha sido abordado en otro libro del autor y del director, y en alguna tesis doctoral dirigida por éste.

Aquí se pone el acento en el público de las inauguraciones de grandes obras públicas dirigidas por los ingenieros, en actos que representaron un momento de gloria y prestigio para ellos, y en el público que asistió a las exposiciones internacionales.

En general se valora positivamente el papel del público en dichos acontecimientos y el significado de éstos para la ciencia. Con referencia a las grandes obras públicas o a la llegada del ferrocarril se señala que "la urbe se discutía tanto en los periódicos como en las tertulias y cada innovación exigía una inauguración multitudinaria". En la Tesis se pone énfasis en el significado de las Exposiciones universales en "donde no solo se juntaban gentes en una cantidad hasta entonces desconocida, sino que además eran espacios para ensanchar ilimitadamente la oferta sensorial". Al mismo tiempo, "hubo que crear nuevos discursos capaces de incorporar a esas mismas masas". El único problema respecto a este punto es que no siempre fueron discursos científicos, sino que a veces eran simplemente políticos. Qué parte de esas celebraciones, en las que participaba el gobierno y la misma reina, son procesos de legitimación social y del poder, y qué parte es divulgación científica está por dilucidar.

El autor considera que el público ha tenido funciones distintas: fue sucesivamente testigo de la ciencia en el XVII, seducido por la ciencia en el XVIII, y adoctrinado por los científicos en el XIX. Sin negar el interés de esa observación, es posible que merezca alguna matización en el futuro. Nuria Valverde ha mostrado en su Tesis doctoral que el proceso de adoctrinamiento avanzó ya durante el siglo XVIII. Y tal vez no se pueda descalificar al público cortesano que asistía a un experimento eléctrico en el siglo XVIII y valorar al mismo tiempo la divulgación científica que se realiza en el XIX, donde con mucha frecuencia era también la seducción lo que dominaba.

Con referencia al público de la ciencia en el siglo XIX, en la Tesis parece existir una cierta duda en la valoración de su papel y de su significado. Se tiene la impresión de que su participación unas veces se valora muy positivamente y otras se desvaloriza de forma clara.

Las desvalorizaciones se repiten en varias ocasiones. Se afirma repetidamente que era imposible aprender realmente en las grandes Exposiciones internacionales, que eran sobre todo una espectáculo. En a la Exposición de Londres de 1851 "las masas se dirigieron hacia cuatro o cinco puntos luminosos que son otros tantos faros de atracción", y la fuerza de algunos objetos "no procedía de su carácter utilitario, sino de su capacidad de ensoñación" (p. 213). Por otra parte se insiste en que la mayor parte de los panoramas o dioramas instalados en las exposiciones internacionales tuvieron pretensiones educativas, pero que a pesar de ello "el público se sentía sobre todo atraído por su dimensión lúdica, incluso fantástica" (p. 212). En lo que respecta a la Torre Eiffel, "tampoco aquí los cronistas se aventuraban en aburridas descripciones técnicas" (p. 278). Los inventos eran a veces asociados al mundo de la feria y del cine popular (p. 217), y alguno de los divulgadores científicos londinenses tenía especial éxito produciendo "fantasmas por medio de una serie de proyecciones ópticas" (p. 216). En la exposición de Chicago de 1893 había tantos objetos que "la instrucción se perdía" (p. 216), dominando lo sublime, lo mágico, o incluso lo religioso; hasta Henry Adams rezó ante una gigantesca dínamo, en la que veía la fuerza del infinito (p. 284).

