REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES (Serie documental deGeo Crítica) Universidad de Barcelona ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 Vol. XI, nº 649, 5 de mayo de 2006 |
HOMENAJE A JAVIER GARCÍA-BELLIDO (1943-2006)
Indice
Horacio Capel Sáez, Universidad de Barcelona: De la Teoría General de la Urbanización a la Coranomía o ciencia transdisciplinaria del territorio.
Pedro Álvarez de Miranda, Universidad Autónoma de Madrid: Javier García-Bellido o el entusiasmo contagioso.
Isabel Rodríguez Chumillas, Universidad Autónoma de Madrid: Homenaje a Javier García-Bellido. El discurso interdisciplinario en torno a la urbanización.
Josep Roca Cladera, Universidad Politécnica de Cataluña: García-Bellido y la propiedad desagregada
Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez, Universidad Carlos III de Madrid: Javier García-Bellido o el urbanismo en ebullición.
Palabras clave: teoría de la urbanización, coranomía, urbanismo español, urbanización, morfología, promoción inmobiliaria .
Key words: Spanish urbanism, theory of urbanization, coranomy, urbanization, morphology, real estate developpment
DE LA TEORÍA GENERAL DE LA URBANIZACIÓN A LA CORANAOMÍA O CIENCIA TRANSDISCIPLINARIA DEL TERRITORIO
Es verdaderamente excepcional tener
el privilegio de asistir a la presentación académica de una
nueva ciencia, y de su corpus teórico y conceptual. Esa fue la impresión
que experimenté cuando en septiembre de 1999 formé parte
del tribunal que juzgó la Tesis Doctoral de Javier García-Bellido
en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, de la Universidad Politécnica
de la misma ciudad. La Tesis de García-Bellido era una obra verdaderamente
monumental elaborada durante más de una década, y preparada
desde antes aun por la continuada dedicación a los temas del urbanismo
desde los años 1970. La Tesis llevaba el título de Coranomía.
Los universales de la Urbanística. Estudio sobre las estructuras
generativas de las ciencias del territorio, y acometía nada
menos que la inmensa tarea de fundamentar una nueva ciencia, la Coranomía
o ciencia transdisciplinaria del territorio, que pretendía ser un
fundamente para el urbanismo científico. La obra constituye un hito
destacado en el desarrollo de la teoría urbanística, y solo
la autoexigencia y el perfeccionismo de su autor, así como la misma
extensión (1.163 páginas a unos 5.400 caracteres por página)
ha impedido que esté ya publicada y que se le atribuya la importancia
mundial que posee.
Una vida profesional dedicada al servicio de la administración pública
Javier García-Bellido y García de Diego obtuvo en 1967 el título de arquitecto por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid y realizó luego en Londres durante dos años (1973-75) un Master en Planeamiento y Diseño Urbano en la Postgraduate Planning School de la Architectural Association School of Architecture.
Desde su vuelta a España ha sido sobre todo un funcionario ejemplar, al servicio del Estado, defendiendo siempre la importancia de lo público frente a los interese privados. A partir de 1976 ha sido sucesivamente Técnico asesor de la Dirección General de Urbanismo del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, miembro del Gabinete de Estudios de la Dirección General de Urbanismo del Ministerio de la Vivienda, Jefe del Servicio Técnico de Urbanismo de la Diputación Provincial de Madrid (1980-83), Director del Centro de Estudios Urbanos del Instituto de Estudios de Administración Local del Ministerio de Administraciones Públicas (1983-87), Vocal Asesor del Gabinete Técnico de la Presidencia del Instituto Nacional de Administración Pública en el mismo Ministerio (mayo 1991-marzo 1992), Subdirector General de Estudios para la Administración Local y de Estudios y Documentación, del INAP ( 1987-91). Desde 1992 a 2001 fue Subdirector General de Urbanismo y Director Técnico en el Ministerio de Obras Públicas y Transportes, y luego en el de Fomento. En la actualidad era Consejero Técnico, Jefe de Área de la Subdirección General de Urbanismo de la Dirección General de Vivienda, Arquitectura y Urbanismo de este Ministerio.
Como técnico de la administración pública Javier García-Bellido ha participando en la elaboración de la legislación urbanística española de los últimos años. Entre otras, en la preparación del Libro Blanco y en las propuestas de la Ley del Suelo de 1975 y en aspectos de la legislación de la Comunidad Autónoma de Madrid, y ha sido Secretario de la Comisión de Expertos sobre Urbanismo para la revisión de la legislación urbanística (1994). Pero además de ello, y de haber trabajado ocasionalmente también como arquitecto, ha sido autor y director de Planes Municipales de Ordenación Urbana, de normas subsidiarias, de PERI, autor de planes parciales y asesor de un cierto número de equipos de planeamiento.
Su conocimiento de la práctica y de las normas urbanísticas era incuestionable. Y se refleja también en su participación en diversos libros que alcanzaron una gran difusión, como el que editó con F. Fernández Longoria, E. Leira, J. Ruiz Elvira y B. Ynzenga, con el título Planeamiento metropolitano. Criterios y objetivos (1983), para el Centro de Estudios Urbanos del Instituto de Estudios de Administración Local; y el que elaboró con R. Santos Diez y J. Jalvo sobre Práctica de la Reparcelación (1987) para el Centro de Estudios Urbanos del IEAL.
Sus actividades en la administración pública no le han impedido ejercer un magisterio y tener un activo papel en la gestión y difusión de la investigación científica sobre urbanismo en España. Ha sido durante estos años profesor de numerosos cursos de urbanismo en el Instituto Nacional de Administraciones Públicas, en diversas Universidades y centros docentes y de investigación, así como ponente o conferenciante en varios centenares de congresos y coloquios sobre la materia, nacionales y extranjeros.
La relación de sus publicaciones se acerca a la cifra de 150 trabajos, entre los cuales más de una decena de libros como autor o colaborador y artículos científicos y de información publicados en diferentes revistas especializadas. El currículum vitae y la cita de sus trabajos puede verse en la Red Geocrítica Internacional (disponible en <http://www.ub.es/geocrit/garcibel.htm>) y es una demostración clara de su incansable actividad y su interés por temas variados.
Ha sido asimismo un muy importante gestor de la investigación científica a través de su función editorial en diversas revistas. Ha formado parte, por ejemplo, del comité editorial de Town Planning Review, editada por el Department of Civic Design de la Universidad de Liverpool, y de la revista Alfoz, editada por la Comunidad de Madrid entre 1983 y 1992. Pero sobre todo ha sido esencial su papel en la revista Ciudad y Territorio, a la que se incorporó en 1983, y de la que sería director desde enero de 1993, tras su fusión con Estudios Territoriales, sustituyendo a la geógrafa Carmen Gavira, otra gran figura de los estudios urbanos en España. A través de las páginas de Ciudad y Territorio Javier García Bellido fue dando sus opiniones sobre cuestiones muy relevantes del urbanismo español, y en ella publicó algunos de sus más valiosos trabajos.
En Ciudad y Territorio fue dando cuenta de la elaboración y revisión de planes de ordenación urbana de numerosas ciudades españolas. También informó sobre cambios en la gestión del suelo urbano, y en concreto sobre los temas siguientes, a los que dedicó sendos artículos: las transferencias de aprovechamientos urbanísticos como técnica para la obtención gratuita de suelo para equipamientos públicos; las innovaciones en el planeamiento metropolitano; los problemas que la propiedad privada plantea a la gestión del suelo urbano; el tratamiento que debe darse a las situaciones de ruina urbanística, y la obligación de los propietarios de conservar los edificios y de rehabilitarlos; la práctica de la reparcelación; las plusvalías en el espacio rústico y las patologías urbanísticas en estos espacios; la conservación del patrimonio histórico, y las directrices para la intervención municipal; o los conflictos entre diferentes administraciones públicas en la gestión del territorio.
También abordó el problema de la liberalización del mercado del suelo y los cambios en el derecho de propiedad; los factores estructurales que dificultan la política de suelo en España favoreciendo la especulación privada y dificultando la obtención de plusvalías públicas; en este sentido recordó con insistencia que según el mandato de la Constitución Española de 1978 debía impedirse la primera y participar en las segundas (1995). Asimismo informó sobre los cambios en la legislación europea, como el significado de la Ley británica sobre Community Land en 1975 y, en relación con ello, debatió los problemas planteados por una posible socialización del suelo.
Tuvo asimismo un gran interés por la comparación entre los modelos urbanísticos europeos y americanos, y dentro de los primeros trató de poner de manifiesto la originalidad e incluso el carácter excepcional de los ensanches españoles y de otros principios urbanísticos de nuestro país. En ese sentido, dedicó atención a los procesos de reparcelación y compensación, que tanta importancia adquirieron con la legislación de ensanches en el siglo XIX.
Otras revistas muy significativas de los años 1970 acogieron también sus trabajos. Por ejemplo la Revista del CEUMT (Centro de Estudios Urbanos, Municipales y Territoriales), y de CAU. Construcción, Arquitectura, Urbanismo, del Colegio de Aparejadores de Barcelona, que tan importantes funciones de difusión y debate tuvieron en los primeros años de la democracia, y donde publicó trabajos sobre la participación popular y el papel de los movimientos asociativos en el planeamiento. En relación con ese interés debe citarse asimismo su colaboración con la editorial Nuestra Cultura, y concretamente con la colección “Hacer la Ciudad”, cuyo número 1 fue escrito por él en colaboración con Luis González Tamarit, con prólogo de Fernando de Terán, y apareció con el título Para comprender la Ciudad. Claves sobre los procesos de producción del Espacio. Estaba muy preocupado por los problemas de la participación pública en el proceso de planeamiento urbano, y recuerdo muy bien el interés con que recibió la idea de poner en marcha en el sitio web de Geocrítica una sección sobre el tema de “Ciudadanía y participación”.
Su conocimiento
del alemán le permitía también seguir el desarrollo
de las ideas urbanísticas en ese país, y difundir noticias
sobre las ciudades españolas. Su trabajo sobre la jerarquía
de la red urbana española (“Das spanische Städtenetz und die
hierarchische Gliederung des Raumes” ) es, por otra parte, el único
de autor español citado en un manual
de geografía urbana alemán, el de Heinz Heineberg (2000),
que forma parte de los Grundriss of Allgemeine Geographie de gran
difusión en el mundo germano.
Los universales de la urbanística: la Coranomía
No extraña que con toda esta experiencia García Bellido se sintiera con fuerzas para acometer un proyecto intelectual de gran ambición, la creación de una nueva ciencia, a la que denominó Coranomía. Ese fue el proyecto que concibió a comienzos de 1990 y que convirtió en una Tesis doctoral, en la que trabajó con gran pasión y continuidad durante toda una década.
Seguramente fue un proyecto madurado lentamente, pero revisando ahora su biografía y sus escritos, para redactar esta nota, tengo la impresión de que se sintió espoleado a ello por el íntimo conocimiento que tuvo de otro proyecto de similar ambición abordado ciento treinta años antes, el de Ildefonso Cerdá.
El interés que tenía por las peculiaridades del urbanismo hispano y, en particular, de los ensanches españoles del siglo XIX le condujo, lógicamente, hacia Ildefonso Cerdá durante los años 1980. El estudio e interpretación de la obra de este ingeniero de caminos absorbió muchas energía suyas, en particular la Teoría General de la Urbanización que había sido difundida en 1967 en una edición realizada en Madrid por el Instituto de Estudios Fiscales, al cuidado de Fabián Estapé.
A todo ello se unió la circunstancia feliz del descubrimiento de nuevos trabajos inéditos de Ildefonso Cerdá y el papel que García Bellido tuvo en la edición de las nuevas obras de este ingeniero encontradas por Fuensanta Muro y Pilar Rivas en los archivos que conservaban la documentación del Ministerio de Fomento. Gracias a su entusiasmo, y al apoyo de Luciano Parejo, Subsecretario del Ministerio para las Administraciones Públicas, y de Joaquín Arango, Subscretario del de Educación y Ciencia, así como de otros políticos, funcionarios e investigadores, la Teoría de la Construcción de las Ciudades, la Teoría de la Viabilidad Urbana, y otros trabajos inéditos de Cerdá de carácter general y sobre los ensanches de Barcelona y de Madrid, pudieron publicarse en 1991, en una cuidada edición por el Instituto Nacional de Administración Pública del Ministerio para las Administraciones Públicas, con la colaboración de los Ayuntamientos de Barcelona y Madrid. En el prefacio a cada uno de estos dos volúmenes el mismo García Bellido da cuenta de las vicisitudes de los hallazgos y del proceso de trascripción, estudio y edición (García Bellido 1991).
Para una persona que tenía una larga experiencia en los problemas del urbanismo español y europeo, que conocía bien el desarrollo de otras ciencias sociales y que estaba dando vueltas a la necesidad de una nueva fundamentación científica del campo del urbanismo, es lógico que el camino que había seguido Ildefonso Cerdá para fundar el urbanismo tuviera un gran interés. Por ello dedicó varios trabajos a su obra, al nacimiento del urbanismo durante el XIX, a la evolución de conceptos urbanísticos y de la terminología, a las diversas vías del urbanismo en los países hispanoamericanos. Es también natural que uno de los primeros trabajos que dedicó a Cerdá con ocasión del Congreso sobre Cerdà i el seu Eixample a Barcelona, organizado por el MOPT y el Ayuntamiento de Barcelona en 1992 se refiera precisamente al método científico que aplicaba Cerdá en la elaboración de su obra (García-Bellido 1992).
