Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVII, nº 981, 25 de junio de
2012
[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

LA ECONOMÍA EN EL VIAJE DE ESPAÑA DE ANTONIO PONZ: CONTEXTO DE IDEAS Y CONTRASTE CON LA MIRADA EXTRAJERA

 

José Luis Ramos Gorostiza

Departamento de Historia e Instituciones Económicas I
Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales
Universidad Complutense, Madrid
ramos@ccee.ucm.es

Recibido: 23 de enero de 2012. Aceptado: 15 de marzo de 2012. 


La economía en el viaje de España de Antonio Ponz: contexto de ideas y contraste con la mirada extrajera (Resumen)

 El Viaje de España de Ponz, con sus 18 tomos publicados entre 1772 y 1794, fue con mucho el más ambicioso de cuantos realizaron los españoles por su propio país durante el siglo XVIII. En principio se trataba de un intento de inventario del patrimonio artístico español, pero en la práctica la obra estaba presidida por el deseo ilustrado de ser “útil” y contribuir a la reforma, identificando sobre el terreno deficiencias y necesidades en distintos ámbitos y regiones y recogiendo con fidelidad información de todo tipo que permitiera luego plantear mejor actuaciones correctoras. Por consiguiente, su interés económico es indudable. Se pretende contextualizar la visión económica de Ponz en el marco de las principales ideas defendidas por los economistas españoles de la segunda mitad del siglo XVIII. Asimismo, se pretende contrastar la imagen económica de la España ilustrada ofrecida por Ponz con la que nos brindaron los viajeros británicos que recorrieron la Península por las mismas fechas.

Palabras Clave: Antonio Ponz, España, Ilustración, historia del pensamiento económico, viajeros británicos


The economy in Antonio Ponz’s viaje de España: context of ideas and contrast with the foreign vision (Abstract)

 Ponz’s Viaje de España, with its 18 volumes published between 1772 and 1794, was by far the most ambitious travel book written by Spaniards about their own country during the eighteenth century. In principle, it was an attempt to make an inventory of Spain’s artistic heritage, but in practice the work sought to be "useful" and contribute towards reform, identifying gaps and needs in different areas and regions and picking up all kinds of information in order to implement corrective actions. Therefore, its economic interest is unquestionable. The aim of this paper is to contextualize Ponz’s economic vision within the main ideas put forward by the Spanish economists of the second half of the eighteenth century. It also aims to contrast the economic image of Enlightenment Spain offered by Ponz with the image offered by British travellers who travelled in the Peninsula around the same dates.

Keywords: Antonio Ponz, Spain, Enlightenment, history of economic thought, British travellers


En la segunda mitad del siglo XVIII se desarrolló una nueva sensibilidad que llevaba a “considerar con mayor atención la tierra natal y los hombres, los lugares, las obras, el paisaje y la naturaleza en general” *[1]. Es decir, junto a los viajes que los españoles realizaron al extranjero buscando la comparación y la integración con las realidades europeas, cobraron también relevancia los viajes por el interior del propio país, intentando “recuperar una identidad regional o nacional desde demasiado tiempo atrás negada, oscurecida o confundida”[2]. En palabras de Gómez de la Serna, estos viajes fueron una de las más significativas muestras “del ingente esfuerzo hecho por nuestro siglo XVIII para reconstruir […] y airear con viento renovador la vida […] tratando de convertir los restos de la triste herencia recibida en el patrimonio activo de una nación en marcha”[3].

Como todo viaje ilustrado, el realizado por el propio país pretendía tener principalmente un carácter “útil” y contribuir a la reforma: en este caso concreto se buscaba identificar sobre el terreno deficiencias y necesidades en distintos ámbitos y regiones, recogiendo información de todo tipo que permitiera luego plantear mejor —de forma viable y realista— actuaciones correctoras[4]. Tal como apuntaba Jovellanos, era “preciso conocer el país antes de trabajar en favor de la felicidad”[5]. Así, al margen de cuál fuera el motivo de interés principal de cada viaje en cuestión —económico, científico-naturalista, político, artístico, histórico-arqueológico o literario-sociológico[6]— la atención del viajero se fijaba siempre en una multiplicidad de aspectos de la realidad española (el campo y sus paisajes, los pueblos y sus habitantes, los caminos y los puentes, las manufacturas, las costumbres, etc.)[7]. Y lo hacía con espíritu objetivo y a menudo minucioso, e intentando emplear una prosa clara, libre de artificios y capaz de llegar a un amplio público, que reflejaba a su vez la intención pedagógica que también tenían este tipo de viajes: al comunicar las experiencias adquiridas se buscaba desarrollar una opinión pública ilustrada, instruyendo a un lector ávido de este tipo de relatos[8]. De hecho, “el libro de viajes fue cultivado, escrito y leído a lo largo del siglo XVIII como jamás lo había sido antes”, hasta el punto de convertirse en un elemento clave de la cultura de la Ilustración[9].  

El sentido patriótico del viaje no sólo se evidenciaba en el intento de radiografiar con fidelidad la realidad del propio país para conocer sus insuficiencias y potencialidades, sino que —de acuerdo con Clavijo y Fajardo— también debía plasmarse en el hecho de “contribuir a borrar el bajo concepto de nosotros que tienen los Extranjeros”[10]. Además, viajar y conocer el territorio nacional parecía un prerrequisito básico antes de lanzarse a visitar tierras extrañas.

Durante el Dieciocho los ilustrados llevaron a cabo multitud de viajes por la geografía española respondiendo a motivaciones muy diversas: así, por ejemplo, Cavanilles y Beramendi recorrieron Valencia; Zamora transitó por Cataluña; Viera y Clavijo viajó por La Mancha; Iriarte lo hizo por la Alcarria, Capmany por Andalucía, y Asso por Aragón; Sarmiento y Cornide anduvieron sobre todo por Galicia; Campomanes visitó Extremadura, Andalucía y Castilla la Vieja; Flórez Castilla, León y Navarra; y Pérez Bayer Valencia, Andalucía y Extremadura. Por su parte, Bowles y Jovellanos recorrieron buena parte del territorio nacional. Pues bien, en esta auténtica vorágine viajera por España, la figura que encarnó en más alto grado el ideal del viajero ilustrado fue sin duda Antonio Ponz (1725-1792).

En efecto, el Viaje de España de Ponz, con sus 18 tomos en octavo publicados entre 1772 y 1794, fue el más ambicioso y completo de cuantos realizaron los españoles por su propio país durante el siglo XVIII, y tuvo además una difusión notable, con varias reimpresiones en vida del autor e incluso traducciones parciales a diversas lenguas (alemán, francés e italiano)[11]. La celebridad que otorgó a Ponz le valió ser admitido en la Academia de la Historia y en diversas Sociedades Económicas de Amigos del País, como la Matritense, la Bascongada o la de Granada.

En principio se trata de un intento de inventario del patrimonio artístico español, pero en la práctica la obra está presidida por el aludido deseo ilustrado de contribuir a la reforma económica y social, por lo que recoge datos y valoraciones de todo tipo sobre demografía, sectores productivos, situación de las comunicaciones, o establecimientos asistenciales. Por consiguiente, su interés económico es indudable, aunque hasta hace poco tiempo venía siendo esencialmente catalogada como una obra de tema artístico.

Sobre el monumental Viaje de España de Ponz, considerado en su conjunto, se han realizado dos excelentes estudios generales: Frank (1997) y Crespo (2007)[12]. Tomándolos como obligado punto de partida, este trabajo se centrará exclusivamente en los aspectos económicos, con el fin básico de contextualizar la visión de Ponz en el marco de las principales ideas defendidas por los economistas españoles de la segunda mitad del siglo XVIII. Asimismo, se contrastará la imagen económica de la España ilustrada ofrecida por Ponz con la que nos brindaron los viajeros británicos que recorrieron la Península por las mismas fechas.

El alcance del Viaje de España: reformismo ilustrado y espíritu crítico

Dada su erudita formación filosófica y teológica y su posterior vocación artística —que le indujo a ampliar horizontes en Madrid, Roma y Nápoles—, lo esperable hubiera sido que la atención de Antonio Ponz se hubiera centrado exclusivamente en la reflexión abstracta, los asuntos estéticos y la pintura. Sin embargo, Ponz fue un hombre de amplios intereses intelectuales que acabó mostrando una especial inclinación hacia las cuestiones prácticas de naturaleza económica y social, lo que en última instancia le llevaría a trazar uno de los frescos más vigorosos, completos y coherentes de la España de la segunda mitad del siglo XVIII, en especial del reinado de Carlos III (1759-1788)[13].

En este sentido no hay que olvidar que cuando se escribió el Viaje de España la economía había llegado a ser considerada la disciplina clave para el logro de la “felicidad pública” a través de la mejora de las condiciones de la vida terrena, cuestión que la Ilustración situó en primer plano: así, en palabras de Jovellanos, la economía era “la ciencia del ciudadano y del patriota”[14], “la verdadera ciencia del Estado”[15], y el saber “más importante y esencial” en tanto que indagaba “las fuentes de la pública prosperidad”[16]. Por consiguiente, según Campomanes, era preciso lograr el “común y general estudio de la política económica”[17]. Por otra parte, desde la década de 1760 vino produciéndose un notable incremento de la literatura económica española, con un importante aumento del número de traducciones y una clara integración en las corrientes europeas[18]. En tal contexto, pues, no debe extrañar que Ponz decidiese otorgar también a los temas socioeconómicos un lugar protagonista en su obra, si no en términos cuantitativos, sí cualitativos.   

