Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie  documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. 
Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XI, nº 658, 20 de junio de 2006

LA PLAZA DE MONTEVIDEO Y EL PROYECTO DEL INGENIERO MILITAR
JOSEPH GARCÍA MARTÍNEZ DE CÁCERES (1802)

Laura Oliva Gerstner
Lic. en Antropología
Univ. Nac. de Rosario (Argentina)


Palabras clave: Montevideo, Río de la Plata,  ingenieros militares, fortificaciones,  siglos XVIII y XIX

Key words:  Montevideo, Río de la Plata,  military engineers, fortifications, 18th and 19th Centuries


La tarea de fortificación de la Plaza de Montevideo absorbió grandes esfuerzos a lo largo del siglo XVIII. A comienzos de ese siglo se acentuaron las amenazas portuguesa y británica sobre los intereses económicos del imperio español en el Río de la Plata, intentando ambas potencias estabilizar sus pretensiones de hegemonía comercial en puntos de apoyo estratégicos. Éstos se encontraban demasiado distantes de Lima en tanto capital virreinal: la Colonia del Sacramento, por un lado, y la costa patagónica e islas independientes, las Malvinas, hasta el Cabo de Hornos. El agravamiento de esta situación derivó en la necesidad de crear un cuerpo administrativo que asegurara la autodefensa y un eventual movimiento ofensivo en esas regiones.

El documento que aquí se publica[1], es un informe del año 1802 redactado por el ingeniero Joseph García Martínez de Cáceres, quien pone a defensa la plaza de Montevideo proyectando la construcción de un baluarte que toma en cuenta edificaciones previas, realizadas por ingenieros militares que le habían antecedido[2].

Con el propósito de contextualizar el informe aquí presentado, abordaremos, en primer lugar, las circunstancias en que se realiza la fundación de Montevideo; en segundo término la coyuntura finisecular, aproximándonos al contexto social y político del virreinato; el proyecto de fortificación y el informe de Cáceres, y finalmente la estructura institucional en la que se inserta la figura de este ingeniero.

La fundación de Montevideo

 
Bajo el reinado de Carlos III, se produce un afianzamiento de la política exterior española en la defensa de su soberanía sobre la región del Río de la Plata, no pudiéndose hablar ya de aquéllas tierras como“tierras de ningún provecho”[3], en tanto representaban una puerta de fácil acceso para las potencias extranjeras. La necesidad de proteger los intereses económicos en la región llevó al virrey peruano Amat y Junyent –según consta en sus Memorias de Gobierno- a poner sobre aviso a la Corona contra los “enemigos portugueses que se han aliado con Inglaterra, bajo cuya protección han cometido y cometen diversas maquinaciones e insolencias [...] Los portugueses no reparan en medios para penetrar en la región que pertenece a Su Majestad Católica. [...] se esfuerzan por colonizar las inmediaciones de Río Grande, por implantar allí su ganadería, para de esta manera proveer cómodamente a las necesidades de Río de Janeiro”[4]
.
En 1680, con la fundación de Colonia del Sacramento, los portugueses habían tomado la iniciativa en la lucha por la costa oriental del Río de la Plata, y los sucesivos gobernadores de Buenos Aires intentarán, con mayor o menor éxito, decidir el enfrentamiento a favor de España. Según el historiador alemán M. Kossok: “Cuando la incorporación de Portugal a la ‘Gran Alianza’ significó la denuncia del tratado de compensación firmado en 1701, España consiguió ocupar la fortaleza desde 1706 a 1715. La cláusula de entrega contenida en el Tratado de Utrecht pudo aminorarse en sus efectos con la fundación de un baluarte similar: Montevideo.”[5] En el tratado firmado en Madrid en 1750 para determinar los límites de los estados pertenecientes a las Coronas de España y Portugal en Asia y América, se llegó al acuerdo de la entrega de las siete Misiones Orientales a Portugal (territorio éste de largas disputas, que en el primer tercio del siglo XIX, Uruguay “canjeará” nuevamente con Brasil), quedando la Banda Oriental, incluida Colonia, definitivamente bajo control español.
No sería correcto afirmar que Montevideo nace como ciudad, ya que su origen responde a la edificación de una plaza-fuerte situada en una bahía del Río de la Plata y delimitada hacia el oeste por un cerro, significativo paisajísticamente en ese contexto de llanuras[6].
Felipe V había ordenado la construcción de una ciudad en dicho paraje, para evitar precisamente que se repitiera lo sucedido cuarenta años antes con la Colonia del Sacramento. En el año 1723 desembarcaba en dicha bahía un contingente portugués, lo cual motivó la inmediata intervención de quien entonces era el Gobernador de Buenos Aires, D. Bruno Mauricio de Zavala. A instancias de un práctico del Río de la Plata, las tropas españolas cruzan el estuario desde las costas de Buenos Aires propiciando una retirada pacífica de los portugueses. Una carta de Felipe V a Zavala, fechada en 1725, donde se recapitula sobre ese acontecimiento, dice así:
“En diferentes cartas que se han recibido, el mes de junio del año próximo antecedente, dais cuenta con autos de que, el día primero de diciembre de 1723, os dio noticia un práctico del Río de la Plata de haber encontrado en la ensenada de Montevideo un navío de guerra portugués, con 50 cañones, mandado por don Manuel Henrique de Noroña, y haber desembarcado hasta 200 hombres que estaban fortificándose, con cuya novedad despachasteis un capitán con carta para el gobernador de la Colonia, a fin de que informase de tan impensada e irregular conducta; dando al mismo tiempo otras providencias para reforzar la guardia de San Juan, observando los movimientos de los portugueses, impedirles disfrutar la campaña y la comunicación con la Colonia por tierra; encargando al capitán don Alonso de la Vega que a su arribo escribiese al comandante portugués que no podíais permitir su demora en aquel paraje [...] A que le respondió venía con expresa orden de su Soberano, a tomar posesión de las tierras de su dominio, por lo cual os obligó a manifestarle la extrañeza que os causaban sus operaciones, por ser opuestas a la buena correspondencia; y que, respecto de no haber duda alguna en ser mío el territorio de Montevideo, procurase suspender la fortificación y retirarse de aquel paraje y demás dominios míos; porque, de no ejecutarlo así, lo reputaríais por hostilidad, y os sería indispensable valeros de aquellos medios a que la justicia, la razón y el derecho os obligaban. A que os respondió el comandante portugués en la misma forma que había respondido a vuestro oficial. Y enterado vos de que los portugueses llevaban adelante su intento, no obstante varias cartas y respuestas que hubo de una a otra parte, dispusisteis los navíos de registro, juntamente con un navío inglés del asiento, y por tierra también tropas, para dicho sitio de Montevideo; y habiendo pasado a la guardia de San Juan el día 21 de Enero, tuvisteis el día siguiente la noticia de haberle desamparado los portugueses dejando una carta el comandante, escrita el mismo día 19, diciéndoos se retiraba por no quebrantar las paces [...]”[7]
Este acontecimiento marcó el inicio de un proceso fundacional que se extiende hasta fines de 1726, de una ciudad y plaza fuerte que fue llamada con el nombre de los santos patronos: San Felipe y Santiago de Montevideo. La misma carta antes citada, especifica:

