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REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XV, nº 855, 15 de enero de 2010

[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]


LA DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO GEOGRÁFICO EN CINCO REVISTAS MEXICANAS PARA MUJERES, 1840-1855


Rodrigo A. Vega
Ortega Baez

Estudiantes de Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México 
rodrigo.vegayortega@hotmail.com  


 La divulgación del conocimiento geográfico en cinco revistas mexicanas para mujeres, 1840-1855 (Resumen)

La divulgación del conocimiento geográfico tuvo presencia en las revistas femeninas de México en el período 1840-1855. Éste apareció en escritos dirigidos al público femenino, utilizados para reforzar el rol tradicional de las mexicanas en tres aspectos: como instrucción de la geografía científica femenina; segundo, como entretenimiento racional entre las lectoras; y tercero, como argumento científico moralizante. Esta divulgación formó parte de los esfuerzos culturales que la elite mexicana impulsó con miras a construir la nueva nación durante la primera mitad del siglo XIX. Las revistas fueron: Semanario de las Señoritas Mejicanas (1840-1842), el Panorama de las Señoritas (1842), El Presente Amistoso (1847), La Semana de las Señoritas Mejicanas (1851) y La Camelia (1853).

Palabras clave: conocimiento geográfico, divulgación científica, lectoras, prensa femenina, rol femenino.


The spreading of the geographic knowledge in five Mexican magazines for women, 1840-1855 (Abstract)

The spreading of the geographic knowledge had presence in the feminine magazines of Mexico in period 1840-1855. This one appeared in writings sent to the feminine public, used to reinforce the traditional roll of the Mexicans in three aspects: like instruction of feminine scientific geography; secondly, like rational entertainment between the readers; and third party, like moralizing scientific argument. This spreading comprised of the cultural efforts that the Mexican elite impelled with a view to constructing the new nation during first half of century XIX. The magazines were: Semanario de las Señoritas Mejicanas (1840-1842), el Panorama de las Señoritas (1842), El Presente Amistoso (1847), La Semana de las Señoritas Mejicanas (1851) y La Camelia (1853).

Key words: geographical knowledge, scientific divulgation, women reader, women press, women roll.


La geografía estuvo presente en las revistas femeninas de México en el período 1840-1855, dentro de secciones como “Miscelánea” y “Variedades”. Las mexicanas de la primera mitad del siglo XIX tuvieron a su alcance conocimiento divulgativo que las puso en contacto con los distintos territorios de México y del mundo. Es necesario aclarar que durante la primera mitad del siglo XIX la geografía, como disciplina científica, era definida como uno de los estudios “más curiosos e interesantes para el hombre, pues [daba] a conocer cómo viven los semejantes de este ser privilegiado de la naturaleza en el Mundo, cuántas naciones lo [componían], bajo qué leyes [existían]”[1].

De igual manera, se consideraba que los estudios geográficos abarcaban la descripción física de la superficie de la Tierra en cuanto “a la distribución de sus continentes y mares, a la dirección de sus cordilleras de montañas, al curso de su ríos; la influencia de la naturaleza sobre las naciones y la humanidad; [y] las relaciones del hombre con el suelo en diferentes países”[2]. En este sentido, la geografía se dividía, según sus áreas de estudio, en física, política y humana.

Los escritos de geografía que se encuentran en las cinco revistas fueron utilizados con la finalidad de reforzar el rol tradicional del papel de la mexicana en tres aspectos: primero, como instrucción de la geografía científica femenina; segundo, como entretenimiento racional entre las lectoras; y tercero, como argumento científico moralizante.

Las revistas para mujeres más populares del periodo 1840-1855 fueron el Semanario de las Señoritas Mejicanas. Educación Científica, Moral y Literaria del Bello Sexo (1840-1842), el Panorama de las Señoritas. Periódico Pintoresco, Científico y Literario (1842), El Presente Amistoso. Dedicado a las Señoritas Mexicanas por Cumplido (1847), La Semana de las |Señoritas Mejicanas (1851) y La Camelia. Semanario de Literatura, Variedades, Teatros, Modas, etc. Dedicado a las Señoritas Mejicanas (1853). Las cinco revistas, editadas en la capital de la república, tuvieron en común haber publicado artículos divulgativos expuestos en forma didáctica, mediante un lenguaje sencillo y asequible a las lectoras no iniciadas en los cánones científicos del momento; el esfuerzo por orientar a las lectoras en la importancia del desarrollo científico nacional; e instruirlas en algunas nociones básicas de la ciencia de la época.

Antes de abordar los escritos divulgativos de carácter geográfico entre el público femenino resulta necesario definir algunos conceptos. En primer término, la divulgación debe ser entendida como la puesta al alcance entre un público amplio de los resultados de una actividad profesional como la científica. Así, hay un conocimiento a divulgar, mediante estrategias y medios como la prensa, y un destinatario de dicho conocimiento, como las mujeres. Al divulgar el conocimiento científico no se espera que el público lo domine como los estudiosos de temas concretos, sino que adquiera una idea general de éste sin riesgo de deformarlo. En este sentido, el público se apropia del conocimiento divulgado, como la ciencia, aunque no con la misma precisión ni con los mismos debates que los profesionales[3].

La instrucción, a lo largo del siglo XIX, fue comprendida como la adquisición de conocimiento práctico y necesario en el desarrollo de la sociedad, en este caso la mexicana, mediante la formación de profesionistas, burócratas, educadores, sacerdotes, comerciantes, empresarios, hombres de letras, político, agricultor, ganadero y mineros. La instrucción era dividida en dos niveles: primeras letras y secundaria. La primera proporcionaba elementos para leer y escribir, nociones de aritmética y doctrina cristiana. En la instrucción secundaria se impartían lecciones de álgebra, física, historia, geografía, geometría, química, historia natural, literatura, filosofía, astronomía, lógica, metafísica, cosmografía, latín, griego, retórica, lenguas modernas, entre otras asignaturas.

Como la instrucción de los más jóvenes tenía una repercusión en el futuro social de México, fue considerada como asunto de interés público, ya que “era el medio por el cual se formaban ciudadanos conscientes de su lugar en la sociedad y de sus obligaciones hacia la república; un  lugar para la formación de actitudes, más que el aprendizaje de habilidades como el leer y escribir”[4]. En este sentido, la instrucción era de vital importancia para la sociedad mexicana en su carácter de elemento en el desarrollo material y moral de la nación y como vía para la formación de ciudadanos.

Los lectores del siglo XIX no se conformaban con literatura piadosa ni con la erudita de los siglos anteriores, ya que cada vez más, dieron pruebas de tener gustos que los entretuvieran y fueran seculares, por lo que se diseñaron nuevas formas literarias para su consumo. La lectura de entretenimiento apelaba a la imaginación de los lectores, ya fuera en épocas del presente, del pasado o del futuro, como podían ser la Antigüedad, la vida durante las primeras décadas del siglo XIX o la sociedad de la siguiente centuria. También recurrió a temas sentimentales como la felicidad humana, la vida conyugal, el amor no correspondido o la amistad. Los viajes y exploraciones fueron otro ámbito muy popular entre los lectores decimonónicos, sobre todo los de Europa y América, interesados en las descripciones de territorios salvajes, culturas exóticas o civilizaciones milenarias. Todas estas temáticas tuvieron como finalidad la distracción de la cotidianeidad, ya fuera la vida en el hogar, los negocios mercantiles, los asuntos burocráticos o las actividades propias de las profesiones liberales.

La lectura entretenida jugó un papel tan importante en la vida de las clases media y alta decimonónicas que su lugar por excelencia “siguió siendo la esfera doméstica privada, en la vivienda burguesa […] tanto la tarde como la noche podían emplearse como tiempo de ocio aprovechable para el disfrute.”[5] Junto al auge de este tipo de lectura apareció un espacio casero destinado a tal efecto, por supuesto, en los hogares que podían permitirse este lujo. Los fabricantes de objetos suntuarios ofrecieron vistosos estantes para libros y vendieron “por primera vez ´muebles de lectura´ que hacían más confortables las largas horas dedicadas a una lectura emocionante” dentro de la propia vivienda[6]. Las lecturas amenas y divertidas ocuparon varias de las horas de hombres y mujeres que buscaban relajarse en sus horas de ocio en estos nuevos espacios.

La moralización de las mexicanas en la primera mitad del siglo XIX estuvo basada en el lugar de éstas en la sociedad. Se tenía la certeza de que la mujer era la responsable del hogar, de mantenerlo en buen estado como base de la nación mexicana. Ella era la que debía brindaba amor, comprensión y buen ejemplo a sus hijos y marido. “La que no aceptaba este esquema era mal vista por una sociedad que criticaba con severidad […] Por tal motivo, las mujeres debían ser cuidadosas con su comportamiento y no hacer evidente lo que pensaban o sentían, sobre todo, cuando no coincidían con el estereotipo femenino de la época”[7].

En este sentido, el “bello sexo” estaba hecho para hacerse cargo de la familia y no de los asuntos públicos, terreno propio de los varones. Éstos eran la figura de autoridad dentro del hogar, imbuidos en la vida pública del país, proveedores del sustento familiar a través del trabajo, cercanos a la instrucción superior y con la seguridad para expresar su opinión sobre cualquier tema. Ambos, de acuerdo a su lugar en la sociedad, educarían “felizmente” a las nuevas generaciones.

 

La prensa femenina de México, 1840-1855

La educación informal de las mexicanas durante la primera mitad del siglo XIX se compuso de prácticas sociales como la prensa, teatro, cafés, literatura y sociedades literarias. En aquella época la prensa femenina “cobró singular significación, ya que el deficiente y en muchos casos inexistente sistema escolarizado para el ‘sexo débil’, convirtió a periódicos y revistas […] en un medio informativo y educativo de primer orden”, pues acercó a las mujeres a la cultura europea y las hizo conscientes de algunos de los problemas nacionales que vivían[8].

De acuerdo con Alfonso Rodríguez Arias, durante la década de los 40 y principios de los 50 “se aprecia un aumento en el número de publicaciones destinadas a la mujer, lo que sugiere pensar que estos años marcan la consolidación de la prensa destinada a las mujeres y, como consecuencia, la presencia cada vez más firme de éstas como lectoras”[9]. Asimismo, Lourdes Alvarado ha expresado que

“…cerradas para ellas las puertas de la educación secundaria, carentes de libros básicos para su instrucción elemental y postelemental y hasta de una prensa femenina suficientemente atractiva para captar su atención, [los creadores de las revistas femeninas de la década de 1840] decidieron asumir el reto. Promover el cultivo y las mejoras de las mujeres, para de esta forma colaborar con la felicidad pública, fue su objetivo vertebral o, dicho en otras palabras, formar buenas madres y esposas para contar con iguales ciudadanos, una de las motivaciones en boga por aquel entonces y totalmente acorde con la recién adquirida condición republicana”[10].

