Menú principal

Índice de Biblio 3W

Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9796.
Depósito Legal: B. 21.742-98
Vol. XIII, nº 782, 25 de abril de 2008

EL IMPERIALISMO ESTADOUNIDENSE:
UN ANÁLISIS EN PERSPECTIVA DEL ESTADO ACTUAL DEL DOMINIO MUNDIAL DE ESTADOS UNIDOS

HARVEY, David, The New Imperialism, Oxford, Oxford University Press, 2005, 288 págs (ed. cast.: El nuevo imperialismo, Madrid, Akal, 2004, 170 págs., traducción de Juan Mari Madariaga [ISBN: 84-460-2066-1]).

Michel Barrio
Profesor de Ciencias Sociales
IES A. Ferrer i Sensat, Sant Cugat, Barcelona


David Harvey es uno de los geógrafos más reconocidos de la actualidad. Nacido en el Reino Unido en 1935, se doctoró en la Universidad de Cambridge y en 1969 se mudó a Baltimore, Estados Unidos, donde ejerció como profesor de Geografía en la Johns Hopkins University. Inició su andadura académica siguiendo los postulados de la geografía analítica con su primer libro, Explanation in Geography (ed. cast.,1983). A principios de los años setenta, descubrió a Marx y se centró en los aspectos sociales y políticos de la disciplina. En 1973 publicó Social Justice and the City, (ed. cast., 1977), que marcó un hito en la geografía urbana, y durante los años setenta decidió estudiar a Marx en profundidad. Este esfuerzo culminaría en 1982 con la publicación de una obra mayor de teoría económica, The Limits to Capital, (ed. cast., 1990). En 1985 publicaría dos libros de ensayo sobre urbanismo, Consciousness and the Urban Experience, y Urbanization of Capital, y en 1989 apareció The Condition of Posmodernity: an Enquiry into the Origins of Cultural Change, (ed. cast., 1998), probablemente su obra más conocida, en la que investigaba la emergencia de la cultura y del arte postmodernos como un efecto de las transformaciones del capitalismo y de la aparición del posfordismo. De 1987 a 1993 ocupó la cátedra Halford Mackinder de Geografía en la Universidad de Oxford, y en 1993 volvió a la Johns Hopkins University, donde permanecería hasta el año 2000. En la actualidad es profesor en el Graduate Center in Anthropology de la City University de Nueva York. Además de las obras ya mencionadas, Harvey es autor de Justice, Nature and the Geography of Difference (1996), y, más recientemente, de Spaces of Hope, (ed. cast., 2003) y The new imperialism, publicado en 2003 y objeto de esta reseña. En este último libro, Harvey reflexiona, a raíz de la inminente invasión de Irak por el ejército estadounidense, sobre la política exterior norteamericana y la voluntad mostrada por el gobierno neoconservador de Georges Bush Jr. de imponer de forma unilateral los intereses norteamericanos. En el momento de publicar el libro El nuevo imperialismo, el ataque de Estados Unidos a Irak era inminente. Dos años después del atentado contra las Torres Gemelas, el ejército norteamericano había invadido Afganistán por decisión de la ONU, pero no consiguió capturar a Bin Laden ni pacificar un país fragmentado y dominado por los “señores de la guerra”. Los intentos por vincular a Saddam Hussein con Al Qaeda habían fracasado de la manera más torpe; sin embargo, el gobierno neoconservador de Bush Jr. seguía empeñado en atacar Irak.

El 11-S había dado alas a un gobierno que hasta ese momento había mostrado una cierta impotencia ante la recesión que sufría la economía estadounidense. Tras el 11-S, la política exterior se convirtió en la punta de lanza de acción del gobierno norteamericano. La ofensiva neoconservadora en el exterior se disfrazó con un discurso basado en los derechos humanos. Estados Unidos, dijo el presidente Bush en el discurso sobre el Estado de la Nación del año 2002, llevaría la democracia a todo el mundo y liberaría a todos los pueblos de la tiranía.

