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UNIVERSIDAD DE BARCELONA
ISSN:  0210-0754
Depósito Legal: B. 9.348-1976
Año IX.   Número: 49
Enero de 1984

GEOGRAFÍA SOCIAL Y GEOGRAFÍA DEL PAISAJE(*)

Alberto Luis Gómez


Nota sobre el autor

Alberto Luis Gómez nació en Bilbao en 1946. Realizó sus estudios de Geografía en la Universidad de Barcelona, donde obtuvo el grado de Licenciado en junio de 1979, con una tesis sobre la geografía social muniquesa. Durante dos años amplió estudios en la R.F.A., principalmente en las universidades de Bonn y Munich, con una beca del Servicio Académico Alemán de Intercambio (DAAD). Recientemente ha presentado su tesis doctoral -«La geografía del bachillerato español (1836-1970). Historia de una crisis»- en el Departamento de Geografía de la Universidad de Santander, en donde ejerce como profesor desde el año 1980. Sus centros de interés son la Geografía Social, y, dentro de ella, la Geografía del Tiempo Libre, la Didáctica de la Geografía así como la Teoría e Historia de la Geografía, habiendo publicado diversos trabajos respecto a las dos últimas áreas.

Es Colaborador de «Geo-crítica» y ha publicado en esta serie cuatro trabajos, uno de ellos en colaboración con L. Urteaga «Geo-crítica» nº 14, 25, 38 y 48), y la traducción de varios textos alemanes «Geo-crítica» nº 14,21,22,24 y 26).


El desarrollo de la geografía social aleja a los geógrafos de las ciencias naturales...» ya que «...a partir del mismo instante en que la geografía deja de limitarse al estudio de las relaciones entre el hombre y el medio físico, es inevitable que el estudio de los hechos humanos quede cada vez más vinculado a las demás disciplinas sociales». (CLAVAL,1974)
 

En otro lugar, (Luis, 1983), pusimos de relieve las dificultades de la geografía tradicional para incluir dentro de sus planteamientos teóricos a lo social como factor conforma dar del paisaje. Ciertamente, como han puesto de relieve los trabajos de Otto, Claval, Buttimer y otros a los que hicimos referencia en el trabajo que acabamos de mencionar, lo social -en un sentido genérico- no estuvo nunca «...ausente de la geografía» (Capel, 1983, pág. 19); pero nuestra disciplina lo abordaba de una manera indirecta.

Pese a la existencia de figuras aisladas que, como A. Ruehl o Busch-Zantner (1937), reclamaron un auténtico enfoque científico-social en la geografía a la hora de explicar las relaciones existentes entre el espacio y la sociedad, desde finales de los años cuarenta y hasta mediados de los años sesenta encontramos tanto en Francia como, sobre todo, en la R.F.A.(1), un intento peculiar de combinar una preocupación por lo social en nuestra disciplina -dedicando una mayor atención al estudio de los grupos humanos y de la sociedad-, así como la firme voluntad de realizar esto de una manera que estuviese dentro de la tradición clásica del pensamiento geográfico, lo cual, de nuevo, permitiría salvaguardar la especificidad de la tarea del geógrafo, y, con ello, la supervivencia de la geografía como disciplina diferenciada; es lo que se ha conocido como la geografía social paisajística, cuyos representantes alemanes más importantes son H. Bobek, W. Hartke, K. Ruppert y F. Schaffer.(2)  En las páginas que siguen a continuación -a lo largo de los tres apartados- intentaremos mostrar cómo, pese a las diferencias. existentes entre las propuestas de estos autores y a los veinte años transcurridos entre los trabajos de Bobek y Ruppert-Schaffer, existen en los mismos una serie de similitudes en lo que se refiere a conservar puntos de vista de la geografía regional en relación con la teoría del conocimiento: su aproximación a lo social volverá a ser substancial, alejándose cada vez más de las pautas ofrecidas por las ciencias sociales para explicar el comportamiento espacial de los grupos humanos.
 

Hans Bobek o la propuesta de una geografía social paisajística

Desde finales de los años cuarenta, se hace patente en la geografía la necesidad de prestar una mayor atención al factor humano como estructurador del paisaje. El primero en apoyar esta reorientación social (institucional) de la geografía humana fue el geógrafo austriaco H. Bobek que, entre 1948 y 1962, formuló en numerosos trabajos los principios básicos de una geografía social como parte integrante de la geografía regional.

Ya Busch-Zantner, en una de sus principales aportaciones metodológicas en trabajo publicado en el año 1937, persiguió dos objetivos que estarán en la mente de todos los geógrafos sociales posteriores: hacer operativa para la investigación empírica las conexiones existentes entre el hombre y la naturaleza así como fijar de nuevo las relaciones entre la sociedad y el espacio. Este autor, defendiendo una línea que será marginal en Alemania y en otros países hasta después de 1970, consideraba a la sociedad como el sujeto y el objeto de la geografía, señalando el carácter abstracto de su análisis científico. Junto a ello, rechazó un concepto de espacio como mero marco físico y propuso una diferenciación de la sociedad teniendo en cuenta los criterios que se derivaban de la división social del trabajo así como de las formas resultantes de la valoración social.

Frente a esta propuesta que remitía a la sociología en el caso de que se quisiesen averiguar las causas de la organización espacial de la sociedad, la alternativa de H. Bobek es mucho más continuista, enlazando conscientemente con la geografía vida liana francesa y proponiendo como concepto clave para explicar la organización del espacio de las sociedades modernas el de Lebensform (género de vida).(3)

En el estudio de las relaciones existentes entre el espacio y la sociedad, Bobek señala la necesidad de prestar una mayor atención a esta última como factor básico a la hora de modificar el paisaje. Ahora bien, su propuesta es muy diferente a la defendida por Busch-Zentner, puesto que su perspectiva geográfico-social (regional) le lleva a dirigir su atención mucho más hacia el sustrato material de la sociedad (hacia el espacio en sí) que hacia la sociedad en el espacio. Además, mientras que para Busch-Zantner la sociedad no se entendía como la suma de una serie de elementos aislados (la población clasificada según variables diversas), por lo que su mero análisis no era suficiente para explicar la dinámica interna de lo social, Bobek, de una manera substancialista y concreta, la diferenciaba doblemente: por una parte, los grupos portadores de las funciones antropógenas; por la otra, grupos de seres humanos cuya característica básica era la de comportarse de una manera similar en lo que a sus actuaciones sobre el espacio se refiere.

Otro de los aspectos en donde se pone de manifiesto la peculiaridad de la geografía social paisajística es en la definición del concepto de grupo. A la hora de abordar la formación de grupos sociales, Bobek renunciará a analizar sistemáticamente las causas económicas, políticas y psicológico-sociales prestando solamente atención a los valores y a las motivaciones en función de su trascendencia espacial. Por ello, Bobek distinguió tres tipos de grupos humanos: aquellos que tenían . una influencia similar en la fisonomía del paisaje, los grupos de características estadístico-sociales -las cuales debían explicar el comportamiento homogéneo del grupo-, y agrupaciones de personas como componentes que se articulan en complejos más grandes histórica y regionalmente delimitados: en sociedades.

Esta utilización de conceptos substanciales, este esencialismo, trajo como consecuencia que al plantearse la cuestión de localizar las normas y los valores que originan el similar comportamiento espacial de los grupos humanos, Busch-Zantner y Bobek defiendan alternativas diferentes. Mientras que para el primero era imprescindible estudiar la naturaleza social inmaterial y no substancial de las motivaciones del comportamiento espacial, el segundo concretiza -véase Killisch- Thoms (1973, págs. 8-9 y 17-25)- la naturaleza social de las motivaciones del comportamiento espacial, proponiendo la investigación de personas aisladas o de grupos de características.

