Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVII, nº 982, 30 de junio de
2012
[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

LA TOPONIMIA COMO MEDIO DE INFORMACIÓN GEOGRÁFICA: EL CASO DE LOS FITOTOPÓNIMOS

 

Francisco Molina Díaz
Universidad Pablo de Olavide
fmoldia@upo.es

 

Recibido: 6 de diciembre de 2011. Devuelto para revisión: 16 de enero de 2012. Aceptado: 10 de febrero de 2012.

La Toponimia como medio de información geográfica: el caso de los fitotopónimos (Resumen)

La Toponomástica estudia el origen de los nombres de lugar desde una perspectiva lingüística, aunque los resultados pueden aportar datos interesantes para otras disciplinas científicas. En este artículo analizamos varios topónimos documentados en Andalucía que, después de haber realizado un estudio toponomástico de cada uno de ellos, tienen su origen en fitónimos, es decir, la abundancia de cierta especie vegetal en un momento determinado de la historia del lugar motivó la imposición del topónimo. La consideración de los nombres de lugar como fósiles lingüísticos permitirá descubrir cuál fue la vegetación existente en dicho territorio, por lo que este tipo de estudios se convierte en un medio de información geográfica.

Palabras clave: Fitónimos, toponomástica, nombres de lugar, topónimos.


The Toponymy as means of geographic information: the case of phitotoponyms (Abstract)

The Toponomastic studies the origins of place names from a linguistic perspective, although the results may provide interesting information for other scientific disciplines. In this paper we analyze several names documented in Andalusia that, after a toponomastic study of each toponymy, have their origin in phytonyms. Phytonym is the abundance of certain vegetal species in a specific moment in the history of the place, which led to the name's place. The consideration of the place names as linguistic fossils will allow us to know the existing vegetation in that area, so this type of study becomes a means of geographic information.

Key words: Phytonyms, toponomastic, place names, toponymy.


El estudio de los topónimos no solo arroja datos de interés para los lingüistas, sino que es una de las subdisciplinas lingüísticas que más información puede aportar a otras disciplinas[1]: así pues, la Toponomástica puede indicarnos la presencia de ciertos rasgos dialectales que alimentarán los estudios de Dialectología; la existencia en un territorio con topónimos de imposición árabe hará pensar que en un periodo histórico esa zona ha sido habitada por personas de lengua árabe; los nombres propios de lugar que dejan entrever el significado del mismo nos hablará del motivo de su imposición y, por tanto, permitirán conocer datos de interés de una zona concreta como la orografía (Barranco de la Arena, La Atalaya, La Atalayuela, Cabezas Rubias, Cabezo de las Merinas, Los Pezones, etc.), la hidrología y las características de la misma (Río Agrio, Río Dulce, Salado, etc.), la fauna (Alondra, Águila, Calandria, Salamadre, etc.), las vías de comunicación (Vereda, Camino, Carretera, Vía, Ferrocarril, Cañada, Padrón, Carril, etc.), el mundo devocional (Santa María, Santísimo y un amplísimo panorama hagiográfico), la arqueología (Casar, Villar, Tejar, Mármol, Argamasilla, etc.) y, por supuesto, la vegetación predominante del lugar, a través de fitónimos que, convertidos en nombres de lugar, denominamos fitotopónimos[2].

En este sentido, en los estudios toponomásticos partimos de la consideración de los topónimos como fósiles lingüísticos[3], ya que tras su imposición en un determinado momento histórico, quedan fijados y ofrecen una imagen del lugar en un periodo pasado: la adquisición del carácter de nombre propio ayuda a una fijación del nombre, lo que hace que, incluso perdida la referencia que dio lugar a la aparición del mismo, este pueda permanecer.

Así pues, esto permitirá conocer, como expondremos a lo largo de este estudio, qué vegetación existió en la zona. En algunos casos, las especies vegetales a las que aluden los nombres pueden ser las mismas que perviven en la actualidad, por lo que la documentación histórica del topónimo informará desde qué época existía esa especie en el mismo terreno. Sin embargo, en otros casos el topónimo puede aludir a una especie vegetal que en la actualidad no se conoce en el lugar así denominado.