Paralelamente a este discurso, la prensa y los intelectuales conservadores empezaron a hablar de un nuevo siglo americano, de un imperio americano que se hacía cada vez más necesario para mantener a salvo los intereses del mundo de la libertad y la democracia de mercado. La prensa conservadora y los intelectuales de los principales think tanks conservadores defendían abiertamente la necesidad de que Estados Unidos asumiera de forma oficial la dirección de los asuntos del mundo. Crecía así la idea de un neoimperialismo norteamericano, abierto y opuesto al aislacionismo que tradicionalmente había sido un componente esencial de la política exterior norteamericana. Incluso desde la izquierda, algunos observadores hablaron de un cambio cualitativo en el imperialismo norteamericano, diferente del que esta misma izquierda denunciaba durante la Guerra Fría.

Fuera de Estados Unidos, y en el momento en que David Harvey publicaba el libro, el mundo se dividía a causa de la guerra de Irak. En la ONU, Francia encabezaba un movimiento de resistencia contra el ataque ilegal a un país soberano, apoyado por Rusia y China. En España, el gobierno conservador de José María Aznar apoyaba incondicionalmente a Estados Unidos y daba lugar a manifestaciones masivas en todo el país en contra de la guerra y de la participación de España en el ataque, al igual que ocurría en la Inglaterra del entonces primer ministro Tony Blair.

Toda esta situación llevó a Harvey a escribir en unos pocos meses el libro, en el que reflexiona sobre las razones profundas que llevaron a la guerra contra Irak y al nuevo discurso imperialista de Estados Unidos. Harvey destaca lógicamente el control del petróleo como una de las causas fundamentales para la guerra de Irak, pero por motivos mucho más complejos de lo que parece. En realidad, el ataque a Irak no sería más que un paso táctico dentro una estrategia más amplia que tiene como meta el dominio de los recursos mundiales para permitir a Estados Unidos mantener su hegemonía. Por otra parte, el análisis de la situación desde el punto de vista económico aporta unos matices que muestran la lógica compleja de la situación actual.

Harvey intenta descubrir de qué trata este nuevo imperialismo norteamericano e intenta analizarlo apoyándose en la lectura de diversos autores que han escrito sobre ello, tanto desde la izquierda  como desde el pensamiento liberal. Siguiendo el método del llamado materialismo histórico-geográfico, analiza “en la larga duración el imperialismo de tipo capitalista. Basándose en Giuseppe Arrighi[1], considera el imperialismo capitalista como una dialéctica entre dos lógicas entrelazadas pero no siempre coherentes. El imperialismo es, en primer lugar, una lógica territorial de poder consistente en un proyecto político específico, propio de agentes cuyo poder se basa en el control sobre un territorio y la capacidad de movilizar sus recursos humanos y naturales con finalidades políticas, económicas y militares. Dentro de esta lógica se sitúan como actores principales los Estados nacionales. En segundo lugar, este imperialismo comprende una lógica puramente capitalista entendida como un proceso político económico difuso en el que lo primordial es el control sobre el capital y su uso. El primer vector de la definición del imperialismo se refiere a las estrategias políticas, diplomáticas y militares empleadas por un Estado (o una coalición de Estados que operan como bloque de poder político) en defensa de sus intereses y para alcanzar sus objetivos en el conjunto del planeta. El segundo vector atiende a los flujos de poder económico que atraviesan un espacio continuo y, por ende, entidades territoriales mediante prácticas cotidianas de la producción, el comercio, los movimientos de capital, la especulación monetaria, los flujos de información y otros procesos similares.

En cualquier momento histórico-geográfico determinado pueden dominar una u otra de estas lógicas. Lo que distingue al imperialismo de tipo capitalista de otras concepciones de imperio es que en él predomina típicamente la lógica capitalista. Se plantea entonces una cuestión importante: ¿cómo puede responder la lógica territorial de poder, que tiende a permanecer embarazosamente fija en el espacio, a la dinámica espacial abierta de la acumulación incesante de capital? Recíprocamente, si la hegemonía en el mundo es algo que corresponde a un Estado o conjunto de Estados, ¿cómo se puede utilizar la lógica capitalista para mantener esa hegemonía?

