Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVI, nº 931, 15 de julio de 2011

[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

LOS ESTUDIOS SOBRE EL DESCENSO HISTÓRICO DE LA FECUNDIDAD EN ESPAÑA Y SUS PAUTAS TERRITORIALES: UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

Fernando Gil Alonso
Facultat de Geografia i Història, Universitat de Barcelona
fgil@ub.edu

 

Recibido: 25 de octubre de 2010. Aceptado: 30 de noviembre de 2010 


Los estudios sobre el descenso histórico de la fecundidad en España y sus pautas territoriales: un estado de la cuestión (Resumen)

La transición de la fecundidad en España ha atraído el interés de muchos investigadores debido a la extrema diversidad regional que este proceso ha presentado en nuestro país. Este artículo pretende revisar las aportaciones de los diversos autores a la comprensión de este proceso, que se conoce bastante bien en lo referente a la cronología y a las pautas territoriales que dibujó. Mayor discusión generan las preguntas de cuáles fueron las causas de dicho descenso, por qué empezó antes en unos territorios que en otros, o por qué en unas zonas este proceso tuvo lugar en unas pocas décadas mientras que en otras se prolongo durante mucho más tiempo. Se han formulado diversas teorías a partir del uso de datos agregados, aunque, en los últimos años, el análisis de las causas del descenso de la fecundidad parece decantarse por el uso de indicadores que nos permiten observar los comportamientos reproductivos a un nivel más individual.

Palabras clave: transición demográfica, descenso de la fecundidad, pautas espaciales, España


Studies of the historical decline of fertility in Spain and its territorial guidelines: a state of affairs   (Abstract)

Many researchers have been interested in studying the Spanish fertility transition due to its extremely high regional diversity. This paper intends to revise these contributions, highlighting the main findings. Though there is wide consensus on the process’ chronology and the spatial patterns, more uncertainty however remains on the decline's causes, the reasons why it started earlier in some regions than others, and why it only lasted some decades in some areas and much longer in others. Even though aggregated data have allowed researchers to build different theories, indicators allowing a more individual behaviour perspective are now more frequently being used to analyse the decline causes.

Keywords: demographic transition, fertility decline, spatial patterns, Spain


La transición de la fecundidad en España ha atraído el interés de muchos investigadores no sólo españoles, sino también extranjeros. El porqué de este interés está relacionado con la extrema diversidad regional que este proceso ha presentado en nuestro país: mientras que el descenso de la fecundidad matrimonial –es decir, la que se produce en el seno del matrimonio, que hasta hace unas pocas décadas englobaba, al menos en España, prácticamente todos los nacimientos– se inició en Cataluña en alguna fecha probablemente perteneciente a la primera mitad del siglo XIX, en otras regiones hispánicas como Canarias este inicio se demoró hasta la cuarta década del siglo XX. Investigar las causas de esta diversidad significa, por lo tanto, intentar conocer los mecanismos que generan e impulsan el proceso transicional en unos lugares pero no en otros. Significa, en suma, adentrarse en las entrañas del marco teórico transicional, viaje exploratorio que un buen número de demógrafos y otros estudiosos de la población han realizado en el último siglo.

La revisión de las aportaciones de los diversos autores a la comprensión del proceso de descenso transicional de la fecundidad en España es el objetivo de este artículo. El adjetivo “transicional” es en realidad incompleto al referirse al marco temporal de este artículo, pues debería ser “primo-transicional”. En efecto, si como señala Margarita Delgado[1]  existen dos fases bien diferenciadas en el declive de la fecundidad en Europa, la primera iniciada a finales del siglo XIX –que Coale y Treadway[2] delimitan de manera más concreta al decir que la mayoría de las provincias europeas iniciaron su transición de la fecundidad marital entre 1890 y 1920[3] – y ligada a la primera transición demográfica[4], y la segunda fase, que se produjo en la segunda mitad del siglo XX tras el baby boom –en España, sobre todo a partir de 1975–, y vinculada a la segunda transición demográfica (Van de Kaa, 1987; Lesthaeghe y Neels, 2002), este estado de la cuestión se va ha centrar en el primer periodo, de ahí la referencia en el título al descenso “histórico” de la fecundidad. ¿Por qué esta limitación temporal? Pues porque, como también señala Delgado (2009, p. 408-409, 431), el descenso ligado a la primera transición demográfica presenta grandes diferencias de intensidad y calendario a nivel provincial –alcanzado el coeficiente de variación entre las provincias su valor más elevado–, mientras que, por el contrario, la segunda transición de la fecundidad iniciada en los años setenta evidencia una mayor homogeneidad espacial. Desde el punto de vista del análisis territorial, por lo tanto, es la primera fase del descenso de la fecundidad en España la etapa de mayor interés, y son estas diferencias espaciales las que han atraído la atención de muchos investigadores, tanto españoles como extranjeros. De ahí mi interés como geógrafo por dichos autores.

Los precursores del estudio de la fecundidad en España

La constatación, durante las décadas finales del siglo XIX, de que la “natalidad”[5] estaba disminuyendo en diversos países de Europa occidental hizo saltar las alarmas de políticos e intelectuales y situó la fecundidad en el centro de las preocupaciones de los estudiosos de la población. Francia fue el primer país donde tal declive ocurrió y donde se desató en primer lugar el “miedo al declive demográfico” (Teitelbaum y Winter, 1985). No es de extrañar, así, que fuera un francés, Adolphe Landry (1934), el primero en enunciar algo parecido a lo que después sería conocido como teoría de la “transición demográfica”. En realidad, a este casi único paradigma de la disciplina demográfica se le atribuyen varios progenitores que habrían esbozado más o menos las mismas ideas durante la primera mitad de la pasada centuria. Chesnais (1986, p. 6) menciona como principales candidatos al título honorífico de “padre” de la teoría transicional, además del mencionado Landry, a Warren S. Thompson (1929), Kingsley Davis (1945) y Frank W. Notestein (1945). A este último se le suele considerar como el autor de la formulación clásica de la teoría de la transición demográfica, modelo en principio puramente descriptivo enunciado a partir de la observación de que cada uno de los países industrializados había pasado por tres fases históricas respecto al crecimiento de su población[6]. Pero Notestein, además, vinculó la transición demográfica al proceso de modernización y le dio un carácter universal e inexorable, de obligado cumplimiento para todos los países, construyendo algo parecido a una teoría científica.

Esta paternidad múltiple no es particularmente sorprendente en un contexto de preocupación generalizada por el futuro, tras el shock que supuso la I Guerra Mundial: siendo coetáneos de Oswald Spengler y su famosa obra La decadencia de Occidente (1918-1922), la caída de la natalidad, común a muchos países occidentales, fue interpretada en clave de descenso de “vitalidad demográfica”, síntoma, a su vez, de decadencia de las naciones[7]. Esta visión pesimista se reforzó en los años 30, con la gran crisis económica mundial –la Gran Depresión–, cuando tanto políticos como científicos lanzaron la voz de alarma sobre un mundo futuro en el que los nacimientos serían cada vez más escasos. Algunos demógrafos hicieron proyecciones sobre el negro devenir demográfico de ciertas naciones –como Joseph J. Spengler (1938) respecto a la futura despoblación de Francia– y especularon sobre las posibles causas, mientras economistas como John M. Keynes (1936) y Alvin H. Hansen (1941) analizaron las características de este estancamiento secular en el que poblaciones cada vez más pequeñas se verían incapaces de sostener la demanda agregada necesaria para generar inversiones y mantener el crecimiento económico.

El estudio de la evolución de la fecundidad estuvo, sin embargo, marcado en sus orígenes por la escasez o imperfección de los datos disponibles, la precariedad de las técnicas utilizadas y la finalidad no siempre científica de algunos de los estudios emprendidos, al estar afectada la caída de la fecundidad por múltiples connotaciones de orden político o moral.

En este contexto de creciente interés internacional por la fecundidad, España no tardó en sumarse a esta corriente investigadora (que contaba en nuestro país con una cierta tradición, como reflejan los prólogos de las publicaciones del Movimiento Natural de la Población o el precursor trabajo de José Jimeno Agius, 1885), aunque el retraso relativo de su transición en la mayor parte de las regiones y el elevado nivel que seguía manteniendo la mortalidad, especialmente la infantil y juvenil –y que polarizaba el interés de los estudiosos en su afán por limitar esta sangría demográfica que hipotecaba el desarrollo de la sociedad–, hizo que se hubiera de esperar hasta la década de los años 30 del siglo XX para que la investigación sobre la evolución de la fecundidad española aumentara su rigor científico y adquiriera cierto peso relativo. Fue Josep Antoni Vandellós (1935), discípulo del italiano Corrado Gini y jefe del Servei Central d’Estadística de la Generalitat republicana, la primera figura de relieve[8], si bien centró su atención en la evolución de las cifras catalanas. Tras la Guerra Civil se han de mencionar los nombres de Jesús Villar Salinas (1942), José Ros Jimeno (1943, 1944, 1946, 1948 y 1959), Antonio Arbelo Curbelo (1944), Severino Aznar (1947 y 1962), Javier Ruiz Almansa (1949), José Sánchez Verdugo (1951-1952), Pedro Bustinza Ugarte (1957 y 1958), Salustiano del Campo (1959) o José Ayuso Orejana (1960), entre otros, que desarrollaron su labor principalmente en las décadas de 1940 y 1950[9]. La mayor parte de los artículos de estos autores fueron publicados en la Revista Internacional de Sociología y se recopilaron en Estudios Demográficos, editadas ambas por el Instituto “Balmes” de Sociología del C.S.I.C.

El avance en el conocimiento de la fecundidad española que estos autores representaron debe, sin embargo, relativizars[10]. Una metodología todavía poco sofisticada y unas fuentes escasas y poco explotadas se combinaron con un enfoque excesivamente descriptivo para dar lugar a una investigación superficial que, por el contrario, cuando se arriesgó en la inquisición de los factores causales resultó demasiado mediatizada por el contexto político y por las creencias ideológicas de algunos de estos estudiosos, fuertemente impregnadas por el falangismo y/o el nacional-catolicismo de la época.

