Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie documental de Geo Crítica)

Universidad de Barcelona

ISSN: 1138-9796. 
Depósito Legal: B. 21.742-98
Vol. XI, nº 686, 10 de noviembre de 2006

BIEL, Robert. The New Imperialism: Crisis and Contradictions in North/South Relations. London: Zed, 2000. [ISBN: 1-85649-746-1].

Ernesto López Morales
Académico Universidad de Chile
PhD Student University College London.


Palabras clave: capitalismo, desarrollo, crisis global.

Keywords: capitalism, development, global crisis



Introducción

The New Imperialism es un análisis del capitalismo y sus crisis internacionales, desde sus orígenes hasta su fase global actual. El libro profundiza en el periodo comprendido entre la crisis mundial de comienzos de la década de 1970 hasta el presente, concluyendo que hoy estaríamos ad portas de una inminente crisis final –generada por la explotación y agotamiento de los recursos naturales– a partir de la cual sólo será posible un cambio radical en las estructuras productivas y sociales mundiales. El leit motiv del libro es el desarrollo, aunque se devela desde su inicio la contradictoria polisemia que implica este término: desarrollo significa escape de la pobreza para las regiones latinoamericana, asiática y africana, pero desarrollo se entiende también como el avanzar del capitalismo en sus cada vez más nuevas formas de acumulación.

Robert Biel es Doctor en Historia de la Universidad de Cambridge, especializado en Relaciones Internacionales en las universidades de Sussex y London School of Economics. Durante años ha impartido cursos acerca de Desarrollo en el Birbeck College y SOAS (School of Oriental and African Studies). Actualmente es profesor en la Development Planning Unit, del University College of London, donde enseña Ecología Política y Teoría de Sistemas. Ha escrito además Eurocentrism and the Communist Movement (1987).

El autor nos presenta un enfoque histórico marxista, lo que tiene un indudable interés epistemológico: no necesita entrar en apologías o explicaciones acerca del sistema existente (como lo haría un análisis liberal o neoclásico), sino sólo objetivar un análisis en base a cuantiosos y muy detallados datos que demuestran que las crisis del capitalismo no son “fallas” del sistema sino procesos inherentes a éste. Se parte de la base de que el marxismo es probablemente la herramienta más precisa para analizar las estructuras del capital y su relación con las fuerzas de trabajo. Por ende, el discurso se sustenta en cuatro axiomas fundamentales:

1.- El capitalismo es cíclico; un sistema basado en la re-fundación más o menos regular (en tiempo) de sucesivos regímenes de acumulación, los cuales se contradicen sucesivamente unos a otros, y se instauran sobre los remanentes del anterior, pero que progresivamente abarcan mayores escalas en el concierto mundial. Si bien no es implícitamente mencionado, el concepto de “destrucción creativa” de Schumpeter[1] está presente a lo largo de este libro.

2.- Los sucesivos regímenes de acumulación implican alienación del trabajo humano, siendo su función primordial la de promover la expansión del capital (Biel desestima, por innecesarias, las acusaciones que se le hacen al Banco Mundial de no promover un verdadero desarrollo social, ya que la razón de ser de este organismo –junto al FMI– es justamente cautelar los procesos de acumulación en los países del norte).

3.- El método dialéctico permite reconocer a priori las raíces y ontología del capitalismo, que lo llevan hacia su propia negación. En tal sentido, cada diferente régimen de acumulación conlleva un “ADN” autodestructivo, que es aprovechado durante los períodos de crisis por las clases dominadas para ecualizar su participación en las relaciones de producción, y para modificar las condiciones político-económicas en el siguiente régimen.

4.- Históricamente, las fuerzas del capitalismo amplían progresivamente su carácter parasitario hacia una periferia cada vez más global. Por esta razón, el autor utiliza la teoría de centro-periferia y, más específicamente, la teoría de la dependencia, basándose primordialmente en los análisis de Lenin (en su obra “Imperialismo, fase superior del capitalismo”), y luego en autores como Samir Amin o Paulo Freire, aunque rectificando presunciones ya superadas provenientes de la década de 1960, y actualizándolas con información referida a procesos más contemporáneos.

Estructura del libro

Se trata de doce capítulos, cada uno abocado a un análisis específico, ordenados aquí en cuatro grandes temas (los subtítulos son propuestos por el autor de esta reseña).