Una primera síntesis de sus ideas sobre cuestiones terminológicas fue la que preparó para el libro de homenaje al profesor Antonio Bonet Correa y que se publicó por la Universidad Complutense con el título de Tiempo y espacio en el arte (1994). Su trabajo sobre los "Inicios del lenguaje de la disciplina urbanística en Europa y difusión internacional de la 'urbanización' de Cerdá", muestra claramente que estaba preocupado por los problemas terminológicos y reflexionando sobre la evolución de los conceptos, teorías y neologismos en torno a la urbanización. Puede sospecharse que eso sucedía precisamente en relación con su propia preocupación por dar un nombre al urbanismo científico que trataba de fundamentar. En ese sentido hay que interpretar su observación de que en el caso de Cerdá lo trascendente al crear el neologismo ‘urbanización’ era que lo hacía “no como capricho neológico descontextualizado o como ejercicio ilustrado, sino como necesidad terminológica para la configuración acabada de una disciplina científico-técnica que él mismo identifico e inició como tal en su sentido moderno; esto es lo importante” (García Bellido 1994, p. 1.131).
En aquel momento él ya tenía decidido el nombre que había de darse a la nueva ciencia. Así se comprueba en el artículo que publicó el mismo año 1994 con el título "La Coranomía: propuesta de integración transdisciplinar de las ciencias del territorio” y el mismo número monográfico en el que se incluyó este artículo, publicado por la revista Ciudad y Territorio/ Estudios Territoriales y dedicado a "Región y Ciudad Ecológicas”.
Todo eso le fue permitiendo avanzar en su propia teorización. En su esfuerzo por encontrar las invariantes del urbanismo tienen especial importancia sus reflexiones sobre los principios del urbanismo islámico y las reglas morfogenéticas de la transformación de sus ciudades, a lo que dedicó varios artículos en aquellos años. Así como su conocimiento profundo de los avances de la arqueología, una ciencia con la que se puso en contacto desde la niñez siguiendo los trabajos de su padre y que le permitió formular sugestivas hipótesis sobre la evolución de la vivienda humana y de los procesos de agregación en aldeas, pueblos y ciudades.
Al mismo tiempo, su convicción de la necesidad de una integración transdisciplinaria de las ciencias del territorio lo condujo decididamente hacia la geografía, una disciplina cuyo desarrollo en el mundo británico había conocido ya en los años 1974 y 75 cuando realizaba en master en Londres. Y me consta que durante los años 1980 y 90 había profundizado en ella, realizando atentas lecturas sobre los debates teóricos que se realizaban en la disciplina.
Sin duda esa fue la razón por la que en 1999 el Departamento de Urbanística y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Madrid me invitó a formar parte del tribunal de su Tesis, en el que había también un jurista (Luciano Parejo), un sociólogo (Jesús Leal Maldonado) y dos arquitectos (Antonio Fernández Alba y Fernando Roch Peña).
El trabajo que nos entregó Javier García-Bellido me impresiono profundamente, y pude dedicar una buena parte del verano a su detallada lectura. La importancia que le atribuí hizo que dedicara un largo comentario a la misma en Biblio 3W, el cual trataba de dar a conocer el carácter monumental de la obra, resumir sus ideas fundamentales y poner de relieve sus valores, a la vez que debatía algunos aspectos de la misma (Capel 1999). Me alegra mucho haber contribuido a difundir esta obra, especialmente porque después de la presentación de la Tesis el autor se dedicó a una cuidadosa y laboriosa tarea de preparación de la edición, que no había terminado en el momento de su muerte. Su autoexigencia era muy grande, y le preocupaban hasta los detalles más pequeños. Creo que el comentario de un arquitecto sobre las ilustraciones –que yo había encontrado que eran de una gran claridad y utilidad- le hizo pensar en revisarlas todas, lo que unido a su intensa actividad en otras tareas fue retrasando la necesaria publicación de esta obra monumental.
No voy a repetir el resumen y los comentarios que hacía en aquella ocasión, ya que puede accederse fácilmente a los mismos (en http://www.ub.es/geocrit/b3w-168.htm). Pero sí quiero insistir en la seriedad de la propuesta que se realiza para fundamentar la Coranomía, discutiendo con soltura en campos tan variados como la arqueología, la sociobiología, la lingüística y otras variadas ramas del conocimiento. Y reiterar la seriedad y la solidez de su propuesta, que debate ante todo los problemas de delimitación del campo de la urbanística, discute las relaciones entre naturaleza y cultura, presenta los presupuestos sociobiologicos del orden espacial, elabora una gramática coranómica rigurosamente formalizada y, finalmente, realiza una aplicación de los principios establecidos para mostrar la validez de los mismos.
Algunos pequeños comentarios críticos que yo hacía en ese artículo, en el que creía ver ciertos sesgos corporativos, llevaron a Javier García-Bellido a elaborar una respuesta que prolongó el debate, y que también está disponible en la revista Biblio 3W (García Bellido 1999). Lo interesante de dicha respuesta es que su autor insistió en el carácter transdisciplinario que pretendía dar a la Coranomía, la cual trataba precisamente de superar el corporativismo a través de equipos multidisciplinarios dirigidos por un director transdisciplinario coranomista, y puso énfasis en la necesidad de crear estudios específicos de tercer grado para formar planificadores y ordenadores del territorio, a los que deberían incorporarse también los arquitectos e ingenieros que quisieran participar en ese campo de actividad.
En los últimos años Javier García Bellido estaba muy interesado en las nuevas posibilidades que abría la aplicación de los Sistemas de Información Geográfica y otras técnicas nuevas al campo del urbanismo, en explorar programas de gestión urbanística, y en la modelización urbana, para la simulación del diseño y del planeamiento urbanístico.
También estaba especialmente interesado por la figura de Pascual Madoz, sobre todo desde que, por sugerencia suya, se dio el nombre de este político progresista al Instituto Madoz creado por la Universidad Carlos III. Lo que le atraía de Madoz era la capacidad para actuar en el territorio desde la política, y su intervención como hombre de negocios en el campo del urbanismo. Le interesaba especialmente por haber sido el pionero de “una técnica urbanística que establece un puente o cierra un anillo de tres eslabones (urbanismo + capital + paro)”, por “hacer que los capitales privados se invirtieran/prestaran en una obra pública para liberar terrenos dando trabajo a los trabajadores en paro por la revolución industrial”. Lo que quería destacar con ello es que Madoz fue un pionero en un proceso que relacionaba el urbanismo, la gestión y el empleo social, lo que le hacía un claro precedente de “la solución keynesiana de inversión pública de fondos o recursos propios (suelo) y ajenos (capitales) con la creación de empleo inmediato para resolver el paro obrero estructural y multiplicación de las inversiones públicas con los beneficios de la venta del recurso transformado” (García Bellido 2005 b, p. 41).
Al mismo tiempo, continuaba desarrollando las investigaciones que había iniciado ya en los años 1990 para comprobar validez de su teoría sobre los universales de la urbanística. En concreto, la ciudad islámica, tan distinta aparentemente de la cristiana, le parecía un campo privilegiado de análisis para ese examen. García-Bellido era un participante habitual en los congresos sobre la ciudad en el occidente islámico, y estaba invitado a dar la ponencia inaugural de la próxima conferencia organizada por la Escuela de Estudios Árabes del C.S.I.C. en Granada, que se celebrará del 10 al 13 de mayo, y que se va a dedicar a su memoria. El título de dicha conferencia es bien significativo de la relación con los planteamientos generales que desarrolló en su Coranomía: “Morfogénesis de la medina medieval: las seis reglas morfogenéticas”.
En los últimos años Javier García-Bellido estaba reflexionando también sobre las tendencias expansivas de la urbanización mundial, y sobre la constitución de una Pantópolis universal, que se puede identificar ya de forma embrionaria sobre la Tierra, y en la que los espacios naturales y rurales serían residuales. Estaba profundamente convencido de que “la saturación total del espacio habitable de la red urbana de la Pantópolis deviene la hipótesis insoslayable en toda teoría generativa general de la ciudad que debe englobar en su misma lógica interna el colapso y muerte del propio sistema panurbano” (García-Bellido 2003, p. 409); y se preocupaba de las estrategias que es necesario diseñar para que esto no ocurra. De hecho, estaba proponiendo caminos, que, como cabía esperar de un funcionario comprometido durante toda su vida con la defensa de lo público, deben tener esta dimensión como elemento esencial. Me voy a permitir reproducir extensamente sus palabras, que son, en cierta manera, como un testamento intelectual:
“Frente a tanta criminalidad urbana con violencia en las megaciudades del mundo, donde el Estado tiende a diluirse y desaparecer, surge la difusión mundial de otra nueva ‘peste negra’ donde el Estado es expresamente excluido, rechazado, cual representa el modelo de las ‘ciudades encerradas’ (gated communities), guettos de exclusión social donde sus propios residentes se autoenclaustran, se protegen y blindan, autoservidos y autogobernados frente a toda inmisión externa, en una vuelta a las relaciones de autonomía señorial, en las que el Estado quedaría relegado al exterior del condominio. Formaciones urbanas en extensión que podrán llegar a ser dominantes (si alguna reacción antiprivatista no lo impide), como la máxima expresión de una Pantópolis internamente fraccionada en segmentos, enclaustrada en lugares-recinto de aislamiento clasista frente a la violencia, inseguridad o masificación del resto de la misma. La huída de la ciudad ya no es para buscar refugio en el campo, como en la Alta Edad Media, sino para encerrarse en otra ciudad privada, cercada por murallas de seguridad, ensimismada y autista.
Para poder superar tanto aquella criminalidad y violencia urbanas como esta exclusión social antiestado que representan las gated communities, la racionalidad en la gobernanza del Estado en la Pantópolis deberá ser de tal calidad y proyección mundial como para sobrepasar con mucho las actuales tensiones de mezquindad, rivalidad e insolidaridad social y clasista que rigen hoy el mundo. Y donde el agónico liberalismo del ‘sálvese quien pueda’deba ser sustituido por la libertad individual en el seno de una armonía e igualdad social duradera”
Los que hemos tenido la fortuna de contar con la amistad de Javier sabemos que era mucho lo que estaba a punto de culminar y de emprender. Tenía una vitalidad sin límites, y no ahorraba esfuerzos. Era bien consciente de los riesgos que asumía, pero era tanto lo que quería hacer que veía que le faltaba tiempo. La introducción de su Tesis doctoral había sido concluida, tal como se hacía constar, “En el hospital Ramón y Cajal”, donde el autor se reponía de una afección cardiaca provocada, sin ninguna duda, por el tremendo esfuerzo que había hecho en la fase final de su elaboración. Sabía muy bien a lo que se exponía con el enorme esfuerzo que estaba realizando después de aquella primera llamada de atención. A pesar de ello no quiso dejar de disfrutar de la vida, y de trabajar con pasión en todas las obligaciones que tenía y en las que voluntariamente se había impuesto.
La pérdida
de Javier García-Bellido a los 63 años de edad es una pérdida
muy grave para el urbanismo español. Sin duda le ha matado su sentido
del deber, su compromiso con las obligaciones que consideraba propias de
quien desempeña una función pública, su pasíón
por el trabajo, y la conciencia de la importancia de la tarea que había
de terminar. Se fue pronto como los elegidos, en un momento de gran creatividad,
cuando más podíamos esperar de su experiencia. Y cuando más
necesaria era su decidida actitud de defensa de lo público. Pero
nos quedará su obra y el recuerdo de su personalidad vital y entusiasta,
que sin duda constituirá un recuerdo, un ejemplo y un acicate para
muchos. Su esfuerzo para dar fundamento científico a los universales
de la urbanística quedará como un legado para todos.
Bibliografía
CAPEL, Horacio. Javier García-Bellido. Coranomía: Los universales de la Urbanística. Estudio sobre las estructuras generativas de las ciencias del territorio. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, nº 168, 9 de septiembre de 1999 <http://www.ub.es/geocrit/b3w-168.htm>
CERDÁ, Ildefonso. Teoría general de la urbanización y aplicación de sus principios al Ensanche de Barcelona, Madrid, 1867. Reedición, Madrid: Instituto de Estudios Fiscales, 1967.
CERDÀ, Ildefonso. Teoría de la construcción de las ciudades. Cerdá y Barcelona. Madrid: INAP, Ministerio para las Administraciones Públicas/ Ajuntament de Barcelona, 1991. Vol. I, 692 p.
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GARCÍA-BELLIDO, Javier.Prefacio. In CERDÁ, Ildefonso. Teoría de la Viabilidad Urbana. Cerdá y Madrid, p. 41-44.
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GARCÍA-BELLIDO, Javier.La Coranomía: propuesta de integración transdisciplinar de las ciencias del territorio. Ciudad y Territorio/Estudios Territoriales, Madrid, verano-otoño 1994 (número monográfico sobre "Región y Ciudad Ecológicas"), nº 100-101, p. 265-291.
GARCÍA-BELLIDO, Javier. Coranomía. Los universales de la Urbanística. Estudio sobre las estructuras generativas de las ciencias del territorio. Tesis doctoral dirigida por el Dr. Luis Moya, Universidad Politécnica de Madrid (Escuela Técnica Superior de Arquitectura), septiembre, 1999, 1163 p.
