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UNIVERSIDAD DE BARCELONA 
ISSN:  0210-0754 
Depósito Legal: B. 9.348-1976 
Año XII.   Número: 82
Julio de 1989

FLUCTUACIONES CLIMATICAS Y CAMBIO HISTORICO. EL CLIMA EN EUROPA CENTRAL DESDE EL SIGLO XVI Y SU SIGNIFICADO PARA EL DESARROLLO DE LA POBLACION Y LA AGRICULTURA.

 
Christian Pfister



ÍNDICE

Nota sobre el autor
Fluctuaciones climáticas y cambio histórico. El clima en Europa central desde el siglo XVI y su significado para el desarrollo de la población y la agricultura
1.- Tipología de fuentes y datos histórico-climáticos
2.- Las fuentes escritas histórico-climáticos
3.- La interpretación de los datos indirectos
4.- La obtención de datos climáticos
5.- Las fluctuaciones del clima y las crisis de substancias
6.- La evolución del clima, de la agricultura y de la población, siglos XVI a XIX
Bibliografía



NOTA SOBRE EL AUTOR

Christian Pfister, profesor del Instituto de Historia de la Universidad de Berna, es un destacado especialista en ecología y climatología histórica, campos que ha contribuido a desarrollar con sus rigurosas e innovadoras investigaciones. Sus primeros estudios se centraron en la economía agraria europea del siglo XVIII yen el análisis de los cambios climáticos en su relación con la actividad agrícola. Entre sus primeras publicaciones sobre estos temas pueden citarse:
- Agrarkonjunktur und Witterungsverlauf im westlichen Schweizer Mjtelland zur Zeit der Oekonomischen Patrioten (1755-1797). Ein Beitrag zur Umwelt -und Wirt- schaftsgeschichte des 18. Jahrhunderts, Berna, 1975.

- Zum Klima des Raumes Zürich im späten 17. und frühen18 Jahrhunddert, «Vierteljahrsschrift der Naturforschenden Gesellschaft Zürich», vol 122, núm 4, 1977, págs. 447-471.

- Climate and Economy in Eighteenth Century Switzerland, «Journal of Interdisciplinary History», 1978, vol. 9, núm. 2, págs. 223-243.

En 1982 presentó como tesis de habilitación un monumental estudio sobre la historia del clima en Suiza, publicado más tarde en dos volúmenes:

- Klimageschichte der Schweiz (1525-1860), Das Klima der Schweiz von 1525-1860 und seine Bedeutung in der Geschichte von Bevölkerung und Landwirtschaft, Vol. I, Berna, Haupt, 1984 (3.a ed., 1988).

- Bevölkerung, Klima und Agrarmodernisierung 1525-1860, Das Klima der Schweiz von 1525-1860 und seine Bedeutung in der Geschichte von Bevölkerung und Landwirtschaft, vol. II, Berna, Haupt, 1984 (3.a ed., 1988).

Pionero en el tratamiento informático de la climatología histórica Christian Pfister ha contribuido a crear un banco de datos climáticos a escala europea:

- CLIMHIST a Weather Data Bank for Central Europe 1525 to 1863, Berna, 1985.

Otras publicaciones recientes del autor pueden encontrarse en la bibliografía de este trabajo, que ha sido redactado para Geo-Crítica. El original fue presentado en junio de 1988.


FLUCTUACIONES CLIMATICAS Y CAMBIO HISTORICO. EL CLIMA EN EUROPA CENTRAL DESDE EL SIGLO XVI Y SU SIGNIFICADO PARA EL DESARROLLO DE LA POBLACION Y LA AGRICULTURA

Christian Pfister

El naturalista y el historiador tienen perspectivas diferentes respecto a la homogeneidad y a la posibilidad informativa de los datos del medio ambiente. De ahí que tengan conceptos diferentes sobre los cambios climáticos y sobre el material histórico-climático.

Para el naturalista, la evidencia histórico-climática debería mejorar nuestros conocimientos sobre la forma de funcionamiento del sistema climático y debería., en lo posible, poder ser recogida en modelos que simulan procesos naturales complejos. Ello exige un alto grado de homogeneidad del material empírico.