“[...] Y para que se puedan poblar los dos expresados e importantes puestos de Montevideo y Maldonado, he dado las órdenes convenientes para que en esta ocasión se os remitan en dichos navíos de registro 50 familias, las 25 del reino de Galicia, y las otras 25 de las islas de Canarias. También se dan las órdenes necesarias a mi Virrey del Perú, y Gobernadores de Chile, Tucumán y Paraguay, para que os den cuantos auxilios puedan para atajar los intentos de los portugueses, y particularmente para que del distrito de cada uno pasen las familias que fueren posibles, para que con las que (como va dicho) se os remiten de España se apliquen a estas poblaciones [...] con las providencias expresadas podréis hacerlo, procurando (como no lo dudo de vuestro amor y celo a mi real servicio) practicar en este caso todas las disposiciones que fueren posibles, con la conducta que hasta aquí. Y de lo que se adelantare en este asunto, me daréis cuenta en las primeras ocasiones que se ofrecieren. De Aranjuez, a 16 de abril de 1725. Yo el Rey” [8].

El gobernador Bruno de Zavala hizo un llamado a poblar la Plaza, ofreciendo a cambio solares para la edificación de viviendas, estancias y chacras en las inmediaciones, alimentación gratuita, herramientas y animales para criar, además de la exención de impuestos y la autorización del título de fijosdalgo, que habilitaba a utilizar el Don delante del nombre propio. Menos de una decena de familias evaluaron que dicha empresa valiera la pena, dado lo inhóspito del lugar, permanentemente en conflicto entre los imperios y además asediado periódicamente por grupos de indígenas nómadas, principalmente minuanes y charrúas. Según algunas fuentes, se contabiliza en ese entonces a unas 34 personas como los primeros habitantes de Montevideo. En el mes de noviembre de 1726, se les suman 50 familias canarias llegadas a bordo del velero Nuestra Señora de la Encina. Luis Azarola Gil ha descrito así a estos primeros pobladores:

“Nada más humilde que aquel núcleo fundador de la ciudad y progenitor de la ciudad en gestación. Sus elementos carecían de instrucción y de cultura; muchos de ellos no sabían leer ni firmar; y es inútil inquirir una manifestación de su modo de pensar fuera de los testamentos y las actas capitulares. Eran labriegos rudos, ignorantes y virtuosos; su misión consistía en alzar las casas, procrear hijos, sembrar granos, apacentar ganados y alejar a los indios”[9].

Hacia 1730, se hablaba ya de la existencia de estancias en la Banda Oriental donde se cuentan entre 30.000 y hasta más de 80.000 cabezas de ganado, aunque las fuentes históricas son a veces contradictorias en este aspecto. En los inicios de la década de 1770, tanto portugueses como españoles contaban con tropas asentadas en la región de más de 1000 hombres, cifra elevada tomando en cuenta las condiciones que imperaban en dichas latitudes.

La coyuntura finisecular: creación del Virreinato del Río de la Plata y composición social de la ciudad de Montevideo.

El 1º de agosto de 1776, Carlos III expide una Real Orden donde concede amplias facultades a D. Pedro de Cevallos, -quien había sido gobernador de Buenos Aires entre 1756 y 1766-, confiándole una misión militar de 10.000 hombres y desligándolo de la autoridad de Lima:

“Por cuanto hallándome muy satisfecho de las repetidas pruebas que me tenéis dadas de vuestro amor y celo de mi Real Servicio, y habiéndoos nombrado para mandar la expedición que se apresta en Cádiz con destino a la América Meridional, dirigida a tomar satisfacción de los portugueses por los insultos cometidos en mis Provincias del Río de la Plata, he venido en crearos mi Virrey, Gobernador y Capitán General de las de Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la Sierra, Charcas y de todos los Corregimientos, pueblos y territorios a que se extiende la jurisdicción de aquella Audiencia”[10].

La Orden dejaba establecido el carácter provisorio de dicho Virreinato: “por todo el tiempo que V. E. se mantenga en esta expedición militar”. Además de las instrucciones de carácter netamente militar, la Orden contenía prescripciones relativas a la política económica, como el fomento de los recursos naturales, en especial lino y cáñamo, y hacer trabajar a los indios en dichas labores[11]. Al año siguiente, Cevallos es llamado a retomar su cargo de capitán general en Madrid y en su lugar es designado como virrey Juan José de Vértiz y Salcedo para ejercer la autoridad del virreinato, establecido ya con carácter permanente. En 1782, el Virreinato es subdividido en ocho Intendencias y cuatro provincias, éstas últimas subordinadas en territorios fronterizos. Una de estas provincias es la de Montevideo, la cual abarcaba la actual República Oriental del Uruguay y territorios aledaños que se extienden a jurisdicciones hoy pertenecientes al Estado de Río Grande do Sul en Brasil.

