Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVII, nº 992, 15 de septiembre de
2012
[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

DESENTRAÑANDO LAS PARTICULARIDADES DE LA PRODUCCIÓN ESPACIAL

 

FRANQUESA, Jaume. Sa Calatrava Mon Amour. Etnografia d’un barri atrapat en la geografia del capital. Palma: Documenta Balear, 2010, 358 p.  [ISBN 978-84-92703-78-4][1]

 

Jaime Palomera Zaidel
Departament d’Antropologia Cultural i Història d’Amèrica i Àfrica
Universitat de Barcelona
jpzaidel@gmail.com

Recibido: 10 de octubre de 2011. Devuelto para revisión: 30 de noviembrel de 2011. Aceptado: 5 de mayo de 2012


Desentrañando las particularidades de la producción espacial (Resumen)

A partir de un estudio etnográfico en profundidad, Franquesa analiza la transformación del centro de Palma de Mallorca. El libro hace tres aportaciones teóricas relevantes. En primer lugar, la idea de que los actuales procesos de rehabilitación en las ciudades se enmarcan en un cambio histórico en la forma de producir el espacio. En segundo lugar, la noción de que el Estado, mediante el urbanismo, tiene un papel fundamental en el proceso. Finalmente, que lo que sucede a escala local no son meras consecuencias sociales de procesos económicos que ocurren en un plano abstracto, sino que estos procesos se producen siempre localmente. El libro muestra que la mercantilización de la ciudad se articula inevitablemente con una despolitización del espacio vivido.

Palabras clave: etnografía, producción espacial, urbanismo, mercantilización, despolitización


Scrutinizing the particularities of spatial production (Abstract)

Trough an in-depth ethnographic study, Franquesa analyzes the transformation of Palma de Mallorca’s city center. The book makes three relevant theoretical contributions. First, the idea that current processes of urban rehabilitation are part of a historical change in the way space is produced. Secondly, the notion that the State plays a fundamental role in the process, via urban planning. Finally, that what happens at a local scale cannot be regarded as mere social consequences deriving from economic processes taking place at an abstract level. On the contrary, such processes are always locally produced. The book shows that the commoditization of the city is inevitably articulated with a depoliticization of the lived space.

Key words: ethnography, spatial production, urban planning, commoditization, depoliticization


¿Cómo se explica que una zona obrera aislada de los circuitos de inversión inmobiliaria se convierta en barrio residencial de lujo?[2] ¿Qué hace que unas calles marcadas por intensas relaciones vecinales se transformen en un espacio de extraños?

Más de dos años de estudio etnográfico le llevó al antropólogo Jaume Franquesa poder responder rigurosamente a estas cuestiones. Es el tiempo que vivió en sa Calatrava, zona situada en el casco antiguo de la ciudad de Palma. Entre 2004 y 2006 pudo observar directamente las transformaciones que allí se estaban produciendo y conocer a buena parte de los habitantes del lugar, llegando a integrarse en la vida cotidiana de no pocos de ellos: antiguos vecinos, gentrificadores, comerciantes, miembros de asociaciones, promotores inmobiliarios, rehabilitadores, técnicos municipales.

El resultado es Sa Calatrava Mon Amour. Un libro que pone al descubierto los mecanismos por los cuales un lugar único del centro histórico de Palma se transforma radicalmente, a lo largo de tres décadas, para insertarse en los circuitos financieros e inmobiliarios de acumulación de capital.

Disciplinar el espacio

Sa Calatrava Mon Amour es una de aquellas obras de mirada amplia que se resisten a ser circunscritas a un ámbito de estudio determinado. Uno de esos libros que amenazan con desbordar los límites de cuantas etiquetas se les quiera poner. Sin embargo, si como buenos bibliotecarios o libreros nos viéramos obligados a colocarlo en alguna sección, no dudaríamos en decir que está llamado a ocupar un lugar de referencia en cualquier colección de estudios sobre gentrificación.