GARCÍA-BELLIDO, Javier. Algunas aclaraciones a la reseña del profesor Horacio Capel sobre “Coranomía. Los universales de la Urbanística”. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, nº 171, 28 de septiembre de 1999 <http://www.ub.es/geocrit/b3w-171.htm>
GARCÍA-BELLIDO, Javier. Ildefonso Cerdá y el nacimiento de la urbanística. La primera propuesta disciplinar en su estructura profunda. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, 1 de abril 2000, vol. IV, nº 61, 24 p. 9 figs. <http://www.ub.es/geocrit/sn-61.htm>
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GARCÍA-BELLIDO, Javier. Propuesta para la configuración de una teoría general de la gestión urbanística. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, 15 de septiembre de 2005, vol. I, nº 196 <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-196.htm> 335-424.
GARCÍA-BELLIDO,
Javier. Madoz en los albores de la política urbanística y
territorial del siglo XIX. In MORALES, Guillermo, Javier GARCÍA-BELLIDO
y Agustín de ASÍS (eds.). Pascual Madoz (1805-1870), un
político transformador del territorio. Homenaje en el bicentenario
de su nacimiento. Madrid: Universidad Carlos III de Madrid/Instituto
Pascual Madoz del Territorio, Urbanismo y Medio Ambiente, 2005, p. 17-50.
Pedro Álvarez
de Miranda
Departamento de Filología
Española
Universidad Autónoma de Madrid
No me resulta nada fácil escribir las líneas sobre Javier García Bellido que me ha pedido Horacio Capel. Más que la lejanía (a la postre no tan extrema, como se verá) de nuestros respectivos campos de estudio, es precisamente la cercanía familiar lo que ejerce sobre mí un efecto algo paralizante. Pero dado que he tenido el privilegio de conocer de cerca su extraordinaria personalidad, no quiero dejar pasar la ocasión, que agradezco, de que mi breve testimonio figure junto al de otros varios amigos, colegas, discípulos y admiradores mucho más cualificados que yo para juzgar su trayectoria profesional, intelectual y académica.
Rasgos definitorios de Javier García Bellido eran la capacidad de trabajo, su entrega absoluta a él, la pasión dialéctica, la curiosidad intelectual y, sobre todo, su entusiasmo verdaderamente contagioso. De ellos, quiero fijarme especialmente en los dos últimos, que se verán reflejados en lo que sigue.
A lo largo de los años, hubo un par de temas en torno a los cuales tuvimos ocasión de comprobar que incluso entre disciplinas alejadas (los estudios del territorio en su caso, los filológicos —lingüísticos y literarios— en el mío) pueden producirse imprevistas y gratificantes confluencias.
Uno es el de las utopías, que a mí me han interesado en su cultivo literario dieciochesco y a él, claro es, por las evidentes implicaciones urbanísticas del género; de modo que ambos pudimos darnos al sabroso placer del intercambio mutuo de impresiones (con motivo de una espléndida exposición en la BibliothèqueNnationale de France, por ejemplo) y, por supuesto, de referencias bibliográficas y lecturas (Lewis Mumford, Louis Marin...).
El otro es el “territorio” del léxico. Javier estaba impregnado (algo haría, sin duda, la estirpe familiar) de una honda inquietud lingüística, y seguramente, como muchos intelectuales y científicos, intuía o compartía la afirmación de Condillac de que una ciencia es, por lo pronto, una lengua bien hecha. Cuando más enfrascado estaba en su tesis anduvimos dando muchas vueltas juntos a los helenismos españoles que presentan el formante coro- (ahí están las añejas corografías), antes de que se decidiera por la acuñación de coranomía y coranema. Sin salir de la esfera de sus hermanos (Paloma, muy especialmente) y cuñados, podía elegir entre unos cuantos candidatos a hacer de sparring en discusiones y disquisiciones lingüísticas, y eso le entusiasmaba. Aunque había reunido una no pequeña batería de diccionarios —también etimológicos—, con frecuencia me llamaba para extender las consultas a otros que él sabía estaban al alcance de mi mano. En fin, en ese mismo terreno uno de los asuntos que más le atrajeron y de los que más hablamos fue el del léxico de Ildefonso Cerdá (su decisiva aportación a la terminología urbanística, o de la Urbanización, empezando por esta misma palabra) junto al de Cerdá y el léxico, esto es, las especulaciones etimológicas a que tan aficionado se mostró el creador del Ensanche. Hace años Javier García Bellido solicitó a un colega mío de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Ramón Lodares, que revisara, a la luz de los conocimientos etimológicos actuales, las lucubraciones de Cerdá en torno a las voces de la urbe. Lodares reunió unas notas y se las hizo llegar. Guardadas durante años, la repentina y trágica desaparición en accidente de tráfico de Juan Ramón Lodares en abril de 2005 movió inmediatamente a Javier García Bellido a publicarlas en Ciudad y Territorio, con un exordio que tenía carácter de homenaje póstumo. Recordando la lectura todavía reciente de esas líneas preliminares, me veo absurda y dolorosamente enfrentado yo ahora a lo que no podía imaginarme, a la fatalidad de escribir estas otras, tan torpes, de similar carácter.
De aquella incitación de Javier, por cierto, había salido un trabajo de Juan Ramón sobre manzana ‘bloque de casas’, que publicó el Boletín de la Real Academia Española. Y es que eso fue en buena medida Javier García Bellido: un incitador intelectual, un (en el buen sentido de la palabra) “provocador” del conocimiento, un espoleador de la inteligencia, un inoculador de dudas y —en fecunda simultaneidad— un “contagiador” de su propio entusiasmo por resolverlas. Así pudimos comprobarlo, y con esas cualidades lo recordaremos siempre, quienes tuvimos la fortuna de conocerle.
HOMENAJE A JAVIER
GARCÍA-BELLIDO. EL DISCURSO
INTERDISCIPLINARIO EN TORNO A
LA URBANIZACIÓN
Isabel Rodríguez Chumillas
Universidad Autónoma de Madrid
Resumen
La
palabra “urbanización”, según la escruta García-Bellido,
permite un acercamiento a la ciudad del siglo XIX y a la actual. Su fino
y sugerente análisis, desvelando la riqueza de sus significados,
da entrada a diversas reflexiones sobre su evolución, su creador,
y otros rasgos y procesos de la urbanización decimonónica.
Así, la morfología urbana cómo reflejo del proceder
interesado de la propiedad y la promoción inmobiliaria, desgranado
según Ildefonso Cerdá, conduce a prestar atención
a los “hacedores de la ciudad”, como el propio Pascual Madoz protagonizó.
Por esta vía de la modernización del sector inmobiliario
se sostiene el andamiaje del “hacer ciudad” hasta nuestros días.
Hoy, la urbanización dispersa del territorio aplica y da vigencia
a los significados de la palabra urbanización más genuinos.
Cerdá y Madoz, sintetizan no sólo una época sino el
prediseño y ensayo de lo que será la construcción
de las ciudades más de cien años después. Y la visión
caleidoscópica de Javier García-Bellido así lo entendió.
“¡Al mejor grupo de geógrafos urbanos de este país!”, así reza la dedicatoria que Javier García-Bellido dedica a un grupo de geógrafos amigos en su último libro sobre Pascual Madoz. Y eran muchos los amigos geógrafos que tenía...-también, como se observa-, era mucha su amabilidad que no escatimaba en el calificativo de su exageración emotiva. Había garantía de mucho y bueno con Javier García-Bellido. Pensándolo bien, nos cruzamos en un momento, para mi, muy importante. Buscaba centrarme, una comprensión serena, y como le sucedió a otros colegas y amigos, su gran generosidad intelectual, inseparable de su pasión comunicativa, daban el contrapunto justo para entreverarlos en sus justos términos. Con su construcción intelectual del urbanismo -entre la dimensión técnica y teórica-, muy personal y permanentemente retroalimentada, siempre liderando un enfoque multidisciplinar sobre la ciudad y el territorio, centrarse, si, pero serenamente, no es posible, menos, en los tiempos actuales.
Estas palabras quieren dar cuenta de esta faceta extraordinaria del arquitecto/urbanista, a partir de dos proyectos[1] y dos textos[2] del autor, o lo que viene a ser un fragmento de su acercamiento al quehacer de Ildefonso Cerdá y Pascual Madoz. Una reflexión que quiere ser el diálogo interdisciplinar entre el arquitecto, el ingeniero, el político, visto desde la mirada de una geógrafa. Son el pretexto para un acercamiento de puntillas a una ínfima parte compartida de su importante trayectoria en la perspectiva histórica y evolutiva del siglo XIX del urbanismo español. El mensaje que deseo transmitir es claro, pero también el titubeo de unas reflexiones impregnadas de la difícil amalgama de las relaciones personales y la faceta pública de nuestro quehacer. La oportunidad de comunicarlo merece correr el riesgo. Soy geógrafa, dedicada a comprender y explicar la ciudad, y conocer a Javier, su pensamiento y su actitud, con una apertura de miras poco corriente, fue cuando menos una gran suerte. Así que cualquier comienzo es válido para expresar mi admiración por su saber. Porque su entender era generoso, rico y, por ello, especialmente lúcido. Le permitió seguir atendiendo muchos frentes, y por tanto, seguir leyendo y hablando diversos lenguajes. No sería de extrañar que otros se hayan sentido “reconocidos” y asignen esta misma misión y visión para con otras disciplinas, cuestiones e inquietudes: la de portador de una excepcional apertura hacía la interdisciplinariedad del urbanismo. Una temprana y activa transversalidad del urbanismo, optimista sobre la inteligencia a la busca de los universales, tan saludable cómo escasa.
“Urbanización”, ‘notice sur le mot espagnole’.
La historia de la palabra urbanización es, según la trayectoria que presenta Javier García-Bellido (2004), una historia de pérdidas y de empobrecimiento, y casi como siempre, también por ello de violaciones y usurpaciones. No deja de ser simbólico, casi paradójico, que la palabra por excelencia sobre la ciudad, la palabra de la ciudad, haya devenido a menos, lo cuál sugiere una primera reflexión respecto al significado de la evolución de la propia ciudad, como espero poder enunciar en estas páginas.
Dice García-Bellido que urbanización
“es una voz culta y muy moderna en todas las lenguas. Fue acuñada por Ildefonso Cerdá c. 1859-60 y ha tenido una azarosa vida con múltiples significados. Palabra clave, testimonio y voz inaugural del nacimiento de la disciplina de la Urbanística moderna que con ella ha evolucionado en su intensa historia durante siglo y medio. Su propio autor la concibió, entre otras varias acepciones, como la ciencia, disciplina, teoría o práctica que estudiara la formación de las ciudades y planificara sus transformaciones”[3].
La evolución de la palabra es menos relevante que su propia génesis. ¿Qué otra cosa se puede deducir de una palabra que nace en siglo XIX y que de la mano de su propio creador, Cerdá, designa seis significados distintos[4]? Y en la actualidad, verdaderamente, sólo nombra un tipo de núcleo residencial.
Una versatilidad y riqueza a la altura de la complejidad y trascendencia que expresa, sobre todo en la actualidad, y que también saldará su paso por la historia con más pérdidas. ¿Qué otra cosa puede decirse de la simplificación de hacer ciudad cultivándola en agrupaciones urbanas en cualquier parte del territorio?, cómo sucede en la actualidad.
Una historia de pérdidas para la ingeniería y para España ¿Qué otra cosa se puede interpretar cuándo el más principal de sus significados se consolida por la labor de otro gremio, con otra palabra, y desde otro lugar, externo, importada de Francia? Y por ello, es también, la historia de una injusticia en la pugna entre los sujetos capaces de propagarla con su práctica profesional ¿Qué otra cosa puede significar la falta de reconocimiento expreso al ingeniero Cerdá y su obra? Que dedica su labor a crearla, sistematizarla y hacer con sus praxis una retroalimentación imparable[5]. Creo son los aspectos que enfatiza el autor en el análisis de la palabra. Una palabra emblemática en su obra, la de Javier García Bellido y en la propia trayectoria del territorio. Una obra dedicada a la comprensión de la ciudad, de la ciencia y los mecanismos que la crean, a la urbanización, y en una parte muy significativa también dedicada, por tanto, a su creador[6].
La importancia de la palabra por la simbiosis genética de sus significados, también por su evolución restrictiva, justifica y reta a la investigación. Su carácter matriz en el léxico sobre la ciudad explica, en definitiva, el interés y valor de las interpretaciones e indagaciones sobre su uso tras un origen tan, excepcionalmente, pensado y sistematizado cómo la teoría de una nueva disciplina científica.
En este sentido, la aportación de García-Bellido, en esta “notice sur le mot espagnole”, se dirige directamente a poner de manifiesto el comportamiento anómalo y, hasta cierto punto, contradictorio, entre el origen científico de la palabra y el uso como lenguaje y léxico sobre la ciudad. Encuentra un responsable para explicar esta trayectoria. Por eso concluye que:
“Hoy día el término urbanización ha llegado hasta nosotros habiendo perdido su acepción de ‘ciencia, disciplina o teoría general de la planificación urbana’ —debido al desplazamiento ejercido por la penetración de la voz urbanismo del francés desde los años 1915-20, difundido por los arquitectos— y contrayéndose, por tanto, su extensión semántica hasta quedar solamente —aparte del muy residual de urbanizar como hacer una persona culta y sociable— con dos sentidos básicos estrictos o restringidos, de sus acepciones de ingeniería y ámbito urbano, y otros dos más, semánticamente más extensos de sus acepciones sociológica y culturalista que aún recuerdan sus orígenes decimonónicos”.