En vistas del crecimiento de la actividad comercial en el puerto de Montevideo, el antiguo fuerte se fue convirtiendo gradualmente en un potencial competidor de Buenos Aires; según informes del virrey Arredondo, ambas ciudades obtienen casi al mismo tiempo su administración aduanera[12]. Este es el comienzo de una rivalidad comercial que tiene su punto más álgido en 1799, cuando apoderados del comercio y terratenientes de Montevideo presentaron a la Corona la petición de sustraerse a la tutela comercial de Buenos Aires contando con su propio Consulado, de la misma manera que ésta lo había hecho de Lima décadas antes. Como ha escrito Manfred Kossok: “Según sus palabras, Montevideo se hallaba oprimida por su dependencia de Buenos Aires, cuya tiranía amenazaba con esclavizarla y convertirla así en víctima de un ‘verdadero despotismo’; los apoderados atestiguaban asimismo ‘la tiranía y animadversión con que el mencionado tribunal contempla nuestros progresos, ventajas y bienestar’[...]”.[13]

Por otra parte, la colonización de tierras destinadas al cultivo y la ganadería no estuvo tampoco exenta de dificultades en lo que respecta a la ciudad de Montevideo, y al territorio oriental en general. A la escasez de mano de obra (“lo reducido del Pueblo”, a lo cual hace referencia García de Cáceres en este informe y otras cartas), se sumaba también el contrabando ejercido por los portugueses que lograban contar con la complicidad de algunos grupos de charrúas y minuanes, las faenas clandestinas de ganado y las permanentes “asoladas” o “malones” indígenas que llegaban a las puertas de la Ciudadela. Este último es un elemento significativo para analizar la importancia que tuvo para la administración española la construcción de fortificaciones en toda la región del Plata e incluso en la actual Patagonia argentina.

Si bien, como sostiene Capel “lo más específico de la ciudad hispanoamericana fue la coexistencia étnica, lo que dio lugar a procesos de mestizaje desde el primer momento: las ciudades, a pesar de todo, se convirtieron en crisoles de mezcla étnica y social.”[14], a diferencia de lo que ocurrió con otras culturas americanas –las consideradas “altas culturas”-, en el caso de Montevideo fue muy difícil la integración del indígena al medio colonial y la apropiación de sus instituciones[15]. A los charrúas, por ejemplo, les estaba prohibido ingresar a la ciudad, cuya puerta se cerraba en la noche, y a los españoles, internarse más allá de las murallas, bajo pena de sufrir azotes.

Siendo el puerto de Montevideo el punto de partida de las expediciones organizadas para la colonización de los territorios aún lejanos de la Patagonia, durante la década de 1770 y hasta fines de siglo, la población de la ciudad formará parte en muchas ocasiones de la tripulación militar destinada a establecer nuevas fortificaciones de defensa, como en el caso de la expedición a Bahía sin Fondo y asentamiento en el puerto de San José. Esto consta, por ejemplo, en una carta dirigida al Virrey Vértiz por Juan de la Piedra, encargado de la expedición y futuro superintendente de las fundaciones a establecer, donde le agradece a la autoridad la provisión de hombres -dados los retrasos de la llegada de “negros” y peones desde Buenos Aires- , y realiza el pedido de suministros indispensables para la misión:

“En vista de la Or.n que V. E. se ha servido expedir para que en lugar de los Negros que havian de servir en los trabajos de la Costa Patagónica sean Presidiarios en quienes no concurra delito maior, hemos acordado el Gobernador de esta Plaza y yo lo conveniente para que se embarquen hasta unos 50 con corta diferencia, y doy a V. E. muchas gracias; pues cada uno de ellos valdrá por dos Negros; pero Sr. Excmo. si no se visten no han de poder sufrir las ynclemencias que van a sufrir, por lo cual suplico a V. E. dar la Orden conveniente”[16].

Hacia 1780, la población censada en Montevideo y alrededores ascendía a 10.404 habitantes, siendo 7410 españoles; 247 indios y 2747 negros y mulatos[17], los últimos llegados como esclavos para dedicarse principalmente a las tareas de agricultura pero también destinados a trabajar en la fabricación de ladrillos.

El 14 de enero de 1801, se estableció el “Nuevo Reglamento para el régimen y arreglo de las milicias” para el virreinato del Río de la Plata, donde se determinan prescripciones y procedimientos administrativos, disciplinarios y de gobierno para orientar el funcionamiento de la defensa de los fuertes situados en la región. Los mismos comprendían aquellos ubicados en ambas orillas del Plata y en los territorios de la Patagonia. Las instrucciones establecían la composición en número de los distintos cuerpos (infantería, artillería, caballería), los cuales recibían el nombre de “Batallones de voluntarios” de la guarnición a la que pertenecían.  En 1801, las milicias de Montevideo sumaban 2482 hombres, distribuidos en una Compañía y un Batallón de Infantería, un Regimiento y un Escuadrón de Caballería, y una Compañía de Artillería[18].