Las ideas clave que plantea Harvey surgen de la relación entre estas dos dinámicas: para él, existe una vinculación entre las declaraciones políticas abiertamente imperialistas  de Estados Unidos y la reorientación de los flujos de poder económico hacia Asia. El geógrafo británico entiende que estamos asistiendo a la desintegración de la hegemonía estadounidense en el sistema global y al ascenso de un “nuevo regionalismo” en la configuración de poder político-económico, aunque Estados Unidos pretenda actuar como única superpotencia y exigir obediencia a sus dictados. Sin embargo, esa regionalización comporta ciertos peligros, dado que durante el último periodo en el que predominó tal modelo –la década de los treinta–, éste se colapsó bajo intensas presiones económicas y políticas y dio lugar a una guerra global. La pregunta fundamental es si tiene Estados Unidos la capacidad de invertir o controlar esa fragmentación regional.

La política estadounidense de los últimos sesenta años se entiende de acuerdo con la lógica territorial imperial, es decir, con la voluntad de Estados Unidos de mantener su posición predominante. Este país ha ejercido un poder hegemónico mediante una mezcla de liderazgo, consenso o coerción que basaba en su riqueza –su mercado de consumo–, su capacidad productiva y su poder militar. En los años sesenta, su hegemonía en el ámbito industrial se vio amenazada por la capacidad productiva de Japón y Alemania, y Estados Unidos optó entonces por desplazar el centro de la economía desde las actividades productivas hacia las actividades financieras. La crisis petrolera de 1973 –que Harvey afirma sorprendentemente que provocaron los propios Estados Unidos, con la complicidad de Arabia Saudí–, y la liberalización de los flujos de capitales hicieron de Wall Street el centro del sistema capitalista y devolvieron el dominio a los estadounidenses. La política exterior de Estados Unidos se centró entonces en defender en todo el mundo los intereses del capital financiero que desde Wall Street, y bajo la tutela del Departamento del Tesoro norteamericano, decidía los destinos del mundo. Estados Unidos apoyaba en cada país las elites que participaban en el sistema financiero mundial y luchaba de manera solapada contra los que se oponían a éste.

A su vez, la lógica de poder territorial impone ciertas limitaciones a la lógica capitalista imperialista. Las prácticas imperialistas, desde la perspectiva de la lógica capitalista, tienden típicamente a explotar las condiciones geográficas desiguales bajo las que tiene lugar la acumulación de capital y también a aprovechar la ventaja que Harvey llama las “asimetrías”. Éstas surgen inevitablemente de las relaciones espaciales de intercambio, tal como se expresan en el intercambio desigual e injusto, en la existencia de poderes monopolistas espacialmente articulados, en las prácticas de extorsión vinculadas a flujos capitalistas restringidos y en la extracción de rentas monopolistas. Se viola con ellas la condición de igualdad habitualmente “supuesta” en mercados de funcionamiento perfecto, y las desigualdades resultantes asumen una expresión espacial y geográfica concreta. La riqueza y el bienestar de ciertos territorios particulares aumentan a expensas de otros. Las condiciones geográficas desiguales no surgen simplemente de la distribución desigual de recursos naturales y ventajas posicionales, sino que se derivan en gran medida de la elevada concentración de riqueza y poder en ciertos lugares, producida por las relaciones asimétricas de intercambio. Es ahí donde vuelve a entrar en escena la dimensión política. Una de las tareas clave del Estado consiste, según Harvey, en tratar de preservar esas asimetrías en el intercambio espacial para que funcione en su propio beneficio. El Estado es, pues, la entidad política, el cuerpo político más capaz de organizar esos procesos. Su eventual fracaso conduciría a una disminución de la riqueza y del poder del país que vertebra y representa.

Teniendo en cuenta la influencia de la lógica territorial de poder, Harvey pasa a analizar la lógica capitalista. En este análisis, recupera algunas de las ideas que ha ido desarrollando a lo largo de su carrera, especialmente en su libro The Limits to Capital,[2] destacando la idea de la “solución espacio-temporal”, y “la acumulación por desposesión”. Repasa entonces la historia económica de los últimos ciento cincuenta años a través de la historia de los movimientos moleculares de acumulación de capital.[3]

En el sistema capitalista la acumulación creciente de capital, aumenta también la necesidad de encontrar espacios para invertir rentablemente esos capitales y así crear más valor. La imposibilidad de encontrar espacios rentables para invertir el capital lleva a la devaluación de esos capitales, y conduce a una crisis del sistema. Así pues, para evitar la devaluación hay que encontrar formas rentables de absorber el exceso de capital, y la expansión geográfica y la reorganización espacial ofrecen esta posibilidad. La expansión geográfica supone con frecuencia inversiones en infraestructuras materiales y sociales de larga duración (carreteras, educación) y, por ello, la producción y la reconfiguración de las relaciones espaciales proporcionan una potente palanca para mitigar, si no resolver, la tendencia a la aparición de crisis en el capitalismo. La lógica capitalista del imperialismo debe entenderse en el contexto de la búsqueda de “soluciones espacio-temporales” al problema del exceso de capital.