Primera parte: De los albores del capitalismo al liberalismo de segunda posguerra

Los primeros cuatro capítulos plantean una perspectiva histórica mundial vinculada al desarrollo del capitalismo. Por una parte, se examinan ejemplos definidos como pre-capitalistas en la historia de la sociedad humana, llegando a las postrimerías del mercantilismo. Por la otra, se presenta la progresiva consolidación del capitalismo, primero en Europa y luego en el resto del mundo, a través de la Revolución Industrial y sus dos efectos políticos mas considerables: la imposición del concepto de “nación” por sobre otras escalas territoriales y políticas, y la voracidad del capital en busca de materias primas y fuerza laboral explotables en el mundo entero. Esto último resulta evidente en las cuatro fases del capitalismo: colonialismo, imperialismo, neo-colonialismo y neo-imperialismo. Al respecto, dice Biel:

Los problemas del actual sistema internacional son problemas inherentes al desarrollo del capitalismo, más específicamente, de acumulación; el proceso por el cual el capital expande su valor y llega a un punto en que incluso quienes se benefician de él pueden controlarlo sólo parcialmente (p. 1).

El capitalismo se funda a lo largo de la historia sobre una triple estructura, muchas veces negada por los análisis meramente locales o regionales: existen primero mercados internos de los países dominantes; luego, un sistema económico que vincula a estos mercados; tercero, un sistema de acumulación global que explota a los países del sur y que impide desarrollar sus mercados locales.

La historia de un capitalismo meramente “local” ha sido presentada como natural, inherente a la historia humana, por quienes se interesan en preservar precisamente sus estructuras desconociendo su esencia explotadora mundial. Ante esto, Biel insiste en las contradicciones ecológicas del capitalismo, donde el ascenso del capitalismo refleja la victoria de su forma de explotación desenfrenada sobre las otras variadas formas existentes en sistemas sociales anteriores. De hecho, siempre existió la posibilidad de que las sociedades fallaran; probablemente hay muchos ejemplos de sociedades que fracasaron por razones ambientales, pero dichas fallas se constriñeron sólo a éstas. Si el capitalismo se hubiese establecido en una pequeña sociedad sobre una pequeña área, finalmente se habría auto-consumido en su propia falta de sostenibilidad, dejando de existir. Sin embargo, el capitalismo es inherentemente global, y éste es precisamente el problema. Como una forma de suplir sus propias deficiencias, éste ha extraído los recursos del mundo entero, llegando actualmente a un punto en el cual la crisis inevitable de su falta de sostenibilidad arrastrará todo lo demás consigo (p. 14; énfasis en el original).

Las cuatro fases mundiales del capitalismo platean una contradicción entre tradición y modernización, pero resuelven esta contradicción imponiendo impulsos “modernizadores” o –en fases más contemporáneas– “desarrollistas”. Sin embargo, pese a los costos políticos y a la resistencia social, explotar el dualismo moderno-tradicional tiene ventajas estratégicas para el capital: por un lado, el capitalismo niega (y da por superados) el conocimiento y las estructuras sociales tradicionales, excluyéndolos inicialmente de los flujos económicos; por el otro, explota estas condiciones precisamente por su carácter no monetario o infra-remunerado (por ejemplo: el trabajo de la mujer, de los niños, de las poblaciones indígenas locales o de las minorías étnicas). Se desenmascara de esta forma el carácter sexista y racista de la división mundial del trabajo, a través de  una “división del color”: un elemento esencial de explotación.

El punto de vista ecológico resulta fundamental en este análisis. Primero, porque los ciclos del capitalismo no guardan relación con (pero se imponen a) los de la naturaleza, implicando un evidente daño ambiental, con el consiguiente rechazo de estos ciclos abstractos por parte de las sociedades locales. Segundo, porque la relación entre producción y consumo capitalista no responde a necesidades sino a demandas, las cuales son creadas y recreadas siguiendo lógicas cortoplacistas del mercado (esto será especialmente patente en la fase neoliberal). Evidentemente, ambas condiciones llevan al autor a concluir que mientras más se consolidan las relaciones de explotación, mayor es el nivel organizativo de reacción y sustentación de caminos alternativos para el desarrollo local, que emergen desde las propias organizaciones explotadas. La cuestión se plantea sin heterodoxias: el desarrollo del capitalismo produce comunismo.