No será hasta la década de los 60 y gracias a las aportaciones de dos autores extranjeros[11], J. William Leasure y Massimo Livi Bacci, que el estudio histórico de la fecundidad española alcanzará la mayoría de edad, con la utilización de técnicas de análisis más sofisticadas, empleo crítico de mayor número de fuentes y afán por superar el estadio descriptivo para penetrar, de manera más objetiva, en el análisis de las causas y de sus pautas espaciales. Pasemos revista a continuación a los principales hallazgos de estos dos investigadores, a quienes considero fundamentales para comprender el desarrollo de la moderna investigación sobre este fenómeno en nuestro país.

Las aportaciones clave sobre el declive histórico de la fecundidad en España y sus pautas geográficas

 J. William Leasure

Es curioso el modo en que J. W. Leasure se acercó al estudio del descenso transicional de la fecundidad en España. Tal como describe Ansley J. Coale (1986, p. xix-xx) y recoge Anna Cabré (1989: 63-64), Leasure era un joven graduado en economía en busca de tema de tesis doctoral al que uno de sus profesores, J. Viner, le sugirió que analizara el declive de la fecundidad en España presuponiendo que éste se habría producido, no por un control de la fecundidad matrimonial -pues creía que los españoles eran católicos estrictos como los irlandeses-, sino por una restricción de la nupcialidad. Utilizando metodología entonces novedosa para nuestro país, como el análisis multifactorial, Leasure llegó a conclusiones tan diferentes a las esperadas que sus hallazgos fueron uno de los motivos que inspiraron el famoso estudio del declive de la fecundidad en Europa por provincias, encabezado por A. J. Coale y sus colegas de la Universidad de Princeton (1986).

Estas aportaciones, expuestas en la tesis doctoral, defendida en 1962, y resumidas en un famoso artículo publicado en Population Studies un año después, fueron fundamentalmente seis:

1- El descenso transicional de la fecundidad española tuvo lugar, básicamente, en la primera mitad del siglo XX, con cierto retraso respecto a otros países de nuestro entorno y en contexto de crecimiento económico más bien limitado, lo cual pondría bajo sospecha el supuesto papel determinante de los factores económicos como desencadenante del proceso.

2- Por otro lado, y desmontando las suposiciones del profesor Viner, Leasure puso en evidencia que la reducción de la fecundidad fue principalmente un producto de la limitación voluntaria de la descendencia en el seno del matrimonio más que de una restricción de la nupcialidad por retraso o renuncia al matrimonio. Este control de la fecundidad matrimonial ya era común a todo el territorio en 1950, aunque Leasure encontró grandes diferencias espaciales en cuanto al calendario y a la intensidad del proceso[12].

3- Se produjo una aceptación similar del control voluntario de la fecundidad por parte de las poblaciones urbanas y de las rurales en el seno de cada provincia, con la única excepción de las grandes ciudades como núcleos pioneros.

4- El análisis de la varianza de la tasa de fecundidad matrimonial (TFM) entre regiones y entre provincias dentro de las regiones permitió a Leasure demostrar, por el contrario, que las diferencias territoriales más notables en cuanto al proceso de control de la fecundidad matrimonial eran las existentes entre las distintas regiones, siendo poco significativa la variación interprovincial en el interior de cada una de las regiones. Esto llevó a Leasure (1963, p. 280) a hablar de la presencia de unos patrones regionales de fecundidad. Hacia 1910 éstos dibujaban una clara dicotomía entre la zona de alta fecundidad, situada al norte y al oeste de una línea imaginaria que recorría España de suroeste a nordeste, y el área de baja fecundidad relativa, que comprendía la zona mediterránea desde Francia a Andalucía[13]. Tras el fuerte descenso de la fecundidad matrimonial ocurrido entre 1910 y 1950, que alcanzó su máxima expresión en Aragón y su menor intensidad en Andalucía, las pautas espaciales habían variado algo en esta última fecha, correspondiendo la menor fecundidad a toda la costa este, sobre todo a la antigua Corona de Aragón -de nuevo con mínimos en Cataluña y Baleares-, más otras regiones norteñas, mientras que todo el oeste de España, de norte a sur, aparece como zona de alta fecundidad relativa, con un máximo en la región de León[14].

5- Como quiera que las provincias pertenecientes a la misma región suelen compartir una cultura, una herencia histórica y lingüística comunes, que varía sin embargo entre regiones, el autor dedujo que el factor cultural, de alguna manera
[15], debió jugar un papel determinante a la hora de dibujar las diferencias territoriales en el descenso de la fecundidad marital.

6- Por el contrario, la incidencia de las variables de tipo socioeconómico fue desigual y más pequeña de lo previsto. Partiendo del enunciado clásico de la teoría transicional, el autor definió tres variables independientes correspondientes a industrialización, urbanización y educación, y analizó su grado de correlación con las tasas provinciales de fecundidad matrimonial de 1910 y 1950. Los resultados fueron, en casi todos los casos, decepcionantes: correlaciones poco significativas e, incluso en algunos casos, contrarias a las esperadas, demostrando las tres variables un bajo poder explicativo de las variaciones de fecundidad matrimonial (Leasure, 1963, p. 276)

Estos resultados y otros similares
[16] llevaron a Leasure a la conclusión de que la varianza de la fecundidad marital por provincias podría ser explicada por otros factores de difícil medición, como la cultura y la tradición de un área, que habrían hecho que una región fuera más maleable a los cambios que otras –pone el ejemplo diferencial de Cataluña y el País Vasco–, alterando el impacto de la industrialización, la urbanización y la educación sobre el comportamiento reproductivo de su población (Leasure, 1963: 278-280).

Massimo Livi Bacci

Los hallazgos de J. W. Leasure no sólo inspiraron el European Fertility Project de Princeton, sino que fueron en gran parte confirmados por los resultados de éste (Coale y Watkins, 1986). Dentro de este proyecto, el monográfico sobre España –no editado en forma de libro pero sí en dos artículos publicados en números consecutivos de la revista Population Studies (Livi Bacci, 1968, I y II), agrupados y traducidos posteriormente al castellano (Livi Bacci, 1985)– fue realizado por el demógrafo italiano Massimo Livi Bacci, autor asimismo de las monografías sobre Portugal (1971) e Italia (1977).

El trabajo de Livi Bacci resulta fundamental tanto para el estudio del descenso transicional de la fecundidad como para la historia de la demografía en España: amplió los horizontes temáticos y cronológicos –prolongando hasta el siglo XVIII nuestros conocimientos sobre fecundidad y nupcialidad, y proporcionando nuevos datos para el estudio de la mortalidad y las migraciones–, pero también los metodológicos, realizando aportaciones novedosas tanto a nivel descriptivo como explicativo gracias al empleo de nuevos instrumentos como las técnicas de población estable o los indicadores de Princeton. Y todo ello apoyado en una rigurosa tarea de crítica y reconstrucción de fuentes.

De sus diversos hallazgos, el más sorprendente, y por ello objeto de diversas críticas[17], es su afirmación de que existió una sustancial reducción de la fecundidad matrimonial entre 1768 y 1860, que él estima en torno a un 12-14%, ampliada al 17-20% si se toma como última fecha la de 1887 (Livi Bacci, 1968, I: 98). La idea predominante de que la transición demográfica española aconteció con cierto retraso respecto a la mayor parte de los países de Europa occidental amplió todavía más el eco de esta aportación. Con su afirmación, lo que Livi Bacci estaba sosteniendo era una extensión mucho más precoz de lo que se creía hasta entonces de las prácticas de limitación familiar en España, que mostrarían evidencias de su existencia en las regiones más desarrolladas ya a principios del siglo XIX.

Más aún, los datos del siglo XVIII le llevan a negar el carácter “natural” de su fecundidad, demostrando la presencia de un control de los nacimientos previo al inicio de la transición demográfica, al menos en algunos grupos sociales. A partir de éstos, las prácticas limitadoras habrían sido adoptadas progresivamente por el resto de la sociedad, más mediante un proceso de “ajuste” –utilizando la terminología de Gösta Carlsson (1966)– que de “innovación”. Los desencadenantes de estos nuevos ajustes habrían sido las notables transformaciones experimentadas por la sociedad española en el siglo XIX (Livi Bacci, 1968, I: 100-102).

Los cambios no sólo habrían afectado a la fecundidad dentro del matrimonio. Livi Bacci también afirma, y ésta es su segunda gran aportación, que la modernización de las estructuras económicas y sociales propició una mayor movilidad espacial y social que se tradujo en un incremento de la intensidad de la nupcialidad a lo largo del siglo XIX, hasta niveles cercanos a los de la Europa oriental. Esta tendencia fue compensada, a escala nacional, por un retraso del calendario nupcial –especialmente entre los hombres– y, en determinadas regiones (Galicia, Asturias y Canarias), por una elevación de la incidencia de la soltería definitiva –sobre todo femenina– como consecuencia de un incremento de la emigración masculina (Livi Bacci, 1968, II: 220-224).

Esta referencia al agrandamiento de las diferencias regionales respecto a la nupcialidad entre territorios marcados o no por la emigración exterior sirve para conectar con una tercera contribución de Livi Bacci: el incremento de las disparidades regionales de fecundidad a lo largo del siglo XIX a partir de una situación de poca variabilidad existente a finales del XVIII[18]. Aunque en 1860 la fecundidad legítima ya habría disminuido en la mayoría de las regiones, este descenso no habría incidido igual en todas ellas: las tasas de Baleares y Cataluña fueron las que experimentaron la mayor caída, seguidas después por Valencia y Aragón (Livi Bacci, 1968, II: 226). Estas desigualdades, que alcanzarán su punto álgido en las primeras décadas del siglo XX (hacia 1910 la tasa de fecundidad matrimonial catalana era la mitad que la existente en Canarias) estaban provocadas por el distinto calendario transicional descrito por las regiones españolas.

El autor cierra tal descripción histórica de los patrones regionales de fecundidad con una reflexión en torno a la relación complementaria existente entre los niveles de nupcialidad y de fecundidad matrimonial ya en el siglo XVIII, que tendería a igualar los niveles de fecundidad regionales. Esta reflexión le lleva a admitir como probable para España la teoría que justifica la adopción de medidas de control de la fecundidad legítima cuando la nupcialidad es muy elevada y ejerce una gran presión sobre la tasa de crecimiento (Livi Bacci, 1968, II: 231-232)[19]. Esta última aportación muestra la importancia que este autor atribuye a los factores endógenos al sistema demográfico como causantes del descenso de la fecundidad, frente a la mayor trascendencia de las variables exógenas que se desprende del discurso de Leasure.