El proyecto de fortificación y el informe de Cáceres

 
Dadas las ventajas que para ello ofrecía el territorio de la Banda Oriental, en las últimas décadas del siglo XVIII se iniciaron profundas transformaciones en relación con el desarrollo de la agricultura y la ganadería. Se multiplicaron también las fortificaciones, que aunque aparecían como insuficientes debido a la escasa cantidad de pobladores, garantizaron la colonización del interior de la provincia a la vez que aseguraban su defensa. Sobre este punto, el virrey Arredondo expresaba su preocupación por aumentar el número de fortificaciones dadas las reiteradas infracciones de los portugueses a los tratados limítrofes:


“Aún teniéndolos sitiados por todas partes, a costas de levantar fortalezas y compañías de gente armada, se abren un nuevo camino cada día, por donde se avanzan más hacia el Perú y Montevideo. Estas provincias son el blanco a que hacen su tiro desde principio del siglo XVI, sin que los haya cansado la fatiga, ni saciado el fruto que les ha rendido esta. Ya se hallan bien adentro de ambos territorios, y cada día se van arrimando más. [...]No es posible guardarlo todo por medio de atalayas o de centinelas, ni bastaría todo el ejército de Su Majestad para defender unas pertenencias de tan vastos y remotos términos. [...]Es verdad que tenemos ajustadas unas convenciones provisionales, que preservan sus derechos y los nuestros, mientras se establecen los límites de ambas Coronas. ¿Pero de qué sirven los pactos ni las leyes cuando prohíben ellas mismas castigar a sus infractores? [...]Para conservar lo que nos resta, ha sido necesaria la construcción de los tres fuertes, de que dejo hecha mención a Vuestra Excelencia, a que debe seguirse el gasto de su guarnición y conservación, y el de los otros fuertes de Santa Teresa, San Miguel, Santa Tecla, San Rafael y Batoví [...]”.[19]

Como sosteníamos al comienzo, el proyecto de fortificación de la plaza y luego ciudad de Montevideo, conllevó grandes esfuerzos a lo largo del siglo XVIII. Cabe aclarar de todos modos que el ámbito de aplicación del proyecto de fortificación fue la Jurisdicción de Montevideo, la cual correspondió entonces al área territorial que comprende los actuales departamentos de Montevideo, Canelones, San José y parte de los departamentos de Maldonado, Lavalleja, Flores y Florida[20].Hacia fines del siglo XVIII, se sucedieron puestos fortificados en las actuales ciudades de Paysandú (1772), Canelones (1774), Florida (1779), Mercedes (1781), Santa Lucía (1781), San José (1783), Minas (1783), Pando (1787), Rocha (1793) y Melo (1795)[21] .

Tal como ha sido ya estudiado por distintos autores (Capel, 2001, Carmona y Gómez, 2002), la planificación de la ciudad de Montevideo siguió los lineamientos establecidos por la Leyes de Indias para los territorios de ultramar del imperio español. Se aplicó a la misma un modelo de ciudad mediterránea, conformado por los llamados “solares del pueblo”, esto es, el núcleo urbano propiamente dicho, con un trazado de manzanas uniformes en torno a una plaza principal de forma rectangular de la cual salían cuatro calles, éstas conectaban con la iglesia y los restantes edificios oficiales. Según la descripción de las arquitectas uruguayas Carmona y Gómez, el amanzanado en forma de “damero” se adaptó en el caso de Montevideo a la situación de la península: “Las calles –anchas en los lugares fríos y angostas en los cálidos- resultan trazadas a ‘cordel y regla’ y orientadas a medios rumbos. Los solares del pueblo constituyen un recinto cerrado, completamente rodeado por las murallas que defienden la ciudad”[22]. Esta área de solares corresponde a la actual Ciudad Vieja, centro histórico de Montevideo. Contiguo a la misma se extendía un territorio sin edificaciones ni cultivos llamado el “ejido”, espacio que servía para el recreo de los habitantes así como para el pastoreo de ganado. Este territorio despojado constituía además la reserva para el crecimiento de la ciudad, y ubicado frente a las murallas, contribuía también a su defensa.

En 1719 el Capitán de Ingenieros Domingo Petrarca realizó el primer relevamiento topográfico de la ensenada de Montevideo, donde se indican los manantiales de agua dulce y el terreno propicio para edificar y poblar. Así fue como se eligió el territorio de la península hoy conocido como barrio Ciudad Vieja para establecer el primer núcleo poblacional. En 1724 Petrarca dibujó el mapa de la ensenada con sus bajos y sondas, y en ese mismo año dirigió las primeras obras de fortificación de la Plaza, en las cuales trabajó parte de la población indígena de la región. Esto consta en el diario de D. Bruno Mauricio de Zavala, gobernador entonces de Buenos Aires, a propósito de aquel desembarco portugués frustrado de 1723-24 al que aludimos anteriormente:

“Con la aprobación del ingeniero don Domingo Petrarca, empecé una batería a la punta que hace al este la ensenada, para defenderla [...] Luego que llegué a Montevideo empecé a construir la referida batería de la punta del este, con el seguro de que vendrían los indios Tapes, como lo tenía prevenido; pero, habiéndose retardado éstos, la concluí poniendo en ella cuatro cañones de a 24 y 6 de a 18 en batería. El día 25 de marzo llegaron 1.000 Tapes, y el inmediato empezaron a trabajar en las demás fortificaciones delineadas, y continúan en ellas.”[23]

Entre 1727 y 1730, Petrarca dibujó la ensenada de San Felipe de Montevideo, también la planta del fuerte y realizó el perfil del mismo, trazando la planta para arreglar las proporciones con que éste debía ser construido en la gola de la península[24]. En los años 1761 y 1765 los ingenieros Francisco Rodríguez Cardoso y José del Pozo respectivamente, demarcan las nuevas fortificaciones de la ciudad de San Felipe de Montevideo, incluyendo ciudadela y murallas complementarias. Esta construcción, de acuerdo con el plano del ingeniero Joseph García Martínez de Cáceres de 1797, constaba de un gran patio central, alrededor del cual se distribuían dependencias militares, cajas reales, la capilla y las habitaciones del Gobernador. Como plantean Miguel Álvarez y José M. Montero: “no deja de asombrar que esta construcción haya sido sede de los diferentes gobiernos, siendo en primera instancia sede del gobierno español, lo fue sucesivamente del portugués, porteño, primer Gobierno Patrio, brasilero y luego centro del poder nacional independiente. Construcción que siempre fue denominada El Fuerte, tal vez por la función del primer edificio erigido en ese sitio o quizás, por albergar las habitaciones de gobernadores y sus guardias”[25].

Estructura institucional de los ingenieros militares y la figura de Joseph García de Cáceres.