Por tanto, la amplitud de miras iba a marcar su visión de España, que recorrió con tenacidad a lo largo de más de dos décadas —probablemente desde 1769 en adelante[19]— en una época en la que viajar era una empresa particularmente dura y difícil dado el mal estado general de caminos y posadas. Aunque en principio pretendía cubrir todo el territorio nacional, la muerte le sorprendió antes de concluir su proyecto y no pudo llegar a incluir en su libro ni el norte ni el sureste peninsular[20]. Lo que sí parece probado, en cualquier caso, es que estuvo auspiciado por la Corona para llevar adelante tan ambiciosa iniciativa[21].

Como ya se ha apuntado, el propósito aparente del Viaje era hacer un exhaustivo inventario de los tesoros artísticos españoles, pues en su origen estaba el encargo de Campomanes de inventariar las obras de arte de los Colegios andaluces de los jesuitas expulsos (encargo que Ponz decidió extender a todo el país). Sin embargo, la propia declaración de intenciones del autor[22] y el título completo de la obra —Viaje de España, en que se da noticia de las cosas más apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella— nos indican que su objetivo último era en realidad de mucho mayor calado: hacer “un inventario crítico del estado del país”, proporcionando información de primera mano que permitiera diseñar adecuadamente políticas de reforma[23].

De hecho, el libro —escrito en forma epistolar— recoge de manera detallada una enorme cantidad de observaciones directas de todo tipo sobre aquellos lugares que Ponz visitó (actividades económicas diversas, población, infraestructuras, instituciones, características geográficas, etc.), en un momento en el que precisamente la gran carencia de datos actualizados y fiables sobre el territorio era uno de los mayores obstáculos a los que se enfrentaba el reformismo ilustrado de cara al diseño de actuaciones públicas concretas[24]. Además, la aludida escasez de publicaciones fidedignas sobre España hizo que la obra de Ponz fuera ensalzada como fuente privilegiada de información por sus contemporáneos, siendo utilizada en la sexta edición del acreditado Diccionario Geográfico Universal (1795) del inglés Laurence Echard, y frecuentemente citada por viajeros ingleses y franceses de los siglos XVIII y XIX. Asimismo, algunos reputados autores españoles como Antonio de Cavanilles, Juan Sempere y Guarinos, Esteban de Arteaga, Juan Facundo Caballero, Josefa Amar y Borbón, Jovellanos, o Ceán Bermúdez, entre otros, hicieron una valoración manifiestamente positiva de la obra[25].

Pero el Viaje no fue un mero ejercicio descriptivo de la realidad española de la época —que de por sí ya tendría interés para los historiadores—, sino que Ponz aprovechó a cada paso para hacer un análisis crítico de la situación  y proponer medidas de mejora, aunque siempre en un tono comedido y subrayando al mismo tiempo los logros conseguidos bajo la nueva dinastía borbónica (en particular por Carlos III, al que presentaba como el auténtico revitalizador del país). Asimismo, Ponz utilizó los prólogos para abordar los temas que consideraba de especial relevancia, y puso en boca de supuestos compañeros de viaje las observaciones más críticas sobre aquellas cuestiones delicadas o conflictivas. En cuanto a las frecuentes referencias históricas, huyó de la erudición gratuita y de las repetidas crónicas de frágil fundamento, buscando siempre en el pasado la posibilidad de extraer enseñanzas de provecho; es decir, la reflexión histórica fue para él un instrumento más para promover la reforma, corroborar argumentos y corregir defectos. De hecho, puede afirmarse que, con carácter general, Ponz sólo incluyó en su Viaje aquellos aspectos que consideraba “útiles”, distinguiendo con claridad “lo que importa saber” de la discusión de arcanos y cuestiones abstractas.

El libro de Ponz, como ha remarcado Frank, es uno de los textos más significativos de toda la Ilustración española[26]. En él se reflejan a la perfección los objetivos reformistas del movimiento, el espíritu polifacético de la cultura dieciochesca, y el deseo de contribuir a la difusión de las “luces”. Por otra parte, en tan extensa obra aparecen recogidos en buena medida los mismos temas tratados por los escritores más importantes del momento con una gran cercanía de planteamientos. No en vano, autores como Campomanes y Jovellanos fueron apoyos decisivos para Ponz. El primero, cuya figura marcó el reinado de Carlos III, fue el principal protector del castellonense; no sólo instigó su viaje, sino que además seguramente influyó de manera señalada en la definición de su itinerario, en el que en ocasiones las rutas tenían poca o ninguna relevancia desde el punto de vista artístico, estando directamente encaminadas a observar aspectos del estado económico del país. El segundo —él mismo también destacado viajero por España— mantuvo con Ponz una relación amistosa que derivó en respaldo explícito e incluso en colaboración directa en las páginas del Viaje, como lo demuestran las cartas que le envió con informaciones varias[27].  

En sintonía con los tiempos, el optimismo posibilista preside la obra de Ponz, lo que se traduce en una abierta confianza en el éxito del programa ilustrado de reformas, que habría de “remover estorbos” llevando al país al progreso y a la consecución de la “felicidad pública”. Con todo, en los últimos tomos empieza a asomar un cierto desencanto, nacido de la constatación de que algunas de las disposiciones reformistas no se estaban aplicando de la forma esperada (por ejemplo, en lo relativo a plantíos y cercamiento de tierras[28]).

Por otra parte, parece que Ponz tenía clara conciencia de formar parte de la minoría  ilustrada que colaboraba activamente en el amplio proceso de transformaciones que se pretendía llevar a cabo[29]. Es decir, se sentía orgulloso de ser “útil” al país y de su papel instrumental al servicio del despotismo ilustrado, y de ahí su espíritu crítico y reformista, su propósito didáctico y su “amor público”, que le llevaron a exponer en detalle la situación real de la nación, dictaminar sobre el origen de sus males, y aconsejar sobre los remedios oportunos, remedios que en algunos casos se llegaron a poner efectivamente en práctica[30].

En definitiva, aunque Ponz se mostraba moderadamente crítico en muchos aspectos y abogaba por una mayor implicación de las clases dirigentes, no ponía en duda en ningún momento el sistema de gobierno y la estructura estamental del Antiguo Régimen, ni se planteaba que pudieran llegar a constituir un obstáculo a las posibilidades de desarrollo del país. De hecho, rechazó aquellas posturas políticas radicales que cuestionaban el absolutismo reformista, al que él aún veía como alternativa válida de progreso y modernización, al igual que el grueso de los economistas ilustrados, de Campomanes o Ramos a Jovellanos y Cabarrús[31]. Ahora bien, siendo cierto que no abogó por libertades políticas o transformaciones de la estructura social, también lo es que no cayó en un completo conservadurismo, defendiendo siempre la necesidad de cambios, la apertura hacia el exterior y el posible aprendizaje de modelos extranjeros[32]

La visión de Ponz en el marco de las principales ideas económicas de la España ilustrada

El objetivo de esta sección es mostrar que la visión económica de la realidad española que ofrece el Viaje —que no es ni pretendió ser sistemática— se ajusta en esencia a algunos de los planteamientos y propuestas más comunes entre los economistas ilustrados españoles de la época de Campomanes (1760-1780). En este sentido, puede decirse que el análisis de distintos aspectos de la realidad española que hizo Ponz no fue original, siendo precisamente el propio Campomanes su principal referente, si bien entre las fuentes económicas del castellonense también hay que destacar, entre otros, a Capmany y Uztáriz[33]

Con todo, la aportación de Ponz es clara: consiguió dar una visión del país en su conjunto, es decir, esbozó una imagen global y coherente de sus problemas y posibilidades, añadiendo numerosas noticias actualizadas sobre temas concretos[34]. Asimismo, dada la difusión del Viaje entre un público amplio y diverso, esta obra pudo convertirse en un instrumento de propagación de ideas reformistas, logrando una mayor concienciación respecto a cuestiones tales como la deforestación, la difícil situación del campesinado, o los desmedidos privilegios de la Mesta[35].  

Ponz participó de la confianza ilustrada en las grandes posibilidades de crecimiento de la economía española, pese a reconocer el atraso relativo frente a las grandes potencias europeas[36]. Pero si bien negaba la idea de decadencia general del país, sí aludía a la decadencia de la España interior (en especial las dos Castillas y Extremadura)[37] y subrayaba las notables diferencias de desarrollo regional (elogiando la progresión del País Vasco y del área mediterránea, particularmente Cataluña)[38]. En cualquier caso, lo que enfatizó en distintos momentos a lo largo de toda su obra fue el gran potencial de España, en la que consideraba que había una enorme abundancia de recursos inactivos esperando a ser movilizados sobre la base de las necesarias infraestructuras y reformas[39].

En relación a la cuestión demográfica, las ideas de Antonio Ponz se inscriben en la marcada actitud poblacionista dominante entre los economistas españoles de la época —con excepción de autores de la ilustración tardía como Foronda, Cabarrús o Jovellanos. De hecho, el castellonense —como Ward o Campomanes[40]— subrayaba los beneficios para el país de una población numerosa en términos de riqueza, ingresos fiscales y poder, considerándola en consecuencia “el alma de un Estado”[41]. Al mismo tiempo —en una línea de pensamiento que tenía su origen en el siglo XVII y que perduró a lo largo de buena parte del XVIII pese al notable incremento demográfico de esta centuria[42]—, Ponz denunciaba el éxodo rural y la amplia despoblación de las regiones del interior peninsular[43], que achacaba a razones muy diversas, tales como la política belicista[44], la expulsión de judíos y moriscos[45], la excesiva multiplicación de clérigos y monjas[46], las malas condiciones de vida de los campesinos, o el desmantelamiento de manufacturas[47]. Pero Ponz no sólo reclamaba una población numerosa —subrayando además que el país podía albergar un número de habitantes mucho mayor dada la abundancia de recursos desaprovechados[48]—, sino que, al igual que Campomanes o Romà, también abogaba por una población ocupada y productiva[49]. De hecho, la lucha contra la ociosidad y la reconducción de los pobres fue un tema que despertó un amplio interés entre los ilustrados y suscitó el debate, tomando como punto de partida las viejas ideas de Luis Vives[50]. Ponz, en particular, además de criticar la mendicidad y la práctica indiscriminada de la limosna[51], propuso la ocupación de los pobres en labores tales como el plantío de árboles o la construcción de obras básicas de infraestructura, así como su formación en oficios útiles a través de hospicios al igual que había sugerido Campomanes[52]. Por otra parte, alabó explícitamente que algunos prelados —como el arzobispo Lorenzana— hubieran tomado iniciativas en ambos sentidos, practicando así la “verdadera caridad” [53]. Y es que Ponz —en consonancia con el “patriotismo económico” de Campomanes[54]— defendió un clero y una nobleza activas, capaces de tomar iniciativas de fomento del bien público, con sentido moral y cívico: la aristocracia privilegiada, lejos de recrearse en la pomposa ostentación y la ociosidad frívola, debía legitimarse a través de la virtud y la acción, colaborando en la construcción de puentes y caminos, promoviendo fábricas y plantíos, o protegiendo y educando al campesinado. Es decir, debía asumir responsabilidades acordes a su rango e involucrarse en los problemas colectivos, tal como también argumentó elocuentemente Jovellanos[55].

