Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVI, nº 927, 15 de junio de 2011

[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

ENERGÍA Y CIUDAD: UN ENFOQUE POSTAMBIENTAL

Armando Páez García
Práctica independiente, Puebla, México
aaopz@yahoo.com

Recibido: 20 de septiembre de 2010. Devuelto para revisión: 10 de octubre de 2010. Aceptado: 10 de diciembre de 2010.


Energía y ciudad: Un enfoque postambiental (Resumen)                                                

La teoría urbana no incorporó la cuestión energética en sus primeros análisis. Este vacío significó que las ciudades no fueran construidas con criterios de eficiencia energética durante el siglo XX. Algunos autores consideraron este tema debido a la crisis petrolera de la década de 1970, pero sus propuestas fueron ignoradas cuando los precios de la energía cayeron unos años después. En la década de 2000, teniendo en cuenta los estudios sobre el cenit de la producción petrolera, nuevos escritos han puesto atención en la relación ciudad-energía. Todos estos trabajos sirvieron de base para definir un modelo urbano pospetróleo; algunas de sus recomendaciones tienen relación con el manejo del territorio, específicamente, las que tratan la planeación urbana y el uso del suelo, el aprovechamiento de fuentes renovables de energía y el metabolismo urbano. Se propone tratar la energía como un problema en sí mismo, no como un subtema de la cuestión ambiental. 

Palabras clave: Teoría urbana, transición energética, modelo urbano pospetróleo.


Energy and city: A post-environmental approach (Abstract)

Urban theory did not incorporate the energy question in its first analysis. This vacuum meant that cities were not built with energy efficiency criteria in the twentieth century. Some authors considered this issue due to the oil crisis of the 1970s, but their proposals were ignored when energy prices fell a few years later. In the 2000s, taking into account the studies on peak oil, new writings have paid attention to the city-energy relation. All these works formed the basis for defining a post-petroleum urban model; some of its recommendations are related to land management, specifically those dealing with urban planning and land use, renewable energy use, and urban metabolism. It is proposed to treat energy as a problem in itself, not as a matter of the environmental question.

Key words: Urban theory, energy transition, post-petroleum urban model.


La reflexión sistemática sobre la ciudad comenzó en el siglo XX. La preocupación sobre los problemas urbanos se acentuó después del III Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM, 1930). A partir del IV CIAM (1933), los principios del funcionalismo orientaron a la teoría y la planificación urbana. Tres décadas después, la crítica a estos principios retomó y originó diferentes miradas sobre la ciudad (formalista, semiótica, cibernética, sociológica, política, etc.). Al concluir la primera década del siglo XXI, esas miradas o tendencias se integran en una propuesta que plantea la competitividad urbana, conformando una corriente de pensamiento y praxis que podemos denominar “gestión estratégica”: la inserción de la ciudad en los circuitos financieros y de producción-consumo-justicia global. Se habla de ciudades empresariales e informacionales, pero también cooperativas, participativas, equitativas y ambientalmente amigables, “un nuevo urbanismo”[1]. Sin embargo, aunque se hace una reflexión sobre el futuro (visiones a mediano y largo plazo), no se discute uno de los factores que determinó el desarrollo urbano y el actual modelo civilizatorio; este factor es la energía barata, especialmente, el petróleo.

Bajo mi perspectiva, hay cuatro momentos críticos en la evolución de la teoría urbana, tres de ellos ampliamente reconocidos: la publicación de La carta de Atenas en el IV CIAM (1933) (comienzo del funcionalismo como corriente dominante); el fin del CIAM  (1959) (fin del funcionalismo como corriente dominante); la publicación de Agenda 21 en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo o Cumbre de la Tierra (1992) (influencia del ecologismo, búsqueda de la sostenibilidad urbana). Ahora bien, entre el fin del CIAM y la Cumbre de la Tierra la teoría urbana sufrió un quiebre tan importante como los antes mencionados, pero su relevancia ha sido ignorada. Ese quiebre no fue fruto de un acto académico o un cónclave posCIAM, fue producido en la década de 1970, indirectamente, por una guerra. Años más tarde, la entropía, no la reflexión teórica sobre la ciudad, marca el límite de ese olvido.

