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REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie  documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98
Vol. IX, nº 505, 20 de abril de 2004

SOBRE EL INGLÉS Y LA PROMOCIÓN INTERNACIONAL DE LAS CIENCIAS SOCIALES ESPAÑOLAS

Francisco J. Tapiador

Universidad de Barcelona



Sobre el inglés y la promoción internacional de las ciencias sociales españolas (Abstract)

A recent paper (Capel, 2004) highlighted two issues: the importance given to the English language into the Spanish science and the unjustified importance of the Anglo-Saxon journals into the Spanish evaluation system. The aim of this paper is to add some new elements from the economic and strategic point of view.

Palabras clave: ciencia, lengua española, internet, inglés en la ciencia, evaluación científica, política científica.

Key words: Science, Spanish in science, internet, English in Science, scientific assessment, scientific policy.


En un reciente artículo titulado Libelo contra el inglés (Capel 2004) se destacaba el predominio de la lengua inglesa en la ciencia española y la injustificada importancia otorgada a las revistas anglosajonas en las políticas de evaluación de la investigación nacional. El objeto del presente artículo es añadir elementos de juicio adicionales desde la perspectiva económica y estratégica, indicando algunos factores que pueden ser invocados en apoyo de las ideas expresadas en el citado artículo.

La publicación científica como actividad económica

La diseminación de la ciencia en el mundo anglosajón ha recorrido un largo trecho desde sus orígenes próximos, el intercambio de cartas entre científicos y la impresión de las actas de varias asociaciones científicas. En la actualidad la publicación científica en aquel ámbito geográfico se inserta dentro de parámetros de mercado: una serie de editoriales han ido concentrando la mayor parte de las revistas que antes se publicaban directamente por los departamentos universitarios y otras organizaciones científicas, y es contado el número de revistas consideradas importantes que se distribuyen de manera independiente. Ello ha supuesto indudables ventajas para los editores, cuyo trabajo administrativo y de búsqueda de suscriptores se ha visto reducido considerablemente, pero también ha supuesto desventajas para la comunidad científica en su conjunto, como la disminución de la diversidad editorial y la mercantilización de su trabajo.

Esta mercantilización de la producción científica y su correlato, la concentración empresarial, convierten al trabajo científico en una mercancía dotada de un valor de uso, y por ello, tanto sujeta a todos los condicionantes de la actividad económica, como necesitada de mercadotecnia dado el ámbito competitivo en que ahora se desenvuelve. Hoy en día, en el ámbito anglosajón y cada vez más a escala internacional, la ciencia -y por tanto la publicación científica- forma un subsector económico susceptible de planificación estratégica por parte de las administraciones. Dependiendo del acierto de estas políticas estructurales la capacidad de influencia de un país en la arena internacional (no sólo en lo relativo a la ciencia, sino en general) poseerá un mayor o menor alcance.

Este carácter económico de la ciencia es una de las claves en las que se puede insertar el debate sobre el lugar de la publicación internacional en lenguas vernáculas, y sobre el papel que se desee otorgar al inglés en la diseminación del conocimiento científico nacional.

El precio estratégico

Parece haber consenso entre los investigadores en que la el predominio actual del inglés se debe a que es la lengua de la primera potencia económica mundial, los EE.UU. (Capel 2004, Gutiérrez y López-Nieva 2001). Es obvio que la inversión en investigación de los EE.UU. se encuentra bien por delante de la de los otros países, lo que en parte justifica su liderazgo científico, pero también es cierto que el uso del inglés por parte de otros países potencia a las instituciones universitarias de aquel país en detrimento de las propias, ensanchando aún más la diferencia en I+D+I. Este proceso se puede conceptuar en dos partidas: en primer lugar, la derivada del coste material de la suscripción a las revistas y en la preparación de materiales en otra lengua; y en segundo lugar, el coste en términos de intangibles, como el prestigio académico, que no carece en absoluto de repercusión económica sino que puede argüirse que supone un coste de mayor magnitud que el coste material de las revistas.