Finalmente, otra de las cuestiones que se ha prestado a muchas confusiones ha sido la del pr8tendido enfoque funcional utilizado en nuestra disciplina, y pro- puesto por H. Bobek para la geografía urbana en el año 1927, con el que habrían de evitarse las insuficiencias de la aproximación morfológica al estudio del paisaje cultural.(4)  La problemática planteada por el funcionalismo en las ciencias sociales en general así como la coherencia interna de sus proposiciones científicas fue abordada por Nagel (1974, págs. 468-481). Y tanto Harvey (1969, págs. 433-466) como Hard (1973, págs. 229 y 287-88) se han ocupado de estudiar su aplicación en nuestra ciencia. Sin entrar en detalles, puesto que desbordaría con muchos los límites de nuestro estudio, queremos señalar el hecho de que el funcionalismo fue un intento de explicar los fenómenos sociales utilizando modelos que procedían de la fisiología o de las ciencias naturales en un sentido más amplio, siendo su impacto muy fuerte tanto en la sociología como en la antropología. Y, como ha indicado Nagel (1974, págs. 470-473), el término «análisis funcional» ha sido empleado por los científicos sociales de muy diversas maneras.

En el campo concreto de la geografía, diversos autores han puesto de relieve durante los últimos años la ambigüedad y la peculiar manera con la que se han utilizado en nuestra disciplina los términos de «funcionalismo» o «análisis funcional».(5)  Harvey (1969, págs. 440-441) en su obra fundamental, tras analizar diversos problemas lógicos de las explicaciones funciona listas, distinguió entre un funcionalismo filosófico y un funcionalismo metodológico, radicando la diferencia fundamental entre los dos en que el primero parte de supuestos previos metafísicos, mientras que el segundo se apoya en proposiciones que, por lo menos en parte, pueden ser evaluadas empíricas y objetivamente. En su opinión (Harvey, 1969, pág. 441), pese a que en nuestra disciplina no se defendieron explícitamente filosofías funcionalistas como en la sociologia o en la antropología, en la práctica, sin embargo, el trabajo empírico del geógrafo se ha desarrollado apoyándose en una serie de supuestos que, en su conjunto, conllevaron una concepción filosófica del funcionalismo, siendo un buen ejemplo de esto la consideración holista de la región.

Y, en la misma dirección que Harvey, Hard (1973, págs. 287-288) -al ocuparse del tema del regionalismo y del historicismo en su famoso «manual»- indica la existencia en la geografía de un «vago funcionalismo», detallando las diversas acepciones con las que se han empleado en nuestra disciplina las expresiones «funcional», «funcionalismo», «enfoque funcional» y «conexión funcional».(6)

Lo expuesto anteriormente pone de manifiesto la dificultad de combinar coherentemente en la geografía un enfoque científico social a la hora de explicar la organización espacial de las sociedades modernas con el mantenimiento del supuesto básico de la geografía humana tradicional: el intento de captar la esencia de lo social-de la acción social-, como causa de las modificaciones de la estructura paisajística, utilizando conceptos concretos. Y H. Bobek, con su propuesta de una «geografía social funciona lista», es el geógrafo en el que mejor se evidencian estas contradicciones, puesto que no sólo mantiene como tarea básica de nuestra disciplina la explicación del paisaje cultural, sino que -en un tipo de sociedad en la que ya no existen las relaciones directas entre el hombre y el medio, y en la que se ha roto el principio de autoctonía, es decir, que la organización espacial de un área dada puede ser explicada por la acción de agentes sociales que no radican en la misma sino que actúan a centenares de kilómetros de distancia-, pretende hacerlo utilizando categorías teóricas que no se han liberado aún de su vinculación a lo concreto como las de «función», «sociedad» o «grupo social».

Precisamente, esta excesiva cosificación de lo social, este intento de derivarlo o de aprehender su estructura interna a partir del sustrato material en el que se desarrollaba la acción social, era un problema que invalidaba buena parte de los trabajos empíricos de nuestra disciplina, con la consiguiente pérdida de prestigio y de relevancia social. Será precisamente W. Hartke, junto con diversos autores franceses, el que, en el año 1959, propondrá el abandono del paisaje como objeto de estudio central de la geografía.
 

W. Hartke y el abandono del paisaje como objeto de estudio de la ciencia geográfica

Hasta el momento hemos expuesto las dificultades de la geografía regional clásica para aproximarse a lo social de una manera indirecta. Y, pese al gran esfuerzo realizado por H. Bobek, al que Buttimer (1967, págs. 36-37) considera como el constructor de la geografía social moderna, nuestra disciplina seguía sin utilizar teorías y métodos elaborados por las ciencias sociales a la hora de explicar la organización espacial de las sociedades industriales.

Claval, en diversos trabajos (1974, 1967 Y 1970), pero sobre todo en su libro Príncipes de Géographie Sociale (1973, págs. 44 y ss.), que no ha tenido la difusión que se merece en nuestro país, ha dedicado atención al problema planteado en la geografía a partir de los años treinta del siglo actual, precisamente, por el intento de querer fundamentar una geografía social sin hacer referencia a una teoría explicativa general que sólo podía venir del ámbito de las ciencias sociales.

Como hemos intentado resaltar (en Luis, 1983), a partir de Vidal de la Blache -sobre todo-, la evolución de la geografía es, en cierto modo, paradójica. Lo cual se debe a que, visto exclusivamente desde el punto de vista de la argumentación racional y dejando de lado los aspectos estratégicos-institucionales de toda nueva proposición científica, es contradictoria. Y lo es porque, por un lado, se reivindica cada vez con más fuerza la componente humana de la geografía; pero, por el otro, se hacen propuestas que prescinden conscientemente del análisis directo de los grupos humanos que son los agentes transformadores del espacio.

Realmente, no se puede afirmar que en nuestra disciplina no se haya remarcado la importancia de lo social, pues hasta para O. Schlüter, patrocinador del enfoque morfológico a la hora de analizar el paisaje cultural, «es la vida en sociedad, la relación entre el individuo y la sociedad lo que da el sentido más profundo a la geografía urbana».(7) Pero, detrás de estas afirmaciones demasiado genéricas, cuando se investigan las propuestas concretas de los geógrafos encontramos que el elemento central de sus investigaciones es el paisaje o la región. Y que, si bien para la «explicación» del mismo era necesario acudir a una serie de grupos sociales relevantes, éstos, para no entrar en competencia con otras disciplinas, eran seleccionados exclusivamente en función de su relación con el medio.

Las diferencias entre la geografía y la sociología en lo que se refiere a e¡;ta auestión viene de antaño. Buttimer (1980, págs. 44-51) ha puesto de manifiesto la distinta concepción que Ratzel y Durkheim tenían del grupo social. Mientras que el primero consideraba a los grupos sociales desde un punto de vista ecológico como «células biológicas» relacionadas con su entorno, para el segundo el grupo era el producto de una conciencia colectiva que se había formado dentro de un marco institucional. y la obra de L. Febvre, de tanta trascendencia, y para el que -siguiendo a Vidal de la Blache- la geografía era la ciencia de los lugares y no de los hombres, «he ahí, en verdad, el áncora de salvación», (8)  pretendió delimitar absolutamente el campo de la geografía humana y el de la morfología social. Lógicamente, teniendo en cuenta su punto de partida, a nuestra disciplina le correspondería el estudio del paisaje y el de los grupos sociales con una base territorial, dejando de lado el análisis de las «...agrupaciones (sociales) no territoriales...», (9) puesto que estaban incluidas en los dominios de la sociología.