En cambio, el historiador pretende establecer una conexión entre los parámetros histórico-climáticos y los procesos económicos, sociales y demográficos. Para la verificación en el marco de modelos ecológicos de las relaciones funcionales entre los elementos climáticos y los resultados de las cosechas, los precios agrarios, la aparición de las epidemias y las crisis de subsistencia se requieren datos registrados por meses o inclusos semanas. Datos que han de presentarse diferenciados según la temperatura y la precipitación. Estas premisas imponen considerables exigencias al poder resolutivo temporal e intrínseco de los datos manejados.

Las fluctuaciones de elementos climáticos anteriores al comienzo de las mediciones con instrumentos son habitualmente representadas mediante series de datos cuyo poder resolutivo temporal e intrínseco depende del enfoque que el problema recibe por parte del historiador. Algunos tipos de datos naturales sólo permiten dar testimonios sobre parte del año, otros, en cambio, sintetizan el desarrollo anual en una única cifra. Además, éstos sólo pueden desentrañar de forma limitada el particular funcionamiento combinado de la temperatura y la precipitación.

No obstante, la abundante evidencia histórico-climática existente en archivos históricos no puede ser cuantificada con tanta facilidad, de tal manera que permita una correspondencia con extensas series de mediciones y con ello una comparación con el presente.

El desafío consiste en sintetizar a partir de estas evidencias histórico-climáticas una serie de datos que se presenten en forma cuantitativa y que pueda ser utilizado al mismo tiempo en tres niveles temporales: la «longue durée», la «durée moyenne» y la «courte durée», siendo aplicable tanto a los modelos de los climatólogos como a los de los historiadores de las ciencias sociales.

El método histórico de reconstrucción climática que se presenta a continuación, recurre en el caso de Suiza a todos los elementos, por insignificantes que estos puedan parecer, que se encuentran a nuestra disposición: las observaciones del tiempo, las antiguas mediciones con instrumentos y los datos sobre el medio ambiente recopilados por eruditos, artesanos y campesinos; y los concreta en valores estimativos de temperatura y precipitación. En la actualidad las series se remontan hasta el umbral de la más temprana Edad Moderna y se basan exclusivamente en material suizo. En un futuro próximo se dispondrá para el período de la Alta Edad Media hasta el año 1475 de un conjunto de datos adecuados para el territorio de la Europa Central (con inclusión de Francia y el norte de Italia), naturalmente con una exactitud y un poder de manifestación diferentes según el contenido de la documentación (Schwarz-Zanetti, en preparación). Las explicaciones se basan, si no se apunta lo contrario, en la historia en dos volúmenes del clima de Suiza (Pfister, 1984).
 

TIPOLOGIA DE FUENTES Y DATOS HISTORICO-CLIMATICOS

La totalidad del material disponible puede estructurarse según criterios genéticos, forrnales y de contenido, de la siguiente manera (figura 1).

En archivos naturales están almacenados todos aquellos indicadores que tienen su origen en procesos naturales, como por ejemplo el polen, los isótopos de oxígeno o los anillos anuales de los árboles. Estos indicadores son evaluados por disciplinas de las ciencias naturales (la física, la glaciología, la botánica, la geografía).

En fuentes antropógenas se encuentran registrados aquellos datos que son el resultado de la acción del hombre, y por ello pertenecen al ámbito de los historiadores, de los geógrafos humanos, de los arqueólogos y de los etnólogos.
 

Las fuentes antropógenas permiten aún ser subdivididas con arreglo a la forma y al contenido.

Desde el punto de vista de la forma, podemos diferenciar fuentes escritas y fuentes materiales. A las fuentes escritas pertenecen todos los testimonios conservados sobre el papel, en edificios o en piedras: forman parte de las fuentes materiales todos los vestigios materiales del pasado: dibujos y fotos, planos y mapas, edificios, poblados y caminos, indicios de delimitaciones de campos, así como hallazgos arqueológicos.
 


Figura 1: Tipología de datos histórico-climáticos.

Desde el punto de vista del contenido diferenciamos dos grupos: datos específicamente climáticos que contienen información directa sobre elementos del clima y sobre las evoluciones atmosféricas en forma de descripciones o mediciones. Los datos indirectos que comprenden información numérica o descriptiva sobre procesos, físicos o biológicos, gobernados en su mayoría por parámetros meteorológicos.