La publicación de información científica se ha convertido en una actividad rentable gracias en parte al precio de las revistas[1], y a la posibilidad de difundir otro tipo de productos (libros, conferencias, etc.) a través suyo. La estructura económica estadounidense (y anglosajona en general) favorece que esto sea así -en aquel ámbito no se entendería que una empresa pública desviara ganancias a individuos emprendedores-, pero el sistema es completamente ajeno a la tradiciones europea continental y latinoamericana. Me pregunto cómo sería interpretado en el mundo académico español que una empresa como Telefónica, Prisa o el Grupo Correo empezara a acumular bajo su sello, con un legítimo interés de lucro, a las publicaciones que editan los departamentos universitarios españoles. Mutatis mutandis, esto es lo que ha sucedido en EE.UU. o en Inglaterra, con el agravante de que algunos departamentos del Oxbridge cuentan con intereses en tales empresas.

Este sistema de mercado genera una serie de deseconomías para otros países. El que las revistas tengan un precio, generalmente alto, no facilita ni la distribución de ideas ni la creación de otras nuevas, especialmente en los países en vías de desarrollo que son los que más lo necesitarían. Por el contrario, generan una relación de desventaja con el mundo anglosajón. El proceso es claro: dado que para publicar en esas revistas de ciencias sociales es necesario estar al corriente de lo que se ha publicado en ellas (García Ramón et al. 1988) para lo que se requiere su compra-, y que los únicos réditos (según el sistema actual) es publicar en ellas para conseguir la valoración de la actividad investigadora, los investigadores de fuera del ámbito anglosajón han de detraer recursos para alimentar un sistema del que no obtienen rentabilidad directa, y que nutre los intereses de empresas privadas extranjeras. El proceso conduce a una disminución del peso relativo de la ciencia nacional y a la cesión de capacidad decisoria, factores más importantes aún que los puramente pecuniarios.

El precio real para España (que no cuenta con ninguna empresa editora académica) es elevado: dado que la suscripción a tales revistas es necesaria, una parte importante de los recursos se deriva hacia ella, recursos que podrían dedicarse a potencial la edición nacional con miras no sólo económicas, sino estratégicas. La existencia de redes de acceso a aquéllas publicaciones (e.g. Science Direct) palía problemas individuales de departamentos con pocos recursos, pero no los del conjunto, y conduce por otro lado a la dependencia de un ámbito, el anglosajón, con sus propios intereses y afán de influencia en terceros países. No obstante, iniciativas públicas como la de Tecnociencia[2], que intenta coordinar los esfuerzos nacionales,son esperanzadoras, y podrían significar la generación de un necesario contrapeso endógeno. De cualquier manera, poco se puede hacer contra la influencia que detenta la publicación en inglés sin el concurso de los poderes públicos, una de cuyas funciones debiera ser promover y apoyar la publicación de material científico en lenguas vernáculas. Un primer paso para este apoyo debería ser una reflexión sobre el papel de la publicación en inglés en los criterios de evaluación de la actividad investigadora.

La evaluación de las publicaciones científicas realizadas en España se realiza en la actualidad -en su mayor parte- mediante su contraste con el denominado índice de impacto, cuyo cálculo se realiza por una empresa privada (Institute for Scientific Information, 1991) sobre una serie de publicaciones escogidas que cumplen unos requisitos establecidos por la propia empresa. La inclusión de una revista en el índice se realiza mediante una petición que es evaluada por un comité nombrado por la organización, y que determina si la revista se inserta o no en el Science Citation Index. El sistema contrasta con el sistema de inclusión en otros índices, como el LATINDEX[3], en el que varias instituciones públicas de varios países deciden sobre revistas en cualquier idioma del ámbito geográfico sobre el que opera.

