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Índice de Biblio 3W

Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie  documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. 
Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XII, nº 702, 30 de enero de 2007

LINDÓN, Alicia; Miguel Ángel AGUILAR y Daniel HIERNAUX (Coordinadores). Lugares e imaginarios en las metrópolis. Barcelona: Anthropos Editorial-Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, 2006, 219 p. [ISBN 84-7658-777-5]

Adrián Hernández Cordero
Licenciatura en Geografía Humana
Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México D.F.


Palabras clave: imaginarios urbanos, lugares y metrópolis

Key words: urban imaginaries, places, metropolis.



El presente libro busca llenar un vacío latente en los estudios urbanos: prestar atención a la dimensión imaginaria de los procesos de conformación de la ciudad. La obra conjunta diversos análisis empíricos de fragmentos de múltiples metrópolis y formas de hacer ciudad. Tiene la finalidad de mostrar lo heterogéneo de la urbe –el mismo libro a manera poliédrica reúne la esencia de lo urbano-. No obstante, todos los artículos giran en torno al estudio de la apropiación simbólica del espacio y a la “constitución de lugares” a través de los imaginarios urbanos; los estudios parten siempre del reconocimiento y la recuperación de la “experiencia espacial” del habitante urbano.

Los coordinadores, a manera de introducción, presentan una sintética pero efectiva reflexión conceptual sobre la espacialidad y los imaginaros urbanos; tales líneas están pensadas a manera de guía con límites y aclaraciones para adentrarse en la compilación. En un primer momento, se plantean la necesidad de considerar a la espacialidad una compleja y siempre presente dimensión de la vida social, que va más allá de entenderla en forma de simple localización, de contenedor, y a manera de producción material. Después de hacer una revisión de varias nociones de espacio reparan en la concepción del espacio vivido-concebido por vincularse estrechamente con los imaginarios y el punto de vista del sujeto. Esta es la única manera de estudiar el lugar, entendido como “acumulación de sentidos”, en otras palabras, el concepto esencial –y por ende la escala de análisis- para comprender el espacio a través de la experiencia del sujeto y su entramado simbólico.

La siguiente entrada analítica de reflexión concierne a los imaginarios urbanos y la subjetividad, el uno corresponde al otro. A partir de los imaginarios constituidos por imágenes, informaciones, experiencias, simbolismos y fantasías se reconstruyen visiones del mundo con efectos y propósitos de la acción cotidiana, tienen la capacidad de crear a cada momento lo real en el habitante de la ciudad[1]; se encuentra en las pautas profundas de la (re)producción socio-espacial. Los dos ejes analíticos anteriores toman cuerpo en las ciudades, cruzan transversalmente a todas las disciplinas interesadas en los estudios metropolitanos; son aptos de dilucidar los orígenes y procesos urbanos contemporáneos. Los autores señalan cómo progresivamente las investigaciones urbanas para realizar interpretaciones más completas de los fenómenos emergentes de las ciudades latinoamericanas dirigen su vista hacia los imaginarios urbanos y el lugar, encuentran infinidad de limitaciones en las visiones materiales y socioeconómicas suprimentes de la dimensión subjetiva de dichos procesos. Lo anterior, es difícil de comprender sin tender puentes con lo denominado “giro cultural” y “giro geográfico”, el primero con fuertes implicaciones en la subjetividad, lo simbólico y lo imaginado; mientras en el segundo redescubren el espacio con sus categorías analíticas (territorialidad, paisaje, lugar, etc.).

El libro se organiza en tres partes. La primera se ocupa de la construcción socio-cultural de la centralidad. El primer trabajo es de Daniel Hiernaux, confronta dos formas de imaginarios referentes a los Centros Históricos para interpretar las transformaciones contemporáneas de dichos espacios en ciudades latinoamericanas y europeas. Nos referimos a los imaginarios patrimonialistas y a los imaginarios posmodernos. Los iniciales están relacionados con las sociedades contemporáneas, y su necesidad de mirar y reencontrarse a sí mismas en el pasado; ante la época actual en la cual los referentes temporales propios de la modernidad han cambiado velozmente generando la angustia y la negación de la historia. Desde una postura retomada de Walter Benjamín, la mirada arqueológica al pasado es una forma de comprender la configuración del mundo pasado y actual a través de los imaginarios. De esta forma se pone gran atención a la conservación de las formas espaciales – por parte de sectores sociales con capacidad de decisión- conocidas como “rugosidades” (Santos, 1990:154), “espacios perdidos” (Kerik citando a Benjamín, 1993:16) o “ruinas” (Frisby citando a Benjamín, 1992:339)[2], y a elementos culturales; así se conforma el imaginario patrimonialista sustentador de diversos programas de conservación de cascos históricos.