En algún momento se insiste en que las inauguraciones, las celebraciones y las exposiciones "no asignaba a los públicos el papel de meros espectadores pasivos", sino que existía una "cierta complicidad entre los actores y los espectadores" (p. 179). Se trata de una declaración demasiado general, ya que también podría defenderse que esa complicidad se produce siempre en un espectáculo de masas. Podría ocurrir que lo que estaba detrás de los gobiernos que organizaban las inauguraciones no fuera tanto la ciencia y la técnica sino la legitimación del gobierno. Porque las medidas que tomaban en el campo de las enseñanzas públicas, especialmente en las enseñanzas medias, podían ser, al mismo tiempo, contrarias a la incorporación de las ciencias.

Las afirmaciones sobre la pasividad de las masas creo que resultan en conjunto dominantes. Y al final del siglo el resultado de todo el proceso de divulgación científica parece ser que el público se hace cada vez más pasivo; por ejemplo, en las exposiciones de finales del siglo, "si por un lado es cierto que el espacio público de la ciencia ha alcanzado al nuevo actor social, las masas, por otro, el papel de ese sujeto colectivo es cada vez más pasivo" (p. 290). En otras ocasiones se afirma que la mayor parte de las gentes no entendía lo que se exponía, pero que "se trataba de entregarse a los encantos de lo sublime", como se dice respecto a la actitud del público en las conferencias de Faraday (p. 210).

A veces se tiene la impresión de que no es el "publico de la ciencia" sino el público del espectáculo, de la novedad, un público que tiene una actitud semejante a la del que igual iba a los toros, a la procesión, a las corridas de toros o a las ejecuciones.

Es cierto que en el caso de las celebraciones científicas y en las exposiciones internacionales se puede hablar de la "cuidadosa puesta en escena" (p. 179). Pero es posible que ésta no constituya una novedad, ya que la puesta en escena había alcanzado cotas extraordinarias en la antigüedad, y no digamos en el barroco de la contrarreforma, que también construyó "colosales templos" como los de las exposiciones internacionales. Habría muchos argumentos para defender que esos espectáculos "científicos" del XIX no son en esencia  diferentes a los de antes. Es decir, exaltaciones del poder, de la capacidad para impresionar (de la misma manera que se hacía desde la antigüedad con la capacidad de predicción de un eclipse). Que lo que pretendían es similar a lo que se buscaba con el espectáculo de la pompa de la monarquía o de las celebraciones religiosas de la Contrarreforma, es decir la glorificación del poder, la promesa del buen gobierno.

Lo que nos lleva a preguntarnos sobre qué es lo diferente en esos espectáculos que desfilan por la Tesis (inauguraciones, celebraciones, exposiciones) y que se han percibido como "momentos fundadores de la sociedad de masas"

En la Tesis se dan argumentos que muestran que hay aspectos nuevos en estos espectáculos del XIX: la mayor participación, la escala diferente de las actuaciones (más grandiosas), el público asistente (centenares de miles y millones), los artefactos técnicos, la valoración de los símbolos del progreso por parte de las clases elevadas y de una parte de la clase obrera. Es cierto que "las exposiciones dotan la cultura de masas de contenidos técnicos, pero también son objetos técnicos por derecho propio"(p. 179)

El énfasis prácticamente dominante en el público de las exposiciones como un público que está desorientado y busca lo espectacular está posiblemente influido por el ambiente postmoderno de estudio del público de los parques temáticos. Muchas veces la exposición universal es comparada con razón a un parque temático ("Exposiciones como parque temático" p.  219). "La ciudad producida por los ingenieros se parece a un auténtico parque temático; y si son muchos los que se disponen a celebrar los nuevos símbolos del progreso, otros rechazan la invitación a habitar en el puro espacio de los flujos", se dice en la Tesis. Algunas observaciones del autor respecto al público de las exposiciones causan una gran impresión; como cuando alude a que recorriendo y maravillándose del Palacio de Cristal en 1851 "las masas habían descubierto su hábitat natural: los pabellones de las exposiciones universales, entre las máquinas y junto a los bienes de consumo".

