Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie  documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. 
Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XII, nº 708, 28 de febrero de 2007

CULTURA REPUBLICANA E IMÁGENES CON AURA : LA EDUCACIÓN DEL INSTINTO Y LAS MISIONES PEDAGÓGICAS (1931-1936)

OTERO URTAZA, E. (ed.): Las Misiones Pedagógicas 1931-1936. Madrid: Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales/Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2006, 548 p.

Alberto Luis Gómez
Jesús Romero Morante

Universidad de Cantabria


Palabras clave: cultura, Misiones Pedagógicas, imagen, ciudadanía

Key words: culture, Misiones Pedagógicas, picture, cizitenship


A modo de regalo navideño los miembros de la Sociedad Española de Historia de la Educación recibimos el pasado 23 de diciembre un extenso correo electrónico en el que, utilizando como pretexto un aniversario –el de la primera “misión pedagógica”, acaecida en Ayllón (Segovia) entre el 16 y el 25 de diciembre de 1931–, se nos avisaba de la inauguración en Madrid de una exposición al respecto. Aunque, seguramente por modestia, el remitente no hablaba del catálogo, dicha publicación existe para fortuna de todas aquellas personas que, por una u otra razón, no podrán desplazarse a la capital de España antes del once de marzo de 2007. Gracias a los buenos oficios de Charo Escudero, quienes suscriben han podido hacerse con este estupendo libro cuya estructura interna –dejando de lado la presentación del Comisario y una cronología firmada también por la Vicecomisaria – se articula en dos grandes bloques: 14 colaboraciones (cinco de ellas “testimonios” de diversa fecha y naturaleza) en “Las Misiones y sus protagonistas”, y otras 18 (once de ellas “testimonios”) en “Los servicios de las Misiones Pedagógicas” (MP); hay también, como no podía ser menos, cuatro utilísimos apéndices. De las nueve contribuciones recientes del primer gran bloque seis de ellas se ocupan de diferentes facetas en un proyecto que, pese a su antigüedad y como ya es bien sabido, no se inició realmente hasta la creación a finales de mayo de 1931 de un Patronato cuya Comisión Central debería desarrollar programas en tres grandes campos: el fomento de la cultura general, con sugeridores propuestas para usar viejas (libro/palabra), nuevas (música/sonido) y novísimas (imagen/fotografía/cinematógrafo) herramientas; la orientación pedagógica y la educación ciudadana. Todo ello, claro está, encaminado hacia la puesta en práctica y el fomento de los viejos principios de la educación progresiva –incluido, por supuesto, el uso del entorno o medio– magistralmente gacetados por R. Llopis en su famosa Circular de 12 de febrero de 1932 y defendidos otra vez con fuerza por la nueva escuela republicana.

Puesto que no deseamos extendernos demasiado, y dado que, al menos en cierto modo, siete de las nueve aportaciones básicas del primer bloque –firmadas respectivamente por E. Otero, V. Bozal, J. García-Velasco, H. Fernández, E. Otero, J. Ruiz Berrio y J. I. Cruz– tienen una orientación fundamentalmente sintético-descriptiva sobre asuntos más conocidos, creemos pertinente llamar la atención de nuestros lectores sobre uno de los aspectos más originales de un modelo misionero que, como bien apunta María García Alonso, estaba alejado de todo utilitarismo y pretendía, usando sobre todo la imagen fotográfica y cinematográfica, despertar los sentimientos (también podría hablarse del deseo ) de un pueblo en una doble y complementaria dirección: como personas (hombres/mujeres) y como ciudadanos de la nación española reflejada en la Constitución republicana. Este uso del cine y de la imagen –o “nueva visión”, en una línea muy diferente a la soviética con su peculiar cinetrén– puede comprobarse también en la interesante colaboración firmada por Jordana Mendelson. Pues, gracias entre otras cosas a las posibilidades abiertas en este campo por las aplicaciones tecnológicas de nuevos conocimientos científicos, las fotografías dejaron de usarse adjetivadamente al servicio de un texto escrito y se emplearon publicitariamente para, como muy bien expuso hace muchos años H. M. Enzensberger, manipular industrialmente las conciencias.