Como parte del cultivo de la lectura, la divulgación de las ciencias “útiles”, como la geografía, la historia natural y la farmacia, fue un pilar imprescindible en las revistas femeninas, ya que la circulación del conocimiento en sus páginas constituyó uno de los recursos que las mexicanas tuvieron para educarse, instruirse y entretenerse. En este sentido, su lectura tuvo tres distintos fines propuestos por los editores: lectura para el ocio, lectura para el conocimiento y lectura para moralizar, “realizadas, ya sea en voz alta o en silencio, en la intimidad de la habitación o en el barullo del café”[11]. Lilia Granillo ha caracterizado a las revistas femeninas de la primera mitad del siglo XIX mexicano como “…empresas de gran envergadura, proyectos editoriales suntuosos y que requirieron de mucha inversión, fueron, en realidad, empresas de corta duración. Editorialmente hablando, estas publicaciones periódicas duraron entre uno y tres años”[12].

Además, estas revistas se difundieron mediante entregas periódicas, que podían ser semanales o quincenales, la mayoría de las veces se encuadernaban en volúmenes que poco diferían de los libros comunes, ya que contaban con foliatura progresiva.

Este tipo de publicaciones aparecieron a lo largo de la primera mitad del siglo XIX debido a que existió un mercado conformado por dos grupos, uno, interesado en que las mujeres adquirieran ciertos conocimientos mayoritariamente integrado por hombres en tanto jefes de familia, y otro, que abarcó a un reducido número de mujeres atraídas por la lectura, en particular la dedicada “a su sexo” de la que se hablará más adelante. Dentro del primer grupo estuvieron varios políticos de la época que creyeron que era necesario que las mujeres leyeran para educar de mejor manera a sus hijos, para ser buenas compañeras del marido y participantes activas en las tertulias[13].

En el caso de las revistas femeninas, los títulos de los artículos permiten darse una buena idea de la tendencia de aquellos años. Los temas destinados a la lectura de las mujeres mexicanas - en especial, las que ahora podríamos entender como pertenecientes a las clases media y alta - pueden agruparse en lecturas de instrucción y divulgación en términos de economía doméstica, religión, moral, historia, medicina, farmacia, historia natural, además de música, dibujo, teatro, poesía, moda y literatura. Las páginas de estas publicaciones buscaron llevar a las lectoras la lectura amena, agradable, entretenida, instructiva y moralizante “propia de su sexo”.

Antes de abordar cada una de las revistas femeninas publicadas en el periodo 1840-1855, resulta necesario señalar la colaboración de destacados mexicanos que ofrecieron su pluma y su talento en esta empresa cultural, actores culturales y políticos de primer nivel, como Ignacio Cumplido (1811-1887), Vicente García Torres (1811-1894), Juan R. Navarro (1823-1904), Isidro Rafael Gondra (1788-1861), José Justo Gómez de la Cortina (1799-1860), Antonio García Gutiérrez (1813-1884), José Joaquín Pesado (1801-1861), Félix María Escalante (1820-1861), Luis de la Rosa (1804-1856), Mariano Esteva y Ulíbarri (¿?-1857), Alejandro Arango y Escandón (1821-1883), José María Lacunza (1809-1869), Ignacio Sierra y Rosso (1811-1860), Emilio Rey (1826-1871), Francisco Zarco (1829-1869), Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842), Marcos Arróniz (¿?-1858), Guillermo Prieto (1818-1897), Ramón Isaac Alcaraz (1823-1886), Luis Martínez de Castro (1819-1847), Francisco González Bocanegra (1824-1861), Manuel Carpio (1791-1860), Casimiro del Collado (1822-1898), José María Vigil (1829-1909), Fernando Orozco y Berra (1822-1851), Niceto de Zamacois (1820-1885), José Tomás de Cuellar (1830-1894), Luis G. Ortiz (1832-1894), por mencionar algunos. Estos importantes hombres fueron una garantía de la calidad del periódico para los lectores, tanto por su trayectoria literaria como por su integridad moral.

De las revistas consultadas, la primera en aparecer en la ciudad de México fue el Semanario de las Señoritas Mejicanas. Educación Científica, Moral y Literaria del Bello Sexo, publicación semanal entre 1840 y 1842. Impresa y editada por Vicente García Torres. Esta publicación fue la primera dedicada exclusivamente, en nuestro país, a los intereses de las mujeres. Su formato es de 22 x 15 cm, incluye ilustraciones, partituras, lista de suscriptores, prospecto e índice. Su precio era de dos reales por número y trimestralmente costaba tres pesos adelantados por trece números. Miguel Ángel Castro señala que “de acuerdo con las obras consultadas el responsable de la publicación fue Gondra, que firmaba sus artículos solamente con sus iniciales I. G”[14]. Los índices de cada tomo reflejan el variado contenido “que versaban sobre diversos asuntos que van desde las ciencias exactas y la literatura hasta temas de carácter moral y religioso, lo que permite observar el carácter misceláneo de la revista”, que se complementó con piezas para piano, plantillas de bordado y reproducciones de algunas obras de pintores famosos, además de incluir portadas de excelente factura y hermosas estampas litográficas[15].

La segunda revista publicada fue el Panorama de las Señoritas. Periódico pintoresco, científico y literario, 1842. Nuevamente corrió a cargo de Vicente García Torres. Su formato es de 22 x 15 cm, incluye ilustraciones e índice[16]. Su costo era de dos reales por entrega en la ciudad de México y fuera de ella de tres reales y medio. Sus artículos buscaron “transmitir a la población femenina aspectos culturales que formaran y cultivaran su espíritu, sin soslayar el entretenimiento”[17]. Sus páginas contienen trabajos “de carácter histórico, literario, científico, educativo y de instrucción moral, al igual que textos sobre economía básica doméstica, moda y variedades”[18]. Muchos de estos artículos fueron copiados y traducidos de revistas europeas como el Diario de mugeres de París y la Galería de mugeres de Shakespeare.

La tercera publicación femenina impresa fue El Presente Amistoso. Dedicado a las Señoritas Mexicanas por Cumplido; editada en la ciudad de México por Ignacio Cumplido[19] entre 1847 y 1852. En la actualidad sólo se han localizado tres tomos, el de 1847, el de 1851 y el de 1852 en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México. Su formato es de 26 x 17 cm, consta de ilustraciones, grabados, partituras e índice. Fue una publicación anual. En los tres tomos se publicaron artículos traducidos del inglés y del alemán, al parecer por Martínez de Castro[20].

La cuarta revista en circular fue La Semana de las Señoritas Mejicanas, también editada en la ciudad de México, entre 1850 y 1852 por el impresor Juan R. Navarro. Su formato es de 26 x 17 cm, incluye ilustraciones, grabados, prospectos e índice. Aparentemente aparecía los martes. Entre los que ahí escribieron se encuentran Zamacois, González Bocanegra, Vigil, Rey, Segura, entre otros. También aparecieron trascripciones y traducciones de obras del Duque de Rivas, de Félix Lope de Vega, Charles Dickens, Alejandro Dumas y Alfredo de Vigny. Como en el periódico anterior, sus plumas fueron garantía del alto nivel de sus escritos[21].

La última revista, La Camelia. Semanario de Literatura, Variedades, Teatros, Modas, etc. Dedicado a las Señoritas Mejicanas fue una publicación semanal durante 1853. Su impresor fue Juan R. Navarro. Su formato es de 22 x 16 cm., consta de ilustraciones, partituras e índice. El “plan inicial” estableció que las temáticas abordadas serían en la sección de “Literatura”: historia, geografía, física, historia natural, química e idioma castellano; en “Variedades” se darían a conocer  composiciones en prosa y verso de famosos literatos y las remitidas a los editores. “La Camelia se propuso encauzar por “el buen camino” la inteligencia femenina, de tal manera que todos sus escritos obedecían a este propósito”[22].

Los talentosos mexicanos que colaboraron en las cinco revistas mencionadas también lo hicieron en las destinadas al público masculino del mismo periodo cronológico como fueron: El Museo mexicano. O miscelánea pintoresca de amenidades curiosas e instructivas (1843-1846), El Ateneo Mexicano (1844-1845), la Revista científica y literaria de Méjico, publicada por los antiguos redactores del Museo mejicano (1845-1846), el Periódico de la Academia de Medicina de México (1852), entre muchas otras editadas en la ciudad de México.

 

El público femenino de México, 1840-1855

Las lectoras de los impresos decimonónicos fueron, como señala Montserrat Galí, de clases media y alta, no trabajaban fuera de su hogar, y dentro de ella, dedicaban pocas horas a las tareas domésticas, pues contaban con servidumbre a su disposición. “Así pues, aparte de disponer las tareas diarias de los criados y ejecutar algunas labores de bordado y costura, durante la mayor parte del día la mujer ´decente´ estaba libre de cargas o actividades pesadas. Las solteras ni siquiera tenían estas obligaciones”[23].

Estas mujeres contaban con tiempo libre a lo largo de la semana, y por ello, dedicaban más tiempo a la lectura y al cultivo de habilidades intelectuales como idiomas, artes plásticas y nociones elementales de historia, música, farmacia, geografía e historia natural a través de preceptores particulares. Esta moda en la instrucción femenina del siglo XIX se encuentra dentro del ámbito de lo privado, “al entronizarse como valor fundamental de la vida burguesa, [que] enclaustrará a la mujer, a quien se convierte en garante del funcionamiento de la célula familiar”[24].

En el siglo XIX lo común era la lectura en voz alta de cualquier impreso, ya fuera en el hogar, escuelas, tertulias, cafés, paseos y visitas, de manera que era un acto colectivo, de socialización, es especial de las mujeres. Este tipo de lectura, por la calidez de la voz y por el efecto del entorno familiar “jugó un papel enorme la costumbre de leer en voz alta, no sólo para que los pobres y los analfabetos accedieran a los impresos, sino porque esta manera de leer implica una experiencia muy distinta de la lectura en solitario”.[25] Puede afirmarse que las lectoras de las revistas mexicanas se reunirían en la sala de algún hogar o en un café a leer las publicaciones en voz alta, para luego conversar sobre ellas.

 

El público femenino de los editores, impresores y articulistas, 1840-1855

En las primeras páginas de las revistas analizadas es posible observar la idea que los redactores, impresores y articulistas de ellas tuvieron acerca del mercado de lectoras que posiblemente se interesaría por adquirirlas. De la primera en aparecer, el Semanario de las Señoritas Mejicanas, sus editores anunciaron en su “Prospecto” que “…los más bellos sistemas de felicidad pública y la teoría más halagüeñas sobre el bienestar de una nación, jamás podrán realizarse siempre que en ellos se excluya, por así decirlo, a la mitad de la población de los progresos y de las mejoras sociales. De la educación o perfección de la mujer depende casi siempre la ventura o desgracia de las familias, y jamás podrá disfrutarse de los goces sociales cuando sólo se encuentre la ignorancia y el infortunio en el hogar doméstico”[26].

