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UNIVERSIDAD DE BARCELONA
ISSN:  0210-0754 
Depósito Legal: B. 9.348-1976
Año IX.   Número: 54
Noviembre de 1984

LA GEOGRAFÍA DE LOS RIESGOS

Francisco Calvo García-Tornel


La ínvestigación sobre los riesgos que el medio natural lleva consigo para el hombre comenzó a desarrollarse en el ámbito geográfico anglosajón hace más de un cuarto de siglo, y con un carácter básicamente aplicado en relación con diversos aspectos de la ordenación del territorio. El momento en que surgen y el objetivo principal de estas investigaciones presta al conjunto de los trabajos realizados hasta hoy, un contenido eminentemente técnico-práctico, con un general olvido del papel que este tipo de acontecimientos tiene respecto a las estructuras económicas y sociales de los grupos afectados, aspecto este al que se ha prestado singular atención por parte de ciertos historíadores (Kula, 1963) cuyo punto de vista es muy interesante introducir en el análisis geográfico de estos fenómenos.

La constatación de que el medio ambiente que nos rodea carece de la domesticidad que nuestra familiaridad con él ímpulsa, incoscientemente, a atribuirle (Haggett, 1975), y que la inestabilidad es uno de sus rasgos más importantes, permite contemplar a las sociedades humanas compitiendo al ocupar la tierra con la incertidumbre de la naturaleza. Desde un punto de vista geográfico el tema reviste importancia singular: recientemente se ha postulado a partir del estudio de los riesgos naturales la necesidad de mantener "el principio de una geografía global", a la vez física y humana, capaz de mostrar la complejidad de las interacciones entre el hombre y su medio (Lacoste, 1982); del mismo modo que el tema se propone desde un punto de vista didáctico con idéntica finalidad,(Schmidt-Wulffen, 1982).

l. El estudio geográfico de los riesgos

El hombre, como el resto de los seres vivos, se encuentra sometido en cierta medida al medio natural que lo rodea. Es precisamente la naturaleza, tanto viviente como inanimada, la que proporciona los elementos necesarios para la existencia de las sociedades humanas, al tiempo que lleva consigo toda una gama de amenazas, dificultades e incluso peligros, contrarios al bienestar del hombre y, a veces, a su propia supervivencia.

Desde que hace ya seis decenios se definió la geografía como "ecología humana" (Barrows, 1923), haciendo hincapié en "las relaciones existentes entre los medios ambientales naturales, de un lado, y la distribución y actividades del hombre, de otro", muchos geógrafos se preocupan por analizar las relaciones generales entre las poblaciones humanas y el medio. Hoy está ya fuera de duda que cualquier examen crítico de las actividades del hombre como especie dominante en un ecosistema, aparte de atraer lógicamente la atención de investigadores de otros campos científicos, pone al geógrafo en contacto con cuestiones realmente fundamentales para la supervivencia de la especie humana y, por supuesto, para el mantenimiento de su calidad de vida (White, 1975).

Desde un punto de vista ecológico, parece claro que la constante interaccíón entre vida y actividad humana por un lado, y medio natural por el otro, se realiza dentro de unos límites muy variables. Hasta cierto nivel, diversos mecanismos de tipo técnico y social (que pueden llegar a ser muy complejos) permiten al hombre obtener de la naturaleza aquello que le es útil, paliando al mismo tiempo la incidencia de aquellos otros aspectos que le pueden ser perjudiciales en algún grado.

Para acomodarse a estos elementos perjudiciales que están inciuídos en el medio, todos los grupos humanos disponen de conjuntos más o menos complejos de formas de adaptación. Pero el azar o la ineficacia en su planteamiento pueden dar lugar a que las formas de adaptación se muestren insuficientes ante un determinado acontecimiento o conjunto de ellos, de lo que pueden derivarse efectos seriamente perjudiciales para el grupo humano. Parece fuera de duda que el estudio detenido de los sistemas de adaptación entre el hombre y el medio reviste singular ímportancia para la geografía. Pero el análisis de los fenómenos excepcionales, capaces de romper con brutalidad el laborioso equilibrio, reviste también primordial interés. Tanto porque muestran claramente los límites de eficacia de los sistemas aplicados por el hombre, como por la frecuencia con que se producen y su transcendencia, que supera en muchos casos los límites locales.

En el campo del estudio de los recursos naturales, el análisis de los riesgos proporciona también avances sustanciales de tal manera que este tipo de investigaciones (al menos en el ambito anglosajón) "ha conducido a uno impactos más visibles y significativos de la profesión de geógrafo en las Polítícas de administración de recursos" (Mitchell, 1979).

El paradigma de investigación de los riesgos, que en las páginas siguientes se tratará de esbozar, comenzó a elaborarse a partir dél análisis del fenómeno de inundación en la década de los cincuenta. En un principio se aplicó al estudio de una serie reducida de peligros de tipo natural (inundaciones, heladas, sequías, terremotos ... ), para pasar pronto a la búsqueda de la identificación del concepto de "peligrosidad de un lugar", examinando el conjunto de riesgos, naturales o creados por el hombre, que se asocian de una determinada manera en un espacio definido. En los últimos años el sentido de la ínvestigación se ha encaminado a determinar en qué grado los distíntos tipos de adaptación humana al medio son en sí mismos generadores de riesgos, tanto relativos como específicos, y también a la creciente importancia de nuevos riesgos creados por el hombre, como la contaminación atmosférica o el ruido.

El nacimiento de un paradigma de investigación

La numerosa bibliograf ía que existe actualmente sobre el tema de los riesgos (en parte recogida en las referencias de este trabajo), muestra con claridad que el interés por este tipo de investigación estuvo desde el principio en relación con el problerna de la correcta administración de los recursos del medio y surgió, por tanto, de una preocupación eminentemente práctica.

Las obras de acondicionamiento de las cuencas de diversos ríos estadounidenses tras la aprobación de la Flood Control Act (1936). supuso una inversión muy considerable en presas, diques, acondicionamiento de márgenes y toda una variada gama de obras de ingeniería para prevenir las inundaciones. Este hecho atrajo pronto la atención de diversos geógrafos (Whíte, 1942; Kollmorgen, 1953) que cuestionaron el énfasis puesto en soluciones estrictamente ingenierías y esbozaron la posibilidad de soluciones alternativas. Un posterior informe (White et al., 1958) sobre los cambios producidos por la ocupación humana en llanuras inundables de los Estados Unidos, acondicionadas de acuerdo con las directrices administrativas del momento, puso de manifiesto una notable paradoja: las pérdidas de todo tipo ocasionadas por este evento en vez de disminuir habian aumentado mucho.