En un claro contraste Hiernaux sitúa a los imaginarios posmodernos formados por la deconstrucción del tiempo y del espacio. Dichos elementos se quebrantan originando la perdida de la memoria y la tradición, implican que el espacio se deshumanice y adquiera tendencias genéricas. Los actores involucrados reconocen el valor del pasado aunque sin vanagloriarlo, aprovechan el collage de construcciones diferentemente fechadas que en sí mismo le otorgan personalidad a los Centros Históricos. No obstante, la forma de articulación de dichos espacios ocurre de manera fragmentada y transforman el sentido de esos barrios tradicionales; mutaciones nada recientes - el proceso lleva décadas sobre todo a partir de los años sesenta del siglo pasado-, fueron aceleradas con las políticas de renovación urbana. De esta manera, la reconstrucción de la vida urbana ocurre sin profundidad histórica, se dirige más hacia la ciudad espectáculo recreante del mítico pasado; simula parques temáticos gozados por los turistas, gentrificadores y burgueses con la capacidad de pagar el precio del remozamiento del centro y sus nuevas formas urbanas estando detrás la comodificación de estos espacios. El autor concluye planteando el escenario del conflicto entre ambos imaginarios –sintetizados en el cuadro 1-, la médula no es tanto una nueva lucha de clases sino el modelo de vida a integrar en el centro, si bien, esto implica en muchos casos la represión y exclusión socio-espacial –en unas situaciones agudas, en otras sutiles- para revitalizar el entorno físico y social.

Cuadro 1
Formas del conflicto entre imaginarios patrimonialistas y posmodernos en los Centros Históricos
Imaginario

Características
Patrimonialista
Posmoderno
Manejo del pasado
Historia-patrimonio
Historia-recurso
Sentido de lo público y privado
Preservación de un capital cultural colectivo
Privatización económica de algunos elementos
Proyecto de vida social
Sin reflexión de proyecto
Museo
Turismo y recreación Espectáculo
Gestión
Pública
Privada
Fuente: Hiernaux (2006)

Comenzando con el urbanismo ciudadano -entendido como la manera en que los ciudadanos construyen lo urbano, lo comparten socialmente y lo imaginan- Armando Silva analiza las percepciones de la forma de vida y las proyecciones de los Centros Históricos de algunos habitantes de América Latina. Las percepciones urbanas son un hecho cultural muy lejano de la veracidad objetivista, no obstante, inciden reflexivamente[3] en la imaginación, visión y prácticas de ciertas zonas de la ciudad. Vale señalar que un planteamiento muy similar, pero trazado con varias décadas de anterioridad, fue lo denominado por Lynch la: “imagen pública de la ciudad” (1984:61). Tales dimensiones perceptivas e imaginarias se superponen mas no son excluyentes de la dimensión material-arquitectónica de la urbe. Lo anterior, lleva al semiólogo a interesarse de alguna forma en la ontología de la ciudad[4], o en lo denominado por él “ser urbano” que, paradójicamente se fortalece cuando la ciudad es mayormente desconcentrada.

Desde la ciudad de México hasta Buenos Aires se sitúa el análisis de las trece ciudades del texto; lo más relevante fue encontrar ciertas tendencias en todos los viejos centros. En primer lugar pasan por un proceso de recuperación urbana, que envuelve la privatización –analizada en el artículo anterior-. Dichos espacios concentran el poder simbólico, el ejercicio de éste, y representan el epicentro financiero conectado a la red global. Además, agrupan la mayor riqueza patrimonial, por eso se relacionan con el pasado, y son habilitados para actividades culturales y educativas. Los servicios terciarios y cuaternarios han llevado a una notable disminución en la densidad de población; el autor no se pregunta si llegan nuevos pobladores y bajo qué imaginario en el contexto de la gentrificación. El apartado concluye señalando que analizar los imaginarios ciudadanos sobre centros de las ciudades nos permite tomar el pulso de éstas e igualmente dilucidar su futuro. Para Silva, el mañana de la ciudad latinoamericana se relaciona con un hecho tecnológico, involucra el abandono de la ciudad y el surgimiento de un amurallamiento en la “casa todopoderosa e hiperconectada”.