Por lo que respecta a la educación, la postura de Ponz se situaba en la línea ilustrada de considerar al hombre como producto de ésta, viendo en el atraso del país un reflejo de las carencias educativas[56]. La educación era pues clave en el programa de transformación de la sociedad y en la consecución de la “felicidad pública”[57]: en la línea de Campomanes y luego de Jovellanos, el objetivo, amén de desterrar falsas creencias y supersticiones, era buscar que todos los miembros de la sociedad fueran lo más “útiles” posible de acuerdo a su condición, y por tanto la educación debía extenderse al conjunto de la población pero con contenidos diferentes según el estamento de pertenencia[58]. Así, por ejemplo, los labradores habían de recibir instrucción en las tareas agrícolas, mientras que para mejorar el artesanado debían crearse escuelas de hilandería, dibujo, etc. Respeto a la Universidad, Ponz mostraba una muy pobre opinión sobre las de Salamanca y Alcalá de Henares, y compartía la extendida idea de que la institución se hallaba aún dominada por un estéril escolasticismo (si bien se congratulaba de claros indicios de cambio, entre cuyos impulsores estaban Olavide y Campomanes)[59]. Nuestro viajero, siguiendo la corriente ilustrada, apostaba decididamente por la difusión y el fomento de las “ciencias útiles”, siendo ésta una labor en la que otras instituciones como  las sociedades económicas y las academias podían desempeñar un papel destacado, tal como de hecho venía ya ocurriendo en toda Europa[60].

Uno de los aspectos que mayor interés despertó en Ponz fue el de las obras públicas, cuya importancia para el desarrollo económico enfatizó, al igual que hicieron numerosos economistas españoles a lo largo de todo el siglo XVIII, de Uztáriz a Jovellanos[61]. Ponz participó de la fe en la capacidad humana para controlar y transformar radicalmente la naturaleza, que se afianzó especialmente en la segunda mitad del siglo XVIII de la mano del Conde de Buffon; en esta línea, como Jovellanos y otros ilustrados, Ponz mostró su admiración por la naturaleza “hermoseada” por la mano del hombre, sometida y adaptada a sus necesidades[62]. De hecho, las obras públicas, que se integraban en el paisaje embelleciéndolo, podían considerarse el símbolo más tangible del progreso y del dominio del hombre sobre el medio físico[63].

Aunque reconocía avances durante el reinado de Carlos III, criticaba el mal estado general de los caminos y el abandono de numerosos puentes[64], lo que no facilitaba precisamente el comercio interior ni los viajes de placer de extranjeros que pudieran dejar dinero en su tránsito[65]. Este efecto venía reforzado por la lamentable situación general de las posadas —sucias, caras y mal dotadas—, que parecía tener unas causas bien definidas relacionadas con la falta de libertad para poner tales establecimientos[66]. En cuanto a las obras hidráulicas, Ponz mostró un gran interés por todas las que encontró a su paso y elogió muchas de ellas[67]. Creía que —salvo en Cataluña y Levante— los ríos no se aprovechaban como debieran, existiendo grandes carencias tanto en presas como en canales de riego y navegación[68]: es decir, frente a la aridez y desolación de muchas zonas de la España interior, era posible un paisaje diferente, marcado por la frondosidad, la variedad y la abundancia[69], por lo que hacía un llamamiento a “conquistar los ríos” como habían hecho por ejemplo los leridanos[70]. No obstante, desde un desmedido optimismo sobre las posibilidades técnicas y los recursos financieros del país, creyó ingenuamente que podrían llevarse adelante complejas y ambiciosas obras de dudosa viabilidad, como el Canal de Manzanares[71]; además, tampoco tuvo en cuenta que estas actuaciones debían complementarse con medidas legales y sobre la propiedad[72]. En cualquier caso, la gran importancia otorgada al regadío como motor de progreso, que también mostraron otros ilustrados como Jovellanos[73], anticipaba ya en cierto modo lo que luego sería la política hidráulica costiana. De la misma manera, el interés de Ponz por la salubridad en el ámbito urbanístico —analizando en cada caso carencias y logros— preludiaba también de alguna manera las preocupaciones higienistas que se desarrollarían en el siglo siguiente[74].

En sus amplias referencias a infraestructuras del pasado Ponz remarcó especialmente la ejemplaridad de los puentes, calzadas y acueductos romanos, que ponían aún más en evidencia las insuficiencias de la propia época. Al mismo tiempo, no sólo reflejaban la relevancia otorgada a las obras públicas por los pueblos civilizados y poderosos, sino que eran un verdadero modelo de solidez, utilidad y eficacia, que contrastaba con la fragilidad, complejidad y costoso mantenimiento de muchas obras erigidas posteriormente, como el artificio de Juanelo para subir agua del Tajo a Toledo[75]. Por otra parte, Ponz consideraba que desde los romanos hasta la llegada de la dinastía borbónica el ramo de las obras públicas había estado prácticamente abandonado. En particular, aprovechaba para criticar con dureza la política imperialista de los Austrias, que habían dilapidado enormes cantidades de recursos en defender lejanas conquistas en vez de emplearlos en la transformación efectiva del propio territorio[76].  

En cuanto al comercio, la posición de Ponz respondía esencialmente al llamado “liberalismo mercantilista” de Campomanes. En primer lugar, Ponz describía la situación de la actividad comercial de los lugares que recorría, subrayando el acusado contraste entre su situación de decaimiento en Castilla y su auge en el Levante[77]. Por otra parte, se mostraba favorable a la libertad del comercio interior, haciéndose eco de la opción defendida por la mayor parte de los economistas españoles de la segunda mitad del siglo XVIII[78]. En este sentido, repetía los argumentos que habían sido más utilizados para apoyar la abolición de la tasa y la libre circulación de granos, a saber: favorecer el interés del agricultor y la abundancia y el abastecimiento de las ciudades. Y con respecto a los intercambios con América, también se posicionaba a favor de la libertad del comercio de la metrópoli con sus colonias, siguiendo la postura que habían planteado inicialmente Campomanes y Romà, y que luego suscribirían también economistas de la ilustración tardía como Jovellanos, Cabarrús o Foronda[79]. Todo ello lo acompañaba por una abierta crítica a la búsqueda de metales preciosos como fin último de la colonización[80]. Sin embargo, en el ámbito del comercio exterior, al igual que la práctica totalidad de los economistas ilustrados (Ward, Campomanes, Romà, Ramos, Arriquíbar, Cabarrús, Jovellanos, Alcalá Galiano, Alonso Ortiz, etc.), Ponz defendía un claro proteccionismo industrial[81]. El fin era favorecer la sustitución de productos textiles extranjeros por producción propia, a la cual debía dedicarse en exclusiva la materia prima nacional[82]. Y es que Ponz consideraba que era preciso llegar a convertir a España en exportador de manufacturas para invertir así la deficitaria balanza comercial. Para ello —junto a la protección comercial— creía indispensable, como Campomanes, la mejora de la capacitación de los artesanos[83]. El hecho de que el país hubiera pasado a ser un mero exportador de lana respondía precisamente a la decadencia manufacturera del siglo XVII y a la subsiguiente importación masiva de productos extranjeros[84]. Por otra parte, ligaba el esplendor urbano del siglo XVI al esplendor manufacturero y recordaba los amplios beneficios que la manufactura estaba reportando en aquel momento a países como Francia o Gran Bretaña[85].

Si bien Ponz asignaba a la agricultura el papel económico principal, juzgaba necesarios todos los sectores productivos, al igual que economistas como Ward, Campomanes, Olavide, Romà, Ramos o Arriquíbar[86]. Aunque él no se reconocía muy competente a sí mismo a la hora de tratar la cuestión de las manufacturas[87], éstas fueron también objeto de su consideración, siquiera desde un punto de vista básicamente descriptivo (situación en cada lugar, tipos de productos, cifras de  producción, procesos técnicos, etc.). Sus informaciones al respecto revelaban el predominio en España del carácter artesanal a pequeña escala, aunque al mismo tiempo daba noticia de la actividad de las grandes manufacturas reales promovidas por la Corona, tales como la Real Fábrica de paños de Guadalajara, la de vidrio de La Granja o la de seda de Talavera[88]. De ellas destacaba Ponz sus consecuciones técnicas, pese a las generalizadas críticas de los economistas ilustrados por su ineficiencia y elevado coste para la Hacienda Real[89]. En agudo contraste con la decadencia de las actividades manufactureras privadas en Castilla y Andalucía, Ponz se refería —por ejemplo— a las pujantes sederías valencianas y al incipiente desarrollo del sistema fabril en el sector textil barcelonés[90]. Sin entrar nunca en el debate en torno a la pertinencia de los gremios, también apuntaba algunas posibles mejoras específicas[91] y llamaba a un amplio fomento de la “industria popular” auspiciada por Campomanes, que en lugares como los alrededores de Béjar había encontrado una buena expresión[92]. Ello sin duda evitaría la despoblación de muchos pueblos del interior, pues sus habitantes encontrarían “lucrosas ocupaciones” en las que emplearse cuando hubieran finalizado sus tareas agrícolas[93].