Hasta
finales del siglo XIX no se incorpora la palabra al diccionario. Este hecho,
teniendo en cuenta que se crea en 1861, junto con la circunstancia, de
que cuando se incorpora al diccionario lo hace con una reducción
muy notable de sus significados[7],
sugiere que no consigue sobrepasar y, verdaderamente asimilarse, al lenguaje
común, quizá por la abundancia de matices y acepciones, al
tiempo que la propia ciudad se desarrollaba por y con la urbanización.
Es decir, entiendo que la palabra no pudo superar la puesta en uso y circulación
conservando toda su riqueza y complejidad. No obstante, la fina indagación
de García-Bellido desvela, finalmente, un escenario cuyo telón
de fondo explícita la sorda pugna en los avatares de la palabra
desde principios del siglo XX que le permiten concluir:“el crudo e injusto
aislamiento a que los arquitectos nacionales someten al ingeniero Cerdá,
durante casi un siglo, -y que- permite a éste grupo de profesionales
“redescubrir” para sí en los años 20 la ‘nueva disciplina’
—nueva por ser importada de Francia— del “urbanismo”, haciéndola
campo y disciplina propios”[8].
“Urbanización” dispersa en el territorio
La urbanización de la ciudad difusa, una urbanización predominante de residencia dispersa en el territorio, me permite proponer que en la actualidad estamos ante la preponderancia de uno de los significados del término urbanización que Cerdá contempló y que Javier García-Bellido destacaba deteniéndose en su definición:
“la urbanización es simplemente un agrupamiento de albergues (...) que tenga por objeto y llene el fin de establecer relaciones y comunicaciones unos y otros. Para una idea de la urbanización en el terreno de la ciencia, diremos que sus elementos constitutivos son los albergues, su objeto la reciprocidad de los servicios y sus medios las vías comunes, es decir, de común aprovechamiento”[9].
En esta definición de Ildefonso Cerdá está contenida la que, por lo pronto, García-Bellido identificará como la segunda acepción entre los usos actuales del término: “Como sustantivo apelativo de un lugar delimitado y cerrado que ha sido urbanizado, un espacio relativamente independiente, sinónimo de colonia, barrio o conjunto de viviendas de promoción unitaria, iniciativa privada y necesariamente de uso residencial global”[10].
Cerdá contempló este significado que se convertirá en un sustantivo de moda desde fínales del siglo XX, mejor dicho, su precisa definición de estos agrupamientos que, son la urbanización, están no sólo definidas las que hoy llamamos “urbanizaciones” y que Javier García-Bellido define, sino que incluso está también sugerido el carácter cerrado de las mismas. Aunque no se explicita el modo en que se conectan con el resto de la ciudad y los elementos que lo posibilitan, queda sugerido el cierre o el cerramiento de las mismas, hasta tal punto, que el propio García-Bellido, sobreentiende son unidades urbanas cerradas.
Hoy, la fórmula para producir “la ciudad difusa”, una urbanización dispersa en el territorio y al tiempo densamente construida, se puede también llamar “ciudad por proyectos”[11]. Le da al nuevo espíritu del capitalismo los apoyos normativos necesarios para justificar las vías de beneficio del mundo actual y lleva a la ciudad fragmentada[12].
La
creciente proliferación de las urbanizaciones cerradas[13],
y en general de la concepción cerrada del espacio urbano, responde
a todas las cuestiones anteriores propias de los rasgos de la ciudad difusa.
Remiten al tema de la privatización de la ciudad que está
incuestionablemente vinculado a la deficiente respuesta del Estado organizando
y resolviendo derechos y deberes con la sociedad y su territorio. La incapacidad
y la negación del Estado para garantizar seguridad ciudadana y dotación
de espacios públicos son, al menos, dos evidencias de derechos autosatisfechos
de manera privada por la sociedad descompuesta en comunidades aisladas,
en urbanizaciones. Las nuevas dimensiones de este crecimiento fragmentario
del territorio a través de la urbanización residencial dispersa[14],
pero tendente al aislamiento físico, se obtienen al aplicar la hipótesis
de que el consumo[15],
el miedo[16]
y la simulación[17]
constituyen los elementos claves del nuevo discurso de la oferta inmobiliaria
reciente, que inventa y vende[18]
una amplia variedad de estilos de vida de este emergente modelo de urbanismo
cerrado.
Nuevos paisajes urbanos se crean entonces por la extensión de un tipo de producción inmobiliaria que es la urbanización cerrada: una forma urbana propia de la ciudad difusa que define la ciudad contemporánea -estallido urbano en el territorio-. Es el rasgo más global para definir la variable espacial del urbanismo contemporáneo, debido a la práctica privada de producir y organizar los nuevos espacios fragmentariamente, por proyectos. En la ciudad por proyectos la idea de ciudad resulta de la suma de propuestas privadas, autónomas, en sí mismas y en todos los sentidos cerradas[19]. La mayoría de las ciudades siguen sin proyecto de ciudad en el nuevo milenio, pese a que hayan aprobado sucesivos documentos de planeamiento. Y así, sin proyecto de ciudad, con intervenciones aisladas, dispersas, desarticuladas, produciendo ciudad fragmentada, sin ordenación coordinada del territorio, éste va a la deriva[20].
Más de un siglo después de la construcción de la teoría de la urbanización, incluida la propia palabra y sus diversos significados, la ciudad compacta en términos generales, ha reventado en miles de pedazos por la permisividad de los poderes locales cuando la infravaloración de los espacios periféricos ha desaparecido, en función de su creciente accesibilidad, siempre de iniciativa pública. La multiplicación de las posibilidades de inversión, cada una un nuevo “proyecto urbano”, ha determinado las condiciones del mercado inmobiliario donde la inercia de los “megaproyectos” ordena el territorio y determina la deriva actual de la ciudad fragmentada, cada uno en sí mismo un estratégico producto estrella donde enganchar el rosario de proyectos menores.Las oportunidades de negocio se han multiplicado como la escala de las intervenciones difundiéndose en ámbitos espaciales muy extensos, pero siempre dentro de la lógica y percepción evidente de que la dispersión es finita, con lo que se garantiza la rentabilidad de su puesta en valor. Son las pautas de ocupación y explotación del territorio convencionales, es decir, con fines lucrativos e intereses individuales, pero aplicadas a un espacio que se mide y funciona cómo espacio-velocidad[21].
El sector de la promoción inmobiliaria y, en general, los diversos sistemas empresariales locales, que retroalimentan al sector inmobiliario, se ven favorecidos y despliegan sus múltiples estrategias inversoras ensayando nuevos productos inmobiliarios para, principalmente, los mercados residenciales. La hipótesis entiende que esta forma de habitar y construir las ciudades está alimentada por los promotores inmobiliarios. Por fin, en un feliz consenso global, disponen de unas condiciones estructurales óptimas para la inversión en inmuebles: ahora es posible promover, de modo masivo, modelos de ciudad cómo los suburbanos que colonizan amplios espacios de la periferia. Suponen la reconquista del territorio al orden urbano y económico del negocio inmobiliario convencional: todo con solo cercar físicamente y promover atributos simbólicos entre los que sobresale la seguridad (el miedo como discurso que alimenta el marketing inmobiliario). Pero también están la exclusividad residencial, la cultura de la clorofila y el consumo cómo argumentos de venta y al tiempo como demandas sociales. La suma de atributos reales y la fabricación mercantil de imaginarios supone una alta cotización del suelo que esta reportando notables beneficios económicos, teniendo en consideración que se ha ampliado el espectro social con versiones para clases medias bajas y bajas que se ven seducidas por el modelo de la ciudad cerrada.
El modelo cerrado que propaga el patrón de ciudad segregada permite multiplicar el precio de los productos y, en consecuencia, ampliar los rendimientos económicos. Se ha convertido por ello en atractivo sector de inversión dónde la propia publicidad de la rentabilidad inmobiliaria es el principal reclamo propagandístico. Se ha convertido, pues, en una nueva llave de oro, a partir de las múltiples versiones del modelo suburbano residencial como resultado de una oferta creciente de nuevos productos y en continua renovación. La canalización de la política de vivienda, exclusivamente, vía del crédito hipotecario, ha creado los flujos de capital necesarios para robustecer diversos estratos de la pirámide social, lo que ha determinado una ampliación de la demanda potencial idónea para esas nuevas versiones residenciales que propagan la urbanización dispersa del territorio.
En definitiva, la palabra tiene una gran vigencia porque los procesos territoriales y las tendencias urbanas recientes la actualizan, conjugando una simbiosis de dos de sus significados genéticos, según García-Bellido (2004, p. 1):
“Como acción y efecto de urbanizar, en un proceso técnico de ejecución o realización del conjunto de las obras de ingeniería necesarias para la transformación de un terreno rústico y conforme a un plan programado para dotarle de las infraestructuras, instalaciones y redes de servicios urbanos mínimos suficientes (calles, agua, luz y alcantarillado), convirtiendo las fincas rústicas anteriores en solares, lotes o parcelas edificables con cualquier fin o destino (residencial, industrial, terciario, etc.) (ej.: “obras o proyecto de urbanización”, “ejecución de la urbanización”) (...-y-) Como proceso migratorio (...) que se refiere al fenómeno del incremento o expansión de las ciudades con nuevas y extensas áreas urbanizadas (ej: “procesos de urbanización” de la población, movimientos de concentración creciente de la población hacia las urbes); acepción generalizada en las otras lenguas europeas como derivada del origen fr. de urbanisme = urbanismo [–isme, ‘movimiento, tendencia’] en sus urbanisation y urbanisme (2), como en el ingl. urbanization o urbanism”.
Así, la urbanización dispersa en el territorio refiere ese último significado cómo fenómeno de expansión urbana[22] con urbanizaciones (en muchas ocasiones cerradas) dónde se aplica la acción y efecto de urbanizar su otro significado.
Sugiero, entonces, seguir dialogando con Cerdá, y con la urbanización, a través de su concepción de la morfología urbana[25]. Por dos motivos, a su vez, implicados en esta comunión de objetivos y sujetos, a saber. El primero porque comparto, como dice Josefina Gómez Mendoza, la importancia, junto a contenidos y métodos más novedosos, de la práctica discursiva, del lenguaje y la narrativa para incorporar a través de ellos no sólo instrumentos de análisis, y de comprensión de los hechos geográficos, sino también el reconocimiento de la subjetividad y contextualidad del investigador (1989). Y el segundo, porque ha sido a través de la propiedad[26], la promoción y la morfología urbana[27] la senda que me ha conducido en mi adscripción a la Geografía Regional y, en particular, a la lectura de las formas urbanas y a su traducción paisajística[28]. A su vez, en la Geografía, en el contexto de la postmodernidad, ha habido una revitalización paralela de la noción de paisaje[29] en los estudios regionales[30]. Es en la morfología, en el paisaje, donde la historia adquiere un sentido especialmente valioso y es a través de la historia como ello es posible[31]. El foco de análisis es el paisaje, un fenómeno arquitectónico y de planeamiento a la vez y contextualizado por la sociedad y la tecnología[32], que narra cómo el mundo de las ideas ha ido conformando los paisajes modernos. Entender el elemento visual, el paisaje, para reconstruir la historia cultural del territorio, entendiendo a su vez ésta como producto de la historia en toda su complejidad, contenedor de las ideas y contextos socio-económicos, de la situación tecnológica y de las estructuras del poder. O, más sintéticamente “hay, por tanto, que prestar mucha atención a las morfologías, a los elementos estructurantes, a las tramas, a las organizaciones territoriales, a los umbrales, a las distribuciones, también a la historia cultural, manteniendo alerta el sentido del lugar”[33].
En este sentido, el análisis de Cerdá a través de la morfología, creo brinda una magnífica posibilidad de aprendizaje sobre la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX y las características de la edificación. Éstas, y en esta medida las de la vivienda, tienen rasgos diferenciados, en gran parte, por el efecto desigual de las reformas urbanas en la ciudad. Se mantienen en el plano elementos definitorios de su génesis urbana, algunos especialmente conformadores de la trama urbana, como los efectos de los sucesivos perímetros urbanos que incorporan la estructura caminera en distintos momentos, las pautas morfológicas que imponen ritmos de crecimiento diferentes, las localizaciones preferentes de la diferente demanda residencial o la impronta espacial de las construcciones religiosas, y otras de carácter público. Y aunque se conservan en el último tercio del siglo XIX, y explican la parte principal del parcelario del Casco, ya hay nuevas ordenaciones de los espacios de contacto con el Ensanche y, en el interior, puntualmente, se han renovado sectores por derribos, cambios de alineaciones y aperturas de espacios públicos.
No obstante, en estas fechas, la característica común de la edificación de cualquier barrio de la ciudad responde, quizás como en ningún otro momento, a los efectos de un largo proceso de densificación, pues en estos primeros años de la segunda mitad del siglo en los que la construcción fuera del Casco progresa muy lentamente, las nuevas inversiones inmobiliarias siguen recayendo principalmente sobre el antiguo espacio delimitado por la cerca. Esto es importante para comprender buena parte de los rasgos que definen la inversión inmobiliaria en la segunda mitad del siglo, y por tanto, las características de las viviendas, que bien concentra capitales en los espacios renovados del interior o los dispersa en el caserío existente a base de elevar una o dos plantas, aumentando la densidad al agravar el proceso de fragmentación dentro del edificio, y en menor medida, practicando la reedificación de éste[34].