Anna Ortiz presenta el análisis de dos espacios públicos: la Via Júlia y la Rambla del Raval en Barcelona, en relación con el uso y apropiación de esos espacios, y la construcción del sentido de lugar de los residentes de los barrios en donde se localizan éstos. Para la autora, los espacios públicos tienen un sentido polisémico tanto para los teóricos de éstos como para los practicantes. Sin embargo, son sitios potenciadores de relaciones sociales conexos con la militancia y subversión confrontante de la cotidianeidad. Se erigen a partir de diversos imaginarios contradictorios. Quizá el ejemplo más claro sea que por un lado contribuyen a la liberación de las mujeres de la dominación masculina; paralelamente, se han constituido agorafobias para el mismo género femenino. El otro concepto operativo es el sentido de lugar, permite entender la construcción del lugar a partir de las experiencias, significados y emociones de los sujetos, tomando un papel central en la cimentación de las identidades socio-territoriales.

Los conceptos son territorializados en los espacios públicos señalados líneas arriba, uno y otro inmersos en la renovación urbana. El primero ubicado en la periferia y la Rambla del Raval en el Centro Histórico. En ambos, la presencia masculina es mayoritaria, en el último es asociada a la estampa de población inmigrante, especialmente paquistaníes y marroquíes, llevando a que las mujeres nativas del barrio perciban esa situación restrictiva para su asistencia a la Rambla. También coexiste otro grupo de experiencia espacial: los elitizadores, quienes construyen un imaginario diferente al de las mujeres nativas, conciben a la multiculturalidad de manera exótica, en el sentido de generar un plus para el barrio. En dicha zona de estudio el sentido de lugar es débil ya que es un vecindario asociado con la movilidad poblacional, en otras palabras, es un nodo de la red migratoria, antes interna y ahora internacional. En Prosperitat -barrio dónde se ubica la Via Júlia- el sentido de lugar es fuerte y sustentado en profundas relaciones vecinales. La geógrafa finaliza haciendo un llamado para que los urbanistas y tomadores de decisiones tengan en cuenta la dimensión imaginaria, sensorial y vivida de los practicantes de los espacios públicos y sus barrios porque en no pocas ocasiones diseñan e instauran proyectos sumamente alejados de la heterogénea realidad.

La segunda sección del libro es dedicada a los espacios del miedo. Alicia Lindón abre el apartado con un artículo que pone sobre la mesa la difusión del imaginario americano, y su resignificación relacionada con los imaginarios del miedo y del riesgo en el espacio habitado. El modelo del suburbio americano surge de la extensión de la ciudad, y de la idea del progreso y movilidad residencial propia de la cultura norteamericana, así como del rechazo de algunos grupos sociales a las formas tradicionales de vida urbana. Precisamente esta es la manera de fundar un imaginario del “suburbio como paraíso” con las características de “apertura espacial” y “extensión”; emparentado con la idea latente en los estadounidenses de asumirse como pioneros y conquistadores de territorios desconocidos.[5] Los aventureros van en busca de un territorio natural y de alguna forma prístino, identificado por Lindón con la noción de Wilderness. El suburbio es espacio vacío –física y culturalmente- representa una zona intermedia entre las áreas urbanas y rurales. Es una fracción oferente de una vida tranquila, alejada de los múltiples estímulos sensoriales de los centros de las ciudades. Sin embargo, el vacío también es de memoria, el gran atractivo está en construir narrativas de logros y éxitos, aspectos profundos de los modos de vida protestantes.

En el caso concreto, Lindón demuestra cómo se ha resemantizado el imaginario del suburbio americano en la periferia pobre de la ciudad de México adquiriendo variadas facetas. La forma de libertad es asumida a manera de liberación de la parentela; además incide una idea de progreso al acceder a una vivienda, lo que la misma autora ha nombrado en otros trabajos “el mito de la casa propia” (2005). En cuanto al tema del acercamiento a la naturaleza y a la apertura espacial, retoman la idea rectora aunque incluyen un elemento mítico: los volcanes.[6] Se cree que la vida en la periferia es más sana. Asimismo, la periferia se construye a través de lugares indexicales[7], está marcada por elementos que la diferencian de un lugar a otro, según el o los sujetos. La principal discrepancia con el modelo de los Ángeles está en el sentido de apertura espacial, genera una geografía del miedo –real o imaginado- pero que sedimenta en el tiempo a través de las experiencias vividas. El resultado es la constitución de un presente tenso[8], implica acciones en un esquema cognitivo, asímismo la restricción o estancia en ciertos lugares propicia una suerte de exclusión socio-espacial, mayoritariamente en las mujeres. En ese sentido se constituye un entramado del miedo que incluye vivir el sentido de lejanía de la periferia, haciéndola propicia para lo prohibido; además la naturaleza y lo vacío son relacionados con las amenazas, los agresores y con el temor. Por lo tanto, algunos habitantes de la periferia transfiguran el sentido topofilico en sentido topofóbico, hacen patente el desagrado al lugar (para otros sujetos pueden ser espacios de emoción y satisfacción, nos referimos a los agresores) generando movilidad espacial o “auto expulsión” en la eterna búsqueda del imaginario paradisíaco jamás encontrado…

