Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales
Universidad de Barcelona. [ISSN 1138-9796]
Nº 91, 25 de mayo de 1998

La Historia de yervas y plantas: un tratado renacientista de materia médica

José Pardo Tomás


Una excelente reedición de la Historia de yervas y plantas (Amberes, 1557) de Juan de Jarava, acaba de aparecer en Barcelona, de la mano del editor Miquel Sambró, que ha llevado a cabo una labor de impresión del texto original técnicamente impecable y que va mucho más allá de la mera reimpresión facsimilar al uso. El preciado volumen va acompañado de un pequeño libro que contiene un muy pertinente estudio histórico de José María López Piñero y María Luz López Terrada.

Para el lector actual, lanzarse sobre las páginas de este libro del siglo XVI sin el "paracaídas" del dicho estudio, puede resultar una aventura demasiado arriesgada, aunque la libertad de elegir ese tipo de lectura no debe ser cuestionada, ya que hacerlo supondría un paternalismo intolerable por nuestra parte. Sin embargo, a los degustadores de aventuras arriesgadas siempre es lícito advertirles honestamente de las dificultades que pueden sobrevenir como consecuencia de su pasión por las experiencias fuertes. Con esa intención se redactaron estas páginas, que pretenden ser solamente una guía de riesgos evitables y, en última instancia, una propuesta alternativa de lectura que quizá permita un esfuerzo intelectual más provechoso y no menos placentero que el arriesgado vuelo en caída libre. Tanto la materia del libro, como sus características formales y sus avateres editoriales suponen una continua incitación a interpretar erróneamente su auténtico significado y su correcta ubicación en el tiempo que lo vio nacer y en la sociedad para la cual iba destinado.

En efecto, un libro que trata de las propiedades curativas atribuidas a determinadas plantas, que se publicó en Amberes pero en castellano, que utilizó una discutible técnica de impresión, que empleó textos e imágenes que procedían de otras obras, y que, además, circuló con dos o tres títulos y portadas diferentes, tratando de eludir problemas con la censura, puede resultar una fuente inagotable de malentendidos, si nos limitamos a leerlo pertrechados tan solo con los prejuicios derivados de una imagen del pasado construida a base de ciertos tópicos al uso. Vamos a tratar, por tanto, de situar correctamente para los lectores actuales estas tres coordenadas: la materia del libro, las características de la edición original y quiénes participaron en ella, y los avatares a los que se vieron sometidos algunos ejemplares.

La materia médica, especialmente la de origen vegetal, constituía, junto a la cirujía, el arsenal terapéutico más eficaz a disposición de la medicina galénica. Su conocimiento, clasificación, experimentación de sus efectos e interpretación racional de los mismos, fueron en gradual aumento a lo largo de los siglos, a medida que se iba mejorando su enseñanza en las universidades (cátedras de simples, jardines botánicos), la depuración filológica del saber clásico, las vías de acceso a los productos más alejados geográficamente de Europa y la incorporación de nuevos elementos (como, por ejemplo y de manera especial, los procedentes del Nuevo Mundo).

Por otra parte, el galenismo médico era una construcción intelectual, racional y sólidamente elaborada, que permitió ofrecer unos niveles de atención a los problemas de salud y de lucha contra la enfermedad aceptables para la sociedad europea de la época. Su propia prolongada vigencia es la mejor prueba de ello, pero también el hecho de que la gran mayoría de los sanadores trataran de asimilar y adoptar esa teoría que, encarnada en la figura del médico universitario, adquirió el prestigio social suficiente, ya en los siglos de la llamada Baja Edad Media, como para incorporar, en otros niveles de formación, a cirujanos, boticarios, barberos, sangradores y un sinfín de personajes cuya práctica, en general, era socialmente aceptada e incluso homologada legalmente por la autoridad competente.