Ellos estuvieron convencidos de que “entre tanto no tengamos buenas madres y buenas esposas, no tendremos sin duda buenos ciudadanos”.[27] Los conocimientos que se pensaba divulgar a las lectoras eran física, astronomía, geografía, historia natural y viajes. Por otra parte, los redactores de El Presente Amistoso. Dedicado a las Señoritas Mexicanas por Cumplido, valoraron la lectura femenina, pues expresaron que “el cultivo del espíritu se reputa como uno de los elementos preciosos que deben influir en la educación moral de la mujer, la lectura de las obras de imaginación no es enteramente extraña para todas las personas del bello sexo”[28]. También mencionaron la importancia de la instrucción de las mexicanas, que habían “producido el benéfico resultado de que la fama de la belleza no sea únicamente el pensamiento dominante de la mujer: también nuestras hermosas buscan ya los placeres del genio”[29].

Ignacio Cumplido, editor del Presente del año 1851 anunciaba que la revista tenía el objeto de “recrear los espíritus, de difundir la instrucción de una manera agradable, y de dar a conocer los adelantos de la literatura” entre las damas mexicanas[30]. En ésta encontrarían la mayor variedad, en cuanto a lecturas agradables y entretenidas, sin que hubiera nada que perteneciera “a la escuela que se complace en pintar escenas inmorales o desagradables”[31].

En cuanto al estudio de las cuestiones naturales, Cumplido expresó que los escritos descriptivos cuyo tema era el estudio de la naturaleza serían “el medio más a propósito para conocer los excelsos atributos de la Divinidad, o inculcar lecciones saludables de virtud a las almas jóvenes que [recorrieran] estas páginas”[32]. Es así, que desde la planeación de la revista los editores y los literatos participantes tuvieron en mente la moralización femenina a través de sus páginas.

Los redactores de La Camelia. Semanario de Literatura, Variedades, Teatros, Modas, etc. Dedicado a las Señoritas Mejicanas, expresaron en la “Introducción” que contando con la docilidad y el deseo de saber

“…que anima generalmente a esa hermosa mitad de nuestra existencia. Muchos han emprendido la educación del bello sexo; pero acaso el éxito no ha correspondido a sus esperanzas, por haber descuidado lo interesante por lo superficial, los elementos de un sólido adelanto por lo de mero adorno. Bellas flores sembradas en el camino de la vida, sólo se ha procurado hacerlas más vistosas, sin cuidar de su aroma […] No debe dejarse abandonada su inteligencia, mina riquísima que produciría los más abundantes frutos si se explotase de una manera conveniente. Esto es lo que intentamos, no confiados, como dijimos antes, en sólo nuestras fuerzas, porque son muy pocas: y si nuestros afanes no tienen el resultado que esperamos, nos quedará el consuelo de haber comenzado una obra que otros acaso terminarán con más acierto”[33].

El plan temático de La Camelia se compuso de: Literatura, Variedades, Teatros, Modas, y Folletín. Asimismo, música, recetas de cocina y tocador, y manualidades. De la literatura dejaron claro que

“…algunos cree que consiste sólo en las novelas y versos, los que tal piensan se equivocan mucho, pues su dominio está más extendido, comprendiéndose en aquella palabra todas las ciencias, todos los conocimientos de que es capaz el entendimiento humanos […] La historia, la geografía, la física, la química […] no llenaremos las páginas de La Camelia con disertaciones áridas, que fatigarían su imaginación, porque de ese modo trabajaríamos sin fruto; nuestro objeto es instruir distrayendo, y para conseguirlo, daremos una serie de lecciones, cortas, sencillas y divertidas, que sin causar a nuestras lectoras el fastidio de una disertación académica llena de términos oscuros, formen en ellas el cimiento de una verdadera instrucción […] darles a conocer aquellos puntos esenciales, y aplicables a sus circunstancias”[34].

Los editores de las revistas consideraban a las lectoras como parte del modelo familiar de las clases media y alta, cuya función, en cualquiera de sus fases, era ser hija, hermana, esposa o madre. Asimismo, daba sustento, en tanto garante insustituible y fundamental, a dicho modelo tradicional de la sociedad mexicana[35].

Estas revistas reforzaron en la práctica la condición de las mujeres de estas clases sociales, limitadas exclusivamente al ámbito familiar, y cercadas por la frontera de lo público, reservado a los hombres, y su espacio privado, como el hogar y la charla entre amigas[36]. De igual manera, éstas fueron un medio propicio para la circulación de todo tipo de conocimiento, como el geográfico, que se nutrió de las corrientes ilustrada y romántica para acercar a las mujeres el proyecto cultural de delinear la nación mexicana.

 

Geografía e instrucción científica del bello sexo

El primer aspecto que se abordará es el de la divulgación de la geografía científica para instruir a las mexicanas en sus cánones. Ejemplo de esto se encuentra en los últimos números del Semanario de las Señoritas Mejicanas... a través de una serie de artículos. Los autores fueron S. C. e Isidro Rafael Gondra. Cabe mencionar que se incluyeron imágenes que facilitaron la comprensión de las explicaciones científicas, como los mapamundis. El primer artículo fue “Ciencias. Geografía”, en el cual se explicitó el objetivo del escrito. De esto dijeron: “Nos hemos resuelto a compendiar lo más importante que debe saberse por una señorita bien educada, sobre la geografía en general, y a la vez que tratemos en la historia de los diversos países, no olvidaremos la geografía particular de cada uno de ellos”[37]. La propuesta didáctica de los autores estuvo acorde con la enseñanza de la época, pues partieron de lo general a lo particular, es decir, del planeta Tierra a las regiones del mundo.

A las lectoras se les definió sencillamente el objeto de la geografía como la descripción física de la Tierra, para lo cual resultaba necesario que tuvieran a la mano tratados y compendios en la materia, además de dibujos y cartas geográficas[38]. Para que estuvieran familiarizadas con las herramientas propias de la práctica geográfica se explicó lo siguiente:

“Las cartas geográficas representan la totalidad de la Tierra y se llaman mapamundi (carta del mundo); […] y se denominan entonces cartas generales cuando abrazan una gran parte del mundo, una gran extensión de un país, o una nación entera, agregando el nombre del país que comprende y se dice por ejemplo, carta general de África, de la república mexicana o de Prusia. La carta de un Estado, se denomina corográfica, la de una ciudad o un pueblo, topográfica. Algunas cartas de una naturaleza especial, reciben nombres particulares, así se nombran cartas hidrográficas las que están destinadas para el uso de la marina, mineralógicas o zoológicas, las consagradas al estudio de las minerales o de los animales. Muchas cartas reunidas forman un atlas”[39].

La importancia de una cultura geográfica sería valorada cuando las lectoras asistieran a las tertulias o actos académicos de los establecimientos de instrucción, a las que asistían como el Colegio de Minería. Cuando se tocaran estas cuestiones las damas estarían ya familiarizadas con los temas y conceptos de los oradores, mismos que podrían incluir en su conversación. Asimismo, cuando leyeran en la prensa sobre la necesidad de que se contara con la Carta General de la República Mexicana, tendrían conciencia de su importancia política.

En correspondencia con el propósito mencionado, un segundo artículo de Gondra expuso las características principales de las cartas geográficas, para que cuando las mujeres entraran en contacto directo con alguna, supieran interpretarlas adecuadamente[40]. El trabajo inicia explicando la “escala” del mapa que tiene que ver con la relación entre el tamaño del globo y las partes que de él se representan. La escala quedaba indicada por la línea graduada impresa en uno de los ángulos de la carta. “Esta escala da el medio no sólo para valuar las distancias que separan los lugares, sino para saber también, en qué proporción está la extensión de la carta con la del país que representa”[41]. También se explicaba que las cartas geográficas representaban un espacio geográfico a través de la “proyección”, definida como “las diversas construcciones empleadas para trazar aproximadamente una superficie esférica sobre una mayor superficie plana”.[42]

Don Isidro Rafael recomendó a las lectoras que “gusten perfeccionarse en esta ciencia” la lectura del Catecismo de geografía universal para el uso de los establecimientos de instrucción pública de México (1837) del general Juan Nepomuceno Almonte.[43] Gondra enfatizó la necesidad de explicar cierto vocabulario geográfico indispensable, pues “conociendo la necesidad que tiene toda señorita bien educada, como para la conversación entre personas instruidas, como para la inteligencia en la lectura” de almanaques, catecismos y literatura en general[44].

La explicación sobre los términos propios de la geografía fue expuesta sencillamente de la siguiente manera:

“En la superficie la Tierra presenta desigualdades ofreciendo eminencias, llanuras o cavidades. Las alturas más elevadas se llaman montañas, las pequeñas que no llegan a quinientos pies de elevación se denominan colinas o cerros […] Entre las montañas hay algunas llamadas volcanes que vomitan fuego y humo por una o más aberturas o bocas, que se denomina cráter […] Los campos o llanuras son el espacio que en una considerable extensión está desprovisto de montañas, pero que sin embargo pueden encerrar algunas colinas, es decir, ondulaciones o estar cercados de terrenos inclinados llamados cuestas”[45].

En los típicos paseos que la sociedad mexicana llevaba a cabo por aquellos años, las lectoras podrían practicar los conocimientos adquiridos utilizando la terminología erudita como “montaña”, “cráter” o “llanura” al referirse a accidentes geográficos como el Ajusco, el Volcán de Colima o Apam.

Gondra también explicó que los geógrafos representaban a los ríos en los mapas por medio de líneas negras encorvadas; a las montañas mediante rayas apiñadas; los lagos como óvalos irregulares; las costas como grupos de pequeños puntos; “las poblaciones grandes con un circuito y un punto en su centro; las chicas con el círculo solo; los caminos por líneas paralelas; los límites de los estados por medio de líneas de color con una cadena de puntos; las islas según su tamaño con puntos o círculos”[46]. De esta manera, las lectoras podrían descifrar cualquier mapa que tuvieran oportunidad de consultar.