Crisis energética y teoría urbana

El 6 de octubre de 1973 Egipto y Siria invadieron Israel, este capítulo del conflicto árabe-israelí es conocido como la Guerra del Yom Kippur. Si bien el enfrentamiento duró menos de un mes, sus consecuencias marcaron el fin de una etapa histórica. Debido a esta guerra el precio del barril de petróleo crudo se cuadruplicó, pasando de menos de 3 dólares al comenzar octubre de 1973 a más de 11 dólares al terminar el mes de diciembre de ese año. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), dominada por países árabes, recortó la producción e impuso un embargo contra Estados Unidos y Países Bajos por apoyar a Israel. Shock petrolero. Para algunos analistas, esta crisis marcó el fin de la “edad de oro” del capitalismo, ya que lo que trajo consigo fue inflación, recesión y desempleo[2].  La crisis económica se agravó en 1979 con el nuevo aumento de los precios que provocó la Revolución Islámica en Irán y el inicio de la guerra entre este país e Irak en 1980. El mundo súbitamente cobró conciencia de su dependencia del petróleo, especialmente los países desarrollados capitalistas.

Esta situación también marca, indica Carlos García, el fin del modelo urbanístico inspirado en el Plan General de Ordenación Urbana, figura legal encargada de trasladar a la realidad las teorías urbanas del movimiento moderno, “columna vertebral” del urbanismo durante la mayor parte del siglo XX: las ciudades se inundaron de pobreza y obsolescencia funcional, el poder político, abrumado por agudas problemáticas sociales, comenzó a apoyar todo lo que significara la creación de puestos de trabajo, el crecimiento urbano, uno de los factores que podía dinamizar la economía, dejó de ser algo a controlar para pasar a ser algo que había que fomentar a toda costa. De esta manera aparecieron los primeros reclamos a favor de que la planificación se adaptase a la nueva realidad urbana, una realidad cambiante y conflictiva que no se podía abordar desde los objetivos a largo plazo de los planes generales tradicionales, era necesario redefinir, por lo tanto, los instrumentos urbanísticos heredados del movimiento moderno. Sin embargo, indica García, no se definió un cuerpo teórico eficaz, por lo que al reactivarse el crecimiento económico en la década de 1980, los técnicos arrinconaron los planes generales y las normas urbanísticas para lanzarse a los brazos de los inversionistas privados. A partir de entonces la ciudad comenzó a proyectarse de manera parcial y a corto plazo, la desregulación tardocapitalista había llegado al urbanismo: se desmantelaba el sistema de planificación para dar paso a la “ciudad de los promotores”[3].

Además del quiebre en la gestión urbana que señala García, lo que el shock petrolero de 1973 puso en evidencia, y aquí se presenta el otro momento crítico en la evolución de la teoría urbana, fue el nulo tratamiento que el urbanismo le daba a la energía. Apenas comenzaba a considerarse el metabolismo urbano y los flujos energéticos bajo una mirada ecológica[4] , no energética en sí misma. La relación ciudad/urbanismo/asentamientos humanos-energía comienza a analizarse a finales de la década de 1970. En las conclusiones del XIV Congreso de la Asociación Internacional de Urbanistas (AIU), celebrado en 1979, se reconoció “la pobreza de nuestro saber y nuestra quasi-incapacidad para tomar en cuenta los problemas energéticos en el ejercicio de nuestra materia”[5].

Gracias a la Guerra del Yom Kippur, la palabra “energía” comenzó a aparecer en el vocabulario de los planificadores urbanos, hizo a algunos reparar que la mayoría de los modelos urbanos habían ignorado consideraciones energéticas y, por extensión, que las ciudades no habían sido diseñadas para ser energéticamente eficientes[6].  La razón de este desconocimiento o vacío teórico ya se explica en esos años, Ramón Martín lo expone con estas palabras:

El carbón primero que hizo posible el ferrocarril y sustentó la avanzada del maquinismo, la electricidad después y, finalmente, el petróleo, han determinado el surgimiento de la ‘energépolis’, la ciudad concentrada y dispersa a la vez, construida desafiantemente por obra de un ingenio civilizatorio, supuestamente respaldada por un flujo incesante y ampliable sin límites, de energía barata[7].

Sin embargo, la relación energía-desarrollo urbano dejó de problematizarse cuando los precios del petróleo disminuyeron a mediados de la década de 1980. Aunado a esto, la orientación de la teoría urbana cambia por la influencia del discurso del desarrollo sostenible, de esta manera, el crecimiento económico, el desarrollo social y la protección ambiental son los nuevos ejes rectores, la intención es resolver, entre otros asuntos, la contaminación atmosférica, el cambio climático, la pobreza y la exclusión[8]. La energía se plantea como un subtema de la cuestión ambiental, lo urbano dentro de la cuestión social. No se comprendió la relevancia del quiebre teórico urbano-energético ocurrido años antes.