La cuestión de la gentrificación ha despertado un renovado interés en los últimos años y prácticamente ha llegado a constituirse como subdisciplina dentro de las ciencias sociales. La extensiva producción de “readers” exclusivamente centrados en el tema[3] da buena prueba de ello.  No obstante, como ha señalado Slater (2006), este renacimiento académico del tema ha venido acompañado por un progresivo “desalojo” de las perspectivas críticas que habían sido frecuentes en décadas anteriores, hasta el punto de que la denuncia de la gentrificación ha sido sustituida por su celebración. Abundan los trabajos que, en sintonía con la doxa imperante en círculos políticos y mediáticos, aconsejan sobre la necesidad de “renovar” áreas urbanas deprimidas, siempre en nombre de los supuestos beneficios que esto aportaría: aumento de la “mezcla” social, crecimiento de las recaudaciones fiscales locales, limitación de la expansión excesiva de la ciudad, etc[4].

Ante este panorama, resulta gratificante la aparición de Sa Calatrava Mon Amour, una singular excepción que demuestra empíricamente lo que hay de falaz en los argumentos de los defensores de la gentrificación. Aunque no se presenta explícitamente como una crítica a esta nueva literatura, la obra pone de relieve todo lo que aquella oculta o ignora, demostrando que los procesos de transformación urbana siguen caracterizándose por los dos elementos que ya denunciaba Ruth Glass (1964) en su estudio pionero. Dos cuestiones que se han mantenido como vectores estructurales a lo largo de décadas de estudios críticos: el desalojo de los más desfavorecidos para satisfacer las necesidades y deseos de unas clases medias enriquecidas y la transformación de las características del espacio social[5].

Ahora bien, la obra también se diferencia de la de Glass y de otros estudios posteriores que, en la línea de Ley (1980) y Hamnett (1994), tienden a explicar la gentrificación como un proceso determinado por las preferencias de trabajo, consumo y residencia de las clases acomodadas. A nuestro modo de ver, este tipo de conclusión a menudo tiene que ver con problemas en el método. El inconveniente de basar una investigación en una colección de visitas y entrevistas a los nuevos residentes de los barrios gentrificados es que esto suele conducir al espejismo epistemológico de entender el proceso como una acumulación de elecciones individuales. Franquesa también habla con los gentrificadores y analiza sus preferencias, pero hace mucho más: se instala en el barrio, lo ve cambiar en primera persona, y registra sus conflictos y alteraciones vecinales desde una gran diversidad de perspectivas humanas. La profundidad etnográfica que esto le otorga, unida a un amplio conocimiento geográfico e histórico, permite a Sa Calatrava Mon Amour plantear que las elecciones de los gentrificadores resultan fundamentalmente del modo en que se produce el espacio[6].

Para Franquesa, lo que subyace a la transformación del centro de Palma y a los actuales procesos de gentrificación es la “lógica neoliberal de disciplinar el espacio para obtener plusvalías, que sirve a su vez como mecanismo de control social” (328). Ciertamente, se podría argumentar que el sometimiento de todo valor de uso al valor de cambio para asegurar la extracción de plusvalía constituye una tendencia constante en la historia del capitalismo. Sin embargo, la novedad del programa neoliberal es que busca extender esta disciplina de valor, de forma generalizada, a espacios que durante la etapa fordista previa habían permanecido relativamente protegidos.

Tal y como describe la obra, el modelo industrial-turístico balear de los años 60 y 70 se basaba, a grandes rasgos, en una distinción entre espacios de producción y espacios de reproducción. En los primeros se concentraban los complejos hoteleros de la costa a los que iban a trabajar los mallorquines; en los segundos, la población residía y hallaba espacios de socialización. A finales de los años 70 este modelo de acumulación, esencialmente fordista, entró en recesión. La salida temporal de la crisis, y este es el foco de interés para Franquesa, consistió entonces en romper aquella división espacial para permitir a la industria turístico-inmobiliaria expandirse a los espacios de reproducción. Así se gestó el llamado “tercer boom”: modelo que, bajo la premisa de que había que promocionar un turismo de calidad (y por lo tanto orientado a personas con alto poder adquisitivo), permitía reestructurar espacial y económicamente la isla de Mallorca y la ciudad de Palma.

Se trataba, entonces, de hacer entrar en la esfera del mercado a lugares hasta entonces muy periféricos a los circuitos de inversión del capital inmobiliario, al que se otorgaba más poder del que hasta entonces había tenido. Lo que lleva a Franquesa a hacer una importante afirmación.