Otra serie de artículos referentes a la instrucción de las lectoras en el ámbito geográfico se encuentra en las ocho lecciones publicadas en La Camelia... y de nuevo, la propuesta partió de lo general a lo particular. Las lecciones, tituladas genéricamente como “Geografía”[47] estuvieron estructurada a manera de diálogo, el autor, reconocido bajo la inicial “H” menciona al inicio de la primera lección que la manera más propicia para divulgar el conocimiento geográfico entre el público femenino era a través de conversaciones ficticias entre las señoritas mexicanas “Consuelo” y “Carmen”, ávidas de conocimiento científico, y su mentor “Pedro”. Cabe mencionar que dicho diálogo tenía lugar en el salón de la casa de ambas. Pedro inicia el diálogo justificando la necesidad de las conversaciones científicas de carácter instructivo, pues

“…el deseo que tienen de saber algo más de lo que se ha enseñado, hace que muchas veces emprenda yo la tarea de comunicarles algunos de los conocimientos que los años y el estudio me han proporcionado […] Voy a transcribir aquí la conversación que tuvimos noches pasadas, porque creo que podrá ser de alguna utilidad para mis bellas y amables lectoras”[48].

El diálogo inicia con una duda surgida en la tertulia de unos parientes de las jóvenes. De esto dice el autor:

“Consuelo: Pues contando con la bondad de usted, quiero que nos diga si es cierto lo que oímos la otra noche en casa de mis primas.

Yo: ¿Qué fue?

Consuelo: Que cuando en México son las seis de la mañana, en Roma son poco más o menos las seis de la tarde.

Yo: Es muy cierto.

Carmen: Nosotras comprendemos muy bien, pero no podemos figurarnos cómo es que el Sol alumbra al mismo tiempo diferentes puntos”[49].

El mentor responde a la cuestión de una manera simple explicando que la Tierra tiene forma esférica y la evidencia para aseverar esto es de índole práctica, ya que “cuando uno se embarca, teniendo enfrente una montaña, [como en el puerto de Veracruz] ve desaparecer sucesivamente el pie, y luego la cima, de manera que lo último que deja de verse es el punto más elevado de dicha montaña”[50]. Si el planeta fuese plano no se produciría este efecto, pues la montaña se vería cada vez más pequeña, pero completa, sin ocultarse ninguno de sus puntos. La forma esférica es justo la razón porque la cual el Sol no ilumina al mismo tiempo diversos países. Pedro recomendó a sus pupilas que tomaran una bola de billar y la colocaran frente a una vela y verían “como sólo una mitad de ella está iluminada y la otra oscura. Pues lo mismo sucede con la Tierra respecto al Sol”[51].

En la segunda lección Carmen se pregunta qué son los puntos cardinales y cómo se les puede ubicar en el campo. A esto responde Pedro que “son cuatro puntos colocados en cruz, y se llaman Norte o Septentrión, Sur o Medio día, este u Oriente, Oeste u Occidente”[52]. De igual manera, recomienda que consigan una brújula, que probablemente tendría su padre o hermano. De este instrumento científico señala el autor que “la brújula, que sin duda conocen ustedes, y ya habían visto que la punta de la aguja mira siempre al Norte, aunque se haga dar muchas vueltas a la caja en que está contenida”[53]. Así, podrían ubicarse en cualquier punto del país donde se encontraran.

Las señoritas se preguntaban cómo ubicar los puntos cardinales si no tuvieran una brújula a la mano, a lo que respondió Pedro:

“En ese caso, les daré a ustedes una regla para determinar los puntos cardinales, que aunque no puede sustituir a la brújula, es sin embargo, bastante exacta. Pónganse ustedes con los brazos en cruz, de manera que la mano derecha señale al punto por donde nace el Sol; en este caso tendrán la cara vuelta al Norte, la espalda al Sur, la mano derecha señalará el Oriente y la izquierda al Poniente”[54].

En la sexta lección Carmen y Consuelo aprendieron que la Tierra se dividía en cinco partes: Europa, Asia, África, América y Oceanía. Del Viejo Continente se habló primero, como era común en los tratados de la época como el curso completo de Geografía Universal física, histórica, comercial, industrial y militar (1844) de Antonio Sánchez de Bustamante, exponiendo sus características físicas principales, como que

“Europa está bañada por el Océano por tres lados, es decir, por el Norte, por el Sur y por el Poniente; a las aguas que la bañan pertenecen el Océano Glacial y el Océano Atlántico. Está situado el continente entre los 12 grados de longitud occidental y los 62 de longitud oriental, y entre los 34 y 71 grados de latitud boreal. Su mayor longitud es desde el cabo de San Vicente en Portugal hasta la cadena del Ural en Rusia, es decir, 975 leguas; y su mayor anchura desde Hammerfest en la monarquía noruego-sueca hasta la central del cáucaso, es decir, 600 leguas […] La parte meridional es montuosa, particularmente la Suiza y la España, la parte septentrional es llana, particularmente Holanda, Prusia y Rusia”[55].

Las lectoras contaron con datos sobre la geografía física del continente europeo, tanto los mares que lo rodean como sus límites espaciales, además de su posición geográfica.

Pedro, mediante un mapa, señalaba a las dos señoritas que Europa se encontraba dividida políticamente en ochenta y dos Estados soberanos y nueve semi-soberanos. De los primeros había cuatro imperios, una monarquía lectiva eclesiástica, dieciséis reinos, siete grandes ducados, un electorado, once ducados, once principados, un landgraviato y treinta y una repúblicas. Y la población aproximada era de 229, 200, 001 habitantes[56]. Se abordó primero este continente debido a que se tenían más conocimientos de él; era el más desarrollado en el terreno geográfico y la sociedad mexicana tenía más contacto con éste, en términos económicos, diplomáticos, políticos y culturales.

La séptima lección contuvo datos acerca de España, como su población, principales ciudades, orografía y clima. Este país se pensaba era del interés de las lectoras debido, pues como lo expresa Carmen: “la mayor parte de las escenas que vemos en el teatro pasan en España, y naturalmente se despierta la curiosidad, al menos a mi si me sucede”[57].

Esta serie de lecciones instruyeron a las mexicanas en el lenguaje y la terminología de la geografía científica del momento y les brindaron nociones generales del planeta en el que vivían y el lugar geográfico de México en el mundo.

En el artículo “Higiene” publicado en Panorama de las Señoritas Mejicanas…, se explicaba a las lectoras las cuestiones referentes al clima. Éste era entendido, en aquel entonces, como el espacio “que dejan entre sí dos círculos paralelos al ecuador con una distancia al círculo del otro, que en el paralelo más próximo al polo el día mayor exceda en algo al día mayor en el paralelo más próximo al ecuador”[58]. El estudio climatológico se consideraba importante por su relación con la conducta humana y la vida social de toda nación, de acuerdo con las teorías del determinismo geográfico que privaron a lo largo del siglo XIX.

Los climas se dividían en cálidos, fríos y templados. Dicha clasificación residía en las mediciones realizadas sobre la temperatura y se creía el fenómeno de mayor influencia que en cada zona terrestre se experimenta.

Los diferentes climas del mundo se dividían de norte a sur en cinco zonas. La primera, la más cercana al polo, comprendía Islandia, Laponia, Rusia, Groenlandia, Canadá. En esta zona se veían “aquellas regiones sombrías grandes moles de hielo y nieves, pero durante verano son larguísimos los días”[59]. La segunda zona estaba representada por Escandinavia, Escocia, Polonia y los Países Bálticos, donde “el estío es ardiente, largo y riguroso el invierno; la primavera y otoño desconocidos o muy cortos, sin formar estaciones a parte”[60].

En la tercera zona había “un invierno corto y riguroso, con primavera y otoño prolongados y distintos, por su temperatura moderada, de las dos otras estaciones”[61], en países como Inglaterra, Bélgica, Prusia y Estados Unidos. La cuarta región era la más templada, “aunque las estaciones, por ser inconstantes, y los inviernos tan pronto benignos como rigurosos, ofrecen muchas temperaturas variables. Las demás estaciones son largas y distintas. Esta zona cae poco más o menos en el medio del hemisferio boreal, a distancia igual del ecuador y del polo”[62]. En ella se encuentran Francia, Rusia meridional, Suiza y Austria.

La zona mediterránea y de cultura latina era la quinta región, con un clima en que “reina un gran calor; los inviernos son cortos, rara vez se observan heladas ni durables nieves; los estíos son secos y ardorosos, la primavera deliciosa”[63]. Aquí se encontraban ubicadas, España, Italia, Grecia, el norte de África, Medio Oriente y la América hispana.

La diferencia en las zonas climáticas, a decir del artículo, tenía como consecuencia la diversidad de razas, siendo “1ª, la caucasiana; la 2ª la mogola; la 3ª, la negra; 4ª, la americana; 5ª, la malaya”[64]. Al referirse a la diversidad racial, el anónimo autor se preguntaba si dichas razas eran “¿son sólo modificaciones de una raza primitiva y única, o bien comenzaron desde el origen del mundo? Esta cuestión permanecerá todavía por mucho tiempo sin resolverse”[65].

En los climas cálidos “encuéntrense comprendidos entre ambos trópicos, y se entienden desde el ecuador hasta los treinta grados de latitud austral o boreal”[66], donde se ubicaban África, Medio Oriente, América hispana, Asia meridional, Nueva Guinea e infinidad de islas del Pacífico.

Para el autor, el clima cálido, provocado por altas temperaturas, modificaba en el ser humano “el ejercicio de las funciones confiadas a cada uno de sus aparatos de órganos. La prueba de que estos atributos son propios de cada clima, se ve en que pueden variar pasando del uno al otro, retrocediendo luego al tipo primitivo cuando se experimenta de nuevo la influencia original”[67]. En éste el apetito es débil, las digestiones son lánguidas, y la nutrición no está desempeñada con energía”.[68] Los movimientos del cuerpo son prontos y rápidos, asimismo, los habitantes de estas tierras, como los mexicanos, imaginan con vivacidad y conciben grandes ideas sin tardanza, por ello la vida se “gasta”, el corazón late más aprisa y por ello, menos tiempo. Igualmente, “las fuerzas musculares tienen poco poder y energía, quedando consumidas y debilitadas por el exceso de calor. De aquí la propensión al reposo y molicie que advertimos en estos climas cálidos”[69]. El temperamento es bilioso-melancólico “el aparato biliar tiene mucha energía; el sistema venoso está muy señalado”[70], por ende, las enfermedades tienen una marcha más rápida y grave.

Sucedía lo contrario en los climas templados, ya que “se disfruta la temperatura más suave y favorable para el ejercicio de las facultades intelectuales, y el desarrollo de las acciones físicas de los órganos, o llámese industria humana, resultado peregrino de estos dos atributos combinados y reunidos”[71]. Los habitantes de tales regiones eran los más aptos para el desarrollo cultura, ya que eran “menos sosegados que los septentrionales, y menos fogosos que los meridionales: su espíritu no adolece de la torpeza de los unos, ni de la exaltación de los otros […] se muestran vivos, ingeniosos y sagaces”[72]. En este clima “la industria ha multiplicado mas los prodigios salidos de la mano del hombre, y las ciencias, las artes, la civilización, han hecho los mas estupendos progresos”[73].