Sauer (1931 ), en un importante trabajo, distinguió entre una geografía humana, que se ocuparía de las relaciones entre el hombre y el medio, y una geografía cultural dedicada al estudio de las transformaciones del paisaje natural en paisaje cultural debido a la acción modificadora qel ser humano. Y pese a que esta geografía no había prestado excesiva atención al ser humano, sino que «...más bien ha dado muestras en determinados momentos de tendencias excesivas en sentido contrario», el geógrafo norteamericano era también partidario de la opinión general según la cual «...el hombre, por sí mismo...» no era objeto «...directo de la investigación geográfica».(10)

Ya hemos indicado al comienzo que la elaboración de una geografía social paisajística, la cual intentaba llegar a la estructura interna de la acción social a través de lo concreto en el paisaje, no se realizó solamente en Alemania. También en Francia y en los países de habla inglesa encontramos propuestas que son similares a las de H. Bobek y que son precursoras del trabajo metódico de W. Hartke aparecido en el año 1959, pese a que, conceptualmente, este autor propugna para la geografía una dirección cualitativa diferente como veremos más adelante.

En Francia, Demangeon (1942) publicó una de las contribuciones metodológicas más importantes de la época referida a los problemas de la geografía humana, cuya influencia, en opinión de Claval (197O, págs. 418-421) se ha dejado sentir hasta hace bien poco en el país vecino.(11)

Significativamente titulado Una definición de la geografía humana, la aportación del geógrafo francés está dividida en dos partes que se ocupan de cuestiones referidas al método y a los problemas existentes a la hora de definir el objeto de nuestra disciplina. Respecto a lo primero, se propone decididamente el método posibilista (12)  así como la necesidad de no abandonar en nuestro trabajo lo que hemos venido denominando como el concretismo geográfico.(13) Y, junto con ello, la defensa del método genético a la hora de explicar la imagen del paisaje cultural. El geógrafo, se nos dice, ha de «recurrir a la historia» pues «muchos de los hechos que, consideramos en función de las condiciones  presentes nos parecen fortuitos, se explican desde el momento en que se les considera en función del pasado»(14)

Pero lo que resulta de mayor interés para el tema que a nosotros nos ocupa es la delimitación que se propone para la geografía humana. Demangeon analiza en primer lugar los problemas planteados por una definición de la geografía según la cual ésta debiera ocuparse del estudio de las relaciones de los hombres con el medio físico, o del estudio de las relaciones de las agrupaciones humanas con el medio físico.

Estas dos definiciones le parecen insuficientes, puesto que la primera tiende a dar un peso excesivo a la influencia del medio sobre el hombre, y la segunda es muy amplia. Debido a ello, propone considerar a la geografía humana como el estudio de las agrupaciones humanas en su medio geográfico. Lo cual tendría para Demangeon una doble ventaja: por una parte, la sustitución de la expresión «medio físico» por la de «medio geográfico» hace énfasis en el papel activo del ser humano como modificador de la naturaleza; por la otra, y esto tiene una gran importancia puesto que el geógrafo francés aspiraba a delimitar definitivamente el campo de la geografía, su propuesta concedía a nuestra disciplina un objeto de estudio que no era trabajado por ninguna otra ciencia, por lo que se garantizaba mejor su supervivencia.(15)

Vemos pues que la definición de la geografía humana propuesta por Demangeon no aporta soluciones al problema que nos ocupa, siguiendo las pautas tradicionales según las cuales en nuestra disciplina, pese a hablarse constantemente del «hombre», de la «sociedad» y de los «grupos sociales», a la hora de delimitar los mismos se opta por una perspectiva concreta, territorial. científico-natural y no por un enfoque científico-social. La consecuencia de ello es que los grupos humanos que no tengan una vinculación territorial, los más importantes en las sociedades modernas, no interesan a la geografía.
 

El paisaje: de objeto de la geografía a mero campo de observación de fenómenos sociales.

No cabe duda que una buena parte de las dificultades que encuentra el geógrafo para explicar los problemas relacionados con la organización espacial de las sociedades modernas tienen su origen en su escasa formación científico-social, tanto teórica como metódica, como lo han puesto de manifiesto ya desde hace largo tiempo autores como Steinmetz, Ruehl, u otros tan poco sospechosos de heterodoxia geográfica como Broek (1944, págs. 250-252), Troll (1947, pág. 5) o Watson (1953, pág. 469 sub. A.L.), el cual se quejaba de que muy «...pocos geógrafos habían tenido algún tipo de preparación sociológica...», por lo que «...muy pocos (eran) competentes para tratar con los factores sociales inmateriales en la escena geográfica».

Ciertamente, hacia los años cincuenta, geógrafos de diversos países se habían dado cuenta de las deficiencias de su paradigma teórico para explicar la organización espacial de las sociedades modernas, debido, precisamente, a una insuficiente consideración de lo social.

Ante este dilema surgen dos alternativas diferentes a la hora de abordar el estudio del comportamiento de los grupos humanos. Unos, en la línea de Bobek, aspirarán a una comprensión intuitiva de la totalidad de la imagen del paisaje cultural, al que consideran como un «espíritu objetivado». A partir de ciertos estilos de paisaje cultural pretenden deducir el «espíritu cultural y económico» que ha originado esa determinada impronta del paisaje cultural. Por ello, su objetivo último está en la línea de la geografía clásica: interpretar o explicar el paisaje. Otros, de los que Hartke es en Alemania el mejor exponente y quizás R. Brunet en Francia si seguimos a Claval (1973, pág. 47), intentan, a través del paisaje, deducir procesos sociales con significación espacial. El paisaje es para estos autores sólo un campo de observación. Y mediante ciertos indicadores en el paisaje (visibles en una primera fase), se pretende explicar procesos sociales modificadores del espacio. La meta última de estos geógrafos no es la de interpretar o explicar el paisaje, sino la de emplearlo para explicar el comportamiento de los grupos sociales con significación espacial.

La conciencia que tenían los geógrafos de este problema se manifiesta -hasta 1959, y sin tener en cuenta la obra de Bobek a la que ya hemos hecho referencia-, en la aparición de diversos trabajos metodológicos que abordan el tema desde alguna de las dos posturas: (16)  Chatelein (1946 y 1947), George (1947), Cholley (1948), Sorre (1948) -que señala la insuficiencia del concepto de modo de vida al aplicarlo a sociedades no agrarias-, Watson (1953), Chatelein (1953) -que distingue entre una morfología social o geográfica de las clases sociales y una geografía de la vida social a la que también denomina geografía sociológica o del comportamiento social-, y el importante libro de Sorre (1957) que retoma desde una postura más ecuánime el problema de las relaciones entre la geografía y la sociología al que dedicó su atención L. Febvre, defendiendo la necesidad de una mejor colaboración, y más estrecha, entre estas dos ciencias.