“Cuando se dice que las ciudades occidentales se especializan como áreas de consumo y de servicios en detrimento de la producción, se olvida que la producción de plusvalía inmobiliaria es un mecanismo fundamental para las ciudades y algunos autores nos hablan de la gentrificación como de una nueva estrategia global (Hackworth y Smith, 2001, Sassen 1991). ” (42)

Así, el programa neoliberal de someter cada vez más a los lugares donde la gente vive a la disciplina de valor tiene que ver con una tendencia global de convertir las ciudades en centros de producción de valor inmobiliario.

Pero la cuestión clave es que no hay nada natural o universal en esta transformación global de lugares de reproducción como sa Calatrava en espacios de producción de plusvalía. Para que unas prácticas que tienen sentido en el dominio de la reproducción se sometan a las exigencias de la producción, tiene que ponerse en marcha un programa político de dominación y control social.

“El programa político de la neoliberalización ha de ser entendido dentro de una estrategia para eliminar trabas sociales a la disciplina de valor, es decir, para reducir las resistencias que las relaciones sociales, la movilización y conciencia políticas y la especificidad del lugar puedan provocar a la disciplina de valor. Así, su acción se dirige a fragmentar la acción colectiva y sobre todo su politización.” (43)

El urbanismo como herramienta estructurante

La pregunta, entonces, es: ¿Qué permite disciplinar el espacio según la lógica del valor inmobiliario? Para Franquesa, la respuesta hay que buscarla fundamentalmente en el urbanismo y por ende, en el Estado. Sin duda, este es un aspecto muy importante, puesto que los estudios sobre gentrificación, especialmente los que provienen de la academia anglo-americana, no han otorgado suficiente importancia al papel de las administraciones y a sus diferentes escalas de actuación. Las perspectivas dominantes, desde la materialista de Neil Smith hasta la culturalista de David Ley, pasando por las tesis sobre la ciudad global inspiradas por Saskia Sassen, tienden a subestimar el papel crucial del Estado en la producción del espacio. Aunque es común plantear la contradicción entre valor de uso y valor de cambio como constitutiva del espacio urbano[7], Franquesa nos demuestra que lo que hace emerger esta oposición binaria es la planificación urbana.

“El urbanismo, mediante la abstracción que efectúa del espacio consistente en separarlo de la vida, es el proceso por el cual el espacio se puede concebir como una mercancía.” (62)

En torno a esta proposición, el autor elabora un complejo esqueleto teórico, que emana del estudio pormenorizado de los diversos planes urbanísticos implementados en sa Calatrava. La conclusión principal es que el urbanismo constituye un instrumento que las administraciones utilizan para producir el espacio como mercancía, y satisfacer las necesidades del sistema de acumulación de capital. Esta mercantilización del espacio permite estructurar los espacios de vida de una ciudad como arenas apropiadas para la extracción de plusvalía.

Al funcionar desde lo que Franquesa denomina “lógica del plano”, los planes urbanísticos ofrecen una mirada totalizadora del espacio, produciendo una imagen congelada que necesariamente ignora la diversidad de prácticas del lugar. De este modo, ordenan los espacios sobre los que actúan desde una perspectiva que no responde a la experiencia práctica de sus residentes. La tendencia de los planes urbanos es la de conseguir que buena parte del espacio constituya una arena lucrativa, y por lo tanto se trata de hacer aumentar su valor de cambio. Esto, de acuerdo con la lección de Marx, requiere que también se redefina su valor de uso, y por ello se busca hacer la ciudad atractiva a diversos poseedores de capital: inversores, gentrificadores y turistas.