 
Es importante contextualizar la figura de este ingeniero en el marco de la estructura institucional en que desarrolló sus funciones. Joseph García Martínez de Cáceres nació 1733 en la ciudad de Alicante y se graduó de ingeniero militar, iniciando su carrera en 1753 como ingeniero delineante. En 1778 alcanzó el grado de Ingeniero 2º, y es destinado a cumplir funciones en el virreinato de Nueva España, hasta ese momento había cumplido una larga actuación en toda la Península.  Años después, en 1787, fue nombrado Ingeniero del Río de la Plata y según los datos que tenemos, en 1789 ya se encuentra trabajando en Buenos Aires, dibujando planos para los edificios interiores de la Real Fortaleza de esa ciudad[26]. En 1790, construye la Casa de Gobierno de Montevideo.
 
Durante toda esta época, Cáceres se encuentra involucrado en la realización de planos y obras en ambas orillas del Río de la Plata, simultáneamente. Entre sus realizaciones de este período, que se extiende al menos hasta 1802, se cuentan obras principalmente de índole defensivo y militar, pero también de arquitectura civil y religiosa. En 1794, por ejemplo, critica los planos de la portada de una iglesia de clérigos de La Plata, la San Felipe Neri. En 1795, construye la Dirección General de Tabacos de Buenos Aires, en 1797 realiza los planos del Hospital Provisional de Montevideo. En la costa oriental su trabajo es muy intenso en lo referente a la fortificación y construcción de otras dependencias militares. Realiza planos, perfiles y vistas de los cuerpos de guardia que servían de resguardo al almacén de pólvora del Cerro de Montevideo y al muelle de la ciudad; el plano y perfil de la batería de Santa Bárbara, construida para defensa de la playa de la Estanzuela y su inmediata en la costa montevideana; dibuja también los planos de los fuertes de San Miguel y Santa Teresa.

El Cuerpo de Ingenieros Militares tuvo un papel principal en todo lo referente a la defensa y la ordenación del territorio por iniciativa pública en España y las Indias. Su rol fue decisivo para asegurar el control de la estructura social;  una organización política unitaria en el momento de la construcción del estado moderno (desde el Renacimiento, pasando por el siglo XVII y XVIII, donde se sigue avanzando desde el estado absoluto al estado liberal) y finalmente, la defensa del territorio. En el siglo XVII, la ingeniería militar de la Corona española ya contaba con un largo desarrollo, integrando además conocimientos y tradiciones procedentes de los distintos territorios del imperio, como se afirma en Capel y otros (1988): “Súbditos italianos y flamencos de la monarquía habían constituido desde el siglo XVI el principal contingente de los ingenieros militares, con una activa y eficaz presencia en la fortificación y defensa de los territorios del Imperio. Pero a ellos se habían unido bien pronto ingenieros españoles que trabajaban también indistintamente en todos los dominios hispanos”[27].

Sin embargo, hasta comienzos del siglo XVIII la organización de los ingenieros no estaba estructurada como un cuerpo único, ya que sus actividades se vinculaban tanto con los artilleros como con la infantería, y no contaban con centros específicos de formación. Por este motivo se reclutaba para estas funciones a aquéllos oficiales que poseían algún conocimiento de matemáticas y fortificación; la técnica se adquiría trabajando o se transmitía familiarmente, tal como puede verse en el caso de Sebastián Fernández de Medrano quien adquirió su formación de manera autodidacta y llegó a ser profesor y director de la Academia Militar de Bruselas, el centro de formación más importante de la Monarquía hispana a finales del siglo XVII. Allí dictó clases en ingeniería, geografía, arquitectura militar, geometría práctica y artillería, incluidas todas estas materias dentro de las ciencias matemáticas[28]. El flamenco Jorge Próspero de Verboom, sería nombrado en 1710 Ingeniero General de los Ejércitos, Plazas y Fortificaciones de todos los Reinos, Provincias y Estados, y Cuartel Maestre General de todos los Ejércitos.  Además de las funciones que quedan explícitas en la denominación del cargo, se le confiere la responsabilidad de organizar el cuerpo de ingenieros, para lo cual en 1711 Felipe V expide la orden de creación del Plan General de los Ingenieros de Ejércitos y Plazas.


Hacia 1718, al cuerpo se habían integrado más de un centenar de ingenieros españoles, italianos y flamencos. Inspirado en la Academia de Bruselas, Verboom también será el responsable de la creación de la Academia Militar de Matemáticas de Barcelona en el año 1716, pero el centro comienza a funcionar el 15 de octubre de 1720 bajo la dirección de Mateo Calabro, luego sucedido por Pedro Lucuce. Es en la Academia de Barcelona donde realizó sus estudios el ingeniero García de Cáceres.

En el trabajo ya citado de Capel, Sánchez y Moncada (1988) se hace mención a la actitud negativa que en general tuvo la corona española a promover la creación de centros de estudios militares en los territorios de ultramar. Aunque la misión de los alumnos que se formaran en estos centros habría de ser la defensa de dichos territorios, los autores sostienen que probablemente existiera el temor a perder el control de una academia que formara militares criollos, y cuando estos proyectos existieron, la no aceptación de los mismos se hizo esgrimiendo consideraciones de carácter académico[29]. Un caso significativo en este aspecto lo constituye el proyecto formulado en 1777 por el ingeniero Simón Desnaux para el establecimiento de una “Academia Especulativa y Práctica sobre el Arte de la Guerra en el Reino de Nueva España”. Si bien el proyecto había sido informado favorablemente por el Presidente de la audiencia de Guatemala, finalmente es rechazado por el comandante general de ingenieros Silvestre Abarca, quien señaló la imposibilidad de su realización. Los principales argumentos sostenían que el proyecto era demasiado amplio, abarcando todo el arte de la guerra, y que un ingeniero necesitaría “vivir largos años y hallarse en muchas campañas, y aún con todo sólo lograría adquirir una instrucción regular; no perfecta, como la que supone que han de conseguir los alumnos en el corto tiempo de dos años”[30]. A esto se agregaba, según Abarca, la escasa preparación del autor, considerando que a Desnaux le faltaban aún mucha “aplicación, tiempo y estudio para comprender bien lo que promete enseñar en la proyectada Academia”[31], y finalmente, consideraciones de carácter presupuestario.