La reflexión sobre este hecho llevó pronto al planteamiento de una serie de cuestiones que pueden resumiese en el enunciado de un problema de investigación general: "¿Cómo se adapta el hombre al riesgo y a la incertidumbre de los sistemas naturales, y qué implica la comprensión de estos procesos por la pol ítíca pública?" (White, 1975). Desde un punto de vista geográfico esta cuestión básica resultaba perfectamente "ortodoxa" dentro de la definición de nuestra ciencia propuesta por Barrows, y al mismo tiempo se mostraba muy fructífera incluso desde otros puntos de vista, pues la propia descripción y explicación de los paisajes geográficos resulta imposible muchas veces sin conocer a fondo las actuaciones humanas para defenderse de los excesos del medio,

El concepto de riesgo natural

Una definición sencilla de riesgo natural es considerarlo como "aquellos elementos del medio físico y biológico nocivos para el hombre y causados por fuerzas ajenas a él" (Burton y Kates, 1964). Ahora bien, resulta evidente que en la naturaleza no hay voluntariedad, que el medio en sí es tan sólo "matería neutral", lo que hace insatisfactoria la definición aludida ya que es, sin duda, el estado de las sociedades humanas afectadas por un evento lo que hará a este más o menos peligroso para ellas. Dicho de otra manera: es el nivel cultural y técnico de los distintos grupos humanos el que determina, en un momento dado, cuales de los elementos que conforman el medio son "recursos" y cuales son amenazas o "resistencias" para el hombre.

Aquello que puede considerarse como riesgo natural es, por tanto, algo variable, puesto que son mutables a lo largo del tiempo y del espacio los niveles de civilización de las dístintas sociedades, y lo que para cada una de ellas puede calificarse como riesgo es algo que sufre fuertes variaciones a lo largo del tiempo y de un lugar para otro. Se trata pues de un problema de interacci6n entre el hombre y la naturaleza, interacci6n variable y gobernada por el estado de adaptación respectivo entre el sistema humano de uso de la naturaleza y la situación de esta en sí misma.

En este contexto se incluye la imagen corriente que tenemos de riesgo natural: cuando ciertos acontecimientos extremos del medio exceden la capacidad de los procedimientos humanos para absorberlos o amortiguarlos. Se trata entonces de acontecimientos catastróficos, es decrr, con desenlace dramático, que pueden llegar a desembocar el cataclismo: catástrofes de proporciones desusadas. Pero también hay que incluir el proceso continuo de ajuste que permite a los hombres sobrevivir y beneficiarse verdaderamente del mundo natural.

Puede concluirse que, desde un punto de vista geográfico, riesgo es la sítuación concreta en el tiempo de un determinado grupo humano frente a las condiciones de su medio, en cuanto este grupo es capaz de aprovecharlas para su supervívencia, o incapaz de dominarlas a partir de determinados iimbrales de variación de estas condiciones. El contenido, por tanto, de la expresi6n "riesgo natural" es doble: por un lado abarca el esfuerzo continuo para hacer el sistema humano menos vulnerable a los llamados "caprichos" de la naturaleza; por otro la necesidad de afrontar en concreto aquellos acontecimientos naturales que exceden la capacidad de absorci6n del sistema de uso de su medio elaborado por cada sociedad.

Estas variaciones de determinados elementos del medio, pueden llegar a originar auténticas dificultades para el desarrollo de las poblaciones. Se puede objetar que "son demasiado infrecuentes y lo suficientemente localizados para que puedan contarse entre las influencias directas más importantes que el medio ejerce regularmente" (Wagner, 1974). Este juicio, sin embargo, sólo es aceptable en cuanto a la regularidad. En efecto hay elementos del medio que no comportan riesgo y cuya acción es constante, pero otros muchos lo llevan consigo y tampoco las crisis esporádicas pueden minimizarse. Basta con la lectura de los periódicos para percatarse de ello o, sin recurrir a ejemplos foráneos, reflexionar sobre la profunda huella que una inacabado lucha contra una serie de riesgos inundación, terremoto, sequía) ha marcado en el paisaje de la regí6n de Murcia (Calvo, 1975; Calvo, 1982).

La clasificación de los riesgos

Los riesgos naturales en su conjunto pueden clasificarse desde distintos puntos de vista, sea atendiendo a sus causas, a sus efectos o a las características que presentan. Una clasificación muy sencilla, pero clara, los agrupa en dos grandes conjuntos: aquellos que tienen un origen geofísíco y los que lo tienen biológico.

Dentro del primer conjunto, de acuerdo con su principal agente causal es posible distinguir entre los que tienen un origen climátíco o meteorológico (sequías, huracanes, inundacíones, etc), y los que son generados por factores de carácter geológico o geomorfológico, caso de los terremotos, los deslizamientos de tierras, la erosión, etc.

En el segundo conjunto también puede hacerse una distinción atendiendo a la condición de su agente causa¡, separando aquellos que presentan un origen filológico (afecciones por hongos, infestaciones) de los que tienen un origen de índole faunística, como una invasión de langosta.

Esta tipología, desarrollada de forma pormenorizado por Burton y Kates (1964) y muy divulgada con posterioridad (cuadro n.º l), no implica que los distintos riesgos del medio carezcan de relación entre sí, y que no puedan producirse al mismo tiempo situaciones de peligro de distintos tipos y orígenes. De hecho, con frecuencia, estos se presentan como combinaciones íntimamente relacionadas. Así ocurre, por ejemplo, con el complejo fenómeno de las inundaciones, que tiene un origen meteorológico, pero que puede potenciar la erosión y también verse modificado por esta, y que con frecuencía suele presentar secuelas de enfermedades con origen en la fauna. Otras muchas combinaciones pueden aducirse como ejemplo, manifestaciones de la unidad e interrelacíón de los fenómenos del medio natural.

CUADRO N.º 1
Ríesgos naturales según sus distintos agentes causales

 

GEOFÍSICOS BIOLÓGICOS
Climáticos y 

meteorológicos

Geológicos y 

Geomorfológicos

Florales Faúnicos
Ventiscas y nieve 

Sequías 

Inundaciones 

Nieblas 

Heladas 

Pedrisco 

Olas de calor 

Huracanes 

Rayos 

Tornados

Aludes 

Terremotos 

Erosión 

Desprendimientos

tierras

Arenas movedizas 

Tsunamis 

Erupciones volcá-

nicas
- Enfermedades pro- 

ducidas por hongos 

por ejemp: 

Pié de atleta 

Roya 

Olomo holandés 

- Plagas por ejemp: 

Mala hierba 

Freatofitas 

Jacinto de agua

- Enfermedades bac- 

terianas y producidas 

por virus por ejemp: 

Gripe 

Malaria 

Tifus 

Peste bubónica 

Enfermedades

venéreas

Rabia 

- Plagas por ejemp: 

Conejos 

Termitas 

langostas 

- Fiebre del heno 

- Hiedra tóxica 

- Mordiscos animales 

venenosos

Otro hecho evidente es que los distintos tipos de riesgos enumerados no presentan en absoluto el mismo grado de peligrosidad para el hombre. Hoy, aquellos que forman parte del conjunto biológico son previsibles en sociedades suficientemente evolucionadas, hasta el extremo de haber sido prácticamente erradícados algunos de ellos (la fiebre amarilla o las tercianas mediterráneas), mientras que los riesgos con origen geof ísíco no pueden aún prevenirse en multitud de casos.

Esta consideración impulsa a intentar clasificar los riesgos de acuerdo con su escala, pero una tipología de este tipo no puede tener nunca una. validez universal, ya que como se ha indicado, son las condiciones del grupo humano afectado las que proporcionan mayor o meno r peligrosidad a los distintos eventos.

El desarrollo de la investigación sobre el riesgo permite, por último, añadir a la clasificación tradicional aquellos acontecimíentos perjudiciales para el hombre y que han sido desencade

nados por él mismo: contaminación, ruido, etc., cuyo análisis puede realizarse por el mismo método que los restantes.