¿Cuáles son los múltiples significados que articulan la inseguridad como una narrativa de la experiencia urbana de Santiago, Chile? ¿La localización es un marco de sentido para la construcción del imaginario de inseguridad en el acceso y prácticas de los espacios públicos? Son los cuestionamientos que se hace Rosa María Guerrero: parte de la fuerte segregación urbana característica de la ciudad capital para pensar el imaginario de la seguridad como una más de sus facetas -la otra es la dimensión socio-económica-. La idea de inseguridad genera cambios en el paisaje urbano materializados en muros y cercas produciendo una “ciudad de fronteras” físicas y simbólicas. La pared representa algo más que una forma objetivada, crea un adentro y, por ende, un afuera; el primero relacionado con la integración del grupo social, el último remite a la exclusión de los otros, los fuereños.

Para el análisis de caso, la autora eligió dos barrios opuestos económicamente, y con experiencias sociales y urbanas diferenciadas: Cerro Navia y Las Condes. Ambas jurisdicciones periféricas, la inicial caracterizada por la marginación social; la última de clase alta, dicho sea de paso coinciden con las figuras de periferia y suburbio estudiadas en el trabajo anterior. Para los entrevistados de Cerro Navia la emergencia de la inseguridad urbana surge de la perdida de referentes sociales y de seguridad, del deterioro de las relaciones familiares y, a nuestro parecer el elemento más interesante, la ebullición de la vida urbana, que genera intranquilidad, ansiedad e inseguridad. Los entrevistados de Las Condes imaginan que la inseguridad está fuera de su barrio pero sin clara ubicación, resulta de la segregación urbana; de tal suerte, es inseguro cualquier espacio desconocido, en otros términos la terra incognita[9]. De la misma forma, otro elemento integrante del imaginario de la inseguridad es el individualismo contemporáneo, nos referimos a la agudización planteada por Simmel a inicios del siglo XX sobre la proximidad física pero la lejanía emocional en las metrópolis. Al mismo tiempo, en la década de los ochenta la idea de la vida individual toma fuerza sobre todo en la población joven de los países anglosajones y europeos, aunque la idea se difunde en América Latina, esto se ha dado a nombrar “la utopía del individuo” (Hiernaux y Lindón, 2002:28); vale decir que tiene fuerte implicaciones territoriales, quizá la más conocidas sean la gentrificación y los homeless. Para los habitantes interrogados, la inseguridad proviene de los barrios periféricos concentradores de la estigmatización social, basta con ser pobre, vagabundos y prostitutas, etc. Un caso de coincidencia es el Centro Histórico de Santiago, simbolizado con la inseguridad por su degradación, y curiosamente es un sitio de heterogeneidad social reflejando el miedo a la alteridad de las sociedades contemporáneas.

En un sentido opuesto, la certeza de seguridad se constituye para Cerro Navia a través de la identidad comunitaria de una población que rescata las formas de vecindad y convivencia. En tanto, para el suburbio se constituye por medio de la homogeneidad buscando la identidad propia. Esto nos lleva a plantearnos la posibilidad de traer un debate antaño –con debidas precauciones-, puesto que para la colonia pobre su género de vida se relaciona más con la Gemeinschaft, y Las Condes con el sentido de la Gesellchaft[10].

Roxana Martel y Sonia Baires examinan la relación entre las imágenes de violencia y los espacios públicos en San Salvador. Respaldan el trabajo en dos ejes: “las geografías de la inseguridad” y “los imaginarios del miedo”. Las primeras ubican zonas peligrosas para fundar rutas seguras. Los imaginarios refieren a la invención social y colectiva que estigmatiza los espacios. Las investigadoras consideran que el espacio público ha perdido su sentido como constructor de la convivencia social debido a que son representados con prácticas de violencia e inseguridad. Existe una lucha por dichos espacios para saber qué grupo se lo apropia.