Los hispanoamericanos, como los españoles, “quienes ordinariamente viven con poco, se vuelven voraces cuando van al norte; debiendo advertir que en estos países, el alimento consta principalmente de sustancias animales, y en el Mediodía se comen más vegetales”[74].

Los estudios climatológicos fueron un tema cuestión de la geografía científica que preocuparon a la elite mexicana, ya que de acuerdo con el determinismo geográfico era factible entender quiénes eran los mexicanos, qué se podía esperar de ellos y cuál sería su desarrollo futuro, a través del clima del país.

La instrucción geográfica divulgada en la prensa femenina brindó elementos de educación superior de los cuales las mexicanas no tuvieron acceso más a que a través del impreso, como manuales, catecismos, compendios y revistas. Los escritos instructivos, como los de Gondra, adentraron a las lectoras en la práctica geográfica de la época practicada en establecimientos como el Colegio de Minería y las capacitaron para comprender materiales científicos, como mapas y cartas, que habían estado hasta entonces reservados al público masculino.

 

Geografía para el recreo femenino

La geografía recreativa apareció en las revistas femeninas como literatura de viajes, en el cual se expresaban las particularidades de ciertas regiones del mundo y de México, de manera pintoresca, poética y romántica, exaltando sus características estéticas y su peculiaridad.

El conocimiento geográfico sobre el continente americano estuvo presente en las revistas femeninas. Un texto de Conrad Malte-Brun (1775-1826) [75] titulado “Vista de las Antillas” describe el paisaje percibido durante el amanecer, “el momento en que el sol, pareciendo con todo su esplendor […] dora con sus primeros rayos la cima de las montañas, las anchas hojas de los plátanos y las copas de los naranjos […] Ya se cree ver un enorme lecho de arena donde se extendía el mar, ya las lejanas canoas parecen perderse en un vapor abrasado, o levantadas sobre el océano”[76].

De las características orográficas antillanas ahondó Malte-Brun al retratarlas en la siguiente descripción:

“Algunas montañas desnudas y volcadas unas sobre otras dominan por su elevación toda la escena inferior. A sus pies se prolongan montañas más bajas, cubiertas de bosques espesos. Las colinas forman la tercera grada de este anfiteatro majestuoso; desde sus cumbres hasta los bordes del mar están cubiertos de árboles y arbustos de la más noble y más hermosa estructura”.[77]

Las poblaciones típicas aparecen como plantaciones, molinos, y trapiches, igualmente las habitaciones de sus dueños las cuales se encuentra en los llanos[78]. Asimismo, “la magnificencia variada de los campos de cañas ostentando la púrpura de las flores o el verde esmalte de sus hojas: las casas de los panaderos, las cabañas de los negros, los almacenes, los talleres, la lejana rada cubierta de un bosque de mástiles”[79].

Las características del mar caribeño aparecen también en las descripciones del geógrafo del que dice: “ninguna brisa arruga su superficie: ella es tan admirablemente transparente que casi olvidáis que los rayos visuales son interceptados en ella: distinguís las rocas y la arena a una profundidad inmensa: creéis poder coger con la mano los corales y los musgos que tapizan las primeras, y contaríais sin trabajo los moluscos y testáceos que reposan sobre los otros”[80].

La apacible vida antillana se ve perturbada de repente por otra características de las “salvajes” fuerzas climáticas, pues los temidos huracanes, se presentan cuando

“…la atmósfera se vuelve de un peso insoportable, el termómetro se eleva extraordinariamente, la oscuridad aumenta más y más, el viento cae del todo, la naturaleza entera parece sumergida en el silencio. Luego es interrumpido este silencio por los rugidos sordos de los lejanos truenos; la escena se abre por una multitud de relámpagos que se multiplican sucesivamente, los vientos desencadenados se hacen oír, el mar les reprende por el mugir de sus olas; los bosques, los montes, las cañas, los plátanos, las palmas juntan a ellos sus murmullos y sus silbidos quejosos. Cae la lluvia a torrentes, los torrentes se precipitan con fracaso de las montañas y de las colinas, los ríos se hinchan por grados, y pronto las olas acumuladas salen del cauce y sumergen los llanos. Pronto no se ve sino un combate de los vientos furiosos, ya no es el mar mugidor el que conmueve la tierra; no; es el desorden de todos los elementos que se confunden y se destruyen mutuamente. La llama se mezcla a las ondas y el equilibrio de la atmósfera, lazo general de la naturaleza, ya no existe. Todo vuelve al antiguo caos”[81].

Las lectoras a través del geógrafo francés pudieron tener una imagen paradisiaca de la región antillana conformada por la exuberancia de su vegetación, la belleza orográfica y la inmensidad del mar turquesa.

Otra zona caribeña descrita, pero ahora en la parte continental fue Florida. Esta península fue el tema de la traducción anónima intitulada “Miscelánea. Árboles de ostiones (ostras)”. La costa oriental de Florida es detallada como “muy baja y está de tal suerte recortada con ancones que muy difícil es navegar en aquellos parajes, […] es verdaderamente un completo páramo, cuyo silencio no llega a interrumpirse sino con el grito penetrante de alguna garceta, distraída en medio de su pesca o por el salto de algunas toninas que se divierten retozando”[82].

Florida es caracterizada como una península formada por numerosas islas cercanas a la costa cubiertas de manglares “que crecen tan juntos que oponen serios obstáculos al desembarque. Las ramas de estos arbustos cuelgan hasta el agua y abrigan bajo su sombra multitud de caimanes y serpientes acuáticas”[83]. El calor es sofocante y los insectos no lo hacen más agradable. En esta descripción aparece el elemento humano, ya que se menciona que hay “un crecido número de antiguas fortificaciones, fabricadas por los antiguos habitantes del país, las cuales servían para proteger contra las irrupciones de los indios de los ancones: muchas de estas fortalezas no se han formado sino con masas aglomeradas de las susodichas otras”[84].

Otra región americana descrita es la andina en “El grupo fósil. Episodio de la Conquista del Perú”. El anónimo autor relata las características de Perú como “un país desconocido, llanuras desiertas, selvas casi impenetrables, áridas montañas agrupándose unas sobre otras y remontando a los cielos sus frentes orgullosas; añadamos a estas calamidades, lo mismo que a estas fatales riquezas de terreno, torrentes invadeables, bestias feroces que combatir o que esquivar, reptiles ponzoñosos”[85]. Además, el autor tiene presentes “los flancos de esas cordilleras heladas que atraviesan las Américas de Norte a Sur”[86].

La representación geográfica asequible a las lectoras era de un continente salvaje, exuberante y rico en cuestiones naturales, y sublime en términos geográficos, donde la población se encontraba dispersa y muchas veces aislada como en la región andina.

Las descripciones de lugares exóticos no americanos también se encontraron en las revistas femeninas a través de la literatura de viajes, como “Viajes. Quince días en Palestina”, publicado en Panorama de las señoritas Mejicanas, de 1842, y tomado del Museo de las Familias. En este escrito se narra la travesía del señor Jorge Robinson, viajero incansable, “que ha recorrido la Grecia y el Egipto, subido hasta las cataratas del Nilo y arrostrado las arenas del Senaar. En la actualidad de halla viajando por Siria y Palestina”[87].

El viajero describió del Medio Oriente el valle conocido como Terebentino o de Elah, cerca de Jerusalén, donde la tradición apunta que tuvo lugar la lucha entre David y Goliat. De él se expresó así: “entramos a un valle, cuyas laderas, dispuestas a manera de bancales sostenidos por paredes de cal y canto, ofrecen algunas tierras cultivadas”[88]. Dicho valle es un lugar desolado, pues nada apunta que haya vida de ningún tipo y “nada, en fin, que haga adivinar la inmediata cercanía de la antigua capital de la Judea”[89].

Robinson describió el interior de la Ciudad Santa de la siguiente manera: “las casa, trabadas entre sí, y construidas con gruesos cachos de piedra sin labrar, no tienen por lo común más de dos pisos, y se asemejan en cierto modo a una fortaleza […] Todas ellas rematan en una azotea o terrado horizontal […] presentan un aspecto singularmente monótono, y únicamente las cúpulas de las iglesias y los minaretes de las mezquitas que descuellan, cortan algún tanto la uniformidad”[90].

Del célebre monte Tabor expresó que se aventuraron un grupo de viajeros y él a escalar la cumbre, “siguiendo un sendero a través de un bosque de encinas y arbustos que encaja todo aquel costado de la montaña. Tiene ésta al principio poco declive, pero luego se va haciendo más empinada […] Por fin, tras una penosa subida de cerca de una hora conseguimos llegar a la más alta cumbre de la montaña”[91]. Desde la cima contempló un paisaje arrobador, pues, en palabras del viajero

“…comenzaba a ponerse el sol, y no tardó en ofrecer a nuestras miradas llenas de asombro, el espectáculo más hermosos e interesante que pueda concebir la imaginación. En dirección este-nordeste se extendía cual si estuviese a nuestros pies, un magnífico lienzo o superficie de agua cercada de montaña, que es el Lago de Jenazaret. Al extremo septentrional aparece la nevada cumbre del monte Hermon. Hacia Levante se abre el valle del Jordán, más allá del cual se pierde la vista en los desiertos de Haurán. Al sur se descubre la dilatada llanura de Esdracleon que se dirige hacia Jerusalén, donde termina con las montañas de Israel, y las de Jilboa por la parte de Oriente. El monte Carmelo, por la de sudoeste, termina el horizonte. El monte Gigante situado al nordeste, y al que llaman los hebreos Hermón, los sidonios Sirio, y los amonitas Ceñir, es conocido por los habitantes del país, con el nombre de Djebel-es-Sheikh, y su cumbre es la más elevada de la cordillera del Anti-Líbano […] Por la base, hacia la parte septentrional, se extiende el lago, cuyo solo nombre despierta los recuerdos más interesantes, aquel lago que fue teatro de muchos portentos de Jesucristo, y en cuyas riberas habitaron la mayor de sus apósteles”[92].

Los relatos geográficos sobre lugares fuera de América fueron un tópico recurrente en la prensa mexicana, ya fuera en la dedicada a las mujeres o la de todo público. Éstos proporcionaron una imagen general de tierras lejanas a las que la mayoría de las familias mexicana no podían viajar. Por un lado, ampliaban la cultura geográfica de las lectoras a señalarles los nombres de accidentes geográficos, como lagos y montañas, de otras latitudes, al igual que ciudades famosas como Jerusalén. Por otro, aquellas mexicanas que leían los escritos de viajes podían comparar mentalmente la peculiaridad del territorio mexicano frente a otros, con lo que se generaba una representación geográfica nacional.