El alquiler en el Casco en los años setenta está, pues, determinado por la diversidad de precios resultante de los distintos procesos enunciados. Ildefonso Cerdá analiza las causas de la diversidad del tipo de alojamientos en el Casco. Encuentra que la morfología de la ciudad es la causante de las diferencias de precios y que ésta expresa las condiciones en las que se construyó la ciudad, en las que se hizo ciudad, otra acepción que según Javier García-Bellido no cae en desuso pero que en su evolución no ha profundizado en los matices y las vertientes de los que hacen posible la “urbanización”, los “hacedores“ de la ciudad[35].
Interpretando a Cerdá cabría señalar que imperó el “proyecto de ciudad como negocio” y por consiguiente se establecieron reglas con finalidad económica y social e incluso política. Así, se fiscalizó la riqueza que generaba y se tasaron alquileres según etapas e idearios políticos. Sin embargo, nada se estableció respecto a la forma de ocupación del espacio. La morfología refleja, por tanto, la actuación y el interés de las clases propietarias de rentabilizar al máximo la edificación urbana.
Cabría proponer, entonces, que la palabra “urbanización” y las seis significaciones que de ella maneja Cerdá, no profundizan en los sujetos con capacidad de maniobra en ese hacer la ciudad. En el supuesto de que la urbanización, durante la segunda mitad del siglo XIX, no se podía entender, y él menos que nadie, sin la dirección y gestión de los poderes públicos. Ni tampoco se atribuía a la propiedad privada y a los particulares esa capacidad[36]. Los inversores inmobiliarios estaban circunscritos a la edificación y la propiedad urbana[37].
En estos años son muy pocas las experiencias de promotores inmobiliarios que emprendan en serie y masivamente un conjunto unitario de viviendas. Por eso, si que ya en la edición de 1899 del Diccionario de la Real Academia Española, ya citada, se recoge el término urbanización en su acepción de “convertir en poblado una porción de terreno”[38], porque para estas fechas, ya se habían ensayado esas acciones de “creadores”; por ejemplo, Ángel Pozas en su barrio homónimo en la misma frontera de la ciudad, entre el Casco y el Ensanche, pero sobre todo otros que, como la inmobiliaria de Arturo Soria, dieron el primer paso hacia la dispersión urbana que predominará cien años después. De la mano del otro gran teórico de la ciudad, que diseñó la Ciudad Lineal y creó la Compañía Madrileña de Urbanización[39], se inició el camino de la modernización del sistema inmobiliario con la presencia de agentes inversores colectivos que, paulatinamente según el dinamismo de los sistemas inmobiliarios locales, cambiarán la forma de la ciudad, poniendo así de manifiesto que también han cambiado sus hacedores.
Por todo ello, esta invitación explícita de Cerdá a considerar el estudio de la morfología un método de análisis urbano que explicita los procesos sociales, económicos y políticos que la producen, refrenda la pertinencia de la siguiente selección de sus ideas que arropan las afirmaciones anteriores, respecto de los procesos de raíz morfológica en los que descansan una relación de precios y viviendas tan diversas como las existentes en el Casco de Madrid en la segunda mitad del siglo XIX. También, a poner de manifiesto, la imbricación entre formas urbanas y los productores de las mismas, a identificar a los sujetos “hacedores de ciudad”, bien a través de la organización de un sector económico desde entonces en imparable crecimiento (sector inmobiliario), bien a través de ancestrales prácticas culturales en la construcción del territorio.
Respecto a la influencia del modelo de crecimiento cerrado en perímetros murados de su génesis, Cerdá apunta el origen común de la trama urbana, en la que:
"parece que los limites de las manzanas sea la representación de los lindes de las primitivas propiedades, modificados por los senderos o servidumbres de paso de unas a otras, senderos que con el tiempo fueron convirtiéndose en calles; pues de otra manera, no se explica, además de esa inmensidad de configuraciones de que estamos hablando, la mismísima variedad en todos sus demás accidentes de que hablaremos luego y esa imperdonable falta de correspondencia reciproca que tan tortuosa, interminable y difícil hace la viabilidad de Madrid[40]. (...) La culpa seria en todo caso de las administraciones que rodeando las poblaciones de cercas han creado un monopolio artificial"[41].
Cerdá apunta los procesos más destacados de la transformación morfológica que la renovación urbana del siglo XIX trajo consigo con las creaciones de plazas y, en general, a la apertura y significado de los espacios públicos: “Al tratar de las calles no es posible dejar de hacerse cargo de las plazas y plazuelas que son como su complemento, tanto bajo el concepto de viabilidad urbana, como de salud pública y privada, hora en concepto de ventilación, como de la acción del sol"[42]. En muchas ocasiones, diseñadas sobre suelo desamortizado que, cómo en el párrafo 118.75 señala, fue un proceso cuyo papel será clave en la transformación morfológica de la ciudad:
"Hemos dicho antes que tales defectos se experimentaban a pesar de que cuenta Madrid con bastantes plazas y plazuelas; y la razón de esto está en que las plazuelas y las plazas se abrieron en los primitivos tiempos donde el acaso las creaba, y en nuestros días donde se levantaba un convento que se creía conveniente derribar, después de la supresión de los regulares; mas nunca con el filosófico objeto de dar mayor facilidad y holgura á la transmisión y articulación del movimiento urbano (...) No queremos decir con esto que las plazuelas y plazas de esa manera abiertas hayan sido o sean completamente inútiles. (...) Además la apertura de esas plazas y plazuelas a hecho la riqueza de un gran número de propietarios que teniendo sus casas en tristes y menguados callejones, un día al despertar las encontraron fronterizas a unas plazas que hacia apetecibles a la gente acomodada sus habitaciones que antes solo familias pobres y por pura necesidad ocupaban. De todos modos gracias a esta coincidencia del espíritu revolucionario de nuestros días, tiene Madrid plazas o plazuelas tan desahogadas como la del Progreso y la de Bilbao y algunas otras que si por la irregularidad de su forma, por lo inmotivado de su situación y hasta por la desigualdad de su pavimento revelan no haber sido abiertas con un objeto filosófico preconcebido, siempre suministraban á la población mayor holgura y mejores condiciones de salubridad"[43].
También se citaban los cambios de alineaciones entre los de transformación morfológica. Las siguientes palabras son esclarecedoras de los rasgos del callejero y de las modificaciones que en éste impone el proceso de alineaciones. Dice Cerdá, respecto de la forma y tamaño de las calles de Madrid[44]:
"Hay que considerar además en las calles su anchura, la cual en las de Madrid es casi siempre mezquina é insuficiente, ya se la considere con respecto a la altura de las casas a la cual debería ser igual, según las buenas reglas de salubridad y comodidad, ya con relación a las necesidades del tránsito público que es una de las más esenciales condiciones del organismo urbano. Por otra parte esa anchura es muy variada y en extremo desigual a causa de la falta de paralelismo que hasta en las calles más principales se observa en los paramentos de las manzanas que las limitan, y a causa de también de los ángulos entrantes y salientes que dichos paramentos a cada paso presentan, y a los resaltes y rehundidos que con menos frecuencia se reproducen, y de otras mil deformidades tan monstruosas como injustificables, que será largo y fastidioso enumerar”.
Y explica las causas de estas características:
"El origen de tanta desigualdad y de tanto desorden está en que como de costumbre las administraciones antiguas habrían guardado el mas completo silencio en este punto, dejándolo a las inspiraciones del interés, del gusto o del capricho de los particulares con una intervención débil e impotente de la municipalidad, la cual por otra parte no tenía norma alguna a que debiese sujetarse. Todo, pues, era arbitrario. Afortunadamente después de diversas e infructuosas tentativas vino la Real orden de 10 de Junio de 1854 a poner termino a tan perjudicial incertidumbre y anarquía. (...) Esta Real orden clasifica las calles de Madrid, en consideración á su mayor ó menos anchura"[45].
Sin embargo, detecta, cómo con sus múltiples ventajas también llegó, y queda bien explicado, un agudo proceso de renovación puntual con reedificaciones dispersas, fomentadas por los planes de alineaciones:
"Decimos que este articulo revela previsión porque la indicada prohibición es uno de los medios mas á propósito y más adecuados para conseguir, bien que lentamente, el ensanche de las calles sin sacrificio alguno de parte de la municipalidad, y sin violencia alguna á los propietarios. Estos naturalmente y obedeciendo los consejos de su interés, han de procurar que las calles donde tengan sus casas, no sufran los perniciosos efectos de aquella privación sensible, que lo es y no poco para los moradores en general el de no poder llegar hasta la puerta de su casa en carruaje, y el no poderse servir de ellos para la importación y exportación de toda clase de objetos que los importe traer ó llevar. Para disfrutar de la viabilidad y de los transportes de todo género, y esto por su interés. Y como para conseguir su fin no les queda á los propietarios otro recurso que el de dar á la calle por lo menos la anchura de 6 metros; es bien seguro que en caso de derribo remeterán la nueva edificación todo lo necesario para que quede la calle con todas las condiciones impuestas por la Real orden propio á fin de que su finca obtenga mas valor, sin exigir ni esperar por tanto indemnización alguna del terreno que hayan de perder".
Efectivamente, las características básicas del callejero siguen respondiendo a los rasgos del pasado y en menor medida a los efectos de los procesos de cambio. Son pocas las calles anchas y menos las rectas. Dice Cerdá:
“En efecto hay algunas sumamente reducidas, lo cual unido á su estrechez, irregularidad e inflexiones las priva de la acción purificadora del sol y de los vientos y poco accesible a la vigilancia y acción de la autoridad. En efecto la higiene, pública y privada, la comodidad del vecindario hora la consideraremos en el anterior del hogar domestico hora recorriendo las calles, la seguridad pública y privada y la acción de la autoridad que debe ampararla y defenderla, todo exige, como veremos mas adelante, que las calles de una gran población sean todo lo largas que consientan los accidentes topográficos del terreno"[46].
Obviamente una estructura de callejero semejante determina una morfología para las manzanas:
"Puede decirse muy bien que no hay dos manzanas iguales. Son la expresión genuina de la voluntariedad mas anárquica que se ha visto jamás en población alguna (...) La manzana que es la primera entidad elemental de una población, ejerce en toda su constitución y organización una influencia extraordinaria, esencial. El no haberlo comprendido así, y no haberlo estudiado conforme debiera, a dado lugar a la formación de las ciudades laberínticas que nos han legado los pasados siglos, siendo solo de estañar que en la época de la ilustración en que todo se examina y discute, y en que se busca en todo y para todo la comodidad pública e individual y la economía de tiempo y de dinero; no se haya tratado de evitar las perdidas de uno y otro y las incomodidades que la falta de regularidad y de justas proporciones en las manzanas han ocasionado y están todavía ocasionando (...) No anticipemos empero ideas que expondremos mas adelante y consignemos únicamente el hecho de que Madrid tiene 563 manzanas, y que entre este gran numero apenas habrá dos que tengan una configuración igual"[47].
Expone Cerdá la gravedad de las consecuencias de la forma y tamaño de las manzanas: "La magnitud de las manzanas no puede ser en adelante una cosa caprichosa, puesto que afectando a la vez y en sentidos que parecen opuestos, los interese públicos y particulares, los de la municipalidad y del municipio, los del propietario y los del inquilino, y hasta los generales del Estado, es necesario buscar con ahínco y fijar y establecer reglas justas y razonables que concilien y armonicen todos esos intereses que se cruzan en la manzana. Estas reglas creemos haberlas encontrado después de una serie de complicadísimos cálculos, y las expondremos en otro lugar"[48].
Particularmente, el tamaño de las manzanas es determinante para la organización parcelaria y por consiguiente para la tipología edificatoria que se impondrá en la misma. La realidad de la configuración de la manzana en Madrid: "la magnitud de las manzanas que en otras partes es un elemento de salubridad, por razón de estos espacios interiores que quedan exentos de toda edificación, en Madrid viene a ser un elemento mas de insalubridad por cuanto siendo una ley el aprovechamiento más nimio de todo el terreno para la construcción, á proporción que mayor es el fondo, por permitirlo así el grandor de la manzana, es mayor el numero de habitaciones interiores condenadas á no recibir mas luz ni ventilación ni vistas, que de patios siempre mezquinos, cerrados por supuesto en sus cuatro costados donde se estanca el aire impuro que sube de los pisos bajos, donde por lo común hay cuadras y cocheras, y cuando no, se ejerce una industria cuyas emanaciones nunca son muy saludables"[49].
Ildefonso Cerdá da cuenta del proceso de densificación:
"Otra prueba (...) de esa misma tendencia de hacer servir la voluntad individual de los propietarios de fincas urbanas al fomento de las buenas condiciones de la población, sin el menor perjuicio ni sacrificio del tesoro comunal -la encontramos en el articulo 24- "el propietario (...) puede dar á la fachada la altura que corresponda al ancho que resulta en la calle después de remetida aquella sujetándose en todo lo demás á las reglas generales establecidas". Ya que hay esa tendencia á levantar muy altos los edificios, esta Real orden favorece en cierto modo aquella tendencia, pero de una manera tal que la hace convergir á satisfacer otra de las necesidades generales de la población que es su enrarecimiento, obligando á los propietarios que quieran levantar mucho sus casas, á que dejen más ancha la calle"[50].
Finalmente, Cerdá enuncia las causas de la morfología de esta ciudad, configurada en dependencia clara del negocio inmobiliario: "No anticipemos, empero, ideas y volvamos á nuestro hecho, y el hecho es que se edifica para procurarse la mejor renta posible. He aquí el problema que propone á la resolución del facultativo que merece su confianza, todo el que trata de construir un edificio: dada la extensión superficial de un solar de construcción, dada su situación en tal ó cual calle, dados los alquileres que en esa calle se acostumbran pagar, hágase un proyecto de edificación que tomando en cuenta el coste del terreno y el de la construcción, asegure el mayor rendimiento posible á ese capital"[51].