Tras lo que acabamos de indicar, nuestros lectores podrán entender que de las siete contribuciones incluidas en el segundo bloque apuntemos solamente algunas de las ideas incluidas en dos. Justamente en las que, firmadas por G. Saenz de Buruaga y A. Puyal, se analiza uno de los servicios más importantes de las MP: el cine. Aunque es cierto que la figura de J. Val del Omar va siendo cada vez más conocida por el gran público –todos recordamos todavía con agrado el catálogo de la exposición que pudo verse en Murcia y en Madrid en la primavera/verano de 2003– no lo es menos que ahora captamos con mayor claridad la originalidad y el compromiso de un misionero que, al menos en la España de aquella época, defendía y llevaba a la práctica ideas escandalosas en lo relacionado con el uso del cine en el contexto de un ideario regeneracionista entendido de un modo peculiar. Y es que, como bien lo resalta G. Saenz de Buruaga, nos encontramos ante un joven teórico que señalaba la crisis del cine como espectáculo y se presentaba en 1932 ante los maestros de la Institución Libre de Enseñanza como una persona desencantada de antiguas propuestas y firme defensor de la potencialidad liberadora de unos artilugios técnicos que, al responder “a un principio de automatismo, a un principio de economía en nuestro aparato psíquico”, habrían logrado comunicarse antiintelectualmente –es decir, sin pasar por la conciencia del sujeto– con el instinto: “una máquina viene a sustituir al libro y al maestro […], libertadora por excelencia” (p. 382).

Aunque de pasada, hemos indicado ya la inclusión en este libro de dieciséis textos de naturaleza especial que están ubicados al final de cada uno de los apartados de los dos grandes bloques. La época en la que fueron publicados, los temas y los autores seleccionados permiten una lectura que amplifica las ideas incluidas en las contribuciones básicas. En unos casos, como el del artículo Los dinamiteros de la cultura , publicado el año 1935 en un diario tan relevante como El Sol , se pone de relieve la gigantesca diferencia existente entre las actitudes con respecto a la cultura de la CEDA a partir de noviembre de 1933 y una izquierda monárquica representada por ministros como Romanones, Santiago Alba y A. Gimeno que “crearon y sostuvieron la Junta para Ampliación de Estudios y sus hijuelas, gracias a lo cual España dejó de ser un corral en materia de cultura superior y es hoy un decoroso huerto” (p. 211). En otros, como el carteo entre Pablo de Andrés Cobo y A. Casona, además de intercambiarse información sobre las cuitas de antiguos misioneros (¡qué congoja la de Modesto Medina!), se resalta la relativa preocupación por el campo de las burguesías francesa e inglesa y “el lastre del ruralismo bárbaro y astroso” (p. 293) del agro español. No faltan tampoco datos sobre las desventuras de María Moliner en su tarea inspectora de las bibliotecas valencianas dependientes de las MP: directores sin interés, maestros atolondrados o secretarios municipales, como el de Benisano, que lamentaba no haber podido quemar la mitad de los libros donados con tanta ilusión y esfuerzo. Dejando de lado recuerdos sobre el asombro de los lugareños al ver por primera vez películas mudas o el impacto de audiciones musicales como la que narra P. A. Cobos en Navarrevisca, haciendo énfasis en cómo se pasaba de una escucha fría de Beethoven en una gramola a otra que “ya no les deja indiferentes” (p. 431), nos encontramos con apuntes que, como los rememorados por Ramón Gaya en 1991, resaltan el distinto tipo de implicación de los misioneros en sus labores y las dificultades cotidianas que planteaba la vida en unos pueblos tan míseros a gente “poco práctica”, como L. Cernuda –de cuya apostura dandy se da testimonio fotográfico–, empeñada en viajar, al menos en parte, para quebrar la rutina cotidiana “porque pertenecía a las oficinas del Patronato y allí se ahogaba un poco” (p. 375).”

Los cuatro cuidados apéndices ofrecen al lector información sobre lo siguiente: relación alfabética de MP, pudiéndose comprobar en ocasiones (como en la MP que llegó a Valderredible en la primavera de 1934) la influencia de antiguos inspectores provinciales que dirigían el desplazamiento; listado todavía abierto de participantes y colaboradores en las MP; relación de obras y documentos expuestos en la exposición e índice onomástico.

Quienes hayan leído las líneas anteriores habrán adivinado que no hemos visitado la exposición sobre las MP todavía abierta al público en Madrid. Por fortuna, el documental emitido el pasado 28 de febrero por TV-2 nos permitió, siquiera parcialmente, cubrir esa laguna al contemplar imágenes extraordinarias sobre todos los servicios ofrecidos por las MP ­–en el contexto de una filosofía reparadora apuntada por M. B. Cossío en un documento de 1934 en el que se refería al Museo– con el fin de llevar “a los pueblos campesinos, para el goce y enseñanza de que tanto disfrutan ya los cortesanos, unas modestas copias, al menos, de las mejores pinturas que como magnífico tesoro guarda la nación en sus museos” (p. 369). O, dicho por L. Cernuda en sus Soledades de España (1934), hacer accesible “a los naturales, embargados por un trabajo sin tregua, un poco de ese ocio tan necesario siempre al espíritu” (p. 370). Lógicamente, los encargados de esta tarea fueron el medio millar de participantes en las MP cuya memoria y labor ha tratado de ser rescatada con esta exposición.