La caracterización genérica que Franquesa hace del urbanismo es susceptible de generar debate. Inmediatamente surge la pregunta: ¿es imposible imaginar otras formas de urbanismo, más allá de las que en última instancia sirven a los intereses de promotores e inversores? De forma indirecta, el autor responde a esta cuestión, describiendo cómo el Movimiento Ciudadano de Palma de finales de los años 70 se caracterizó por una apropiación del espacio vivido y una lucha por conseguir que todo valor de cambio se subordinase a los valores de uso de los residentes. De hecho, en la obra vemos cómo las acciones del Movimiento tuvieron efectos en las políticas urbanas efectuadas sobre sa Calatrava entre 1976 y 1984, especialmente por lo que respecta a la construcción de vivienda social. Sin embargo, el autor toma la problemática decisión de definir este movimiento como una forma de “antiurbanismo”, lo que implica confundir el campo del urbanismo con aquellas políticas urbanas que buscan defender al capital inmobiliario y a las esferas de poder vinculadas a él. Si, como afirma el autor, el urbanismo es el proceso por el cual el espacio se puede concebir como una mercancía, no resulta menos válido afirmar que otras formas de urbanismo son también posibles. Porque, como el resto de esferas que dependen del Estado, se trata de un campo siempre susceptible de ser sometido al debate entre clases sociales. El movimiento ciudadano y urbano que se extendió por España a finales de los años 70 constituye precisamente una escenificación de este conflicto subyacente: una buena parte de la ciudadanía (en especial las clases populares) decide, a través de sus organizaciones de base, oponer a los intereses de promotores sus propios deseos y necesidades, ejerciendo presión sobre el Estado y definiendo así el tipo de urbanismo que este debía realizar. Que en los últimos 20 años hayamos constatado la expansión de un modo de actuación pública que prácticamente se limita a facilitar la extracción de plusvalía al sector privado, como demuestra el proceso de transformación de sa Calatrava, no implica que las posibilidades de disputa política dentro del campo del urbanismo se hayan disipado.

En todo caso, el análisis de Franquesa resulta sumamente interesante si se toma como una explicación de la función estructurante que las políticas urbanas suelen tener para el capitalismo, especialmente en su fase más reciente, al crear una geografía de espacios que permiten la producción de valor. Desde esta perspectiva, los PERIS constituyen una forma de huir de un plan global y mantener una desigualdad entre lugares. Los planes urbanos diferenciados crean “situaciones” diferentes: zonas delimitadas de diferente valor que permiten que el capital vaya de un lugar a otro, mediante ensalzamiento –centralizaciones- o estigmatización, generando revalorizaciones y desvalorizaciones. Simultáneamente, el urbanismo tiende a utilizar elementos extramercantiles como el patrimonio cultural del lugar -monumentos y restos arqueológicos en el caso de sa Calatrava- o el capital cultural de gentrificadores y turistas. La puesta en valor de estos elementos contribuye, de forma eufemística, a revalorizar el espacio.

Es en el plano simbólico donde más evidente se hace la separación entre el espacio y la conciencia práctica de aquellos que lo habitan. En este sentido, Franquesa nos muestra que los planes urbanísticos son también fuente de gubernamentalidad, puesto que influyen decisivamente en el modo en que los residentes perciben su propia experiencia y en sus posibilidades de acción colectiva. Las operaciones urbanísticas promovidas por la Administración siempre van acompañadas de narrativas o juicios de orden moral, que tienen dos efectos: por un lado, suelen vaciar el espacio de la experiencia histórica y particular de aquellos que lo habitan; por otro, lo rellenan de un sentido de acuerdo con los intereses de inversores y promotores. Tomando el concepto de Raymond Williams, Franquesa llama a esto “lógica del paisaje”, que es análoga a la “lógica del plano” y contribuye a convertir a los residentes en  figurantes y “opinólogos” de su propia experiencia. El espacio es promovido no de acuerdo con la conciencia práctica de los que lo habitan, sino con la de un paisaje estético. Una fotografía dirigida a los potenciales turistas y gentrificadores. Durante el proceso, se aleja a los vecinos de la toma de decisiones sobre su propio espacio: son los “especialistas” -en urbanismo, en patrimonio- los que en última instancia determinan qué es patrimonio y qué no. Y en general pervive aquel patrimonio que, disociado de las prácticas e historia social de los dominados, no opone ningún obstáculo al proceso de creación de valor.

La paradójica importancia de las relaciones sociales

La aportación más importante de la obra de Franquesa quizá sea la demostración empírica de que el proceso de producción económica y espacial no es meramente abstracto. Cabe aquí recordar una interesante afirmación:

“Si bien el capitalismo parece soñar con poder producir un espacio homogéneo y conformado únicamente por su valor (lo que Lefebvre llama “la producción del espacio abstracto”), la verdad es que se despliega en lugares con pautas y formas históricamente específicas de organización socioespacial a partir de las cuales tendrá que actuar, unos lugares que intentará movilizar como fuerzas productivas.” (42)

Así, aunque el programa neoliberal busca erosionar las relaciones sociales y formas de conciencia política que podrían oponerse a la disciplina de valor, su implementación depende en última instancia de redes sociales específicas. En sa Calatrava, el proceso de transformación se articula a través de relaciones de confianza y valores locales compartidos, particularmente en torno a la Asociación de Vecinos. De hecho, el eje argumental del libro está hilado a través de la historia de las entidades sociales de la zona.