Pero además de la información relativa a la pervivencia o no de una especie en el lugar, los topónimos, y estos a través de los estudios toponomásticos, ponen en evidencia la existencia en un lugar de ciertas especies vegetales: hay nombres de lugar que difícilmente permiten evidenciar la referencia que provocó su aparición y ahí es donde entra en juego el trabajo del lingüista dedicado a la Toponomástica. En este artículo expondremos cómo hay topónimos poco transparentes desde el punto de vista del significado que, tras la investigación lingüística, arrojan luz acerca del motivo de imposición y, en estos casos, informan sobre la existencia de ciertas especies vegetales. Estos topónimos cuyo origen se encuentra en este tipo de referentes son los que denominamos fitotopónimos y ayudarán a conocer datos relacionados con la historia del territorio, su explotación agrícola y las posibilidades de regeneración de la flora autóctona.

Así pues, partiendo de estas premisas introductorias, pasemos a comprobar cómo los estudios toponomásticos pueden servir como medios de información geográfica y, concretamente, vehículos que ayudan a descubrir la vegetación que pobló una determinada región y que, quizás en la actualidad, ha desaparecido. Es por ello por lo que propondremos una serie de hipótesis en este artículo que permiten arrojar datos sobre la vegetación del terreno en un momento determinado.


Planteamiento de hipótesis: información geográfica a partir de los topónimos

Los datos que aportaremos son hipótesis que, desde una perspectiva fundamentalmente lingüística, ofrecen cierta información geográfica sobre la vegetación del lugar designado.

Por ejemplo, si nos enfrentamos a un topónimo como Cabeza de los Alacranes, que localizamos en la provincia de Huelva, a primera vista, tomando alacrán como ‘escorpión’, podríamos pensar que este nombre es un zoónimo. Alacranes, aplicado a Cabezo como complemento del nombre, señalaría la abundancia de este animal en el lugar. El término alacrán procede del andalusí alçaqráb y este del clásico çaqrab[4] y el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico (en adelante DCECH) de Corominas y Pascual lo documenta por vez primera en el siglo XIII en el Calila.

No obstante, podemos plantear la hipótesis de que el topónimo Alacranes sea un fitónimo para señalar en el lugar la abundancia de arraclanes, especie arbórea no desconocida en la zona, que crece en humedales y en las orillas de los arroyos y cuyo nombre se incluye por vez primera en la edición de 1817 del diccionario académico: “Árbol. Lo mismo de aliso.” (1817: s. v. arraclán), ya que no es habitual que una especie animal de pequeñas dimensiones como el alacrán tenga capacidad para designar un terreno. El DCECH da como nombre científico para arraclánRamnus Frangula’ y lo documenta por vez primera en 1790. Sobre su etimología, afirma el mismo diccionario que es de origen incierto, aunque plantea la hipótesis de que puede resultar por metátesis de alacrán (DCECH: s. v. arraclán). En esta entrada, Corominas y Pascual plantean sus dudas acerca de la etimología de arraclán desde araclán, entre otras cosas porque para ello lo esperable es que el árbol en cuestión tuviera algún rasgo que lo asemejara al animal, como, por ejemplo, tener espinas, y no es este el casp. Sin embargo, nosotros intuimos que la relación semántica entre arraclán ‘árbol’ y araclán ‘animal’ se puede encontrar en las propiedades medicinales de ambas realidades: Covarrubias señala que “El azeite en que se ahogan los alacranes es en medicina para muchos remedios.” (1611: s. v. alacran) y Font Quer (1962) destaca las propiedades medicinales de la corteza de este árbol.

Nuestro topónimo Alacranes, siguiendo esta última posibilidad corominiana, pasaría por una nueva metátesis (arraclán > araclán), favorecida por la etimología popular. Destacamos que no son extrañas en todo el territorio hispánico las metátesis sobre el término alacrán, de modo que atestiguamos resultados como el valenciano arreclau; aragoneses arraclán, arriclán, arraclau, arraclabos, reclau y carranclán; el murciano y navarro arraclán; los navarros carranclán y garranclán; los extremeños araclán y arraclán, y la forma salmantina, murciana, navarra y canaria arranclán, según documentamos en Corriente[5]. Vista la existencia de esta metátesis, no sería extraña la inversa para el topónimo, de manera que el proceso hasta este sería el siguiente: alacrán ‘animal’ > arraclán ‘árbol’ (por las propiedades curativas de ambos) > Alacranes como topónimo para denominar un lugar en el que abundan los arraclanes.