En todo caso, no es casual que este descubrimiento se haga en estos momentos en que triunfa la cultura del espectáculo de masas, y cuando las personas más lúcidas tienen conciencia de lo olvidadizas que son las masas. En esa situación, el espectáculo de una inauguración o celebración, y un  buen servicio de propaganda, aseguran el éxito final. Lo que puede hacer olvidar las decisiones mal tomadas, o los errores en el diseño. Creo que en la Tesis se reconoce de forma implícita cuando con referencia al caso de la inauguración de la traída de aguas a Lisboa, después de diversas propuestas y debates, se concluye claramente que "ya nada importa", que el éxito acalla las críticas De manera similar, en Madrid el chorro de la fuente construida con ocasión de la llegada de las aguas del Lozoya hizo olvidar las críticas que había hecho el ingeniero de minas y geólogo Casiano del Prado a los ingenieros de caminos; aunque, en realidad, nos quedemos con la impresión de que éste tenía razón con sus críticas a la poca atención prestada por los ingenieros de caminos a la geología.

Todo lo cual nos conduce a interrogarnos sobre la función de la propaganda, de las inauguraciones. De manera similar podemos también interrogarnos sobre los objetivos que se persiguen con la vulgarización de la ciencia, o mejor dicho de determinadas ciencias y de determinados conocimientos, entre el público general. Desde hace tiempo se conoce la función social de la metáfora de la rueda y del engranaje de la máquina en la que cada pieza, por insignificante que parezca, tiene una valiosa tarea, lo cual contribuye a afirmar la idea de la importancia de todos los oficios, incluso los más pequeños y penosos. Leyendo la Tesis nos quedamos con la duda de si una parte de la propaganda de la ciencia tenía, finalmente, el objetivo de convencer a las gentes de la que debían "echarse en brazos de los científicos o ingenieros". Algo que podía tener un sentido en el siglo XIX, pero que está muy alejado de lo que debemos pretender hoy. Es posible que el  mensaje que entonces podía servir para apoyar la reforma desde arriba (con el ejemplo de entidades como la Sociedad para la Mejora de la Clase Obrera, dirigida por el príncipe Alberto), y la idea de que los problemas iban a ser resueltos por sus dirigentes (p. 210), no sirva ya en nuestros días.

Las grandes obras públicas, las hazañas técnicas convertían a los proyectistas en seres superiores. Sin duda en el contexto de la época -en la que se luchaba por acabar con los restos del Antiguo Régimen y por instaurar el Régimen Liberal-  eso tiene su aspecto positivo: la sustitución de los viejos valores de la aristocracia por los científicos y técnicos, de la aristocracia por la burguesía emprendedora. Pero no es seguro que constituya también un modelo deseable para la ciencia o para la sociedad actual.

Las primeras exposiciones internacionales "fueron grandes operaciones propagandísticas que prometían resolver los problemas sociales mediante la aplicación de la técnica" (p. 290). En las exposiciones "si la tecnología exhibida evolucionaba con la intención de ganar el favor del público, éste por su parte hacía del nuevo paisaje tecnológico su hábitat natural" (291). En el caso de España y Portugal, el autor destaca que las exposiciones contribuyeron a difundir la ciencia y el progreso, sirvieron para diseñar planes que contribuyeran a mejora el desarrollo del país, produjeron imágenes renovadas del propio país ante extranjeros y nacionales. También señala que si la participación de las dos naciones en las exposiciones internacionales europeas no contribuyó a cambiar la imagen de países atrasados que tenían en Europa, si que contribuyeron a incorporar esos eventos como una tecnología más, y que "la tecnología es un elemento fundamental en la formación del sentimiento nacional" (p. 292).

Toda esta valoración de las exposiciones internacionales resulta interesante y oportuna. Y ese sentido la Tesis de Tiago F. Saraiva es una aportación de gran interés. Tal vez sin embargo, habría que añadir otras dimensiones, que también están presentes en esas exposiciones. Por ejemplo, su papel en la difusión de innovaciones. En ese sentido vale la penar recordar que el informe de Ramón de la Sagra sobre la exposición de Londres de 1851 –por citar una obra a la que se alude en la Tesis- es también un documento de gran importancia en el debate sobre la modernización de España a mediados del siglo XIX y que posee propuestas concretas sobre la introducción de innovaciones en el sistema productivo.
 