Por lo tanto, el primer prejuicio que debemos desterrar ante un libro que, como esta Historia de yervas y plantas, trata principalmente de las propiedades curativas atribuidas a las mismas, es considerar que está lleno de pintorescas supersticiones típicas de una época donde la irracionalidad y las creencias más ridículas no permitían a la medicina ir más allá. Esta idea haría de su lectura actual algo meramente curioso, simpáticamente pintoresco, pero nada más. Por el contrario, si tratamos de entender mejor las ideas y los supuestos que hay detrás de las virtudes curativas, paliativas, o preventivas, atribuidas a estas plantas, podemos tener una idea más adecuada de la importancia de esta obra y de los conocimientos que, gracias a ella, se ponían a disposición de un público más amplio.

La presencia entre algunos de los comentarios a los efectos de las plantas de elementos procedentes de tradiciones empíricas o mágico-creenciales, en cierto modo contradictorias con el propio sistema galenista, no resulta, en principio, incompatible en una obra de este tipo y no contradice necesariamente la procedencia clásica de las mismas. La discusión coetánea sobre estas mismas contradicciones ilustra mejor que ninguna otra cosa los términos reales del debate y nos ayuda también a evitar anacronismos desorientadores.

Sin duda, como bien señalan López Piñero y López Terrada en el estudio antes citado, De historia stirpium, la obra de Leonhart Fuchs (1501-1566) de la que emana esta Historia de yervas, fue una de las pruebas más prestigiosas de la altura intelectual a la que el programa del humanismo científico consiguió llevar a la medicina de la época. Su vulgarización, en el sentido más noble del término, fue muy amplia, a base de traducciones compendiadas en alemán, francés y castellano, y paralela a la experimentada por otros tratados similares.

Este fenómeno se produjo dentro de las coordenadas típicas del momento, al tratarse de un tema como el de la materia médica que, dentro de los diversos aspectos de la medicina galénica, era especialmente sensible a la ampliación del público lector más allá de los límites estrictos de los médicos universitarios. En este sentido, basta pensar en los intereses económicos que rodeaban, aun desde mucho tiempo antes de los nuevos descubrimientos geográficos, el tráfico de productos naturales procedentes de regiones lejanas del occidente europeo y entre los cuales los de uso medicinal constituían una parte muy significativa.

La edición de la Historia de yervas y plantas y los que intervinieron en su publicación.

Hoy en día, en circunstancias normales, resulta evidente para cualquiera que el proceso técnico de producción libros impresos sobre papel tiene muy poco o casi nada que ver con el de hace cuatro siglos y medio. Pero, a la hora de pasar de las condiciones puramente técnicas a todo el complejo entramado de elementos personales, sociales y económicos que rodeaba la publicación de un libro en el siglo XVI, solemos caer en el error de considerarlo asimilable sin más a la situación actual. Nada más lejos de la realidad, sin embargo. Para poder entender adecuadamente cómo, quién y por qué se imprimía un libro en el siglo XVI, debemos dejar a un lado ese prejuicio y partir de la idea de que casi todo era muy diferente a lo que hoy conocemos. Si a todos resulta evidente que entre la prensa de Gutenberg y una impresora láser existe una gran diferencia, si nos basta tocar un papel impreso en 1550 y otro de una edición corriente de bolsillo actual para darnos cuenta de las enormes diferencias que las separan, no podemos caer en el error de creer que la relación (intelectual, económica, legal) entre los autores y sus textos es la misma ahora que entonces; ni que el impresor jugaba entonces el mismo papel que la empresa editorial actual; ni que el librero de hoy en día (especie, por cierto, en vías de extinción) era lo mismo que un librero de Amberes de mediados del Quinientos.

Comencemos, pues, por considerar que la edición de un libro en lengua castellana en los Países Bajos no era, ni mucho menos, un fenómeno aislado. No es necesario abrumar con demasiadas cifras para dar una idea adecuada de la extensión de este fenómeno; bastará un sólo dato directamente relacionado con el periodo y el lugar que vio nacer la Historia de yervas y plantas: en los cuarenta años que median entre 1529 y 1568, al menos 318 obras en castellano fueron impresas en Amberes. Tanto la posición geopolítica de Castilla en esos momentos, como la configuración internacional del mercado del libro impreso y la madurez y el prestigio de la lengua castellana como vehículo transmisor de contenidos científicos y técnicos, ayudan a entender que de los talleres de impresores de la ciudad de Amberes (como de Lovaina, de Milán, de Venecia y de otros centros productores importantes) salieran, en el siglo XVI, centenares de títulos en esa lengua.