Aunque los estudios toponomásticos se aplican al topónimo objeto de la investigación y no son siempre generalizables, podemos establecer hipótesis y pensar que quizás esta motivación que hemos expuesto para el topónimo onubense es válida para los abundantes ejemplos de variantes toponímicas que registramos en Andalucía, sobre todo oriental, que contienen Alacrán y Alacranes: según los datos del Instituto Cartográfico de Andalucía, en la provincia de Granada aparecen Alacranera, en el término de Escúzar; un paraje denominado Alacranes y Cortijo de los Alacranes a orillas del río Castril en Cortes de Baza; un curso fluvial llamado Barranco de los Alacranes en Albuñuelas, Jayena y Quéntar;  en la misma localidad de Quéntar una parte de este mismo curso fluvial se denomina Barranco del Pocito o de los Alacranejos, una zona boscosa Pinares de los Alacranes y una elevación cercana Cerro de Alacranes; en la misma provincia, en Turón, encontramos Alacranes y Cerro de los Alacranes; cerca del río Trevélez, en el término de Busquístar, existe el Cortijo de los Alacranes; en el de Albuñol aparece Cuesta de los Alacranes; Cueva de los Alacranes en Cúllar; Los Alacranes en el término municipal de Loja; en Dílar, junto al río del mismo nombre, se encuentran la Trancada de los Alacranes y el Llano de los Alacranes, topónimo que se repite en el término municipal de Albuñuelas, y en Jayena, existen las variantes la Solana de los Alacranes y Umbría de los Alacranes. Por su parte, en la provincia de Almería hallamos tres topónimos con la forma Alacranes: Cuesta de los Alacranes en El Ejido; Cortijo de Los Alacranes en Chirivel, y Cerro de los Alacranes, nuevamente cerca de una corriente de agua, que en este caso se trata del río Nacimiento, en el término de Alboloduy. En la provincia de Jaén aparecen El Puntal de los Alacranes en La Carolina, junto al río Grande; el hidrónimo Fuente de los Alacranes en Andújar, y Los Alacranes, en Cárcheles, cerca del río Guadalbullón. En Málaga, aparecen el Cerro Alacrán y Camino a Cerro Alacrán en Estepona, muy próximos al río Velerín, y Las Alacraneras en Alhaurín el Grande. En la provincia de Córdoba igualmente se encuentran Los Alacranes y Puerto de los Alacranes en Villanueva del Rey, Casa del Alacrán en Los Blázquez y Cerro del Alacrán en Santaella, junto al río Cabra. En Sevilla existen tres ejemplos: Los Alacranes en Osuna y La Puebla de Cazalla y Cerro Alacranes, cerca del río Viar, en Villanueva del Río y Minas. En Cádiz, todos los nombres vinculados con esta forma designan lugares marcados por la presencia del agua: en Alcalá de los Gazules documentamos el Arroyo el Alacrán y la Cancha el Alacrán entre el río del Álamo y el río Barbate y el Cerro los Alacranes, también junto al río del Álamo, y en Los Barrios, el Puerto de los Alacranes, cerca del río de la Miel. Por tanto, es destacable, en primer lugar, la presencia de las variantes formales relacionadas con Alacrán y Alacranes en la provincia de Granada, mientras que en el resto del territorio andaluz la frecuencia es mucho menor, y, en segundo lugar, en un gran número de casos estos topónimos sirven para denominar lugares cercanos a corrientes de agua, lo que conecta con el hecho de que el árbol llamado arraclán sea frecuente en humedales y junto a los ríos. En definitiva, en lo que se refiere a la toponomástica, sería fácil, y a la vez erróneo, explicar el nombre sin acudir a referencias menos claras pero posiblemente más coherentes. Por otra parte, en lo que toca a la información geográfica, acudir a estas explicaciones cimenta, como se está comprobando en este caso, el conocimiento de la existencia de especies vegetales que por su abundancia en una región tuvieron la capacidad de imponerse como topónimos.