La obra muestra, a lo largo de los treinta años que cubre, la estrecha correlación entre los cambios en las políticas urbanísticas y las alteraciones en la vida vecinal. En esta transición vemos cómo la conversión de sa Calatrava en un espacio dominado por la disciplina de valor se articula con una despolitización paralela de la Asociación de Vecinos. Esta despolitización, desde el punto de vista de Franquesa, se puede sintetizar como el abandono de aquello que perseguía el Movimiento Vecinal de finales de los 70: conectar la experiencia de los vecinos y la conciencia de esta experiencia con un proyecto político de barrio opuesto a la dominación que ejerce el urbanismo de la Administración. Franquesa nos muestra que entre los años 1985 y 1996 se empieza a fraguar alrededor de la Asociación de Vecinos una especie de “comunitarismo conservador” que la lleva a convertirse en una correa de transmisión de la Administración, proceso que se agudizará entre 1997 y 2006.

La Asociación de Vecinos y las redes articuladas en torno a ella juegan un papel fundamental durante toda la transformación urbanística, que se manifiesta en dos sentidos: tanto por su capacidad ejecutiva como para legitimar simbólicamente el proceso.

En primer lugar, vemos cómo en la etapa de políticas redistributivas la Administración otorga a la Asociación de Vecinos la capacidad de incidir decisivamente en el proceso de adjudicación de vivienda pública. La Asociación se presenta así ante los vecinos como una entidad con poder para hacer favores. Esto le permite tejer una red clientelar y de confianza, particularmente en torno a la figura de su presidente, al tiempo que se convierte en motor local de defensa de la actuación del ayuntamiento. Con el tiempo, la Asociación se va identificando con la gentrificación con mayor claridad, alineándose cada vez más abiertamente con clases bienestantes y negocios inmobiliarios. Esto lleva a que la administración le otorgue también poder de decisión sobre buena parte del centro histórico, más allá de los límites de lo que Franquesa denomina como “sa Calatrava estricta”.  La implicación directa de la Asociación de Vecinos en el proceso de revalorización inmobiliaria se hace patente en hechos tan explícitos como que, años más tarde, el presidente será juzgado por la venta de hipotecas fraudulentas a extranjeros.

En segundo lugar, hay que destacar la receptividad con la que los discursos paraurbanísticos emitidos por la Administración, basados en una forma de higienismo social, son acogidos y amplificados la Asociación de Vecinos. De la retórica de la higiene social se ha hablado mucho: constituye una estructura ideológica sobre la que históricamente se han cimentado los procesos de gentrificación y criminalización de la pobreza. Más recientemente, se ha analizado cómo las políticas de tolerancia zero promovidas por think-tanks americanos que empezaron en Nueva York a principios de los años 90 se fueron expandiendo al continente europeo (Wacquant, 1999). De hecho, Franquesa demuestra que el plan de renovación de sa Calatrava, subvencionado por la Unión Europea e implementado entre 1997 y 2002, comparte muchos de los elementos de la nueva retórica. Sin embargo, aquí la etnografía nos revela que, en el plano cotidiano, este higienismo social toma una forma particular, al conectar con actitudes morales arraigadas entre una serie de vecinos, articulados alrededor de la Asociación de Vecinos.

Resulta asombroso hasta qué punto el miedo a las drogas y la prostitución se convierte en un tema recurrente, casi obsesivo, entre los vecinos de sa Calatrava. En su indagación, Franquesa demuestra que este discurso empieza a cuajar en los años 80, época de reestructuración de la economía balear durante la cual la zona quedó marginalizada de las nuevas centralidades urbanas. Muchas tiendas cerraron y buena parte de la población con recursos emigró a los nuevos barrios de la periferia. Progresivamente emergieron diversas formas de pobreza y sa Calatrava se convirtió en un espacio de venta de droga, imagen que cristalizó en el imaginario de la ciudad. Fue entonces cuando la Asociación de Vecinos empezó a movilizar toda una serie de discursos morales que demonizaban las prácticas asociadas a la marginalidad, con el objetivo de combatir aquella mala imagen. Y en base a esto, utilizó el poder que le concedió el ayuntamiento para intervenir en la expulsión de aquellos vecinos considerados dañinos para el nuevo orden público.

