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REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie  documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. IX, nº 538, 5 de octubre de 2004

HACIA LA GEOGRAFÍA

Joan Tort

Universitat de Barcelona
 

Hacia la geografía  (Resumen)

Este texto es una interpelación a la conciencia del geógrafo. En él tratamos de plantear, desde nuestro punto de vista, algunos interrogantes fundamentales acerca del sentido y la razón de ser de la geografía actual, en nuestras universidades y en la sociedad en general. La reflexión que llevamos a cabo se puede resumir en el enunciado-pregunta siguiente: En un momento como el que estamos viviendo, en que desde diferentes perspectivas de la ciencia se reclama la necesidad de una visión integradora y global, ¿por qué la geografía, reconocida a lo largo de la historia como un genuino conocimiento de síntesis,no es capaz de liderar el camino hacia un nuevo paradigma, basado en la superación de las fronteras entre las disciplinas?


Palabras clave: Síntesis, interdisciplinariedad,  globalidad,  conciencia geográfica.

Key words: synthesis, interdisciplinariety, globality, geographical commitment


La geografía, considerada desde los orígenes mismos del conocimiento científico como un saber heterogéneo y plural, que trata de dar cuenta de la complejidad del mundo, se encuentra en el momento actual (pongamos como fecha el año de 2004) en una verdadera encrucijada. Por un lado, ha conseguido en el plano académico e institucional tener una presencia significativa en múltiples foros, sea en las diferentes escalas nacionales o a escala internacional; desde este punto de vista, está claro que hoy en día es una ciencia consolidada y equiparable formalmente a cualquier otra. Sin embargo, por otro lado existen, dentro de la propia comunidad de geógrafos, grandes dudas acerca de la unidad de la disciplina y de la existencia, en el plano epistemológico, de un "sustrato común" que, más allá de la división en múltiples especialidades, permita continuar hablando de geografía como una forma de conocimiento específico. D. R. Stoddart, en 1987, se refería a este problema de un modo, a nuestro juicio, lúcido y clarividente:

"Entre nosotros se han edificado muros, y demasiados de nosotros dedicamos nuestro tiempo a desdeñar la validez intelectual de aquello en lo que nuestros colegas están interesados. (...) Encuentro a muchos de nuestros colegas desalentados, malhumorados, desilusionados, casi literalmente carentes de esperanza; y no sólo en relación a lo que es hoy la geografía, sino también respecto a lo que debería ser en el futuro." (Stoddart, 1987: 327-328)[1]

¿Por qué se ha producido esta paradoja? ¿Por qué, a pesar de contar con una historia que se remonta, en la Grecia clásica, a veinticinco siglos de existencia, el sentido de la geografía aparece hoy muy desdibujado? ¿Por qué, a pesar del desarrollo académico que ha logrado la geografía en los últimos cien años, se ha perdido casi por completo la idea de "saber complejo" que había alcanzado con anterioridad, con autores como Varenio, Forster, Humboldt o Ritter -por poner sólo cuatro ejemplos? ¿Por qué, a pesar de su brillante pasado y de los aspectos más positivos del presente, la geografía es un conocimiento escasamente conocido -e incluso mal comprendido- por el resto de la comunidad académica y por la sociedad en general? Por su complejidad, estos interrogantes no pueden tener unas respuestas sencillas. Por tal motivo, a lo largo del texto nos limitaremos a plantearlos del modo más claro posible. Y no ofreceremos respuestas (ya que no tendría sentido hacerlo, en este artículo). Pero sí daremos algunas sugerencias al respecto y formularemos, de cara al futuro, posibles líneas de actuación.

La geografía: ¿un modelo poco conocido de conocimiento global?