Siguiendo en la línea de la obra citada (Capel 2004), se puede argüir que el uso del ISI (Science Citation Index) en ciencias sociales es a) culturalmente discriminatorio b) endogámico c) geopolíticamente orientado d) económicamente deficitario para todos los países excepto los Estados Unidos de América y el Reino Unido.

Discriminación cultural

En ciencias sociales, el índice se compone en su mayor parte de publicaciones anglosajonas. Las cifras (cuadro 1) son elocuentes.

Cuadro 1
Distribución geográfica de las revistas de ciencias sociales incluidas en el ISI CI (año 2003)
País
Número de revistas
EE.UU
1003
R.U.
386
Canadá
29
Francia
18
Japón
9
Rusia
7
China
3
India
3
España
2
Brasil
2
Italia
1

De estas cifras se podría deducir que el cultivo de las humanidades y las ciencias sociales en Italia es escaso, mientras que en Estados Unidos cada estado de la Unión cuenta con una media de unas 20 publicaciones importantes de interés. En el caso español, la pregunta que surge es si es cierto que sólo existen dos publicaciones relevantes en las ciencias sociales españolas (Psicothema y European Journal  of Psychiatry), de las 550 revistas españolas recogidas en el LATINDEX. Es dudoso que ninguno de los artículos publicados en alguna de esas 550 revistas, por el mero hecho de no estar escrito en inglés, posea interés científico.

En otros casos, cabe preguntarse si nada de lo escrito sobre China en chino, o sobre Rusia en cirílico cuenta con validez científica internacional. Es cuando menos dudoso que un análisis demográfico que utilice documentos originales en chino, publicado en inglés, cuente con el mismo grado de crítica científica que si fuera escrito en su lengua vernácula. Es ciertamente posible ser un excelente sinólogo completamente ignorante del inglés.

Pero lo mismo con el castellano o el catalán: un investigador estadounidense que utilizara fuentes en dichas lenguas y que publicara sus resultados en inglés se encontraría en la situación, científicamente anómala, de que podría no ser nunca contrastado por expertos en dichas lenguas, si éstos desconocieran el inglés. Por poner un ejemplo concreto: ¿es necesario saber inglés para ser un experto internacional en toponimia europea, o mejor dicho, se puede ser un experto en toponimia europea sin haber leído el libro, escrito en castellano, de Alberto Porlán (Porlán 1998), o escribir un artículo en inglés sin citarlo? Parte de la culpa de esta situación la tenemos los científicos sociales españoles, para los que parece ser natural que el marchamo de calidad de una investigación venga dado por su publicación en inglés, a la par que ha acabado pareciendo también natural que un investigador inglés no tenga por qué conocer lo publicado en revistas en otras lenguas.

Es obvio que la relación entre la publicación académica en castellano y en inglés es claramente disimétrica. El número de citas de trabajos publicados en castellano en revistas publicadas en inglés difiere en varios órdenes de magnitud de las citas de trabajos ingleses que se encuentra en las revistas publicadas en castellano. Paradójicamente, en esta relación reside una de las justificaciones de la mayor internacionalidad del valor del castellano como lengua de intercambio científico: si bien la práctica mayoría de los investigadores que utiliza el castellano como primera lengua lee trabajos en inglés, el inverso es casi siempre falso; muy pocos científicos sociales del ámbito anglosajón realizan la fase de investigación bibliográfica previa a todo trabajo serio sobre textos en castellano, excepción hecha -y sólo algunas veces- con las fuentes de datos.

Endogamia

Es política habitual de los editores contar entre los árbitros de los trabajos con científicos ya sean británicos o estadounidenses, por su (a priori[4]) dominio de la lengua en que aparecerá la publicación. A éstos se les reclama un comentario sobre el nivel de inglés del texto, que se valora como un criterio más a la hora de decidir la publicación[5]. Es claro que el sistema presenta varios efectos perversos, uno de los cuales es que dichos investigadores, y sus círculos, contarán siempre con una información privilegiada: artículos que tardarán meses en ser publicados. Otro efecto nocivo es permitir que unos pocos países detenten un número desproporcionado de árbitros debido tan sólo a que se publica en una lengua determinada, lo que genera una visión distorsionada de la importancia de la ciencia de esos países.