LAS FUENTES ESCRITAS HISTORICO-CLIMATICAS

El análisis de las fuentes y la datación

Investigaciones recientes han evidenciado que algunas fuentes escritas incluyen observaciones equivocadas o incorrectas. Si esta evidencia es asumida en gran medida sin ser revisada, esto puede cuestionar seriamente la validez de los resultados (Alexandre, 1976,1987; BeH, Ogilvie, 1987; Ingram y otros, 1981; Pfister, 1984). En transcripciones o versiones impresas hay que contar con nombres mutilados, con omisiones arbitrarias y sobre todo con dataciones erróneas. Cronistas y analistas recurrieron con preferencia, en su búsqueda de relatos sobre fenómenos naturales notables, a crónicas publicadas. Por ello, no era extraño que los mismos relatos continuaran divulgándose de fuente en fuente, por lo que con el tiempo se convirtieron en una madeja enmarañada difícil de desenredar. Un ejemplo detallado lo proporciona Pfister (1984:41).

No se ha llevado a cabo, tal y como lo recomiendan Ingram y otros (1981), una exclusión consecuente de todo el material no coetáneo. En tanto que estas fuentes hagan referencia a hechos, cuya existencia esté asegurada por material coetáneo, pueden proporcionar información complementaria detallada, la cual puede ser fundamental para una interpretación correcta. Sólo en los casos en los que las observaciones no se encuentran documentadas por fuentes coetáneas, deberían ser omitidas. De todos modos, esta coexistencia de material coetáneo y no coetáneo hace necesaria una caracterización precisa.

Asimismo hay que tener presente en especial, los tres problemas siguientes:

1. El orden temporal, en el que son clasificadas las observaciones, debería tener en consideración la práctica frecuente en fuentes antiguas de datar según los días onomásticos. Así, por ejemplo, una noticia sobre un período de precipitaciones entre los días de San Juan (24 de junio) y San Lorenzo (10 de agosto) no puede ser clasificada adecuadamente en el marco de los meses normales. Es más oportuno un orden basado en períodos de diez días.

2. En «invierno», que con frecuencia es equiparado con el período en que la tierra está cubierta por una capa de nieve, el fin de año puede inducir a datos ambiguos. Si sólo se dispone de una cifra anual y no queremos arriesgarnos a tener cifras duplicadas, debemos intentar buscar por medio de otras fuentes o a través del contexto, si se está haciendo referencia al «viejo» o al «nuevo» año.

3. Por último, hay que considerar la coexistencia en la época posterior a 1582, de los calendarios juliano y gregoriano. Es recomendable adaptar todos los datos según el calendario gregoriano y señalar en cada caso, el calendario en el que se basa la fuente.

Forma y contenido de las fuentes escritas

A continuación, y por medio de los ejemplos que pueden resultar más característicos, se abordarán las peculiaridades esenciales de los tipos de fuentes.

Las crónicas y los anales hacen referencia, dicho de forma simplificada, a relatos resumidos de acontecimientos heterogéneos estimados por sus autores como dignos de ser transmitidos. Desde la perspectiva histórico-climática, son útiles, en primer término, las crónicas urbanas, locales y rurales. Este tipo de fuentes concede prioridad a lo excepcional y desatiende lo cotidiano. Tratan, primero, el carácter climático de períodos de tiempo prolongados en el transcurso del año, luego, acontecimientos externos, como lluvias torrenciales, pedriscos, vientos tempestuosos, heladas y nevadas prematuras y, finalmente «phénomènes liés au climat» (Alexandre) en forma de observaciones fenológicas e informes sobre la productividad de las cosechas. Las crónicas pueden contener periódicamente reseñas mensuales sobre el tiempo.

Al grupo de documentos con observaciones intermitentes pertene­cen cartas y apuntes de toda índole en calendarios y diarios privados y oficiosos -los diarios meteorológicos serán considerados de forma es­pecial en el marco de la problemática histórico-climática?. Material de primer orden puede ocultarse en los diarios de los monasterios. Así por ejemplo, el diario en cinco volúmenes de abad Gallus II. de St. Gallen contiene, junto a informes sobre inspecciones a parroquias e informa­ciones sobre actividades personales, aproximadamente un tercio de apuntes sobre el tiempo. Estos apuntes aparecen con frecuencia en forma de notas abreviadas que hacen referencia a determinados días, como «gran nevada», «frío formidable», «gran calor» o bien en forma de resúmenes concisos al final de cada mes, de las fases del tiempo ya transcurridas. Más ricos en este sentido son los diarios de los anacoretas de finales del siglo XVII.