Uno de los grandes autores de la antigüedad, Estrabón, escribía al inicio del Libro Primero de su Geografía una reflexión que probablemente no sería compartida, hoy en día, por la mayoría de geógrafos. Decía:

"Creemos también que la geografía, que ahora nos proponemos considerar, es propia, no menos que cualquier otro estudio, de la profesión del filósofo."[2]

¿Qué sentido concreto da Estrabón a la palabra filósofo? En su estudio sobre la obra de referencia, Arturo A. Roig nos proporciona unos indicios de gran interés: "Para Estrabón -señala este autor- son geógrafos todos aquellos escritores que han demostrado un espíritu suficientemente amplio como para conciliar conocimientos muy diversos (...). Y sucede que esa amplitud de espíritu es, precisamente, lo que caracteriza al filósofo. (...) Para Estrabón, el rasgo común [de la profesión] es la tendencia a la generalización, a la síntesis de los diversos órdenes del saber humano; y esta tendencia distingue a la vez al buen filósofo y al buen geógrafo."[3]

Se podría pensar que los argumentos de Estrabón quizá tuvieran sentido para la geografía de su época, pero que no conciernen en absoluto a la geografía actual. Desde este punto de vista, cabría calificarlos como "anécdota" o como algo  meramente "arqueológico". No hay duda que el contexto de la Grecia clásica tiene muy poco que ver con el actual, marcado por el espectacular desarrollo de la ciencia en múltiples especialidades. Desde un plano estrictamente epistemológico, sin embargo, creemos que su reflexión mantiene toda su vigencia. La "amplitud de espíritu" y la necesidad de "conciliar conocimientos", expresiones que utiliza Roig para caracterizar la forma de entender la geografía por parte de Estrabón, son cualidades que, potencialmente, tienen un valor universal. Si, hoy en día, nos tomamos la molestia de considerar la historia del conocimiento geográfico desde el punto de vista de la evolución de las ideas (más que fijando la atención en unos nombres, unas fechas o unas escuelas determinadas), observaremos que la preocupación esencial del geógrafo helénico mantiene su vigencia hasta la geografía contemporánea. Quizá dicha preocupación reviste otras formas, o es formulada de un modo diferente; pero la base, lo que podríamos denominar la "inquietud intelectual" fundamental, es evidentemente la misma.

Fijémonos en este punto, por ejemplo, en el modo en que un geógrafo de nuestros días resume la problemática. Hablamos, en este caso, de Pierre George. En el primer capítulo de una obra de tipo metodológico que tuvo bastante difusión en Francia y en su entorno escribe lo siguiente:

"Ante el desarrollo de las diferentes ramas de la investigación, el conocimiento geográfico está amenazado de desintegración. La especialización ha convertido el llamado enciclopedismo en un propósito imposible. A decir verdad, la especialización es inevitable; elverdadero problema es conciliarla con una unidad de pensamiento."[4] (George, 1970: 8)

La reflexión de George, aunque breve, no es banal ni simple. Tiene una gran carga de profundidad. Y sería completamente equívoco y empobrecedor interpretarla desde la perspectiva de la denominada escuela francesa; sencillamente, porque su trasfondo filosófico no es en absoluto una cuestión de "escuela", sino un problema del conocimiento entendido en su dimensión más general. Lo podremos comprobar a continuación a través de la comparación con el fragmento de un autor de la escuela anglosajona, H. J. Mackinder. A priori se trata de un texto que, a pesar de tratar el mismo tipo de problema, no tiene nada que ver con el anterior: ni cronológicamente (fue escrito casi un siglo antes) ni en cuanto a su "filiación nacional". Una vez leído, sin embargo, uno no puede dejar de pensar en la plena vigencia de la geografía como conocimiento de vocación universal...:

"Es hora de que aparezca el hombre que, adoptando el punto de vista geográfico como punto de vista central, atienda con el mismo interés tanto a las partes de la ciencia como a las partes de la historia que revistan importancia para su investigación. El conocimiento es, después de todo, único, pero la extrema especialización de la actualidad parece ocultar el hecho para cierta clase de mentes. Cuanto más nos especializamos, más espacio y más necesidad hay de estudiosos cuyo objetivo constante sea poner de manifiesto las relaciones entre temas especializados. Una de las mayores lagunas es la existente entre las ciencias naturales y el estudio de la humanidad. Es tarea del geógrafo tender un puente sobre un abismo que, en opinión de muchos, está rompiendo el equilibrio de nuestra cultura. Córtese cualquier miembro de la geografía y habrá sido mutilada en su parte más noble."[5] (Mackinder, 1887: 144-145)