Orientación geopolítica

No es necesario recordar la importancia que la dominación cultural tiene sobre la dependencia económica. La pregunta que surge es si debe España permitir que la evaluación de la competencia investigadora de sus científicos sociales sea evaluada por científicos anglosajones, competidores en muchos campos de conocimiento, permitiendo que esta evaluación se realice en un solo sentido. Más importante aún cabe preguntarse si debe un país como España seguir las prioridades de investigación definidas en otro/s país/es.

Déficit económico

La publicación en muchas de las revistas indexadas conlleva el pago de los costes de publicación, costes que gravan a las instituciones nacionales para beneficio de las extranjeras, no sólo en términos estrictamente monetarios -el propio coste de edición o de ayuda a la traducción- sino también en otros intangibles, como el prestigio académico (y por tanto, en la atracción de estudiantes extranjeros y por ende de recursos). El uso del índice sugiere que si alguien quiere aprender ciencias sociales ha de recurrir al ámbito anglosajón, mientras que ni en el ámbito mediterráneo ni en el latinoamericano se encuentran autoridades reconocidas. En el caso de España, es poco inteligente que un estado delegue la evaluación de su propia política científica a determinadas universidades extranjeras.

Las consecuencias directas del uso exclusivo de este índice para la evaluación de la ciencia por parte de terceros países son, al menos: 1) el hundimiento del uso científico de lenguas otras que el inglés 2) la dependencia cultural y científica del ámbito latinoamericano y mediterráneo 3) la cesión de la dirección nacional de la política científica a dichos países 4) mistificador de la realidad de la ciencias sociales a escala internacional.

La promoción de las ciencias sociales por la administración: los criterios de evaluación

El sistema actual de promoción pública de las ciencias en España se estructura en torno al fomento de la publicación en inglés frente a la de otras lenguas. Esto se manifiesta tanto en las evaluaciones de propuestas de investigación, como en las valoraciones de méritos de los investigadores y docentes aspirantes a una plaza estable, o en el reconocimiento de la trayectoria investigadora. En los tres casos, y con objeto de conseguir una estimación supuestamente objetiva de los méritos de cada cual, se opta por el contraste con unos índices que, como ha sido suficientemente explicado con anterioridad, no son objetivos o neutros sino todo lo contrario.

Entre las consecuencias de permitir que la publicación en inglés actúe como criterio de evaluación de la calidad investigadora cabe citarse las siguientes:

- Genera una retroalimentación positiva del valor de la ciencia escrita en inglés: cuanto más se utilizan estos índices, más importancia parecen tener. El uso internacional parece sancionar al propio índice como válido, y diluyen la crítica que se pueda realizar de éste, al estandarizarlo como medida común.

- Genera dependencia exterior. Delegar la capacidad de decidir qué investigación es válida en España a investigadores con sus propios intereses nacionales, dosis varias de chauvinismo, y agenda investigadora propia es una cesión de soberanía nacional que podría tener sus consecuencias incluso a medio plazo.

- Asume implícitamente la inferioridad de la ciencia española. No conozco ningún caso de proyectos enviados a evaluar a cualquiera de las agencias de investigación británicas que haya sido evaluado en Francia, Alemania ó España, pero me consta que proyectos españoles lo han sido en lugares tan dispares como Suecia, Inglaterra ó Brasil.

- Otorga la capacidad de arbitraje a ciertos investigadores porque, simplemente, su lengua madre es el inglés. Se asume además, ingenuamente, que los científicos extranjeros carecen de los apriorismos y sesgos que pudieran afectar a los investigadores nacionales y que son, por tanto, objetivos en su evaluación.