El análisis del sector agrario que hizo Ponz —refrendado por sus observaciones sobre el terreno— era en gran medida, una vez más, tributario de Campomanes, tanto en la identificación de obstáculos como en las propuestas[94]. Además, recogió buena parte de los temas en torno a los que giró el debate sobre el sector primario en la segunda mitad del siglo XVIII, que culminaría en 1795 con la publicación del célebre Informe de Jovellanos[95].    

Como buena parte de los ilustrados, con el propio Campomanes a la cabeza, Ponz era un agrarista convencido[96]. El sector primario era para él el más importante de los sectores productivos: todo era en última instancia consecuencia de la agricultura y existía una estrecha correlación entre la situación de ésta y la del país en su conjunto[97]. Pues bien, las pésimas condiciones de vida del campesinado, especialmente en las zonas del interior peninsular, eran sin duda el indicador más evidente a la hora de diagnosticar el estado de la agricultura española[98]. Tal condición de miseria —aunque con diversidad de situaciones— provocaba a su vez el éxodo y la despoblación[99].

Entre las múltiples causas de este hecho estaba la desigual distribución de la propiedad en regiones como La Mancha o Andalucía[100], los negativos efectos de los privilegios mesteños (que en zonas como Extremadura o Salamanca se traducían en una reducción de los campos destinados a la labranza y en el sostenimiento de un menor número de personas)[101], las excesivas cargas señoriales[102], el absentismo de muchos propietarios (que dejaban las explotaciones en manos de “renteros” a los que sólo interesaba obtener ganancias rápidas a costa de los labradores)[103], o la carencia de capitales (que impedía la introducción de mejoras y llevaba al desamparo frente a eventuales contratiempos)[104].   

Los posibles remedios pasaban por una amplia gama de actuaciones complementarias, como el reparto de tierras comunales[105], la prolongación y mayor seguridad de los arriendos[106], la moderación de rentas y tributos señoriales[107], la mejor adecuación de los cultivos a las condiciones de cada zona, el fomento de cultivos industriales (lino, cáñamo, rubia, gualda, etc.) que proporcionasen materias primas a las manufacturas[108], la creación de montepíos[109], la distribución directa de la producción[110], la mayor protección del agricultor frente a los ganaderos, la construcción de caminos e infraestructuras de riego, la difusión de conocimientos técnicos a través de la elaboración y traducción de obras agronómicas[111], o la instrucción agrícola (con la apertura de cátedras de agricultura en las universidades y de academias de agricultura a las que pudiesen asistir propietarios de tierras, párrocos e hijos de labradores)[112]

Ponz hacía una encendida alabanza del campesinado, destacando las virtudes de su vida sencilla y austera y exaltando la dignidad del trabajo manual agrícola, convencido —más allá de la mera filantropía— de que los labradores eran el verdadero sustento del Estado[113]. Su ideal era la extensión de la pequeña propiedad independiente, en la línea de autores como Campomanes u Olavide[114]. De hecho, Ponz elogió sin ambages la empresa colonizadora de Sierra Morena promovida por éste último, a la que llegó a calificar como una de las actuaciones más importantes llevadas a cabo durante el reinado de Carlos III[115].

Si hay una cuestión en la que los planteamientos de Ponz resultaron verdaderamente singulares en el contexto de la Ilustración española esa fue la cuestión del arbolado —omnipresente a lo largo de las páginas del Viaje[116]—, hasta el punto de que en la gran atención que dedicó a este tema puede verse un claro antecedente de los variados argumentos de promoción y defensa de la masa forestal que esgrimirían los ingenieros de montes españoles del siglo XIX. Ponz denunció muy insistentemente el grave problema de la deforestación, que afectaba muy especialmente a Castilla, y reclamó una amplia política de plantíos como uno de los medios fundamentales para restaurar la grandeza de España[117], considerando que podía ser incluso más efectivo a tal fin que la propia promoción de las manufacturas[118]. La repoblación no sólo supondría terminar con la carestía de leña y carbón vegetal y favorecer la abundancia de madera —material esencial de construcción—[119], sino que sería beneficiosa para la agricultura en general —el sector económico más importante—, tanto por contribuir a la fertilidad del suelo y a la mayor humedad del clima[120], como por proporcionar un buen complemento a la actividad agrícola y a la alimentación de personas y ganados[121]. Asimismo, influiría positivamente en la calidad de vida a través de la salubridad del aire y la mejora del ánimo (suscitada por la amenidad, frondosidad y belleza del paisaje)[122]. En lo referente a los medios para el acrecentamiento del arbolado, Ponz insistió en la importancia de difundir los nuevos conocimientos sobre silvicultura[123] y abogó, como Jovellanos, por una mayor libertad en la propiedad y gestión forestal, criticando los privilegios de la Marina (derivados de las coactivas ordenanzas de 1748)[124] y elogiando la real cédula de 1788 (que daba permiso para cerrar tierras destinadas a plantíos frente al ganado)[125]. No obstante, también apoyó normas intervencionistas, obligando por ejemplo a la plantación de árboles en las márgenes de los cursos de agua o en las lindes de todas las posesiones[126].

La imagen económica de España: Ponz frente a la mirada de los viajeros británicos 

Entre los viajeros que visitaron España en el Dieciocho, los británicos fueron sin duda los más destacados. La mayor parte de ellos se concentraron sobre todo en último cuarto del siglo XVIII, y en especial en los últimos años del reinado de Carlos III y los primeros del de Carlos IV[127]. Este fue esencialmente el mismo periodo en el que Ponz recorrió ampliamente España y elaboró el grueso de su obra, en la que precisamente se apoyaron algunos de los viajeros —como Jardine, Twiss, Dillon o Townsend— para planificar y llevar a cabo sus propios itinerarios. De ahí que sea interesante contrastar la informada mirada de Ponz con la mirada de sus contemporáneos extranjeros, los viajeros británicos, sobre los que además contamos con excelentes estudios generales que facilitan la comparación[128].

Es verdad que la visión británica estuvo condicionada por viejos prejuicios y por un marcado sentimiento de superioridad que no gustó nada a Ponz ni a los ilustrados españoles[129]. Asimismo, es cierto que fue una mirada poco profunda, en muchos casos limitada por la urgencia de viajes cortos y parciales y por el desconocimiento del idioma y de la mayor parte de la literatura económica española[130]. Sin embargo, hay que reconocer que dicha mirada no estuvo nunca constreñida por el temor a la posible censura política o religiosa, y que, al tomar como referente básico la realidad del propio país de procedencia, en ese momento a la vanguardia económica de Europa, aportó una perspectiva global diferente —bastante más crítica— del reformismo borbónico. Es decir, estos relatos de viaje extranjeros sirvieron en cierto modo de confrontación y complemento de los retratos del propio país trazados por viajeros nacionales. Por otra parte, al margen de su mayor o menor validez, es un hecho que los libros británicos de viaje sobre la España del XVIII —dada su buena acogida— contribuyeron de forma efectiva a difundir una determinada imagen del país —mejor que la propagada por los ilustrados franceses—, al mismo tiempo que reflejaban cómo éste era juzgado desde la primera economía europea[131].

En relación a las obras públicas había plena sintonía entre Ponz y los viajeros británicos respecto al mal estado general de los caminos y el reconocimiento del esfuerzo de mejora que se estaba llevando a cabo en los llamados caminos reales[132]. Sin embargo, los británicos criticaban como un grave inconveniente el despilfarro asociado a la magnificencia en su planificación y ejecución (anchura excesiva, innecesaria escala de los parapetos, “obsesión” por la línea recta, calidad de los materiales empleados, etc.), lo que conducía a un lentísimo ritmo de ampliación de la red a un elevado coste y a la consiguiente desatención de necesidades básicas: faltaban caminos de segundo orden capaces de abrir los pueblos a los circuitos comerciales. El mismo problema —aún más agravado— se daba respecto a los grandiosos proyectos de canales, que nunca llegaban a término ni se abrían a la participación de la iniciativa privada[133]. Por otro lado, había también coincidencia a la hora de juzgar la mala situación general de las posadas españolas, donde el contraste con el caso inglés era abismal. A tal inconveniente añadían los viajeros británicos la carencia de un servicio regular de carruajes de postas, que sólo existía entre Madrid y los Reales Sitios (la alternativa eran los simples caballos de postas o bien el alquiler de un carruaje con su correspondiente tiro)[134].   

La situación de despoblación y abandono del interior peninsular (las dos mesetas, Extremadura, Aragón y algunas zonas de Andalucía) venía revelada, según los viajeros británicos, por un paisaje desolado, yermo y con frecuencia desnudo de todo arbolado, aspectos en los que —como se ha visto— también había incidido Ponz de uno u otro modo[135]. Asimismo, había similitud de pareceres sobre el pésimo nivel de vida del campesinado, los intolerables privilegios de la Mesta, la falta de riego, las malas condiciones de los contratos de arrendamiento en regiones como La Mancha o Andalucía, las graves limitaciones económicas asociadas a mayorazgos y vinculaciones, el absentismo de los grandes propietarios, o la actitud generalmente ociosa y frívola de la nobleza privilegiada[136]. Pero, precisamente respecto a la agricultura de la España interior, los viajeros británicos hicieron sobre todo hincapié en el atraso técnico, la escasez de mercados y la poca comercialización de los productos agrícolas (pese al logro de la libre circulación de granos en 1765)[137]; además, calificaron casi unánimemente de fracaso los intentos colonizadores de Sierra Morena que Ponz tanto había celebrado[138]. Por contraposición, sí ensalzaron con entusiasmo —al igual que Ponz— la agricultura de regadío y huerta del Levante junto a la bien cultivada Cataluña. El País Vasco, Navarra, Galicia y Cantabria recibieron escasa atención por parte de los viajeros británicos; no obstante, los pocos que visitaron estas zonas transmitieron una idea bastante favorable de su actividad agrícola[139].