¿Qué ha fallado, históricamente, y qué continúa fallando ahora mismo para que la geografía, que podría perfectamente cumplir el papel de "conocimiento puente" que reclamaba Mackinder, se haya ido alejando del cometido integrador que durante siglos ha desempeñado? Nos atrevemos a sugerir que el motivo que ha llevado a este estado de cosas, a una actitud "dimisionaria" por parte de muchos geógrafos, es esencialmente el miedo. Miedo a afrontar, por ejemplo, una infinidad de situaciones nuevas que han acabado con certezas que parecían inconmovibles. Miedo a continuar asumiendo el papel de ciencia compleja (a medio camino entre las ciencias naturales y las ciencias sociales), en un contexto de competencia feroz entre disciplinas altamente especializadas y rígidamente definidas. Y un miedo, en todo caso, que se ha combinado en la práctica con el olvido de algunas de las premisas sobre las que se había sustentado, desde tiempos inmemoriales, nuestra disciplina: que, en geografía, sujeto y objeto son indisociables, hasta el punto que se ha afirmado que "el conocimiento geográfico no es una lectura impersonal sino un diálogo personal, un verdadero punto de vista" (Ortega, 1987: 68); que, en palabras de un autor a la vez clásico y moderno, "si reducimos los límites de la geografía, el campo que quede fuera seguirá existiendo; únicamente habrá disminuido nuestra conciencia", y que "prosperamos con la hibridación y la diversidad" (Sauer, 1956: 291-293)[6]; o que, más allá de cualquier moda pasajera, la realidad es para el geógrafo el punto de referencia permanente e irrenunciable: "el mundo real, palpable, tangible, poblado por los hombres y mujeres reales que lo han transformado" (Stoddart, 1987: 331).[7]

En este punto, debemos preguntarnos si nuestra conciencia como geógrafos va a seguir permitiendo indefinidamente un tal estado de cosas. Desde luego, esta interpelación no es ninguna novedad: otros autores se han preguntado lo mismo, con mayor o menor escepticismo, antes que nosotros. Pero lo relevante, a nuestro juicio, del momento actual es que, desde posiciones en principio alejadas de la geografía, comienzan a aparecer voces que reclaman al fin y al cabo lo mismo: un modo de abordar los problemas actuales del mundo que ponga en juego las habilidades que, desde siempre, han caracterizado al conocimiento geográfico. Muy significativo nos parece, en este sentido, que un científico de primera línea como el físico Murray Gell-Mann afirmara, unos años atrás, que "en el siglo XXI la habilidad más importante será la de la síntesis, porque permitirá hacer frente a ingentes cantidades de información."[8] Alguien habrá a quien esta afirmación le lleve a recordar el nombre de Estrabón. No nos extraña; a nuestro juicio, abordar ciertas problemáticas del futuro exigirá volver la vista a los clásicos. El pensamiento lógico nunca pierde vigencia.

Conocimiento integrado para un pensamiento complejo

Una consideración atenta de las opiniones de los autores que hemos citado hasta ahora -geógrafos, en su gran mayoría- permite apuntar una primera conclusión: que existe, dentro de la propia disciplina, una conciencia muy clara (aunque no esté generalizada) acerca de las potencialidades y las limitaciones de la geografía, tanto en la perspectiva histórica como en la actual. Si esto fuera realmente así, podríamos pensar que el futuro se presenta esperanzador; nada mejor que un buen "diagnóstico" de los problemas para poder instrumentar líneas de actuación que permitan solucionarlos. En todo caso, a nuestro modo de ver la cuestión no termina ahí. En la medida que el conocimiento geográfico no es algo que se pueda circunscribir a un determinado grupo humano o a una determinada corporación profesional, debemos admitir que los puntos de vista "externos" a la comunidad de geógrafos, pero relacionados con la geografía, pueden tener un interés y una trascendencia extraordinarios para nuestra disciplina. En este sentido, nos ha llamado la atención que en los últimos años dos aportaciones significativas a escala internacional sobre los grandes retos de la ciencia y del conocimiento en general hayan pasado, entre los geógrafos, bastante desapercibidas. Nos referimos a la del naturalista Edward O. Wilson y su idea de consilience (o "unidad del conocimiento"), y a la del filósofo y sociólogo Edgar Morin, que ha defendido la interdisciplinariedad como la base de un nuevo paradigma científico. Ambas aportaciones entroncan directamente con los argumentos que hemos ido desarrollando hasta ahora. Vamos a tratarlas a continuación.