La decisión de editar la obra en lengua castellana, el dinero que había que invertir para hacerla posible, la selección del impresor, de las planchas utilizadas, del tamaño de las páginas e, incluso, probablemente, la elección de Juan de Jarava como traductor, estuvieron en manos de los herederos de Arnold Birckmann. Ellos son los mayores responsables de la edición y, por tanto, de las diversas opciones que había que tomar antes, durante y -como veremos en el apartado siguiente- después de la producción material del libro. Sus intereses económicos y su visión del mercado potencial de un libro de esas características condicionaron, podría decirse que más que ningún otro factor, la edición de la Historia. El papel de Jean de Laet ("Iuan Lacio" en la castellanización del nombre que solía usar en el colofón de los libros en esta lengua que imprimía en sus talleres de Amberes) fue, en este caso, meramente el del ejecutor técnico del proyecto de los Birckmann.

La calidad bastante discutible de la impresión y de la técnica empleada para reproducir simultáneamente imagen y texto no debe imputarse a impericia de Lacio, sino que se debe más bien a razonamientos de rentabilidad económica de los Birckmann. La mejor prueba de ello la constituyen otras impresiones de Lacio en esos mismos años, las cuales presentan una calidad técnica y unos materiales claramente por encima de los de nuestra Historia. Sin ir más lejos, dos años antes de la aparición de ésta, Lacio había actuado no sólo como impresor, sino también como editor, en la publiación del Pedacio Dioscórides Anazarbeo, acerca de la Materia Medicinal, es decir, la traducción y comentarios del texto clásico más señalado de materia médica, llevada a cabo por el médico del Emperador, el segoviano Andrés Laguna. Un libro de gran formato, con diversos tipos de letra en el cuerpo de la página y con una calidad de impresión mucho mayor que los que dos años después emplearía para el encargo de los Birckmann.

Lo que sí parece fuera de duda es que en ambas obras se emplearon, en muchos casos, las mismas imágenes de plantas. La reutilización de planchas con imágenes de plantas en distintos tratados de materia médica es habitual y generalizada en la época. Algunas de las más destacadas se mencionan en el estudio introductorio y se ilustran convenientemente en los estudios que aparecen en la bibliografía. Este hecho abunda en la idea de que la edición planeada por los Birckmann trató de sacarle el mayor rendimiento económico a una obra que, bien orientada en cada ocasión, podía ser apetecible para diversos sectores del público: el latín, en tamaño folio y con calidad alta, es decir a precio elevado, era bien recibida por un tipo de público; en lengua vulgar (castellano, francés o alemán), en formato menor y aprovechando las imágenes de las plantas para los grabados e imprimiendo éstos a la vez que el texto; o sea, abaratando sensiblemente los costes para poder sacarla a la venta a un precio mucho más bajo, la obra de Fuchs podía ponerse al alcance de otro tipo de público.

Si nos arriesgáramos a ofrecer una hipótesis sobre quiénes podían constituir uno u otro tipo de público, parace razonable suponer que la cara edición de gran formato y en latín iba orientada esencialmente a los médicos universitarios de cualquier centro urbano de la Europa de entonces; la edición barata en lengua vulgar, debía dirigirse a los llamados sanadores no universitarios (principlamente, cirujanos y boticarios) y a otros lectores interesados (señaladamente, los que trataban comercialmente con estos productos, mercaderes, drogueros, especieros, etc.) y distribuirse no ya en los grandes centros urbanos de toda Europa, sino también en las áreas urbanas menores, incluso en el ámbito rural de la comunidad lingüística que se tratara en cada caso. Esta hipótesis parece confirmarse por lo que vamos sabiendo acerca de los contenidos de las bibliotecas particulares de unos y otros grupos sociales. Tampoco faltan testimonios de la época que nos dibujan meridianamente claro el público usuario de ediciones como ésta Historia de yervas; así lo explicaba, refiriéndose a una obra similar, un anónimo censor castellano de la época:

"no sólo usan dél [se refiere al Cardamomo, planta que viene descrita tanto en el Dioscórides de Laguna, como en la obra de Fuchs] los médicos latinos, sino también los cirujanos que comúnmente son romancistas, y los barberos en infinitos pueblos que, por su cortedad y pobreza, no pueden tener médico [...] y aun muchos médicos, por ser más fácil y deleitossa la historia de plantas en romançe, usan mucho de este libro y no ven letra latina"

Así pues, incluso los propios médicos universitarios, formados en latín, a la hora de adquirir para su uso un libro de materia médica podían elegir uno del tipo de nuestra Historia de yervas, por resultarle la lectura "más fácil y deleitosa". Si esto era algo bien conocido por un censor inquisitorial, no se hace difícil imaginar que lo sabían también perfectamente los Birckmann, dinastía familiar de los más avezados libreros de Amberes, de Colonia y de París.

La saga de los Birckmann, había comenzado su andadura en el mundo del libro en Colonia, en la segunda década del siglo XVI y había alcanzado su mayor actividad a partir de los años cuarenta, cuando la empresa pasó a ser llevada por Agnes von Gennep, viuda de Arnold, muerto en 1542. Agnes vivió hasta 1580 y no parece casual que fuera ella una de las responsables empresariales de la Histoire des plantes, publicada en París en 1549 y que no es sino la edición francesa de la obra de Fuchs, llevada a cabo por Jacques Goupyl e impresa por Benoît Prévost. La empresa editorial era, pues, la misma y la viuda de Arnoldt Birckmann sabía como había que ponerla en práctica. Ocho años después, en Amberes, volvía a repertirse la estrategia, Prévost era sustituido por Lacio y Jacques Goupyl por Juan de Jarava. El perfil y la tarea de este último, merece algunos comentarios, aunque quien se interese más a fondo por su aportación científica debe, imprescindiblemente, acudir al estudio de López Piñero y López Terrada que acompaña la edición que comentamos.

La figura del traductor especializado y a sueldo de los libreros-editores es un oficio que no nació, desde luego, con la imprenta, pero que se desarrolló enormemente gracias a ella y a la puesta en práctica del programa cultural del Humanismo. A esta figura se acopla muy bien lo poco que sabemos de Jarava. Al menos, parece claro que a lo largo de los años cuarenta y cincuenta del siglo XVI, después de haberse graduado en la universidad, Jarava ejerció este oficio en varios proyectos editoriales. Sus estudios universitarios, por un lado, y el ambiente en el entorno familiar (especialmente la persona de su tío Hernando), por el otro, le permitieron acceder a la cultura clásica y participar de las inquietudes intelectuales de esas primeras generaciones de castellanos del siglo XVI, imbuidas del programa humanista y no exentas de ambiciones reformistas erasmianas. Debe subrayarse que esos estudios universitarios fueron orientados a la medicina y que, por extraño que hoy pueda parecer a algunos, hace cuatro siglos los estudios universitarios de medicina eran una excelente vía de formación humanística; sin duda, por otra parte, el grado universitario en medicina facilitaría a Jarava otras posibilidades de ganarse la existencia, además de sus tareas editoriales.

El conjunto de la labor intelectual de Jarava le hace merecedor de una atención mayor de la que hasta ahora se le ha prestado. No es éste el lugar adecuado para intentarlo, como es obvio. Nos limitaremos a destacar que el compromiso de Jarava en unas obras concebidas con un empeño que podríamos llamar divulgador, lo sitúan en una posición intelectual que en la Europa de la época tenía una prestigiosa y pluralista representación, de Vives a Erasmo, de Lutero a Montaigne. Mejor que nadie, lo expresaba el propio Jarava en el "Prefacio a los lectores" de su obra La philosophia natural brevemente tratada, impresa en Amberes, en casa de Martín Nucio, en 1546, al decir que su intención era la de escribir un tratado:

"por el qual conociessen los que no son de mucha erudición, los principios de las cosas naturales, la cognición de los cielos y sphera, y cómo se engendra la lluvia, granizo, nieve, rocío, y cómo se causa el trueno, rayo y relápagos, y otras cosas muchas que se hazen en la región media del aire, y también el origen de las fuentes y ríos, y del temblor de la tierra; finalmente, la generación de los metales, y piedras, lo qual todo se contiene en quatro breves libros"

Todo un programa de divulgación científica, basado esencialemente en la filosofía natural aristotélica, pero preñado de atractivos contenidos (para lo cual, la fórmula mejor era acudir a Plinio, desde luego) para un público amplio y curioso de conocer la ciencia, "que es la sciencia principalmente de cosas naturales", como la definía el propio Jarava con claros términos. El conocimiento de Jarava acerca de las plantas asomaba también en este breve texto, escrito once años antes que el de la Historia de yervas, cuando nombraba el hinojo, la celidonia, el orégano, la hiedra o la ruda. La extensión, cercana a la cuarta parte del total, que en su obra otorgaba a un tratadillo sobre las piedras preciosas, sus virtudes, las leyendas clásicas que las rodeaban y las críticas plinianas a las mismas, nos lo muestran también sensible a los criterios comerciales de los editores y a los gustos del público potencial al que se dirigían.

Por todo ello, la participación de Jarava en la empresa de los Birckmann encaja coherentemente con su trayectoria, sus capacidades intelectuales y su disponibilidad a trabajar en proyectos editoriales del tipo de la Historia de yervas y plantas.

Los avatares de la Historia de yervas y plantas ante la censura.

En principio, no resulta infrecuente el hecho de que diversos ejemplares de una obra impresa a mediados del siglo XVI llegados hasta nosotros presenten variantes tipográficas entre ellos, dadas las condiciones técnicas en las que los libros se imprimían. Sin embargo, un caso como el de una única edición de la Historia de yervas y plantas, que sin embargo circuló con tres títulos diferentes en otras tantas portadas y con dos fechas diferentes en ellas, resulta menos habitual y no se explica en función de problemas técnicos, sino de otra índole. Para tratar de entender la cuestión, debemos empezar por afirmar que no estamos ante tres "ediciones" diferentes, sino ante una única edición, de la que se hicieron tres "emisiones" distintas, cada una con un título diferente en la portada y una de ellas con un año distinto. La portada que podemos considerar "original" es la que lleva la fecha de 1557 y el título siguiente: Historia de yervas, y plantas, de Leonardo Fuchsio Aleman, docto varon en Medicina, con los nombres Griegos, Latinos, y Españoles. Traduzidos nuevamente en Español con sus virtudes y propriedades, y el uso dellas, y juntamente con sus figuras pintadas al vivo.

El título recoge el nombre del autor, su nación de origen y su condición de "docto varón en medicina", pero no incluye el nombre del traductor, cosa que no puede considerarse anormal en los libros de la época. El problema que hizo que este título "original" tuviera que ser modificado es, precisamente, la aparición explícita del nombre de su autor, porque Leonhart Fuchs era, como ya hemos señalado, un hombre pública y notoriamente comprometido con el luteranismo y en 1557, en un territorio bajo gobierno de la monarquía hispánica, esto era considerado abiertamente subversivo, dado el clima de hostilidad abierta entre luteranos y católicos. La militancia luterana de Fuchs era generalmente conocida, entre otras cosas porque en sus obras, aunque fueran de caracter médico, solía hacer profesión de su fe, bien en algún comentario aislado, bien el prólogo o la dedicatoria, bien a través de algún escrito preliminar firmado por un correligionario. No cabe extrañarse de esta cuestión, que era igualmente practicada en el bando de los autores católicos, aunque no escribieran sobre religión. La adscripción religiosa era considerada, pues, una cuestión inseparable de la personalidad del autor, tratara del tema que tratara. Así lo entendieron, desde luego, las autoridades encargadas de ejercer la censura sobre las publicaciones que se ponían en circulación, en uno o en otro lado de la contienda que partía política y religiosamente a Europa en dos.