Un estudio realizado en Uruguay por Nelson Pierroti[32] sostiene la necesidad que había, a fines del siglo XVIII, de institucionalizar la instrucción técnica en la ciudad de Montevideo, la cual no contaba con una institución que pudiera asumir esta tarea. En un documento del Archivo General de la Nación Argentina citado por este autor, y firmado por el mismo García de Cáceres, queda manifiesta la necesidad de destinar técnicos a "la nueva obra y Proyecto de la Plaza de Montevideo”, cuyas fortificaciones debían ser reconstruidas con urgencia ante la eventualidad de un nuevo ataque extranjero:

“La escasez  de oficiales del Real Cuerpo de Ingenieros por su limitado número de individuos para tantas atenciones y servicios propios de su instituto y facultativa profesión, ha dictado en todos los tiempos y ocasiones elegir y nombrar así en Campaña como en Guarnición, los Cadetes y Oficiales que han cursado con aprovechamiento las matemáticas para que ayuden de servicio que se ofrece como al presente se verifica en Lima: En el día se toca esta precisión en la nueva obra y Proyecto de la Plaza de Montevideo, que el celo que anima a V.E. ha resuelto emprender: con esta noticia solicita Don Serapio Bruno de Zavala, cadete del Regimiento de Infantería de Buenos Aires, se le nombre de Ingeniero voluntario sin otro interés que contraer este mérito, y constándome su Instrucción, talentos, buena conducta, aplicación, e inclinación a distinguirse en esta Carrera, lo propongo a V.E. con arreglo a Reales Ordenanzas si lo halla su superior consideración conveniente (...) y conste en su cuerpo su ocupación a que aspira (...) Joseph García de Cáceres.”[33]

Dado el carácter urgente de esta petición, se aceptó la colaboración de algunos oficiales para trabajar en la fortificación de Montevideo. Serapio Zavala, al que se hace referencia en el documento anterior, era el sobrino del fundador de la ciudad y finalmente fue designado como colaborador o “mano auxiliar” del cuerpo de ingenieros montevideano en 1782.[34] Este tipo de situaciones –entre otros elementos- motivaron la iniciativa de Cáceres, quien se desempeñaba como Director del Cuerpo de Ingenieros de Buenos Aires, a instalar una Academia de Matemáticas en aquella ciudad, en el año 1781, donde se formaran ingenieros para las plazas de dichos territorios. Según sus informes, los contenidos de las materias dictadas en la Academia de Barcelona, al igual que en las de Orán (1732) y Ceuta (1739), debían servir de modelo para las Academias de Matemáticas que se instalaran en el Río de la Plata:

“la experiencia ha manifestado la utilidad de las Academias y conocidos progresos de los Jóvenes con la adquisición de las luces que les han prestado las Matemáticas para conseguirles ventajas (que son indudables) para mejor desempeño del servicio del Monarca en aquella parte que realiza los máximos de la guerra (...) Se seguirá el método de la Academia de Barcelona, Orán y Ceuta. Habrá una clase por la mañana y otra por la tarde”.[35]

Sin duda los argumentos de Cáceres tuvieron una buena aceptación en este aspecto, ya que la Academia de Matemáticas de Montevideo abrió sus puertas en el 1800, dos años antes del informe de este ingeniero que aquí se presenta, y siguió probablemente el mismo programa de estudios que la academia bonaerense[36].

El documento que aquí se presenta corresponde al Plano, Perfil y Elevación que explican el proyecto de un baluarte destacado que se propone construir en la Plaza de Montevideo. El mismo contiene numerosas precisiones del ingeniero acerca del diseño de la Plaza, las posibilidades de aprovechamiento de construcciones previas, y los materiales necesarios para la obra a los fines de asegurar su óptima defensa. Acompaña dicho proyecto de obra un exhaustivo presupuesto redactado además por el ingeniero José del Pozo, con el Vº Bº de Cáceres. El tema presupuestario vinculado a las construcciones no es un dato menor y a ello se hace referencia en numerosas oportunidades a lo largo del documento. Cabe tener en cuenta que Cáceres había diseñado un año antes (1801) un proyecto para construir una recova en la Plaza Mayor del fuerte de Buenos Aires, pero éste fue rechazado por falta de recursos económicos. En el caso de la Plaza de Montevideo, el proyecto aprobado será luego dirigido por él mismo y realizado también por José del Pozo. El último continuará con las obras en esta ciudad hasta 1810.
 

División 10ª
P. de Buenos Aires.
1802

Pensamiento y proyecto del Director  García Martínez sobre el  aprobado pª. la Plaza de Montevideo

Exmo. Señor.

 
Dirijo a V.E. el adjunto Proyecto, que hé formado pª. la Plaza de Montevideo, fundado en las reflexiones que le acompañan, a impulso de mi zelo por el mejor servicio de S. M. y considerable ahorro de su Rl.Herario, a fin de que si mereciese la aprovacion de V.E. lo haga presente a la Soberana consideracion del Rey, como tambien mi constante deseo de propender a su Rl. servicio en todo quanto considere mas beneficioso, util o interesante a tan Soberano objeto.
Ademas de quanto se expresa en las reflexiones, acompañan al Proyecto para su mayor ilustracion un Plano del Recinto de la Plaza y terreno de sus inmediaciones, y dos Perfiles cortados en Angulos rectos por las Lineas que se explican en el referido Plano, de los quales comprehenden el uno hasta la mayor altura, y el otro de Mar a Mar de la Peninsula, y manifiestan el solido fundamento en que se apoya; siendo de advertir, que el primero, aunque no pasa por la mayor altura, que da esta a cosa de 4 u [a] 5 varas a la derecha y 15 pies mas elevada, que el punto donde termina el citado Perfil.