Siguiendo a Robert Brenner,[4] Harvey afirma que desde 1980 la situación crónica de sobreacumulación ha llevado a una configuración de la economía mundial que se descompone en un centro económico hegemónico (Estados Unidos, Europa, Japón) y una serie multiestratificada y proliferante de soluciones espacio-temporales, sobre todo en el este y sureste de Asia, pero que se extiende también a algunos países de América Latina y algunos países de Europa oriental. Aunque esta cascada de soluciones espacio-temporales se puede entender en términos de relaciones entre territorios, se trata de hecho de relaciones materiales y sociales entre regiones constituidas mediante los procesos moleculares de acumulación de capital en el espacio y en el tiempo.

De acuerdo con esta situación, el funcionamiento del conjunto del sistema se basa en que, bajo la dirección de la potencia hegemónica estadounidense y con la ayuda de las instituciones financieras internacionales, se renueven una y otra vez las soluciones espacio-temporales, y los capitales excedentes sean invertidos en nuevos espacios de forma episódica. Son “crisis itinerantes” que tienden a reorientar los flujos de capital de un espacio a otro. El sistema capitalista permanece relativamente estable a pesar de las crisis localizadas que se producen de manera periódica. En cierto modo, ésta ha sido la tónica de la economía mundial durante las dos últimas décadas. En cada etapa se plantea, por supuesto, cuál será el próximo país al que puede afluir rentablemente el capital, y por qué.

Sin embargo, este medio puede ser insuficiente, por lo que Harvey alude a una vía complementaria que consiste en la exacerbación de la competencia internacional, con múltiples centros dinámicos de acumulación de capital enfrentados en la escena mundial, buscando cada uno de ellos su propia solución a los importantes problemas de sobreacumulación. Dado que a largo plazo no todos pueden tener éxito, o bien sucumben los más débiles, sumiéndose en serias crisis de devaluación localizada, o bien surgirán rivalidades geopolíticas entre distintas regiones. Esto último puede convertirse, a través de la lógica territorial de poder, en pugnas entre Estados en forma de guerras comerciales y monetarias, con el peligro siempre al acecho de confrontaciones militares (del tipo de las guerras mundiales).

En principio, afirma Harvey, “el complejo de dispositivos institucionales que ahora vehiculan los flujos de capital por todo el mundo debe servir parar mantener y apoyar la reproducción ampliada (el crecimiento económico a través de la expansión continua del espacio por el que se mueve el capital), a fin de contrarrestar cualquier tendencia hacia la crisis y de afrontar seriamente el problema de la reducción de la pobreza”. Pero si falla ese proyecto, se puede tratar de acumular por otros medios: la, según Harvey, “perversa alianza entre los poderes del Estado y los comportamientos depredadores del capital financiero constituye el pico y las garras de un capitalismo buitresco que ejercita prácticas caníbales y devaluaciones forzadas cuando habla de conseguir un desarrollo armonioso”.

El panorama general es, pues, el de un mundo interconectado espacio-temporalmente por flujos financieros de capital excedente, con aglomeraciones de poder político y económico en puntos nodales clave (Nueva York, Tokio), bien para absorber y dirigir los excedentes hacia la producción, bien para utilizar el poder especulativo con el fin de descargar el peso de la sobreacumulación, mediante crisis de devaluación, sobre territorios vulnerables.

Estos otros modos de encontrar nuevos destinos para rentabilizar el capital excedente en el origen de las crisis de sobreacumulación son los que Harvey denomina acumulación por desposesión. Las crisis de sobreacumulación suponen la existencia de un capital para el que no existen salidas rentables. Lo que posibilita la acumulación por desposesión es la liberación de un conjunto de activos a un coste muy bajo. El capital sobreacumulado puede apoderarse de tales activos y llevarlos inmediatamente a un uso rentable.  