Es precisamente dentro de la tradición de aquellos autores que, insatisfechos con la posición predominante que se le concedía al paisaje en la geografía tradicional -a costa de dejar en segundo término a lo social-, intentaron utilizarlo como un campo de observación a partir del cual podía obtenerse hipótesis para explicar el comportamiento espacialmente relevante de los grupos sociales, donde hay que situar la importante contribución metódica de W. Hartke, que, publicada en el año 1959, se ha convertido ya en un «clásico» de la geografía social alemana.(17)

A lo largo de toda la década de los años cincuenta, este autor,(18) y discípulos suyos como Ruppert (1955) habían .publicado numerosos trabajos en los que ya puede comprobarse una estructura argumental que difiere del enfoque propuesto por Bobek, como señaló claramente D. Bartels tanto en su habilitación a cátedra -Bartels (1968, pág. 159)- como en diversos trabajos suyos aparecidos posteriormente.(19)

El punto de partida era la consideración del paisaje como el resultado de la valoración humana, aspirando siempre a una explicación de fenómenos sociales a través del mismo. Y, en lo que se refiere a la concepción del grupo, Hartke considera totalmente insuficiente su definición utilizando solamente sus vinculaciones con un territorio dado. El grupo es para él una institución que genera valores (el geógrafo alemán llega a hablar de la existencia de una «coacción originada por un grupo»), los cuales son la causa del comportamiento homogéneo sobre el espacio de las personas que pertenecen al mismo.

Dado que una parte del trabajo humano se plasma en el paisaje, estas huellas pueden ser empleadas como indicadores para averiguar la existencia, el radio de acción y los límites de los espacios en los que actuan los grupos con similar comportamiento.

La tarea de la geografía social, y esto suponía una innovación de gran importancia hacia los años cincuenta, era la determinación de espacios sociales caracterizados por un comportamiento homogéneo de ciertos grupos sociales. Por ello, el interés del geógrafo se desplazó hacia la búsqueda de correlaciones entre ciertas características sociales y paisajísticas. Es el enfoque de los indicadores o de los índices sociales.(20)
 

El espacio geográfico como espacio psicológico-social.

Ciertamente, no vamos a caer en el error de considerar que la segunda fase de geografía social paisajística, de la que W. Hartke es uno de sus máximos exponentes, significó una ruptura con la geografía tradicional así como la aceptación total de los postulados científico-sociales en nuestra disciplina. Buttimer (1967, pág. 38) señalaba hacia finales de los años sesenta las diferencias cualitativas existentes entre los enfoques propuestos para la geografía social por T. Haegerstrand y por W. Hartke: el primero deductivista en la línea de la geografía neopositivista, y el segundo inductivista mucho más cercano a la tradición geográfica clásica. Y en otro trabajo, la misma autora -Buttimer (1975, pág. 130)- ponía claramente de manifiesto, como también lo apuntaba Claval (1974, págs. 169-80), que «llamar geografía sociológica a la investigación realizada en Munich -en donde Hartke estuvo de catedrático- puede inducir a error».

Pese a ello, no conviene tampoco minusvalorar la importancia del geógrafo alemán, tanto por lo que supuso su propuesta como por el impacto que tuvo en Francia -país con el que Hartke tuvo abundantes relaciones-.(21)

Sin romper en absoluto con una parte de la tradición del pensamiento geográfico, la alternativa ofrecida a la geografía social presentaba diversas ventajas para los miembros de nuestra comunidad, siendo la más importante en nuestra opinión el haber puesto en el centro de interés del geógrafo la explicación de diversas actividades humanas con significación paisajística. El paisaje, que seguía desempeñando un importante papel en la investigación geográfica, puesto que se utilizaba como campo de observación, como una placa fotográfica en la que quedaban reflejados una parte de los procesos sociales -enfoque este que seguía legitimando la especificidad de la tarea del geógrafo-, era el resultado de la valoración humana.

Watson (1953, pág. 471), resaltaba el papel desempeñado por los factores subjetivos en la organización del espacio, haciendo referencias a ideas defendidas por Farde y Bowmann en trabajos aparecidos en el año 1934, que señalaban el hecho de que entre el medio físico y la actividad humana transformadora del mismo se interponen siempre una serie de escalas valorativas -pautas culturales-, que difieren entre los diversos grupos sociales. Teniendo en cuenta esto, para Hartke la tarea de la geografía social era la delimitación de espacios geográficos caracterizados por el comportamiento similar de un grupo social, puesto que era éste el portador de la valoración. Y estos espacios, a los que «se les puede designar como geográfico-sociales», le parecían a Hartke mucho más geográficos y reales que las unidades espaciales que se obtenían utilizando como criterios de delimitación los geofactores clásicos.(22) y en lo que respecta al concepto de grupo, en el geógrafo alemán se encuentra una concepción que, pese a sus insuficiencias(23) supone un avance importante con respecto a las anteriores. El grupo social se entiende como una cantidad de personas con similares características sociodemográficas, postulándose que personas que poseen dichas características pertenecen a un mismo grupo y se comportan en el espacio de una manera similar. Al revés que Bobek, para quien el grupo económico-social era el que determinaba el comportamiento del individuo, Hartke defendió la tesis según la cual era la situación económica la que explicaba los comportamientos homogéneos de personas en el espacio. Pero, a nivel de ~stímulo, y esto es también lo que convierte a Hartke en un pionero, en su trabajo se esboza otra concepción del grupo que va más allá de la mera cantidad de personas que poseen similares características estadístico-sociales. El grupo social es concebido como una institución que genera valores, guiando y vigilando el comportamiento de sus miembros, por lo que se plantea aquí una explicación del comportamiento humano entendida como algo 'más que una mera correlación del mismo con características estadístico-sociales.

No es de extrañar que Hartke (1959, pág. 429) ponga de manifiesto la estrecha relación que debe existir entre la Geograhie des Menschen (este es el término que emplea) y la sociología para llevar adelante su programa de trabajo -la búsqueda de indicadores paisajísticos, o de índices, a través de los cuales poder llegar a procesos sociales con trascendencia espacial-, máxime si se tiene en cuenta la respuesta tan poco satisfactoria que hasta el momento habían dado a esta cuestión las ciencias sociales.

Con W. Hartke se abrió, pues, una vía de colaboración más intensa de la geografía con las ciencias sociales(24) Las consecuencias para nuestra disciplina serán muy positivas, como se puso de relieve a finales de los años sesenta con la propuesta de la tercera fase de la geografía social paisajística.
 

La alternativa de Ruppert/Schaffer (1969): ¿acercamiento o alejamiento de las ciencias sociales?

Durante la década de los años sesenta el problema de la búsqueda de una fundamentación teórica consistente seguirá preocupando a los geógrafos de diferentes países, existiendo numerosos trabajos que se ocupan de esta cuestión, si bien la mayoría de los mismos se sitúan dentro de la tradición geógrafico-regional clásica que coloca al paisaje o a la región, como objeto a explicar, en el primer pIano y que sigue propugnando una aproximación indirecta a lo social.

A partir del año 1960 pueden encontrarse aportaciones que pretenden fijar la posición de la geografía social dentro de la geografía humana, como las de Keunig (1960 Y 1968) o Vries Reilingh (1973). Este último autor, en el epígrafe titulado «Sociografía» de la obra dirigida por R. Koenig y dedicada a los problemas de la investigación empírica, intenta delimitar lo que él denomina «sociología geográfica» (o el estudio de la distribución espacial de los fenómenos sociales) de la «geografía sociológica o sociogeografía» (entendida como el análisis de las estructuras y relaciones sociales relevantes en un área dada), y de la «sociografía», que, para él, es el estudio del campo total de la vida social desde un punto de vista geográfico.

Junto a este tipo de trabajos aparecen también manuales de tanta repercusión en España como el de Derruau (1971) en el que SE¡ defienden puntos de vista muy tradicionales en relación con el tema que aquí nos ocupa.(25) y la misma postura de recelo en lo que se refiere a las relaciones que deben existir entre la geografía y la sociología se encuentra también, aunque menos dogmática que la defendida por otros autores, en Sorre (1967, pág. 179).