Antes de 1557, desde la Europa católica se habían elaborado ya diversos índices de autores y de libros prohibidos. La Facultad de Teología de la Universidad de París había impreso diversas listas de libros que debían ser considerados prohibidos desde el punto de vista de la ortodoxia católica que tan rancia institución consideraba encarnar; aparecieron en 1544, en 1545, en 1547, en 1549, en 1551 y en 1556. La autoridad imperial de Carlos V había estimulado claramente a que la Facultad de Teología de la Universidad de Lovaina, una institución territorial y políticamente vinculada a los Habsburgo y biográficamente incluso a la propia persona del Emperador, imitara el ejemplo francés, publicando índices de libros prohibidos en 1546 y en 1550; y aún lo haría de nuevo en 1558. En Venecia, el nuncio apostólico Giovanni della Casa había mandado publicar su propio catálogo de autores y obras prohibidas en 1549 y de nuevo en 1554. En Portugal, la Inquisición de aquel reino había hecho imprimir índices en 1547 y en 1551 y lo seguiría haciendo en cinco ocasiones más en lo que quedaba de siglo.

Paradójicamente, las dos instancias tradicionalmente consideradas como el prototipo de la más férrea censura católica -la Inquisición española y la propia autoridad papal- se mostraron más retrasadas a la hora de dar a la imprenta el resultado de sus trabajos censores. La Inquisición española publicó en 1551 un breve índice muy inspirado en el de Lovaina del año anterior y en 1554 otro, pero dedicado exclusivamente a Biblias. Roma, por su parte, había confeccionado un "índice preparatorio" en 1557, pero no sería hasta 1559 cuando ambas instancias dieron a la luz sendos Index librorum prohibitorum que, a partir de ese momento, se convertirían en los más reputados instrumentos al servicio de los mecanismos encargados de reprimir, desde el bando católico, la libre circulación de libros en los territorios de la Europa dividida por la intransigencia religiosa.

El nombre y la obra de Leonhart Fuchs aparecieron por primera vez en el índice de la Inquisición española de 1551. Anteriormente, ni los teólogos de París, ni los de Lovaina, Venecia o Lisboa, habían reparado en la existencia de este prestigioso médico luterano o, quizá, es más probable que visto que sus obras trataban de medicina, ni siquiera las examinaran. La Inquisición española trabajaba mejor, desde su lamentable punto de vista. Tenía, desde luego, más recursos y una entusiasta colaboración (si bien a veces atemperada por la pereza, todo hay que decirlo) por parte de enjundiosos catedráticos de Salamanca, de Alcalá y de Valladolid. El caso es que ya en 1551, Fuchs aparecía entre los autores condenados; años después, la censura romana incluiría también a Fuchs como auctor damnatus en su índice de 1564.

Con estos antecedentes, la aparición en Amberes de una obra de Leonardo Fuchsio alemán, que además lo llamaba, docto varón en Medicina, tenía aseguradas las dificultades antes los censores, sobre todo si se pretendía hacerla entrar en los reinos de la península ibérica, donde el Santo Oficio tenía jurisdicción a la hora de vigilar puertos y fronteras y de examinar los libros procedentes del exterior. La prohibición explícita del "Herbario de Fusio en romance", aparecería en el índice del inquisidor general Valdés, en 1559, lo que no quiere decir que la Inquisición no hubiera prohibido el libro antes, mediante algún edicto concreto.

Aunque no sabemos con certeza lo que ocurrió, no resulta difícil imaginar que los editores de la traducción de Fuchs optaran por fabricarle al libro una portada alternativa. Eso explica la existencia de otros ejemplares de la misma edición, con una portada muy similar, con la misma fecha de 1557, pero cuyo título reza: Historia de yervas, y plantas, sacada de Dioscoride Anazarbeo y otros insignes Autores, con los nombres Griegos, Latinos, y Españoles. Traduzida nuevamente en Español por Iuan Iarava Medico y Philosopho con sus virtudes y propriedades, y el uso dellas, y juntamente con sus figuras pintadas al vivo.