II. La componente humana

Desde el punto de vista aquí adoptado no existe el riesgo sin tener presente su transcendencia para el hombre y las modificacíones que este puede introducir en aquel. Iniciativa y acción humanas son componentes esenciales de peligro: si no hay población las inundaciones no son riesgos, los terremotos del Terciario tampoco lo son.

A la hora de analizar el papel humano ante las oscilaciones extremas del medio, se ha puesto en evidencia la insistencia de las poblaciones en ocupar áreas peligrosas. Este es un hecho de primordial importancia que, sin embargo, no ha recibido hasta el momento la atención que merece. Los modelos de localización tradicionales, basados en la racionalidad económica no pueden explicarlo, de manera que ha sido necesario explorar modelos de comportamiento, con lo que la geograf ía de los riesgos desde un primer momento ha estado ligada en su avance con el de la geograf ía de la percepción (Capel, 1973). El primer paso en este sentido fue la aplicación de conocido modelo de "racionalidad limitada" a los habitantes de La Follette, Tenessee, respecto del riesgo de inundación (Kates, 1962). Desde ese rriomento hasta la actualidad este tipo de investigaciones son con mucha frecuencia interdisciplinarias, con la participación de sícólogos. La colaboración de historiadores, en particular de historia económica, sería en nuestra opinión de un valor inapreciable, aún no explotado.

El papel del medio humano

Una característica, compartida por todo tipo de riesgos naturales es el hecho, ya aludido, de que sus daños potenciales son crecientes, El peligro aumenta a medida que aumenta la población, y ésta a nivel mundial es cada vez más urbana, más concentrada y más dependiente de infraestructuras sofisticadas y vulnerables (Jackson y Burton, 1980).

Existen, al parecer, presiones tendentes a la ocupación progresívamente más intensa de áreas donde el riesgo es elevado. Incluso en algún caso se ha llegado a establecer que la reocupación de un territorio tras un acontecimiento de esta naturaleza puede hacerse aumentando el peligro en lugar de amínorarlo. Ya se señaló este hecho hace tiempo para la ciudad de Managua en relación con los terremotos (Kates et al., 1973), pero en un ámbito mucho más próximo ocurren hechos símilares. En la Vega baja del Segura (Alicante), en el espacio donde el sismo de 1829 alcanzó un grado de intensidad IX-X, hoy viven cuatro veces más personas que en aquella fecha, con densidades que oscilan entre doscientos y quinientos habitantes por kilómetro cuadrado, y que llegan a 1300 en municipios como Rafal, que en la época se vió afectado de lleno. Incluso la adaptación inmediata de reconstruir los núcleos urbanos con planos en cuadrícula y casas bajas se ha abandonado por completo en los últimos años.

Se comprueba con frecuencia que la existencia de un riesgo, incluso importante, no es suficiente para abandonar o acondicionar suficientemente un área, cuando esta es por alguna razón (fertilidad, situación, etc.) de un interés económico alto.

Numerosos factores de diversa índole se combinan para dar lugar a que determinados riesgos, en particular del medio geof ísico pero no en exclusiva, produzcan efectos cada vez más graves sobre las poblaciones.

Ante todo el proceso de acumulación de poblaciones, actividades e inversiones en áreas de extensión limitada, en relación con la intensificación agrícola y la urbanización. El desarrollo económico y humano está ligado a la gravedad del riesgo puesto que la noción de catástrofe es relativa más a la amplitud de sus efectos humanos que a los caracteres físicos que presente. En directa relación con este proceso está la aparición del llamado "sentimiento de falsa seguridad" que reviste particular importancia, en especial respecto al riesgo de inundación. La confianza puesta en los embalses, derivaciones, etc., cuya eficacia es a veces deliberadamente exagerada por razones que no son del caso, a la vez que se ocultan hechos tan obvios como el antagonismo existente, bajo un clima de lluvias escasas, concentradas en poco tiempo y violentas, entre un sistema de regadíos eficaz y una adecuada defensa contra las inundaciones. Difícilmente los habitantes de un área inundable dísponen de información precisa sobre el riesgo real que corren, y su percepción de este hecho está fuertemente condicionada por la lejanía en el tiempo y la magnitud del último acontecimiento catastrófico que han experimentado. Algo similar ocurre con el resto de los riesgos del medio geofísico, e incluso del medio biológico por sobrevaloración de las infraestructuras sanitarias existentes.

La degradación del medio, que llevan incorporada determinados procesos económicos, es otro factor importante de potenciací6n de las catástrofes: deforestación, éxodo rural, roturaciones y expansión incontrolado de las áreas en cultivo, tienen una particular incidencia en la erosíón, y a través de esta en otros procesos catastróficos.

Por último, frente a la ampliación por parte de los grupos humanos de las posibilidades de riesgo catastrófico o de su potencial gravedad, destaca la frecuente inexistencia o inoperancia de los organismos encargados de prevenir o paliar estos acontecimientos. Desde un punto de vista más general este factor social de indudable importancia plantea la cuestión de los diversos tipos posibles de adaptación y defensa contra los diferentes riesgos, muy distintos según el grado de cohesíón social de los diversos grupos y la tecnología de que disponen, cuesti6n esta a la que se aludirá más adelante.

III. Los excesos del agua

El riesgo natural más extendido mundialmente y más frecuentemente experimentado son, sin duda, las inundaciones. Al mismo tiempo originan mayores pérdidas de vidas y bienes que cualquier otro tipo de desastre natural.

Dejando a un lado las inundaciones producidas por roturas de diques o embalses, poco frecuentes estadísticamente, las crecídas pueden ocurrir tanto en lechos de cursos perennes como en los efímeros, e incluso en aquellos sectores donde no existen cursos definidos, tal como ocurre en las regiones áridas bajo un régimen torrencial de lluvias.

El problema de las inundaciones se hace particularmente inquietante cuando se considera que pocos riesgos naturales presentan a la vez aspectos positivos y negativos tan acentuados, de modo que la adaptación humana a este tipo de acontemieritos se hace particularmente difícil. La abundancia en agua y las condiciones generalmente muy positivas de los suelos aluvíales para la agricultura convierte a los sectores inmediatos a los ríos en áreas que atraen la población. Los daños producidos por una inundación suelen ser, precisamente por ello, muy elevados.

Quizá el SE de la Península sea una de las áreas que mejor ejemplifican esta fisonomía contradictoria. La huerta de Murcía o la de Lorca, se asientan sobre la llanura aluvial del Segura o el enorme cono de deyección del Guadalentín, buscando agua y suelos capaces de hacer rentables los cultivos. Pero un régimen pluvíométrico que suele concentrar las lluvias en fuertes aguaceros, capaces de descargar en pocas horas "mortíferos díluvios" (Pardé, 1961), ha destruido, y puede destruír en el futuro, tanto las vidas humanas como la prosperidad laboriosamente conseguida.

Desde un punto de vista histórico, ante el riesgo de inundación se han sucedido dos tipos de respuestas. Las numerosas civilizaciones importantes que se han establecido sobre el aprovechamiento de un curso fluvial desarrollaron en primer lugar y simultáneamente las técnicas de administración de caudales para riego y las de defensa contra inundaciones; aunque esta defensa fuera meramente ecológíca y no encaminada a modifícar las condiciones generales del medio.