La crisis del sudeste asiático que sacudió la economía internacional en 1997-1998 es, según Harvey, el ejemplo más claro de cómo las instituciones financieras internacionales, encabezadas por el FMI y dirigidas desde el Departamento del Tesoro estadounidense y Wall Street, provocaron una fuga de capitales en la región que mayor crecimiento estaba experimentando para poder apropiarse del capital devaluado por la crisis y hacer crecer el beneficio. En aquel momento, la mayoría de los gobiernos de la región siguieron los planes del FMI, presionados por Estados Unidos, y sufrieron un retroceso importante en materia económica y social. Sin embargo, no está claro que en la actualidad este tipo de maniobras se pudiera imponer sin graves consecuencias al país que más está creciendo, es decir, China.

Para Harvey, esta acumulación por desposesión es análoga a la acumulación primitiva de la que habla Marx en el origen del capitalismo –y que también recoge Hanna Arendt en su libro sobre el imperialismo[5]– que consistió en apoderarse de la tierra, expulsar a sus habitantes para crear un proletariado sin tierra, e introducir este proletariado en el circuito privado del capital; esta acumulación no ha desaparecido, sino que se ha agudizado en los últimos treinta años debido a los problemas crónicos de sobreacumulación. Y el mecanismo principal de este proceso fue la financiarización y la puesta en pie de un sistema financiero internacional que pudiera, de vez en cuando, emprender acometidas más o menos severas de devaluación y acumulación por desposesión contra ciertos sectores y hasta territorios enteros.

La expresión de estos cambios se tradujo en el triunfo de la ideología neoliberal que justificaba un papel reducido del Estado en la economía y la omnipotencia del mercado: una idea que también había servido en el momento de la acumulación primitiva. En Europa, y también en Estados Unidos, el triunfo del neoliberalismo se tradujo en una ofensiva contra los derechos adquiridos por los trabajadores, la privatización de los bienes públicos y el crecimiento de las desigualdades a favor de las clases más ricas. En los países menos desarrollados, una combinación de coerción y consenso llevó a la apertura de todas esas economías y la privatización de todos los bienes y servicios estatales, adquiridos en muchos casos por empresas extranjeras.

Estas prácticas de acumulación por desposesión consisten finalmente en que los más fuertes dentro del sistema tengan la posibilidad de apoderarse de los bienes de los individuos más débiles del sistema. Y éste parece ser el núcleo de las prácticas imperialistas en la actualidad. Si es así, según Harvey, el nuevo imperialismo no es ni más ni menos    que una reedición del antiguo, aunque en un lugar y un momento diferentes. No estaríamos, por lo tanto, ante un nuevo imperialismo, sino ante una situación nueva creada por cambios políticos surgidos de cambios en la estructura económica mundial, una evolución lógica del sistema, una conclusión acorde con el modelo del materialismo que sigue Harvey.

En la actualidad, con el surgimiento de un poder emergente en Asia que amenaza seriamente la supremacía financiera estadounidense, existe el peligro de un viraje hacia tácticas más coercitivas, como las que estamos contemplando en Irak. El bloque asiático liderado por China está convirtiéndose en el primer centro de producción mundial, y en un centro de acumulación de capital que bien podría negarse a seguir las reglas de un sistema global diseñado a medida de Estados Unidos. Para Harvey, el giro de la Administración Bush hacia el unilateralismo, hacia una concepción imperial mucho más descarada, apoyándose sobre todo en su potencia militar incuestionable, supone un planteamiento de alto riesgo para mantener la dominación estadounidense, probablemente mediante el control militar de los recursos globales de petróleo. La lógica territorial de poder y la voluntad de mantener las asimetrías que mantienen a Estados Unidos como poder hegemónico dominarían en estos momentos la lógica capitalista.

Frente a estas actuaciones, desde mediados de los setenta han ido surgiendo organizaciones, que intentan resistir a este movimiento de amplitud mundial. Estos movimientos se caracterizan por su relevancia social, por su alejamiento de los partidos políticos, y no están exentos de contradicciones internas. El movimiento antiglobalización ha identificado claramente las instituciones financieras y comerciales respaldadas por los poderes estatales como blanco principal de los movimientos de protesta. Pero la diversidad de los movimientos, junto con la complejidad de los problemas, hacen difícil, según el autor, que estas organizaciones ofrezcan una respuesta suficiente frente al avance de la acumulación por desposesión.