Sin embargo, lo curioso es que estas narrativas seguían ejerciendo enorme poder años después de que aquello que demonizaban ya se hubiera esfumado. La lucha contra el fantasma de la mala imagen, de sa Calatrava como nido de drogadicción, se convierte en el tema persistente en torno al cual se juzga la acción de la Asociación de Vecinos y el motor de un discurso que legitima el esfuerzo de la Asociación para desertizar el espacio público. De este modo, los medios históricos de socialización para la población obrera que había habitado el barrio antes de su transformación -como podían ser los bares o las fiestas populares- se convierten en sospechosos de conducir al temido retorno de las prostitutas y los camellos de los que tanto costó deshacerse. Esto se hace evidente en algunos casos observados por Franquesa y descritos al detalle: el grupo de okupas que, al interponerse en el camino de un promotor que pretende hacer obra nueva, termina viendo cómo la Asociación de Vecinos le adscribe el estigma de la droga -que antes asignaba a los gitanos-; el colectivo de vecinos que encuentra una infinidad de obstáculos para poder realizar unas fiestas populares en la calle; el propietario de un bar al que la Asociación impide desplegar una terraza, esgrimiendo que la plaza que pretende utilizar parcialmente está estrictamente destinada a que los usuarios de un teatro cercano –pero con muy escasa afluencia de público- puedan hacer cola.

Por otra parte, el discurso moral legitima la gentrificación de sa Calatrava al estigmatizar también su pasado industrial, del que solo se destaca su etapa de decadencia. He ahí el quid: lo que nos muestra Franquesa es que no se evacua tanto a los vecinos, que también, como a su experiencia compartida, su memoria, para sustituirla por un relato histórico postizo. Esto es lo que hace el plan Urban promovido por la Unión Europea: oculta el pasado obrero y proyecta la idea de un tiempo monumental, dando así relevancia al patrimonio arqueológico. Además, culmina esta construcción evocando el mito de una Calatrava artesanal e interclasista y la visión idílica de Santiago Rusiñol: Mallorca como la “isla de la calma”, fantasía de un espacio de convivencia entre clases sociales y ausente de conflicto social. Evocando el concepto schumpeteriano de destrucción creativa, Franquesa nos muestra que el espacio no solo se transforma físicamente, sino también simbólicamente. Se desposee a los vecinos de su pasado reciente, vaciando de contenido su experiencia, y se rellena con un decorado impostado que asegura la ausencia de conflicto social y la continuidad de la disciplina de valor.

La erosión del espacio de relación

En torno a la retórica higienista se genera un proceso de legitimación mutua entre la Asociación de Vecinos y la voluntad inmobiliaria: la primera se ve reforzada por su acción local al luchar contra la droga y las promotoras pueden así rebajar la actividad del espacio público, que podría obstaculizar la atracción de compradores adinerados en busca de la Calatrava de la fotografía, pacífica y tranquila.

De esto se deduce que la disciplina de valor implica no solo un abandono del barrio por parte de aquellos que no pueden hacer frente a los precios inmobiliarios y de su propia experiencia (como se suele señalar), sino también el declive del espacio público y de relación. Por ello, si bien la acción de la Asociación de Vecinos permite reforzar su imagen frente a sus limitadas redes, esto no evita que su capacidad de representación y de liderar la acción colectiva se reduzca en una Calatrava que se convierte en un espacio de extraños. Además, se entra en la paradoja de que cuanto más se tranquilizan y desertizan los espacios públicos en nombre de la seguridad, más sensación de inseguridad se produce, generándose así un círculo vicioso.