El cenit de la producción petrolera

En 1998 el precio del petróleo registró su nivel más bajo desde la crisis energética de la década de 1970. Ese año, la revista Scientific American publicó en un reporte especial una serie de artículos sobre el futuro de la industria petrolera, en uno de ellos el geólogo Colin Campbell y el geofísico Jean Laherrère indicaron que la sociedad encararía “pronto” el fin del petróleo abundante y barato del que dependen todas las naciones industriales. No hablaban del agotamiento absoluto del hidrocarburo, sí de rendimientos decrecientes y de la necesidad de planificar e invertir para que la transición a una economía pospetróleo no fuera traumática[9]. En otro artículo de ese reporte, Roger Anderson, experto en tecnología petrolera, muestra algunas de las técnicas que se utilizarán (ya se emplean) para extraer petróleo no convencional (petróleo caro). Concluye que aunque es poco probable que el avance de la tecnología elimine completamente la inminente caída en la oferta de petróleo crudo, comprará tiempo crítico para hacer una transición ordenada a un mundo que obtendrá su combustible de otras fuentes de energía[10]. Tanto Anderson como Campbell y Laherrère señalan la frontera de la era del petróleo, pero no van más allá.

A partir de 2004 el precio del barril de petróleo crudo comenzó a registrar un aumento considerable, alcanzando su punto máximo a mediados de 2008, pasando por algunas semanas de los 100 dólares —incremento que debemos señalar como una de las causas de la actual crisis económica, financiera y social que experimentan con más o menos penurias todos los países del mundo—. En los primeros diez meses de 2010 el precio promedio fue de 78.08 dólares, petróleo caro si lo comparamos con los 14.40 dólares de 1998 e incluso los 41.47 dólares de 2004[11]. ¿Estamos ya en la etapa que anunciaron Campbell y Laherrère? La demanda y la especulación son factores que influyen de manera importante en la fijación del precio, pero también están aumentando los costos de producción en todo el mundo: los nuevos yacimientos requieren de mayores inversiones (tecnología, energía, insumos, recursos humanos especializados) por su ubicación geográfica y/o características geológicas. Un buen ejemplo es lo que sucede en México, donde Cantarell, campo supergigante ubicado en la Sonda de Campeche en el Golfo de México, del que se llegaron a extraer más de 2 millones de barriles diarios de petróleo crudo, registró su punto máximo en 2004, su caída desde entonces ha sido dramática, produciendo en septiembre de 2010 alrededor de 470 mil barriles diarios[12]; aún no se cuenta con tecnología para explotar intensivamente los grandes y complejos yacimientos que podrían sustituirlo, localizados en el Paleocanal Chicontepec (al norte de los estados de Puebla y Veracruz) y las aguas profundas del Golfo de México.

Tanto el anuncio de Campbell y Laherrère como los acontecimientos de la segunda mitad de la década de 2000 nos llevan a hablar del fin del petróleo barato, más aún, del fin de la energía barata en general si tenemos en cuenta la petrodependencia de la economía global, los mayores costos de operación de la industria energética (se necesita energía para producir energía), la manera como el precio de la energía afecta las balanzas comerciales y los cumplimientos de deuda y que la explotación del gas natural, el carbón y el uranio —recursos empleados en la generación de electricidad— también presenta o presentará un comportamiento de rendimientos decrecientes, con un aumento de los costos de extracción y producción conforme se vayan agotando los yacimientos más fácilmente asequibles, como en el caso del petróleo.

Energía y urbanismo

Este fin de la energía barata nos conduce nuevamente a los autores que a finales de la década de 1970 y la primera mitad de la década de 1980 analizaron la ciudad y la planificación territorial con criterios energéticos. Ese quiebre en la teoría urbana nos aporta elementos para definir y entender la problemática que se presenta, la cual no fue contemplada por el funcionalismo y su crítica. Incluso el discurso del desarrollo sostenible, su influencia en la teoría urbana (ecourbanismo, urbanismo/ciudad sostenible, ciudad ecológica, ecociudad), no discute el desafío que significa vivir en un mundo, cada vez más urbanizado, de energéticos caros. Agenda 21[13] no tiene en cuenta, a pesar de que define un proyecto social global pensando en las “generaciones futuras”, el cenit de la producción petrolera, fenómeno planteado desde la década de 1950[14] y expuesto nuevamente pocos años antes de la Cumbre de la Tierra[15] que indudablemente conformará el futuro.