En las sociedades actuales industrializadas el concepto de planificación de la cuenca de un río lleva consigo, simultáneamente, el mejor aprovechamiento del agua y la reducción de los daños derivados de las inundaciones, mediante un cambío en las condiciones generales del marco natural.

Sin embargo, no puede decirse tajantemente que ambas formas de adaptación correspondan netamente a dos etapas históricas distintas. Hoy subsisten sin duda los procedimientos de defensa que hemos calificado como ecológicos; las propias Ordenanzas de la huerta de Murcía, aún vigentes, reúnen un buen número de ellos. Y por su parte, aquellas modificacíones que incluyen cambios generales en el medio se conciben en el sureste español al menos desde la décimosexta centuria, cuando se planea la construcción de los primeros embalses; e incluso, más tarde, llegará a pensarse en desviar el cauce del Segura, alejándolo de Murcía (Calvo, 1975).

El carácter paradójico de las inundaciones

Los tipos de inundaciones son tan variados, tanto por su origen como por su duración, fuerza época, etc., que resulta muy difícil tratar de establecer los daños que pueden producir, salvo en los términos más generales.

Por otra parte, la estimación de los daños potenciales que pueden derivarse de una inundación es algo estrechamente relacionado con el modo de ocupación humana del área afectada y con su nivel de desarrollo. Este último reviste singular importancia, ya que puede considerarse en líneas generales que aquellos grupos humanos que tienen mucho que perder suelen tratar de proveerse de los medios más adecuados para luchar contra las posibles catástrofes.

Otro, punto de vista permite clasificar los daños producidos por una inundación como de índole directa o indirecta. Clasificación que reviste un particular interés a la hora de analizar y valorar las actuaciones que puedan hacerse con el f ín de reducir los daños. Así el más evidente y dramático de los efectos directos de una inundación es la pérdida de vidas humanas, pero a éste se unen, en regiones agrícolas, la destrucción de cosechas y las pérdidas en la ganadería, en las viviendas e incluso la erosión de los suelos. Una valoración completa de los daños directos incluiría no sólo lo expuesto, sino también el coste de las reparaciones, la limpíeza general, los gastos en ayudas de emergencia y la interrupción genral de trabajos y ocupaciones durante un período más o menos largo.

El capítulo de perjuicios indirectos se refiere esencialmente a la salud pública y la interrupción general, puesto que tras una inundación se hace más probable la contaminación, pueden aparecer epízootias y, si se producen aguas estancadas,aumentar la morbidez. La prosperidad general puede verse también seriamente amenazada, y éste es quizá el aspecto más difícilmente superable, cuando la magnitud de la catástrofe llega a paralizar la actividad económica por un tiempo más o menos largo.

Sin embargo, todo lo anteriormente expuesto depende de la forma como actúe el agente de los daños que produce la inundación, es decir, el agua de acuerdo con su cantidad, su velocidad y los materiales que transporte. Los ríos en crecida son, sin duda, claramente peligrosos, pero la crecida normal de un río incluido su desbordamiento presenta también aspectos muy positivos.

Todavía en muchas partes del mundo el ritmo del aprovechamiento agrícola depende del agua que aportan las crecidas, y también depende la renovación de la fertilidad del suelo de los sedimentos depositados tras una inundación.

Muy clara tenían esta doble condición del agua en crecida los reunidos en Murcia, a finales del siglo XIX, en el Congreso contra las inundaciones en Levante. Aludiendo en concreto a día Veja Baja se afírma. "Indudablemente allí las inundaciones hacen un daño considerable, pero al mísmo tiempo... a fuerza de inundaciones tíenden a elevarse esos terrenos, efecto de los sedimentos que aquéllas van dejando... llegará un día en que no esté como hoy casi al nivel del mar... o más bajos". Quizá por estas consideraciones el congresista Sr. Baleriola proponía la siguiente, e interesante, definición: "Inundación significa el desbordamiento de los ríos de sus cauces naturales, arrasando los campos dedicados a la agricultura y produciendo siempre mayores daños que beneficios" (Congreso..., 1885).

Este es un hecho que conviene tener en cuenta a la hora de establecer un sístema de regulación que trate de acabar con las crecidas, ya que inadvertidamente pueden desencadenarse procesos de o.tro tipo. Cabe interrogarse en este sentido si el tener que regar con las aguas decantadas de los embalses no está en la base del uso orogresivamente creciente de abonos artificiales para palíar el rápido emoobrecimiento de los suelos en las huerta del Segura. En todo caso y en su momento ya se elevaron quejas en este sentido por parte de los agricultores.

Cabe señalar también otros aspectós positivos de las crecidas, especialmente en aquellas áreas donde un sistema de conducciones adecuado es capaz de controlarlas; me refiero a la limpíeza de cauces y aguas estancadas, beneficiosa sin duda para la sáiud pública, Pero aún hay más, sí las hipótesis derívadas de algunas experiencias recientes son ciertas (Trilla y Olive, 1971) el capital de aguas subterráneas que con tranta prodigalidad se está utilizando en la actualidad en los regadios surestinos, tiene su origen y su posibilidad de renovación precisamente en los episodios lluviosos notables capaces de dar lugar a Inundaciones.

LLegados a este punto conviene recordar la definición propuesta por Baleriola y establecer que el ríesgo natural inundacíón sólo puede considerarse como tal cuando su saldo es mucho más negativo que positívo.

El análisis de las inundaciones

Al haber definido las inundaciones como un riesgo natural, y a éste como el estado de una interacción entre el sistema natural y el humano de uso, el análisis geográfico del fenómeno inundacíón tiene que referirse tanto a las características físicas que presente como a las de índole humana.

Al tratar de bosquejar hidrológicamente los rasgos de las inundaciones, el primer problema que se plantea es el de establecer con propiedad qué se entiende por tales. Ello implica el fijar con claridad la separación entre aguas máximas ordinarias y caudales extraordinarios que pueden calificarse comocrecidas, ya que las primera son normalmente absorbidas porel sistema de adaptación a las condiciones del río que haya establecido la sociedad ribereña (incluso aquellos grupos de menor capacidad tecnológica); sus efectos por tanto suelen ser beneficiosos.

Las crecidas en sentido estricto se producen sólo a partir de un cierto caudal cuyos efectos ya no pueden ser fácilmente controlables por el hombre; de manera que sólo es posible hablar con propiedad de inundación cuando se supera el caudal regulable por el sistema humano de defensa establecido y comienzan a producirse daños no previstos. Es la conjunción de los rasgos hidrológicos de una cuenca y el sistema de control humano establecido lo que proporciona a las crecidas su calidad de riesgo a partir de cierto umbral de inadecuación.

Pero para los grupos humanos que viven en áreas de riesgo, tan importante al menos como la caracterización detallada de un cataclismo de este tipo es el conocer las posibilidades de que se repita. Se incluye aquí tanto la predicción de avenidas (con finalidad de precaverse) como la previsión de sus características (Ward, 1978), en la que entra el cálculo de su probable magnitud.

Con un conocimiento profundo de los caracteres hidrológicos de una cuenca y datos suficientes de un período bastante largo existen procedimientos estadísticos para establecer la probabilidad de que un evento se repita; más difícil, por no decir imposible, en el estado actual de nuestros conocimientos, es prever su magnitud.