Las descripciones de los británicos de la situación de las ciudades, indicativas del pulso económico de las distintas zonas país, apuntaban en buena medida en el mismo sentido de lo señalado por Ponz: Barcelona y Cádiz fueron con mucho las que despertaron mayor admiración por su riqueza, dinamismo económico y movimiento comercial; también las urbes del Levante y del Norte peninsular fueron juzgadas en general como prósperas, activas y bien organizadas; por contra, todas las ciudades castellanas y algunas andaluzas del interior fueron retratadas sin excepción como reliquias adormiladas de un pasado esplendoroso, ya lejano, en el que las manufacturas de lana —como en el caso de Segovia— o de seda —como en Granada— habían llegado a conocer un importante desarrollo[140].

Al margen de las actividades textiles, los viajeros británicos citaron en sus recorridos una amplia variedad de otras producciones (cuero, mosquetes, esparto, cerámica, tabaco, salitre, molinos de azúcar, etc.). Pero la manufactura española suscitó en general entre ellos una sensación de precariedad —atraso técnico, pequeña escala y aislamiento de los mercados— que achacaron a la concurrencia de muy diversas razones, tales como la excesiva confianza en el enriquecimiento fácil asociado a los tesoros americanos, el fuerte reglamentismo y la falta de libertad industrial, la adversa política impositiva, las malas comunicaciones, o el desprecio por el comercio y las artes mecánicas entre los estamentos privilegiados[141]. Del mismo modo, las grandes manufacturas estatales, muy visitadas, fueron agriamente censuradas por su elevado coste y sus continuas pérdidas asociadas a una gestión negligente[142]. No obstante, los viajeros dejaron fuera de este cuadro tan poco reconfortante la gran actividad textil catalana, sobre todo la referida al algodón, así como el notable desarrollo de las sederías valencianas. También se refirieron con cierto reconocimiento al sector del hierro en el País Vasco y subrayaron la notable presencia de técnicos extranjeros en el textil o en los astilleros[143]. De cualquier modo, lo destacable es que, en lo esencial, el diagnóstico de la situación de la manufactura española ofrecido los viajeros británicos no difería del formulado por Ponz[144].

La visión de los viajeros británicos, sin embargo, era completamente opuesta a la de Ponz en la feroz crítica a la Iglesia y al arbitrario gobierno borbónico, el cual había promovido además los perniciosos pactos de familia con Francia. Mientras el castellonense, como hemos visto, creía posible el progreso y la modernización dentro del absolutismo reformista, los británicos —imbuidos por la idea de mayor libertad política, económica y religiosa y tomando como referencia la realidad de su propio país— veían precisamente en el mal gobierno despótico y en la perniciosa preponderancia de la Iglesia la raíz de todos los males, hasta el punto de considerar vano cualquier intento de reforma mientras el pueblo español no se hubiera sacudido dicha tiranía. Algunos viajeros llegaron incluso a considerar que los supuestos defectos del “carácter nacional” podían achacarse en realidad a tan nefastas instituciones[145]

La Iglesia católica, que a los ojos de los viajeros británicos tenía una presencia apabullante y un enorme poder, iba a ser severamente criticada por su muy negativa influencia socioeconómica: primero, por fomentar el fanatismo y la superstición, lo que se reflejaba en un exceso de todo tipo de ceremonias y en costumbres tales como la veneración de reliquias o las flagelaciones; segundo, por alimentar la intolerancia a través de la Inquisición y la censura intelectual, lo que había derivado en el atraso científico y universitario; tercero, por el exceso de población eclesiástica “no productiva”, que incidía como un factor más en la despoblación y el retraso económico; cuarto, por favorecer la caridad indiscriminada, avivando así la ociosidad, a la que también contribuía un calendario repleto de festividades religiosas; y quinto, por haber acaparado grandes riquezas que quedaban fuera del circuito económico, sirviendo a menudo solamente a la pompa de las ceremonias, la suntuosa decoración de las iglesias o la mera ostentación[146]. Es cierto que Ponz había apuntado también algunos de estos problemas, pero de un modo mucho más suave y destacando al mismo tiempo numerosos aspectos positivos de la actuación eclesiástica.

En cuanto al mal gobierno ejercido de forma despótica y sin contrapeso alguno, los viajeros lo veían reflejado, principalmente, en un sistema fiscal complejo y opresivo, ajeno a todo control de representantes del pueblo, y que desincentivaba la laboriosidad, la industria y el comercio (criticaban especialmente la alcabala, que afectaba negativamente a los intercambios, y los millones, que encarecían artículos de primera necesidad incrementando el precio del trabajo y dificultando la exportación)[147]. También percibían el mal gobierno borbónico en la incapacidad para articular una política realista y eficaz de caminos y canales que permitiera integrar de forma efectiva el mercado interior, así como en el acusado intervencionismo y el exceso de regulaciones y prohibiciones[148]. En particular, condenaban el fuerte proteccionismo manufacturero y el monopolio del comercio con la América española, que consideraban caro de mantener —al exigir una potente Armada— e ineficaz —tal como ponía de manifiesto el amplio contrabando[149]. Pero en esta postura crítica, al margen de que la idea de libertad económica hubiera calado en los viajeros[150], había sobre todo una posición interesada, dados los perjuicios que dicha política causaba a Gran Bretaña, país que por otra parte practicó también un claro proteccionismo industrial durante toda la centuria[151]. Además, tanto la protección como el monopolio del comercio colonial español hay que entenderlos dentro de un amplio programa de desarrollo económico, que incluía también medidas de fomento agrícola y manufacturero junto a una gradual liberalización interior y del comercio dentro del Imperio[152].  

Conclusiones

La visión de Ponz de la realidad económica española —que no fue ni original ni sistemática— estuvo esencialmente condicionada por las ideas de Campomanes, quien a su vez participó de forma decisiva en la orientación de todos los debates económicos ilustrados. No es extraño entonces encontrar en la obra de Ponz una gran cercanía de planteamientos respecto a las principales ideas defendidas por los economistas del periodo 1760-80.

El Viaje de España no ofrece en absoluto una imagen complaciente del país. Nada escapa a la incisiva mirada de Ponz (la nobleza, la Armada, la Iglesia, etc.) y no faltan las críticas de calado a la situación socio-económica: así, por ejemplo, censura la frivolidad, el absentismo y la falta de compromiso público de la aristocracia terrateniente; condena la política coactiva de aprovechamiento maderero de la Marina Real; reprueba la práctica de la limosna indiscriminada, la pompa decorativa de las iglesias y la ociosidad de los caudales eclesiásticos; critica la lentitud, el abandono o el aplazamiento de medidas de reforma; advierte contra el caciquismo ejercido en los pueblos por los vecinos más ricos; rechaza de plano los privilegios de la Mesta; denuncia la situación de miseria del campesinado y la despoblación y el atraso agrícola, comercial y manufacturero de la España interior, así como su apariencia desolada por la falta de arbolado; llama la atención sobre el mal estado general de las posadas y de la red de puentes y caminos, y subraya las graves carencias en infraestructuras hidráulicas que impiden el buen aprovechamiento de los ríos; señala la pésima formación de los artesanos, la falta de conocimientos actualizados de los agricultores y el escolasticismo de las universidades; o se muestra contrario a todo tipo de aventuras belicistas e imperialistas.

Sin embargo, la crítica adopta en todo momento en Ponz un tono comedido y constructivo, resaltando siempre los logros conseguidos en cada caso y las posibilidades de mejora existentes, y proponiendo con tal fin la adopción de disposiciones específicas. Y es que Ponz, como los economistas ilustrados españoles, se mostraba optimista respecto al potencial económico de España y confiaba en la efectividad del programa ilustrado de reformas progresivas.

Un objetivo adicional del viaje ilustrado que Ponz asumió plenamente era dar una visión veraz y objetiva de España que contrarrestase los prejuicios, errores e inexactitudes contenidos en la imagen ofrecida por algunos viajeros extranjeros[153]. Entre estos, los británicos fueron sin duda los más destacados viajeros por la Península durante el último tercio del siglo XVIII, precisamente cuando tuvo lugar buena parte del Viaje.

En lo relativo al análisis de la situación concreta de los sectores productivos españoles hubo un notable grado de coincidencia entre Ponz y los viajeros británicos, si bien en éstos últimos el tono crítico fue más acentuando. Sin embargo, existió una absoluta discrepancia en cuanto a los aspectos político-institucionales relacionados con el sistema de gobierno absolutista y el protagonismo de la Iglesia católica. Aquí la opinión británica fue muy negativa. Ello hizo que en conjunto el balance global de los viajeros británicos fuera muy poco alentador: iban a hablar abiertamente de persistente decadencia general —no sólo económica— de un país que en su día había llegado a ser hegemónico; según ellos, era necesario un cambio sustancial que trastocase drásticamente la estructura político-social para que de verdad España pudiera empezar a prosperar económicamente.

Esta honda discrepancia entre Ponz y los viajeros británicos en su visión de España es explicable, en primer lugar, porque éstos partían de una concepción más avanzada de lo que debían ser las libertades civiles, económicas y religiosas. Pero también responde en gran medida a su falta de conocimiento profundo de la realidad sociopolítica española —que les hubiera revelado la inviabilidad efectiva de cambios políticos radicales—, así como a sus propios intereses nacionales.