El resultado es el de un aprovechamiento máximo de la parcela que se refuerza con la organización interna de la edificación. Así, los tipos edificatorios intensivos se corresponden con viviendas interiores de pequeños tamaños como resultado de múltiples subdivisiones internas, según se asciende en altura. Los efectos finales son los de la diversificación de precios de los arrendamientos dentro del edificio, con la multiplicación de los mismos en paralelo a su reducción:
"En esas divisiones y subdivisiones y por consiguiente en la capacidad de las piezas por ellas limitadas, no hay sistema constante ni siquiera regla alguna. Como la forma y magnitud de la manzana determina la forma y magnitud del solar, esta determina la forma y magnitud de las habitaciones, y la forma y magnitud de las habitaciones determina la de las piezas, entrando por mucho en esta última subdivisión las miras especulativas del dueño de la casa, y la clase de habitaciones a que la destina. Desde las miserables habitaciones de algunas antiguas casas a la malicia y de otras que no lo son, pero si de mucha vecindad, que tienen una sola pieza, hasta las holgadas y lujosas viviendas de las casas más elevadas que las tienen en muy gran número, bastantes á satisfacer no solo las necesidades, no solo la regular comodidad, sino también el lujo y hasta el capricho de sus moradores, se presenta una serie indefinida de clases de habitación que seria tan largo como ocioso pretender definir y contar (...) Las divisiones producidas por los tabiques maestros son comunes a todos los pisos sin perjuicio empero de otras subdivisiones que se efectúan en cada piso, y que son más numerosas, y por consiguiente determinan capacidades más reducidas a medida que se va subiendo en el orden categórico de los pisos, resultando de aquí como consecuencia inmediata menor capacidad en las piezas subdivididas, mayor población alojada en ellas, y mucho más elevado precio relativo de los alquileres"[52].
En este sentido, considero que es revelador de la diversidad de tipos de vivienda existentes a finales del siglo XIX[53], la heterogeneidad de un amplísimo muestrario de parcelas que se constituye en uno de los elementos claves de la oferta de alojamientos en alquiler[54]. Por tanto, la morfología refleja según Cerdá, cómo antes apunté, la actuación y el interés de las clases propietarias de rentabilizar al máximo la edificación urbana. En fin, que en efecto, ya imperaba un proyecto de ciudad como negocio.
Madoz, imágenes caleidoscópicas
Imágenes y figuras caleidoscópicas, cómo Madoz según Javier García-Bellido, y como el propio Javier, dibujan las trazas de la urbanización contemporánea y de sus personajes. Porque cómo él mismo ha dicho de Pascual Madoz “las huellas de su trayectoria se han dejado sentir, como cristales de un calidoscopio, en múltiples frentes”[55], también en el caso de su propio autor, el urbanista-arquitecto.
En el caso de Pascual Madoz, entre las múltiples facetas, está la de precoz promotor inmobiliario, que comparto con Javier que “ser promotor es la mejor manera de ‘hacer ciudad’ de verdad que éste y otros tuvieron, cuándo presenta la sociedad La Peninsular y su labor en ella en su reciente prolegómeno[56]. Hacer ciudad y dar forma, en la línea apuntada por Cerdá, de que la forma urbana está condicionada por el interés económico del propietario-promotor. Por eso, cabe recuperar el diálogo a tres, pero ahora con Madoz y La Peninsular, y dirigir la atención sobre aquellos aspectos que, como el anterior, constituye una características del sector inmobiliario en estas fechas poco habitual. En este sentido la presencia de promotores colectivos es una excepcionalidad a la norma del promotor particular. Es muy reducida la relación de agentes de este tipo, de sociedades y otras asociaciones dedicadas a la inversión inmueble, aunque fueron numerosas las que se quedaron en un simple proyecto o cuando lo consiguieron concretar, no culminaron con actuaciones sus objetivos. Es también un modo, otro, de mostrar las carencias del sector inmobiliario[57] cuándo se indaga en el análisis interno de los agentes urbanos.
Las promociones inmobiliarias que durante el siglo XIX aplicaron nuevos elementos van introduciendo rasgos de modernidad. Afectaron a la financiación, al destino del producto, incluso a la misma concepción de los proyectos inmobiliarios, pero sobre todo, la presencia de promotores colectivos. Por tanto, y pese al carácter excepcional, que tuvo la actuación de un reducido grupo de sociedades inmobiliarias, y otros agentes colectivos, esto no merma su aportación ejemplar a la conformación del sector inmobiliario profesional. Estas empresas ensayaron nuevos productos e iniciativas de gran significación en la modernización de la inversión inmueble, empezando por su propia adscripción a la categoría de agentes colectivos que, aún sin la profesionalización empresarial de las inmobiliarias en el sentido actual, les permitió practicar la producción masiva.
En definitiva, ingenian nuevas formas y se arman con nuevos discursos que sostendrán desde estos momentos las vías de modernización urbana a través de los cambios en el sistema de promoción inmobiliaria. Los mecanismos que utilizan en la producción de ciudad se reflejan en la forma de ésta y en los modos de organizar la propia vida urbana. Los primeros ensayos decimonónicos de producción masiva muestran, por primera vez, que la producción de ciudad tiene "nombres propios". Son los nombres de los inversores responsables de la promoción del espacio urbano, los hacedores de la urbanización.
En el siglo XIX hubo cambios en la legislación vinculada a las actividades de construcción urbana. Cabe señalar su influencia en la transformación de las condiciones en las que se desenvolvían las inversiones pero por su fecha de aprobación tendrán efecto en la próxima centuria. El cambio legislativo más importante llega con la Ley de Reforma Interior, de 18 de Marzo de 1895, que regulaba las obras de mejora, saneamiento y ensanche interior de las poblaciones que contasen con más de 30.000 habitantes. Por consiguiente, era una ley que permitía a los inversores inmobiliarios la consecución de suelo central, precisamente la entrada de agentes modernos en un espacio configurado con el sistema tradicional[58].
La Peninsular de Pascual Madoz y la Sociedad Española de Crédito Comercial del Marqués de Salamanca son las más destacadas y sirven para establecer la existencia en el siglo XIX de dos tipos de sociedades: 1) las que se incorporan a la inversión inmobiliaria a partir del mercado del suelo desamortizado y 2) las que se forman como respuesta a singulares operaciones financieras que involucra fundamentalmente a sociedades financieras que, en ocasiones, decididamente orientan su negocio hacia actuaciones claramente inmobiliarias, especuladoras o no[59].
La actividad de La Peninsular[60] es bastante excepcional y está determinada por la promoción de suelo y la venta del producto edificado, utilizando el arrendamiento como alternativa al objetivo principal de venta cuando ésta no alcanza los niveles de beneficio deseado y cuando en pleno proceso de liquidación intenta obtener ingresos de alquiler al encontrar dificultades en el mercado para enajenar. Llama la atención que a pesar de lo anterior la sociedad no especifica en su objeto social[61] la clara vocación de empresa inmobiliaria que manifiesta a juzgar por su actuación en Madrid, y quizás, guiados por esta circunstancia algunas interpretaciones sobre la Compañía han minimizado o anulado la importancia de la misma como precursora de rasgos de modernidad en el sector constructor-inmobiliario decimonónico[62]. En este mismo hecho es posible hallar una característica más de modernidad presente en el siglo XIX: la dificultad de análisis de los agentes colectivos que tras unas siglas desarrollan unos objetivos sociales no siempre en correspondencia con los declarados. Constituye una de las singularidades mayores del sector inmobiliario del siglo XX y XXI al involucrar un número mucho más elevado de empresas no propiamente inmobiliarias. Es el caso de esta Sociedad un claro antecedente de las potentes inversiones inmobiliarias de las compañías de seguros en la actualidad.
Varios aspectos de esta sociedad merecen ser destacados. En primer lugar, el carácter nacional de su actividad pese a ser Madrid donde concentra más promociones la equipara con inmobiliarias madrileñas posteriores manifestando también aquí un rasgo de modernidad, además de un precedente. En segundo lugar, trabaja en distintas partes de la ciudad y atiende, por tanto, a distintos mercados de la oferta y productos inmobiliarios: renovación del Casco viejo, nuevas construcciones en el Ensanche consolidado y el mercado del suelo periférico. En tercer lugar, complementando lo anterior, se orienta a diversos productos inmobiliarios cómo la construcción de edificios individuales, en serie y conjuntos urbanos completos, al iniciar la promoción de una barriada[63].
Otros rasgos de la gestión y las características de La Peninsular la asemejan con inmobiliarias posteriores, como la diversificación de las inversiones practicada mayoritariamente por las grandes inmobiliarias del país, y que tiende a extender al conjunto en la actualidad, en este caso, se concreta en la práctica del préstamo hipotecario desde 1864, como las secciones inmobiliarias de numerosas entidades bancarias del siglo XX y XXI o la inversión de capital en Bolsa[64]. También, la utilización de sistemas de venta específicos[65].
Modernidad
de los modos de inversión que conlleva un tipo nuevo de promotor
que amplía su capacidad de maniobra y por ende su huella en la construcción
del territorio. En este sentido, Madoz, ha destacado, a juicio de García
Bellido, por una temprana y autoexperimentada transdisciplinariedad. Señala
que: “la información geográfico-histórica del lugar
(Diccionario), el origen y estructura de la propiedad (efectos de la desamortización)
y la actuación edificatoria final sobre esa propiedad (promoción
inmobiliaria) –cubren- casi el entero arco de las funciones de la propia
disciplina –del urbanismo-: información-transformación-edificación.
(...) los tres conjuntos de actos históricos mencionados que Madoz
‘produjo’ son partes orgánicas constituyentes de lo que hoy entendemos
por la transdisciplina de urbanismo, territorio y medioambiente”[66].
Epílogo
La opción de entretejer esta reflexión a varias bandas, me ha permitido entreverar algunas de las claves compresivas de nuestro urbanismo servidas por la agudeza y empeño de Javier García-Bellido. Éste, en su saber experto, ha encaminado cuestiones fundamentales del urbanismo español desde el siglo XIX, empezando, por ejemplo, por esta constante indagación en torno a Cerdá y a Madoz, también, como hizo en su última obra, en torno a Cerdá y Madoz juntos.
Valga de colofón otra más, sobre el derribo de las murallas de Barcelona en 1854, con el ánimo de eludir más conclusiones que las pertinentes ya expresadas en las páginas anteriores de diálogo con el urbanista, el ingeniero y el político-promotor. También para dar de nuevo voz a Javier García-Bellido en estas palabras finales: -el derribo- “marca un antes y un después del urbanismo constreñido por las ciudades amuralladas, señalando el origen preciso de la explosión de la ciudad difusa, de las conurbaciones de la megalópolis, de la macrociudad-región, de la pantópolis de la red global que ahora sufrimos...”[67]. Porque, además, supone la puesta en práctica de una fórmula de gran éxito y vigencia: basar “la financiación de las obras públicas en los beneficios privados que engendra el urbanismo municipal (...) iniciando el simbólico slogan desarrollista de que ‘el urbanismo-edificación es el motor del crecimiento de la economía’, cuya potencia es cebada con la urbanización creciente del territorio, premisa de la acumulación de la circulación primitiva del capital que sigue hasta hoy...)”[68] sin la que no se podría entender en la actualidad la ciudad fragmentaria, una ciudad por proyectos que, permanentemente, debe hacernos cuestionar el proyecto de ciudad que contiene el planeamiento urbano, ante la trascendencia irreversible de la urbanización discontinua del territorio.
Recuperando uno de los primitivos y ya desusados significados de la urbanización[69], digo que nunca en la historia de la agricultura se había conocido nada igual, plantar aquí y allá, no tiene sentido, y eso es lo que sucede con la ciudad actual que está, sino lo ha hecho ya, perdiendo el sentido de ciudad.
Claro, que el mismo Cerdá, que utilizaba el método de la morfología para detectar la mano y el interés que dirigen la propia creación-construcción de la ciudad[70], aplica a pies juntillas su simulación comparativa de la urbanización como tierra de labor dónde, al tiempo que se evidencia una explícita concepción renovadora de la ciudad, que desatiende por completo la finalidad que, precisamente, proporciona la morfología urbana, en la permanente y necesaria conservación de los paisajes construidos. Pero sobre todo hace atemporales a los Hacedores de ciudad y su capacidad de reconstruir y reconquistar el territorio.
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Josep Roca Cladera
Emoción, pena, admiración. Esos son algunos de los sentimientos que desata en muchas de las personas que lo conocimos, la muerte de Javier García-Bellido. Sin embargo, y a pesar del dolor, no hablaré, intentaré no hablar, de su pérdida. Hablaré de su presencia. De su presencia entre todos nosotros, ya que, como intentaré demostrar, su pensamiento está vivo. García-Bellido está aquí, y continuará estándolo por mucho tiempo.
Hablar de la obra de García-Bellido no es, por tanto, cuestión sencilla. No obstante me atrevo a destacar un tema por encima de los demás. Aún a sabiendas que todo tipo de selección es reduccionista, especialmente en el caso de García-Bellido, creo que hay un aspecto de pensamiento que destaca de forma especial. Una idea que empieza a fraguarse a principios de los 90, en relación a su visión crítica de la reforma de la Ley del Suelo (Ley 8/90), y que irá tomando cuerpo hasta devenir en una serie excepcional de artículos científicos publicados en “su” revista, Ciudad y Territorio. Estudios Territoriales (CyT.ET). Se trata de la propiedad desagregada.