La intensidad de una crecida se refiere al tiempo que transcurre desde el momento en que las aguas alcanzan el nivel de inundación (o punto cero de los daños) hasta que llegan a su punto culminante. Parece claro que este es un aspecto de las inundaciones en el que desempeñan un papel singular los factores morfológicos de la cuenca. También es evidente que este período de tiempo reviste caracteres críticos, pues durante él la colectividad afectada tratará de realizar adaptaciones de urgencia para reducir daños: reforzamiento de defensas, intentos de derivación o, simplemente, ponerse a salvo en una altura, como tantas veces se comprueba al leer los relatos de inundaciones.

Por último, la duración es un aspecto estrechamente relacíonado con el tipo de inundación. y depende de factores muy variados, tales como las características de la lluvia caída, las condiciones topográficas del terreno, el tipo de roquedo, la presencia o ausencia de cobertura vegetal, existencia de obstáculos que dificulten la retirada de las aguas, etc. Tal cúmulo de factores da lugar a que este parámetro sea muy variable y una avenida pueda oscilar en su duración entre pocos minutos y más de un mes.

La personalidad de la sociedad asentada en el sector susceptíble de inundarse es, como ya se ha visto, el segundo aspecto que permite caracterizar el riesgo.

Cabe entonces considerar, en primer lugar, la naturaleza de la ocupación humana en el sector inundable. Singularmente la densidad de la colonización humana y la dotación en bienes y servicios de que disponen, ya que todo aumento en la intensídad de ocupación del área incremento el daño potencial de la inundación, aunque éste depende también de la capacidad de ajuste y respuesta del grupo afectado.

Conviene, según lo dicho, conocer también la eficacia que tienen los métodos de previsión del riesgo y los sistemas de defensa. Pero la posibilidad de prevenir a que ocurra una inundación se limita al espacio de tiempo en el que las condiciones meteorológicas e hidrol6gicas que puedan provocarla empiezan a desarrollarse. La formulación de una previsión sobre las condiciones que presentará la inundación requiere completa información sobre la situación hidrológica, las precipitaciones, las condiciones del suelo en toda la cuenca fluvial, los informes del tiempo y las posibilidades de evolución de éste.

En general, las previsiones respecto a grandes sistemas fluviales son mucho más fiables para los sectores aguas abajo que para los de cabecera. Aguas arriba, una previsión del máximo de la onda de crecida y el tiempo en que se va a producir, son suficientes para poder tomar medidas efectivas, pues la velocidad de crecida suele ser rápida y el período de inundación corto. En los tramos inferiores de grandes sistemas fluviales (con velocidad de crecida y bajada inferiores) es conveniente prever el tiempo en que se alcanzarán las diferentes etapas críticas del nivel, aunque en estos casos es más sencillo, pues el tiempo y la fiabilidad de la alarma aumenta con la distancia aguas abajo, si existe un conocimiento adecuado de las condiciones aguas arriba.

En este aspecto reviste singular importancia la capacidad tecnológica de la sociedad afectada, pues la cantidad de ínformación requerida, la red de recogida de datos necesaria, la capacidad técnica para interpretarla y el sistema de comunicaciones necesario para transmitir a tiempo la información, imposibilitan a muchos grupos humanos el disponer de un adecuado servicio. En cualquier caso, incluso en los países más avanzados, se está aún lejos de disponer de todos los datos idóneos para una adecuada previsión de estos riesgos. Un último aspecto que debe ser considerado es el de la eficacia de los medíos de emergencia que puedan utilizarse; éstos, incluso siendo abundantes, pueden utilizarse de forma inadecuada, disminuyendo así su efectividad, sea por condiciones locales o por la propia actitud de las autoridades públicas encargadas de aplicarlos.

Las formas de adaptación al Riesgo

El deseo de mitigar los costes sociales y económicos que ocasionan las inundaciones impulsa en todos los casos a seleccionar unos métodos de prevención o defensa, que cada sociedad aplica aisladamente o en combinaciones estratégicas.

Las distintas formas de adaptación al peligro, o los intentos de conjurarlo, las vamos a esbozar a continuación por separado, aunque es evidente que cada uno de estos procedimientos se puede combinar con los demás en el intento de conseguir un máximo de eficacia.

Ante todo, la forma más directa de enfrentarse con el peligro de inundación es tratando de modificar los caracteres de ésta. La posibilidad de modificación positiva estriba fundamentalmente en las alteraciones que se pueden realizar en el cauce fluvial, en particular obras de retención y encauzamiento. Complementaríamente a estos trabajos de ingeniería reviste también gran trascendencia el acondicionamiento de las vertientes.

Pero la regulación total de las avenidas mediante estos procedimíentos resulta bastante problemática, ya que la magnitud de aquéllas suele ser muy variable; sin embargo, se estima en líneas generales que ofrecen una protección satisfactoria aquellas obras capaces de retener, o derivar, sin daños, un caudal igual al de la mayor crecída conocida, íncrementando en un margen de seguridad que puede elevarse a un tercio del volumen de ésta. Aunque una situación como la descrita puede considerarse óptima, en Murcía ciertamente estamos muy lejos de ella.

En un trabajo realizado hace algunos años (Calvo, 1969) describí el complejo mecanismo de defensa contra inundaciones del río Guadalentín, concluyendo con reservas sobre su total eficacia. En efecto, en la crecida de octubre de 1973 los embalses de cabecera, antes de llenarse, laminaron la onda de crecida, haciéndola descender, pero su insuficiente capacidad de retención permitió que, una vez llenos, más de 85 millones de m3 de agua saltaran la coronación de la presa de Puentes., Esta crecida, efectivamente atenuada, pero aún voluminosa y muy rápida asoló Lorca y su huerta, produciendo varias víctimas humanas y pérdidas en la agricultura que se evaluaron en 800 millones de pesetas. A lo largo del curso bajo del Guadalentín, hasta Murcia, las obras de derivación consiguieron evacuar la mitad de este volumen directamente al Mediterráneo. De todas formas unos 40 millones de m' llegaron hasta el Segura, aumentando sus aguas ya altas en un crecida de mediana intensidad que afectó ligeramente a la Vega Baja. Puede afirmarse que, de todo el complejo mecanismo de defensa que existe en el Guadalentín, sólo funcionó adecuadamente la protección de Murcia y su huerta inmediata, y esto en el caso de una inundación moderada respecto a las grandes crecidas históricas.

Se ha señalado, por otra parte (Beyer, 1974), la gran signifícaci6n que para los asentamientos humanos reviste el acondicionamielnto de una cuenca en este sentido, pues tales obras por su misma naturaleza implican mejores condiciones para el aprovechamiento de la tierra, con lo que tienden a fomentar la ocupación continuada e intensa de los sectores propensos a inundarse. Esta "falsa seguridad" ya aludida puede tener el corolario de que si la protección resulta insuficiente los daños lleguen a ser excepcionalmente elevados.

Disminuir en la medida de lo posible las posibilidades de daño es otra actitud ante el riesgo de crecida, pues con mucha frecuencia y especialmente en relación con la fertilidad de los suelos aluvíaies, existe la necesidad de ocupar al máximo el terreno en las llanuras fluviales, o de defender una ocupación ya realizada de forma eficaz, y con menores costes que los producidos por las obras antes aludidas.