 

Notas

* Agradezco la ayuda de Daniel Crespo Delgado y Pablo Cervera Ferri.

[1] Fabbri (1996), p.412.

[2] Fabbri (1996), p.412.

[3] Gómez de la Serna (1974), p.100.

[4] Diz (2000), p.377.

[5] Jovellanos (2008), p.277.

[6] Esta tipología la estableció Gómez de la Serna (1974), pp.79-80.

[7] Helman (1953), pp.618-9.

[8] Morales (1988), pp.21-2.

[9] Pimentel (2003), p.216.

[10] Clavijo y Fajardo (1762), p.165

[11] Sobre las fechas de las reediciones de los distintos tomos en vida del autor véanse Rivero (1988, p.64) y Blasco (1990, pp.225-226): los tomos I a VI se reeditaron tres veces, y los tomos VII a XIII dos. Tras la muerte de Ponz el libro siguió reeditándose, y algunos tomos alcanzaron hasta trece ediciones. En 1774 se publicaron extractos en francés y en 1775 se tradujo al alemán el primer tomo; en 1793 apareció un compendio general del Viaje en italiano realizado por Antonio Conca (Batllori, 1966). Véase Frank (1997), p.24n.

[12] De esta tesis han salido dos trabajos, Crespo (2008a y 2008b). Puente (1968) también se ocupa del Viaje, pero su tono es esencialmente descriptivo.

[13] Phillips (2000), p.27.

[14] Jovellanos (2008), p.271.

[15]  Jovellanos (2008), p.679.

[16] Jovellanos (2008), p.887.

[17] Campomanes (2009c[1775]), p.iii.

[18] Reeder (1973 y 1978) y Llombart (2004).

[19] En dicho año está fechada la primera carta del tomo I [Ponz (1988a): I(1787), p.121].

[20] Concretamente, Galicia, zona cantábrica, Murcia y Andalucía oriental. Sí se ocuparía del País Vasco en su Viaje fuera de España (Ponz, 2007[1785]).

[21] Ponz lo niega en la advertencia que precede al tomo I, en su edición de 1787 [Ponz (1988a): I(1787), p.98]. Sin embargo, según Maciá (1990, p.157), las cartas privadas evidencian que estuvo subvencionado por la Corona. Además, obtuvo del Rey la prestamera de Cueva (Toledo) y en 1776 fue nombrado Secretario de la Real Academia de San Fernando, lo que significó un apoyo esencial para el proyecto del Viaje.

[22] Ponz (1988a): I(1787), p.97; Ponz (1989): XVI(1791), p.396.

[23] Frank (1997), p.16.

[24] Como señala Frank (1997, pp.21-4), para hacernos una idea del valor de los datos proporcionados por Ponz hay que tener en cuenta que el inconcluso Diccionario Geográfico-Histórico de España de Tomás López (1730-1802) se basaba en datos proporcionados por informadores diversos a partir de la cumplimentación de formularios, así como en ciertas fuentes antiguas. Ponz, sin embargo, obtuvo la gran mayoría de sus datos por observación directa personal. Aunque en algunos casos también recurrió a testimonios ajenos, éstos siempre procedieron de personas bien informadas.     

[25] Crespo (2008b), pp.18-23.

[26] Frank (1997), p.225.

[27] Jovellanos (1981).

[28] Tal como ha subrayado Lope (1989, p.167), véase por ejemplo el lamento de Ponz ante el incumplimiento de los principios contenidos en la Real Cédula de 15 de junio de 1788: Ponz (1989): XVII(1792), p.523.

[29] Sarrailh (1992), p.121.

[30] Frank (1997), pp.42-50; 169. Entre las propuestas implementadas están, por ejemplo, la promulgación de la Real Cédula de 1788 sobre conservación de montes y plantíos, las mejoras urbanas en Valladolid, o la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País de Medina del Campo (pp.25-6). Además, en 1785 Floridablanca encargó a Ponz la dirección de un proyecto de reforestación del entorno de Madrid (Crespo, 2008b, p.34).

[31] Llombart (2000), pp.22, 28, 36, 45.

[32] Ponz (2007[1785], pp.628-30) veía las libertades políticas inglesas como potenciales causantes de desórdenes e inestabilidad.

[33] En concreto, se trataría tanto de la Theórica (1742) de Uztáriz como de las Memorias históricas (1779) y el Discurso económico-político (1778) de Capmany: Cervera (2003), pp. 276-278. Entre las fuentes de Ponz también destacan Sarmiento, Herrera, Duhamel de Monceau, el Expediente de la Mesta de 1771, o algunos informes sobre cuestiones agronómicas tales como la Cartilla de Agricultura (1761) de Antonio Elgueta y Vigil o la Recopilació sobre el cultivo de la granza de Canals y Martí (1766). En relación a Aragón y Cataluña (tomos XIII y XIV) parece que fue fundamental Nicolás Rodríguez Laso. Sobre las fuentes de Ponz para los diferentes aspectos de la realidad española véase Cervera (2003), pp. 270-278.

[34] Crespo (2008a), pp.137-8.

[35] Crespo (2008b), pp.247-8.

[36] Llombart (2000), pp.20, 77. El crecimiento efectivamente se produjo: Anes (2000), p.170.

[37] Ponz creía que la señal más clara de la decadencia de las regiones de la España interior era la despoblación. Muchas provincias —como Toledo, Salamanca, Ciudad Real, Zaragoza, Burgos, Córdoba o Málaga— habían visto cómo sus pueblos se despoblaban o incluso se abandonaban por completo, y cómo incluso algunas de las capitales habían perdido parte de sus habitantes. Véase Ponz (1988a): I(1781), pp.111 y 214-5; Ponz (1988c): XII(1788), pp.590-1 y 637-8; Ponz (1989): XVI(1791), p.332; XVII(1792), p.525; XVIII(1794), pp.817-8. Además, había testimonios de que ciertas ciudades, como Sevilla, Valladolid o Segovia, habían tenido una población mayor en el siglo XVI: Ponz (1988c): IX(1786), pp.170-1; X(1787), pp.332-3; XI(1787), pp.398-9. Respecto al caso de Extremadura, Ponz (1988b): VIII(1784), p.618-9.

[38] Ponz elogió muy especialmente el caso de la industriosa Cataluña: Ponz (1989): XIV(1788), pp.25, 72, 76-7, 101, 135-7. También celebró el caso de Valencia, con su productiva huerta y sus florecientes manufacturas —Ponz (1988a): III(1789), p.590; IV(1789), p.770—, así como el de la activa y comercial ciudad de Cádiz —Ponz (1989): XVIII(1794), p.696—. Respecto al País Vasco, Ponz (2007[1785], pp.238-48) alabó su buena situación económica en su Viaje fuera de España.

[39] Esta idea aparece repetidamente en relación a muy diversos lugares, tales como la Alcarria, Jaén, León, Sigüenza, Sevilla, toda Castilla y Andalucía en general, e incluso Cataluña. Véase Ponz (1988a): III(1789), p.561; Ponz (1988c): XI(1787), pp.396, 522; XII(1788), p.634; XIII(1788), p.801; Ponz (1989): XIV(1788), p.135; XVI(1791), pp.419 y 447; XVII(1792), p.607.

[40] Ward (1982[1762]), p.216; Campomanes (2009a[1774]), p.lxvi.

[41] Ponz (1989): XVIII(1794), p.833. Véase también la p.730, donde se señala que la falta de población implica un peligro estratégico, al facilitar una eventual invasión extranjera.

[42] Véase Lynch (2004), p.176.

[43] “La despoblación es una calamidad casi común en toda España” [Ponz, 1988a: I(1787), p.111].

[44] Ponz (1988c): X(1787), p.333.

[45] Ponz (1988a): I(1787), p.111.

[46] Ponz (1988c): X(1787), p.332-3; XI(1787), p.484; Ponz (1989): XVI(1792), p.427-8.

[47] Ponz (1989): XVII(1792), p.525; Ponz (1988c): IX(1786), pp.171-2; XII(1788), pp.611, 621.

[48] Esto lo afirma, por ejemplo, en relación a Valladolid y León —Ponz (1988c): XI(1787), pp.398, 492— e incluso respecto a Cataluña —Ponz (1989): XIV(1788), p.135—.

[49] Había que lograr la máxima población ocupada productivamente, como señalaba Romà en Las señales de la felicidad [1768]: Llombart (2000), p.27. Véase también Campomanes (2009a[1774]), p.cxlvii.

[50] Perdices y Reeder (2003), pp.212-4.

[51] Ponz (1988c): IX(1786), pp.152-3.

[52] Ponz (1989): XV(1788), p.288.

[53] Ponz (1988a): I(1787), p.164. En el prólogo al tomo X Ponz se refiere a diversas obras emprendidas por los obispos españoles, y en el prólogo al tomo XI alude a la colaboración entre los obispos y el gobierno revelada por la correspondencia mantenida entre aquéllos y Floridablanca. Ponz se refiere asimismo a la “grande obra pía de fabricar puentes, construir caminos y cosas semejantes” de utilidad general [Ponz (1988a): I(1787), p.99; III(1789), p.602]. Al mismo tiempo, critica los gastos superfluos, como la erección de torres en las iglesias [Ponz (1988a): I(1787), pp.100-1; Ponz (1988b): VIII(1784), p.610], y la pompa decorativa, asociada al “amontonamiento de lámparas” y velas, el abuso de elementos dorados y plateados, la forma recargada de vestir imágenes, los muy numerosos relicarios, o la conversión de las iglesias en “espectáculos teatrales”: Ponz (1988a): I(1787), pp.103-4, 247-8; III(1789), pp.490, 613; Ponz (1988b): V(1793), p.19; VII(1784), p.352; Ponz (1988c): IX(1786), p.106; Ponz (1989): XIV(1788), pp.33-4. 