Por otra parte, es poco probable que el programa neoconservador sea aceptado sin resistencias por parte de los Estados que se vean perjudicados por éste. Si Tailandia y Corea del Sur tuvieron que aceptar el programa del FMI, y asumir los costes sociales y políticos del ataque a sus economías, resulta poco probable que China acepte conductas del tipo de las mencionadas. Se podría incluso llegar a dar una alianza entre Europa, Rusia y China, que Estados Unidos preferiría evitar.

Dentro de los movimientos de resistencia también cabría situar organizaciones terroristas como Al Qaeda, cuyo apoyo popular surge directamente de la política estadounidense en Oriente Medio. Harvey, curiosamente, apenas se refiere a este movimiento. Para él, antes de la aparición de Al Qaeda, ya se había producido un cambio en la sociedad estadounidense, que ya contenía potencialmente esta deriva imperial. Sin lugar a dudas, el ataque a las Torres Gemelas, y la psicosis creada por los neoconservadores en torno a la seguridad de Estados Unidos permitió desarrollar un discurso imperial, pero ya se había producido un cambio profundo en la sociedad estadounidense que hacía posible ese discurso. El 11-S fue con toda seguridad el desencadenante, pero no el origen del cambio de signo en la lógica imperial del poder estadounidense.

Y la razón de un nuevo discurso imperial se debe, según Harvey, a una tercera dimensión que influye de forma esencial en la toma de decisiones en la política norteamericana. Junto a la dialéctica entre lógica territorial y lógica capitalista, hay que considerar, pues, la dialéctica entre lógica estatal interna y externa, una lógica que también influía de manera directa en el imperialismo capitalista del siglo XIX. Y esta dinámica aparece de forma constante al analizar la política estadounidense. Los problemas crónicos de sobreacumulación de capital en la reproducción ampliada se han visto agravados por la negativa política a intentar cualquier solución mediante una reforma interna. Harvey sugiere que el recurso al imperialismo no se debe al agotamiento real de las posibilidades del capital en Estados Unidos, sino a la negativa política a una reforma política que, de manera similar al New Deal, pudiera conseguir un mayor reparto de la renta nacional, con inversiones en infraestructuras, en educación y en sanidad, considerándolas inversiones a largo plazo que reportarán beneficios.

Para la sociedad estadounidense, si bien la reorientación hacia el poder financiero aportó grandes beneficios directos a las empresas del país, los efectos sobre su propia estructura industrial fueron traumáticos, por no decir catastróficos. La posibilidad de invertir en el exterior fue aprovechada por el capital en búsqueda de inversiones rentables. Varias oleadas de desindustrialización golpearon a un sector tras otro, y sucesivas regiones de Estados Unidos se vieron afectadas por el proceso. Las clases económicas dominantes de EE.UU. no atendieron a sentimientos patrióticos a la hora de invertir en el exterior en busca de mercados más rentables. Con la financiarización de la economía mundial se creó, según Harvey, una clase financiera internacional dominante que bajo los auspicios de Estados Unidos ha dirigido la economía internacional al margen de los gobiernos, que con las sucesivas liberalizaciones han perdido poder frente a las decisiones del capital.

Estados Unidos contribuyó a socavar su propio dominio en el sector industrial al desencadenar los poderes del sector financiero en todo el planeta, si bien obtuvo a cambio un flujo de mercancías cada vez más baratas procedentes de todas partes para alimentar el consumismo sin límites de su población. La dependencia estadounidense con respecto al comercio exterior iba creciendo y la necesidad de establecer y proteger relaciones comerciales asimétricas pasó a primer plano como objetivo clave del poder político.

Estados Unidos sufrió en la misma medida que Europa la desindustrialización que se produjo a partir de 1973 en los países más desarrollados, como consecuencia de la liberalización de los flujos de capitales. Durante el mandato de Ronald Reagan, los estadounidenses vieron cómo se reducían los escasos derechos sociales de los que disfrutaban. La ofensiva neoliberal tuvo efectos nefastos sobre la población norteamericana, y los felices años noventa acabaron, bajo la forma de escándalos financieros, con las pensiones de varios millones de trabajadores. Pero las clases más pudientes dominan la política norteamericana y se oponen a cualquier iniciativa que reduzca sus ganancias. La paz social se mantiene gracias al consumo desenfrenado y la persecución, a través de los medios de comunicación, de cualquier idea que apunte hacia una mayor justicia social.