Para su análisis empírico tomaron dos zonas desiguales: la Comunidad Iberias, un barrio pobre y marginal con una alta densidad de población; y el Macrocentro, un mall. En el primer sitio, el espacio público se caracteriza por el desencuentro y la inseguridad en donde los conflictos son comunes. Un aspecto sobresaliente es la presencia de las Maras, bandas juveniles que territorializan su dominio valiéndose del graffiti, marca simbólica representante de una frontera. Asimismo, están fuertemente vinculadas a la muerte puesto que son un homenaje a sus integrantes caídos. El Centro Comercial es un sitio de relativa seguridad en su interior, pero a las afueras en los espacios públicos, específicamente en paradas de autobuses, calles y senderos, la violencia resurge marcando un contraste entre el exterior y el interior, patentado por la privatización capitalista. Los dos barrios encarnan los imaginarios de violencia e inseguridad conformados a través de las experiencias personales, los relatos y, el elemento más importante para las autoras, la difusión estigmatizante de ciertas zonas de la ciudad por los medios de comunicación masivos. Asaltos, peleas, muertes, violencia en distintas formas son los elementos configurantes de la percepción insegura de San Salvador, ante un panorama tan desolador dibujado por las autoras –es el texto más crudo del libro- habría que preguntarse si no estamos ante una cultura de la violencia, que cada vez más arrebata la metrópoli a sus habitantes.

La apropiación/pertenencia e identificación de y con los espacios públicos es el eje de la tercera parte del libro. El primer trabajo de Miguel Ángel Aguilar se cuestiona si la experiencia de la ciudad puede ser abordada de manera estética, entendida como una interpretación de significados. Ésta no sólo es posible comprenderla a través de las formas espaciales, sino en su estrecha relación con las interacciones y situaciones de la vida social. El autor coloca su mirada en la ciudad practicada, representada con aspectos fugaces que, hacen alejarla de las ciencias sociales tradicionales pues consideran dichos sucesos de carente importancia.[11]

Para el análisis concreto se utiliza la vía analítica de la sensibilidad situada en un contexto histórico. Aguilar examina los programas urbanos no como conjunto de normas de urbanización: encuentra en los planes la huella del imaginario que configura la ciudad. La otra entrada para analizar la sensibilidad en la experiencia urbana radica en el acercamiento a la fotografía periodística; así, el autor presenta dos hallazgos interesantes. El primero en el sentido que este tipo de fotografía es una aproximación a lo cotidiano, a la elaboración de la ciudad por sus propios habitantes desde la óptica del realizador, mientras el lector lo hace a través de la sensibilidad; existe una cierta complicidad e identificación con las prácticas retratadas. El segundo hallazgo está en relación con los medios de comunicación masivos y la institución de dos imaginarios complementarios relacionados con los vendedores ambulantes: la sensación del espacio invadido y la impresión de la calle amenazante. Marcan dicha práctica por robar el libre tránsito, degradar las aceras, y modificar las formas de estar en la calle por formas semiprivatizadas de comerciar; entonces el psicólogo social nos lleva a la pregunta ¿el espacio público deja de pertenecer al ciudadano común? Contrasta este punto con el análisis de un conjunto habitacional en donde la casa se vuelve un microespacio en ese conglomerado arquitectónico y social, destaca la apropiación de formas físicas con intenciones simbólicas de diferenciarse de los otros. Finiquita argumentado que la imagen de la ciudad radica entre lo cerrado que, marca el espacio como propio y lo abierto, distinguido por la posibilidad de múltiples usos.

El antropólogo Abilio Vergara presenta una reflexión acerca del parque visto a modo de un “lugar de urbanización”, refiriéndose al sentido del atributo más allá de las formas físicas. Lo considera además un sitio de relajación y placer en contraposición con los imaginarios de tecnologización de la ciudad y, de la misma manera, con la imagen de deterioro e inseguridad del espacio público como han mostrado otros autores de la obra reseñada (Guerrero; Martel y Baires; Aguilar).

El parque es un lugar de estar y hacer, es construido por el lenguaje entre las múltiples tensiones de la sociedad-naturaleza. El parque se vuelve un oasis en la megaciudad, no exclusivamente nos referimos al sentido medioambiental, sino es un oasis que permite imaginarlo y usarlo con un alto de grado de libertad, a diferencia de otros espacios semi-públicos y privados. La discordancia puede radicar también con distintos espacios públicos, el máximo ejemplo es la calle, mayoritariamente asociada con el movimiento, recíprocamente, el parque personifica lo estático.