- Genera deseconomías: la selección antinatural en función de criterios lingüísticos multiplica los recursos de los investigadores extranjeros en detrimento de los propios: en la ciencia profesional internacional la capacidad de arbitraje es un valor deseable y genera prestigio profesional, y este prestigio se utiliza como método objetivo de valoración en ámbitos con alta competencia (como por ejemplo, los proyectos europeos), perjudicando por tanto a los científicos nacionales. Ello, sin contar los efectos perversos que pudieran colegirse del mal uso de tal capacidad decisoria.

- Más grave aún, el actual estado de la cuestión incide sobre la propia ciencia, al orientar el tema de la investigación y limitar la libertad investigadora. Algunos científicos me han comentado la fría, por no decir hostil acogida que trabajos sobre temas como el imperialismo estadounidense, la colonización inglesa de América, el papel de las grandes empresas en la vida política estadounidense ó la forja de relaciones futuras entre España y Latinoamérica han recibido en revistas supuestamente internacionales (y ello, contando con el conocido talante liberal de la mayoría de los departamentos universitarios anglosajones). Esto tiene también su importancia económica. Por poner un ejemplo, el estudio de la profundización de relaciones entre los países del Mediterráneo y los latinoamericanos es un paso previo para la realización concreta de un ámbito de decisión latinoamericano, pero si estos estudios son limitados, o si se permite que la evaluación de su calidad se realice por empresas privadas de terceros países, se estará poniendo en peligro a una línea estratégica de capital importancia. Dicho sea de paso, aquí reside una de las diferencias notables entre las ciencias sociales y las naturales, que se hace notoria en Geografía: mientras las ciencias naturales son de carácter técnico, las ciencias sociales poseen una componente estratégica crucial, siendo por ello su importancia política y económica de mayor alcance.

Los investigadores poco pueden hacer ante esta situación. La selección de a qué revista presentar un artículo determinado se basa en una serie de factores entre los que se cuenta el prestigio que se puede obtener de su publicación (Turner 1988).

No obstante, la atribución de dicho prestigio no depende tanto de los propios científicos como de la escala establecida por la autoridad científica de su país: si mañana una agencia nacional decidiera que publicar en una revista española determinada otorga más puntos que hacerlo en Nature, puedo asegurar que el número de artículos enviados para su evaluación a dicha revista se elevaría varios órdenes de magnitud (como, por otro lado, sucede con cada edición anual del ISI CI: el número de artículos presentados a las revistas que ascienden en la clasificación aumenta, y disminuye el número de envíos a las que bajan).

Estas políticas públicas extrovertidas no sólo limitan la riqueza cultural y lingüística de los países, sino que impiden un desarrollo genuino de sus sectores científicos nacionales (Wichmann y Schawarz 1999), que son a la postre el sustento de una economía globalizada.

El consenso de un baremo culturalmente insesgado

Una vía de solucionar esta situación sería consensuar las revistas de ciencias sociales que van a ser consideradas como importantes de antemano, en función de los criterios que se consideren oportunos, y mantener esa clasificación durante, digamos, diez años, después de un periodo transitorio de unos dos años (que es el tiempo medio que se tarda en publicar una investigación). Una vez que la clasificación fuera hecha pública (mediante el Boletín Oficial del Estado en España, mediante los órganos competentes en otros países interesados en mantener su independencia investigadora), la evaluación podría considerarse como objetiva (ya que existiría un baremo) y justa (todo el mundo conocería de antemano las reglas). Además, el criterio sería entonces público y nacional, no privado y exógeno como sucede ahora, y con visión estratégica.