Y si el arraclán es un árbol vinculado a la presencia de agua, igualmente, hallamos también referencia a una planta vinculada a la hidrología en aquellos lugares denominados Algaida o Algaidas. Precisamente, en el Condado de Niebla, en la provincia de Huelva, hallamos un topónimo Las Algaidas, aunque el formante se halla en repartido por todo el territorio de Andalucía.

Según Alcalá Venceslada (1980: s. v. algaida), algaida es voz propia del Condado de Niebla con el sentido ‘espadaña marina’. Este sentido es desconocido en el DRAE, donde las dos acepciones del sustantivo están marcadas diatópicamente como propias de Andalucía: la primera, ‘bosque o sitio lleno de matorrales espesos’, que se relaciona con el sentido etimológico, que arranca del árabe al-gaida ‘la breña’, ‘la selva’; la segunda acepción del diccionario académico es ‘terreno arenoso a la orilla del mar’ (DRAE: s. v. algaida). Aunque no es habitual, todavía documentamos en 1951 el uso de algaida en el sentido de ‘médano’ en Joaquín Ximénez de Embún y González Arnao[6].

El DRAE recoge igualmente el adjetivo algaido, da, propio de Andalucía también y cuyo significado es ‘cubierto de ramas o paja’. En este sentido, podríamos suponer que el origen del topónimo Las Algaidas se encuentra en la existencia de casas cubiertas de ramas o paja, siguiendo lo que afirma Autoridades para esta zona de Huelva: “algaido, da. adj. Equivale à cubierto de rama, ò paja. Usase en Andalucía, y particularmente en la parte que confina con el Algarbe por el Condado de Niebla, donde llaman à las casas cubiertas con paja ò rama, casas Algáidas.” (1726: s. v. algaido, da).

Por su parte, el DCECH (s. v. algaida) recoge los sentidos ‘pantano, cañaveral’, ‘arboleda en lugar pantanoso’, ‘soto, bosque’ y Castrillo Díaz señala que en Doñana tiene el significado de ‘caño provisto de abundante vegetación’[7].

El DCECH documenta el término por vez primera en López Tamarid en 1585, que cita Covarrubias y recoge Autoridades con dos acepciones: la primera, “bosque ò breña, y sítio lleno de matorráles espessos. Es voz Arábiga formáda del artículo Al, y de la palabra Gaida, que según el P. Alcalá vale bosque de árboles, y lo mismo siente Tamarid citado por Covarr. En este significado no tiene uso esta voz […].”; la segunda, “vale medano, ò cerro de aréna, que el viento suele mudar continuamente cerca de las orillas del mar. Es mui usada esta voz en este sentido en las costas de Andalucía.” (1726: s. v. algaida).

Teniendo en cuenta estas acepciones y que el árabe gâd significa ‘escasear el agua’, podemos suponer la siguiente evolución semántica: algaida sería ‘médano’, forma del terreno arenoso abundante en las costas del antiguo Condado de Niebla, donde aparecería el uso del mismo término para una especie vegetal propia de las dunas: la ‘espadaña marina’, como recoge Alcalá Venceslada. La presencia de esta vegetación en zonas de marisma, como las de Doñana, llevaría a utilizar algaida para los ‘lugares pantanosos en los que existen espadañas marinas’ y, por extensión, pasaría a designar cualquier ‘soto, bosque de matorral espeso’. La espesura de este tipo de matorrales relacionados con el agua por cercanía propició la aparición del adjetivo algaido ‘cubierto de ramas o paja’ y Corominas documenta en el Condado de Niebla el  compuesto casa algaida como ‘casa cubierta de paja o ramas’ (DCECH: s. v. algaida).

El término algaida comporta, pues, la presencia de dos semas: ‘abundante y espesa vegetación, especialmente matorral’ y ‘relación íntima con lugares acuíferos, ya sean marinos o pantanosos’. De hecho, Castrillo Díaz recoge el testimonio de un guarda del Parque Nacional de Doñana que define algaidas como ‘corrientes de agua con maleza’[8]. La motivación de nuestro topónimo puede deberse, puesto que aparece en plural, a la abundancia de algaidas ‘espadañas marinas’ en el lugar así llamado, aunque no podemos excluir que la causa de imposición se encuentre en la espesura del matorral situado en la zona, cercano a una corriente de agua.