[54] Llombart (2009), pp.67-71.

[55] Ponz (1988c): XI(1787), p.369-70. Véase Jovellanos (2008), p.609.

[56] Ponz (1988c): IX(1786), p.174.

[57] Ponz (1988c): XII(1788), p.686.

[58] Ponz (1988c): XII(1788), pp.686-7. En Campomanes (2009b[1775], p.35) aparece claramente vinculada la educación a la idea de utilidad. También Jovellanos (2008), p.798.

[59] Respecto a la universidad de Alcalá, véase Ponz (1988a): I(1787), pp.257-8, y respecto a la de Salamanca, Ponz (1988c): XII(1788), pp.688-9. Sin embargo, Ponz afirmaba que la “nueva filosofía” era ya conocida en España, la biblioteca de Salamanca poseía obras modernas, y había planes de introducción de los nuevos saberes: véase Ponz (1988c): XII(1788), pp.649, 656-8; Ponz (1989): XIV(1788), p.108. Sobre el papel de Olavide y Campomanes en los intentos de reforma universitaria, véase Álvarez Morales (1985).

[60] Ponz (1988c): XII(1788), pp.686, 691-2. Llombart y Astigarraga (2000), p.679.

[61] Crespo (2008b), pp.44-9, analiza en este sentido textos de Uztáriz, Ulloa, Fernández de Mesa, Ward, Romà, Campomanes, Caresmar, Floridablanca y Jovellanos.

[62] Véanse las reveladoras palabras de su sobrino en el prólogo a Ponz (1989): XVIII(1794), pp.684-5. También Jovellanos (2008), p.804, y Glacken (1996[1967]), pp.609-11.

[63] Ponz (1988a): IV(1789), p.630.

[64] Ponz (1988a): I(1787), p.100. Como mostró Madrazo (1988), las realizaciones en el ámbito de los caminos reales durante la época de Carlos III se han exagerado.

[65] Ponz (1988c): IX(1786), pp.154-5.

[66] Ponz (1988b): VIII(1784), pp.627-30. Otros motivos del mal estado de las posadas eran los altos alquileres pagados por hacerse cargo de ellas, o los gravámenes sobre los consumos exigidos por los pueblos a los posaderos (pp.627-8). Lo prioritario era desterrar el estanco de los mesones y dar libertad a todo vecino para recibir huéspedes (p.628).

[67] Sobre los canales de Castilla, Aragón y Manzanares, así como sobre el canal impulsado por Pedro de Echauz en los términos de Uceda y Torremocha del Jarama, véase: Ponz (1988c): XI(1787), pp.483-4; Ponz (1989): XV(1788), pp.224-5; Ponz (1988a): III(1789), p.558n; Ponz (1988c): X(1787), p.239. Ponz también aludía a proyectos de canales impulsados por don Antonio y don Gabriel de Borbón.

[68] Ponz (1988a): III(1789), p.557;  IV(1789), p.738; Ponz (1988c): XIII(1788), p.803.

[69] Ponz (1988a): IV(1789), p.738; Ponz (1988c): IX(1786), p.37.

[70] Ponz (1989): XIV(1788), p.132.

[71] Unido con el del Jarama y con otro que debía atravesar La Mancha y Sierra Morena enlazando con el Guadalquivir, se pretendía conectar Madrid con el Atlántico (Crespo, 2008b, p.88).

[72] Crespo (2008b), pp.87-8. Sobre los proyectos hidráulicos ilustrados, Gil Olcina (1992).

[73] Jovellanos (2008), pp.805-6.

[74] Ponz (1988a): I(1787), p.291; III(1789), pp.529, 566-7; IV(1789), pp.642-3; Ponz (1988c): IX(1786), p.149; Ponz (1989), XVII(1792), p.664.

[75] Ponz (1988a): I(1787), pp.182, 185.

[76] Ponz (1988c): IX(1786), p.154; Ponz (1989): XVIII(1794), pp.818-9. Jovellanos (1981), p.75, también consideraba la paz prerrequisito del progreso.

[77] Mientras que localidades como Vinaroz o Valencia sobresalían por su intensa actividad comercial, Toledo, Medina del Campo, Valladolid o Burgos destacaban por todo lo contrario. Véase Ponz (1988a): IV(1789), pp.763, 771; I(1787), pp.214-5; Ponz (1988c): X(1787), p.353; XI(1787), p.456; XII(1788), p.556.

[78] Ponz (1988b): VI(1793), p.214. Perdices y Reeder (2003), pp.262-4.

[79] Ponz (1988b): VI(1793), pp.210-1; Ponz (1988c): IX, p.15. Perdices y Reeder (2003), pp.189-92.

[80] Ponz (1989): XVIII(1794), pp.818-9.

[81] Llombart (2000), p.24. 

[82] Ponz (1988c): X(1787), pp.356-7; XI(1787), p.391. Criticaba la exportación de lana en bruto y proponía que ésta se sacase “hilada por lo menos”; en general, lamentaba la importación de todo tipo de manufacturas textiles [Ponz, 1988c: XII(1788), pp.594-5; X(1787), p.328; IX(1786), p.171; Ponz, 1988b: VIII(1784), p.623]. Campomanes (2009[1774], pp.xci-c) había insistido mucho en no permitir la “extracción en rama” de materias primas. 

[83] Ponz (1988c): XI(1787), p.411. Campomanes (2009b[1775]) había otorgado a la formación del artesanado y a la revalorización de los oficios una importancia fundamental.

[84] Ponz (1988c): X(1787), pp.353-4. Cita a Campomanes (2009c[1775]), p.xxxvii.

[85] Ponz (1988c): X(1787), pp.351-3. También Campomanes (2009a[1774]), pp.clxxix-clxxxi.

[86] Véase Campomanes (2009a[1774]), p.x. Ward también reconocía el carácter complementario de agricultura, comercio e industria, y Romà, Ramos y Arriquíbar subrayaban su estrecha interdependencia: Llombart (1997), pp.73, 77; Astigarraga (2000), pp.306-9.

[87] Ponz (1988a): I(1787), p.276.

[88] Sobre las fábricas de vidrio de La Granja, de paño de Guadalajara, y de seda de Talavera véase Ponz (1988c): X(1787), p.309-11 y 355-7; Ponz (1988b): VII(1784), pp.377-8.

[89] Respecto a Campomanes, referente de Ponz, Ocampo (2004), p.133.

[90] Ponz (1988a): III(1789), p.589; IV(1789), p.770; Ponz (1989): XIV(1788), pp.47-8.

[91] Por ejemplo, se refería al fomento en Talavera de semilleros de moreras y de la cría de gusanos de seda, a la posibilidad de restablecer fábricas textiles en Écija dado lo apropiado del terreno para el cultivo del algodón, o a la búsqueda de especialización según calidades en la manufactura segoviana de lana: véase Ponz (1988b): VII(1784), p.378; Ponz (1989): XVII(1792), p.571; y Ponz (1988c): X(1787), pp.356-7.

[92] Ponz (1988b): VIII(1784), p.516. Sobre la “industria popular” en Campomanes véase Ocampo (2004), pp.123-30.

[93] Ponz (1988c): X(1787), pp.328-9.

[94] Véase Llombart (1992), pp.209-33 sobre el análisis de Campomanes de la agricultura española.

[95] Perdices y Reeder (2003), pp.194-205.

[96] Ocampo (2003), p.94, destaca la amplia unanimidad existente entre los ilustrados sobre el carácter prioritario de la agricultura.

[97] Ponz (1988c): IX(1786), p.162; XII(1788), p.640; Ponz (1989): XVIII(1794), p.830.

[98] Ponz (1988b): VII(1784), p.445; Ponz (1988c): IX(1786), pp.155, 161.

[99] Ponz (1988b): VIII(1784), p.625. Cuando el éxodo rural contribuía a un desmedido crecimiento de las ciudades originaba inestabilidad social: Ponz (1989): XVII(1792), p.620; XV(1788), p.169.

[100] Véase Ponz (1988c): XI(1787), pp.395-6, y Ponz (1989): XVIII(1794), p.729. Según Ponz, el origen de las grandes propiedades en estas zonas estaba en la Reconquista. Asimismo, achacaba las diferencias en las condiciones de vida de los campesinos de La Mancha y la Alcarria a la distinta estructura de la propiedad de la tierra [Ponz (1988a): I(1787), pp.286-7]. 

[101] La Mesta había despoblado Extremadura, León y las dos Castillas: Ponz (1988b): VII(1784), p.441n; VIII(1784), p.622. Los ingresos derivados de la venta de la lana no enriquecían al país, sino que se acababan dedicando a la compra fuera de productos manufacturados: Ponz (1988c): X(1787), pp.328-9.

[102] Por ejemplo, Ponz (1989): XV(1788), p.262n, 265; o Ponz (1988b): VII(1784), p.446.

[103] Ponz pone a Ávila y Jerez de los Caballeros como ejemplos paradigmáticos de los males del absentismo en grandes propiedades ligadas a mayorazgos [Ponz (1988c): XII(1788), pp.717-8; (1988b): VIII(1784), pp.609-10]. Se queja en muchos otros casos de cómo quedan numerosas tierras sin cultivo por dicha causa: Ponz (1988b): VII(1784), p.356; VIII(1784), p.528; Ponz (1988c): IX(1786), p.152. Con todo, elogia las excepciones de grandes propietarios preocupados por sus tierras: Ponz (1988a): I(1787), p.224n.

[104] La falta de capitales era, por ejemplo, “la causa de no cultivarse bien las viñas” en Jerez (Ponz, 1989: XVII(1792), p.618).

[105] Por ejemplo, Ponz (1988b): VII(1784), p.460.

[106] En referencia a La Mancha y Andalucía, véase Ponz (1989): XVI(1791), p.335; XVIII(1794), pp.729-30.