Una contribución relevante es la condición transgresora de la vida ordinaria del parque, así como la propiedad de anonimato entre sus practicantes; sin embargo, no pierde su concepción de espacio natural dentro de la ciudad y permite la estrechez de relaciones sociales de corte más comunitarias. A pesar de esto, el autor no suprime la representación del parque como un espacio de soledad, donde se puede pasar el tiempo ¿El parque podría considerase un espacio de soledad acumulada?Uno y otro elemento le permiten establecerse de manera democrática, se enfrenta y tolera la alteridad expuesta en largo periodos. Quizá lo más ilustrativo sea el cuerpo en exhibición, visible a partir de múltiples manifestaciones que redefinen lo público y lo privado.

Los fraccionamientos cerrados y su relación con los imaginarios posmodernos es la sustancia del estudio de Liliana López, Eloy Méndez e Isabel Rodríguez. Parten de la inclinación de la posmodernidad por la simulación y la hiperrealidad con fuertes implicaciones en el territorio; tales fenómenos caracterizados por la desarticulación y la segregación mediante la conformación de espacios cerrados. Dicho sitios se constituyen a través de tres imaginarios vertebradores: el consumo, la inseguridad y el miedo; ésta tríada intenta recrear fantasías sociales.

Estamos volviendo a la ciudad medieval identificada por barrios cercados y herméticos, excluyen lo negativo de la metrópoli y sus formas de hacerla pero sin renunciar a las comodidades de los servicios de la vida urbana. En México se reproduce el modelo del pequeño pueblo retomado del siglo XIX, paradójicamente, un modelo histórico se implanta de forma masificada en asentamientos sin historia(s). Los autores demuestran la manera en la cual este tipo de urbanización, dirigido a las elites principalmente, se ha difundido –y masificado- para las clases medias y populares a través de los medios de comunicación. La mayoría de la sociedad construye sus acciones a partir del imaginario del miedo y la inseguridad. Cabría recordar aquí el planteamiento de Bourdieu et al. (1975) sobre que en cada época y en cada sociedad se construyen problemáticas sociales. En síntesis, el urbanismo cerrado presenta las siguientes simulaciones: el fomento del sentimiento de comunidad contradictoriamente fundamentada en el consumo, la búsqueda escasamente lograda de la armonía y la naturaleza, la creencia en la reducción de la delincuencia, la simulación del orden y la consideración aséptica del espacio público.

Camilo Contreras reflexiona dicotómicamente en torno a la materialización del imaginario del progreso de los grupos de poder en el paisaje urbano de Monterrey, y el surgimiento de representaciones en contra de tales obras. Toma como punto de partida el proyecto y la construcción del Puente Atirantado como elemento político en el paisaje con la finalidad de traspasar el tiempo de la gestión gubernamental; alude igualmente a la ideología hegemónica de la elite política y/o empresarial – personificada por el Partido Acción Nacional[12]- relacionada con el sentido de grandeza y vanguardia industrial de Monterrey, por eso nombrada: “la capital industrial del país” (Aguilar, 2004:220). Dicha cuidad es asociada al espíritu emprendedor por fungir como sede de empresas y corporativos de gran importancia –muestra evidente son: Grupo Bimbo, Cemex y Altos Hornos de México-, también por su hinterland y su estrecha relación trasnacional con ciudades estadounidenses.[13]

El autor añade otro nivel de complejidad a su trabajo al cuestionarse la manera en la cual surgen representaciones diferentes a la representación dada -el puente-. Tales significaciones vienen de grupos subalternos –colectivos políticos opositores, sociedad civil y ciudadanos-, creadores de resistencias y luchas activas en contra del puente. Al final, en la percepción de los habitantes de Monterrey se impone una idea en desacuerdo contra el puente y el gobierno, los ciudadanos las consideran formas demagogas de la monumentalidad de la obra pública.

Marlene Choque estudia las identificaciones de habitantes populares de La Paz, Bolivia procedentes en un programa de radio participativo y de demanda social. Sitúa la investigación desde la pertenencia socio-territorial, mirada a manera de formas de inclusión y exclusión social. La escala del trabajo es el barrio, entendida como una “experiencia de identidad” articulada por el territorio. Según la comunicóloga, la identidad no exclusivamente se construye en el nivel de las acciones también son edificaciones discursivas. Emplazada en el análisis del lenguaje, la autora dilucida los recursos textuales en los cuales subyacen los referentes identitarios relacionados con el espacio y la constitución del self.