En estos casos una política encaminada a la disminución en las posibilidades de daños debe basarse en una regulación del uso del suelo que incluya hasta cambio en el destino de éste, en especial donde exista competencia por la tierra entre el uso urbano y el rural.

Cuando se adoptan decisiones de este tipo la política de prevención se centra primordialmente en la construcción de edificios de todo tipo diseñados para resistir inundacíones, y en modificar la estructura de la ocupación humana, llegando incluso a elevar artífícialmente el suelo. Por supuesto que para conseguir una mínima eficacia conviene tener previamente un conocimiento muy detallado de cómo se suelen desarrollar las inundaciones, y disponer de un período lo más largo posible de alarma.

Con frecuencia en los estudios de carácter ingenieril que abordan el problema de jas inundacíones, los dos tipos de adaptaciones hasta ahora descritos suelen denominarse respectivamente "activa" y "pasiva" (Vallarino, 1981), y sus relaciones con la ordenación del territorio han sido, al menos, esbozados en algún trabajo de interés (Domercq, 1978). Pero hay un aspecto a tener en cuenta a la hora de valorar y decidir el tipo de medidas más adecuadas para la protección de un sector concreto, y es el hecho de que el tipo de acciones "pasivas" tienen la particularidad de que sus costes recaen más directamente sobre las poblaciones afectadas que sobre la Adminístracíón o el Estado. En el caso español este hecho incluso tiene estatus jurídico en la Ley de Aguas de 13 de Junio de 1879 (Capítulo VI). Pues bien, su consecuencia es que la defensa "pasiva" corre el frecuente riesgo de no realizarse, ya que la sensibilidad y el conocimiento que acerca del peligro potencia¡ de una inundación tienen las poblaciones afectadas puede no ser en absoluto suficiente para que estén dispuestas a aceptar el esfuerzo económico que implica.

El escollo principal con que tropiezan las dos formas de adaptacíón al riesgo hasta el momento comentadas se encuentra en la rentabilidad de las obras. Es más que probable que un trabajo de ingeniería de gran envergadura o una protección civil cuidada puedan parecer una inversión no rentable si sólo se realizan ante un riesgo "remoto" de inundación. En la cuenca del Segura los embalses construidos unen a su papel defensivo el de almacenes de agua para riego, y es este segundo aspecto el que los valora como rentables. Más aún, alguna presa de poca entidad, como la de Santomera, fue en su momento críticada por su escaso papel para el riego, y varías obras previstas, como el embalse del Romeral en el Guadalentín, están totalmente olvidadas. El riesgo, sin embargo, no es "remoto", y la realización de este tipo de obras lleva consigo una mayor comprensión del peligro y de las formas de evitarlo por parte de las poblaciones afectadas, lo cual las hace más proclives a aceptar comprometerse en una intensa defensa pasiva.

Por último, cabe señalar que incluso a pesar de tomarse medídas adecuadas, es muy probable que en muchos casos se produzcan pérdidas inevitables. Aparece entonces el deber social de proporcionar asistencia a las poblaciones afectadas. Asistencias que pueden ir desde la creación de un seguro contra inundacíones hasta la posibilidad por parte de la administración del Estado de aligerar la presión fiscal sobre la población afectada durante un cierto período de tiempo, o la concesión de créditos baratos para la reconstrucción. En este terreno la posibilidad de acción puede alcanzar empresas de gran envergadura, como sería la reacomodación de personas y pertenencias en otro territorio más seguro, por cuenta del Estado,

Para una reducción eficaz de los daños provocados por ínundaciones, estas acciones plantean, sin embargo, un importante dilema. En el caso de no estar convenientemente proyectadas pueden tender a fomentar la ocupación persistente de áreas realmente peligrosas, y engendrar cierta resistencia a la adopción de medidas más racionales.

IV. Otros riesgos del medio geof ísico

Aunque el análisis del riesgo de inundación es, hasta el momento, el que ha sido considerado con más detalle, existe una clara conciencia de la importancia de otros acontecimientos de esta índole, cuyo impacto sobre las sociedades humanas expresa el cuadro n.º 2.

CUADRO Nº 2
Riesgos catastróf icos del mundo durante el siglo XX.
Evaluación parcial de pérdidas y víctimas.

 

Naturaleza 

del riesgo

Pérdidas 

(en millones 

de dólares

Nº de aconte- 

cimientos es- 

timados

Víctimas Nº de aconte- 

cimientos es- 

timados

Terremotos 

Ciclones 

Volcanismo 

Inundaciones 

TOTAL

13.169
20.760
300
10.190

44.419
34
50
2
36

122
1.654.754
639.987
49.324
3.195.471

5.539.536
74
66
11
44

195
Los terremotos, de ser ciertas las estimaciones de Foucher incluidas líneas arriba, suponen el segundo riesgo natural en importancia por el número de víctimas humanas que genera. Cabe, por otra parte, la consideración de que al año se producen en el mundo alrededor de un millón de terremotos de muy diversa intensidad que afectan en grado variable a las modernas formas de ocupación del territorio (víario, ciudades) y en particular a las grandes obras de ingeniería (embalses, autopistas, canales).

No cabe duda que en el momento actual el estudio de los fenómenos sísmicos en sí mismo, y el establecimiento de mapas de zonas sísmicas a diversas escalas, está bastante avanzado. Parael geógrafo este tipo de cartografía tiene particular interés, ya que basándose en el conocimiento de las condiciones geof ísicas y geológicas, la zonifícación sísmica proporciona información detallada sobre epícentros, magnitudes máximas observadas, profundidad de los focos, energía total liberada por unidad de tiempo y espacio.

De acuerdo con las consideraciones generales sobre el concepto de riesgo natural que se expusieron al principio de este trabajo, para un geógrafo el complejo riesgo sísmico comprende necesariamente, por una parte, lo que podemos denominar "riesgo geof ísico", que incluye el conocimiento de las características intrínsecas del fenómeno: frecuencia, magnitud, íntensidad y duración en un área concreta, con especial atencíón a la necesidad de establecer la probabilidad de repetición de un terremoto catastrófico en una región específica. Por otro lado, es necesario establecer el "riesgo humano", o sea, las condiciones en que se encuentra el sístema humano de uso frente a un evento de este tipo. Este es un campo obviamente de muy difícil ponderación, aunque algunos autores ofrecen criterios como la consideración del "ríesgo-técnico" o posibilidad de que falle un tipo particular de estructura, y del "riesgo seguro" o probabilidad de que las reclamaciones monetarias se atengan a una cantidad determinada (Vere-Jones, 1973). No cabe duda que pese al interés que pueda tener una propuesta de este tipo, es con certeza incompleta y dífícilmente aplicable al conjunto del planeta por razones evidentes.

En la búsqueda de una información lo más exhaustiva posible sobre el fenómeno que se analiza, hay que precisar que la sismícidad mejor conocida en conjunto, la que se ha denomínado "sismicídad instrumental" (observada mediante instrumentos), no representa más que una fracción mínima de la historia de la Tierra. Los trabajos de sismicidad histórica, sí se hacen con rigor, se prestan a una confrontación con la sismología instrumen . tal, a la vez que plantean problemas de gran interés a la ínvestígaci¿)n sismológica general, aportando valiosa informacíón tanto desde el punto de vista meramente físico (Cadiot et. al., 1979) y, por supuesto, también social.