Los editores de las diferentes revistas femeninas también incluyeron escritos recreativos tocantes al conocimiento geográfico de las regiones de México. Algunos de estos estuvieron avalados por la pluma de connotados literatos como Francisco Zarco y Marcos Arróniz. El primer autor publicó “El Molino de Flores” en el Presente Amistoso…, que es un retrato de los alrededores de la capital de la República. El paraje conocido bajo dicho nombre, al este del pueblo de Texcoco, era para Zarco, “uno de esos espectáculos grandiosos de la naturaleza; los sentidos gozan y admiran, el espíritu tiene una grata y melancólica pasión, y el corazón palpita conmovido con un sentimiento dulce y apacible como el amor de los primeros años”[93]. El paraje se encontraba ligeramente elevado sobre el lecho del lago, en el que la vista halla bosques de fresnos y abedules. El terreno estaba salpicado de algunas rocas escarpadas, cubiertas de hierbas y tapizadas de flores multicolores y de mil aromas.

Las lectoras podían recrear en su imaginación el “ruido majestuoso” de una modesta y hermosa cascada que brotaba desde la cima de un monte. Don Francisco expresó de ella: “mírase de repente este transparente velo que, aéreo y diáfano, cubre apenas lo alto de la colina y baja jugueteando entre piedras y flores, entre breñales y yerbas aromáticas”[94]. Engalanando la cascada había frondosos árboles cubiertos de flores y frutos. Entre ellos se deleita el paseante con el manzano “de hojas lustrosas, ya el granado con sus flores de fuego, ya el olivo con su verde oscuro y triste; todo más brillante”[95].

El lago de Texcoco no escapó a la pluma de Zarco, pues lo describió para sus lectoras como tranquilo y silencioso, tan brillante como una gran teja de plata. En su ribera se “ven esparcidos mil pueblos con sus torrecillas blancas y modestas, con sus humildes caserías, cuya humareda forma columnas vagas y caprichosas”[96].

Otro literato que a través de sus relatos divulgó el conocimiento geográfico fue Marcos Arróniz en “Apariencias de la niebla” en la misma revista. En él retrató el efecto que la niebla producía en el valle de México. Ésta inicia “a fines del otoño y principios del Invierno, [y presenta] las perspectivas más deliciosas; una sucesión de cuadros, los más bellos y variados que puedan observarse en el mundo”[97].

En las mañanas del otoño y del invierno, el cielo del valle de México despertaba cubierto de niebla en la cual los distintos montes que poblaban este valle se perdían entre su espesura, mientras que el campo presenta un aspecto de poética melancolía[98]. Arróniz relató que hacia el Oriente se apreciaban “los espléndidos volcanes que [alzaban] sus nevadas y gloriosas cumbres más allá de la región de las tempestades, y [parecía] que bañan sus bases en los argentinos lagos de Texcoco y Chalco”[99]. El valle de México se mostraba vestido de galanas flores de sus campos, y adornando en sus sienes por “la diadema que le forman las montañas de su valle, donde relucen cual gigantescos brillantes el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl”[100].

Las peculiaridades climáticas del valle de México también fueron desarrolladas por Zarco en “Las nubes”. El literato menciona que “en el paisaje del campo, o de la ciudad, cuando el cielo está diáfano y sereno, las nubes del cuadro, son la última pincelada que perfecciona el efecto óptico de toda la naturaleza”[101]. A las lectoras mexicanas les interesaría este tema, pues las nubes, como todo lo que hay de vago en la naturaleza, les ayudaría a echar a volar su imaginación “de un modo indefinible que es necesario sentir para comprender sus formas caprichosas y volubles, representan todos los objetos; ya son flores y animales colosales; ya es una figura humana cuya fisonomía creemos conocer; ya en fin, son cosas indescriptibles que no son nada y que parecen todo”[102].

Las nubes no son “un mero e inútil adorno de la tierra: en la creación, si bien todo es bello, todo tiene un objeto, un fin, y este fin es de vida y de reproducción”[103]. Don Francisco enfatiza la importancia de las nubes en el ciclo del agua

“…pues ellas descenderán como el ave sedienta, a los arroyos y a las cataratas, al Océano y a los torrentes, y rápidas harán volar sus aguas, que las ennegrecen y les quitan su belleza… Ellas tronarán imponentes en el cielo, y se escuchará el rayo, y temblará la tierra, y el agua y el granizo caerán sobre los campos, y en su caída habrá un ruido como ningún ruido, hasta que vacías las nubes vuelvan a girar ligeras por el viento, y entonces renazca la calma y la belleza, y esa lluvia imponente apagará la sed de las campiñas, y la tierra se fertilizará, y proveerá la subsistencia de todos sus hijos, desde el hombre orgulloso, hasta el insecto imperceptible”[104].

El escrito “Las nubes” sirvió para explicar de manera sencilla y amena cómo es que el agua circula de la tierra al cielo y la importancia de la lluvia en términos económicos como la ganadería, la agricultura y la navegación.

Un artículo que retrata las características indómitas de la geografía mexicana, en este caso su clima, se encuentra en “El Huracán”. En las costas del Golfo de México, como las del puerto de Veracruz, el visitante podía contemplar el espectáculo del inmenso mar, que frecuentaban “mil pájaros marinos, que volaban sobre las aguas; las pesadas gaviotas, las fragatas de grandes alas, las golondrinas acuáticas y las atrevidas procelarias”[105].

El mar mexicano era considerado por el autor como una potente fuerza creadora de la naturaleza, que tanto podía encontrase en completa calma como cambiar abruptamente a un estado furioso. El escrito relataba varios testimonios de paseantes que caminando por la playa veracruzana, absortos con tantos y tan hermosos paisajes, repentinamente presenciaban “hacia el rumbo del mar un estruendo prolongado, como el que darían muchas baterías de cañones disparados a un tiempo”[106]. Toda la playa se conmovía ante el estruendo, el huracán se avecinaba y,

“…el mar, entre tanto, brama, y su bramido, más fuerte y más espantoso que nunca, se oye a muchas leguas en los poblados, y sobrecoge al caballero, que se quedó pálido y sin fuerzas. Entonces observó que el mar se retiraba precipitadamente de la playa, y se retiró tanto, que puedo verse el fondo oscuro y profundo del abismo, sus arenas y peñascos […] El gran Océano, que había estado como suspendido, no pudiendo conservar aquel estado violento, se revolvió contra la costa, con tal ímpetu, que no sólo llegó a sus orillas, sino que se precipitó sobre la tierra, y penetró hasta una arboleda que distaba como doscientas varas de la playa. En tan terrible acometida, llevóse algunos buques, y los estrelló contra los árboles; pero como estaban las aguas fuera de su centro, tornaron otra vez, a buscar su antiguo fondo”[107].

Las regiones costeras de México, como la del puerto de Veracruz, se caracterizan por la presencia periódica de huracanes y otros fenómenos atmosféricos. En el escrito “El Huracán” se enfatizó la belleza de las costas del Golfo de México, a la vez que su intempestivo cambio de temperamento atmosférico. De igual manera, se resaltó el ímpetu de las fuerzas naturales, que tradicionalmente se asociaron a las regiones tropicales de América. Las temporadas de huracanes en estas costas mexicanas se componían

“…de aguaceros enormes y de un huracán espantoso […] el agua caía a torrentes, los truenos y relámpagos se sucedían sin intermisión, y retumbaban horriblemente los montes cercanos. El huracán era tan violento, que arrancaba los árboles de raíz, arruinaba las chozas de la pobre gente del campo, y bramaba con tanta fuerza entre los bosques, que parecía ser aquel día el último del mundo […] Los animales huían a los bosques cercanos; los montes crujían, y se desgajaban los árboles: yo advertí algunas plantas arrancadas de cuajo de la tierra, en medio de un inmenso remolino”[108].

Mediante la descripción literaria del huracán, las lectoras pudieron tener una idea clara de dicho fenómeno atmosférico, pues no todas habitaban regiones costeras. Además, es probable que muchas de ellas, antes o después de la lectura de dicho escrito hubieran conocido Veracruz para embarcarse o para recibir a algún conocido que arribara al puerto.

Como puede verse, la geografía recreativa dirigida al público femenino amplió los horizontes espaciales de las lectoras a través de la descripción de lugares exóticos y lejanos, como Palestina y las Antillas, pero también les permitió concebir el territorio mexicano, más allá de su poblado, con características propias, ya fueran las costas mexicanas o el Altiplano, como parte de los esfuerzos por conocer de manera científica el territorio de la nación mexicana.

 

Geografía y moralización

En las revistas femeninas también aparecieron artículos que mostraron a las lectoras las destrezas masculinas necesarias para emprender exploraciones geográficas. Igualmente, resaltaron el papel activo de los varones como generadores y trasmisores del conocimiento geográfico para las mujeres, quienes lo recibían pasivamente en lecciones y relatos.

Una narración publicada en Semana de las Señoritas Mejicanas… cuyo tema fue la guerra con los Estados Unidos, acaecida pocos años antes de la publicación del segundo tomo de la revista, fue “Ascensión al volcán de Orizaba”. Este relato fue traducido del inglés por la señorita orizabeña Adela Vallejo. El editor de la revista explicó el por qué de la inclusión de este relato de viajes: “encontré una relación de la expedición de una compañía de oficiales del ejército americano al Pico de Orizaba […] He creído, por tanto, que no sería desagradable a nuestros lectores una relación del viaje por una feliz compañía”[109].

El relato del oficial estadounidense refleja, en gran medida, los reconocimientos geográficos, en este caso de tinte militar, que eran realizados a mediados del siglo XIX. La exploración de la compañía de oficiales del ejército invasor no distó mucho de la practicada por hombres mexicanos, como la Comisión de Estadística Militar, la Comisión de Límites con los Estados Unidos tras el fin de la guerra, o las excursiones realizadas por estudiantes del Colegio de Minería. Las lectoras pudieron tener una mejor idea de cómo realizaban los varones las exploraciones geográficas con fines científicos en aquellos agitados años. Además, resalta la práctica científica de la geografía in situ, de la cual para las lectoras, probablemente no estuvieran bien informadas.

Aunque el escrito apareció publicado anónimamente, el autor fue W. F. Reynolds, teniente de ingenieros, quien lo escribió en Washington en julio de 1849. Lo primero que recuerda del Pico de Orizaba, es que aunque está situado a “casi a cien millas de la costa es el primer punto que se descubre desde el golfo mexicano al aproximarse a Veracruz”[110].

La compañía militar de Reynolds había recibido órdenes de permanecer en las inmediaciones de Orizaba, con el fin de controlar el camino entre la ciudad de México y el puerto de Veracruz. El militar relató que los pobladores de la zona aseguraban que nadie había subido con certeza a la cima del Pico. Éstos aducían la falta de reconocimiento geográfico preciso a “las dificultades que para ello se representaban como insuperables; había que trepar por precipicios escabrosos, atravesar fosos de dos mil pies de profundidad, subir sobre planos inclinados de hielo poco sólidos, sin tomar en cuenta las avalanchas, bajo las cuales se nos aseguró quedarían sepultados los atrevidos que intentasen subir”[111]. Estos argumentos resaltaban el arrojo y bravura necesarios para emprender tal expedición, rasgos del temperamento varonil.