El nombre, adcripción y elogio de Fuchs había sido, pues, borrado del título, acudiendo al siempre seguro y socorrido recurso de nombrar al autor clásico y respetado -Dioscórides- unido al circunloquio "y otros insignes autores". Ahora, en buena lógica, se hacía necesario nombrar al responsable de la versión castellana y así quedaba explícitamente reconocida la autoría de Juan de Jarava, "médico y filósofo". El resto de los atractivos del libro, figuras incluidas, permanecía igual que en la versión "original".

Aún se hizo una tercera "emisión" de ejemplares de la misma edición, con otra versión del título (en la que no aparecían los nombres ni de Fuchs, ni de Jarava, ni siquiera de Dioscórides) y con el engañoso año de 1567 en la portada. Quizá quedaron ejemplares sin distribuir que fueron aprovechados años después para relanzarlos como si se tratara de una reedición, quizá, simplemente, el impresor se equivocó y añadió una X de más a las cifras romanas con que se señalaba el año de impresión. Sea como fuere, en la nómina de ejemplares de esta obra que se hallan en diversas bibliotecas del mundo, encontramos esas tras versiones diferentes.

Las respuestas de libreros y editores eran variadas y rápidas para salvar la circulación real del libro, en otras palabras, de la inversión realizada, que podía irse al traste por culpa de una puntillosa intervención de los aparatos de censura católicos ante el mero nombre de un hereje luterano. Pero una vez puestos en circulación los libros la vigilancia censora no terminaba su posible intervención. A partir de ese momento, cuando los ejemplares estaban en manos de los particulares, la Inquisición española tenía aún recursos para continuar su tarea. Uno de ellos, era la inspección de las bibliotecas que, periódicamente, estaban obligados a realizar. Especialmente cuando acababa de salir un índice nuevo (y tras el ya comentado de 1559, la Inquisición española volvió a publicar otros en 1583 y 1584, en 1612, en 1632 y en 1640) había que aplicar esas nuevas disposiciones.

En el caso concreto de Fuchs, el Santo Oficio continuó ocupándose de sus obras con relativa frecuencia; teóricamente, para salvar el contenido puramente médico de las mismas, sin dejar pasar ideas o expresiones abiartamente heterodoxas. Para ello, la Inquisición perfiló, a partir de 1584 un nuevo instrumento censor, la llamada "expurgación" de los libros. Los de Fuchs requirieron una atención especial y poco a poco sus obras fueron pasando por este segundo mecanismo de censura que las salvaba de la prohibición total, pero que las sometía a una censura material que complicaba enormemente las cosas. Los poseedores de obras de Fuchs susceptibles de ser expurgadas debían entregar los ejemplares a los comisarios inquisitoriales y estos pluma y tintero en ristre debían ir tachando los pasajes censurados y, especialmente, las menciones explícitas al autor condenado. Recordemos que lo que se atacaba principalmente era la presencia del nombre de Fuchs, autor "más luterano que médico", cuyos libros la Inquisición "puede y debe mandarlos quemar, ya que los huesos del autor no pueden ser habidos", en palabras de un celoso censor inquisitorial llamado Herrera allá por el año 1609.

Este hecho volvió a afectar a los ejemplares de la Historia de yervas, aunque no ya en modo sistemático, sino individualmente, mediante este mecanismo de la expurgación, sujeto a la arbitrariedad de los censores y a la eficacia de los mismos. A juzgar por los resultados, dicha eficacia no fue pequeña. Entre los ejemplares hoy conservados, encontramos algunos con tachaduras sobre el nombre de Fuchs y los elogios a él dedicados en la advertencia "A los discretos y sabios Lectores" que, firmada por "Arnaldo Byrcman", fue impresa en una de las páginas preliminares de la obra. En otros ejemplares, la acción del censor era menos sutil: el expurgador no se andaba con miramientos y se limitaba a arrancar de cuajo la página; ello explica que esta advertencia preliminar haya desaparecido en otros ejemplares. Lo mismo ocurre, por cierto, en numerosos ejemplares de otras obras de Fuchs y de tantos otros médicos o científicos protestantes de la época.