Más adelante, el análisis histórico del capitalismo en sus fases coloniales e imperialistas (observado tanto desde las “realidades” del norte como del sur) demuestra que éste no ha permitido que los niveles de desarrollo de los países dominantes sean alcanzados por los países del sur, sino que ha mantenido siempre relaciones de dependencia y subordinación productiva. Para el caso de las etapas de entre guerras y segunda postguerra, tal evidencia contradice el determinismo y teleología de la teoría de J. J. Rostow acerca de las sucesivas “fases de desarrollo”.

Cuestionar la teoría Rostow es importante, dice Biel, desde el momento en que los discursos para el desarrollo de los países del sur durante gran parte del Siglo XX se orientaron a aumentar fuertemente la producción interna, bajo la promesa de promover una secuencia de acumulación–despegue–trickle-down. Para asegurar este proceso, se impuso primeramente un estancamiento momentáneo en los niveles de consumo locales, y se implementaron en casi todos los casos políticas liberales de sustitución de importaciones. Sin embargo, a lo largo del libro se discute con detallados ejemplos la ilusoria soberanía de estas políticas, y el eminente error de los supuestos “ricardianos” sobre los que estaban planteadas[2].  

La sustitución de importaciones, concluye Biel, no implicó un desarrollo sostenible ni un estrechamiento entre los países industrializados y los de bajo desarrollo. Lo que sí implicó fue el inicio de una nueva fase donde se inauguraría el financiamiento internacional, a tasas tan altas que difícilmente permitirían acabar con la deuda externa, (apareciendo así las nuevas formas de imperialismo de post-guerra: el FMI y Banco Mundial), planteando –a cambio de esto– un traspaso tecnológico que exacerbaría aún más la dependencia, la marginalización de los sectores económicos “no oficiales” y un daño ambiental inédito que sólo durante las décadas de inmediata de segunda posguerra será visto positivamente por los países del sur.

Segunda parte: contradicciones y alternativas al desarrollo del capitalismo durante la guerra fría

La siguiente serie de capítulos (5 al 7) analiza diversas formas de resistencia que el propio capitalismo genera durante el siglo XX, centrando el relato en la situación especial de guerra fría, en cómo diversas economías del sur aprovecharon esta situación en su beneficio, y en las realidades locales que el capitalismo mundial se ha negado históricamente a reconocer.  

El primer análisis se centra en el desarrollo, caída y adaptación de los modelos socialistas de la URSS y China, y su impacto en los países del sur. Mientras existieron, estos proyectos representaron –por contrapeso– alternativas de independencia política y proyectos de unificación regional. Sin embargo, en el caso de la Unión Soviética, la carrera armamentista y sobre todo la competencia propagandística, arrastró a este país a un colapso generado por una sobre-acumulación artificial de su producción, al privilegiarse a toda costa volúmenes notablemente superiores a los requeridos para consumo interno y exportación. Por tanto, y a la larga, lo que se demostró con esta política fue la falla de los modelos estatistas centrales, así como el predominio del capitalismo en casos de fuerte competencia política. El caso de China es diferente, ya que debido a que su bloqueo se mantuvo sólo hasta la década de 1970, siendo luego retirado por occidente, este país pudo migrar hacia una relación estratégica con los Estados Unidos.

En el contexto de guerra fría, el libro relata también cómo los países del sur se agruparon muchas veces para afrontar en bloque las tratativas con los poderes dominantes. En general, se analizan la constitución de bloques políticos y comerciales tanto organizados como en el discurso: desde la UNCTAD, OPEP al G77. Todos ellos cumplirán roles oficiales de estado, con mayor o menor grado de éxito durante las décadas de los sesenta y setenta. Sin embargo, para el caso de los países del sur, estas organizaciones dejaron de ser efectivas en paralelo al fin del sistema bipolar mundial de guerra fría, y el advenimiento de regionalismos libre-cambiarios.

La guerra fría obliga a los países del sur a entrar en crisis debido a la exacerbada extracción de sus materias primas y la consiguiente corrupción de su medio ambiente, manteniendo, en cambio, el valor de sus commodities sostenida y reguladamente bajo. Asimismo, diversas formas de tecnificación del agro a través de “revoluciones verdes” arrasarán con las formas tradicionales de producción agrícola y tenencias modestas de la tierra, re-inventando un falso concepto de eficiencia, amplificando mayores gastos energéticos en la producción y re-destinando la mayor parte de la producción hacia la alimentación de los habitantes del norte.