La lectura del catálogo pone de relieve varias cosas: primero que no fueron pocos; segundo que en esta tarea estuvieron juntas muchas personas que son continuadoras del movimiento renovador de la escuela española iniciado ya en la época de la Restauración. Y tercero que una cosa es estar juntos y otra bien distinta estar revueltos. Algo que se mostró crudamente tras la sublevación militar: algunos de los anteriores adalides del progresivismo educativo apostataron (Juan Onieva Santa María…) o reafirmaron su compromiso con antiguos ideales, mientras otros misioneros pagaban con su vida (Rafael Álvarez García…), se veían forzados a huir al extranjero (María Luisa Navarro…) o reducidos al exilio interior . Entre estos últimos podemos citar el ejemplo de un gran colaborador de las MP, el competentísimo inspector Modesto Medina Bravo, sin duda un personaje reseñable no sólo por las variadas facetas señaladas en este catálogo –excursionista/ geógrafo , fotógrafo aficionado, responsable del primer cursillo para maestros coordinado por el Patronato en San Martín de Valdeiglesias entre los días 16 y 23 de diciembre de 1932 (véase el listado de los otros once en uno de los apéndices finales, p. 516)–, sino también por organizar en 1923 un cursillo pedagógico en Ponferrada en el que se discutieron las bases de unos Cuestionarios escolares mínimos publicados por la Inspección leonesa en 1927: en ellos, y de una manera paradigmática, se maridan perfectamente algunos de los mandamientos didácticos de la escuela nueva con los supuestos básicos de la educación liberal en todo lo relacionado con la selección y la organización de los contenidos a impartir en una escuela que deseaba dejar de ser elemental, en aras de extender una cultura básica a toda la población española.

Dada la importancia de la imagen en la tarea modernizadora de las MP, es del todo coherente el gran peso que se le ha concedido en este catálogo. Esta opción no solamente es legítima si se tiene en cuenta la gran cantidad de fotografías –más de nueve mil, según nos indica en su colaboración Gonzalo Sáenz de Buruaga– y el elevado número de documentales filmados en 16 mm . por José Val del Omar: cuarenta, la mayoría de ellos lamentablemente perdidos. Junto a ello esta clase de documentos son relevantes por otras dos razones: su papel en el proceso creador de una (nueva) audiencia cinematográfica y, sobre todo –asunto muy bien captado por J. Mendelson– el que la estrategia usada en la misiones impedía que sus fotografías perdiesen totalmente el aura benjaminiana. Pues en ellas, tal y como puede comprobarse en el catálogo –échese un vistazo a la joven lectora de Carrascosa de la Sierra , p. 305; también a la atención con la que miraban las películas lugareños con pésima salud dental, pp. 404/405– y vimos en el documental ya citado, “persiste una representación de la experiencia única de leer en voz alta, escuchar y mirar incluso aunque esas experiencias tengan su origen en una reproducción” (p. 167). Justamente por ello, y al igual que lo acontecido en una extraordinaria historia de vida de tres familias de arrendatarios (blancos) del algodón en Alabama escrita a partir de un trabajo de campo realizado por James Agee y Walter Evans en 1936 – Elogiemos ahora a hombres famosos , publicada por primera vez al otro lado del océano en 1941– tanto las todavía impactantes fotografías españolas como las estremecedoras imágenes norteamericanas no son, nos decían los dos autores que acabamos de citar, “ilustrativas. Ellas y el texto son iguales entre sí, mutuamente independientes y colaboradores totales” (p. 12).