En este sentido, Franquesa se diferencia de otros autores al demostrar que la causa de la falta de espacio de relación no son (o por lo menos no principalmente) los gentrificadores, sino el sometimiento de este a la lógica del paisaje y su conversión en un lugar siempre atractivo para futuros inversores. La obra demuestra históricamente que el espacio es desertizado y tranquilizado en una etapa previa a la verdadera llegada de gentrificadores. En definitiva, es un espacio siempre pensado para aquel que ha de venir (visitantes, compradores, inversores) y no para aquellos que ya lo habitan, sean estos antiguos o nuevos residentes. La conclusión de Franquesa es que esta lógica hace que al final todos terminen sobrando, como demuestra el análisis prolongado en el tiempo del caso de la construcción de una “isla” de pisos en la calle Botons. En una primera etapa, sobran los gitanos, años más tarde, los okupas. Finalmente, llegan a sobrar incluso los elementos patrimoniales (una fuente) que habían atraído a muchos gentrificadores al barrio, al poner en peligro el proceso de construcción del nuevo bloque y su garaje.

La contradicción inherente a la producción del espacio-mercancía

En este punto, Franquesa detecta una de las contradicciones que se encuentran en el centro de la producción neoliberal del espacio. Como hemos visto, el capital busca producir valor mediante elementos extramercantiles como el patrimonio arquitectónico. Sin embargo, los procesos de gentrificación tienden a fagocitar incluso estos elementos y a querer convertir el espacio en una arena verdaderamente abstracta, ‘purificada’, como diría el autor. Es decir, aunque es cierto que los lugares no son entidades abstractas y vacías, la dinámica del mercado tiende a requerir que progresen hacia esa condición. Franquesa describe esta tensión en términos de calidad y desarrollo. Cuanto más se explota el espacio-mercancía, más se exacerba la tendencia del capital a devorar todo aquello que hace único al lugar.

Los conflictos vecinales que Franquesa describe en los últimos capítulos del libro se mueven dentro de este estrecho marco conceptual. Las alianzas políticas más o menos organizadas contra el capital y su dominación del espacio tienden a expresarse en términos de defensa patrimonial. En el intento de impulsar un proyecto de barrio antagónico a la lógica del espacio-mercancía, las posturas de resistencia se concentran en salvar algunos espacios de la voracidad del capital. La paradoja es que estas acciones contribuyen a mantener algo de la unicidad del lugar tan necesaria para la reproducción del capital. Se limita el campo de las posibles alternativas y se reduce toda protesta a una posición defensiva, de vigilancia ante lo que se consideran excesos del capital, contribuyendo así a su regulación.

En un evocador epílogo, Franquesa nos alerta de que el problema de estos movimientos vecinales defensores del patrimonio reside en el hecho fundamental de haber tomado por buena la idea de que la sociedad depende del mercado para su reproducción, ocultando las contradicciones existentes. Por ello, concluye la obra con la sugerencia de superar la división “desarrollo-calidad” para construir proyectos de barrio que recuperen la dicotomía “mercado-sociedad”, que tanta fuerza dio al Movimiento Ciudadano de final de los 70 del siglo pasado. Solo de este modo será posible oponer a la disciplina del valor la defensa de unos valores de uso articulados con la experiencia práctica de aquellos que habitan los lugares.