Consiste en una línea de pensamiento que arranca hacia 1990[4] y que tiene en el artículo La liberalización efectiva del mercado de suelo. Escisión del derecho de propiedad inmobiliaria en una sociedad avanzada (García-Bellido, 1993) su primera formulación sistemática. Línea que continuará con un número monográfico de CyT.ET sobre la ordenación urbanística del subsuelo[5], su participación en la inspiración de las leyes urbanísticas valenciana (Ley 6/1994, de 15 de noviembre, de la Generalitat Valenciana, Reguladora de la Actividad Urbanística) y madrileña (Ley 9/1995, de 28 de marzo, de la Comunidad de Madrid, de medidas de política territorial, suelo y urbanismo), la discusión de la legislación del suelo de 1998 (García-Bellido, 1999), el debate sobre la singularidad del derecho urbanístico español (García-Bellido, 2001a y b) y un conjunto final de artículos de una contundencia excepcional (García-Bellido, 2004a y 2005a y b).
El diagnóstico que hace García-Bellido de la reforma urbanística de 1990, convertida en texto refundido de Ley del Suelo en 1992, queda claramente sintetizado en sus propias palabras:
“El modelo conceptual de la segunda reforma de la Ley del Suelo de 1956 (Ley de Reforma 8/90) es al urbanismo del siglo XXI como El Quijote a la novelística de caballerías de la Baja Edad Media: el último gran intento barroquizante y recursivo, casi manierista, de manejar los mimbres de épocas pasadas llevándolos hasta las últimas consecuencias del género y, con ello, dejarlo prácticamente agotado, dejando exangües sus contenidos por ridiculización de sus personajes”[6].
“Si la mejor novela de caballerías de la Edad Media europea fue El Quijote, escrito en pleno Barroco, la mejor ley urbanística del siglo XIX es la Ley del Suelo española escrita en el postrer decenio del siglo XX. Son ambas las últimas obras posibles en su género: ya no se pudieron hacer más novelas del género de caballerías , sin caer en el ridículo reiterativo, ni se puede profundizar más en leyes urbanísticas como ésta, sin caer en el paroxismo de la filigrana. A partir de ahora hay que tejer nuevos modelos con nuevos mimbres que simplifiquen categóricamente la urdimbre de concepto de la propiedad inmueble”[7].
En este contexto, García-Bellido profundiza en la evolución histórica del concepto de propiedad del suelo, el único recurso natural todavía no demanializado. Reflexión que le conducirá a un cambio radical respecto a su pensamiento anterior. Si en la década de los 70 revolucionó la teoría y la práctica del urbanismo, con la introducción de las transferencias de aprovechamiento, y en la década de los 80 continuó esa misma línea de pensamiento con el impulso de un libro excepcional sobre la reparcelación[8] (el último posible en ese género, siguiendo el símil de El Quijote), defendiendo hasta sus últimas consecuencias la desmaterialización del derecho de propiedad, en los 90 propone un cambio de paradigma. La propiedad ya no puede continuar siendo el eje de la política urbanística. Hay que romper el sistema. Y poner a la libre empresa, que no al dominio, en el centro de la actividad urbanística.
La primera Ley del Suelo (LS 56), aparecida ahora hace justamente 50 años, impuso un nuevo modelo jurídico-económico del urbanismo. Rompiendo con la tradición “civilista” del derecho de propiedad, plasmado en los conocidos artículos 348 y 350 del Código Civil de 1879[9], la LS 56 dio un paso de gigante en la publificación del urbanismo al establecer la plena disposición de la colectividad sobre el uso del suelo por medio del planeamiento urbanístico. La ordenación urbana, al establecer el uso y destino del espacio, consagraría, así, el predominio del interés general, subordinando el interés particular al servicio de la colectividad.
Sin embargo la LS 56 no llevó hasta las últimas consecuencias ese proceso publificador. No sólo mantuvo la propiedad privada del suelo, sino que la potenció hasta extremos inauditos al concederle el monopolio del aprovechamiento urbanístico generado por los planes. La LS 56 estableció una especie de compromiso histórico entre la sociedad y la propiedad. Por una parte impuso la plena soberanía del interés público por medio de la acción colectiva del planeamiento. De esta manera el Plan decidiría de forma omnímoda el uso del suelo por medio de las técnicas de la clasificación y la calificación. Pero por otra concedió en exclusiva a la propiedad del suelo el derecho al desarrollo urbano, atribuyendo a la misma la responsabilidad de “hacer ciudad” (la urbanización), así como el monopolio al uso y disfrute de los beneficios del desarrollo urbano (el aprovechamiento urbanístico generado por los planes).
Fruto de ese compromiso histórico fue una nueva concepción de propiedad, la llamada función social, según la cual se superaba la tradicional concepción “egoísta” del dominio privado del suelo para alcanzar una nueva finalidad “social”. La propiedad adquiría deberes[10] (el deber de “hacer ciudad”), pero a cambio se le garantizaba el derecho a apropiarse de forma exclusiva del aprovechamiento urbanístico que la colectividad había generado por medio de los planes.
Esa concepción sería magistralmente expresada en el conocido artículo 76 de la nueva Ley del Suelo de 1976 (LS 76), artículo 2º apartado 1º de la vigente Ley de Régimen de Suelo y Valoraciones de 1998 (LRSyV 98):
“Las facultades urbanísticas del derecho de propiedad se ejercerán siempre dentro de los límites y con el cumplimiento de los deberes establecidos en las Leyes o, en virtud de ellas, por el planeamiento con arreglo a la clasificación urbanística de los predios."
Maravillosa síntesis del derecho urbanístico español de la segunda mitad del siglo XX, en la que, por una parte se afirma la plena capacidad de la colectividad para delimitar el uso y destino del suelo, y por tanto el acto creador de aprovechamiento urbanístico, para, a su vez, anudar éste a la propiedad fundiaria en la forma de facultades urbanísticas del derecho de propiedad, sometidas, eso si, al cumplimiento de los deberes que los planes imponen.
La nueva concepción jurídico-económica del urbanismo, instaurada hace ahora 50 años, se construyó por medio de un instrumento básico: la separación de la ordenación “objetiva” y “subjetiva”. Los planes urbanísticos establecerían el contenido material de los usos e intensidades de edificación en cada lugar del territorio; esto es la ordenación física, objetiva. Pero a su vez determinarían otro tipo de ordenación, de tipo subjetivo, en la cual se igualaría el contenido económico del derecho de propiedad, superando, así, la desigual distribución de cargas y beneficios de la ordenación física. La noción de distribución equitativa de cargas y beneficios entre el conjunto de propietarios partícipes de un mismo proceso de desarrollo urbano se situaría, de esta manera, en el centro de la nueva construcción ideológica del urbanismo, elaborada hace ahora medio siglo. Y, con ella, el surgimiento de “técnicas” de una complejidad y refinamiento intelectual extraordinario, como los conceptos de reparcelación, física, pero también económica[11], o aprovechamiento[12], medio o tipo.
La concepción jurídico-económica del urbanismo instaurada con la LS 56, y desarrollada hasta el mimo por las reformas de 1975 y 1990, se sustentaba en un nuevo concepto propiedad. Propiedad desmaterializada, en tanto en cuanto se diluía hasta extremos inauditos el carácter terrenal, físico, del dominio. Propiedad destilada en simple contenido económico, el aprovechamiento urbanístico. Propiedad reducida al derecho de apropiación del plusvalor generado por la acción colectiva de planeamiento. Propiedad-empresa, en cuanto conversión del derecho fundiario en derecho de acción, de transformación empresarial. De esta manera la distribución equitativa de beneficios y cargas representaría el último bastión de mantenimiento del sistema quiritario de propiedad, a costa, eso sí, de modificarlo y trasformarlo en su raíz.
Es ese modelo el que García-Bellido empieza a repensar a principios de los 90 del siglo pasado. Y lo hace justamente cuando el legislador de 1990-92, aprendiz de brujo de sus aportaciones de las décadas de los 70 y 80 (las TAU y la reparcelación económica discontinua), pretende generalizarlas con la noción de aprovechamiento tipo, llevando de esta manera el sistema hasta sus últimas consecuencias.
Frente a ese proster intento de legitimación de la propiedad, García-Bellido proclama la necesidad de cambiar de sistema. Se trata de producir un cambio de paradigma: pasar del “esfuerzo-guía” de la equidistribución, sustentador del monopolio de la propiedad concebido en 1956, al surgimiento de un nuevo concepto, la propiedad “desagregada”[13]:
“La concepción integrada y unitaria de función social de la propiedad queda aquí claramente descompuesta en el binomio ‘estructura de propiedad-estructura productiva’, correspondiente a dos haces de facultades propias de dos sujetos distintos (…) detentadores de dos subconjuntos objetivos de funciones sociales diferentes: (1) Función social del dominio del suelo (…) y (2) Función social del dominio útil urbano”[14].
El nuevo paradigma urbanístico debe, por tanto, desgajar del derecho de propiedad el derecho a la facultad de urbanizar (y edificar), de forma que se rompa de forma definitiva el monopolio de la propiedad a apropiarse del aprovechamiento urbanístico generado por los planes, y, de esta manera, del plusvalor que de los mismos se deriva. En palabras de García-Bellido:
“La creación de valores y rentas diferenciales del suelo, derivadas de la acción urbanística de los entes públicos, es una función estrictamente pública, una actividad emanada, por Ley, de las decisiones colectivas sobre la mejor utilización del espacio (…) y vetada por tanto a la libre disponibilidad e iniciativa del propietario. Los incrementos de valor de esta función pública del urbanismo pertenecen íntegramente, como facultad intrínseca de creación de valor y apropiación del producto inmaterial, a la sociedad local por entero”[15].
Se trata, en suma, de proceder a una nueva desamortización. A sacar de las manos muertas de los propietarios del suelo el derecho de desarrollo urbano, permitiendo la entrada en ese mercado, hasta ahora restringido, a la libertad de empresa. La liberalización más completa de cuantas hayan sido imaginadas: la posibilidad de urbanizar y edificar en suelo ajeno. Esa sería la idea motriz de la nueva legislación valenciana de 1994[16], la cual buscaría contrarrestar la inelasticidad de la oferta de suelo abriendo el mercado a la más amplia competencia.
Un nuevo modelo. Un nuevo paradigma. Inspirado, eso sí, en la legislación británica que García-Bellido tuvo ocasión de estudiar en sus épocas de juventud: la legislación británica de 1947-1976. Un sistema que reconocía el valor de lo “existente” (existing value) -un bosque, un campo de cultivo, …- a la propiedad fundiaria, pero que publificaba el derecho de desarrollo urbano (development right), de forma que el beneficiario de la autorización administrativa de urbanización o edificación (planning permission) debería pagar a la administración (land tax) el plusvalor urbanístico generado por la acción colectiva.
Esa idea. Esa sugerencia parece que hoy puede ser continuada. El Ministerio de la Vivienda ha elaborado un proyecto de Ley, de reforma de la Ley 6/98, de Régimen de Suelo y de Valoraciones, que se basa en los criterios sugeridos, hace ya más de una década, por Javier García-Bellido. Un proyecto que, si se confirma en Ley, permitirá la desagregación plena de la propiedad. Su definitiva desamortización.
García-Bellido, persona incómoda al poder en su cualidad de librepensador, no fue invitado a formar parte de la comisión de expertos encargada de la redacción del proyecto. Eso, sin duda, generaría en él una sensación agridulce. Dulce, ya que sus ideas por fin podrían ver la luz de los hechos. Agria, ya que era excluido por los que más quería. Por aquéllos por cuyos ideales había luchado.
Pero, más allá de las miserias humana, hoy, más que nunca, podemos proclamar con García-Bellido:
“Hay que derribar las murallas –con el viejo grito de Monlau ‘¡Abajo las murallas!’ que en 1841 iniciaba el ensanche de las poblaciones- erigidas con la clasificación del suelo, como creación de estatutos jurídico-económicos privilegiados para los afortunados ‘cercados’ dentro del monopolio local del desarrollo urbano. Hay que abrir a la libre competencia empresarial la facultad de edificar y que no sea más un monopolio del propietario del suelo (…). Hay que dar al suelo lo que es del suelo y devolver a la sociedad lo que es de la sociedad”[17]
Javier,
tu pensamiento sigue vivo.
García-Bellido, J. (1989): “Hacia una renovación de la racionalidad urbanística”, Ciudad y Territorio, 81-82, 3-4/89: 167-222.
García-Bellido, J. (1992): “Las Transferencias del Aprovechamiento Urbanístico. Antecedentes y cálculo”, en las Jornadas sobre la Ley de la Reforma del Régimen Urbanístico y Valoraciones del Suelo. Ley 25 de Julio de 1990, pp. 61-118, Col Of. Arq. Catalunya, Barcelona, enero 1992.
García-Bellido, J., et alter (1996): Número monográfico sobre La ordenación urbanística del subsuelo (conf. en CPSV-UPC, Barcelona, febrero de 1994), Ciudad y Territorio. Estudios Territoriales, XXVIII: 109: 359-458, otoño 96.
García-Bellido, J. (1999): “La excepcional estructura del urbanismo español en el contexto europeo”. Documentación Administrativa (DA) nº 252-253: 11-85. Núm. monográfico sobre “El nuevo marco legal del urbanismo. La Ley 6/1998 de 13 de abril de Régimen del Suelo y Valoraciones”, septiembre 1998-abril 1999.