Las aportaciones posteriores: tres líneas de investigación

La discusión en torno a las causas de dicho descenso, así como los debates sobre los límites temporales de la transición y sobre sus pautas espaciales, han sido las líneas temáticas que han encarrilado las investigaciones posteriores de otros autores respecto a la transición de la fecundidad matrimonial en España. Aunque no son pocos los investigadores que han tratado simultáneamente las tres dimensiones en sus trabajos, he organizado este apartado del estado de la cuestión, que recoge las aportaciones de las últimas décadas, en estos tres ejes, a saber:

- la cronología de la transición de la fecundidad;
- las desigualdades regionales de dicho proceso; y
- los factores causales, exógenos o endógenos, que explican dichas pautas.

La cronología

¿Cuándo se inició el declive secular de la fecundidad en España? La disponibilidad, a partir del último tercio del siglo XIX, de fuentes estadísticas “modernas” (censos y MNP)[20], ha hecho que la gran mayoría de las investigaciones se haya basado en ellas[21] en el intento de responder a esta pregunta, aunque se han empleado distintas metodologías, fuentes e indicadores. Algunos estudios, sobre la base del enunciado clásico de la transición demográfica, han pretendido examinar la evolución de la tasa bruta de natalidad (y de mortalidad) con el fin de datar sus límites cronológicos y diferenciar sus distintas fases en España. E. Revenga Arranz (1980) publicó en REIS una reseña que recogía, criticaba y clasificaba las aportaciones que sobre el calendario transicional habían efectuado Jordi Nadal (1966, 1984), Juan Díez Nicolás (1971), Salustiano del Campo (1972), Jesús M. de Miguel (1973) y Amando de Miguel (1974), llegando a la conclusión de que no existe acuerdo entre los diversos autores ni en las fechas de inicio y finalización de la transición en España, ni en la periodización de las diferentes fases, ni en el contenido de cada período. Sí hay coincidencia general, por el contrario, en señalar el retraso del proceso español –del cual el descenso de la fecundidad sería uno de sus componentes– respecto al acontecido en la mayoría de los países del occidente europeo[22].

Otro sendero metodológico es el que han andado aquellos autores que, siguiendo los rastros dejados por J.W. Leasure y M. Livi Bacci, han analizado el calendario del descenso transicional en nuestro país mediante la construcción de otros indicadores transversales y longitudinales más complejos que la simple tasa de natalidad.

Armand Sàez (1979), por ejemplo, es el autor de una sistemática reconstrucción de la fecundidad española durante el siglo XX a partir del cálculo de indicadores generacionales (descendencia final y a distintas edades, edad media a la maternidad) y de momento (índice sintético de fecundidad), así como de reproducción (tasas bruta y neta), para el conjunto del Estado. De toda esta información se deduce un continuo descenso de la fecundidad desde principios de siglo hasta la década de los 50 (generaciones nacidas en 1871-75 a 1921-25): El ISF cae de 4,71 hijos por mujer en 1900-01 a 2,46 en 1950-51; la descendencia final, de 4,58 hijos por mujer para las cohortes nacidas en 1871-75 a 2,48 para las de 1921-25 (Sàez, 1979: 1008-1009). Luego experimenta un cierto incremento durante los tres lustros siguientes para declinar definitivamente a partir de los años 70 (generaciones nacidas con posterioridad a 1940).

Esta descripción de la fecundidad española ha sido posteriormente completada por Anna Cabré (1989, 1999), quien, partiendo de los datos de Sàez, añade además otros indicadores, tales como tasas de reproducción general y de reproducción de la fuerza de trabajo. Aunque esta obra es un análisis de la reproducción de las generaciones catalanas[23], incluye también los datos referentes al conjunto de España –y de Francia– para poder contextualizar sus hallazgos para Cataluña, que, como se verá más adelante, son de lo más sugerentes.

Juan Antonio Fernández Cordón (1977, 1978, 1986), por su parte, ha estimado los indicadores anuales de fecundidad general y matrimonial, nupcialidad y reproducción, tanto transversales como longitudinales, a nivel estatal[24]. Los resultados son muy similares a los obtenidos por A. Sàez, que trabajó con períodos quinquenales, y confirma el continuo descenso de la fecundidad que experimentan ya las generaciones femeninas nacidas en las primeras décadas del presente siglo: la descendencia final pasa de 3,28 para las mujeres nacidas en 1901-02 a 2,51 para las nacidas entre 1923-25 (Fernández Cordón, 1986: 62), prosiguiendo la tendencia hacia una limitación de la descendencia observada en las generaciones nacidas en las últimas décadas del XIX.

La coincidencia en los calendarios transicionales descritos por estos tres autores se debe a que todos ellos parten de los mismos datos para realizar sus estimaciones: de los nacimientos de madre casada clasificados por la edad de la madre y del padre (grupos quinquenales) y de los de madre no casada clasificados por la edad de ésta, recogidos por el INE desde 1922. Hasta 1975, esta información sólo se publicó para el total nacional, aunque existen cifras a nivel provincial para todo el período, como lo demuestra el cálculo de diversos indicadores provinciales que han ido apareciendo, desperdigados, en ciertas publicaciones del INE, como las “Reseñas provinciales” o la denominada “Tasas de reproducción” (INE, 1966), así como en algunas monografías del III Plan de Desarrollo. Parte de estos datos fueron recogidos y publicados por Joaquín Leguina (1973). Se trata del cuadro 10-2 que aparece en la 1ª edición de su manual “Fundamentos de demografía” (1973: 228-229), en el que se recoge las tasas brutas de reproducción provinciales de los años 1922, 1925, 1930, 1935, 1940, 1945, 1950 y 1961-65, así como el incremento en el período. Estas tasas brutas de reproducción permiten calcular el índice sintético de fecundidad para todas las provincias a partir de 1922 –años acabados en 0 y en 5–, haciendo posible el análisis territorial de la fecundidad desde esa fecha hasta nuestros días. Con ello entramos en la segunda gran línea de investigación sobre la fecundidad española: la que se refiere a las diferencias espaciales en las trayectorias de transición de la fecundidad matrimonial.

Las pautas territoriales

Los datos procedentes del Registro Civil y de los censos han sido, de nuevo, las principales fuentes de información para estudiar la evolución espacial de este fenómeno. Los primeros, como acabamos de ver, han permitido la construcción de distintos indicadores provinciales de reproducción y fecundidad. Los segundos se han utilizado para elaborar, a partir de las estructuras por sexo y edad de la población de cada ámbito territorial, índices de fecundidad matrimonial a partir de la proporción existente entre la población infantil de 0-4 años y la femenina en edad de procrear: es el método utilizado, por ejemplo, por Leasure. Sin embargo, la aportación más significativa a partir de los datos censales al estudio de las pautas territoriales de transición de la fecundidad ha sido la construcción de los indicadores calculados a escala provincial en el seno del European Fertility Project mediante el método de estandarización indirecta[25] y que se suelen conocer con el nombre de “indicadores de Princeton o de Coale”. Utilizados ya por Livi Bacci (1968), es en el libro que sintetiza los hallazgos del proyecto de Princeton (Coale, Watkins, 1986) donde se publica la serie completa sobre fecundidad general (If), matrimonial (Ig) y extramatrimonial (Ih), además de la incidencia de la nupcialidad (Im), correspondientes a todas las provincias españolas desde el Censo de 1887 hasta el de 1960 (Coale, Treadway, 1986: 144-148).

Estos datos han sido recogidos y ampliados temporalmente –desde 1787 a 1981– por Roser Nicolau (1989, 1991), quien, en su trabajo sobre las distintas trayectorias regionales de la transición demográfica en España, realiza un profundo análisis sobre la evolución de las pautas de fecundidad matrimonial, de nupcialidad y fecundidad general presentes en el conjunto de España[26] y en todas y cada una de sus regiones. Los resultados de este trabajo, en consonancia por lo expuesto por Leasure y Livi Bacci, muestran una gran diversidad de trayectorias transicionales entre unos territorios, como Cataluña o Baleares, que iniciaron precozmente su descenso secular de la fecundidad y otros (por ejemplo, en la Meseta) que no lo hicieron hasta bien entrado el presente siglo.

En concreto, las regiones de antigua Corona de Aragón y de la cornisa cantábrica experimentaron un descenso muy significativo de la fecundidad legítima antes de 1940, muy anterior en Cataluña, seguido por Baleares, Valencia y el resto del este peninsular, y más tardío en Galicia y en las regiones cantábricas (excepto las dos provincias marítimas vascas, relativamente más precoces), donde la caída se concentró en los años 30. Pero mientras que en el primer ámbito territorial esta reducción coincidió con unos elevados niveles de nupcialidad, en las regiones de la cornisa cantábrica y Galicia predominó una baja nupcialidad durante todo el período. En el interior y el sur peninsular, de nupcialidad muy elevada, el descenso de la fecundidad matrimonial fue, por el contrario, mucho más tardío, iniciándose hacia 1930. Desde entonces la disminución de la fecundidad general fue relativamente rápida gracias a que el incipiente descenso de la fecundidad dentro del matrimonio fue acompañado por una intensa caída de la nupcialidad a lo largo de esa década (Nicolau, 1989: 190-191; 1991: 55-59).

Las principales conclusiones del estudio de R. Nicolau son las siguientes:

1- La confirmación de un hecho descrito también por Livi Bacci (1968): el significativo descenso (superior al 10%) de la fecundidad legítima en algunas regiones entre 1787 y 1887, que se frenaría entre esa fecha y 1910 (Nicolau, 1989: 148, 170-171). La ausencia de datos censales para la primera mitad del siglo XIX impide verificar y profundizar más en este hecho.