Los diarios meteorológicos y los diarios de medición contienen información relativamente homogénea en forma cuantitativa o cuantificada con un poder resolutivo temporal que bajo circunstancias puede alcanzar las horas. Estos dos tipos de diarios se pueden clasificar en tres categorías.

Diarios no-instrumentales

Este tipo de fuentes proporciona con mayor o menor regularidad, descripciones diarias del tiempo, en parte en forma de notas, en parte en forma de frases de mayor extensión. Observaciones más antiguas se encuentran predominantemente en los calendarios.

Dos ejemplos deben servir para documentar el estilo de este género de fuentes y a la vez reflejar los cambios acontecidos en éstas en el transcurso del tiempo.

Las observaciones contenidas en el calendario del prior Kilian Leib de Rebdorf, cerca de Eichstätt, redactadas en latín y que corresponden al período de 1517 a 1531, están en un 75% completas y se caracterizan por una considerable exactitud de su datación como «tota nocte et toto die pluvia» (Schwarz-Zanetti, en preparación).

El panadero Hans Rudolf Rieter llevó entre los años 1721 a 1738, como quien dice, un diario ininterrumpido sobre la historia del medio ambiente de su ciudad natal. En extensas frases protocolizaba todos los cambios de la atmósfera apreciados en el transcurso del día, englobando también por regla general en sus observaciones las horas de la noche. Cerca de dos tercios de todas las precipitaciones habidas durante este período quedaron reflejadas en su diario con exactitud horaria tanto en su comienzo como en su finalización. Una atención especial merecen las observaciones fenológicas sistemáticas llevadas a término por Rieter. Nos indica respectivamente la fecha de diecinueve acontecimientos: la primera flor de los cerezos, las primeras uvas (la salida o el brote de las inflorecencias), las primeras hojas verdes de las hayas, el florecimiento pleno de los cerezos, las primeras espigas del centeno, las primeras espigas de la cebada, el florecimiento pleno de los perales, la flor del centeno, las primeras espigas del trigo, la primera flor de la vid, las primeras fresas, las primeras cerezas maduras, el florecimiento pleno de la escanda, el comienzo de las cosechas de la cebada, del centeno y de la escanda, el final de la recolección de la escanda, la primera coloración roja de las uvas, el comienzo de la vendimia. Con ello Rieter fue probablemente, según nuestros conocimientos actuales, el primero que realizó observaciones fenológicas sistemáticas, si tenemos en cuenta que la serie fenológica más antigua hasta la fecha conocida era la de la familia Marsham en el concado de Norfolk, que data del año 1736 (Kington, 1974).

Diarios instrumentales y diarios de mediciones

Los diarios instrumentales contienen datos de medición junto a descripciones de fenómenos climáticos. Por contra, se consideran diarios de mediciones, aquellos diarios en donde la información se reduce casi exclusivamente a cifras y abreviaciones.

Cuando los antiguos observadores no nos informan con la deseada precisión sobre los tipos de instrumentos, la disposición y el tiempo de lectura, la homogeneización de antiguas mediciones resulta costosa y difícil.

Desde mediados del siglo XVII algunos pocos investigadores comenzaron a equiparse con instrumentos de medición: pero estos mismos investigadores rara vez efectuaban de forma sistemática la lectura de estos instrumentos y aún más excepcional es que se conserven sus diarios de mediciones.

Una notable excepción la constituyen las mediciones del médico, botánico y académico parisino Louis Morin. Estas mediciones se extienden sobre un período de 48 años, desde febrero de 1665 hasta julio de 1713. Durante este largo período de tiempo, Morin realizó entre tres y cuatro veces diarias mediciones de la temperatura y la humedad del aire; determinó la cantidad y la dirección de las nubes, la dirección y la fuerza del viento, así como la niebla y por último la cantidad de la precipitación y de la nieve caída. Este documento que se conserva en una escritura caligráficamente exacta y diminuta se encuentra depositado en la Bibliothèque National en París. Si consideramos la antigüedad, el alcance y la duración de las mediciones, no hay ninguna duda de que este documento se encuentra entre los más notables de su clase a escala universal. Legrand y Le Goff (1987) han evaluado las mediciones termométricas. En la actualidad, la totalidad de los registros están siendo acondicionados en el Instituto Histórico de la Universidad de Berna y en el Instituto Geográfico de la Universidad de Bonn para un análisis más extenso con ordenadores.