El público y el debate científico

En la Tesis se defiende que en el siglo XIX fueron los ingenieros los que lograron "arrebatar el corazón de las masas" y que aprovecharon inauguraciones y congresos para "asumir sin complejos el papel de representantes de la ciencia con mayúscula" (p. 265).

Según el autor, en 1888 con motivo de la Exposición Universal de París todavía los científicos y sus teorías no habían logrado desbancar a los ingenieros" (p. 263), lo cual solo ocurriría en la primera década del XX con el éxito de la ciencia pura.

Que los ingenieros fueron grandes protagonistas sociales en el siglo XIX es indudable. La misma literatura se hizo eco de ello, y sin duda era una profesión muy valorada en las estrategias matrimoniales de las familias con hijas casaderas. Y es bastante claro que, entre otros factores, el eco popular de las inauguraciones y exposiciones contribuyó también a afirmar su papel. Pero que fueran los que dominaban en el corazón de las masas merece un estudio más detenido, ya que en la vulgarización de la ciencia intervinieron asimismo con gran éxito otros muchos actores durante el siglo XIX, en relación con instituciones educativas (del tipo de los Mechanic Institutes, de los que se habla también en la Tesis) y con los movimientos obreros. El éxito popular de figuras como Flammarion o Reclus, y la atención con que se siguieron durante el siglo XIX los avances en la astronomía, en la geografía o en la historia natural, nos proporciona una prueba de ello.

No cabe duda de que los espectáculos de celebraciones, inauguraciones y exposiciones fueron importantes para la divulgación y el prestigio de la ciencia. Pero no es seguro que se pueda afirmar que permitieran dirimir en polémicas científicas. Lo cual nos lleva a un punto sobre el que habrá que investigar en el futuro, la diferencia entre la creación científica y la divulgación de la ciencia y la técnica.

Una cosa es poner de manifiesto las dificultades que hay para el triunfo de una idea, destacar que la aceptación de una nueva teoría o explicación científica supone controversias y negociaciones entre los actores, como con muy buen criterio se hace en esta Tesis, y otra muy distinta pensar que en esas controversias interviene el público en general.

Que "también los asuntos científicos estuvieran abiertos al cruce de opiniones", como afirma el autor, necesita de algunas matizaciones. No sé si el llevar la atención hacia lo público -que está plenamente justificado- tiene el peligro de hacer olvidar otras dimensiones.

El punto de vista del autor es que el científico del siglo XIX no está ya en el laboratorio. No se les encuentra allí, "porque el laboratorio no es locus ordinario de nuestros ingenieros y médicos" (p. 49). También se afirma que "la tertulia es el procedimiento decimonónico más eficaz de legitimación pública de ideas" (p 49).

Seguramente el autor estará de acuerdo en la necesidad de matizar afirmaciones como esas. Los científicos no están ante todo en la esfera pública, ni hoy ni en el pasado. Siguen estando, en primer lugar, en los laboratorios y bibliotecas de sus instituciones, donde realizan sus experimentos y elaboran sus ecuaciones. También en sus investigaciones de campo y, en el caso de los ingenieros, en las explotaciones agrícolas y mineras, en los montes y en las fábricas; y luego en la redacción de sus publicaciones. Forman parte de comunidades científicas que tienen un reconocimiento y unos recursos. Algunos son también gestores y políticos, y otros son también publicistas.