Una última consecuencia de la acción de la censura no hace ya referencia a la supuesta peligrosidad del nombre de Fuchs, sino a una parte concreta de la obra. Existen ejemplares en los que ha sido arrancada la hoja de las páginas 255 y 256. El examen de las plantas que esas dos páginas contenían, posibilitado por otros ejemplares, como el que se reproduce en este facsímil, permite una explicación a esta acción, que vamos a tratar de explicar brevemente.

Aunque el contenido de la obra de Fuchs representa un saber acerca de las propiedades medicinales de las plantas plena y académicamente aceptado, como ya se ha dicho, es cierto que la censura inquisitorial consideró con frecuencia que determinados contenidos podían circular en latín, por estar dirigidos a una minoría culta, formada ortodoxamente dentro del sistema, pero resultaban altamente peligrosos puestos en lengua vulgar, en un vehículo que los hacía más accesibles a personas y grupos sociales de cuyo acatamiento a las normas impuestas se tenían más dudas; como el censor de otra obra en castellano decía, un libro de ese tipo era peligrosos porque "anda en manos de oficiales, mozuelos y mujercillas": las mujeres, los jóvenes y los trabajadores manuales no eran grupos sociales tan seguros como los sesudos catedráticos universitarios.

En efecto, la Inquisición iba a mostrarse siempre particularmente recelosa de poner en lengua vulgar ciertas cosas que en latín -manejado por una élite muy bien controlada, la universitaria, y aliada del mismo poder que sostenía el Santo Oficio- no le parecían peligrosos. El caso de las propiedades abortivas atribuidas a algunas plantas es paradigmático. Así ocurrió, a partir del índice de 1632, con la prestigiosa obra de los comentarios a Dioscórides de Andrés Laguna, en su versión castellana. Así ocurrió también, sin duda, con el caso que nos ocupa, ya que la Historia de yervas y plantas, en su página 255 se ocupa de la planta llamada "Pan porcino" o "Cyclaminus rotunda" (Cyclamen hederifolium Ait.) y de ella se afirma: "Dizen que, si una muger preñada passare por encima solamente, abortara".

Así pues, unas veces por unos motivos, otras por otros, el caso es que muchos de los ejemplares de esta Historia de yervas y plantas que salieron de las prensas de Juan Lacio allá por el año 1557 con títulos y portadas modificadas ante el temor de que fueran interceptados, siguieron sufriendo pacientemente durante los años posteriores arbitrarias intervenciones de los censores inquisitoriales. Por un lado, la aleatoria intervención de los expurgadores, su imprevisible agresividad o inhibición, la convertían en una cuestión doblemente peligrosa, incluso más allá de la mera motivación religiosa de su actuación. Pero por otro lado, esa aleatoriedad permitió un margen de maniobra tanto a autores y editores como, sobre todo, al público lector. Gracias a alguna de esas estrategias de protección, o gracias simplemente a la fortuna material del propio objeto, disponemos hoy de ejemplares de la Historia de yervas libres de tachaduras, sin hojas arrancadas o, incluso, que ostentan orgullosos el nombre insigne de "Leonardo Fuchsio Alemán, varón docto en Medicina".

Esta pequeña heroicidad protagonizada en silencio, discretamente, por este modesto volumen, bastaría, a nuestro entender, para justificar esta edición como un acto de reconocimiento a un libro y a todos los lectores y lectoras que han contemplado sus páginas, libres de prejuicios y de deseos de controlar y vigilar lo que los demás leían, durante estos sus primeros cuatrocientos cincuenta años de vida. Que cumpla muchos más.

© Copyright: José Pardo Tomás 1998.

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José Pardo Tomás

(Institució "Milà i Fontanals"

CSIC, Barcelona)