Acompaño asimismo el calculo por menor de la Obra, que se proyecta y explica el plano que remito a efecto de que V.E.  se cerciore de que se ha hecho el Proyecto con toda escrupulosidad.

Tambien me parece conveniente poner a la vista un grave inconveniente, que sin duda no se tubo presente, pues aunque la RL. Orn. del 5 de Mayo de 1785 previene, que antes de demoler el frente de tierra se construya el camino cubierto del Hornabeque, a fin de que no quedase la plaza abierta, demolida la actual Ciudadela, en cuyo caso era preciso construir antes Quarteles pª. la tropa y Presidarios, o disponer casas en la Ciudad para ambos fines, lo que seria costoso, y no poco dificil por lo reducido del Pueblo, pero mediante mis disposiciones se ha evitado aquel, aprovechando quanto ha sido posible la muralla actual de los frentes de tierra de la Plaza, haciendole por lo exterior el revestimiento necesario pª. completar el grueso, que corresponde al Muro sin embargo de no haverse adelantado como yo deseaba por la cortedad de las dotaciones, con las quales ha de atenderse no solo a la Obra y el Proyecto aprovado, sino a las muchas que ofrecen los Edificios Militares de la nominada Plaza en los Quarteles provisionales, Hospital, Cuerpos de Guardia, y Almacenes.

Mediante a las oportunas providas tomadas al efecto es visto que la Plaza queda siempre cerrada, y que ejecutado el Baluarte destacado que se propone, queda esta bien fortificada, agregandose para ello el poner la Ciudadela, descuidada tanto años hace, en el estado de servicio que se requiere, mediante lo cual y con el auxilio de las 15 Bobedas a prueva, que se han constituido durante la Guerra, en la Corbina, que va desde el Baluarte del Norte, que se ha sustituido en lugar del Torreon de este nombre, puede colocarse mucha Tropa en ellas, interim se efectuan las Obras y reparos, que son necesarias en la mencionada Ciudadela.

Devo igualmente hacer presente a V.E. que no me ha parecido conveniente dirijir otro ejemplar por conducto de este Señor virrey, así porque el proyecto del Hornabeque se formó en Barcelona, en tiempo del difunto antecesor de V.E. como porque haviendose dirijido por el Ministerio de Indias con otro de tres frentes de fortificacion para que el actual Virrey, entonces Ingeniero en segundo y Comandante de estas Provincias trazase uno y otro sobre el terreno, y formase el calculo de ambos explicando qual de ellos era tan ventajoso, podria [ilegible] que se dirijia a enmendarle la Plana, pues no es extraño que en unos proyectos tan bastos y de tanta consideracion se le pasasen por alto algunos calculos, y porque acasos serian diversas sus ideas, porque acaso haviendo sido compañeros en el cuerpo a un mismo tiempo, le pareceria mal, protestando a V.E. no ha sido otro mi fin que el cumplir con mi obligacion, y con los deberes del encargo que el Rey ha puesto a mi cuidado.

Dios guarde a V.E. muchos años.

Buenos-Ayres 18 de junio de 1802.

Josef Garcia Martinez de Cáceres
Exmo Señor D. José de Urrutia.
Presupuesto del Costo que sobre poco mas o menos podra tener la Demolicion del Baluarte de la Ciudadela de la Ciudad de esta Plaza que mira a el N.O. y su rehedificacion hasta dejarlo en estado de Defensa;
la conclusion del Fozo desde los Baluartes N. y S.
En el frente de tierra; hasta el de la Ciudadela; Contra=Escarpa Camino cubierto y Explanadas, Terraplenes y Rebestimto interior de otros; y execucion del Baluarte de la parte  del Sur. Asaver
(ver el documento)




Con la de V. de 18 de junio ultimo he recibido el Proyecto que ha formado pa. la Plaza de Montevideo y el [ilegible] de reflexiones que le acompaña haciendo V. ver la utilidad y ahorro que producira si se adopta su pensamiento; de lo que quedo enterado, como de todo lo demas que expresa V. en su citado proyecto y tendré presente para cooperar en lo mas conveniente al bien del Servicio. 25 de Setre. de 1802.

A Garcia Martínez. Buenos Ayres


Notas
 

[1] El documento se conserva en el Servicio Histórico Militar de Madrid, signatura 5–1–3–(1), Q-8-215.
[2] Hacemos referencia a las obras del ingeniero Domingo Petrarca entre 1724 - 1725, y las fortificaciones ejecutadas por los ingenieros Francisco Rodríguez Cardozo en 1761 y José del Pozo en 1765. Sobre estas edificaciones, ver Capel, H., García, L., Moncada, J., Olivé, F., Quesada, S., Rodríguez, A., Sánchez, J-E., Tello, R.. 1983, p. 372-373 y 381;  Travieso, C. 1937.
[3] Vidart, Daniel. 2000 , p.12.
[4] Amat y Junyent, M. “Memoria de Gobierno”. Sevilla, 1947. En Kossok, Manfred, 1959, p. 48. Acerca de este problema fronterizo, también el virrey Arredondo en un informe de 1795 hacía mención a importante reducción del comercio con España, y por tanto de los ingresos económicos en las arcas fiscales, como consecuencia del contrabando ejercido por los portugueses: “Lo que más insta por remedio es la custodia de ganado, que nos extraen sin cesar de los campos de la otra banda, en porciones tan crecidas, que cada vez se va conociendo más su falta, y cobran mayor precio -inconveniente que en poco tiempo nos traerá el daño de que se junten en Europa dos expendedores de un mismo ramo, pero de tan diversos costos, que el portugués podrá vender a un 25 por ciento menos que el español, perjudicándose este y ganando aquel [...]”.(Col. De Angelis, T. IV), 1836,  pp. 36-38.
[5] Kossok, M., 1959.
[6]“Durante tres siglos la indicación del derrotero de Magallanes fue escrupulosamente observada y los barcos que venían de Europa, al llegar al meridiano del Cerro de Montevideo, cruzaban el río y tomaban el canal del sur, para dirigirse a Buenos Aires. La necesidad de ver el Cerro para tomar la derrota a Buenos Aires creó la leyenda del vigía magallánico como origen del nombre del monte [y de la ciudad], leyenda que triunfó sobre la realidad histórica”. Laguarda, Rolando, 1982.  Citado en Álvarez, L. y Huber, C. 2004, pp. 30-31. Este autor hace referencia a la leyenda –transmitida incluso por los textos escolares durante mucho tiempo- según la cual Monte vide eu habría sido el grito espontáneo de uno de los vigías de la carabela La Trinidad, de la expedición de Hernando de Magallanes en 1520. Sin embargo, es el gobernador Hernandarias quien designa oficialmente con el nombre de Montevideo a ese paraje, el 5 de mayo de 1607.
[7]Carta de Felipe V al Teniente General don Bruno Mauricio de Zavala, Gobernador y Capitán General de la ciudad de la Trinidad, y Puerto de Buenos Aires, en las provincias del Río de la Plata. Aranjuez, 16 de abril de 1725.  (Col. De Angelis, T. III). 1836,  pp. 6-8.
[8]Ídem.
[9] Azarola Gil, L. E. “Los orígenes de Montevideo, 1607-1749”. Comisión de Actos conmemorativos de los 250 años de la fundación de Montevideo. En Álvarez, L. y Huber, C.,  2004, p. 32.
[10] En Barba, E. 1937, p. 175.
[11]Ídem.
 