Entre los aportes más significativos destacan tres maneras de identificación socio-territorial. En la primera, el espacio es sustancial en el proceso de identificación, incluso antes de las formas personales. Los habitantes participantes en el programa de radio se proyectan en el mundo partiendo de su vecindario, es un “yo anónimo”,mayoritariamente utilizado por las mujeres. En el caso de los hombres se generan roles dirigenciales, marcan su autoridad social y de género; usan alternativamente dos referentes: el de identificación espacial y el referente de rol social. La siguiente modalidad de referencia socio-espacial es el “yo/nosotros”, los sujetos se dirigen a esas personas gramaticales en forma de distanciamiento, al mismo tiempo, generan una ampliación del sentido colectivo. Finalmente, el “nosotros” es otra forma de identificación discursiva, casi siempre lo usan para exigir, demandar y agradecer acciones al gobierno local. En un primer nivel se vincula a un “nosotros” restringido, sólo contempla al individuo y a su círculo cercano encontrando similitudes con otros iguales. El segundo nivel es el “nosotros comunitario”, expande el imaginario socio-espacial para trazar ejes identitarios análogos con otros sectores urbanos, en este caso habitantes de las periferias. Comparten un sentido de marginalidad y pobreza, resalta la solidaridad como la estrategia para convertir el imaginario negativo que tiene los demás ciudadanos sobre ellos en una imagen positiva.

El libro cierra con el apartado sobre el imaginario popular de la incorporación de la computadora en la casa, la familia y el vecindario en el poblado de San Lorenzo Chimalpa en el Estado de México, a cargo de Rosalía Winocur. Incorporar una computadora a la casa reorganiza física y simbólicamente el espacio doméstico, la intención es diferenciar y jerarquizar el sitio donde estará el computador. Éste es relacionado con el estudio de los hijos, por ende, es detonante de la concepción de una visión prospectiva enlazada con el imaginario del progreso y el éxito social. En San Lorenzo Chimalpa la computadora debe ser aislada o conviene tenerla en su propia habitación por dos cuestiones: en primer lugar por ser considerada como un “artefacto salvador” para acceder a la tecnología; a la vez, es concebida como un elemento de pérdida del control y de la intimidad, es invasora de la vida cotidiana.

En una escala menor han proliferado locales comerciales especializados en uso de computadoras y acceso a Internet en el centro de Chalco, la localidad cercana de mayor tamaño, y en mínima medida en la zona de estudio. Lo anterior implica la movilidad de los jóvenes estudiantes de San Lorenzo hacia tal sitio. Los cibercafés del pueblo están habilitados en locales con otros giros comerciales –tiendas de abarrotes y papelerías-, tanto la computadora y la Internet redefinen el sentido del espacio público porque en San Lorenzo lo público se define por razón del acceso. Es posible usar la computadora y la Web sin mayores restricciones –salvo la económica-,lo que reduce la segregación social. También se reconstruye el sentidode lo público mediante aquellos individuos que pretenden adquirir una computadora y prestarla a los demás, lo anterior contextualizado en el sentido de comunidad del poblado. Finalmente, se facilita y accede a la comunicación interpersonal, así también el acceso a la matriz de conocimiento. Por tanto, el ciberespacio democratiza el acceso a la información global:vivir en una zona rural no impone u obliga a aislarse socio-espacialmente; aunque en este caso lo global esta marcado por el contacto y la transferencia cultural con sus familiares migrantes radicados en los Estados Unidos.

Así finaliza la compilación: asemeja un pequeño Aleph, reúne recortes de múltiples ciudades articuladas por variadas tendencias, pero reconociendo y enalteciendo su excepcionalidad para erigir aportes desde abajo; aquí se cumple el desafío de asumir caminos metodológicos cualitativos. El estudio resulta un rico y profundo aporte no exclusivamente a los estudios urbanos sino para las ciencias sociales en general, sobre todopor las investigaciones heterodoxas que se replantean el estudio del espacio urbano a partir de la dimensión socio-simbólica de los habitantes de la ciudad, susverdaderos constructores.

Notas

[1] Aquí habría que recordar el Teorema de W. Thomas (1928), dicho postulado de raíz interaccionista arguye: “Si una persona define una situación como real actuará en consecuencia”.