El problema focal en el momento presente respecto al riesgo de terremotos es llegar a establecer un pronóstico sobre la posíbilidad de que ocurra, y en ese campo la sismicidad histórica puede aportar importante información junto a los estudios de índole geológica.

La convivencia de un grupo humano con el peligro sísmico involucra dos componentes principales (Jackson y Burton, 1980): la respuesta a acontecimientos específicos y el proceso de adaptación al riesgo.

El primero de estos aspectos incluye tanto el comportamíento durante el desastre como la posterior recuperación. Algunas precisiones se han hecho en cuanto al comportamiento, aunque pecan de superficiales (Nichols, 1974), y en general sé puede concluir que en este campo sabemos bastante poco.

Respecto al proceso de adaptación, es posible esbozar algunas consideraciones generales. Ante todo, conviene recordar que hemos denomínado adaptación al riesgo a cualquier acción tomada por un individuo o colectividad con la intención de reducir el potencial de daños y, por tanto, los daños futuros (White, 1974). Cabe entonces realizar una distinción inicial entre acciones que estén al alcance de individuos particulares y aquellas que sólo pueden realizarse colectivamente.

En general, el primero de estos grupos se caracteriza por la trivialidad de las acciones que pueden efectuarse a este nivel: pequeñas modificaciones en la vivienda, defensa contra incendios de dimensiones modestas, etc.; el único campo en el que pueden tener cierta relevancia es cuando se procura minimizar las pérdidas económicas, una vez sobrevenidas, mediante la contratación de un seguro.

Mucho más importantes son las acciones que pueden emprenderse por parte de la comunidad afectada en sus distintos niveles (local, regional, estatal). Existe toda una gama de ellas una vez producido el desastre, en la que se incluyen operaciones de emergencia y procesos de evacuación cuando son necesarios, así corto medidas concebidas para paliar la desorganización social y económica, a la vez que se restablece el funcionamiento normal del grupo humano lo más rápidamente posible. Pero no cabe duda que tienen mucho más interés aquellas acciones encaminadas a preparar a la comunidad frente al riesgo sísmico, pues son las únicas aue pueden lograr una disminución significativa de los daños.

Este tipo de protección respecto a terremotos se basa singularmente en dos tipos de acciones (Waitham, 1978). Por una parte está claro que se debe evitar la ocupación de las áreas más peligrosas, pero esto es obviamente imposible, puesto que en muchos casos están ya densamente pobladas y un proceso de evacuación es inconcebible. Frente al hecho consumado de la presencia de un grupo humano importante en lugar de peligro cabe, al menos, establecer un código de usos de la tierra: ordenación del territorio y planificación tendentes primordialmente a afrontar el desastre y facilitar la posterior rehabilitación. En segundo lugar, aunque no con menor importancia, está el desarrollo de medidas que garanticen en la construcción mayor seguridad y solidez de los edíficíos, de manera que no sólo resistan el tipo de oscilaciones verticales y horizontales del sismo propiamente dicho, sino que se opongan también a sus efectos derivados (incendios, desiízamientos de tierra, etc.). Ambos aspectos deben también considerarse de forma combinada, y así la localización de edificios que contengan servicios indispensables tras un terremoto (sanidad, bomberos, emisoras, teléfonos, etc.) habrá de ser estratégica, y su construcción concebída con seguridad superior a la del resto de las edificaciones. Por la misma razón habrá que evitar la implantación, o dotarla de seguridades máximas, de aquellas instalaciones que pueden ejercer un efecto multiplicados sobre el peligro: centrales nucleares, refinerías de petróleo, almacenes de materias tóxicas o inflamables, etc (Marin, Correia, Gaspar, 1984).

Cabe añadir a lo indicado que en la prevención del riesgo de terremoto adquiere singular relieve la investigación básica, encaminada a proporcionar la máxima información posible sobre las características de estos acontecimientos, hasta llegar a incluir algún grado de predicción y de medidas de alerta. Sin embargo, aunque éste es el camino que a la larga puede conducir al mejor nivel de adaptación, en el momento actual son los dos procedimientos anteriormente citados los únicos capaces de proporcíonar un grado de seguridad. En otras palabras, de momento hay que contentarse con "saber dónde vivir para evitar el peligro y cómo vivir con el peligro sí es inevitable" (Níchols, 1974).

Aparte los estudios sobre inundaciones y terremotos, resultan también interesantes, por las innovaciones en técnicas de investigacíón y en conceptos, los realizados sobre los fenómenos de sequías y heladas.

En el análisis del riesgo de sequía se ha hecho particular hincapíé en los problemas planteados por la percepción y el comportamiento de las poblaciones afectadas. Es clásico en este campo el estudio sobre la percepción del peligro de sequía por parte de los agricultores cultivadores de trigo de las grandes llanuras norteamericanas, y como esta percepción afecta al modo de adaptarse al medio físíco (Saarínen, 1966). Tras este trabajo permanece abierto un interesante debate sobre el papel de las ideas sicol¿)gícas en la investigación geográfica y la utilidad de los métodos aplicados.

Respecto al riesgo de helada, las investigaciones realizadas en grupos humanos escasamente desarrollados han puesto en evidencia la eficacia de métodos de adaptacíón ecológica y la posibilidad de fracaso de procedimientos sofisticados si no se saben administrar adecuadamente.

V. Las investigaciones de conjunto

Hasta el momento presente la mayor parte de los estudios realizados en este campo, se han centrado en riesgos individuales. Sin embargo Hewítt y Burton (1971) introdujeron la innovacíón de intentar analízar el conjunto de los riesgos que se producen en un lugar determinado, con el fin de llegar a establecer lo peligroso de un medio ambiente a escala regional.

Para ello, en un estudio realizado en el área de London (Ontario ), intentaron establecer los autores citados el espectro total de hechos dañinos y explorar su impacto global sobre la población del área. Al tomar como punto de partida una definición muy genérica del riesgo (todos aquellos aconteci- Francisco Calvo García-Tornel 30 mientos infrecuentes de cierta magnitud que afectan a gran número de población) era necesario utilizar algún criterio de selección, para lo cual se adoptaron cuatro de forma arbitraría: daños sobre la propiedad de cierto volumen, interrupción de la actividad económica, aumento notable de la actividad corriente de los servicios sociales y presencia de víctimas humanas.

Barajando estos criterios los investigadores detectaron treinta y un tipos de riesgos en el área de London, que varíaban entre los de índole estrictamente natural inundaciones, ventiscas) a los producidos por la acción humana sobre el medio (contaminación en sus distintos tipos), llegando hasta algunos de carácter económico (paro, robos), sanitario (cirugía mayor, hospitalizaciones), o meramente accidentales (accidentes aéreos, de coche, fuegos).

El estudio, iniciado ya en el trabajo sobre London, del papel que juegan las variables de personalidad en las posibles adaptacíones al riesgo, llevaron a desarrollar el análisis del L.O.C. ("Locus of control"), medida del grado en que la gente acepta la responsabilidad de controlar los sucesos que les afectan, y que de entrada permite clasificar a las personas en dos categorías: los individuos que se sienten responsables de sus éxitos o fracasos y los que creen en fuerzas situadas por encima de ellos (azar, destino, Dios) que determinan sus vidas.