El  norteamericano Edward O. Wilson ilustra, con su propia biografía, algo que él mismo desarrolla teóricamente en algunas de sus obras: que entre "lo particular" y "lo general" no existe oposición, sino diferencia de escala. Especializado, como biólogo, en el estudio de las hormigas -campo en el que es considerado una autoridad mundial-, ha compaginado la investigación en este ámbito con la reflexión filosófica y con la divulgación, lo que le ha valido un amplio reconocimiento internacional. Una de sus obras recientes, no exenta de polémica, es Consilience. The Unity of Knowledge. En ella plantea, como tesis fundamental, la necesidad de superar la separación convencional entre "ciencias" y "humanidades" y de caminar hacia una unificación de las disciplinas. Para Wilson, la clave de dicha unificación es lo que denomina consilience (término intraducible que equivale aproximadamente a "confluencia"); un concepto cuya consecución debe ser el objetivo prioritario del conocimiento del futuro. Dice el autor:

"Las fronteras entre disciplinas dentro de las ciencias naturales están desapareciendo, para ser sustituidas por ámbitos híbridos cambiantes en los que está implícita la consiliencia. Estos ámbitos cortan a través de muchos niveles de complejidad, desde la física química y la química física hasta la genética molecular, la ecología química y la genética ecológica. Ninguna de las nuevas especialidades se considera más que un foco de investigación. Cada una de ellas es una industria de ideas frescas y tecnología que avanza." (Wilson, 1998: 10-11)[9]

Para Wilson, la superación de las fronteras internas en las ciencias naturales constituye el primer paso de un largo proceso que desembocará, en última instancia, en la unificación de ciencias y humanidades. Se trata de un proceso no inducido artificialmente, sino movido por su propia lógica interna y se fundamenta, según Wilson, en la evidencia (de fuertes resonancias kantianas) que entre la "historia física" y la "historia humana" no hay separación sino continuidad. Dicha lógica, que se resuelve en la práctica en la transformación progresiva de lo "desconocido" en "conocido" (o sea, en ciencia), tiene en la filosofía una poderosa herramienta coadyuvante:

"Dado que la acción humana comprende acontecimientos de causas físicas, ¿por qué habrían de ser las ciencias sociales y las humanidades impermeables a la consiliencia dentro de las ciencias naturales? (...) No existe nada fundamental que separe el curso de la historia humana del curso de la historia física, ya se desenvuelva en las estrellas o en la diversidad orgánica. (...) La filosofía desempeña un papel vital en la síntesis intelectual, y nos mantiene vivos en el poder y la continuidad del pensamiento a través de los siglos. (...) Nos estamos acercando a una nueva era de síntesis, en la que la comprobación de la consiliencia es el mayor de todos los retos intelectuales. La filosofía, la contemplación de lo desconocido, es un ámbito que se está reduciendo. Tenemos el objetivo común de convertir en ciencia tanta filosofía como sea posible." (Wilson, 1998: 11-12)[10]

Desde un punto de vista muy diferente (podríamos decir: desde el punto de vista de las humanidades, en vez del de las ciencias naturales), el francés Edgar Morin ha planteado unos interrogantes acerca de los grandes retos del conocimiento actual que, en lo fundamental, coinciden con las apreciaciones de Wilson. Creador del denominado "pensamiento complejo", que tiene en la interdisciplinariedad (o perspectiva transdisciplinaria, o transversal) uno de sus grandes ejes, Morin ha expuesto con claridad sus ideas epistemológicas en una obra del año 1999: La tête bien faite. Repensar la réforme. Reformer la pensée, orientada especialmente, como se señala al inicio, "a los que enseñan y a los que son enseñados".[11] Su diagnóstico sobre las cuestiones que nos ocupan se resume en los párrafos iniciales del primer capítulo del libro, que lleva por título "Los desafíos":