2- El importante papel jugado por las migraciones como reguladores del crecimiento demográfico (dando salida a los excedentes o atrayendo mano de obra allí donde era necesaria) y por su desigual incidencia sobre la fecundidad. Respecto al primer punto, los movimientos migratorios no sólo explicarían las diferencias regionales de crecimiento, sino que, hasta la década de 1930, dividirían España en dos mitades: la norte, muy afectada por las migraciones, y la sur, de población más sedentaria. Sobre el segundo hecho, Nicolau afirma que las migraciones hacia Barcelona habrían actuado como factores detonantes en la adopción de los comportamientos limitadores de la descendencia en toda la cuenca migratoria de Cataluña[27]. Diferente habría sido el papel de los movimientos migratorios a Madrid o al extranjero procedentes de la zona centro-norte-occidental de la península (y de Canarias): aquí, la emigración, más condicionada por los factores de expulsión que por los de atracción, habría actuado como válvula de escape del excedente poblacional que presionaba excesivamente sobre los recursos, por lo que la fecundidad legítima no comenzó a ser mayoritariamente controlada en esta zona hasta que, por los avatares político-económicos, tales migraciones fueron severamente restringidas.

3- La gran diversidad de las trayectorias transicionales regionales en combinación con su contigüidad espacial: la precocidad del descenso en Cataluña, que fue seguido por las regiones vecinas y después por todo el este español, muestra la existencia de un comportamiento regional común, de la misma manera que lo evidencia la homogeneidad demográfica del cuadrante noroeste peninsular (excepto las zonas industriales vascas), que conforma con áreas adyacentes de Portugal y Francia un territorio marcado por la contigüidad de ciertas características demográficas, como la combinación de una alta fecundidad marital con una débil nupcialidad y una alta emigración (Nicolau, 1989: 148-150, 164).

De los tres puntos anteriores se deduce la existencia de unos grandes conjuntos regionales con comportamientos similares en los que los diferentes fenómenos demográficos están profundamente interrelacionados y se influyen unos a otros de una manera determinada y distinta de como lo hacen en los otros territorios; en consecuencia, también la transición de la fecundidad tendrá características diferentes en cada uno de ellos, lo que dará lugar a trayectorias transicionales específicas.

Esta gran diversidad territorial de trayectorias transicionales también se refleja los trabajos de Margarita Delgado (1988, 2009) sobre el descenso de la fecundidad general y matrimonial. Su tesis doctoral está centrada en el descenso de la fecundidad en España desde 1975; sin embargo, incluye un capítulo (el IV) que analiza la caída secular de la fecundidad hasta ese año a través de una revisión bibliográfica y el empleo de determinados indicadores. Por ejemplo, el descenso de la fecundidad general lo examina a través del índice sintético de fecundidad (ISF) estimado a partir del indicador If para una serie de cortes temporales: 1900, 1930, 1960 y 1975. La autora muestra que entre 1900 y 1930 las provincias catalanas, valencianas, Baleares y las dos provincias litorales vascas muestran la mayor caída de fecundidad general, una disminución entre el 30-40%, mientras que las menores reducciones corresponden a Asturias, Extremadura, Andalucía, Castilla la Vieja, Galicia y Madrid (Delgado, 1988: 113).

Las variaciones de la fecundidad dentro del matrimonio son examinadas por Margarita Delgado a través de los indicadores Ig y TFM (tasa de fecundidad matrimonial o nacimientos legítimos / mujeres casadas de edades comprendidas entre los 15 y los 49 años). Ambos muestran importantes diferencias regionales de fecundidad matrimonial que parecen responder a diferentes modelos de nupcialidad: allí donde la nupcialidad es más tardía y restringida –Galicia, zona cantábrica y Canarias–, mayores son los niveles de fecundidad dentro del matrimonio (Delgado, 1988: 121). Esta relación inversa es típica de regímenes demográficos antiguos, en los que la limitación de la nupcialidad actuaba como barrera para evitar un crecimiento demográfico excesivo ante una fecundidad matrimonial no controlada eficazmente (Coale y Treadway, 1986), al menos al oeste de la línea Trieste – Sant Petersburgo (Hajnal, 1965). Comparando los niveles de Ig existente en 1900 y 1930, Cataluña y Levante aparece de nuevo como la zona con mayor disminución (más del 30%), mientras que el interior peninsular y parte de Andalucía son las zonas con menores descensos, inferiores al 10% (Delgado, 1988: 123)[28].

Semejantes diferencias espaciales en cuanto al calendario e intensidad del descenso de la fecundidad en el periodo anterior a la Guerra Civil, en contraste con la mayor homogeneidad observada en las décadas más recientes, han sido encontradas de nuevo por la autora en un reciente trabajo en el que reconstruye la evolución provincial de la fecundad desde 1900 hasta 2007 (Delgado, 2009). Las diferentes trayectorias transicionales de las provincias y regiones españolas han dibujado, así, unos patrones espaciales de alta y baja fecundidad que han variado con el tiempo: si en 1910 y 1920 son las provincias interiores las que presentan mayor fecundidad, en contraste con las litorales (especialmente las catalanas, valencianas y las islas Baleares), en 1990 el modelo es completamente distinto, con una dicotomía norte (baja fecundidad) / sur (alta fecundidad) que de nuevo se ha modificado en 2007: una línea diagonal entre Huelva y Navarra parece diferenciar las provincias que actualmente tienen mayor fecundidad, al este de dicha línea, de las que tienen menos, al oeste (Delgado, 2009, p. 441-442).

Dichas modificaciones de las pautas espaciales de fecundidad debido a la diferente velocidad de las trayectorias transicionales también pueden ser observadas mediante el análisis de la fecundidad censal retrospectiva, es decir, de la información sobre el número de hijos nacidos vivos que las mujeres alguna vez casadas han tenido, y que los censos españoles recogen desde 1920. Así, el uso de los datos correspondientes a los censos de 1920, 1930 y 1940 me han permitido (Gil Alonso, 1997a, 1997b, 2000, 2005) dibujar estas traslaciones de las pautas espaciales de fecundidad para las generaciones nacidas en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, distinguiendo una serie de regiones de transición rápida y otras más lentas. Entre las primeras destaca Cataluña (con la excepción parcial de Barcelona entre 1920 y 1930 por la inmigración de mujeres con mayor fecundidad), seguida por Valencia, Baleares, Aragón, Madrid, Huelva, así como todo el litoral cantábrico, desde Asturias hasta Guipúzcoa. Todas ellas se caracterizan por un descenso rápido de los niveles de fecundidad matrimonial a través de las cohortes analizadas, incluso si algunos de estos territorios ya partían con descendencias más bajas. Entre las provincias que experimentaron una transición más lenta se encuentran las provincias andaluzas (excepto Huelva), las canarias, la mayoría de las castellano-leonesas y castellano-manchegas, así como las gallegas, especialmente Orense y Pontevedra, que partían de niveles de fecundidad más bajos. De todas ellas, son las andaluzas las que muestran una mayor estabilidad en los niveles de fecundidad a lo largo de las cohortes analizadas (Gil Alonso, 2005, p. 369-370), lo que iría situando progresivamente a la mayor parte de las provincias andaluzas entre las zonas de mayor fecundidad, a pesar de que, según los niveles de fecundidad matrimonial recogidos por el censo de 1920, Andalucía, así como la mayoría de las provincias litorales españolas, se caracterizaban por tener una fecundidad netamente más baja que la existente en las provincias del interior.

Resultados parecidos han sido obtenidos por Devolder et al. (2006) a partir del análisis de las probabilidades de agrandamientos calculadas a partir de las preguntas de fecundidad retrospectiva de los censos de 1970 y 1991, interpretados en forma de cronología de la adopción de comportamientos de limitación de la descendencia, que se habría iniciado en las provincias del este de la península, a partir de las provincias catalanas, para ir ganando poco a poco las provincias mediterráneas más al sur, y luego las del centro-oeste y noroeste de la península (Devolder et al., p. 81).

Por lo tanto, las distintas fuentes utilizadas por los diferentes autores parecen confirmar que el descenso de la fecundidad española se habría iniciado en Cataluña y desde ahí se habría extendido hacia el sur y hacia el oeste en un proceso de difusión facilitado por la contigüidad geográfica y los lazos lingüísticos y culturales. Otro foco difusor de menor cuantía pudo ser el área industrial de Bilbao, que irradió sobre las provincias litorales vascas, mientras que Madrid experimentó también un descenso de la fecundidad pero no lo difundió apenas al estar rodeado de provincias retrasadas en el proceso transicional. Sin embargo, Devolder et al. (2006) llaman a la precaución a la hora de interpretar estas pautas espaciales en términos de difusión de comportamientos, y ponen el ejemplo de Galicia y Asturias, donde las proporciones relativamente bajas, en las primeras décadas del siglo XX, de mujeres alguna vez casadas con un hijo que tuvieron un segundo, parecen evidenciar un comportamiento de control de los nacimientos sin puntos de contacto con el núcleo pionero catalán (Devolder et al., 2006, p. 81).

También la mayoría de las provincias andaluzas parece haber sido poco permeables a una supuesta de difusión de los comportamientos de control, pues se fueron quedando rezagadas en el proceso de descenso de la fecundidad, a pesar de partir de posiciones intermedias a principios del siglo XX en cuanto al número medio de hijos por mujer (Gil Alonso, 2005). En todo caso, no parece existir una relación clara y unívoca entre descenso de la fecundidad (matrimonial) y modernización económica, y aunque la proximidad geográfica y cultural parece haber jugado un cierto papel en la difusión a partir del núcleo pionero catalán, al menos en el este peninsular, esto no ha sido así en todos los casos. Ello es una muestra de la gran complejidad del proceso de descenso de la fecundidad, tan diverso como lo fueron los distintos contextos socioeconómicos y culturales en los que éste se dio.

Esta afirmación conduce directamente al último punto que ha guiado las investigaciones de los estudiosos de la población durante las décadas más recientes, y el que más interrogantes deja abiertos: el referido a las posibles causas del descenso transicional de la fecundidad.

Las causas de la transición de la fecundidad y de sus diferencias territoriales

Las aportaciones de los diversos autores a la clarificación de este debate podrían dividirse en dos grandes grupos: quienes, partiendo de Leasure, se centran en el análisis de las posibles causas exógenas –económicas, sociales, culturas o ideológicas– para explicar la evolución de la fecundidad, y quienes, siguiendo a Livi Bacci, dan mayor importancia a la incidencia de otros factores demográficos, endógenos al propio sistema. En realidad, no existe una separación tan tajante, pues, como se acaba de decir, la fecundidad y los otros fenómenos demográficos están estrechamente relacionados entre sí y sometidos/adaptados a las influencias externas, pero el origen disciplinario o los variados intereses de los investigadores provoca a menudo que adopten una u otra óptica.