Uno de los intentos de buscar una base en la que apoyar la geografía social, pero combinado con la aceptación de los postulados de la geografía tradicional, fue el realizado por P. George, el cual, influido por un marxismo de tipo economicista, pretendía explicar los grandes hechos de la geografía humana reduciendo los fenómenos sociales a fenómenos económicos -polémica que se desarrolló también en Alemania entre Bobek (1962b) y Otremba (1962), si bien desde otros supuestos ideológicos-.(26)

Mucho más interesante que la geografía social defendida por P. George -autor que se ha traducido al castellano numerosas veces, y que, como bien indicaba Claval (1974, pág. 168) ya en el año 1964, «está de hecho mucho más cerca de la geografía clásica de lo que cabría presumir», lo cual puede comprobarse analizando diversos trabajos suyos(27)- son los trabajos de Rochefort (1961 y 1963) que proponían ya una geografía social entendida como una geografía del comportamiento y que recababa una mayor atención hacia lo social en nuestra disciplina.(28) y lo mismo sucede con las aportaciones de los sociólogos que, como Chombart de Lauwe (1956, pág. 248) (29) habían mostrado desde hace largo tiempo una preocupación por el estudio de los aspectos espaciales de las relaciones sociales, distinguiendo entre el espacio objetivo y espacio subjetivo.(30)

A mediados de los años sesenta nos encontramos con monografías que se ocupan de la historia del pensamiento geográfico haciendo especial énfasis en cuestiones relacionadas con la geografía social, como la tesis doctoral de Buttimer (1964) o el importante estudio de Claval (1974). y lo mismo sucede con diversos artículos realizados por Buttimer (1965 Y 1968b), Pahl (1970 Y 1971), Wrigley (1970) -estos últimos en la línea de la «nueva geografía» anglosajona-, Claval (1966, págs. 386-401) y Hadju (1968).

Sin embargo, la mayoría de estos trabajos ponen de relieve las dificultades con las que se encuentra la geografía social así como su ambiguedad, puesto que «...carece de fronteras establecidas, no tiene concepto central unificador, y ni siquiera se ha llegado a un acuerdo respecto a su contenido».(31)  Wrigley (1970, pág. 9) hace énfasis en el arcaismo que supuso la geografía vidaliana, puesto que fue, en su momento, «...una visión de cosas pasadas o a punto de pasar y no una visión de cosas presentes o futuras». Y en estas retrospectivas se pone de manifiesto que la geografía social paisajística, aJ igual que la geografía tradicional, carecía de fundamentación: «la mayor parte de los trabajos iniciales... destacaron más por su cohesión artística y por las descripciones integrativas que por su valor analítico o teórico» (Buttimer, 1968, pág. 129).

Pese a todos los esfuerzos realizados, y aunque alrededor de los años setenta apareciesen en la geografía internacional obras innovadoras como las de Bartels (1968 y 1975),(32)  Abler-Adams-Gould (1977) y otras,(33) creemos puede afirmarse con Claval (1973, pág. 66) que la distancia entre la geografía y las ciencias sociales había aumentado y no disminuido, puesto que nuestra disciplina era más bien reacia a la recepción de los avances que se producían en las ciencias vecinas.
 

La concepción geográfico-social de la «Escuela de Munich».

En la R.F.A., país en el que los geógrafos se preocuparon siempre por la fundamentación teórica de su quehacer práctico, se produjeron en el umbral de los años setenta diversas propuestas con el fin de dar una solución al problema de la crisis de la geografía -ya señalada por Hartke (1960)-, derivada de su escaso peso específico como materia de enseñanza así como de su incapacidad teórica para explicar la organización espacial de las sociedades industriales modernas.

Por una parte, la habilitación a cátedra de Bartels (1968) ofreció un nuevo tipo de racionalidad para la geografía alemana -la neopositivista-, definiendo a nuestra disciplina desde un punto de vista metódico -y no de una manera esencialista- como una ciencia que describe y explica procesos en lo que se refiere a sus muestras de difusión e interconexión sobre la superficie terrestre. Por otra parte, la geografía tradicional alemana se vio sometida a una severa crítica tanto científica como ideológica por parte estudiantil, (34) debido a su falta de significación social así como a la contradicción interna de muchas de las proposiciones de la geografía del paisaje, que, como se sabe, se apoya en una peculiar concepción en lo que a la teoría del conocimiento se refiere.

Junto a estas dos alternativas a la geografía clásica alemana, que tuvieron un escaso eco a corto plazo debido a que no entroncaban ni científica ni ideológicamente con el pensamiento tradicional, por lo que fueron sentidas como algo extraño por la comunidad de geógrafos alemanes -al igual que ocurrió con las importantes aportaciones de Hard (1970)-, Ruppert y Schaffer (1979), tomando como base ideas de la tesis doctoral de Schaffer (1968), ofrecieron en el año 1969 una nueva concepción de la geografía social como alternativa a la desprestigiada geografía del paisaje, la cual alcanzó una rapidísima difusión y un gran éxito en la R.F.A., puesto que parecía solucionar los problemas de la ciencia geográfica tanto en el campo de la docencia como en el de la investigación, y, además, su propuesta enlazada totalmente con la tradición geográfica alemana.

Hemos analizado con más detalle en otro lugar (Luis, 1979), los fundamentos básicos de la nueva concepción geográfico-social que propusieron Ruppert y Schaffer, la cual, por otra parte, había sido difundida ya en el año 1966 en un prestigioso diccionario especializado en cuestiones referidas a la ordenación del territorio (Ruppert-Schaffer, 1966).

Entendida como el estudio de las formas de la organización espacial de la sociedad, a las que se explica como el resultado de la interacción entre los grupos humanos al realizar las funciones vitales,(35)  la concepción geográfico-social muniquesa, que se cree heredera de la geografía humana tradicional tal y como se desprende de la interpretación que hacen de la historia del pensamiento geográfico, considera también el paisaje como el punto de partida de su trabajo científico.

Al estudiar estas formas de organización del espacio por parte de los grupos humanos, la geografía social muniquesa no sólo pone énfasis en la concepción estructural del espacio sino también en la procesual. En el enfoque estructural del espacio, que era el determinante en la geografía social clásica, lo fundamental era la explicación de la diferenciación regional de la sociedad; en el procesual, por el contrario -y ahí veían Ruppert y Schaffer una de sus principales aportaciones sobre todo en lo que se refiere a la posibilidad de aplicación de los resultados del trabajo científico de la geografía social-, la atención del geógrafo estaba dirigida hacia el surgimiento o hacia el cambio de las estructuras espaciales existentes. De una manera dinámica, el paisaje se considera aquí como «...un campo de procesos, a partir del cual (gracias a la actividad de los grupos humanos)... se regeneran, cristalizan o modifican nuevas estructuras» (Ruppert-Schaffer, 1979, pág. 17).

Resumiendo, podemos señalar, pues, que los supuestos básicos de esta geografía social son los siguientes: en primer lugar, el paisaje cultural no es entendido estática mente sino dinámicamente, como una imagen compleja de las funciones vitales de una sociedad en un área dada. En segundo lugar, la organización espacial de dicha sociedad se explica como el resultado de la interacción de los diversos grupos sociales que la componen al realizar las funciones vitales básicas. Finalmente, y como consecuencia de lo anterior, la geografía social es definida como una geografía de los grupos humanos -grupos que, se indica explícitamente,(36)  han de ser distintos a los utilizados por los sociólogos-, a los que se les considera como los responsables de los comportamientos espaciales homogéneos.