Notable, por la clase de observaciones, es el diario instrumental del cura bernés Johann Jakob Sprüngli. Este cura escribió entre los años 1759 y 1803 durante cada invierno la formación y la reducción de la capa de nieve en su entorno más cercano y apuntó cómo las sierras quedaban nevadas y sobre el proceso de deshielo en las mismas. Durante el verano se dedicó a contar al final de cada mes, el número de manchas de nieve que quedaban en las montañas, apuntando en su diario la fecha de desaparición de la última. En el caso de nevadas veraniegas en las montañas indicó la altura mínima en que quedaba depositada la nueva capa de nieve. Para ello, se remitió a puntos de referencia en el terreno, puntos que nosotros convertimos en metros sobre el nivel del mar, para de esta forma poder deducir en cada caso el descenso de la frontera de los ceros grados.

Resumen espacio-temporal sobre el material suizo

Del período de tres siglos y medio que van desde 1525 a 1863 se han encontrado en archivos y bibliotecas suizas, 120 fuentes manuscritas y más de 150 fuentes publicadas, que en su conjunto han suministrado más de 33.000 «Records» (unidades de información) en un orden temporal que va desde los períodos de diez días hasta las estaciones del año. Desde la perspectiva de la densidad temporal y la capacidad de información de estos datos, el período de 450 años de investigación puede subdividirse en las cinco fases siguientes:

1. 1525-1549. Los cronistas describen situaciones anómalas o resumen en pocas palabras el desarrollo del tiempo. Las lagunas en la observación (el 43 % de todos los meses) afectan sobre todo a los meses (octubre, noviembre) que tienden a ser poco importantes para la coyuntura agraria.

2. 1550-1658. Este período está cubierto en un 97 % por medio de observaciones diarias e intermitentes. Las lagunas en la observación afectan esencialmente a los meses de octubre hasta diciembre.

3. 1659-1683. A través de observaciones intermitentes cada mes puede ser caracterizado teniendo en cuenta sus peculiaridades térmicas e higrométricas.

4. 1684-1754. Las precipitaciones pueden ser cuantificadas casi' por completo en base a las mediciones o a los diarios meteorológicos. Por regla general, para la evaluación de las condiciones térmicas se dispone de varias crónicas para cada mes.

5. 1755-1863. La temperatura se encuentra documentada por medio de mediciones del Mittelland (Basel) (Bider, Schüepp, von Rudloff 1959), además, a partir de 1817 esta documentación se ve complementada con la de la estación de montaña del Gran San Bernardo (Schüepp 1961). Existen mediciones de las precipitaciones de distintas partes del país. Hasta 1778 prácticamente cada mes está documentado con al menos una medición; en dicho año comienza la serie de mediciones en el observatorio de Ginebra, serie que se prolongó hasta después de la 2ª Guerra Mundial.

El hecho de que para Suiza se haya podido encontrar un material tan denso y variado, puede ser imputable con certeza a la segmentación del espacio natural y político, a la estrecha vinculación de los miembros de las clases sociales altas que sabían escribir con el trabajo agrícola, a la continuidad de la administración y de las instituciones, así como a la escasez de incidentes bélicos. No obstante, el estado de las fuentes en otras partes de Europa no es mucho peor. Como evidencias, la obra de Pierre Alexandre (1987) y la exitosa pesquisa de Gabriela y Werner Schwarz-Zanetti en archivos del Sur de Alemania. Estas investigaciones demuestran que podría hallarse en archivos y bibliotecas europeas el suficiente material para una similar historia diferenciada del clima de Europa, presuponiendo los esfuerzos y los medios adecuados. Una obra de semejantes características podría surgir de un empeño coordinado y colectivo por parte de investigadores de todos los rincones del continente europeo y debería ser puesta en marcha por la Comunidad Europea.
 