[2] Para Benjamín esas ruinas y espacios perdidos no sólo atestiguan sobre el pasado, tienen también la capacidad de proyectar el futuro.

[3] Usamos reflexividad retomando a Garfinkel (citado en Wolf, 1988:136) como el principio por el cual los sujetos construyen y dirigen sus acciones por medio del lenguaje, en este caso de los imaginarios.

[4] Entendemos la ontología de lo urbano siguiendo a Hiernaux (2006a). Dicha definición pretende deconstruir el concepto de ciudad que durante largo tiempo ha sido asociado con formas materiales, densidad de población, concentración de industrias y servicios, y demás variables e indicadores socio-económicos. La ontología se compone de tres categorías fundamentales: lo laberíntico, lo fugaz y lo fortuito. La tríada de figuras metafóricas remiten al carácter caótico y espontáneo de múltiples eventos urbanos. Lo laberíntico está vinculado al espacio, lo fugaz a la dimensión temporal, y lo fortuito a lo inopinado de la ciudad.

[5] Un planteamiento similar es el de Neil Smith (1992; 1996) aunque está pensando para los barrios –casi siempre céntricos- en proceso de gentrificación.

[6] El Valle de Chalco se localiza relativamente cerca a dos volcanes de gran trascendencia para México: el Popocatépetl (montaña humeante) y el Iztaccíhuatl (mujer dormida). Ambos se erigen como elementos iconográficos indígenas conformantes de de la construcción del nacionalismo.

[7] Aludimos al término según Claude Javeau (2000:173), comprendido como “lugares de memoria”. Éstos se construyen desde el pasado y tienen ciertas significaciones para un grupo reducido de personas,

[8] Voz acuñada en la fenomenología, según la cual el sujeto se desenvuelve en la vida cotidiana a partir del “aquí” a través de proyecciones visualizadas como hechos consumados. No obstante, esos futuros y acciones se orientan a través del pasado por medio del componente experiencial con sus recetas y tipificaciones. Así, el presente representa una suerte de elástico donde se funde las tres dimensiones temporales.

[9] Entendemos la “Terrae incognitae” en el sentido de J. Wright (1947).

[10] Ambos términos planteados por Tonnies (1979). La primera remite a la comunidad, surge principalmente del espacio rural en donde existen mayores vínculos de solidaridad a través de la unión de voluntades humanas. En contraste la asociación (gesellchaft) caracteriza a las ciudades, rompe o transforma el sentido comunitario para generar asociaciones de intereses más no de tradiciones o vínculos familiares.

[11] Para la geografía un aporte importante es el realizado por Hiernaux (2005; 2006b). Plantea la necesidad de constituir una geografía de lo efímero, capaz de deconstruir los enfoques y concepciones espacio-temporales heredadas de la modernidad, y de tal forma integrar la dimensión momentánea de no pocas situaciones y configuraciones de la vida urbana.

[12] A partir de la caída del PRI, partido oficial que dominó el régimen presidencial mexicano por más de 70 años, vino un cambio político en el año 2000 con el triunfo, en las elecciones presidenciales de ese año, del candidato derechista del PAN. Esto trajo una reconfiguración del espacio electoral a través del fenómeno conocido como el boom foxista. En este contexto Monterrey fue gobernada por los conservadores; posteriormente –en 2003- el PRI retomó las preferencias electorales.

[13] Un ejemplo de tal interdependencia, según Aguilar (2004:221), es el flujo de vuelos existentes entre Monterrey y las ciudades de Houston, Dallas, San Antonio, Atlanta, Las Vegas y Chicago.

Bibliografía

AGUILAR, I. El proceso de urbanización del Área Metropolitana de Monterrey: algunas reflexiones de la experiencia reciente. In: AGUILAR, A. (coord.), Procesos metropolitanos y grandes ciudades. Dinámicas recientes en México y otros países. México: Miguel Ángel Porrúa, Universidad Nacional Autónoma de México, 2004. p. 219-262.

BOURDIEU, P.; J.C. CHAMBOREDON y J.C. PASSERON. El oficio de sociólogo.México: Siglo XXI, 1975, p. 27-71.

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Ficha bibliográfica

HERNÁNDEZ CORDERO, A. Lindón, Alicia; Miguel Ángel Aguilar y Daniel Hiernaux (Coordinadores). Lugares e imaginarios en las metrópolis. Biblio 3W Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol.XII, nº 702, 30  de enero de 2007. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-702.htm]. [ISSN 1138-9796].


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