Si en los ochenta y en los noventa la lógica capitalista dominó la lógica territorial a través del imperialismo neoliberal –“It’s the economy, stupid!” fue un mensaje clave de la campaña electoral de Bill Clinton en 1992–, la primer década del nuevo siglo viene marcada por una recuperación de la lógica territorial, como respuesta a los efectos del neoliberalismo en los propios Estados Unidos. Al igual que ocurre en el resto del mundo, la globalización ha creado sentimientos de desorientación entre la población norteamericana golpeada por la crisis económica, que ha llevado al ascenso al poder de los neoconservadores, un grupo estrechamente ligado al complejo militar-industrial,  a las grandes multinacionales y a la derecha cristiana. La política neoconservadora trata de oponerse, por la fuerza si es necesario, a la tendencia actual de los flujos de capitales que están traspasando el poder global desde Estados Unidos hacia Asia. Controlar el petróleo mundial es la clave para debilitar la economía china y europea, y mantener el dominio norteamericano.

De acuerdo con Hannah Arendt, cuya reflexión sobre el imperialismo está presente a lo largo de todo el libro, Harvey afirma que se ha producido en Estados Unidos esa alianza entre clases capitalistas y clases bajas que ha aupado al gobierno a los neoconservadores. De nuevo, el origen de este nuevo imperialismo se nos presenta como una reedición de la alianza que en Europa dio lugar al imperialismo de finales del siglo XIX. El nuevo discurso imperialista de Estados Unidos se entendería en clave interna como una huida hacia delante para mantener la configuración de poder que desde la Guerra de Secesión ha permanecido estable. Pero no está claro que puedan lograr sus propósitos. La guerra de Irak ha resultado ser un auténtico fracaso, que está poniendo a la opinión pública en contra de los planes neoconservadores. Por otra parte, la economía norteamericana está sufriendo las consecuencias del gasto militar a que le obliga su política exterior. Sin embargo, el freno a la política neoconservadora no resolvería por sí solo los problemas económicos de Estados Unidos, y el desafío que plantea el bloque asiático a la hegemonía americana puede dar un nuevo empuje a los neoconservadores.

Harvey intenta ser pragmático en la búsqueda de soluciones. Entiende que es imprescindible atenuar la crisis de sobreacumulación que ha provocado la situación actual. Invertir la tendencia hacia un imperialismo de tipo militar pasaría en el ámbito interno por un nuevo reparto del poder dentro de la sociedad norteamericana que permitiría la recuperación de su economía sin la necesidad de recurrir a la explotación por las armas del resto del mundo. En el exterior este cambio se traduciría en una política de consenso con el resto de las potencias centrales. Un capitalismo que supusiera una alianza más amplia entre clases productoras y clases trabajadoras, semejante al New Deal, podría hallar una solución espacio-temporal que a medio plazo aliviara las tensiones del sistema y permitiera y evitara recurrir a la acumulación por desposesión. Si bien la elección presidencial del próximo mes de noviembre se anuncia difícil para el futuro candidato republicano, incluso el hipotético ascenso a la presidencia de Hilary Clinton –o incluso Barak Obama– hace poco probable un cambio como el planteado por Harvey. En última instancia, el veterano geógrafo británico recurre a la esperanza de que los movimientos que dentro de Estados Unidos luchan contra el neoliberalismo y el belicismo neoconservador consigan limitar la acción de éste. En realidad, parece que sólo cabe esperar que Estados Unidos, como dijo Churchill, otro imperialista, “después de haberlo hecho todo mal, lo hagan todo bien”. Pero es posible que sea esperar demasiado de una potencia acostumbrada a regir los destinos del mundo que sea capaz de cambiar la inercia que la mueve desde mediados del siglo XIX, sin que se vea obligada a ello por algún acontecimiento que no le deje otra opción que hacer lo que debe. La crisis en la que ha entrado la economía estadounidense en los últimos meses podría impulsar ese cambio. A principios de este año, el Ayuntamiento de Cleveland demandó a varios bancos norteamericanos por haber acordado préstamos a sabiendas de que estos no podrían ser devueltos,[6] en un nuevo ejemplo de operaciones de acumulación por desposesión. Esta reacción de algunas administraciones municipales podría ser el indicio de un principio de cambio. Pero, por su parte, la Reserva Federal, de acuerdo con el Gobierno norteamericano, ha reducido de forma drástica los tipos de interés con el objetivo claro de estimular el consumo: una decisión que demuestra que el cambio de tendencia no es un hecho. Por último, resulta preocupante la actitud de la izquierda mundial, que no parece en condiciones de plantar cara al dominio neoliberal y solamente espera que la situación no empeore, amenazada a su vez por sus propias contradicciones.