La perspectiva urbano-ambiental se concentra en gestionar la disminución del impacto en el medio ambiente de la producción y el consumo de energía. La perspectiva urbano-energética define la transición energética más allá de lo ambiental, sin ignorarlo: el paso a una nueva etapa histórica determinada por el encarecimiento y paulatino agotamiento de los recursos energéticos que posibilitaron el devenir de la humanidad y el crecimiento de las ciudades desde el siglo XIX.

La perspectiva urbano-energética y las recomendaciones presentadas en Jackson (1978), Urbanisme (1979), AIU (1981), Martín (1981), Burchell y Listokin (1982), Laconte, Gibson y Rapoport (1982), SAHOP (1982), Van Til (1982), Chaline y Dubois-Maury (1983), Mara (1984), Meier (1984) y Owens (1986), no son muy diferentes a las surgidas al comenzar el siglo XXI como las que podemos leer en Kenworthy (2003, 2007), Droege (2006), Lerch (2007) y Newman (2007), las cuales tienen en cuenta las advertencias sobre el fin del petróleo barato y el cenit de su producción. ¿Qué modelo de ciudad y de ocupación del territorio surge del quiebre teórico urbano-energético, de la reflexión que problematiza el cenit de la producción petrolera y de los análisis y estudios de diversos autores que tratan algún problema relacionado con la ciudad y la energía bajo una perspectiva ambiental, sociológica o energética, como Hayes (1976), Odum y Odum (1981, 2001), UNCHS (1991, 1996), Winter (1994), OECD (1995), Bettini (1998), Corominas (1996), Merlin y Traisnel (1996), Capello, Nijkamp y Pepping  (1999), Girardet (1999) , Mega (2005), Higueras (2006)  y  Pardo (2006)?

La revisión bibliográfica permitió definir un “modelo urbano pospetróleo”[16], el cual presenta recomendaciones considerando los siguientes temas y subtemas, éstos se proponen como guía para el análisis y la gestión de lo que podemos llamar un “urbanismo energético”[17]:

·          Transporte: a) peatones, b) transporte público, c) uso de la bicicleta, d) uso del automóvil
·          Arquitectura
·          Planeación urbana y uso del suelo: a) bioclimatismo, b) densidad urbana, c) ordenación del territorio
·          Fuentes renovables de energía
·          Ahorro y eficiencia energética
·          Metabolismo urbano: a) agua, b) materiales, c) residuos, d) alimentos.

Un modelo urbano pospetróleo debe contar con una red accesible y consolidada de transporte público eléctrico, con zonas peatonales y ciclovías; esta red debe ubicar nodos y puntos de enlace en núcleos urbanos específicos, las políticas de transporte y de uso del suelo deben estar integradas. Las diferentes zonas de la ciudad deben mezclar funciones (uso mixto) ofreciendo servicios comerciales, gubernamentales, educativos, de recreación, etc., favoreciendo el crecimiento en altura (cuatro niveles a lo mucho) en vez de su extensión, pero evitando que la densidad sea demasiado alta para no generar problemas sociales o ambientales. Debe fomentarse una concentración descentralizada.

La ciudad debe pensarse y construirse con base en el clima, la humedad, la insolación y los vientos de la región donde está asentada, integrando el aprovechamiento de la energía solar y en lo posible las otras fuentes renovables. Son los criterios bioclimáticos y ecológico-energéticos los que conducirán el diseño arquitectónico y urbano en vez de caprichos formales tan en boga en la arquitectura y el diseño urbano posmodernos. La ciudad debe aumentar su arbolado y las zonas verdes por motivos estéticos, de habitabilidad y climáticos.

Si bien la arquitectura y el urbanismo bioclimático definen la agenda del ahorro y la eficiencia energética de la ciudad, también debe fomentarse el fin del desperdicio y de la cultura del derroche, tanto con los modos de vida como con la adquisición de mejor tecnología. La ciudad debe ahorrar agua, administrarla, limpiarla y reutilizarla, esta lógica también debe aplicarse con el manejo de materiales y los residuos que se generen. Los residuos orgánicos deben reintegrarse a la tierra, sobre todo para permitir el desarrollo de una agricultura urbana/periurbana que alimente a la ciudad buscando su autosuficiencia. La protección y regeneración de suelos agrícolas, bosques y ecosistemas y su manejo adecuado debe hacerse no con la intención de un conservacionismo per se, sino para obtener materiales para las actividades del asentamiento.