El autor y su director han insistido en la Tesis y en otras publicaciones en que las polémicas científicas no se resuelven entre pares. Se considera que el público tiene también un papel esencial. En este trabajo se cita concretamente el papel del público y las ceremonias de las inauguraciones de grandes obras públicas, y  se destaca su función en la secuencia lógica que pasa por la constitución de la compañía, la realización del proyecto, la construcción y la inauguración. El autor escribe:

"Es ésta la otra función para la que son convocadas las masas. El espectáculo construye una realidad mucho más dura que no siempre está al alcance de la lógica científica. Sobran ejemplos de la historia de las ciencias que demuestran la dificultad, y muchas veces la imposibilidad, de que el diálogo entre pares conduzca a un consenso que acabe una polémica científica. Pero después de un evento de masas todas las discusiones, comisiones, compañías, memorias y proyectos, ya no son más que pasos necesarios para la conclusión de la gran obra" (p. 177).

Pero esa vía tiene sus peligros. Puede llevar a pensar que el éxito lo justifica todo. La preocupación por el éxito público puede llevar a amoldarse a sus gustos y a cambiar, tergiversar o fabular los datos, como se ha hecho muchas veces en la ciencia, y como, por ejemplo, se hizo a veces en los libros de viajes del Setecientos, como ha mostrado Juan Pimentel en su excelente libro Testigos del mundo. Y en el caso de obras que suponen grandes inversiones el éxito, real o aparente, debidamente manipulado con espectáculos populares, puede llevar a olvidar los errores en el diseño, los despilfarros y las corrupciones en la realización.

No estoy seguro de que la disputa entre pares quede superada por los actos populares. El verdadero científico espera la aprobación de sus pares, e incluso de unos pocos especialmente, y no le importan las aclamaciones del público en general. En medio del triunfo popular la desvalorización de sus trabajos por un colega prestigioso puede convertir en tuera todas las aclamaciones. Es preciso pasar, pues, de la constatación de las expresiones públicas a un análisis más detallado. No hay duda de que las aclamaciones dan a los científicos más poder, más dinero, más recursos para investigar, pero el valor de sus aportaciones científicas se dirime en otros foros. Por eso mismo, el considerar que ese banquete de celebración al que asistieron también los ingenieros de minas dejaban sin valor las críticas de Casiano del Prado no da una idea clara del funcionamiento real de las polémicas científicas intercorporativas.

No sé si puede esperarse que Tesis que se insertan en un mismo programa de trabajo compartan puntos de vista similares. En este caso acerca de lo que significa el "público de la ciencia". Pero el lector que ha tenido ocasión de leer dos de ellas de forma sucesiva puede establecer relaciones y hacerse algunas preguntas.

En la Tesis que defendió ayer Nuria Valverde se sostiene que en España la importancia creciente del público en la ciencia parece acusarse hacia 1760. A partir de esos años "se hace creciente el rechazo hacia este modo de comportamiento que manifiesta cierto desdén hacia la publicidad". La opinión pública "era refractaria a la opacidad característica del trabajo aislado" y busca saberes prácticos[4]. Es posible que eso que entonces nace se prolongue en el siglo XIX. Pero que ocurra así no significa que el trabajo aislado y la ciencia no práctica no siguieran siendo indispensables.

Nuria Valverde ha mostrado asimismo que a partir de la segunda mitad del XVIII el público de la ciencia parece estar también cada vez más alejado de su práctica concreta. Solo valora los resultados espectaculares. Se pone énfasis en que la separación entre observador y artefacto y entre observación y cálculo supone marcar "una distancia insalvable entre el científico y su público". Al mismo tiempo, se insiste, citando a Steven Shapin (1991), que "la selección de fines implica la selección de públicos a que se destina la información, así como la naturaleza de la misma".

Creo que esa afirmación nos pone ante una dificultad clara, la de que sea posible hablar del público de la ciencia, ya que parece que debemos hablar mas bien de 'los públicos'. Los públicos de las inauguraciones o las celebraciones son unos, los de las exposiciones son otros y diversos (políticos, gentes de mundo, ingenieros que buscan información, obreros...) y los del debate científico son distintos. En la Tesis de Saraiva no se insiste creo suficientemente en esa dimensión, que espero será ampliada en investigaciones posteriores del autor y de otros participantes en el programa en que se inserta.