LA INTERPRETACION DE LOS DATOS INDIRECTOS

La reconstrucción de las condiciones de temperatura y de precipitación se basa en gran parte en mediciones instrumentales. Para el período preinstrumental es válido el sustituir los valores de las mediciones que faltan por tipos de datos adecuados. La mayoría de los autores de apuntes sobre el tiempo eran probablemente conscientes de la subjetividad de sus testimonios en la transcripción de las condiciones de temperatura y de precipitación. Por tal motivo trataban de complementarlas por medio de fenómenos observables, fenómenos que ellos consideraban apropiados para la objetivación. En el semestre de verano eran indicaciones referentes al estado de desarrollo de las plantas, a la cantidad y a la calidad del mosto de uva recolectado, al adelanto o al retraso en el proceso de descanteo de los Alpes y al número de nevadas en el transcurso del verano alpino; elementos, todo ellos, que presentan una relación significativa respecto a la evolución de la temperatura. Lo mismo es válido para el invierno.

Para la caracterización de las condiciones de precipitación, los antiguos observadores recurrirían, por ejemplo, al número de los días de lluvia y los complementaban con informes sobre inundaciones o niveles bajos de agua dignos de atención.

Si estos datos se relacionan con fenómenos posteriores comparables que puedan ser calibrados con mediciones instrumentales, esto ofrece la posibilidad de descifrar el código que los antiguos observadores hacían servir para redactar sus notas y de transcribir sus informaciones en grados centígrados o milímetros de precipitación.

A continuación se explicará la interpretación de algunos tipos de datos.

Las lluvias, las nevadas y la cubierta de nieve

Las observaciones diarias existentes en los diarios meteorológicos sobre las precipitaciones pueden ser recopiladas en valores por medio del recuento y ser comparadas con aquellas del período instrumental. Observadores esmerados obtienen valores medios durante largos períodos de tiempo, valores que se sitúan en la magnitud de los días con más de 0,3 mm de precipitación medida. La proporción de los días de nieve y de los días de lluvia, la abundancia de nieve, permiten ciertas conclusiones respecto a la temperatura, siempre y cuando el número absoluto de los días de precipitación sea lo suficientemente importante: una escasez de nieve en los meses de invierno o la presencia considerable de nieve en los meses de primavera y otoño, hacen alusión a temperaturas por debajo de la media.

La formación de una nueva capa de nieve es citada con frecuencia como un fenómeno manifiesto, a cuyo efecto muy pocos observadores se esfuerzan en dar una delimitación definida entre los conceptos de la nevada y de la cubierta de nieve. Aún menos frecuente es la descripción del proceso de deshielo.

En la figura 2 se representan en forma de columnas los inviernos con el período de nieve más largo (80 días) y más corto (20 días) en los últimos 450 años. La agrupación temporal de los inviernos extremadamente largos es muy irregular. En los últimos 140 años y en el período entre 1525 y 1560 a una altura de 400-500 m, no se han superado un máximo de 90 días. Por el contrario, en los 280 años que median, la capa de nieve se mantuvo, en al menos 25 inviernos, por un período superior a los 90 días. En el decenio más prolífico en nieves, el de 1691 1700, el suelo en Zürich permaneció durante 75 días cubierto de nieve; hoy todavía son 40 días. En los inviernos de 1613/14 y 1784/85 la nieve se mantuvo durante cinco meses.

Figura 2: Congelación del lago de Zürich y de otros lagos, así como los extremos de los períodos de nieve en el Mittland suizo entre 1525-1970.

La congelación de los lagos

Las crónicas sobre la congelación de lagos y de ríos figuran entre los documentos más importantes que indican la aparición de inviernos extremos. Las menciones en la literatura se basan en buena parte en compilaciones (Brooks, 1926; Easton, 1928; Weikinn, 1958-1963) y requieren de una verificación concienzuda. El número real de congelaciones es con frecuencia menospreciado.

En fuentes suizas se describe con frecuencia la formación de una capa de hielo sólida en los grandes lagos y ríos, porque ésta interrumpía las vías fluviales o brindaba la ocasión de celebrar una fiesta popular.

De los inviernos extremos de los últimos cien años es conocido que los lagos suizos se hielan siguiendo una determinada sucesión en función de la superficie y de su profundidad (Forel, 1890, 1892; Lemans, 1963). Lagos poco profundos tienen siempre tendencia a helarse antes que lagos profundos; de todas maneras, junto al volumen de agua y a la superficie hay otras influencias que desempeñan un papel, como lo demuestra el hecho de que haya lagos, por ejemplo, que no se dejen clasificar según ese esquema.