Esto último es lo que se denomina “imperialismo proteico”[3]. De hecho, cuando algunos líderes africanos se oponen a la introducción de especies genéticamente intervenidas para mejorar la producción de sus países, son tildados de profundamente primitivos. Aquí yace por tanto otro de los mecanismos de dominación: el manejo político del conocimiento científico y su oposición al conocimiento tradicional. El capitalismo en su etapa imperialista se enfrenta a su propia contradicción, y la siguiente fase de libre mercado no hará más que desenmascarar sus falencias: cualquier posible resguardo de recursos para un futuro por parte del capitalismo se torna imposible, porque el capitalismo estará dominado por intereses a corto plazo, regulados por los ciclos financieros.

El cambio de enfoque en el capitalismo en los países industrializados a finales de la década de los sesenta, coincide con la etapa de crisis que se desarrollará durante la década siguiente, principalmente a través de nuevos sistemas tecnológicos de producción horizontales y nuevas formas de control del trabajo, que reemplazan el modelo de empleo total de las etapas keynesianas. Esto tendrá su correlato en el sur, donde nuevamente se requerirá de demanda para las exportaciones del norte, y por ende se eliminará abruptamente la cooperación hacia las políticas de sustitución de importaciones. Nuevamente dos elementos (en el sur y norte) convergen hacia una etapa ulterior, que germinará a fines de los setenta: el neoliberalismo, con sus formas introducidas de management y el surgimiento de las empresas transnacionales.

Tercera parte: el ascenso del neoliberalismo y sus mecanismos de dominación

El tema central de los cinco capítulos siguientes (8 al 12) es la llegada del nuevo orden mundial neoliberal. El autor intenta llenar los vacíos teóricos dejados por la teoría clásica de la dependencia, a través de dos análisis: la infra-remuneración de las fuerzas productivas no oficiales, y el aprendizaje, por parte del capitalismo, a integrar estas fuerzas de forma tal de maximizar su explotación dentro del sistema. Las políticas de ajuste y management se encargarán de esta segunda tarea: la inclusión de las clases trabajadoras “no oficiales” dentro de los sistemas económicos (mujeres, jóvenes) creará una “base para la explotación”, evitando su marginalización, pero manteniendo sus niveles de consumo bajos. Por otra parte, el neoliberalismo inaugurará y abusará de la ambigüedad semántica del concepto de “empoderamiento” (empowerment), cuya verdadera esencia podría estar más cerca de participación en los nichos de mercado que de verdadera participación política y social.

Muy ligado a esto, habrá tres transformaciones culturales implícitas al surgimiento del neoliberalismo: el artificial ascenso del discurso de la individualidad (que esconde su fuerte estructuralismo social y político), la tendencia a asociarse con el pensamiento post-moderno acrecentando la diferenciación social y su determinismo tecnológico prácticamente en todos los ámbitos. El neoliberalismo, debido a su creencia exacerbada en la tecnología, modifica su discurso para los países industrializados al concebir como perfectamente posible –para aumentar la acumulación– el descarte de la teoría keynesiana de mantener los niveles altos de consumo y el empleo total, a cambio de la inclusión de nuevas formas tecnificadas de trabajo. Esto desencadenará variadas crisis sociales en los principales centros industriales durante las décadas de los ochenta, derivando en los ya clásicos esquemas represivos de los estados tatcherianos y reaganeanos.

Pero mientras el neoliberalismo reemplaza al keynesianismo en el norte, las premisas rostowianas en el sur pierden sentido junto a sus diversas formas de sustitución de importaciones. El intervencionismo internacional del neoliberalismo se produce a través del “ajuste estructural”, o la imposición de medidas económicas como forma de transformar el rol del sur en el concierto de lo que el autor denomina un post-neo-colonialismo, así como combatir el desarrollo de los movimientos tercermundistas nacidos en los sesenta. Los ajustes fundamentalmente se dan a través de su más efectiva herramienta de control: el crédito y la deuda. Sin embargo, estos ajustes prontamente demuestran ser poco sustentables a menos que se establezcan otras medidas. Se apela directamente entonces al nacionalismo y la entronización en el poder de las elites locales o sus representantes, a menudo militares. Surgen así, por ejemplo, las dictaduras económicas de Latinoamérica.