En función de lo dicho, han quedado ya esbozadas las ventajas de carácter racional que la concepción geográfico-social muniquesa ofrecía a la comunidad de geógrafos alemanes, en relación con la vieja antropogeografía o con la misma geografía social paisajística defendida por H. Bobek. Por una parte, una mayor cientificidad, pues para sus patrocinadores, no dejaba «...de lado los conocimientos de las ciencias sociales modernas...» al concebirse como «...una geografía de los grupos humanos, es decir, una geografía sorial», (37)  si bien sobre esta cuestión existían ya por aquel entonces ideas no del todo coincidentes entre los sociólogos y los geógrafos (38)  así como entre los mismos geógrafos.(39)  Además esta acentuación del enfoque geográfico-social eliminaba de la geograffa el peligro del determinismo, aunque Hadju (1968, pág. 410) señalase la posibilidad de estar incurriendo en un determinismo de tipo social. Y, junto a ello, dos cosas aún de gran importancia: el carácter afianzador de la unidad de la geografía del principio geográfico-social, (40) así como la mejora de la imagen de nuestra disciplina dadas las nuevas posibilidades que, como ciencia aplicada, se le abrían a la geografía en el ámbito de la planificación territorial.(41)

El proceso de argumentación racional y estratégico-institucional contra la geografía social muniquesa. El triunfo de la propuesta de Ruppert-Schaffer fue fulgurante, difundiéndose sus ideas con una enorme rapidez tanto en el campo de la investigación científica como en el área de la enseñanza. Rhode-Juechtner (1975), en su tesis doctoral, presenta una lista de preferencias -obtenida mediante encuesta- de los geógrafos alemanes en relación con diversos temas entre los que se encuentra el de la geografía social. De los 25 títulos citados, 10 tienen por autor a K. Ruppert, y a F. Schaffer, a los dos conjuntamente o, dos trabajos, a K. Ruppert con su discípulo J. Maier.(42)  Y en el campo de la enseñanza, otra encuesta realizada por Hard-Wismann (1973) pone también de manifiesto la amplia difusión de la concepción geográfico-social en los diversos niveles educativos, así como las esperanzas que tenían los docentes de que, con esta nueva temática, se mejorase el papel de nuestra disciplina en el currículo.

Pese al éxito obtenido por la concepción geográfico-social defendida por Rupprt-Schaffer, que también ha pasado a ser un «clásico» de la bibliografía alemana sobre este tema,(43)  tanto la concepción de la geografía social tradicional como la muniquesa recibieron importantes críticas desde diversos sectores de la geografía alemana.

No podemos detenernos aquí a exponer con detalle el contenido de dicha crítica, cosa que, por otra parte, hemos realizado ya en otro lugar (Luis, 1979, págs. 97 -163). No obstante, queremos poner de manifiesto que /a misma, pese a aparecer tempranamente en /a R.F.A., como lo demuestran los trabajos de Fuerstenberg (1970), Mueller (1971) o Buchholz (1972) -dirigida contra la geografía social en la línea de H. Bobek-, o la ya expresamente orientada a señalar ciertas insuficiencias de la geografía social muniquesa -Leng (1973), Birkenhauer (1974), Laschinger-Loetscher (1975) y Rhode-Juechtner (1975, págs. 98-153 y 1977)-, fue una crítica marginal, es decir, que no fue aceptada por la comunidad de geógrafos alemanes, por lo menos en su mayor parte, hasta la importantísima recensión efectuada por Wirth (1977) al manual que sintetizaba los principios básicos de la geografía social muniquesa.(44)

Todos estos autores pusieron de manifiesto el carácter continuista de la alternativa ofrecida por la geografía social alemana en la que, pese a las afirmaciones que se hacían en sentido contrario, no se habían solucionado de una manera satisfactoria ni la falta de teoría científico-social ni el empleo de categorías substancialistas como las de función o grupo de nuestra disciplina.

Fuerstenberg (1970, págs. 35-40) señaló la contradictoriedad interna de la geografía social clásica en lo que se refiere a la teoría del conocimiento, puesto que se quiso compaginar el funcionalismo -tal y como se utilizaba en las ciencias sociales, en donde por función se entienden categorías teóricas que no son aprehensibles fisonómicamente ni idénticas a los fenómenos mismos- con el esencialismo epistemológico de la geografía regional. (45)

Buchholz (1972, págs. 89-92), sociólogo de profesión, apuntaba ya en el trabajo mencionado -cuyo manuscrito se entregó en 1968, es decir, cuatro años antes de su publicación-, hacia los dos problemas básicos de toda la historia de la geografía humana: la necesidad de buscar enfoques teóricos que se liberen de la vinculación a lo concreto, al territorio, al paisaje, en las sociedades industriales, por una parte; y que la teoría ha de tener en cuenta fuerzas sociales que son relevantes espacialmente, por la otra. Ahora bien, las causas de esta relevancia espacial no radican para este autor en el grupo social -al que habría que definir tomando como punto de partida el criterio de la interacción social y no utilizando pautas que ya habían sido relegadas por los científicos sociales desde hacía mucho tiempo-,(46)  sino que era necesario analizarlas en el contexto de procesos sociales globales.

Lo que pudiéramos denominar como la segunda fase de las críticas dirigidas a la geografía social, ésta ya de ascendencia muniquesa, hará también hincapié en similares cuestiones insistiendo en su falta de fundamentación científico-social. Leng (1973, págs. 124-128) pondrá en duda el que la organización espacial rle la sociedad actual pueda explicarse como el resultado de la interacción de los grupos humanos en el desarrollo de las funciones vitales. Además, el no aceptar la pertenencia del concepto de función a dos sistemas de referencia -al del espacio cuando se trata de funciones de superficie, y al de la sociedad, cuando se las considera como actividades del proceso de pr09ucción y reproducción de las condiciones necesarias para la perpetuación y reproducción de las condiciones necesarias para la perpetuación de un sistema social-, la concepción geográfico-social muniquesa será incapaz de explicar el carácter, el tipo de interacción y la dependencia cambiante de las funciones. Junto a ello, la negativa a definir el grupo utilizando criterios sociológicos -y hacerlo meramente en función de su relevancia espacial o tomando como punto de referencia su mejor adaptación al objeto de estudio-, dificultará enormemente la explicación del similar comportamiento espacial de los seres humanos en las sociedades modernas.

Finalmente,(47)  Rhode Juechtner (1977, págs. 167-169) puso de relieve que los geógrafos sociales muniqueses no jerarquizan la acción social y la acción individual. Estos geógrafos aceptan la existencia de una polaridad entre el individuo y la sociedad, debido al marco de condiciones que impone el Estado. La alternativa que presentan para explicar la organización espacial de la sociedad son los grupos sociales portadores de las funciones y bajo cuya influencia están los individuos. Como los geógrafos se interesan por conocer cuáles son los grupos sociales espacialmente relevantes -y no por las causas que hacen que lo sean-, no se preocupan de analizar la relación jerárquica existente y entre el individuo, el grupo y la sociedad: para ellos, la acción social no es cualitativamente diferente a la acción individual.