En términos generales ésta es la nueva utopía (oposición o resistencia al orden existente por la proposición de un orden radicalmente distinto), la visión urbana pospetróleo. Algunas de las recomendaciones presentadas ya son realidad en varias ciudades, ya sea por una conciencia energética y/o ambiental, por el encarecimiento de los combustibles o por la escasez de recursos, alternativas que responden tanto a los excesos como a las carencias.

El modelo esbozado pretende servir de guía para adaptar los sistemas urbanos a las nuevas condiciones energéticas, es indudablemente perfectible, esa adaptación debe hacerse a través de políticas concretas, con instrumentos legales, con esquemas de financiamiento y fiscalización (marco institucional). El ingenio humano, la búsqueda de soluciones para problemas comunes, la organización comunitaria y empresarial, la intuición de los comerciantes para detectar oportunidades de negocio, la desesperación, la inercia que ha condicionado el crecimiento urbano, las fortalezas y debilidades del sistema político local, entre otros factores, se conjugarán para dar forma y vida a las ciudades que surgirán durante y después de la transición energética.

Ahora bien, este modelo señala aspectos tecnológicos que van más allá de los alcances de este análisis y del urbanismo en general, son temas relacionados con la ingeniería, como el desarrollo de paneles solares, aerogeneradores, materiales, equipos, etc. Lo que interesa destacar en este artículo es la dimensión territorial del modelo urbano pospetróleo, que se expresa específicamente en la planeación urbana y uso del suelo, el aprovechamiento de fuentes renovables de energía y el metabolismo urbano.

Planeación urbana y uso del suelo

Una ciudad menos dependiente del automóvil (recomendación sugerida para la movilidad) requiere integrar sus políticas de transporte y uso del suelo buscando frenar e incluso revertir su dispersión en el territorio. Desde la década de 1970 se plantea como una alternativa al patrón urbano producido por el funcionalismo y el petróleo barato (zonificación-dispersión-suburbanización) la “ciudad compacta”, lo que no ha estado libre de polémica, ya que si bien se reconoce el ahorro de energía que produciría en relación con el transporte, puede generar una serie de problemas de tipo social y ambiental e incluso no traer beneficios energéticos absolutos por la menor capacidad para aprovechar el sol y las energías renovables in situ y la concentración de calor que se generaría en algunas zonas[18]. Ante esto se señala como opción más conveniente no una alta densidad en un solo sector o localidad, sino una “concentración descentralizada”[19] que favorezca la creación de diferentes núcleos de servicios en el asentamiento y la consolidación de diferentes localidades en la región. Se propone también aplicar los principios del bioclimatismo en el diseño urbano en general, donde destaca la obra de Ester Higueras (2006).

La idea central de la planeación urbana y uso del suelo bajo una lógica pospetróleo es promover la concentración descentralizada y el uso mixto del suelo, teniendo en cuenta el clima y la insolación de la región. Se recomienda:

a) bioclimatismo:

·          aumentar el arbolado y las áreas verdes para crear sombra (evitar el fenómeno     conocido como “islas de calor”);          
·          agrupar o separar las construcciones según el clima y la región;
·          fomentar la definición de lotes más pequeños con la intención de ahorrar energía en las construcciones (zonas frías);
·          definir la anchura de las calles según el clima (sol y vientos);
·          trazar el sistema viario respondiendo a criterios de soleamiento y viento local y respetando la topografía;
·          fomentar una morfología urbana que genere fachadas bien orientadas, creando parques o patios si es necesario;

b) densidad urbana:

·          agrupar actividades (educación, trabajo, recreación, comercios) y viviendas en núcleos urbanos para permitir un fácil acceso;
·          adecuar los patrones de uso del suelo para fomentar la concentración de actividades (uso mixto);
·          evitar densidades demasiado bajas;
·          promover la construcción relativamente baja (no más de cuatro pisos) con altas densidades;
·          adoptar un estilo de vida más “localizado”;
·          promover formas y estructuras espaciales que propicien la concentración versus la dispersión a nivel intra-urbano;
·          promover la dispersión de centros urbanos versus las grandes concentraciones metropolitanas a nivel regional;
·          prohibir la dispersión urbana (conurbaciones);
·          integrar usos del suelo;
·          rehabilitar y reutilizar edificios;
·          aprovechar los lotes baldíos;
·          desarrollar las actividades con alta asistencia de gente alrededor de nodos de transporte público;
·          no fomentar la zonificación;
·          crear proximidad (rehabilitación y/o creación de funciones urbanas, recuperación de la habitabilidad integral del conjunto o de partes del tejido urbano);
·          favorecer el desarrollo de nuevos proyectos en las zonas ya desarrolladas o centrales; en caso de que no se pueda, se debe garantizar el acceso a los nuevos desarrollos a través del transporte público;
·          rejuvenecer las ciudades interiores;
·          construir estacionamientos subterráneos;
·          aumentar la densidad en torno de los corredores y estaciones de transporte público;
·          integrar la planificación energética y la planificación urbana;
·          definir una planificación integral;

c) ordenación del territorio:

·          crear reservas territoriales;
·          preservar tierras agrícolas, espacios rurales y ecosistemas en los alrededores de la ciudad;
·          crear un organismo que coordine la planeación y el uso del suelo a nivel regional.