García-Bellido, J. (2001a): “Urbanismos europeos comparados. Introducción justificatoria de una primera serie sobre los “urbanismos europeos comparados””, CyTET, XXXIII: 127: 83-86, primavera 2001.
García-Bellido, J. & Betancor Rodríguez, A. (2001b): “íntesis general de los estudios comparados de as legislaciones urbanísticas en algunos países occidentales» (Alemania, Francia, España, talia, Holanda, Suiza, UK, USA), CyTET, XXXIII: 127: 87-144, primavera 2001.
García-Bellido, J. (2004a): “Voto particular de Javier García-Bellido García de Diego” al Dictamen sobre la Ley del Suelo de la Comisión de Expertos presidida por Eduardo García de Enterría para asesorar a la Presidencia de la Comunidad de Madrid: págs. 101-130, Madrid, 12 diciembre de 2004. http://www.madrid.org/urbanismo/textounicocomisionexpertos.pdf
García-Bellido, J. (2004b): “Por una liberalización del paradigma urbanístico español [I]”, editorial CyTET, XXXVI: 140: 289-296, verano 2004.
García-Bellido, J. (2005a): “Por una liberalización del paradigma urbanístico español (II): la jurisprudencia de obras públicas en el límite del paroxismo”, editorial CyTET, XXXVII: 143: 5-18, primavera 2005.
García-Bellido, J. (2005b): “Por una liberalización del paradigma urbanístico español (III): el tsunami urbanístico que arrasará el territorio”, editorial CyTET, XXXVII: 144: 273-286, verano 2005.
García-Bellido, J. y Mangiagalli, S. (2005c): “Pascual Madoz y el derribo de las murallas en el albor de l’Eixample de Barcelona”. IX Congrés d'Història de Barcelona, noviembre 2005. http://www.bcn.es/arxiu/arxiuhistoric/catala/activitats/congres/9congres/ponpdf/garciabellidoc.pdf
Guillermo Morales Matos
¿Será igual el estudio y la práctica del urbanismo español sin la fecunda aportación del arquitecto-urbanista Javier García-Bellido? Difícilmente, dado su activo papel desempeñado en las últimas cuatro décadas, que ha hecho de él una referencia ineludible en este campo. Su aportación al urbanismo, al contrario de lo ocurrido con el común de sus colegas, tenía un perfil integrador, abierto, cosmopolita, y, sobre todo, crítico constructivo. Su formación era tan poliédrica que, sin duda, a través de las distintas aportaciones solicitadas por el profesor Horacio Capel, seguiremos aprendiendo cosas nuevas sobre él. Por eso, y para evitar posibles reiteraciones y dejar que sean otros los que hagan, probablemente con mayor conocimiento, un análisis en profundidad de su obra, o de otras de sus facetas más conocidas, vamos a centrarnos tanto en el papel que jugó en el Instituto Pascual Madoz de la Universidad Carlos III de Madrid, como en los trabajos que teníamos proyectados a corto plazo.
No hay que olvidar que García-Bellido no sólo era un alto funcionario muy peculiar, un competente director de la revista Ciudad y Territorio. Estudios Territoriales, un experto de primer nivel internacional en transferencias de aprovechamiento urbanístico, o en urbanismo comparado, sino que también era un apasionado y brillante profesor, y un contumaz investigador, capaz de rastrear cualquier archivo del mundo que le arrojara luz a sus variados y heterogéneos objetos de estudio. Dado el foro en el que se van a publicar estas reflexiones, hemos de dejar constancia de lo mucho que los geógrafos le debemos a Javier García-Bellido. Eso se explica, sin duda, por su abierto entendimiento de la ciudad y del territorio. No es casual que un geógrafo haya decidido homenajearlo con un número especial de su revista, ni que varios geógrafos hayamos sido invitados a escribir en él, ni que una geógrafa formara parte del consejo de redacción de la revista que dirigía, ni que numerosos artículos firmados por geógrafos se publicaran en ella, pues realmente él se sentía a gusto trabajando con geógrafos, con muchos de los cuales llegó a sintonizar hasta llegar a la amistad. Incluso en más de una ocasión manifestó públicamente que se sentía más cómodo entre los geógrafos que con la mayor parte de sus colegas arquitectos. Claro, que eso también le ocurría con algunos economistas, ambientólogos o historiadores del arte, siempre y cuando se acercaran a él con bocanadas disciplinares de aire fresco.
Javier García-Bellido fue uno de los responsables de la creación del Master de Política Territorial y Urbanística de la Universidad Carlos III de Madrid (que a día de hoy ha alcanzado su decimosexta edición), juntamente con su director desde entonces, el catedrático de Derecho Administrativo Luciano Parejo Alfonso, uno de sus grandes amigos, los cuales se profesaban mutuamente un enorme respeto profesional y personal. Por tanto, estuvo vinculado a nuestra Universidad durante mucho tiempo, y su impronta se hizo notar desde el principio. Su presencia en esta universidad, a la que dedicó buena parte de su tiempo en los últimos años, aunque difícil de medir, constituye una valiosa aportación, de la que se han visto beneficiados los numerosos alumnos que le tuvieron como profesor, pero también el resto de sus compañeros. Era un hombre que, pese a no dedicarse a la docencia por entero, disfrutaba con ella y, además, la consideraba esencial en su quehacer. Numerosos testimonios avalan su entrega y dedicación. Sin ir más lejos, dice mucho de García-Bellido el hecho de que, sintiéndose mal el día anterior a su fallecimiento, quisiera cumplir con su obligación y dar las cuatro horas de clase vespertina que tenía programadas, como de hecho así fue.
Javier era, en el buen sentido de la palabra, un “provocador”. No le importaba en absoluto ir contra corriente. Es más, le gustaba hacerlo, y pensaba incluso que era muy saludable. Y probablemente esa es una de las mejores enseñanzas que pudo transmitir a sus alumnos, tener ideas propias y defenderlas de forma argumentada a la vez que no aceptar la práctica de otros como un dogma de fe. Pero además de su labor docente, llevó a cabo otras actividades en el Instituto. Nos es particularmente grato recordar que para conmemorar el bicentenario del nacimiento de Pascual Madoz, personaje que le da nombre, decidió hacer un libro que glosara sus sobresalientes aportaciones en diferentes campos, el cual vio la luz en 2005, y lleva por título Pascual Madoz (1805-1870): un político transformador del territorio, en cuya materialización Garcibelli (como cariñosamente le llamábamos) tuvo un papel central. Trabajando con él, codo con codo, pudimos comprobar que era un trabajador infatigable y un perfeccionista incorregible. También tenía una verdadera obsesión por lo bien hecho, y no descansaba hasta conseguirlo. Lo corregía todo una y mil veces, con un mimo y un detalle difíciles de creer para aquellos que no le han visto actuar de cerca; asimismo, demostró conocer el mundo editorial como muy pocos.
Como continuación de dicho libro-homenaje, también en el seno del Instituto Pascual Madoz, y a propuesta de Javier, un grupo de geógrafos comenzamos a preparar la edición de la parte correspondiente a la provincia de Madrid contenida en el Diccionario de Madoz, tarea en la que nos encontrábamos inmersos cuando se produjo la triste e inesperada noticia de su muerte. Tiempo atrás le regalamos un ejemplar “del Madoz”, lo que le emocionó y le llevó a querer utilizar esa herramienta sin igual para el conocimiento de Madrid a mediados del siglo XIX. Su idea era que nos repartiéramos el trabajo y analizáramos, tanto la provincia como la capital, en la que como es lógico tenía él un particular interés, entre otras cuestiones para poner de manifiesto, mediante un detallado estudio que manejara asimismo la cartografía denominada “de Ibáñez de Ibero”, las grandes desigualdades topográficas existentes en la ciudad de Madrid y acabar con la errónea idea, tan difundida, de que Madrid era una ciudad asentada sobre un relieve plano. Javier, que vivía en una preciosa casa situada en uno de los puntos más altos de la ciudad, desde la que se podía contemplar buena parte de la masa edificada, sabía bien cuan falsa era esa generalizada creencia.
A raíz de sus investigaciones sobre Madoz y Cerdà, puso en marcha un ambicioso proyecto para estudiar el proceso de derribo de las murallas y la gestión posterior del espacio resultante, que había empezado para el caso de Barcelona, pero que pensaba hacer extensivo a otras ciudades españolas. Había contactado con una serie de personas que estaban colaborando con él en el vaciado y la búsqueda de información en archivos militares, e incluso ya había dado a la imprenta algunos de los resultados de sus pesquisas. Esta ingente y ambiciosa tarea ha quedado inconclusa con su súbita desaparición, y veremos si alguien se anima a continuarla.
Además de lo comentado anteriormente, tal y como le propusimos al alimón, Javier tenía pensado ir publicando en Ciudad y Territorio una serie de trabajos, de corta extensión, dedicados a hablar de “hacedores de ciudades” que constituirían lo que él denominó un “programa de publicaciones de una panto-nomia de personajes, de las vidas y marcos vitales de los urbanistas de la Historia”. Se ceñiría a creadores, ideólogos-prácticos, diseñadores, realizadores, empresarios, y tratadistas a lo sumo, no especialistas de ramas específicas de las ciencias geográficas, humanas o sociales o económicas o juristas. Y siempre que hubieran muerto hace más de diez años, para tener una mejor perspectiva histórica de su obra. Su deseo era hablar de personajes foráneos (tales como Hippódamos de Mileto, Marco Vitrubio Polión, L. B. Alberti, Owen, Fourier, Cabet, Buckingham, Lever, Cadbury, Baumeister, Hobrecht, Stübben, Burnham, E. Howard, Olmestedt, Harsefall, Unwin, Addickes, Jaussely, Rinaldi, Conentento, Le Nôtre, Abercrombie, Hoffmeyer, Lucio Costa, J. M. Jenaerett, etc.) e hispanos (Alfonso X –Ciudad Real–, los Reyes Católicos –Leyes de Indias–, Felipe II –normas de fundación–, ingenieros militares –ciudades americanas–, I. Cerdà, Carlos Mª. de Castro, Pablo de Alzola, Arturo Soria y Mata, Pedro Bidagor…). Tenía escritos los nombres de los colaboradores, y nos habíamos reservado para nosotros tres un Introito, como a él le gustaba llamar a la presentación de este nuevo apartado de su revista.
Era también un auténtico hervidero de ideas. Cualquiera que le haya conocido sin duda que lo ha podido comprobar. Su mente nunca estaba quieta, siempre se le ocurrían cosas que hacer. Por eso su muerte ha abortado numerosos proyectos sugerentes e interesantes, como por ejemplo el estudio que pensábamos hacer sobre el otro Madrid, la ciudad invisible para el hombre de a pie, la ciudad subterránea. Pero Javier no sólo era un generador de ideas sin igual, sino que le obligaba a uno a pensar y a darle la réplica. Hablar con él siempre era divertido, pues se producía una especie de retroalimentación continua; lo que ocurre es que, lo que en las personas corrientes es una lluvia de ideas, en él se convertía en una verdadera tormenta. Otro hecho a destacar es que no se limitaba a generar ideas y provocar que otros las desarrolláramos, sino que se implicaba en su materialización hasta la médula. Además, tenía una particular y admirable habilidad para movilizar medios y personas; era un imán, y para llevar a cabo las propuestas que lanzaba al aire, era tremendamente efectivo, nada parecía detenerle, si se le metía algo en la cabeza era difícil que lo dejara escapar.
Como investigador, Javier era un cazador nato: tenía olfato, instinto, puntería, y además no escogía cualquier presa, era ambicioso, siempre iba a por la más sustanciosa, por escurridiza que fuera. Y lo que resulta admirable, su “secretario” cinegético era él mismo. Nunca utilizaba a nadie. Javier García-Bellido era, en muchos sentidos, una “rara avis”, que voló siempre libre, e iluminando allí por donde pasaba. Era un hombre que prácticamente podía haberse dedicado a no hacer nada o a cualquier otra cosa más lucrativa. Y que sin embargo, tuvo siempre una enorme inquietud y una curiosidad insaciable, cualidades intrínsecas del investigador de pura cepa. Otro aspecto que no podemos ni queremos pasar por alto es la gran energía y vitalidad que transmitía siempre (en persona, por teléfono, e incluso por correo electrónico, a través de sus kilométricos e ingeniosos emilios, en los que queda reflejada perfectamente su singular personalidad).
Está claro que los urbanistas se han quedado sin uno de sus mejores y más preclaros representantes; los geógrafos sin un gran valedor; el Instituto Pascual Madoz de la Carlos III de Madrid sin un buen profesor e investigador; nosotros dos, sin todo lo anterior, pero sobre todo –y es lo que más sentimos–, sin un excelente amigo, aunque podríamos consolarnos haciendo nuestro el aserto de que nadie muere mientras sus ideas, su imagen y su obra permanezcan vivas. Que así sea.
© Copyright: Horacio Capel,
Pedro Álvarez de Miranda, Isabel Rodríguez Chumillas, Josep
Roca Cladera, Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez,
2006
© Copyright: Biblio 3W,
2006
Ficha bibliográfica
CAPEL, H. ÁLVAREZ de MIRANDA, P. RODRÍGUEZ CHUMILLAS, I. ROCA CLADERA, J. MORALES MATOS, G. y MARÍAS MARTÍNEZ, D. Homenaje a Javier García Bellido. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. XI, nº 649, 5 de mayo de 2006. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-649.htm>. [ISSN 1138-9796].