Varios fueron los estadounidenses que se inquietaron por ascender a la montaña veracruzana, por lo que se equiparon para tal efecto. Reynolds menciona que prepararon largas varas de madera con regatones de hierro en un cabo y ganchos en la otra para escalar los precipicios. También “dagas con arpones de hierro para echarlas sobre las rocas o hielos; hicimos escalas de cuerda por si fueren necesarias; zapatos y suecos con clavos salientes y agudos para afianzarse en los declives helados; en fin, llevamos todo lo que se creyó necesario o cómodo para el buen éxito de la empresa”[112]. La cantidad de equipo reunido y su transporte a espaldas de los expedicionarios requería de una condición física tal, que “presumiblemente” las lectoras carecieron.

Reynolds anotó en su diario de viaje que dejó la ciudad de Orizaba el 7 de mayo de 1848. La compañía exploratoria se componía de diez oficiales, treinta y cuatro soldados y dos marineros que servían en la batería naval, tres o cuatro indígenas mexicanos como guías[113].

El primer día acamparon, según mediciones barométricas, una elevación de 7,000 pies sobre el nivel del mar. La noche “estaba clara y el aire penetrante, pero no tan frío que fuese desagradable”[114]. Para Reynolds, “la escena era verdaderamente sublime y subiendo montaña tras montaña, apareció a nuestra vista valles tras valles; las colinas que al principio nos parecían montañas, parecían hundirse gradualmente a nuestros pies y extendiéndose cada vez más los objetos que abrazaba la vista”[115].

El día 9 de mayo ascendieron toda la mañana y la tarde hasta que nuevamente acamparon. Aquella noche “estaba clara y fría, el termómetro bajaba al punto de hielo; el hielo grueso y el agua helada nos hizo recordar sin querer a nuestra patria” a una altura marcada por el barómetro en 12,200 pies [116]. Para el día 10 de mayo

“En pocos minutos nos encontramos al pie de la nieve y tomando la ruta en que parecía haber menos de ella, caminamos media milla o tres cuartos, sobre una arena suelta volcánica. Midiendo el declive encontré que era de 33º. Este paso, en que tardamos algo, fue el más difícil de nuestra ascensión, sumiéndonos en la arena hasta la rodilla […] el estado enrarecido de la atmósfera nos obligaba a penosos esfuerzos […] cuando no nos movíamos podíamos respirar fácilmente en comparación de cuando andábamos […] sólo puede compararse la sensación que allí se siente, a lo que experimenta una persona, que después de correr con la mayor velocidad de que es capaz, está próxima a caer en tierra de pura fatiga”[117].

Los cuatro días de ardua ascensión al Pico de Orizaba resaltaban el temple de carácter, la fuerza física y la disciplina militar necesarias para alcanzar la cumbre de semejante montaña. Las lectoras pudieron darse cuenta de que su lugar en la sociedad mexicana no las preparaba para tales empresas, pues se esperaba de ellas un comportamiento mesurado, sentimental y sedentario. El tono moralizante de la narración parece sugerir que autor insistió en las diferencias físicas y de carácter entre hombres y mujeres para enfatizarles a las lectoras el lugar “natural” dentro del hogar, llevando a cabo las actividades “propias de su sexo” subordinadas a su supuesta inferioridad.

Algunos metros antes de llegar a la cumbre Reynolds menciona que llegaron a la roca sólida, que les facilitaba el trayecto, pues podían usar manos y pies para trepar. El estadounidense describió el cráter e la siguiente manera: “éste es casi circular, y lo escalamos con variación los individuos que lo vimos, desde 400 a 650 yardas de diámetro. Todos convenimos en que su profundidad sería de 300 pies. Sus paredes son casi verticales y dan señales poderosas e inequívocas del fuego que hubo, apareciendo como la boca de un horno inmenso”[118].

Reynolds menciona los instrumentos que llevó consigo para hacer mediciones científicas, por ejemplo dice:

“Llevé el mejor barómetro que pude conseguir […] también me proveí de una lámpara de espíritu de vino y de un termómetro, con objeto de fijar la temperatura del agua hirviendo; en el viaje se rompió la botella de alcohol y perdimos éste; por tanto determiné probar las cualidades combustibles del whiskey. Uno de mis principales objetos al llegar a la cima fue hacer mis observaciones; pero al preparar el barómetro para ellas, se hundió el mercurio de golpe hasta bajo de la graduación”[119].

En cuanto a la práctica científica, el militar refiere que midió la temperatura del cráter que “estaba justo bajo el punto de hielo, [y su] experimento de hacer arder el whiskey salió fallido”[120]. También que tomó muestras de azufre puro y cal. De nuevo, parecería que los hombres eran los que tenían el conocimiento científico, adquirido en establecimientos de educación superior y técnica como los colegios militares del siglo XIX, que los instruyeron en cuestiones como medir la temperatura y la altitud o colectar muestras mineralógicas. Instrucción que las lectoras no tenían a su alcance.

Acerca de los efectos de la altitud, los expedicionarios se vieron afectados jaquecas, vómitos y hemorragias nasales, y con particularidad los labios que les quedaron hinchados y partidos[121]. Tales afecciones físicas hubieran sido “insoportables” para cualquier mujer, mientras que a los varones, en específico lo militares, resultaban tolerables.

Todos los que acompañaron a Reynolds regresaron sanos y salvos al poblado, listos para reseñar la aventura científica en el Pico de Orizaba. Un día después, el mexicano que los acompañó, “pidió y obtuvo un certificado firmado por toda la compañía de que había llegado a la cima”[122].

De una manera similar, en las lecciones de geografía impartidas por “Pedro” a las dos jovencitas él es quien detenta el conocimiento geográfico para instruir a “Carmen” y “Consuelo”. Ellas, si bien manifiesta una gran curiosidad por conocer las características físicas y políticas del planeta, son meras receptoras de las palabras del varón.

Como lo expresa, a través de Pedro, el autor siente la necesidad de comunicar lo que sabe, en términos geográficos, tras los años que “el estudio me han proporcionado”[123]. Estudios que se remontan a las primeras letras y, probablemente, a la instrucción superior, además de la lectura de libros de instrucción geográfica como el referido anteriormente del general Almonte.

Los escritos de divulgación científica también inculcaron el rol tradicional de la mujer mexicana como mera receptora del conocimiento que provenía de un varón erudito interesado en transmitirlo al “bello sexo”, sin alentarlas a salir y conocer el mundo, a medir la temperatura en la azotea de su casa o a conseguir instrumentos y herramientas que les permitieran explorar los alrededores de los poblados donde vivían.

 

Conclusiones

El conocimiento geográfico tuvo un lugar en las páginas de las cinco revistas femeninas más importantes de la primera mitad del siglo XIX que se analizaron en este trabajo: el Semanario de las Señoritas Mejicanas. Educación Científica, Moral y Literaria del Bello Sexo, el Panorama de las Señoritas. Periódico Pintoresco, Científico y Literario, el Presente Amistoso. Dedicado a las Señoritas Mexicanas por Cumplido, La Semana de las Señoritas Mejicanas, La Camelia. Semanario de Literatura, Variedades, Teatros, Modas, etc. Dedicado a las Señoritas Mejicanas. La divulgación de la geografía fue motivada por el imperativo ilustrado que pretendía hacer llegar el conocimiento científico a todos los grupos sociales que compartieron los hombres interesados en el desarrollo de la nación.

Las premisas ilustradas que se promovieron en la primera mitad del siglo XIX fueron la alfabetización del pueblo mexicano, el impulso de la actividad científica en todas sus ramas, la proliferación de las publicaciones periódicas como medio para el desarrollo de la opinión pública, y la divulgación del conocimiento geográfico, médico, naturalista, farmacéutico e higiénico basado en los cánones científicos entre todos los mexicanos, por mencionar algunas. Todas estas cuestiones tuvieron un papel relevante en la prensa que vio la luz en México entre 1840 y 1855[124].

Entre los herederos del iluminismo que promovieron y escribieron en dichas revistas se encontraban los mencionados Vicente García Torres, Ignacio Cumplido, Marcos Arróniz, José María Lacunza, Mariano Esteva y Ulíbarri, Alejandro Rivero, Francisco Zarco, Francisco González Bocanegra, Guillermo Prieto, Luis de la Rosa, José Joaquín Pesado, Juan R. Navarro, Niceto de Zamacois, Vicente Segura, José María Vigil, Emilio Rey, Manuel Carpio, entre otros. Todos ellos,  junto a los compradores de las revistas, ya fueran las propias mujeres o los varones que se las consiguieron, estimaban que las mexicanas necesitaban de un bagaje cultural amplio como parte de su formación. La inclusión de la geografía se valoró por sus contenidos cognitivos, pero también como metáfora del orden moral al que aspiraba la sociedad mexicana.

En las columnas revisadas del periodo 1840-1855 se perciben las mencionadas plumas masculinas dirigidas a un grupo de mujeres lectoras, a quienes presumiblemente no les sería del todo ajeno el conocimiento científico, ya que debieron pensar en sus esposas, hermanas, hijas, viudas, así como en las mujeres de su círculo social. Como se mostró en las páginas precedentes, en estas décadas las mujeres mexicanas aún no estaban presentes en la prensa como editoras o articulistas, sino como meras lectoras.

De igual manera, durante la primera mitad del siglo XIX, la prensa en general, y la femenina en particular, contribuyó a mantener, a lo largo de sus páginas y de sus diferentes publicaciones, un rol tradicionalista para las mujeres, quiénes eran, cuál era su función social y qué se esperaba de ellas. Lo cual no significa que todas lo aceptaran sin más. Pero definitivamente, los temas abordados recurrentemente apuntalaron dicha idea desde diversas perspectivas, y la geografía no fue la excepción.

La constancia de la prensa femenina a lo largo del siglo XIX se debió a la existencia de un público regular fundado en la ampliación gradual de la alfabetización femenina, el incremento de las imprentas y la socialización de las mujeres de estratos medio y alto en espacios públicos como cafés, teatros, tertulias y paseos, típicos de la época. Mediante las páginas de las cinco revistas, numerosas mujeres debieron leer, ya fuera en la intimidad o en reuniones de varias de ellas, las distintas plumas que intentaron instruirlas, entretenerlas y moralizarlas.