Fuentes renovables de energía

El desarrollo de estas fuentes tomó un fuerte impulso a partir de la crisis energética de 1973, de hecho su utilización ya fue motivo de una conferencia organizada por Naciones Unidas en 1961. La caída de los precios del petróleo en la década de 1980 y los costos de desarrollo de estas alternativas impidieron que su utilización tuviera al comenzar el siglo XXI un mayor impacto en todo el mundo. A continuación se presenta una síntesis de recomendaciones relacionadas con el aprovechamiento de las energías renovables, interesa destacar las alternativas que pueden implementarse en las ciudades o cerca de ellas.

La idea central es la instalación de la tecnología. Se recomienda:

·          promover un pluralismo energético (diversificación de fuentes);
·          estudiar el potencial energético renovable a escala urbana y municipal;
·          fomentar un modelo energético descentralizado;
·          gestionar y organizar el sector urbano-energético;
·          fomentar la generación distribuida;
·          fomentar la instalación de plantas de generación de electricidad de pequeña escala;
·          definir normativas de construcción que favorezcan el uso de celdas fotovoltaicas y colectores solares (alturas, forma, orientación);
·          instalar colectores solares;
·          instalar celdas fotovoltaicas;
·          obtener biogás a través de digestores (a partir de residuos orgánicos);
·          aprovechar si es posible la energía geotérmica;
·          aprovechar si es posible la energía hidráulica a pequeña escala;
·          aprovechar si es posible la energía eólica;
·          aprovechar si es posible la energía de las olas y las mareas;
·          tener en cuenta la demanda de tierra para las instalaciones (problema económico y de uso del suelo);
·          integrar la política del suelo y el uso de energías renovables;
·          desarrollar plantaciones energéticas (bosques, reforestación y regeneración).

Metabolismo urbano

Indica Abel Wolman que el metabolismo urbano involucra un sinnúmero de operaciones de absorción y de secreción; en la absorción considera todas las materias y productos que la ciudad necesita para el sostén de sus moradores, siendo esenciales el agua, los alimentos y el combustible; en la secreción deben incluirse las aguas residuales, los desechos sólidos y elementos de contaminación del aire[20]. Como ya se comentó, en la década de 1970 la UNESCO aporta un método para estudiar los flujos urbanos de materia y energía[21]. La noción de “pueblo urbano” manejada por Yona Friedman y Richard Meier parte de una visión metabólica de los asentamientos humanos, Meier también considera los flujos poblacionales y de información (obtención de datos, generación de conocimiento) y las organizaciones humanas[22].

La crisis ambiental hace que desde finales de la década de 1980 se vuelva a poner especial atención a los estudios sobre el metabolismo urbano, tanto por los recursos demandados como por los residuos generados, destacando el concepto de “huella ecológica” formulado por William Rees[23]. Describir los flujos de agua, materiales y energía de una ciudad moderna es un problema que el mismo Wolman, pionero en el estudio de este tema, ya reconocía como imposible por la cantidad de datos que deben recopilarse. Sin embargo, es necesario hacer estudios que permitan aproximarse a la dinámica económica-energética-ecológica que sostiene a los sistemas urbanos.

En la década de 1970 las ideas de autonomía y autosuficiencia (no depender de los sistemas centralizados de redes de servicios) fueron valoradas por diversos autores, como el ya mencionado Friedman, Philip Steadman (1978), Brenda Vale (1975) y John Seymour (1991), que es necesario replantear con un sentido más estratégico ante el encarecimiento del petróleo y sus derivados y las complicaciones económicas, sociales y políticas relacionadas.