Un programa de investigación que lleva ya años de desarrollo, que ha dado resultados relevantes, y en el que se inserta esta excelente Tesis doctoral. El marco teórico está muy bien planteado y tiene en cuenta los desarrollos más recientes de la historia de la ciencia. El trabajo está muy bien diseñado y resuelto. Es posible que no todas las expectativas suscitadas en el capítulo inicial queden luego totalmente satisfechas y que algunas de las preguntas que con gran ambición se han planteado han quedado todavía sin responder en las conclusiones. Pero en medio la Tesis aporta materiales e interpretaciones muy valiosos sobre los temas abordados. El autor y el director tienen ante si un gran reto: el de responder en el futuro a las esperanzas que sus admiradores tienen en su trabajo y a las preguntas que se suscitan precisamente a partir de las investigaciones que están realizando.
 

Notas
 

[1] El acto público de lectura y defensa de la Tesis se celebró en la Universidad Autónoma de Madrid el día 22 de enero de 2003 ante un tribunal presidido por el Dr. Francisco Javier Ordóñez, Catedrático de Lógica y Filosofía de la ciencia de la Universidad Autónoma de Madrid; y, como vocales, los Drs. Horacio Capel Sáez, Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona, José Manuel Sánchez Ron, Catedrático de Historia de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Madrid, Maria Paula Pires dos Santos Diogo, Profesora Asociada de Historia de la Ciencia y la Tecnología de la Universidad Nova de Lisboa, y Leoncio López Ocón, Científico Titular del Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid. Obtuvo la calificación de Sobresaliente cum laude.
 
[2] Por ejemplo, en Fraile...
 
[3] Lafuente 1998 y 1999; también Lafuente y Saraiva 2001.
 
[4] Valverde 2003, p. 207; las restantes citas que se hacen de esta Tesis corresponden a las páginas 196, y 157-58.
 

Bibliografía


LAFUENTE, Antonio. Guía del Madrid científico. Ciencia y Corte. Madrid: Comunidad de Madrid/CSIC/Doce Calles, 1998. 240 p.

LAFUENTE, Antonio (Coord.). Madrid, Ciencia y Corte. Madrid: Comunidad de Madrid, 1999. 309 p.

LAFUENTE , Antonio, y Tiago Figueiredo SARAIVA. El ensanche de la ciencia (1834-1936). In PINTO, Virgilio (dir). Madrid. Atlas histórico de la ciudad, 1850-1939. Madrid: Lunwerg, 2001, p. 140-169.

LAFUENTE , Antonio, y Tiago Figueiredo SARAIVA. Los públicos de la ciencia. Un año de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología. Madrid: FECYT, 2002. 57 p.

LAFUENTE, Antonio y Nuria VALVERDE. Los mundos de la ciencia en la Ilustración española. Madrid: Fundación Española de Ciencia y Tecnología, 2003. 251 p.

PIMENTEL, Juan. Testigos del mundo. Ciencia, literatura y viajes en la Ilustración. Madrid: Marcial Pons, 2003. 342 p.

VALVERDE PÉREZ, Nuria. Instrumentos científicos, opinión pública y economía moral en la Ilustración española. Tesis Doctoral dirigida por el Dr. Antonio Lafuente. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 2003. 348 p. (Comentario de H Capel en Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, febrero 2004 <http://www.ub.es/geocrit/b3w-493.htm)
 
 

© Copyright: Horacio Capel, 2004
© Copyright: Biblio 3W, 2004.

Ficha bibliográfica

CAPEL, H. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. IX, nº 494, 25 de febrero de 2004. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-494.htm]. [ISSN 1138-9796].


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