Todas estas ideas, ya lo hemos indicado anteriormente, alcanzaron un escaso eco en la comunidad de geógrafos alemanes. Con lo cual, no queremos en modo alguno restarles importancia, sino todo lo contrario. Esta no aceptación de la crítica a la geografía social alemana, hasta bien entrada la década de los años setenta, hay que relacionarla, sin lugar a dudas, con estrategias disciplinarias. En la R.F.A., la crisis de la geografía regional -tanto a nivel científico como educacional- fue tan fuerte que todos los esfuerzos institucionales se concentraron en rehacer la posición de la ciencia geográfica. Debido a ello -como puede muy bien comprobarse en las instrucciones a las recopilaciones de textos clásicos que aparecen por esa época en la R.F.A.-, los mismos relevantes de la comunidad de geógrafos solamente rebatieron las críticas más «destructivas» a la geografía del paisaje, las cuales no provenían de la geografía social en absoluto sino de la geografía neopositi,'ista (Bartels, Hard...) y de las ideas defendidas por el activo colectivo estudiantil agrupado en torno a la revista berlinesa Geografiker.

Solamente cuando la situación mejoró, por medio de E. Wirth, se institucionalizaron cierto tipo de críticas -y no todas- a la geografía social muniquesa, las cuales perseguían un doble objetivo: suministrar a nuestra disciplina un armazón teórico que explicara con mayor consistencia la organización espacial de nuestra sociedad así como reforzar la posición de la geografía como ciencia diferenciada. Respecto a la primera cuestión, ya hemos visto que constituye uno de los problemas básicos de nuestra disciplina. Algunos autores, como Nickel (1971, págs. 26-33), señalan la tradicional aversión que los geógrafos han sentido siempre por la sociología así como de una falta de información sobre teorías y métodos de esa ciencia que pudieran emplearse con gran fruto en nuestra disciplina. Y Quaini (1981, pág. 23) consideraba a la geografía humana como una «...ciencia en construcción... que todavía debe... (elaborar) gran parte de sus bases teóricas, epistemológicas...».

Precisamente, el trabajo de Wirth -que acaba de insistir sobre esta misma problemática, si bien referido a ciertas insuficiencias de la geografía del comportamiento, Wirth (1981 )-, tuvo el mérito de apuntar en esta dirección resaltando la contradicción interna de las propuestas de la geografía social muniquesa. Pues, por un lado, pretenden haber introducido los conocimientos científico-sociales modernos en la «vieja» antropogeografía funcional. Pero, por el otro, siguen utilizando conceptos substanciales como los de «función», «grupo» y «sociedad» e intentando superar contradicciones teóricas empleando técnicas cada vez más referidas.

Por lo menos parcialmente, hacia 1980 seguía siendo válida la afirmación realizada por Steinmetz a comienzos de la segunda década de nuestro siglo, según la cual, el problema de la geografía humana era el de ponerse a la altura de las ciencias sociales para no decepcionar, y en esta dirección -si bien con ambigüedades- ha avanzado desde entonces la geografía social muniquesa.(48)

Acabamos de poner de relieve, fijándonos especialmente en la geografía alemana -aunque bien pudiera hacerse igual utilizando como ejemplos las de otros países-, los intentos realizados en nuestra disciplina por recuperar el atraso científico en el que se encontraba inmersa en relación con otras ciencias sociales. El cual, junto con el educacional, y al que no hemos prestado atención, pese a su importancia, era el responsable de su pérdida de imagen ante la opinión pública en general, y se debía a la pervivencia de una concepción científica historicista que la incapacitaba para la comprensión y explicación de la problemática espacial de las sociedades modernas.

La geografía social, con sus diversas variantes, intentó recuperar ese atraso. Su voluntad de convertirse en ciencia aplicada la condujo a una utilización cada vez mayor de teoría y métodos científico-sociales, si bien la necesidad de salvaguardar su especificidad disciplinaria, hizo que tanto aquélla como éstos fuesen adoptados desde una óptica peculiar no exenta de dificultades, como hemos tratadode poner de relieve.

Desde finales de los años sesenta -en la R.F.A., pero mucho antes en otros países-, una parte del discurso geográfico se situará en la óptica científica del neopositivismo, abordándose el problema de la organización espacial de la sociedad desde otros puntos de vista que aportarán soluciones y plantearán nuevos interrogantes a las que esperamos poder prestar atención en el futuro.
 
 

NOTAS

* Lo que aquí se presenta. si bien con ligeras modificaciones, formaba parte de una investigación más amplia que, bajo el título «La geografía del bachillerato español (1836-1970). Historia de una crisis» y dirigida por el Dr. Horacio Capel Sáez, presenté como tesis doctoral en el mes de septiembre de 1983 en el Departamento de Geografía. Facultad de Filosofía y Letras. de la Universidad de Santander.

1. Nuestro análisis se concentrará en obras alemanas, pues fue en este país en donde se desarrolló más esta propuesta. En relación con los intentos franceses en la misma dirección, consúltese Claval (1973, págs. 44-80). Dejamos de lado la problemática de la geografía anglosajona, que, desde los años sesenta, avanzó decididamente en otra dirección. Véase Pahl ('970) Y Eyles (1974).

2. Entre los trabajos metódicos más importantes señalamos los de Bobek ('948); Bobek (' 950); Bobek (1953); Bobek (1961); Bobek (1962a); Bobek (1962b); Hartke (1959); Ruppert-Schaffer (1979); Schaffer (1968) Y Maier-Paesler-Ruppert-Schaffer (1977).

3. En relación con la importancia de la sociedad como factor modificador del paisaje. véase Bobek (1948, pág. 44); cit. según Storkerbaum (1969)~ El tradicionalismo de Bobek fue puesto de manifiesto por Thomale (1972, pág. 196), al indicarnos que el geógrafo austríaco no prestó atención a los sociógrafos -como Steinmetz- ni a las investigaciones de la Escuela de Chicago.

4. Sobre esta cuestión, véase, entre otros, Troll (1947, págs.24-25); Platt (1962, págs. 39-42); Overbeck (1954, pág. 218); Steinberg (1967, pág. 13) Y Wrigley (1970, pág. 15)

5. Murcia Navarro (s.f., págs. 110-112); Harvey (1982, págs. 77-99); Gómez Mendoza-Muñoz Jiménez-Ortega Cantero (1982, págs. 62-63). Y referido a la geomorfología, Capel (1983, págs. 33 y ss.) ha mencionado el impacto del funcionalismo en esta rama de la geografía

6. Este autor distingue cinco usos distintos que no creemos necesario detallar. El diferente empleo del concepto de función en la sociología y en la geografía social fue puesto también de relieve por Watson (1953, pág. 475).

7. Schlueter (1906); cit. según Paffen (1959, pág. 361). Al igual que otros pasajes, todas las traducciones al castellano son de A.L.

8. Febvre (1961, pág. 57); véase también a este respecto las págs. 32, 42, 43 Y 57-59. Este autor apoya su concepción de la geografía como una ciencia del paisaje en ideas de M. Sorre, en un trabajo aparecido en 1913 y en el que se afirmaba que toda la geografía se encontraba en el análisis del paisaje (pág. 56).

9. Ibidem, págs. 42-43.

10. Sauer (1931, págs. 351 y 352). En la traducción castellana, pág. 622.

11. Autores del área anglosajona que trabajaron en la dirección de una geografía social paisajística fueron, entre otros, Forde, Bowmann, Watson, etc.

12. «Nada pues -nos dice el geógrafo francés- de determinismo absoluto sino solamente posibilidades...», Demangeon (1956, pág. 15).

13. «La Geografía humana debe trabajar apoyándose sobre una base territorial», Ibidem (pág. 15 sub. AL).