Entre los primeros existe, a su vez, un debate, alimentado por las aportaciones del proyecto de Princeton, que enfrenta a los autores que, a la hora de explicar las causas de las diferencias regionales de fecundidad, subrayan la importancia de los factores ideológico-culturales (Leasure entre ellos), y los que dan preeminencia a los factores socioeconómicos. Joaquín Arango, por ejemplo, en su artículo (1980) sobre la transición demográfica –en el que reflexiona sobre la validez operativa de dicho marco teórico y su aplicación concreta al caso español– defiende la importancia de las diferencias regionales de índole cultural como variables explicativas en los procesos de difusión de los nuevos comportamientos reproductivos, pero, por el contrario, privilegia el papel de los factores socioeconómicos (grado de industrialización o de urbanización) como iniciadores del proceso y causantes de las diferencias en el interior de cada región[29].

Arango (1976, 1982) es también el autor de varios trabajos sobre la relación entre los procesos de industrialización, la transición demográfica y los movimientos migratorios en el área de influencia catalana (tercio oriental de la península). En ellos la caída de la fecundidad se examina desde una perspectiva economicista –la dialéctica entre transición demográfica y modernización económica como principal factor expulsor (“push”) o atractor (“pull”) de las migraciones–, óptica que se percibe asimismo en un artículo de síntesis (Arango, 1987) en el se pasa revista a la evolución de la población española, y por tanto de su fecundidad, en el siglo XX, bajo el paraguas del concepto “modernización demográfica”. Es el mismo término significativo –pues alude a la modernización social y demográfica experimentada por nuestro país– que emplea Vicente Pérez Moreda (1984, 1985) en varios artículos en los que también sintetiza la evolución de la población española, aunque varíe el lapso temporal comprendido bajo tal concepto (1800-1930).

Otra línea de investigación, dentro de esta corriente que privilegia la influencia de las variables socioeconómicas, la constituyen aquellos estudios que vinculan el proceso transicional con los procesos de industrialización o urbanización. La mayoría de ellos tienen un alcance regional o local: Isabel Pujadas, por ejemplo, ha estudiado el proceso de urbanización de la ciudad de Barcelona y sus consecuencias demográficas (Pujadas, 1986, 1987). Entre los autores que han estudiado el proceso de urbanización a nivel nacional –entre ellos, Gloria Luna (1988), Ángeles Valero Lobo (1989, 1991), Vicente Gozálvez (1991) y Jacinto Rodríguez Osuna (1985)– la mayoría se ha centrado en la descripción de su desarrollo y en la explicación de sus causas, pero pocos se han focalizado en las implicaciones demográficas de tal proceso.

Entre quienes sí han analizado el impacto demográfico del proceso de urbanización se pueden destacar los trabajos de David-Sven Reher (1986, 1990a) y Tomás Vidal Bendito (1991). Este autor relaciona de manera clara y directa la modernización de las pautas demográficas españolas, incluyendo el descenso de la fecundidad, con el proceso de urbanización, tanto por la exportación de los modelos de comportamiento urbano, más favorables a la limitación de los nacimientos, hacia las zonas agrarias como por la emigración de población rural hacia las ciudades, de fecundidad y nupcialidad menor durante la primera fase transicional (Vidal Bendito, 1991: 37-38). No obstante, Vidal señala que la fecundidad urbana seguramente era menor que la rural en las áreas más avanzadas en el proceso de modernización económica y demográfica –Cataluña y Baleares–, pero tal situación no era tan evidente en la España del sur, menos desarrollada, donde los contrastes, de haberlos, eran poco significativos (Vidal Bendito, 1991: 47).

Esta influencia de la ciudad sobre el campo circundante también es destacada por Reher, pero la plantea como una relación de doble sentido, pues durante las primeras etapas de la transición habría sido la fecundidad de los migrantes rurales de los alrededores la que habría condicionado los niveles urbanos. Esta fuerte relación entre campo y ciudad[30] causaría las pequeñas diferencias existentes entre ambos ámbitos en el seno de una misma región (Reher, 1990a).

Aunque existan excepciones[31], se puede observar como la mayoría de las investigaciones sobre los factores exógenos se han centrado en los de tipo socioeconómico, más fácilmente medibles –mucho más, es obvio, que las variables culturales– y para los que existen más datos. Es una ventaja con la que también cuentan quienes se han centrado en el análisis de la influencia que sobre la evolución de la fecundidad han tenido las otras variables demográficas, es decir, quienes han privilegiado la relevancia de los factores endógenos.

Entre las variables demográficas más estudiadas como determinantes de la transición de la fecundidad están la mortalidad en la infancia y la nupcialidad. Las pautas territoriales del descenso de la mortalidad en España se conocen bastante bien gracias a las aportaciones de Rosa Gómez Redondo (1992), Robles González et al. (1996) y Amand Blanes (1996 y 2007), entre otros, así como a los recientes trabajos firmados por mi junto a Albert García Soler (García Soler y Gil Alonso, 2007; Gil Alonso y García Soler, 2009), que confirman que las regiones con mayor mortalidad en la infancia fueron generalmente aquellas más rezagadas en el proceso de transición de la fecundidad[32]. Por su parte, la nupcialidad,[33] fenómeno que determina el nivel de fecundidad general al combinarse con los niveles de fecundidad marital, parece mantener una cierta correlación inversa con esta última en ciertas regiones: a mayor nivel de nupcialidad, menor fecundidad dentro del matrimonio, y viceversa.

Ciertos autores, sin embargo, no se han limitado a estudiar el efecto de una única variable demográfica concreta sobre la fecundidad matrimonial y han tratado de construir complejos modelos autoexplicativos, es decir, sistemas lógicos en los que unas variables endógenas determinan la evolución de las demás. Ello no significa que sean sistemas cerrados al exterior; por el contrario, el sistema demográfico, como un todo, se transforma en función de las influencias externas para continuar adaptándose a las variables condiciones del medio.

Un ejemplo de este tipo de modelo, inspirado en el ya comentado de Livi Bacci, lo encontramos de nuevo en la obra de R. Nicolau (1989), quien defiende la presencia en España de distintos modelos de reproducción como parte de diversos sistemas demográficos regionales que respondieron de desigual manera a las presiones tendentes hacia una reducción de la descendencia a consecuencia del mayor crecimiento demográfico provocado por la caída de la mortalidad. Así, en unos territorios se tendió a emigrar al exterior como respuesta dichas tensiones, en otros se restringió la nupcialidad y en otros, en fin, se optó por limitar la fecundidad dentro del matrimonio.

La autora describe las pautas espaciales de dichos modelos demográficos a partir del análisis sucesivo de los diferentes fenómenos demográficos: a partir del estudio combinado de la fecundidad legítima y la nupcialidad a nivel regional, la autora estudia el papel de la fecundidad durante el proceso transicional; a ésta suma el rol de la mortalidad, obteniendo el crecimiento natural de las regiones. Por último, el estudio de las migraciones (interiores y exteriores) permite contextualizar el crecimiento total de las poblaciones regionales. De esta manera deduce que fueron básicamente las migraciones las responsables del crecimiento diferencial de población entre las regiones, puesto que el crecimiento natural era bastante similar entre ellas, al ser las áreas de mayor mortalidad las que, en contraprestación, tenían los mayores niveles de fecundidad general.

Otro ejemplo de descripción de modelos demográficos fundamentalmente endógenos, aunque con mayor incidencia de los factores exógenos, se puede observar en el trabajo de D.-S. Reher y P. L. Iriso Napal (1987, 1989). En esta investigación, los autores se proponen originariamente estudiar, utilizando una metodología de análisis multi-factorial semejante a la empleada por J. W. Leasure, la incidencia de determinados factores causales en el descenso de la fecundidad matrimonial entre 1887-1930, pero ampliando el espectro e incluyendo, además de variables socioeconómicas, otras de tipo cultural y demográfico. Además, analizan por separado lo que denominan el “sector urbano” y el “sector rural”, entendiendo como tales las capitales de provincia y los restos provinciales.

Los resultados confirman el escaso e irregular poder explicativo de las variables socioeconómicas y culturales en el mundo rural pretransicional y, por el contrario, la importancia de los factores demográficos, lo que les lleva a postular la existencia de un modelo rural tradicional, de carácter endógeno y homeostático (es decir, en el que los diferentes fenómenos demográficos interactúan para mantener el equilibrio del sistema) previo a la transición demográfica. Sin embargo, el modelo urbano no demuestra tener tanta coherencia como el rural y las correlaciones halladas son más débiles. En concreto, las variables más importantes son “analfabetismo” y “migraciones”, factor que adquiere más importancia en 1920, cuando los movimientos migratorios del campo a la ciudad se incrementan significativamente.

Reher e Iriso Napal (1989: 423-424) atribuyen este hecho a un nuevo tipo de relaciones entre las áreas rurales y urbanas provocadas por la transición demográfica y enuncian una teoría al respecto, que intentan casar con sus hallazgos para las áreas rurales y urbanas. Según ésta, al comienzo del período estudiado las ciudades españolas eran poco importantes respecto al espacio rural circundante, de cuyos excedentes demográficos se nutrían. Estos inmigrantes rurales suponían una gran parte de la población urbana y, al importar sus patrones demográficos, éstos tenían un gran peso a la hora de explicar los rasgos demográficos urbanos. En esta primera etapa, los diferentes fenómenos demográficos (mortalidad, nupcialidad, fecundidad general y matrimonial, e incluso migraciones) estaban íntimamente interrelacionados, tendiendo hacia una situación de equilibrio homeostático en el mundo rural. Ello significa que cuando uno de los fenómenos que componen el sistema sufría distorsiones –frecuentemente la mortalidad, a causa de guerras, epidemias, hambrunas, etc.– los otros se modificaban para conseguir de nuevo el equilibrio, de tal manera que la población se mantuviera estable. En consecuencia, hasta 1920 las variables más fuertemente correlacionadas con la fecundidad marital eran las demográficas, sobre todo la nupcialidad femenina y la mortalidad infantil. Respecto a las variables sociales y culturales, como le ocurrió a Leasure, el resultado fue decepcionante: ni el porcentaje de jornaleros ni el de población rural no agrícola mostraron relación con la fecundidad marital, mientras que sí lo tuvieron la migración y la urbanización, aunque ésta en sentido opuesto al esperado debido a la migración campo-ciudad (válvula de escape de la alta fecundidad). Por último, respecto a las variables culturales, la secularización mostró cierta relación con el descenso de la fecundidad y también el analfabetismo, pero asimismo en una dirección contraria a la esperada, pues las regiones más alfabetizadas también eran aquéllas en las que la Iglesia tenía más peso.