Las características principales de los ajustes estructurales son el retroceso y desmoronamiento del estado en fragmentos privatizables, una fuerte regulación de la economía desde el exterior a través de un nuevo sistema de management rebasando al estado local, y contradiciendo flagrantemente uno de los supuestos retóricos más efectivos del neoliberalismo, que es la “libertad de mercado”), y la generación de un crecimiento e inversión concentrados sólo en las áreas de mayor interés por parte de las economías del primer mundo, pero abandonando los menos estratégicos (dando origen a lo que Saskia Sassen denomina hoy como los “archipiélagos mundiales”, es decir, las zonas de escaso interés para el mercado global). La deuda alta, sumado a la fragmentación del estado, evitan que haya acumulación y crecimiento local, así como frenan cualquier aumento inesperado en las exportaciones locales. En paralelo, se asegura un contexto mundial con muchos exportadores, evitando que los precios de los commodities aumenten. Se niega de esta forma cualquier canal oficial para el desarrollo del sur.

Sin embargo, una vez acabada la guerra fría a fines de los ochenta, la fase siguiente será una transición hacia un neo-imperialismo unipolar, un sistema managerial internacional claramente intervencionista y una más marcada dualización mundial “de color”. Pero este modelo mostrará no ser perfecto, y dentro de sus propias fisuras aparecerán sus amenazas. Aparece una nueva categoría de “Países de Industrialización Reciente”, que resultan de la convergencia de los cánones neoliberales y las experiencias exitosas provenientes del Asia, y especialmente Japón. Sin embargo, Biel provee también claves para entender el por qué del colapso de estas economías en la década de los noventa (Crisis Asiática), siendo la principal razón su alta dependencia de la deuda externa. De todas formas, casos como éstos dan curso al surgimiento de bloques regionales de diverso tipo, muchos de ellos representando desequilibrios para el control de las finanzas mundiales. Comienzan asimismo a advertirse las nuevas configuraciones o clases de países en la economía mundial actual: países industrializados, de reciente industrialización, en vías de desarrollo y subdesarrollados.

Cuarta parte: regionalismos y localismos, dos miradas prospectivas

Los dos últimos capítulos representan miradas al futuro. En ellos, el autor reflexiona acerca de dos señales que indicarían cambios importantes en el modelo neo-imperialista global contemporáneo y –según él– su inminente desaparición. La primera es la tendencia a los regionalismos en Latinoamérica, Asia y Africa, así como en el Asia Pacífico. Los regionalismos son vistos aquí en un doble sentido: como una forma clásicamente intermedia de control del capital por parte del norte (una interfase entre la nación y el sistema global) o como subsistemas que podrían tender hacia mayores independencias en coaliciones sur-sur, poniendo en jaque el sistema managerial global. Según Biel, los países del sur estarían actualmente aprovechando las ventajas que les ha abierto el propio neo-imperialismo: el desmantelamiento de los estados nacionales, el surgimiento de agentes internacionalizados más adaptables y nuevas y más veloces formas de comunicación. Al año 2000 (fecha de publicación del libro) se prevé por ejemplo, aunque sin demasiados datos para verificarlo, el surgimiento en América Latina de un bloque alternativo de países no alineados en oposición a los EEUU.

La segunda tendencia, analizada ya de forma mayormente especulativa, son los movimientos de base social que emergerían a partir de la inminente crisis global del capitalismo, y que vislumbran caminos posibles de ser institucionalizados. Hay dos elementos coyunturales en esto: primero, los recursos naturales y humanos no renovables están siendo acabados, y no hay forma en que el capitalismo –dentro de sus mismas lógicas– pueda evitar su agotamiento; segundo, pese a que el capitalismo ha promovido la eliminación de las tradiciones locales, quedan demasiados fragmentos de cultura local que pueden ser rescatados. Biel apunta entonces al surgimiento de una síntesis, a través de la recuperación –gradual pero definitiva– de las tradiciones locales productivas por parte de organizaciones de trabajadores. Defiende para esto el concepto de un “comunismo natural” inherente a toda sociedad, lo que significa la capacidad de las personas de trabajar colectivamente y rebelarse a las imposiciones del mercado mundial.