Se pueden sugerir como criterios a tener en cuenta los siguientes: antigüedad (una revista con un siglo de antigüedad no puede no estar en la lista), internacionalidad del comité editorial y de los evaluadores (revistas con un comité únicamente norteamericano, por ejemplo, son de interés puramente local, no internacional), inverso de periodicidad (una revista que un número cada semana ha de contar, por probabilidad elemental, con artículos muy malos en un año), multiculturalidad de las referencias (una revista de ciencias sociales que no cite artículos en español o francés sobre temas de España o Francia puede carecer de una adecuada revisión bibliográfica por parte de los autores), y que la revista cuente con un proceso de selección de originales explícito, plural y contrastable (no se considerarían revistas en las que la publicación dependa de un único grupo, de la voluntad del editor, o cuyo sistema sea imposible de fiscalizar). En cualquier caso, la lista de criterios habría de ser realizada por un comité plural de expertos, y tendría que contar con un consenso amplio entre los investigadores. Allí se deberían tener en cuenta tanto los intereses de aquellos cuyo dominio del inglés les ha producido unos réditos que no deberían ser conculcados, como aquellos que aún dominando el inglés cederían parte de sus intereses personales para una mejora global de la ciencia nacional.

Otro tema diferente sería decidir la ponderación de cada publicación en las revistas del nuevo índice. Es evidente que el criterio de valorar la cantidad de publicaciones no es el óptimo, y que habría que buscar otros baremos, pero esto sería ya en un marco de soberanía investigadora de la dirección de política científica, que es el primer estadio que debería alcanzarse.

¿Es realmente necesaria una lingua franca?

La razón fundamental que se esgrime para justificar el dominio anglosajón es la conveniencia de contar con una lengua común de intercambio. No obstante, discutir sobre la conveniencia de una lingua franca científica es probablemente inane, como ha señalado el profesor Capel (Capel 2004), habida cuenta del desarrollo tecnológico actual. El campo de la traducción automática avanza a tal velocidad que es probable que en un futuro no tan lejano podamos comunicarnos en la lengua que cada uno desee. No obstante, y mientras estas herramientas se generalicen, es necesario seguir aportando argumentos en contra, más aún ahora que algunos sectores británicos intentar presionar para que el inglés se convierta en lengua oficial de una UE a punto de ampliarse, y cuyos costes de traducción oficial se medirán a partir de ahora en billones de euros. Ello sin contar las traducciones requeridas en negocios privados.

Parafraseando al profesor Manuel Castells (Castells 1997), en la publicación de las ciencias sociales el medio es también el mensaje. La lengua única es el epítome del pensamiento único. La utilización singular del inglés barrería expresiones y giros que denotan no sólo un rico acervo cultural y una plétora de referencias para el lector cultivado, sino también una manera de pensar y un sentido intraducible[6]. Las traducciones de Wittgenstein al inglés dejan por el camino varios matices importantes, y lo mismo sucede con cualquier intento de sustituir referencias y evocaciones propias, sedimentadas por siglos de desarrollo intelectual, por nuevas expresiones aparentemente neutras. Por otro lado, el inglés no es precisamente la elección lingüística óptima como medio de discusión. Se ha comentado que el griego clásico era la lengua que debido a su estructura mejor expresaba la forma de pensar humana, y hay muchas razones para que una lengua como el latín[7] fuera la oficial de la UE, empezando por marcar un mismo punto de partida para todos los ciudadanos europeos.

Conclusiones

El uso del ISI CI para la evaluación de la actividad científica en los países europeos de tradición mediterránea, Asia, África y en Latinoamérica introduce un sesgo cultural, que debiera ser contestado por parte de la comunidad científica en su conjunto, y especialmente desde las direcciones de política científica. Este perjuicio, común a la ciencia española, es aún más acusado en las ciencias sociales, más sensibles al discurso. No olvidemos que son las ciencias sociales las que se ocupan de temas tales como políticas estratégicas, análisis comerciales y económicos, y diseño de directrices.