En el libro recién mentado se plantea en diversas ocasiones una pregunta que no deja de tener su interés: ¿qué sentido tenían las MP que visitaban unos pueblos en los que toda la vida de los campesinos estaba dedicada a la dura lucha por sobrevivir en la línea de lo señalado por John Berger al final de su Puerca tierra ? Aunque ya hemos señalado que estos asuntos no preocupaban a unos misioneros que captaban perfectamente esta miseria y sufrían por ello, tal y como se ha mostrado en los recuerdos recuperados en el documental televisivo, en algunas ocasiones –como en Sanabria– el nivel de pobreza con el que se toparon fue tan grande que motivó una acción extraordinaria con fuerte acento social. Pese a ello, si se tiene en cuenta que en la España de aquella época no solamente faltaban tantas escuelas como las que había (unas 28.000) sino también que existía un enorme y discriminador absentismo escolar –y de ello es un buen ejemplo la historia de Generosa, la lugareña de Bonansa entrevistada en TV-2 que fue a servir cuando tenía nueve años–, no extraña nada que desde otros sectores sociales se pusiera en cuestión la eficacia de propuestas hechas por personas de procedencia social relativamente acomodada que no colocaban en primer plano actuaciones encaminadas a la mejora de las condiciones de vida de la población rural (sobre la inutilidad práctica de las MP, véase la colaboración de Mª García Alonso, p. 200 y ss.). Además, la orientación liberal del currículum provocaba un tremendo desfase entre la esencialista cultura escolar consolidada en el enciclopédico Plan de Estudios de 1901 y la cultura campesina tal y como puede verse en las respuestas dadas a los entrevistadores por personas que, como Mariano en Coca (Segovia), debieron encontrar una escasísima conexión entre lo que se les mostraba –en este caso varios cuadros: “… el del rey, V, IV, VI, VII …”; otro “de niños ..” y otro “… de unas uvas”– y su quehacer cotidiano en un mundo en el que sus experiencias estaban totalmente vinculadas a la solución de problemas urgentes y muy concretos. Teniendo en cuenta todo ello no extraña en absoluto que –y así lo señalaba claramente Cristóbal Simancas en el documental– las MP y hasta la contemplación de la imagen corporal de los propios misioneros –de procedencia urbana no proletaria, trajeados, con corbata …– fuese para los lugareños un auténtico espectáculo. Y, a la inversa, que los visitantes quedasen del todo anonadados ante la inocencia con la que el pueblo exhibía una impresionante miseria, plasmada –¿con tan mala conciencia como la de J. Agee cuando, escrutando la casa de los Gudger, se convertía “en testigo de asuntos que ningún ser humano puede ver?", p. 130– en imágenes que impactaron profundamente a quienes las tomaron y valen todavía hoy más que mil palabras para entender un modo de vida.

Pese a la necesidad de no dejar del todo de lado lo que acabamos de exponer, a nuestro juicio ha de colocarse algo fundamental en el haber de las MP: ese abrir de ojos al que se refiere el escultor del documental, la creación del entusiasmo y la ilusión por aprender. Y es que, muchas veces, el contexto era realmente hostil: la misionera Carmen Muñoz cuenta en TV-2 cómo les preguntaban por la hora del cine los mismos alumnos que, incitados por sus profesores, trataban de reventar los actos acusándoles de comunistas; y Carmen Caamaño recuerda las consecuencias negativas de la política de la CEDA dictando disposiciones que, de hecho, originaban la vuelta a la rancia y vieja España de siempre . Es decir, al control del rumbo político por la Iglesia y el Ejército.

Como ya se ha señalado, las MP actuaron como una correa de transmisión mediante la cual se pretendía llevar a pueblos abandonados el tesoro de la cultura nacional: libros, imágenes y una música que, entre otras cosas, ayudaba a mejorar la comunicación entre los misioneros y los lugareños. A partir de cuatro discos de pizarra grabados en 1934 los organizadores han tenido el acierto de incluir en el catálogo un disco compacto con siete canciones cantadas por el Coro del Servicio de Música dirigido por Eduardo Martínez Torner. Gracias a ello los redactores de estas líneas han podido imaginarse cómo vivirían esta experiencia emisores (miembros del Coro) y receptores (pueblo) que oirían –no sin cierto asombro en el gramófono de maleta y encantados en vivo– “… Quien tiene amor no dormirá …” ( Al monte voy por rama , León); “… No es la sirenita, madre, que esa tiene otro cantar, …” ( Romance del conde Olinos ). O, y con esto acabamos, un Romance del conde Sol muy hermoso cuya letra nos recuerda “… que los amores primeros … son muy malos de olvidar”. Algo muy parecido podría decirse para el conjunto de la experiencia de las Misiones Pedagógicas recordadas ahora en una exposición que, globalmente, muy bien podría entenderse como otro elogio a hombres y mujeres (misioneros y lugareños) realmente famosos –en el sentido de “reconocidos” en su dignidad, como los humildes arrendatarios de James Agee– a pesar de no ser “conocidos” todavía por mucha gente, joven y hasta talluda, con muchos años de escuela y enseñanzas históricas a sus espaldas.”

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LUIS GÓMEZ, A. ROMERO MORANTE, J.Cultura republicana e imágenes con aura. La educación del instinto y las Misiones Pedagógicas (1931-1936). Biblio 3W Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol.XII, nº 708, 28  de febrero de 2007. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-708.htm]. [ISSN 1138-9796].