Otro nombre de interés es Aljona, que en la provincia de Huelva hallamos con la forma Aljonillas, en el compuesto Rozón de Aljonillas, usado como microtopónimo. En el resto de Andalucía no se encuentra con la forma Al-, sino con Ar-, siendo esta una variable perfectamente posible por la neutralización que en Andalucía y en posición implosiva sufren estas consonantes. El origen de estas formas toponímicas estaría relacionado con el árabe ğúmma ‘conjunto de ramas’ (DCECH: s. v. aljuma), que en español da el resultado aljuma ‘pimpollo o tallo nuevo de las plantas’. El cambio –u– > –o– se atestigua en el resultado, del mismo étimo, ajomate (DCECH: s. v. ajomate), mientras que el de –m– > –n– es explicable a partir de una equivalencia acústica de las nasales[9]. Por tanto, el nombre *aljona, que no documentamos, indicaría un ‘lugar donde abunda la hierba’, probablemente porque este terreno denominado Rozón de Aljonillas se dedicaría a pastos para el ganado. Pero, centrándonos en la cuestión que nos importa, la existencia de hierba en un campo no es especialmente significativa si no es porque esta hierba tiene cierta trascendencia, es decir, al geógrafo podría interesarle no solo que exista o existiera, de manera significativa, hierba o cierta hierba en el lugar, sino que esta es aprovechable y tiene consecuencias, como la alimentación del ganado, ya que la hierba en sí, como antes los alacranes, no tiene una entidad suficiente como para, por sí, imponer un topónimo.

Del mismo modo, tampoco el ajenjo es una planta de importancia como para imponer su nombre a un lugar, pero en un determinando momento histórico la abundancia del mismo en un lugar llevó a que este se conociera como Alosno. Este término no aparece en ninguna de las obras lexicográficas consultadas –salvo en las obras enciclopédicas de Domínguez (1853), Gaspar y Roig (1853), Zerolo (1895) y Rodríguez y Navas (1918), en las que se alude al macrotopónimo onubense El Alosno–. Solo encontramos la voz alosna, desde Palet –“Alosna, absynthe herbe.” (1604: s. v. alosna)– y Oudin –“Alozna, de l’absynthe ou aluine.(1607 : s. v. alozna)–, que el diccionario académico define como ‘ajenjo, planta’ (DRAE: s. v. alosna) y que la Academia incorpora en el Suplemento de 1780 con el significado “una de las quatro especies del axenjo, que es el vulgar: úsase en algunas partes. Absynthium.” (1780: s. v. alosna). Alosno se encuentra por vez primera en el Libro de la Montería (1995 [1350]: f. 300r), donde debe referirse al macrotopónimo onubense El Alosno. El apelativo *alosno, que no documentamos como apelativo, frente a alosna, designará una ‘colectividad’, mientras que el femenino se usa para el fruto, como suele ocurrir con otras especies vegetales, en las que el femenino señala el fruto y el masculino el árbol o el conjunto de plantas, como sucede por ejemplo con oliva/olivo o algarroba/algarrobo. Así pues, los lugares llamados Alosno deben su nombre a la abundancia de una planta, la alosna en el terreno, sustantivo que, según la Academia, procede del latín ALOXĬNUM ‘ajenjo’, con pérdida de la –Ĭ– convertida en postónica.

Por otra parte, los topónimos en los que aparece el formante arma(s) pueden dar lugar a dudas y podrían explicarse, como expusimos al hablar de Alacranes, pensando que esconden alusiones a hallazgos arqueológicos formados por espadas, puntas de lanzas, etc. La explicación toponomástica para estos topónimos no puede pasar de la hipótesis si no nos centramos en el análisis de los casos particulares, ya que las posibilidades que dan lugar a la imposición del nombre son diversas. No obstante, nos centramos en la hipótesis como fitónimo: es probable suponer que tras estos nombres se esconde un apelativo harmas, documentado por vez primera en Percival como “wilde rue, Ruda syluestris.” (1591: s. v. harma) y que aparece en de Palet (1604), Oudin (1607), Vittori (1609), Minsheu (1617), Mez de Braidenbach (1670) y Stevens (1706), si bien la Academia no lo incluye hasta 1803, donde se define como “ant. La ruda silvestre.” (1803: s. v. harma), aunque la misma Academia, en el Diccionario de Autoridades (1770), incluía alharma, remitiendo a alhárgama. En la última edición del diccionario académico aparece harma como ‘especie de ruda’ y lleva a alharma, que se define como “Planta de la familia de las Rutáceas, de unos cuatro decímetros de altura, ramosa, con hojas laciniadas y flores blancas, muy olorosa, y cuyas semillas sirven de condimento en Oriente, y también se comen tostadas” (2001: s. v. alharma). Se trata de un arabismo procedente del árabe clásico harmal a través del andalusí alhármal, ‘Peganum harmala L.’, que da en los romances hispánicos alfarma, en aragonés; alfarma, (al)harma, al(h)árgama, alármega y alhámega, en castellano; armalá y harmala, en catalán, y harmala, en portugués[10].