La idea central de las recomendaciones relacionadas con el metabolismo urbano es producir un metabolismo circular, disminuyendo la demanda innecesaria de recursos y manejarlos de forma eficiente, reduciendo también la generación de residuos, buscando aumentar el nivel de autosuficiencia del asentamiento en relación con su región y el territorio que ocupa; se presentan las que tienen un impacto en el uso del territorio:

a) agua:

·          estudiar los flujos y la distribución de agua en las ciudades;
·          almacenar agua de lluvia (techos, patios, crear instalaciones especiales);
·          tratar aguas residuales (grises y negras);
·          proteger las fuentes de agua (manantiales, ríos, lagunas y lagos, mares);
·          construir digestores (recuperación de los desechos de aguas negras y animales estabulados);

b) materiales:

·          estudiar en lo posible el origen de los materiales que llegan a la ciudad;
·          estudiar en lo posible los flujos y el consumo de los materiales;
·          usar materiales y recursos locales/regionales;
·          usar la tierra (arcilla-arena) del sitio para la construcción;
·          desarrollar la silvicultura en la región (preferentemente en la periferia de las ciudades) para obtener recursos vegetales maderables y no maderables;
·          proteger y manejar los ecosistemas de la región;
·          desarrollar bosques perimetrales;

c) residuos:

·          estudiar la generación y disposición de los residuos;
·          reciclar y reutilizar residuos inorgánicos;
·          reciclar residuos industriales;
·          reciclar y reutilizar los residuos de la construcción;

d) alimentos:

·          estudiar en lo posible el origen de los alimentos;
·          estudiar en lo posible la distribución y el consumo de alimentos;
·          estudiar los flujos agrícolas;
·          buscar la autosuficiencia alimentaria a nivel local/municipal/regional;
·          obtener compost a partir de los residuos orgánicos;
·          construir invernaderos;
·          crear huertos urbanos;
·          fomentar viviendas y conjuntos habitacionales productores de alimentos;
·          preservar tierras agrícolas;
·          generar y restaurar suelos;
·          desarrollar la horticultura y la acuacultura intensiva;
·          desarrollar la agricultura orgánica urbana/periurbana y de bajo impacto para producir alimentos para el mercado local;
·          reciclar residuos de la agricultura;
·          desarrollar acuacultura en tanques, estanques, ríos y costas;
·          desarrollar la estabulación de especies menores y aves de corral;
·          cultivar vegetales y otros alimentos en techos, lotes vacantes, canales, terrenos de instituciones públicas, a lo largo de caminos y en pequeñas granjas urbanas, usando aguas residuales y residuos orgánicos;
·          retornar el desecho orgánico a la tierra;
·          instalar granjas urbanas y manejar policultivos en la periferia de la ciudad;
·          preservar tierras para la agricultura;
·          crear pastizales;
·          integrar la producción, procesamiento, distribución, consumo y manejo de residuos del sistema alimentario local a la planificación;
·          multiplicar la biomasa y la biodiversidad;
·          desarrollar una agricultura sustentada en la comunidad (grupos, asociaciones, cooperativas de productores y consumidores).

Gestión urbano-energética

En síntesis, se debe evitar que el asentamiento se expanda; el diseño arquitectónico y urbano debe ser regido por principios bioclimáticos; se debe contar con reservas territoriales para aprovechar las fuentes renovables, sobre todo la energía solar y la eólica (si es posible) para generar electricidad, y para producir alimentos y diversos materiales que serán consumidos por los habitantes de la ciudad. Crear estas reservas y limitar el crecimiento de la mancha urbana requiere de la intervención del gobierno local y por la dimensión de la inversión que se necesita seguramente del federal. Desarrollar nuevos sistemas de cooperación y asociación entre las organizaciones civiles, los centros de investigación, los gobiernos y las empresas privadas (nacionales y extranjeras) será vital para instrumentar políticas urbano-energéticas que permitan gestionar la sostenibilidad social, siempre teniendo presente el costo de esta gestión y la presencia de rendimientos decrecientes[24].

La implementación de la agenda urbano-energética precisa de marcos institucionales, es decir, leyes, normas, políticas, programas, recursos humanos. Al estudiar el caso específico de México[25] se identificó que en términos generales las ciudades de este país carecen de condiciones institucionales para gestionar el modelo urbano pospetróleo, no están preparadas para la transición energética ni se están encaminando a ello. Esta situación lleva a pensar en las carencias de otros países. Cada provincia o estado y cada municipio debe desarrollar ese marco institucional, trabajar en los temas pendientes considerando que en los próximos años el encarecimiento de los energéticos producirá una situación económica y financiera adversa. La gestión urbano-energética deberá instrumentarse con criterios de austeridad y un manejo prudente de las finanzas públicas. La eficiencia y el ahorro de energía que propone el modelo urbano pospetróleo tiene como uno de sus objetivos favorecer el ahorro económico en general, especialmente a escala local.