Pese a sus pretensiones de internacionalidad, el ISI CI sólo puede ser considerado como un índice regional, como el LATINDEX, con el grave defecto añadido de que se trata de un índice privado. Un verdadero método de evaluación de impacto internacional tendría que contar con a) un órgano colegiado público, internacional y paritario b) publicación multilingüe apoyada en medios técnicos ya disponibles, c) evaluación también internacional y paritaria, d) valoración en la medida del impacto de aspectos tales como la accesibilidad de la publicación, su precio y su ámbito de distribución. No obstante, y mientras esto se consiga, los científicos españoles nos veremos obligados a publicar en aquellas revistas que más rentabilidad ofrezcan aunque con ello se perjudique al sistema de investigación nacional.

Notas

[1] Hoy, con el internet, no hay ninguna razón para que las revistas científicas en ciencias sociales no sean gratuitas. Editar una nueva revista a través de una de las grandes casas comerciales tiene un coste aproximado (año 2002) del orden de los 100.000€. Por el contrario, el coste equivalente de la publicación en internet es casi cero.

[2] www.tecnociencia.es

[3] www.latindex.unam.mx

[4] Entre las decenas de anécdotas al respecto, una significativa: dos de los tres árbitros de una publicación americana de impacto ignoraban que la palabra epistemology existiera en inglés -por más que cualquier diccionario la recoja. Y lo mismo para corpus.

[5] El uso inaceptable de criterios lingüísticos en la evaluación de artículos podría solventarse utilizando medios técnicos. Sería necesario establecer una suerte de "criterio de legibilidad" que serviría para evitar discriminaciones lingüísticas. Una posibilidad sería utilizar un traductor automático en doble sentido: en una primera vuelta, se traduce el texto de la lengua A a la B. Después, se traduce el resultado utilizando el corrector desde B hasta A. Si el texto es aún comprensible y no sujeto a ambigüedades para un lector culto de la lengua A que no tenga en cuenta la componente estilística (y que no haya leído el original), entonces la traducción automática de A a B puede considerarse válida. El criterio podría servir para identificar las traducciones: cualquier investigador que se encuentre ante un texto en su lengua "traducido en doble sentido" tendría entonces la seguridad de que lo allí reflejado, si bien es probable que estilísticamente mejorable, es inteligible, y por lo tanto, citable. Desde el punto de vista más práctico, un autor podría también utilizar este proceso para pulir sus textos susceptibles de ser traducidos hasta que la diferencia entre la traducción en doble sentido y el original sea mínima.

[6] Hay pocas experiencias tan esclarecedoras al respecto como leerse El Quijote en una de sus muchas versiones inglesas. No es que El Quijote no pueda ser traducido fielmente -ninguna obra literaria de importancia lo es- sino que es que (sostengo) El Quijote no podría haberse escrito en inglés.

[7] El castellano, por otra parte, ya es la primera lengua mundial en cuanto a dispersión geográfica de sus hablantes, cooficial en parte de los EE.UU., y en el año 2050 se convertirá en la primera en número absoluto de hablantes.
 

Bibliografía

CAPEL, H. Libelo contra el inglés. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales 5/2/2004, vol. IX nº 490. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-490.htm>

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GARCÍA RAMÓN, M.D., BELIL, M. y CLOS, I.1988: La receptividad a influencias extranjeras en revistas españolas de geografía: un análisis bibliométrico. Anales de Geografía de la Universidad Complutense 1998, nº 8, p. 11-24.

GUTIÉRREZ, J. y P. LÓPEZ-NIEVA. Are international journals of human geography really international?. Progress in Human Geography, 2001, nº 25, p. 53-69.

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© Copyright: Francisco J. Tapiador, 2004
© Copyright: Biblio 3W, 2004.
 
 

Ficha bibliográfica

TAPIADOR, F. J. Sobre el inglés y la promoción internacional de las ciencias sociales españolas. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. IX, nº 505, 20 de abril de 2004. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-505.htm]. [ISSN 1138-9796].


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