"Hay una inadecuación cada vez más grande, profunda y grave entre nuestros saberes discordes, troceados, encasillados en disciplinas, y unas realidades y problemas cada vez más pluridisciplinarios, transversales, multidimensionales, transnacionales, globales, planetarios. Esta inadecuación convierte en invisibles los conjuntos complejos, las interacciones y retroacciones entre las partes y el todo, las entidades multidimensionales, los problemas esenciales. (...) El desafío de la globalidad es pues, al mismo tiempo, un desafío de complejidad. En efecto, existe complejidad mientras sean inseparables los componentes diferentes que constituyen un todo (como lo económico, lo político, lo sociológico, lo psicológico, lo afectivo, lo mitológico) y haya un tejido interdependiente, interactivo e interretroactivo entre las partes y el todo, el todo y las partes. Ahora bien, los desarrollos propios de nuestro siglo y de nuestra era planetaria nos enfrentan cada vez más a menudo, y cada vez de un modo más ineluctable, a los desafíos de la complejidad. (Morin, 1999: 13-14)[12]

En cualquier caso, la "estrategia intelectual" que propone Morin es objeto de un desarrollo detallado en el segundo capítulo del libro. En él, desde una perspectiva esencialmente pedagógica, traza las grandes líneas de lo que a su juicio sería una correcta organización del saber. Y habla, concretamente, de un nuevo espíritu científico; un "espíritu" que tendría que poner un énfasis especial en los conocimientos con proyección multidisciplinaria y con capacidad para establecer complejos de conexiones. Para Morin -y esto es, para nosotros, lo verdaderamente significativo-, la geografía es, sin duda alguna, uno de tales conocimientos. Dice el autor, al respecto:

"El desarrollo de las ciencias de la Tierra y de la ecología revitaliza a la geografía, ciencia compleja por principio en la medida que concierne a la física terrestre, a la biosfera y a las implantaciones humanas. Marginada por las disciplinas triunfantes, privada de pensamiento organizador más allá del posibilismo de Vidal de la Blache o del determinismo de Ratzel, la geografía, que por lo demás proporcionó sus profesionales a la ecología y a las ciencias de la Tierra, recupera sus perspectivas multidimensionales, complejas y globalizantes. (...) La geografía se amplifica hasta convertirse en ciencia de la Tierra de los hombres." (Morin, 1999: 31-32)[13]

Personalmente, algunos aspectos de los dos fragmentos transcritos de la obra de Morin nos llaman mucho la atención. Por un lado, los conocimientos sobre geografía que pone de manifiesto; algo que no debe extrañarnos en un intelectual de vasta formación como él.[14] Por el otro (y esto es lo fundamental), los grandes paralelismos y simetrías que es posible establecer entre sus ideas y las de Wilson, expuestas igualmente desde un talante saludablemente provocador. Paralelismos y simetrías de una gran trascendencia, a nuestro modo de ver, en lo que respecta a un posible replanteamiento de la geografía como saber de tipo universalista. Pero dejaremos esta cuestión para el siguiente -y último- epígrafe. Sólo nos resta dejar constancia, en éste, de un temor que desearíamos infundado: que el limitado conocimiento que existe de Wilson fuera del mundo anglosajón, y de Morin fuera del franco-latino, sean una consecuencia de la escasa comunicación existente entre los dos respectivos "modos" o "estilos" de construir cultura (y, hasta cierto punto, de construir ciencia). Un problema que, en lo que concierne estrictamente a la geografía, creemos que está muy lejos de  ser superado.[15]

Recapitulación. ¿Hacia la geografía?