Debe tenerse en cuenta que la transición energética será de un recurso dominante de mayor calidad (petróleo) a menor calidad (carbón, gas natural, sol, viento, corrientes de agua, biomasa, etc.); las transiciones anteriores siempre fueron de menor a mayor calidad energética (madera a carbón, carbón a petróleo), esto afectará la productividad económica. Sin duda la energía nuclear de fisión puede incrementar la generación de electricidad, pero aún es un grave problema el manejo de los residuos radiactivos y las reservas de uranio no son infinitas. La energía nuclear de fusión y el hidrógeno no serán la solución, al menos para las próximas décadas: la primera porque continúa en su etapa experimental y la segunda porque se requiere electricidad para producirlo[26]. Tampoco se debe ignorar la “tasa de retorno energético” de las diferentes opciones, ya que define su viabilidad a largo plazo[27],  así tenemos que algunas alternativas valoradas ambientalmente porque su emisión de dióxido de carbono es baja, como el etanol, tienen un alto costo energético e incluso provocan, indirectamente, daños ambientales.

Conclusión

La gestión de una política urbano-energética (transporte público, concentración descentralizada, bioclimatismo, fuentes renovables, ahorro y eficiencia energética, metabolismo circular) debe entenderse como un problema organizacional o institucional, no sólo técnico. Los urbanistas, geógrafos, ecólogos, planificadores, ingenieros, administradores públicos y en general todos los que intervienen en la gestión urbana y del territorio, deben incorporar la dimensión energética en sus análisis así como ya se tienen en cuenta factores económico-financieros, de justicia social y ambientales, es un asunto transversal.  

La cuestión energética debe plantearse más allá del discurso del desarrollo sostenible, no analizarse como un problema ambiental, sino como un problema en sí mismo que tiene consecuencias en el desarrollo y la sostenibilidad social y en el medio ambiente. Indudablemente el consumo energético tiene un impacto ambiental —precisamente por esto se le trata como una variable de este tipo—, pero también es un fenómeno económico y los patrones energéticos se reflejan en la dinámica territorial y los requerimientos espaciales. La transición ordenada a un mundo pospetróleo plantea desafíos de planificación que van más allá del deterioro ecológico: la energía posibilita lo urbano, el petróleo barato conformó las ciudades y áreas metropolitanas durante el siglo XX. Una de las características de ese siglo fue la energía barata; la primera mitad del siglo XXI, al menos, no será así. Esto no lo discute Agenda 21.


Notas

[1] Fernández, 1997; Ascher,  2004; Arce, Cabrero y Ziccardi,, 2005.

[2] Glyn et al., 1990; Hobsbawn, 1994; Barciela, 2005

[3] García, 2004

[4] UNESCO, 1974

[5] Delfante, 1981, p.2

[6] Burchell y Listokin, 1982; Laconte, Gibson y Rapoport, 1982; Sharpe, 1982

[7] Martín, 1981, p. 10

[8] WCED, 1987; UN, 1992

[9] Campbell y Laherrère, 1998

[10] Anderson, 1998

[11] Disponible en <http://tonto.eia.doe.gov/dnav/pet/hist/LeafHandler.ashx?n=pet&s=rclc1&f=m> (consulta: 3 de noviembre de 2010)

[12] Disponible en <http://sie.energia.gob.mx> (consulta: 3 de noviembre de 2010)

[13] UN, 1992

[14] Hubbert, 1956, 1962

[15] Hall, Cleveland y Kaufmann, 1986

[16] Páez, 2009

[17] El concepto ya es propuesto en Chaline y Dubois-Maury, 1983

[18] Breheny, 1992; Burton, Williams y Jenks, 1996; Lin y Yang, 2006

[19] Martín, 1981; Van Til, 1982

[20] Wolman, 1967 [1965]

[21] UNESCO, 1974

[22] Friedman,  1977a [1975], 1977b; Meier, 1984 

[23] 1992. Se hace una presentación más elaborada en Wackernagel y Rees, 1996

[24] Tainter, 2003, 2006

[25] Páez, 2009 

[26] Reynolds, 2002; Smil, 2003

[27] Hall, Cleveland y Kaufmann, 1986

 

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[Edición electrónica del texto realizada por Anna Solé y Miriam-Hermi Zaar]


Ficha bibliográfica:


PÁEZ GARCÍA, Armando. Energía y ciudad: Un enfoque postambiental. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de junio de 2011, Vol. XVI, nº 927.<http://www.ub.es/geocrit/b3w-927.htm>. [ISSN 1138-9796].