[107] Por ejemplo, Ponz (1988a): IV(1789), pp.772, 776; Ponz (1988b): VII(1784), p.445.

[108] Por ejemplo, Ponz (1988b): VII(1784), p.366; Ponz (1989): XIII(1788), p.828.

[109] Ponz (1989): XVII(1792), p.620.

[110] En Málaga, por ejemplo, la comercialización de productos agrarios estaba casi por completo en manos de intermediarios: Ponz (1989): XVIII(1794), p.794.

[111] La Agricultura era “arte de estudio, reglas y reflexión”, y no considerarla como tal acarreaba “fatales consecuencias” [Ponz, 1989: XVIII(1794), p.833].

[112] Ponz reivindicaba que las cátedras de agricultura ya existían en otros países europeos: Ponz (1989): XVIII(1794), pp.828-30. Sobre las posibles academias de agricultura, de carácter teórico-práctico, véase Ponz (1988c): XII(1788), p.542. Holanda e Inglaterra eran ejemplos de una “perfecta agricultura que todo lo alcanza”, y que iba mucho más allá de la simple transmisión de una “defectuosísima tradición de padres a hijos” [Ponz (1989): XVIII(1794), p.711].

[113] En especial véase Ponz (1988a): II(1788), pp.452-3; y Ponz (1988c): IX(1786), pp.30-1.

[114] Perdices (1992), p.200.

[115] Ponz (1988b): VI, p.213; Ponz (1989): XVI(1791), p.355; XVII(1792), p.583. No obstante, Ponz lamentaba que con los años —a finales del siglo— algunas casas de colonos ya se hubieran abandonado y arruinado: Ponz (1989): XVI(1791), p.433; XVII(1792), pp.565, 583.  Sobre la empresa colonizadora: Perdices (1992), pp.179-247.

[116] Al comienzo mismo de su obra indicaba que éste sería un tema central [Ponz(1988a): I(1787), p.99]. Luego se ocuparía ampliamente del arbolado en los prólogos de los tomos IX, X, XI, XII, XIII y XV.

[117] Por ejemplo, Ponz (1988b): II(1788), p.449; Ponz (1988c): IX(1786), pp.21-2, 35; XII(1788), p.634; XIII(1788), p.771; Ponz (1989): XV(1788), pp.210-1. Sobre la política forestal del despotismo ilustrado, Urteaga (1987), pp.114-42.

[118] Ponz (1988c): IX(1786), pp.15-7. La manufactura incitaba a la rivalidad entre países y podía llegar a suscitar guerras: “respetables  escuadras y numerosos ejércitos son los que únicamente pueden abrigar aquel estado floreciente de comercio y manufacturas por que anhelan tantos ciudadanos” (p.16).

[119] Ponz (1988a): I(1787), pp.110-1; Ponz (1988c): IX(1786), p.19. Se mostraba contrario al uso del carbón mineral: Ponz (1988c): XIII(1788), p.782.

[120] Ponz (1988c): IX(1786), pp.17-9, 24-5.

[121] Ponz (1988a): II(1788), p.452; Ponz (1988c): IX(1786), pp.18n, 25.

[122] Ponz (1988a): I(1787), pp.99, 228;  Ponz (1988c): IX(1786), pp.19, 37, 161.

[123] De autores modernos como Duhamel du Monceau [Ponz, 1988c: IX(1786), p.36]. Siguiendo a Esteban Boutelou, el propio Ponz redactó sus amplias  y sencillas instrucciones prácticas para el plantío de distintas especies de árboles en el prólogo del tomo XIII (Ponz, 1988c, pp.739-83).

[124] Ponz (1988c): IX(1786), pp.27-8. La Armada podía apropiarse de los árboles que desease a precios prefijados. Por ello, en algunas zonas como Cádiz la gente cortaba a los árboles su guía principal para que no fueran marcados por la Marina [Ponz, 1989: XVII(1792), p.633]. 

[125] Ponz (1989): XV(1788), pp.161-2; XVII(1792), p.635. Jovellanos (2008), p.719, también subrayaba que “al cercamiento de tierras [sucedería] naturalmente la multiplicación de los árboles”.

[126] Ponz (1989): XVII(1792), p.526.

[127] Los dos viajeros más importantes en términos de sus observaciones económicas fueron Alexander Jardine y Joseph Townsend, pero cabe destacar también la figura del perspicaz anglo-italiano Giovanni Baretti, quien mostró la mayor comprensión hacia España. Asimismo, cabe citar nombres como los de Clarke, Twiss, Dalrymple, Swinburne, Dillon, Thicknesse o Young, entre otros.

[128] Robertson (1988), Guerrero (1990) y Freixa (1991).

[129] No obstante, hubo notables diferencias respecto al uso de estereotipos en los viajeros británicos. Así, el propio Ponz (2007[1785], pp.183-208) censuró duramente por su falsedad los libros de Clarke, Dalrymple y Swinburne, mientras que valoró de modo bastante favorable los de Twiss, Dillon y Baretti.

[130] Algunos viajeros, como Townsend o Jardine, parecían tener cierto conocimiento de algunas obras de Campomanes: Ramos Gorostiza (2006), pp.160-2. 

[131] Aunque su visión de España está aún marcada por ciertos prejuicios, los viajeros británicos contribuyeron a revisar, al menos en parte, la muy negativa y distorsionada imagen del país que —desde una mezcla de frivolidad, falta de curiosidad y absoluto desconocimiento— habían propagado ampliamente por Europa los ilustrados franceses (Iglesias, 1998, pp.416-7).

[132] Townsend (1988[1791]), pp.52, 98; Jardine (2001[1788]), p.327; Baretti (2005[1770]), p.217.

[133] Townsend (1988[1791]), pp.90-1; 145-7, 198; Jardine (2001[1788]), pp.318, 320, 334; Baretti (2005[1770]), pp.225, 228. Para el conjunto de los viajeros, Freixa (1991), pp.253-8.

[134] Freixa (1991), pp.169-73, 209-10.

[135] Una visión general en Freixa (1991), pp.237-40. También Townsend (1988[1791]), pp.239-49, 98; Jardine (2001[1788]), p.405; Baretti (2005[1770]), pp.226, 266, 409, 449.

[136] Sobre todos estos aspectos, por ejemplo, Townsend (1988[1791]), pp.96, 180-1, 190, 197, 215, 251, 264; 377-413; Jardine (2001[1788]), pp.166, 288, 290-2, 310, 346-7, 480n; Baretti (2005[1770]), pp.400-1, 404, 441. Para el conjunto de viajeros, Guerrero (1990), pp.135-82, 188-207, 339-47; Freixa (1991), pp.240-6, 250-1.

[137] En especial Jardine (2001[1788]), pp.198-9, 291, 308-9. También Guerrero (1990), pp.156-79. 

[138] Townsend (1988[1791]), pp.258-9; Jardine (2001[1788]), pp.280-2. Para otros viajeros, Freixa (1991), pp.366-8 y Guerrero (1990), pp.179-88.

[139] Por ejemplo, Townsend (1988[1791]), pp.75, 361, 403; Baretti (2005[1770]), pp.441-2, 459-61, 475-6, 479-86. Para otros viajeros, Freixa (1991), pp.247-9; Guerrero (1990), pp.138-55.

[140] Freixa (1991), pp.325-45.

[141] Guerrero (1990), pp.209-27. También, por ejemplo, Townsend (1988[1791]), pp.193, 299, 336; Jardine (2001[1788]), pp.195, 315, 336; o Baretti (2005[1770]), pp.266-7.

[142] Townsend (1988[1791]), pp.101, 113; Jardine (2001[1788]), pp.194-5; Baretti (2005[1770]), pp.241, 350, 393-4. Para el conjunto de viajeros, Freixa (1991), pp.368-70, y Guerrero (1990), pp.227-37.

[143] Guerrero (1990), pp.254-5; 263-7; 270-4.

[144] No obstante, algunos viajeros como Jardine (2011[1788], pp.193-4, 213) consideraban que ya era demasiado tarde para desarrollar la manufactura, y que había países que debían especializarse en producir materias primas y otros países aptos para manufacturarlas.

[145] Jardine (2001[1788], pp.228; 272-4). Otros como Baretti (2005[1770]; pp.311-4) se mostrarían muy críticos con la propia idea del carácter nacional.

[146] Para un amplio tratamiento de todo ello, Freixa (1991), pp.412-450. Como ejemplos concretos: Townsend (1988[1791]), pp.123, 161, 171, 214, 276, 291-2, 328, 425; Jardine (2001[1788]), pp.212, 217, 219, 271, 380; Baretti (2005[1770]), pp.256, 303, 389-91, 432-3.

[147] Freixa (1991), pp.358-63. En particular, Townsend (1988[1791]), p.242; y Jardine (2001[1788]), p.327.

[148] Baretti (2005[1770]), pp.416-7 no dudaba de las buenas intenciones del monarca, pero o bien se traducían en medidas desencaminadas, o carecían del soporte financiero necesario.

[149] Freixa (1991), pp.364-5 y Guerrero (1990), pp.303-22. También, Townsend (1988[1791]), pp.263, 294-9; y Jardine (2001[1788]), pp.184, 217, 291, 312-4, 379.

[150] Guerrero (1990), pp.299-302.

[151] Llombart (1997), pp.82-3.

[152] Llombart (2000), pp.24; 78.

[153] Ponz (1988a): I(1787), pp.95-96.

 

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© Copyright José Luis Ramos Gorostiza, 2012
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[Edición electrónica del texto realizada por Miriam Hermi Zaar]

 

Ficha bibliográfica:

RAMOS GOROSTIZA, José Luis. La economía en el viaje de España de Antonio Ponz: contexto de ideas y contraste con la mirada extrajera. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de junio de 2012, Vol. XVII, nº 981. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-981.htm>. [ISSN 1138-9796].



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