El análisis desemboca en conclusiones aún más radicales: de darse estas condiciones, el estado perderá su rol de articulador de los procesos sociales (si es que alguna vez lo tuvo), mientras que la sociedad restituirá un verdadero “empoderamiento” colectivo (no managerial). Para esto, las comunidades adquirirán formas de participación económica creadas por los mismos movimientos sociales, en tanto maneras de mantener cohesión social, así como de búsqueda de nuevas tecnologías no-dependientes basadas en consideraciones ecológicas de largo plazo. Hacia el final del libro se citan varios ejemplos: desde las comunidades de población negra en el valle del Cauca en Colombia (que fundan sistemas productivos colectivos agrarios, ya en el Siglo XIX), hasta los casos de de agrupaciones campesinas de mujeres en la India que autorregulan los niveles de explotación de la tierra y, sobre todo, deciden colectivamente la inversión del dinero comunalmente ganado. Es notorio que en la mayoría de los ejemplos provistos por el libro la participación de las mujeres es primordial.

Sin embargo, la pregunta inevitable que surge es de qué forma este tipo de organizaciones sociales contemporáneas podrían ser sustentables en el tiempo. En este sentido, el rol político de las izquierdas será fundamental en promover un modelo no estatista pero sí amalgamador de las diversidades emergentes en las fisuras del sistema mundial. Es una cuestión de tiempo, insiste Robert Biel, para que este cambio se lleve a cabo.

Conclusiones

The New Imperialism es un libro complejo, no fácil de leer. Sin embargo, la mirada experta y objetiva del autor, así como los excelentes casos de estudio, guían al lector a través de su análisis histórico de la mano de una renovada teoría de la dependencia. Biel domina sus ejemplos a la perfección, así como el análisis desde escalas globales hasta muy locales, producto de su vasta experiencia investigadora.

La obra adscribe a una epistemología abiertamente materialista, lo que puede representar más de algún escozor en el lector. Se podría argüir asimismo que el libro desempolva tesis ya esbozadas desde hace siglo y medio. Por cierto que sí. Sin embargo, el marxismo clásico y la teoría de la dependencia superan acá varias de sus limitaciones: por una parte, el criticado eurocentrismo del primero; luego, la incorporación del carácter cíclico capitalista, en procesos regulares de acumulación y crisis, en la segunda. Por ende, el marxismo cobra aquí nuevas fuerzas y se enriquece con el estudio de procesos económicos globales; y sobre sus concepciones clásicas de capital, fuerzas y relaciones de producción, se cruzan nuevas perspectivas de teoría de sistemas, género y ecología política.

Esto último es probablemente el aporte más renovador a la perspectiva puramente económica, al basar la principal  hipótesis del libro en la finitud de los recursos naturales globales. No obstante –a diferencia de la postura ya canónica de Limits to Growth (Meadows 1972)– Biel no concluye en una reducción obligada del crecimiento poblacional mundial, sino en la de redefinición de las formas de producción y distribución, así como en la correcta convivencia entre la economía y el medio ambiente, para los cuales el perfilamiento social del rol de la mujer y las tradiciones locales serán engranajes esenciales de modificación del futuro modelo de economía política.

De tal forma, analizar el capitalismo concibiendo las relaciones de explotación norte-sur no se trata sólo de un aspecto epistemológico, sino que ontológico. Queda claro que el capitalismo tiene sentido, significa, de por sí acumulación a través de explotación internacional. El fuerte contenido ecológico y de género del libro es producto de esto último, al confrontar históricamente –desde siempre– acumulación con sostenibilidad de los recursos naturales y humanos en todas sus escalas.

Sin embargo, producto de esta misma ontología marxista, la tesis de Biel adolece de sus ya clásicas limitaciones: estados nacionales constreñidos a ser estructuras sin autodeterminación, dependientes de las necesidades del capital; un rol de los actores individuales y sociales “producidos” por estas estructuras; un determinismo al comprender el desarrollo histórico del proceso mundial de desarrollo.

Se percibe incluso una teleología, al “prever” la inminente ruptura del capitalismo mundial y el surgimiento de nuevos regímenes locales de producción, dando por hecho que el capitalismo agotó ya sus márgenes de maniobra para mutar en una nueva era de acumulación. Esta es relativamente la misma presunción que asumió la Teoría de la Dependencia para la década del sesenta. Sin embargo, para las próximas décadas (y por más que así lo queramos) no queda totalmente demostrada esta hipótesis, y menos son convincentes los datos provistos para sostenerla.