A partir de 1920 el proceso de industrialización comienza a desarmar el sistema demográfico tradicional debido al incremento de las migraciones. Estos migrantes ya no vienen tanto del área circundante como de regiones alejadas y heterogéneas, por lo que se quiebra la influencia del mundo rural en las ciudades, donde –bajo el impulso de la modernización económica y social propiciada por la industrialización– surge y se impone un modelo demográfico propiamente urbano, diferente al homeostático rural, que propicia la caída de la fecundidad y que más tarde se expande por los propios espacios rurales.

A partir de estos resultados, los autores definen la existencia de dos fases o sistemas: el régimen demográfico tradicional y el régimen contemporáneo. El debilitamiento de los lazos entre mortalidad y nupcialidad y entre ésta y la fecundidad hacia 1920 significa el principio del fin del sistema demográfico tradicional y el paso a la segunda fase, en la que la modernización progresiva de la sociedad provoca que sus niveles de nupcialidad y fecundidad legítima dejen de depender estrechamente de los restantes fenómenos demográficos endógenos –y especialmente de la mortalidad– y pasen a hacerlo de factores exógenos de índole económica o cultural (Reher, Iriso Napal, 1989: 417-418).

En otras palabras, los propios factores demográficos no son lo suficientemente fuertes para empujar hacia el descenso de la fecundidad, sino que se precisa un factor exógeno, la industrialización, que cause un cambio profundo en las estructuras sociales, económicas y culturales de un país y que fuerce al conjunto del sistema demográfico a adaptarse para que pueda comenzar la transición demográfica. En el caso de España, Reher e Iriso Napal creen que este complejo proceso se inició en un área geográfica concreta y de ahí los patrones de baja fecundidad se exportaron, primero a las regiones limítrofes y luego al resto de España. Ese punto de origen fue Cataluña. Aquí fue donde, según los autores, se dio la combinación justa de factores sociales, económicos y culturales que condujeron a un cambio de actitud de la gente hacia la procreación: abundancia de trabajo asalariado en ciudades grandes y pequeñas, incluso en el campo; inmigración procedente de zonas cada vez más lejanas; una economía en constante desarrollo; un nivel de analfabetismo inicialmente alto pero que se redujo drásticamente como consecuencia de la modernización; una burguesía dinámica que desarrolló una mentalidad individualista y una clase obrera organizada (Reher, Iriso Napal, 1989: 426-427). De ahí la trascendencia que se le ha dado al estudio de la transición de la fecundidad en esta comunidad y al análisis de su papel pionero.

Entre la cuantiosa bibliografía publicada sobre este tema –en la que destacan autores como Joaquín Arango (1976, 1982), Tomás Vidal Bendito (1979, 1985), Àngels Torrents (1993) o Joaquín Recaño (1989)–, se puede hallar un análisis pormenorizado de la transición de la fecundidad en Cataluña y sus implicaciones sobre los otros fenómenos demográficos en trabajos conjuntos de Anna Cabré e Isabel Pujadas (1986, 1987, 1989), así como en las tesis doctorales de ambas investigadoras.

El trabajo de Isabel Pujadas (1982) analiza la evolución de la población catalana en el siglo XX con especial énfasis en el impacto espacial de la variación de las estructuras demográficas y la interrelación entre éstas y los movimientos migratorios que Cataluña ha vivido a lo largo de ese siglo. Son esas migraciones, de particular importancia en las décadas iniciales del siglo XX (hasta 1930) y, sobre todo, desde 1950 a 1975, las que han determinado el crecimiento secular de la población catalana frente a la moderación del crecimiento natural, condicionado éste por una baja fecundidad respecto a la existente en el resto de España ya desde el siglo XIX. En los periodos en los que la natalidad y el crecimiento natural se ha recuperado ha sido por el impacto de las migraciones, que ha rejuvenecido una pirámide de población con tendencia precoz hacia el envejecimiento.

El flujo migratorio se convierte así en un elemento estructural del crecimiento de la población catalana, idea que también aparece en los trabajos de Anna Cabré sobre la reproducción de las generaciones femeninas catalanas (1989, 1999). Esta autora no sólo analiza de manera pormenorizada el descenso de la fecundidad en Cataluña, sino que explica éste en función de los restantes fenómenos demográficos, dando lugar la combinación de todos ellos a un régimen demográfico endógeno adaptado al proceso de industrialización vivido por Cataluña: es lo que Anna Cabré denomina el “moderno sistema catalán de reproducción” (Cabré, 1999)[34].

En la génesis de este sistema estaría la influencia de ciertos factores exógenos como los procesos de industrialización y de urbanización (crecimiento de la ciudad de Barcelona), las peculiaridades del sistema de transmisión patrimonial tradicional de Cataluña (el “hereu”), etc. Sin embargo, un factor propiamente demográfico fue el probable desencadenante del proceso: la elevada nupcialidad existente durante la primera mitad del siglo XIX, que habría provocado un excesivo crecimiento de la población catalana si no se hubiera generalizado el control de la fecundidad dentro del matrimonio (Cabré y Torrents, 1990).

En este sistema demográfico la inmigración, procedente primero de las áreas rurales catalanas y luego de las regiones vecinas, hasta conformar una amplia cuenca migratoria, sería un fenómeno endógeno al sistema, generado por la atracción de las zonas de llegada para suplir la carencia de mano de obra causada por el temprano descenso de la fecundidad.

Gracias a este “moderno sistema catalán de reproducción”, la población de Cataluña se habría triplicado a lo largo del siglo XX, pese a tener unas tasas de reproducción situadas siempre al límite del reemplazo generacional.

¿Han existido en el resto de España sistemas demográficos regionales como el que se ha descrito para Cataluña, en los que el descenso de la fecundidad matrimonial se explique por una combinación específica de fenómenos demográficos? Las aportaciones de los diferentes autores que se han presentado en las páginas anteriores parecen confirmar tal cosa, con especificidades en Galicia y las provincias adyacentes, en Andalucía, en las dos Mesetas… Aunque estos modelos o sistemas demográficos regionales no se debería de interpretar como patrones fijos, sino como fotogramas de una película, como la plasmación en el espacio de un corte temporal concreto extraído a partir de una trayectoria transicional desarrollada a lo largo de muchas décadas (Gil Alonso, 2005).

Epílogo

Los trabajos de decenas de investigadores, desde Jimeno Agius hasta nuestros días, nos han permitido conocer bastante bien el proceso de descenso de la fecundidad en España. Las aportaciones clave de Leasure y Livi Bacci, completadas por las investigaciones posteriores de tantos estudiosos españoles y extranjeros, han establecido con pocas dudas tanto la cronología como las pautas territoriales de dicho proceso. El papel pionero o vanguardista de Cataluña en el inicio de este descenso se acepta sin discusión, así como la existencia de unas ciertas trayectorias transicionales que, en función de la mayor o menor velocidad de la caída, dibujaron unos patrones espaciales que se fueron modificando a lo largo del tiempo.

Mucha más discusión generan las preguntas de cuáles fueron las causas de dicho descenso, por qué empezó antes en unos territorios que en otros, o por qué en unas zonas la reducción del tamaño medio de las familias tuvo lugar en unas pocas décadas mientras que en otras se prolongo durante mucho más tiempo. Como hemos visto, han surgido diferentes teorías explicativas: unos autores ponen más incidencia en los factores exógenos –modernización económica y social, industrialización, urbanización, secularización, mejora del nivel de instrucción, difusión de comportamientos de control por contigüidad geográfica y/o cultural, etc.– mientras que otros priorizan las causas endógenas al propio sistema demográfico: descenso de la mortalidad infantil, aumento de la nupcialidad, incidencia de las migraciones bien como válvula de escape de la alta fecundidad o como medio de difusión de los nuevos comportamientos controladores. Finalmente, investigadores como Leasure, Livi Bacci, Nicolau, Reher e Iriso Napal o Cabré han elaborado teorías más completas que pretender tener en cuenta ambos tipos de factores así como la plasmación de sus consecuencias en el tiempo y en el espacio.

A modo de síntesis, de las enseñanzas de unos y otros se podría decir que el comportamiento reproductivo de una población, analizado con datos agregados, parece ser particular de cada territorio y de cada momento histórico, siendo el producto de una específica combinación de diversos factores mutuamente dependientes, tanto puramente demográficos como externos, que dan lugar a una trayectoria concreta de transición de la fecundidad en cada territorio.

Las cifras agregadas a nivel provincial expresadas en forma de número medio de hijos por mujer ocultan, sin embargo, el hecho de que en una misma provincia existían porcentajes de mujeres con muchos hijos de manera simultánea a otras que habían tenido pocos o ninguno, distribuciones que se han podido observar a partir de la fecundidad declarada en los censos por las mujeres alguna vez casadas (Gil Alonso, 2005; Devolder et al., 2006). Lo que diferenciaba a una provincia de otra era el porcentaje de ambos grupos de mujeres; lo que variaba, en suma, era la proporción de las que, de una manera u otra, controlaban su fecundidad –de una forma más o menos eficiente–, y quienes no lo hacían.

El análisis de las causas del descenso de la fecundidad parece ir, en los últimos años, en la dirección de la superación del uso de cifras agregadas y en la utilización de indicadores que nos permiten observar los comportamientos a un nivel más individual. Se pretende así conocer mejor cuál era el grado de conocimiento, accesibilidad y aceptabilidad de los métodos de control de los nacimientos por parte de las mujeres y/o las parejas. Así, la distribución de mujeres según su descendencia y el consiguiente cálculo de las probabilidades de agrandamiento parecen demostrar que, ya a principios del siglo XX, el control de la fecundidad estaba bastante extendido a lo largo de la geografía española y muchas familias residentes en la mayoría de las provincias conocían métodos más o menos tradicionales que utilizaban, o no, en función de las circunstancias personales y familiares, mediatizadas por el régimen de herencia imperante, el nivel de mortalidad infantil, la necesidad de ayuda familiar y de cuidados, etc. (Devolder et al., 2006).