 

Notas

[1] Arrighi, 1994.

[2] Harvey , 1982.

[3] Es decir, el conjunto de procesos de acumulación de capital que se producen de manera autónoma en un determinado espacio, una versión de la mano invisible de Smith.

[4] Brenner, 2002.

[5] Arendt, 1968.

[6] <http://www.elpais.com/articulo/economia/Cleveland/demanda/gran/banca/EE/UU/conceder/hipotecas/basura/sabiendas/devolverian/elpepueco/20080113elpepueco_2/Tes>

Bibliografía

ARENDT, H. Imperialism. Nueva York: Harcourt Brace Janovich, 1968 (ed. cast. Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Alianza, 2006).

BRENNER, R. The Boom and the Bubble: The U.S. in the World Economy. Londres: Verso, 2002 (ed. cast. La expansión económica y la burbuja bursátil. Estados Unidos y la economía mundial. Madrid: Akal, 2003).

ARRIGHI, G. The Long Twentieth Century: Money, Power, and the Origins of our Times. Londres: Verso, 1994 (ed. cast. El largo siglo XX. Dinero y poder en los orígenes de nuestra época. Madrid: Ediciones Akal, 1999).

HARVEY, D. The Limits to the Capital Oxford: Basil Blackwell, 1982 (ed. cast. Los límites del capital. México: FCE, 1987).

HARVEY, D. The New Imperialism. Oxford: Oxford University Press, 2003 (ed. cast. El nuevo imperialismo. Madrid: Akal, 2004).

 

Bibliografía básica de David Harvey

HARVEY, D. Explanation in Geography. London: Arnold, 1969 (ed. cast. Teorías, leyes y modelos en geografía. Madrid: Alianza, 1983).

HARVEY, D.  Social Justice and the City. London: Edward Arnold, 1973 (ed. cast. Urbanismo y desigualdad social. Madrid: Siglo XXI, 1977).

HARVEY, D.  The Limits to Capital. Oxford, Basil Blackwell, 1982 (ed. cast.: Los límites del capitalismo y la teoría marxista, México, FCE, 1990).

HARVEY, D.  Consciousness and the Urban Experience, Oxford, Basil Blackwell, 1985.

HARVEY, D. Urbanization of Capital. Oxford, Basil Blackwell, 1985.

HARVEY, D. The Condition of Posmodernity: an Enquiry into the Origins of Cultural Change. Oxford: Basil Blackwell, 1990 (ed. cast. La Condición de la posmodernidad: investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires: Amorrortu, 1998).

HARVEY, D. Justice, Nature and the Geography of Difference. Oxford: Blackwell, 1996.

HARVEY, D. Spaces of Hope. Edimburgo: Edinburgh University Press, 2000 (ed. cast. Espacios de esperanza. Madrid: Akal, 2003).

HARVEY, D. The New Imperialism. Oxford: Oxford University Press, 2003 (ed. cast. El nuevo imperialismo. Madrid: Akal, 2004).

 

© Copyright: Michel Barrio, 2008
© Copyright: Biblio3W, 2008

Ficha bibliográfica

BARRIO, M.El imperialismo estadounidense: Un análisis en perspectiva del estado actual del dominio munidal de Estados Unidos. Biblio 3W Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol.XIII, nº 782, 25 de abril de 2008. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-782.htm]. [ISSN 1138-9796].


Volver al índice de Biblio 3W

Volver al menú principal