[12]Informe del virrey D. Nicolás Arredondo a su sucesor D. Pedro Melo de Portugal  y Villena... en 1795. (Col. Angelis, T. IV) 1836,  p. 35.
 
[13] Kossok, M. 1959, p. 62.
 
[14] Capel, H. 2002,  p. 184.
[15] “Luego del contacto con el europeo y el criollo, el tabaco, el alcohol, y la yerba mate son básicos en su consumo, y la única forma de conseguirlo que tenían era en intercambios en los centros poblados. Hacia 1750 un grupo [de charrúas] se presenta en el mismísimo Cabildo de Montevideo para plantear por sí mismos la necesidad de recluirse en una Reserva como medida ante lo que se venía inexorablemente [el exterminio de esta etnia, que se concreta a comienzos del XIX, en la emboscada de Salsipuedes]. Era una cuestión de dinero, pues las tierras emblanquecidas ya habían sido designadas con nombres y apellidos, los Jesuitas fueron también consultados, pero el problema político de la tenencia de las tierras hacía imposible cualquier acción. Como relatan los medios de la época, en el mismo momento un vendaval había estropeado los techos de la Catedral, por lo que de ambas colectas que se abrieron para juntar fondos, la humilde petición del charrúa fue desatendida y su destino también.” Acosta y Lara, E., 1979.
[16] Círculo Militar Argentino, 1973, p. 269.
 
[17] Kossok, M., 1959, p. 126.
[18] C. M. A, 1973,  datos extraídos del Gráfico I.
[19]Informe del virrey D. Nicolás Arredondo a su sucesor D. Pedro Melo de Portugal  y Villena... en 1795. (Col. Angelis, T. IV) 1836,  pp. 35-36.
[20] Ver Carmona, L., Gómez, M. J. 2002, p. 11.
[21] Kossok, Manfred. Op. Cit. P. 61.
 
[22] Carmona, L., Gómez, M. J. 2002, p. 12.
[23]Diario del Gobernador de Buenos Aires. (Col. De Angelis, T. III). 1836, p. 4-5.
[24] Capel, H., García, L., Moncada, J., Olivé, F., Quesada, S., Rodríguez, A., Sánchez, J-E., Tello, R. 1983, pp. 372-373.
 
[25]Álvarez, Miguel y Montero, José M., 2002.  Citado en Fernández y Maytía, 2003.
[26] Capel, H., García, L., Moncada, J., Olivé, F., Quesada, S., Rodríguez, A., Sánchez, J-E., Tello, R. 1983, pp. 195 y ss.
[27] Capel, H., Sánchez, J-E., Moncada, O. 1988,  p. 14.
[28]Ídem, p. 15. Como sostienen los autores, la Academia de Bruselas fue un activo centro de enseñanza militar en el momento que en los conflictos bélicos en los Países Bajos españoles requerían formar oficiales rápidamente para combatir, pero por esta misma razón la instrucción era poco especializada. (p.17)
[29] Capel, H., Sánchez, J-E., Moncada, O. 1988, p. 343.
[30] Citado en Capel, H., Sánchez, J-E., Moncada, O. 1988, p. 344.
 
[31]Ídem.
 
[32] Pierrotti, N., 2001.
 
[33]AGNA Bs As. 1782.Academia Militar de Matemática. Cuerpo de Ingenieros. 28-3-1, f. 12. Citado en Pierrotti, N. 2001.
[34] Pierrotti, N., 2001.
[35]AGNA Bs. As. 1782. Academia Militar de Matemática. Cuerpo de Ingenieros. 28-2-19, f. 13-19. En Pierrotti, N., 2001.
[36] Como sostiene Pierrotti, no hay documentación acerca de los contenidos precisos de los cursos dictados en la Academia montevideana, pero todo hace suponer que no diferían, inicialmente, de aquellos estipulados para la enseñanza en Buenos Aires. Estos eran: aritmética básica, geometría, fortificación, artillería y máquinas, náutica e instrumentos de su uso, gnómica, cosmografía, estática, maquinaria e hidráulica, arquitectura civil y militar, topografía y dibujo.
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© Copyright: Laura Oliva Gerstner, 2006

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Ficha bibliográfica

OLIVA GERSTNER, L. La plaza de Montevideo en 1802.  Biblio 3W Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. XI, nº 658, 20  de junio de 2006. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-658.htm]. [ISSN 1138-9796].



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