Conclusión

En esta reseña hemos considerado que Sa Calatrava Mon Amour hace tres aportaciones teóricas relevantes. En primer lugar, propone que los actuales procesos de rehabilitación en las ciudades se enmarcan en un cambio histórico respecto a la forma de producir el espacio. El programa neoliberal en boga busca imponer la disciplina de valor en los espacios de reproducción, con el objetivo de facilitar la inversión y crecimiento del capital inmobiliario. Para ello se vuelve fundamental ejercer mecanismos de control social y de despolitización de las instancias locales, al tiempo que se enfatizan aspectos patrimoniales que permiten aumentar el valor inmobiliario. En segundo lugar, la obra plantea que el Estado, mediante el urbanismo, tiene un papel decisivo en el proceso, y en esto se diferencia de la mayoría de trabajos sobre gentrificación. No obstante, resulta problemática la conclusión subsiguiente de que el urbanismo tiene como único fin facilitar la absorción de plusvalías, especialmente cuando el propio autor describe el caso de un movimiento popular que en los años 70 supo oponer otra forma de hacer ciudad, al servicio de los valores de uso de la ciudadanía. ¿Por qué habría que situar al supuesto “antiurbanismo” de aquel movimiento o a los programa políticos de otras corrientes históricas, como el situacionismo y el marxismo, fuera del ámbito del urbanismo? En este sentido, quizá habría que evitar confundir los intereses y los proyectos políticos potencialmente contrapuestos de los diversos actores (Administración, promotores, entidades vecinales, residentes, etc.) con el campo en el que estos libran la batalla. En tercer lugar, el libro subraya que lo que sucede a escala local no son meras consecuencias sociales de procesos económicos que ocurren en un plano abstracto, sino que estos procesos se producen siempre localmente. Esto lo consigue demostrar empíricamente gracias al perspicaz trabajo etnográfico que atraviesa la obra, que pone en cuestión la creencia bien extendida de que los procesos de gentrificación están hechos de la misma tela en todos los lugares. En la descripción etnográfica, los sujetos no aparecen como víctimas de procesos sociales o títeres portadores de discursos unívocos impuestos sobre ellos, sino que vemos cómo discurso y práctica se entretejen con efectos reales sobre el espacio social, a menudo contradictorios.  La conclusión de Franquesa es que hay que vincular el éxito de la producción de sa Calatrava como espacio-mercancía a los cambios en los contenidos de la Asociación de Vecinos. Tanto la asociación como la red articulada en torno a ella van virando hacia una legitimación moral de la transformación urbana, algo instrumental para la voluntad inmobiliaria de desertizar los espacios públicos. En el espiral de refuerzo mutuo que se genera entre revalorización inmobiliaria y pacificación del espacio, los vecinos padecen una pérdida de espacios públicos y de relación. Finalmente, la obra plantea las contradicciones a las que se encuentran sujetos los movimientos sociales que tratan de oponer formas politizadas de resistencia a la lógica del valor.

 

Notas

[1] Una versión en castellano y notablemente más corta de este trabajo etnográfico será publicada en 2012 por la editorial Icaria, con el título Negocio inmobiliario, urbanismo neoliberal y vida vecinal. El caso del centro histórico de Palma, Mallorca.

[2] El autor agradece los comentarios de Núria Gavaldà y de los revisores anónimos de Biblio 3W. Por otra parte, también agradece el apoyo del Ministerio de Educación (mediante una beca FPU), del Grup d’Estudis de Reciprocitat de la Universitat de Barcelona y de dos proyectos de investigación, concedidos por el Ministerio de Ciencia e Innovación (SEJ2007-66633SOCI) y el Ministerio de Economía y Competitividad (CSO2011-26843).

[3] Un ejemplo reciente y muy recomendable por su amplia perspectiva teórica es el libro de Lees, Slater y Wyly, 2007. La única limitación del libro es geográfica: los estudios de caso presentados se circunscriben a ciudades del mundo anglosajón, especialmente los Estados Unidos.

[4] Los libros de algunos autores (como Florida, 2003) directamente prescriben el tipo de gentrificadores que las ciudades supuestamente deberían atraer y se han convertido en una especie de manual de autoayuda para políticos y urbanistas locales de muchas ciudades.

[5] La experiencia de desalojo de los vecinos desfavorecidos, aspecto que hasta los años 80 había recibido gran atención (por ejemplo, Susser, 1982), es hoy objeto de frecuente omisión. Esta desatención hay que vincularla a una tendencia más amplia en la literatura reciente sobre ciudades, consistente en la progresiva invisibilización de las clases populares que las habitan, tal y como ha demostrado Wacquant, 2008.

[6] Algo que lo sitúa en lo que en cierto modo constituye una fecunda tradición dentro del materialismo histórico, y que se podría denominar como “economía política del espacio”. Esta línea de pensamiento está influida por los textos fundacionales de Lefèbvre, 1991, Harvey, 1988 y Castells, 1979. En todo el libro de Franquesa se hace especialmente patente la influencia de Lefèbvre, op. cit.

[7] Especialmente desde la ya clásica obra de Logan y Molotch, 1987.

 

Bibliografía

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© Copyright Jaime Palomera Zaidel, 2012
© Copyright Biblio3W, 2012

 

[Edición electrónica del texto realizada por Miriam Hermi Zaar]

 

Ficha bibliográfica:

PALOMERA ZAIDEL, Jaime. Desentrañando las particularidades de la producción espacial. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de septiembre de 2012, Vol. XVII, nº 992. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-992.htm>. [ISSN 1138-9796].



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