Así pues, siguiendo este resultado en castellano, podemos suponer que tras los topónimos formados a partir del apelativo arma se esconde la abundancia en el lugar en el momento de su imposición de la planta conocida como harma. Se puede objetar a esta hipótesis la presencia de h– en el fitónimo y la ausencia de aspiración en el topónimo. Pero no podemos olvidar que en este caso se confundiría la posible aspiración de la h– con la resultante de la –s implosiva del artículo plural, por lo que es fácil, incluso si se admitiese que la h– de harma fuera aspirada, confundir las secuencias *las harmas con *las armas.

Frente a esta explicación, otras posibles son, en primer lugar, suponer que el topónimo Armas es el resultado de la confusión de la –l implosiva de almas, por lo que habría que imaginar un sitio de las Almas, donde el término del sintagma preposicional Almas tiene el sentido de ‘ánimas’, ‘ánima del purgatorio’, quizás en referencia a cofradías o hermandades de las Ánimas Benditas del Purgatorio, indicando así la supuesta propietaria del terreno.

Y, finalmente, otra posibilidad es suponer que tras Armas se encuentra el apelativo armas ‘instrumentos bélicos’, del latín ARMA, haciendo pues referencia a un hipotético hallazgo arqueológico de utensilios de este tipo. No obstante, planteamos dos objeciones: primero, habría que investigar si en los terrenos así denominados existen restos arqueológicos; segundo, no es frecuente que el pueblo imponga un nombre tan amplio, es decir, tan extenso semánticamente, para referirse a utensilios de este tipo: normalmente se prefieren sustantivos cuyos referentes son utensilios conocidos y concretos en la sincronía del hallazgo. En este sentido, son buena muestra de ello los topónimos que Gordón y Ruhstaller incluyen bajo el epígrafe “Tipos toponímicos que aluden a restos de vasijas y recipientes, así como a utensilios tallados (azuelas, punzones, alabardas, etc.) […].[11]”. Según esta relación, abundan los nombres que aluden a objetos concretos, ya sean de uso doméstico o bélico, y no los nombres genéricos.

En la misma línea argumentativa, hallamos el topónimo Carrajolo, que registramos en la provincia de Huelva. Es esta una voz sobre la que apenas conocemos referencias lexicográficas: en el Vocabulario andaluz solo atestiguamos carrajolón como adjetivo con el sentido ‘pertinaz, obstinado, tozudo’ (1980: s. v. carrajolón). Basándonos en este sentido y en el estudio de fuentes antiguas, podemos seguir la teoría que Gordón Peral plantea para Carrajolas, que aparece como topónimo en el término de Burguillos (Sevilla). Nosotros hemos documentado Carrajola en Aznalcázar, en la provincia de Sevilla, y Cerro de la Carrajola en Los Barrios, en Cádiz. Expone la autora mencionada la posibilidad de vincular el término con derivados de correa, que podemos considerar como fitónimos: el DRAE da correhuela para el nombre de una planta, que en el Botánico Anónimo aparece como corroyola, corriola y corriuela. Del mismo modo, en Simonet encontramos corrióla, corriúla, corryúla, coriúla, corriwéla, corriwélla, corriyóla, corriyúla y corríyula [12] . Estos resultados son una derivación mediante el sufijo diminutivo mozárabe –ola sobre corrigia, de la que en bajo latín Simonet documenta corrigiola. Gordón atestigua el uso de carregüela, carregüela y garrigüela ‘correhuela’, ‘hierba que comen los borregos’ (1995: 422-424). Esta variedad formal se atestigua en las menciones halladas en las obras lexicográficas: encontramos correguela en Alcalá (1505), correhuela en Casas (1570), corrihuela en Percival (1591), corriola en Palet (1604), correjuéla en Vittori (1609), correchuela en Franciosini (1620), correyuela en la edición de 1780 del diccionario de la Real Academia Española y corregüela en la edición de 1783 del mismo diccionario. El paso desde corriola y sus variantes es explicable por el influjo de calahorra, del árabe qalahurra. La aparición de corriola en mozárabe se vería contagiada por la metátesis *carrajola del resultado del árabe calahorra. La forma Carrajolo, con velarización normal de –h–, aparecerá en masculino por sentirse como adjetivación de sitio, campo, siendo este el único testimonio toponímico en el que el nombre aparece en masculino en el territorio andaluz, ya que, como señalamos arriba, las otras dos formas relacionadas, Carrajola y Cerro de la Carrajola, aparecen en femenino. 