En las cinco revistas analizadas, la instrucción geográfica de las mexicanas bajo los cánones científicos proporcionó a las lectoras elementos de educación superior de los cuales no tenían acceso fácilmente. Este conocimiento les permitió comprender impresos científicos que circulaban en el medio de la alta cultura como manuales, catecismos, compendios y revistas de la práctica geográfica. Asimismo, los escritos instructivos, como los de Isidro Rafael Gondra, las adentraron en cuestiones de la geografía física y política de la época. Además, las hicieron partícipes de algunas cuestiones esotéricas del quehacer geográfico, como la lectura de mapas, reservadas hasta entonces a los varones, especialmente los ingenieros geógrafos.

También se hizo ostensible la variedad de temática de la geografía recreativa en las revistas femeninas, conformada por literatura de viajes y descripciones románticas, que expresaban las particularidades de ciertas regiones del mundo y de México. Las lectoras ampliaron su cultura geográfica a través de las narraciones de zonas del mundo allende las fronteras mexicanas, como el Medio Oriente o Sudamérica, que les mostraron territorios distintos al patrio. Asimismo, a través de las descripciones de literatos como Marcos Arróniz y Francisco Zarco comprendieron la peculiaridad del territorio mexicano frente a otros, y las distintas regiones de la nación, con lo cual los autores generaron una representación aproximada de la geografía de México.

Los escritos de divulgación científica también inculcaron el rol tradicional de la mujer mexicana como mera receptora del conocimiento que provenía de un varón erudito interesado en transmitirlo al “bello sexo” que generaba el conocimiento en algún establecimiento de educación superior, sin alentarlas a salir y conocer el mundo, ni explorar los alrededores de los poblados donde vivían. De igual manera, las lectoras pudieron darse cuenta que su lugar en la sociedad mexicana no las preparaba para tales empresas, pues se esperaba de ellas un comportamiento mesurado, sentimental y sedentario. Lo establecido era que las mexicanas recibieran pasivamente las lecciones y relatos de tinte geográfico en la sala de su casa, si acaso con el apoyo de un globo terráqueo o un atlas, pero jamás a través de los viajes de exploración.

En suma, las revistas analizadas permitieron concluir que la divulgación de la geografía entre el público femenino, en cualquiera de sus tres expresiones, formó parte de los esfuerzos culturales que la elite mexicana impulsó con miras a construir la nueva nación, entre 1840 y 1855. Dichos proyectos no solamente comportaron términos jurídicos, económicos o políticos, sino también rubros científicos como el reconocimiento territorial del país y el inventario de sus recursos naturales. Todo ello, en el proceso de forjar una representación de la naturaleza y el territorio mexicanos, que penetrara la conciencia de los ciudadanos mexicanos.

* Agradezco sinceramente los comentarios de Lourdes Alvarado, Cecilia Alfaro, Luz Fernanda Azuela y Sebastián Lomelí. Esta investigación forma parte del proyecto PAPIIT: Geografía e Historia natural: hacia una historia comparada. Los estudios mexicanos (IN 304407), Instituto de Geografía-UNAM, responsable Dra. Luz Fernanda Azuela. De igual manera del proyecto: "Geografía e Historia Natural: Hacia una historia comparada. Estudio a través de Argentina, México, Costa Rica y Paraguay". Desde abril de 2005. Financiamiento del IPGH (Geo. 2.1.2.3.1; Hist. 2.1.3.1.1). Responsable: Dra. Celina Lértora, (CONICET- Argentina). Países participantes: Argentina, México, Costa Rica y Paraguay.


Notas

[1] Sánchez de Bustamante. 1844, p. V.

[2] Sánchez de Bustamante. 1844, p. VI.

[3] Bourges. 2002, p. 45.

[4] Staples. 2002, p. 104.

[5] Wittmann. 2006, p. 456.

[6] Wittmann. 2006, p. 456.

[7] Alfaro. 2006, p. 18

[8] Alvarado. 2002, p. 268.

[9] Rodríguez Arias. 2001, p. 360.

[10] Alvarado. 2004, p. 72.

[11] Rodríguez Arias. 2001, p. 369.

[12] Granillo. 2001, p. 72.

[13] Staples. 1985, p. 123.

[14] Castro y Curiel. 2000, p. 395.

[15] Castro y Curiel. 2000, p. 395.

[16] Vicente García Torres (1811-1894). Periodista y editor nacido en Pachuca, Hidalgo. Pasó varios años de su juventud en España y a su regreso fundó periódicos tan importantes como El Monitor Republicano de tinte político y literario.

[17] Castro y Curiel. 2000, p. 321.

[18] Castro y Curiel. 2000, p. 321.

[19] Ignacio Cumplido. Impresor y editor nacido en Guadalajara, Jalisco. Desde joven aprendió el oficio de tipógrafo. En 1839 viajó a los Estados Unidos donde adquirió la primera imprenta moderna de México. Sus periódicos y revistas se caracterizaron por la presencia de litografías de gran calidad. Fue impresor de varios de los periódicos oficiales del gobierno mexicano como El Correo de la Federación. El periódico que más fama le dio fue El Siglo XIX. También ocupó varios cargos de elección popular como diputado y senador.

[20] Castro y Curiel. 2000, p. 336.

[21] Castro y Curiel. 2000, p. 386-387.

[22] Castro y Curiel. 2000, p. 69.

[23] Galí. 2002, p. 96.

[24] Galí. 2002, p. 97.

[25] Ortiz Monasterio. 2005, p. 60.

[26] Editores. 1840, p. 2.

[27] Editores. 1840, p. 4.

[28] Cumplido. 1847, p. 3.

[29] Cumplido. 1847, p. 3.

[30] Cumplido. 1851, p. II.

[31] Cumplido. 1851, p. III.

[32] Cumplido. 1851, p. III.

[33] Redactores. 1853, p. 3.

[34] Redactores. 1853, p. 4.

[35] Alvarado. 1991, p. 12.

[36] Alvarado. 1991, p. 13.

[37] S. C. 1841, p. 425.

[38] S. C. 1841, p. 425.

[39] S. C. 1841, p. 426.

[40] El artículo mencionado fue “Ciencias. Concluye la lección de geografía comenzada en el número anterior”, firmado como I. G.

[41] I. G. 1841, p. 451.

[42] I. G. 1841, p. 452.

[43] I. G. 1841, p.  453.

[44] I. G. 1841, p. 453.

[45] I. G. 1841, p. 454.

[46] I. G. 1841, p. 456.

[47] En los ejemplares consultados de La Camelia… en el Fondo Reservado de la Hemeroteca Nacional de México no se encuentran completos los escritos relativos a las lecciones de geografía.

[48] H. 1853a, p. 15.

[49] H. 1853a, p. 15.

[50] H. 1853a, p. 16.

[51] H. 1853a, p. 16.

[52] H. 1853b, p. 40.

[53] H. 1853b, p. 40.

[54] H. 1853b, p. 41.

[55] H. 1853c, p. 185.

[56] H. 1853c, p. 185.

[57] H. 1853d, p. 227.

[58] Anónimo. 1842a, p. 418.

[59] Anónimo. 1842a, p. 419.

[60] Anónimo. 1842a, p. 419.

[61] Anónimo. 1842a, p. 419.

[62] Anónimo. 1842a, p. 419.

[63] Anónimo. 1842a, p. 419.

[64] Anónimo. 1842a, p. 420.

[65] Anónimo. 1842a, p. 420.

[66] Anónimo. 1842a, p. 420.

[67] Anónimo. 1842a, p. 420.

[68] Anónimo. 1842a, p. 421.

[69] Anónimo. 1842a, p. 421.

[70] Anónimo. 1842a, p. 421.

[71] Anónimo. 1842a, p. 423.

[72] Anónimo. 1842a, p. 424.

[73] Anónimo. 1842a, p. 424.

[74] Anónimo. 1842a, p. 422.

[75] Conrad Malte-Brun, geógrafo francés, primer secretario de la Sociedad de Geografía de Francia.

[76] Malte-Brun. 1842, p. 287.

[77] Malte-Brun. 1842, p. 287.

[78] Malte-Brun. 1842, p. 287.

[79] Malte-Brun. 1842, p. 288.

[80] Malte-Brun. 1842, p. 288.

[81] Malte-Brun. 1842, p. 289.

[82] Anónimo. 1851d, p. 422.

[83] Anónimo. 1851d, p. 422.

[84] Anónimo. 1851d, p. 422.

[85] Anónimo. 1851c, p. 303.

[86] Anónimo. 1851c, p. 302.

[87] Anónimo. 1842b, p. 495.

[88] Anónimo. 1842b,  p. 495.

[89] Anónimo. 1842b, p. 496.

[90] Anónimo. 1842b, p. 497.

[91] Anónimo. 1842b, p. 502.

[92] Anónimo. 1842b, p. 503.

[93] Zarco. 1851a, p. 209.

[94] Zarco. 1851a, p. 210.

[95] Zarco. 1851a, p. 210.

[96] Zarco. 1851a, p. 211.

[97] Arróniz. 1851, p. 107.

[98] Arróniz. 1851, p. 108.

[99] Arróniz. 1851, p. 112.

[100] Arróniz. 1851, p. 113.

[101] Zarco. 1851b, p. 332.

[102] Zarco. 1851b, p. 333.

[103] Zarco. 1851b, p. 334.

[104] Zarco. 1851b, pp. 334-335.

[105] C. 1851, p. 105.

[106] C. 1851, p. 106.

[107] C. 1851, p. 107.

[108] C. 1851, p. 108.

[109] Anónimo. 1851a, p. 18.

[110] Anónimo. 1851a, p. 18.

[111] Anónimo. 1851a, p. 19.

[112] Anónimo. 1851a, p. 19.

[113] Anónimo. 1851a, p. 19.

[114] Anónimo. 1851a, p. 19.

[115] Anónimo. 1851a, p. 20.

[116] Anónimo. 1851a, p. 20.

[117] Anónimo. 1851a, p. 21.

[118] Anónimo. 1851a, p. 21.

[119] Anónimo. 1851b, p. 40.

[120] Anónimo. 1851b, p. 40.

[121] Anónimo. 1851b, p. 41.

[122] Anónimo. 1851b, p. 41.

[123] H. 1853a, p. 15.

[124] Un estudio más amplio en cuanto a la periodicidad, por ejemplo desde 1840 a 1910, podría revelar si la historia natural y la geografía continuaron siendo un tema recurrente en la prensa femenina, si se mantuvieron como elemento para sostener el rol tradicional de la mexicana, y si sólo escribieron del tema hombres o también mujeres.

 

Fuentes

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[Edición electrónica del texto realizada por Miriam-Hermi Zaar]



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Ficha bibliográfica:

VEGA, Rodrigo A. y BAEZ Ortega. La divulgación del conocimiento geográfico en cinco revistas mexicanas para mujeres, 1840-1855. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. XV, nº 855, 15 de enero de 2010. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-855.htm>. [ISSN 1138-9796].


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