Biel concibe los movimientos alternativos como procesos inevitables al agotamiento del capitalismo. Sin embargo, su análisis es poco abierto a explorar otras alternativas distintas a las clásicas reacciones “revolucionarias” frente al capital. Los ejemplos de empowerment local que provee son ciertamente muy singulares, y si bien respetables, no son suficientes para la generalización a la que el autor aspira. Asimismo, su análisis es muy deductivo (va constantemente desde la teoría a la interpretación) sin posibilidad de abrir la ventana a evidencias que vayan en sentido contrario. Las únicas alternativas que pareciera permitir su análisis son el statu-quo o la práctica revolucionaria en los países del sur, dejando poco margen al afloramiento de otro tipo de movimientos emergentes, por ejemplo, urbanos y no necesariamente revolucionarios. Y es que la “apuesta” de Biel a la revitalización futura de las organizaciones sociales es básicamente campesina, en desmedro de otras formas de acción populares urbanas. Ambos hechos no puede ser entendido sino como sesgos disciplinares (o políticos) bastante axiomáticos, o la carencia de herramientas conceptuales para estudiar el fenómeno urbano desde perspectivas no necesariamente “productivistas”. En el fondo, lo que pareciera subyacer es cierta premisa antiurbana –bastante clásico-marxista– que concibe la ciudad como el escenario cuya estructura exacerba la explotación y posibilita la acumulación. Puede que esto, para la realidad histórica de El Capital, sea certero, pero para explicaciones más contemporáneas, resulta ciertamente discutible.

Finalmente, Biel hace marcadas referencias a la división de color que sustentan las actuales relaciones norte-sur, sin entrar en detallar las más contemporáneas implicaciones de este fenómeno en los territorios de los países dominantes. Sólo muy vagamente se mencionan los movimientos migratorios hacia los Estados Unidos o Europa provenientes de sus “patios traseros”, o los efectos del actual trabajo infra-remunerado de los inmigrantes como pilar de las economías del norte. Puede que aquí haya nuevamente falta de evidencias para el análisis.

En todo caso, resulta notable la admiración científica del autor, hacia lo que él denomina la constante creatividad de las élites dominantes –tanto en el norte como el sur– en su búsqueda de distintos procesos de explotación, dominación y acumulación. Este aspecto no es anecdótico, ya que junto con la notable calidad de los datos presentados, demuestra objetividad y rigurosidad por parte del autor para con su “objeto” de estudio.

En resumen, el libro excede los campos de relaciones internacionales para proveer explicación a procesos mucho más finamente territoriales, siendo un documento necesario para cualquier disciplina centrada en el desarrollo económico, social y/o espacial. Sus enfoques ecológico, económico y de género actualizados lo convierten en una interesante pieza de reflexión acerca de las diversas escalas mundiales de la ecología política contemporánea.


Notas

[1] Básicamente, se trata de un proceso cíclico, regulado y orientado hacia la refundación de un nuevo orden mundial económico y social. Katznelson (1993) y Soja (2000) utilizan también este concepto para explicar las bases económicas de lo que denominan “crisis urbana”.

[2] La teoría de Ricardo sugería que cada país debía orientarse “naturalmente” a la producción de los bienes de exportación que les resultaran más ventajosos de producir, suponiendo un virtual libre mercado mundial. Sin embargo, esta teoría no consideró que los centros mundiales de todas formas impondrían valores bajos de materias primas, en directo desmedro de cualquier proceso de acumulación ulterior en los países periféricos.

[3] “El déficit total de cereales en los países del Sahel durante la hambruna de 1973 fue de un millón de toneladas, que representaba sólo el 0,25% de todo el grano consumido por los animales en los países industriales en el mismo año” (Pág. 147).

Bibliografía

KATZNELSON, I. Marxism and the City. London OxfordUniversity Press, 1993.

MEADOWS, D. H. The Limits to Growth. London: Signet, 1972.

SOJA, E. Postmetropolis: Critical Studies of Cities and Regions. Oxford, UK: Blackwell Publishers, 2000.

 

© Copyright Ernesto López Morales, 2006
© Copyright: Biblio 3W, 2006

Ficha bibliográfica
 
LÓPEZ MORALES, E. Biel, Robert The New Imperialism: Crisis and Contradictions in North/South Relations. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. XI, nº 686, 10 de noviembre de 2006. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-686.htm>. [ISSN 1138-9796].