En consecuencia, el descenso de la fecundidad ligado a la primera transición demográfica se debería interpretar, por lo tanto, no tanto como el paso de una fase pretransicional sin control de los nacimientos por parte del conjunto de la población, a otra fase en la que se difunden rápidamente y de manera generalizada los métodos contraceptivos, sino más bien como un proceso de transición gradual de los métodos de control de los nacimientos, en el que fue aumentando el porcentaje de población que pasó a utilizar unos procedimientos previamente conocidos al cambiar las circunstancias socioeconómicas o demográficas existentes, así como el método contraceptivo predominante. Entre los motivos que podrían determinar este “ajuste” figurarían, por ejemplo, una mayor supervivencia de la descendencia debido al descenso de la mortalidad infantil (Gil Alonso, 2005, p. 371-372).

La transición de la fecundidad marital se debería ver, pues, como una evolución gradual que englobaría en su seno tres procesos o fases diferentes[35] que vendrían a reinterpretar las aportaciones realizadas por distintos autores anteriores, tanto de los que describen la transición demográfica, en lo que respecta a la fecundidad, como un ajuste de las pautas reproductivas a través de un mayor uso de técnicas de limitación de los nacimientos previamente existentes, como las de los que consideran que la transición de la fecundidad matrimonial se inició con la innovación, en el interior de un grupo social pionero, de un nuevo tipo de método de control de los nacimientos en función de un tamaño deseado de descendencia, innovación que posteriormente se difundiría a otros grupos sociales y a otros territorios.

Este esquema conceptual que defiende la existencia de varios estadios o transiciones sucesivas en el descenso de la fecundidad no sería, sin embargo, lineal, sino que en cada una de las provincias convivirían, en diversos porcentajes, mujeres que practicaban distintos grados de control de los nacimientos (o que no practicaban ninguno). De esta manear, dos mujeres que vivían en un mismo territorio y en una misma época podían adoptar, de manera consciente o inconsciente, dos estrategias reproductivas muy diferentes, que no serían sino el producto de la influencia, en diferentes grados, de factores tales como las tradiciones locales y familiares, las condiciones socioeconómicas imperantes, el nivel de educación de la mujer o la muerte previa de uno o varios hijos, aderezado por las modas e influjos llegados del exterior, todo ello interpretado y pasado por el tamiz de los conocimientos, las percepciones y los deseos individuales.

 

Notas

[1] 2009, p. 388.

[2] 1986, p. 37-40.

[3] El Proyecto de Princeton, encabezado por Coale, consideró que se había iniciado la transición de la fecundidad marital cuando el indicador Ig referida a ésta se reducía como mínimo en un 10% respecto al anterior registro decenal y ya nunca más volvía a recuperar los niveles pretransicionales, o cuando Ig se situaba por debajo del nivel 0.6, si el primer registro ya mostraba una tendencia descendente. En efecto, una vez traspasados estos umbrales, normalmente Ig disminuía de manera sostenida e irreversible, no concluyendo, al menos en una primera fase –la que alcanzaron la mayoría de los países europeos en el período de entreguerras–, hasta que la fecundidad matrimonial alcanzaba un nivel por por debajo del 50% del inicial (Coale y Treadway, 1986: Apéndice D). Como todo cambio cultural, este proceso habría sido inicialmente lento pero, una vez comenzado, se habría difundido con relativa rapidez.

[4] Esta primera fase supuso el paso de un estadio pretransicional de fecundidad marital no controlada o con un control poco efectivo, a otra situación con un control más eficiente aunque todavía con métodos tradicionales o poco evolucionados. Se ha de resaltar que una parte significativa de esta reducción se consiguió con métodos muy poco sofisticados: coitus interruptus, preservativos rudimentarios y otras técnicas de barrera todavía poco desarrolladas, espermicidas caseros, método Ogino (desde los años 30), etc. (Santow, 1995: 38-39). También tuvo importancia la interrupción voluntaria del embarazo -aborto habitualmente clandestino-, aunque poco conocemos en realidad del grado de difusión de este procedimiento. Únicamente después de la II Guerra Mundial, con la difusión de los modernos procedimientos anticonceptivos (píldoras, DIU, espermicidas, esterilización...) se ha conseguido una auténtica planificación de los nacimientos a lo largo de la vida reproductiva de la pareja. De ahí que se distingan dos fases claramente diferenciadas en el proceso de transición de la fecundidad en los países occidentales, en función de las técnicas utilizadas y de los objetivos a conseguir: la primera fase, o de “limitación” de los nacimientos, en la que con técnicas poco evolucionadas se persigue el no tener más hijos cuando se consigue el tamaño de descendencia deseado; y la segunda fase o de “planificación” de los nacimientos, en que las parejas planifican desde el primer momento cuándo y cuántos hijos van a traer al mundo gracias al uso de las modernas tecnologías contraceptivas (y del aborto cuando éstas fallan). Es lo que algunos autores denominan “primera y segunda revolución contraceptiva” (Ryder y Westoff, 1977; Leridon et al., 1987).

[5] El término “natalidad” se utiliza exclusivamente para relacionar el número de nacimientos con respecto a la población total –de ahí el indicador conocido como “tasa (bruta) de natalidad”–, mientras que se suele utilizar el concepto “fecundidad” para referirse al fenómeno demográfico en sí, y especialmente cuando se vincula el número de nacidos con la subpoblación en disposición de tener hijos (normalmente mujeres entre 15 y 49 años, aunque también se puede hablar de fecundidad masculina o de las parejas). En el caso de la transición demográfica es correcto hablar de la natalidad, pues fue la observación de las series de tasas brutas de nacimientos y defunciones los indicadores más usuales disponibles por entonces, lo que llevó a los investigadores a enunciar dicha teoría.

[6] Este modelo describe el paso de un sistema de equilibrio demográfico pretransicional, caracterizado por altas tasas de natalidad y mortalidad y un lento crecimiento de la población, a un sistema demográfico postransicional de nuevo en equilibrio y con poco crecimiento, pero ahora debido a unas tasas de natalidad y mortalidad reducidas. Entre ambos regímenes demográficos antiguo y moderno tiene lugar la etapa transicional propiamente dicha, de elevado crecimiento de la población como consecuencia de un descenso de la mortalidad previo a la caída de la natalidad.

[7] Para saber más sobre este tema es recomendable la lectura del prólogo de Jordi Nadal en la reedición de la obra de J. A. Vandellós “Catalunya, poble decadent” (1985), publicada originariamente en 1935, además del mencionado libro de M. Teitelbaum y J. Winter (1985).

[8] Para saber más sobre este interesante personaje, remito de nuevo al prólogo de Jordi Nadal en la reedición de1985 de la obra de Vandellós (1935).

[9] Algo posteriores son los trabajos de Juan Díez Nicolás (1964 y 1967) sobre la natalidad española, aunque en mi opinión sus aportaciones son de menor importancia que las de sus coetáneos Leasure y Livi Bacci. Una recopilación bibliográfica bastante pormenorizada de estos autores precursores y sus obras se encuentra en Aguinaga Roustan y Comas Arnau (1980).

[10] Destacaría en particular el trabajo de Severino Aznar, quien, en un estudio sobre la fecundidad, la mortalidad y la reproducción de las familias españolas, utilizó los datos sobre fecundidad retrospectiva del Censo de población de 1920, el primero que incluía este tipo de información (Aznar, 1962). El interés de esta publicación es, sin embargo, relativo: la crítica de fuentes es inexistente, los indicadores utilizados son frecuentemente inadecuados y todo el análisis está condicionado por el objetivo claramente ideológico que mueve a su autor.

[11] No puedo dejar de señalar aquí a otro investigador foráneo algo anterior, el francés Jean Daric (1956), quien, pretendiendo estudiar el desarrollo de la transición demográfica en España, realizó una explotación sistemática del movimiento natural de la población y procedió al cálculo de indicadores correspondientes a los diversos fenómenos, entre ellos la tasa de natalidad. Y otro investigador francés, éste posterior, también merece ser mencionado al haber analizado la evolución de la fecundidad española en el marco del proceso transicional europeo: Patrick Festy (1979).

[12] En concreto, el estudio de la evolución de las tasas de fecundidad matrimonial entre 1900 y 1950 evidenció que ésta declinó en todas las provincias -40% a nivel nacional-, pero con un amplio abanico que iba desde el 15% hasta el 54% de descenso. Por otro lado, esta caída de las TFM no se inició en 18 provincias hasta después de 1930 (Leasure, 1963, p. 272-273).

[13] En esa fecha, las situaciones más contrapuestas eran las del País Vasco y Navarra, con la máxima fecundidad marital, y Cataluña y Baleares, con los mínimos valores. A destacar que Andalucía, y el Sur en general, aparecía en 1910 como zona de baja y media fecundidad, aunque el autor advierte que un posible subregistro de la mortalidad infantil podría afectar la veracidad de estos datos.

[14] Andalucía, en conjunto, tiene en 1950 unos niveles medio-altos, mientras que Madrid se mantiene siempre con una fecundidad más baja que las provincias contiguas.

[15] Leasure ignora exactamente cómo: “However, if this be true, we must admit that we do not know in any precise way how attitudes and behaviour with respect to family patterns are determined” (Leasure, 1963, p. 283).

[16] Tampoco el análisis socioeconómico de la fecundidad con el uso de datos retrospectivos procedentes del Censo de 1950 obtuvo resultados satisfactorios. En realidad, aclaró algunas relaciones al tiempo que añadió más confusión a otras. Se demostró la menor fecundidad de las mujeres universitarias, pero no se encontraron diferencias significativas entre las analfabetas y las que no lo eran, ni entre las que tenían estudios primarios y las que no. Aparecieron claras diferencias de fecundidad acumulada por clases sociales en el caso de mujeres dependientes de 45-54 años clasificadas por categoría social del marido, correspondiendo las menores descendencias a las mujeres de los propietarios, dirigentes y trabajadores independientes, y las mayores a las de los trabajadores asalariados (incluidos jornaleros) y trabajadores sin salario directo. Por el contrario, en los otros grupos de edad los resultados fueron poco claros (Leasure, 1963, p. 277-278).