Conclusiones

A lo largo de este artículo hemos ido presentando una serie de nombres de lugar que consideramos fitotopónimos, es decir, topónimos impuestos a partir de fitónimos, o sea, nombres de plantas. Para que un fitónimo sea capaz de imponerse como nombre de un lugar es preciso que la planta en cuestión destaque por su abundancia o por ser especialmente llamativo su tamaño. Esta última posibilidad es frecuente cuando el topónimo alude a especies arbóreas de grandes dimensiones o únicas en el terreno y que se registran en singular. Así, no es extraño localizar topónimos como El Pino, El Alcornoque, El Acebuche, etc. Sin embargo, podemos afirmar casi con total rotundidad que los topónimos formados por el nombre de una planta en plural y que no aluden a árboles suelen aparecer a causa de la abundante presencia en los pagos así denominados de dichas especies vegetales. En la actualidad se puede producir la opacidad a esta referencia por dos motivos fundamentales: el primero es que el topónimo se impusiera en un momento en el que la especie era destacada en el terreno y que en la actualidad no exista esa vegetación. Y en segundo lugar es frecuente que no identifiquemos la base referencial del topónimo, por lo que se hace precisa la investigación lingüística para descubrir la referencia originaria y motivadora. Esta situación está causada por la naturaleza misma de la lengua, cambiante en diacronía, lo que conlleva que el hablante actual sea incapaz, por culpa de la evolución léxica, de reconocer el nombre primigenio y acuda en ocasiones a etimologías populares. Esta segunda circunstancia es la que hallamos en la mayor parte de los nombres analizados: Alacranes, Algaidas, Aljona y Aljonillas, Alosno y Alosna, Arma(s) y Carrajolo y Carrajola(s) son ejemplos en los que, a partir de un estudio toponomástico, y por tanto básicamente lingüístico, descubrimos una base fructífera para la información geográfica, que encuentra en la Toponomástica una disciplina muy útil para el conocimiento de las especies vegetales de un territorio.        

Así pues, siguiendo este método abrimos una vía crucial de interdisciplinariedad que favorecerá no solo el progreso de las investigaciones de la toponimia sino, como demostramos en este artículo, que además aporta datos trascendentales encuadrados en la información geográfica de carácter especialmente histórica.

 

Notas

[1] Molina Díaz, 2008.

 

[2] Molina Díaz, 2008.

 

[3] Llorente Maldonado, 1991.

 

[4] Corriente, 1999, p. 108.

 

[5] 1999, p. 107-108.

 

[6] 195, p. 262.

 

[7] 2000, p. 45.

 

[8] 2000, p. 45.

 

[9] La objeción a la explicación del topónimo Aljonillas a partir de un arabismo es lo extraño de la pervivencia de nombres árabes en esta zona andaluza, salvo si se explica dicha presencia por una incorporación al léxico común castellano.

 

[10] Corriente, 1999, p. 157.

 

[11] 199, p. 214-216.

 

[12] 1982, p. 137.

 

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[Edición electrónica del texto realizada por Laura Oliva Gerstner]

 

Ficha bibliográfica:

MOLINA DÍAZ, Francisco. La toponimia como medio de información geográfica: el caso de los fitotopónimos. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 30 de junio de 2012, Vol. XVII, nº 982. <http://www.ub.edu/geocrit/b3w-982.htm>. [ISSN 1138-9796].