Mediante entrevistas se ha establecido comparativamente el tipo de personas que predominan en distintos lugares, tratando de explicar, por ejemplo, mediante la aplicación del L.O.C. porqué las tasas de víctimas por tornado son más elevadas en algunos sectores de los Estados Unidos que en otros (Síms y Baumann, 1972; Baumann y Sims, 1974). Tanto la aplicación del L.O.C. como el análisis de la dimensión de la personalidad llamada "búsqueda de sensaciones" (S.S.) han sido criticados como insuficientemente explicativos.

El equipo White, Burton y Kates

En 1967 se inició una investigación en colaboración por parte de los autores citados, con el objetivo de entender las maheras en que el hombre percibe sucesos naturales extremos y cómo modifica el peligro, con la pretensión de aplicar los nuevos conocimientos a.ia dísminución del coste social de estos acontecimientos, así como afrontar los nuevos riesgos ambientales creados por el hombre.

El planteamiento inicial consistía en aplicar lo ya estudiado Geografía de los riesgos para el riesgo de inundaciones a los restantes riesgos y ampliar el área de investigación fuera de los Estados Unidos, en particular a países subdesarrollados.

Reuniendo los resultados de investigaciones anteriores, se establecieron seis hipótesis (Natural Hazadrs Research, Workíng Paper n.º 16, 1970) que se han utilizado muy ampliamente en las investigaciones posteriores. Estas hipótesis de partida son las siguientes:

1. La ocupación humana persistente en áreas de alto riesgo constante se justifica, según sus ocupantes, por la falta de alternativas, las altas oportunidades económicas que ofrecen, la conternplací¿)n de¡ futuro a corto plazo y la alta proporción entre reservas y pérdidas potenciales.

2. Ante el riesgo las distintas sociedades humanas tienen tres tipos de reacción:

3. Las variaciones en la previsión y estimación del riesgo, está en función de una combinación de la magnitud y frecuencia del peligro, de lo próximos y frecuentes que hayan sido sus manifestaciones más recientes, de la importancia que pueda representar para- los intereses económicos del grupo, y de factores de la personalidad de los individuos.

4. La selección de modificaciones que puede estimar un índivíduo para tratar de defenderse de determinado riesgo está en función de la previsión de éste, del conocimiento de las variedades posibles de adaptación, de la tecnología que dispone, del coste de las distintas alternativas y de su percepción de la posibilidad de ponerse de acuerdo con otras personas.

5. El proceso de estimación de la rentabilidad económica por parte de los individuos está en relación con el horizonte temporal percibido, la proporción entre reservas y pérdidas probables, y con el grado del riesgo contra el que se pretende actuar.

6. Para los grupos humanos, la elección de adaptaciones al riesgo es función de la percepción de éste, de las posibilidades de elección. y de la rentabilidad económica de estas elecciones, aspecto este último que está también en relacíón con el tipo de organización poi ítica del grupo.

Con estas hipótesis como base se iniciaron diversos estudios aplicados a riesgos diferentes, donde se combinaba la investigación específica sobre ellos con diversas entrevistas encaminadas a detectar la actitud de las poblaciones, así como análisis sobre. la personalidad de los grupos afectados. Pese a las dificultades de coordinar un trabajo de esta envergadura (pues práctícamente se realizaron investigaciones en todo el mundo, aunque en España no se realizó ninguna), y el obvio error de utilizar cuestionarios homogéneos, elaborados en Estados Unidos para ciudadanos de ese país, en áreas culturales muy diferentes, se publicaron gran número de estudios (muchos de ellos se íncluyen en la bíblíograf ía de este trabajo) y en 1976, en la reunión de la Unión Geográfica Internacional de.Moscú se estableció un "Grupo de Trabajo" sobre percepción ambiental.

A partir de los primeros documentos elaborados por este "Grupo de Trabajo", se estableció que la etapa de analizar los distintos riesgos por separado en diversas partes del mundo podía considerarse concluida, y que en adelante se procuraría analizar la percepción de todos los riesgos del medio en sectores previamente seleccionados. El cambio de orientación propuesto tendía a proporcionar luz sobre las variaciones en la adopción de distintas formas de adaptarse a los riesgos, examinando el contexto de cada grupo humano estudiado y los procesos de tomar sus decisiones al respecto. También, definitivamente, se integraban en el análisis de los riesgos, junto a los naturales aquéllos producidos por el propio hombre.

En los últimos años son precisamente los peligros creados por la propia actividad del hombre, en particular la contaminación y los peligros y riesgos propios de los procesos de desarrollo, así como su percepcíón los que han atraído con preferencia el interés de los investigadores anglosajones, a la vez que en el ámbito de la geografía francesa se iniciaban los primeros pasos en este campo, con aportaciones que se encuadran en la descrípción de fenómenos concretos (número 24 de la revista Hérodote, correspondiente a 1982) o en relación con la ordenación del territorio (Coloquio sobre Développement et Envíronnement dans la régíon Provence-Alpes-Cóte dazur, Sull. Assoc. Géogr. Franc. nº 486, París, 1982), pero siempre considerando los riesgos desde un punto de vista menos global y más apegado a sus características estrictamente físicas.

Conclusión

A lo largo de las páginas anteriores se ha tratado de esbozar las características de una línea de investigación geográfica prácticamente sin seguidores en nuestro país.

Su transcendencia, ha sido sin embargo muy grande. Ante todo, desde un punto de vista profesional el desarrollo del estudio de los riesgos ha permitido a buen número de geógrafos, norteamericanos y canadienses en particular, integrarse tanto en la Administración pública como en diversas empresas relacionados con la amplía problemática de la planificación y la ordenacíón del espacio.

De forma menos tangible, pero no menos importante, los diversos estudios han demostrado sobradamente que la imagen que tienen los habitantes de lugares peligrosos sobre sus riesgos y el abanico de posibilidades para evitarlos o palíarlos suele ser bastante diferente de la que tienen técnicos y políticos, de manera que si hay que realizar una política eficaz en relación con los riesgos naturales (o más ampliamente, de gestión de recursos) la participación popular es imprescindible. Por otra parte como cada colectividad o individuo con opción a elegir la forma de adaptarse al riesgo, lo hace mediante una escala de valores que se refieren tanto a su idea sobre la organización del territorio, como a la facilidad técnica de su decisión, carácter económico y trascendencia social, la investigación de los riesgos naturales adquiere una dimensión política, en cuanto cualquier tipo de decisión puede generar tensiones y reacciones muy distintas entre el grupo afectado, singularmente si existe una clara conciencia colectiva sobre el riesgo.

Por último, desde el punto. de vista de la propia investigación geográfica, puede afirmarse que el estudio de los riesgos naturales se encuentra en los estadíos primarios del proceso de ínvestígacíón, señalados por Kuhh, de identificación de variables y comorobacíón de relaciones. Aún no existe una teoría general, aunque se hayan hecho aportaciones importantes.

Dentro de una definición muy tradicional de la geografía, los estudios sobre el riesgo han mostrado con claridad su capacidad para abordar problemas actuales, con una importante contribución real a su solución. 



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