14. Ibídem, pág. 16.

15. El que A. Demangeon pretendía que esta delimitación esencia lista del objeto de nuestra disciplina garantizase mejor sus status de ciencia diferenciada, queda muy claro al indicarnos que «concebir y limitar el contenido y el objeto de la Geografía humana no basta. Son necesarios principios de método, sea para abarcarlo bien, sea para no salirse de sus límites». Ibidem, p. 14 (sub. AL).

16. Véase Claval (1974, págs. 161-180), en un capítulo que trata de las diversas geografías sociales.

17. Como lo demuestra su inclusión en la selección de textos recopilada por Bartels (1970, págs. 125-129). Lo que aquí aparece es un resumen del original.

18. Véase a este respecto Thomale (1972, págs. 37-39) de su exhaustivo apéndice bibliográfico sobre el tema de la geografía social. Como paradigmáticos del nuevo enfoque que se propone, consúltese Hartke (1953 Y 1956).

19. Bartels (1970a págs. 31-33; 1907b, págs. 14 y ss.). Es de interés la polémica surgida en torno al trabajo de Hadju sobre la geografía social alemana, Hadju (1968); Bartels- Peucker (1969).

20. Sobre el trabajo de los geógrafos sociales con indicadores no directamente visibles, los denominados índices, como la subscripción a periódicos, etc., véase Thomale (1972, págs. 206 y ss.); también Hard (1973, págs. 190-195) y Claval (1973, págs. 44-49), el apartado primero del capítulo segundo dedicado al tema de las relaciones existentes entre el paisaje y la estructura social.

21. Claval (1973, págs. 47-49). Las ideas de W. Hartke fueron recogidas aquí en España por M. de Terán en un trabajo que, pese a ser muy citado, ha sido escasamente comprendido, en nuestra opinión (Teran, 1964).

22. Véase respecto a estas cuestiones, Hartke (1959, págs. 427 -428).

23. Sobre este tema, G ruber (1977, págs. 4-11). Pese a no haberla podido consultar, existe también una tesis doctoral dedicada al problema de la formación de grupos en la geografía social, Freist (1976).

24. Véanse los diferentes enfoques dados en la sociología y en la geografía a la cuestión de las relaciones entre el espacio y la sociedad en Herold (1969).

25. A la geografía humana se la sigue considerando aquí como una ciencia que «...se interesa por la huella que dejan los grupos humanos en el suelo: es, pues, una ciencia visual...», aunque «al mismos tiempo estudie lo que no se ve a lo que casi no se ve... en cuanto que afectan a la vida de los grupos sobre el terreno». Y en lo que se refiere a las relaciones entre la sociología y la geografía, el punto de vista es el de siempre. Nuestra disciplina no se ocupa de estudiar «...las relaciones del hombre con el hombre...») sino «.../asdelhombre y su sostén territorial», Derruau (1971, págs. 16-17 y 22-23, sub. AL).

26. Sobre esta polémica, véase Ruppert-Schaffer (1979, págs. 15-16); también, Claval (1973, pág. 52).

27. Como. por citar solo a dos de los más conocidos. George (1974), especialmente la introducción que se ocupa del tema de las relaciones entre estas dos ciencias, págs. 5-24; y George (1973).

28. Sobre esta autora y sus ideas, véase Claval (1974, págs. 174 y ss.).

29. Citado según Thomale (1972, pág. 159).

30. Chombart de Lauwe (1965 y 1976).

31. Buttimer (1968, pág. 131).

32. Este trabajo, con algunas matizaciones, apareció por vez primera en Alemania en el año 1970.

33. K. Cox, R.L. Morril, etc. -por no mencionar los trabajos pioneros de Haegerstrand en Suecia-, que representan la introducción del conductismo para explicar comportamientos espaciales en una geografía social de cuño neopositivista.

34. Véase Luis (1978, págs. 5-21). La ponencia estudiantil se encuentra traducida en ese mismo número, págs. 22-42. Este trabajo, aparecido por primera vez en la revista «Geografiker» se ha convertido en un clásico de la geografía al haberse reproducido en un volumen dedicado a los problemas de la geografía regional, Stewig (1979).

35. Sobre las funciones vitales, véase Ruppert-Schaffer (1979, págs. 12-15).

36. «La simple adopción del concepto del grupo, tal como es utilizado por los sociólogos, no es en absoluto una solución satisfactoria, ibidem, pág. 19 (sub. AL).

37. Ibidem, pág. 14.

38. De lo cual son buena muestra las intervenciones de R. Koenig y E. Otremba en el Congreso de Geografía celebrado en Kassel el año 1968, Koenig (1969); Otremba (1969).

39. Varios autores (1969). El tema de las relaciones entre espacio y sociedad, y en particular el comportamiento espacial de los grupos sociales en las sociedades industriales, fue tratado de un modo interesante por Krysmansky (1967).

40. Ruppert-Schaffer (1979, págs. 15-16).

41. Ibidem, pág. 21.

42. Ocupan los lugares 1ª, 3ª, 6ª, 7ª, 11ª, 14ª, 21ª, 22ª, 23ª y 24ª

43. Reeditado parcialmente en Bartels (1970, págs. 451 -456).

44. El trabajo de Leng (1973) fue replicado por Ruppert-Schaffer (1974). De la recensión de Wirth (1977) existe una traducción castellana, al igual que del librito realizado por Maier-Paesler-Ruppert-Schaffer (1977), si bien esta última -llevada a cabo por J. Gutiérrez Puebla y Carmen Basno se ha publicado aún. Recientemente, se han vuelto a referir a la polémica de la geografía social dos autores desde la R.D.A., Neumann-Kroenert (1980).

45. Nos parece de gran interés la idea de este autor según la cual en la geografía tradicional se intentaron fusionar tradiciones (positivistas, historicistas y funciona listas) que se vinculaban a diferentes teorías del conocimiento. Por aquí pudiéramos ampliar el «enfoque pendular» con que Capel (1983, págs. 38 y ss.) analiza la historia del pensamiento geográfico. Y la síntesis que nos presenta Capel en la fig. nº 4 (p. 42) se vería enriquecida, puesto que en todos los autores historicistas que señala existe también un planteamiento funcionalista, si bien combinado con una manera substancia lista de entender el concepto de función.

46. Buchholz (1972, págs. 89-92). Este autor (pág. 90) indica que los geógrafos sociales empleaban concepciones de la sociedad ya superadas por Pintschovious (1934), que no reducía aquella a un conglomerado y grupos sociales.

47. Birkenhauer (1974) reconocía al principio de las funciones vitales un valor heurístico, pero no consideraba que debieran guiar la elaboración de los nuevos planes de estudio, puesto que había procesos más importantes -como los de la industrialización, urbanización, etc.- que se desarrollaban en nuestra sociedad, y en torno a los cuales debieran centrarse los esfuerzos para la elaboración de un nuevo curriculo.

48. Véase Maier (1982, págs. 160-276). Y también una interesante introducción a la problemática de la geografía social, págs. 1138. Un punto de vista crítico respecto a las tesis defendidas por la geografía social «muniquesa» en el campo de la Geografía del Tiempo Libre, puede consultarse en Steinecke (1980).  En España, el análisis geográfico-social de las actividades de la vida cotidiana está aún en sus comienzos, si bien han empezado a difundirse los puntos de vista más tradicionales de la geografía social muniquesa, véase Gutiérrez Puebla (1981). Por cierto, es difícil comprender la razón por la cual este autor silencia la traducción al castellano de varias obras alemanas que menciona.
 
 

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