En 1991 Peter Gould escribió, en un artículo periodístico en que reflexionaba sobre las consecuencias de la catástrofe nuclear de Chernobil, un breve apunte sobre el quehacer del geógrafo. Un apunte que tiene mucho que ver con lo que hemos escrito hasta aquí, y que nos sirve como pórtico de nuestra recapitulación final:

"Todos somos geógrafos, de la misma manera que todos somos historiadores o filósofos; es decir, personas capaces de pensar sobre nuestra existencia en el espacio y en el tiempo."[16]

Desde nuestro punto de vista hay en la aseveración de Gould una palabra que, al modo de una metáfora o de un símbolo, nos da una posible clave para la geografía de hoy y de mañana. Se trata de verbo pensar. "Pensar", en el sentido abierto y creativo que tiene este término -más allá del sentido estricto de "racionalizar" o de "utilizar la razón".[17] Es decir, como forma de considerar las cosas desde la premisa de la "continuidad" y de la "integración", más que desde el "aislamiento" y la "fragmentación"; como disposición a formularnos y a formular "las grandes preguntas, sobre el hombre, sobre el territorio,sobre los recursos, sobre el potencial humano" (Stoddart, 1987: 334);[18] como búsqueda incansable de valores como "la verdad, la generalidad, la precisión, la autoconciencia y la honestidad intelectual", que han de ser reivindicados de modo prioritario por toda investigación, sea científica, filosófica o humanística (Mosterín, 2001: 44). Desde este modo de entender la palabra pensar serían posibles, en geografía, dos cosas muy importantes: por un lado, recuperar de un modo creativo el "terreno común" que los diferentes ámbitos temáticos de nuestra disciplina habían compartido (dando así sentido de nuevo a la noción de complementariedad, hoy casi olvidada); por el otro, poner en evidencia las fecundas reciprocidades que el conocimiento geográfico puede establecer con cualquier otro campo del saber (circunstancia que a menudo se ha vivido como una contradicción, a pesar de significar, por lo general, un enriquecimiento).[19]

En un mundo globalizado y marcado por múltiples contradicciones a diferentes escalas, el ejercicio de pensar, en cualquier caso, debe asociarse necesariamente a la idea de la complejidad. Esta noción, que en un inicio habríamos reservado a los filósofos, se está convirtiendo en el término más idóneo para expresar lo "heterogéneo": el universo de significados, a menudo ambivalentes, de todo cuanto nos rodea. Sería muy positivo de cara al futuro, creemos, que la geografía asumiera sin ningún tipo de complejo dicha noción, que ha permitido fecundos desarrollos conceptuales en otros campos: en el terreno del arte y de la experiencia artística, sin ir más lejos.[20] Convendría que no olvidáramos, como geógrafos, que en el origen mismo de nuestra disciplina encontramos los que sin duda es uno de los mayores "retos de complejidad", en sentido epistemológico, que puedan existir: la conexión de lo "físico" y lo "humano"; de la "naturaleza" y el "hombre".[21]

No existe ningún motivo profundo, por lo demás, para creer que la geografía ha perdido o está perdiendo su razón de ser. El hecho de que el mundo de hoy sea más complejo que el de hace unos siglos, o el de hace tan sólo unas décadas, no nos exime (en el caso de que tal suposición fuera verdad) de nuestra responsabilidad esencial como geógrafos. Aunque nuestras tareas, nuestros análisis o nuestras propuestas no sean nada sencillas en una época como la actual -en la que, además, el volumen de información crece a un ritmo vertiginoso-, no cabe de ningún modo la renuncia o el abandono. Que nuestro cometido sea más difícil no implica que sea menos necesario. D. R. Stoddart lo explica muy bien en un párrafo del artículo al que hemos aludido. Sus palabras, por su profundo significado, y por el hecho de reflejar una visión de la geografía que compartimos plenamente, creemos que son las más adecuadas para finalizar este texto:

"Mi visión (...) es, en este sentido, una visión muy conservadora, que encuentra sus raíces en el pasado. Pero está en las antípodas de constituir una geografía obsoleta. Se trata de una geografía real -que se reafirma como geografía unitaria, basada en Forster y Humboldt, y al mismo tiempo una geografía comprometida, que trata de hacer honor a las aspiraciones de Kropotkin. Es una geografía que mira hacia el futuro, y el futuro está todavía en nuestras manos para poder construirlo bien. Es una geografía que nos enseñará las realidades del mundo en que vivimos, cómo vivir mejor en él y con los demás. Es una geografía que debe enseñar a los que nos son próximos, a nuestros estudiantes y a nuestros niños, cómo entender y respetar el diverso patrimonio terrestre." (Stoddart, 1987: 333)[22]

Notas
 

[1] Versión española del texto:  "Altas miras para una geografía de final de siglo". En Gómez Mendoza, J.; Muñoz, J.; Ortega, N.  (1988), El pensamiento geográfico. Estudio interpretativo y antología de textos. Madrid: Alianza Editorial, p. 531 -545. Traducción de J. Gómez.