[17] Quienes niegan o reducen la importancia de esta caída de la fecundidad matrimonial antes de mediados del XIX, alegan que una defectuosa selección por Livi Bacci del modelo de población estable correspondiente al dato del siglo XVIII sería la causante de una sobreestimación de la fecundidad de 1768. F. Dopico y R. Rowland (1990: 614), por ejemplo, creen que tal reducción fue como mucho de 10%, mayor en Cataluña (35%) y Baleares (17%), regiones pioneras en la limitación de la descendencia, pero menor en la mayoría de las restantes. Por su parte, A. Eiras Roel (1982) niega directamente la validez del método de las poblaciones estables para reconstruir las características demográficas de una población del pasado por otorgar confianza matemática a recuentos oficiales poco perfectos y, sobre todo, por considerar estables a largo plazo poblaciones que no lo eran.

[18] Para simplificar el análisis espacial de dicho descenso y reducir al mínimo las distorsiones producidas por las estimaciones de los datos regionales de 1787-97, Livi Bacci agrupó las 14 regiones históricas en cuatro subdivisiones basadas en criterios de contigüidad territorial. Estas cuatro subdivisiones son: Este (regiones de la antigua Corona de Aragón), Sur (Andalucía y Murcia), Centro (Castilla la Nueva, Extremadura y León) y Norte (cornisa cantábrica y Castilla la Vieja). Los resultados muestran una disminución persistente de la fecundidad matrimonial en el Este entre 1787 y 1910, especialmente significativa por su precocidad en el primer período (1787-1860), pero que prosigue con buen ritmo en el segundo (1860-1910), alcanzando los niveles de fecundidad más bajos en esta última fecha. En la primera etapa también se habría dado un descenso del 10% en el Norte, para experimentar una estabilización de sus niveles de fecundidad legítima en los 50 años siguientes, poseyendo la tasa más alta en 1910. El Sur, por su parte, combinaría un casi nulo declive en la primera etapa con un importante descenso en la segunda, lo que revelaría la existencia de un control voluntario de los nacimientos cada vez más extendido. Por último, el Centro, que partía de niveles más bajos de fecundidad dentro del matrimonio, se caracterizaría por su menor descenso global, repartido sin embargo entre los dos períodos (Livi Bacci, 1968, II: 230-231

[19] Anna Cabré y Àngels Torrents (1990) también sostienen que la elevada nupcialidad habría sido el desencadenante de la transición demográfica en Cataluña.

[20] El primer censo de la serie estadística regular es el de 1857. El Movimiento Natural de la Población se publica con datos procedentes del Registro Civil desde 1886 y anualmente desde 1900, aunque anteriormente se publicaron recopilaciones de datos procedentes de los registros parroquiales correspondientes al período 1858-1870.

[21] Entre las excepciones figuran los trabajos realizados a partir de la explotación de los registros parroquiales, algunos de los cuales abarcan también el siglo XIX. Resaltaré aquí la investigación de Jordi Nadal y Armand Sàez (1972) sobre la fecundidad de Sant Joan de Palamós desde 1700 hasta 1859, que permitió demostrar el declive paulatino de la fecundidad catalana como mínimo desde mediados del siglo XIX, es decir, con décadas de antelación respecto al ocurrido en el conjunto del Estado.

[22] Este sería, según Nadal (1966: 567), uno de los rasgos definitorios del “modelo español” de transición demográfica, de calendario intermedio entre el europeo y el de los países en desarrollo.

[23] De manera similar, Requena (2004) ha realizado un análisis longitudinal de la fecundidad de las generaciones de mujeres madrileñas.

[24] Tal como hiciera Cabré para Cataluña, este autor también ha realizado un estudio sobre la reproducción de las generaciones españolas y la reproducción de los años de vida activa (Fernández Cordón, 1995). En él se hacen interesantes apreciaciones sobre la relación complementaria entre los calendarios del descenso de la fecundidad y del incremento de la participación femenina en el mundo productivo, desde el punto de vista de la capacidad de reproducción de la fuerza de trabajo.

[25] Aplicación de las tasas de fecundidad de las mujeres de la secta hutterita a la estructura de edad determinada por el censo correspondiente. Sobre la construcción de estos indicadores: Coale y Watkins, 1986.

[26] Sus datos evidencian que en el conjunto de España, y de forma similar a lo acontecido en el resto de Europa, la fecundidad general descendió de manera importante desde 1887 hasta la década de 1940, a consecuencia de los descensos combinados de la fecundidad matrimonial y, en menor medida, de la nupcialidad, para recuperarse después gracias, sobre todo, a un crecimiento de la nupcialidad (Nicolau, 1989: 178-179).

[27] Sobre las migraciones a Cataluña, su ámbito geográfico y sus consecuencias demográficas se hace indispensable la consulta de los trabajos de A. Cabré (1989b, 1991-1992), I. Pujadas (1982), T. Vidal Bendito (1979, 1985), J. Arango (1976, 1982), T. Cortizo (1983), F. Mikelarena (1993) y J. Recaño (1995).

[28] Similares patrones territoriales se obtienen cuando se examina el proceso transicional a través del denominado índice de transición de la fecundidad (ITF), que indica la precocidad y velocidad del descenso de la fecundidad matrimonial y que se calcula a partir de los valores de Ig en dos fechas: la fecha de inicio de la transición y la del momento en que se considera que este indicador alcanza la mayor variabilidad geográfica. Los años elegidos por Delgado son 1900 y 1930, que es la fecha en la que el coeficiente de variación resulta más elevado. Los resultados muestran de nuevo que son Cataluña, Valencia y Baleares las tres regiones con la transición más avanzada, seguidas por Aragón y Murcia, las dos provincias costeras vascas, Huelva, Madrid y Pontevedra. En el extremo opuesto se encuentran Navarra, León, Castilla la Vieja y la mitad de Andalucía, que apenas están iniciando el proceso transicional (Delgado, 1988: 132-133). El lento proceso transicional andaluz provocará que, a partir de 1975, sea básicamente la mitad sur peninsular la que muestre los mayores niveles de fecundidad, frente al menor nivel exhibido por las regiones de la mitad norte (Delgado y Fernández Cordón, 1989).

[29] “Los requisitos para la comprensión de este aparente puzzle son dos: uno, reconocer que las unidades territoriales relevantes para el estudio de la transición demográfica son las regiones y no las provincias; dos, distinguir claramente la iniciación de la caída de la natalidad de su difusión (...)” (Arango, 1980:190).

[30] “(...) in spite of its distinctive characteristics, the urban world continues to be intimately linked with the rural society that surrounds it. Reproductive behaviour in a town can only be analysed in relation to behaviour in its hinterland” (Reher, 1990a: 298).

[31] Reher (1990b), por ejemplo, vincula en un artículo el desarrollo demográfico con los sucesos políticos de la historia de España durante los últimos dos siglos.

[32] Cortés Majó et al. (1990) le dan la vuelta a la estrecha relación entre la evolución de la mortalidad y la fecundidad y analizan el impacto que la reducción es ésta tuvo en el descenso de la mortalidad materna.

[33] Sin ánimo de ser exhaustivo, cito a continuación a algunos de los investigadores cuyos trabajos sobre la evolución histórica de la nupcialidad pueden contribuir a conocer mejor la evolución de la transición de la fecundidad en España o en algunas de sus regiones: A. Cabré (1989a, 1993, 1994, 1999), A. Cabré e I. Pujadas (1987), A. Cabré y À. Torrents (1990), B. Cachinero (1981, 1982), A. Domingo (1996), J.A. Fernández Cordón (1978), M. Livi Bacci (1968), F. Mikelarena (1992), P. Miret (1994, 2002), F. Muñoz Pérez (1995), I. Pujadas y M. Solsona (1987, 1989), D.-S. Reher (1991, 1994, 1996), R. Rowland (1987, 1988), M. Solsona y R. Treviño (1990a y b) y S.C. Watkins (1986).

[34] Anna Cabré (1993, 1994) también ha elaborado un modelo explicativo completamente demográfico que relaciona la elevada fecundidad relativa existente entre mediados de los 50 y mediados de los 70 en función de las desigualdades numéricas de los contingentes masculino y femenino presentes en el mercado matrimonial a partir de la década de 1950. Tales desigualdades habrían sido provocadas por la caída del número de nacimientos durante los años 30 (acentuada durante la Guerra Civil) y por la propensión a que los hombres se casen con mujeres más jóvenes (2-3 años, como media).

[35] En la primera fase (“ajuste del comportamiento”), las parejas, que previamente no habrían controlado su fecundidad, perciben que es bueno regularla y lo hacen a través de espaciamiento de los nacimientos (spacing), es decir, mediante el uso de métodos tradicionales ya conocidos por ellas. Aumenta de esta manera el porcentaje de parejas que utilizan estos métodos tradicionales, pero sin que éstas fijen todavía un ideal de tamaño de familia. El establecimiento de este límite en el número de hijos sólo tiene lugar en una segunda fase o transición (“innovación de ideas”), cuando se pasa a considerar que fijar el tamaño de las familias entra dentro del cálculo de las elecciones conscientes que una pareja puede realizar. En esta segunda transición se consigue una reducción de la fecundidad matrimonial más significativa que en la primera: si antes el espaciamiento era el único procedimiento utilizado, ahora al spacing se le añade el stopping (finalización de la fecundidad una vez alcanzado el tamaño de descendencia deseado) pero todavía mediante métodos tradicionales o poco evolucionados como el coitus interruptus, preservativos rudimentarios, periodos de abstinencia, etc. Finalmente, la última transición (“innovación de métodos”), que comporta el descenso más importante de la fecundidad matrimonial, tiene lugar cuando se difunde el uso de nuevos métodos contraceptivos más eficaces que permiten finalizar completamente la descendencia (como el preservativo de látex, inventado en los años 20), o se produce un acceso más fácil a éstos (Gil Alonso, 372-373).

 

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[Edición electrónica del texto realizada por Manuel Sánchez-Gómez]

 

Ficha bibliográfica:

GIL ALONSO, Fernando. Los estudios sobre el descenso histórico de la fecundidad en España y sus pautas territoriales: un estado de la cuestión. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de julio de 2011, Vol. XVI, nº 931.<http://www.ub.edu/geocrit/b3w-931.htm> [ISSN 1138-9796].


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