[2] Estrabón. Geografía. Prolegómenos. Traducción y notas de Ignacio Granero. Introducción de Arturo A. Roig. Madrid: Aguilar, 1980. Libro primero, capítulo I, epígrafe 1, página 5.

[3] Arturo A. Roig. Obra citada en la nota anterior, p. XVII-XVIII. La cursiva es nuestra.

[4] La cursiva es nuestra. Versión española: Los métodos de la geografía. Vilassar de Mar: Oikos-tau, 1973. Traducción de Damià de Bas.

[5] La cursiva es nuestra. Versión española: "El objeto y los métodos de la geografía". En obra citada en nota 1, p. 204-216. Traducción de J. Gómez.

[6] Versión española:  La educación de un geógrafo. In GARCÍA RAMÓN, M. D. Teoría y método en la geografía humana anglosajona. Barcelona: Ariel, 1985. Traducción de M. D. García.

[7] Obra citada en nota 1, p. 537.

[8] Citado por Howard Gardner, en una entrevista en La Vanguardia  el 12.2.1999. La cursiva es nuestra.

[9] Versión española:  Wilson, E. O.  Consilience. La unidad del conocimiento. Barcelona: Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1999. Traducción de J. Ros, p. 18.

[10]Ibídem, p 19-20.

[11] Página 7 de la edición en español: Morin, E. La mente bien ordenada. Barcelona: Seix Barral, 2000. Traducción de M. J. Buxó.

[12]Ibídem, p. 13-15.

[13]Ibídem, p. 35.

[14] Para una visión general y sintética del pensamiento de Morin véase Tort, J.; Tobaruela, P., 2003.

[15] Nos permitimos un ejemplo bibliográfico, a nuestro juicio muy elocuente: el libro de Tim Unwin The place of Geography, publicado originalmente en 1992 (la edición española es de 1995). El marcado sesgo anglosajón de esta obra (que, por lo demás, pretende ser una historia de la geografía) queda reflejado en un solo dato: de sus 342 páginas (edición española), aproximadamente 1 (es decir, una) se dedica a Vidal de la Blache.

[16] Peter Gould, "Contaminación sin fronteras". La Vanguardia, 20.4.1991. La cursiva es nuestra.

[17] El escritor José Luis Sampedro reivindica en su obra la vigencia de una idea global de pensar, en el sentido de abarcar toda la potencialidad cognitiva y sensorial del ser humano. Desde esta perspectiva, la acción de pensar involucraría a la vez la "razón" y el "sentimiento". Véase, al respecto, Palacios, G., 1996.

[18] El propio autor añade, unas líneas más adelante: "Necesitamos recordar que la ciencia tiene que hacerse preguntas atrevidas como éstas." En obra citada en nota 1, p. 544.

[19] Probablemente esta aptitud para la "reciprocidad" con otras disciplinas ha fundamentado el calificativo de universalista que a menudo se ha otorgado a la geografía.

[20] El físico Jorge Wagensberg se ha referido al arte como "una forma de conocimiento basada en la posibilidad de comunicar complejidades ininteligibles." (Wagensberg, 1998: 90). Por su parte, el artista Jürgen Partenheimer trata estas cuestiones en una extensa y profunda reflexión, fundamentada en su propia obra artística. (Partenheimer, 1993).

[21] Henri Baulig, en vez de "conexión" habla de liason; término que consideramos tan preciso como difícil de traducir. (Baulig, 1948: 11)

[22] Obra citada en nota 1, p. 543. La cursiva es del original.
 

Bibliografía

 
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© Copyright: Joan Tort, 2004
© Copyright: Biblio3W, 2004

 

Ficha bibliográfica

TORT, J. Hacia la geografía. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. IX, nº 538, 5 de octubre de 2004. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-538.htm]. [ISSN 1138-9796].


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