En relación con los procesos de congelación en agua dulce es determinante la suma de las divergencias negativas diarias de los 0º (Lemans, 1963). Para que el lago de Zürich se hiele se requiere una suma de frío de al menos 300º (Müller, 1963), para el lago de Constanza una suma de 380º (Schmidt, 1967). En todos los casos documentados con mediciones termométricas, en donde el lago de Zürich soportaba al menos el peso de los caminantes, estos hechos eran precedidos por dos meses muy fríos. En los inviernos de 1572/73, 1683/84 y 1694/95 el hielo del lago de Thun soportó el peso de trineos cargados. Este lago no se ha vuelto a helar desde entonces. Por consiguiente, los tres inviernos mencionados son para el territorio de Suiza los más fríos en los últimos 450 años.

En la figura 2 están representadas por medio de columnas de diferentes longitudes las heladas de los lagos suizos. Las columnas más largas son las que representan aquellos inviernos en los que el lago de Zürich soportaba el peso de los caminantes o el lago de Constanza estaba completamente helado; las intermedias representan aquellos inviernos en los que el lago de Zürich estaba completamente helado, pero en los que la capa de hielo no era lo suficientemente sólida como para soportar peso alguno. Las columnas más pequeñas indican, que el lago Zürich sólo estaba cubierto en parte por hielo. Este estado responde a una congelación total de los lagos pequeños y poco profundos.

Los inviernos extremos aparecen predominantemente en grupos: 1560-1573, 1585-1615, 1676-1697, 1755-1776, 1880-1895. Entre 1561 y 1573 el lago de Zürich se heló cinco o seis veces, entre 1677 y 1697 en uno de cada tres inviernos el lago se heló hasta la ciudad, y el hiero era en vados casos lo suficientemente sólido como para soportar el peso de los seres humanos. Los «inviernos del siglo», como el de 1962/63, han hecho por consiguiente su aparición tres o cuatro veces en estos períodos cortos de frío invernal extremado. Por contra, en los 35 años que median entre 1525 y 1560 no encontramos ningún invierno extremo con un período de nieve prolongado y con una congelación que puede ser considerada sólida de los grandes lagos.

El desarrollo de las plantas cultivadas

La fenología de orientación histórico-climática utiliza observaciones del estado de desarrollo de las plantas para sustituir la falta de mediciones termométricas. Las fases fenológicas son dependientes en su totalidad de la evolución del tiempo, en primer término del funcionamiento combinado de las precipitaciones, de la irradiación solar y de la temperatura (Lieth, 1974). Dicho de forma simplificada, la planta es un instrumento vivo que nos informa sobre el clima en su conjunto. El valor de estas observaciones antiguas como indicadores climáticos ha sido escasamente aprovechado hasta nuestros días, porque eran poco conocidas y no se correspondían con los criterios científicos válidos.

Dos requisitos son esenciales para la interpretación:

1. Para poder calibrar los datos en base a series de mediciones meteorológicas, debería disponerse como mínimo de series de observaciones de 10 a 15 años, si es posible obtenidas en las cercanías de una estación meteorológica, en la que durante el mismo período se hubiesen realizado mediciones de temperatura, de precipitación, así como de irradiación solar.

2. También deberían conocerse los valores medios de las fases correspondientes en el pasado a la primera etapa instrumental o preinstrumental. Primero, para apreciar si los valores medios se han modificado esencialmente con respecto a los del período instrumental.Luego, para poder interpretar de forma conveniente datos aisladossobre años determinados como divergencias de los valores medios.

En Suiza disponemos desde comienzos del siglo XVIII de series de observaciones ininterrumpidas de un suceso de primavera (la flor de los cerezos), de uno de comienzos del verano (comienzo de la florescencia de la vid), de uno de estío (comienzo de la cosecha del centeno), de uno de las postrimerías del verano (comienzo de la coloración de las uvas de borgoñón azul) y de uno de otoño (la vendimia).

En tanto que tengamos presente la influencia de la altitud, los valores medios históricos y recientes en general se corresponden. A continuación se examinará la dependencia de determinadas fases fenológicas respecto a la evolución de las temperaturas.

La fecha de aparición de la flor de los cerezos está estrechamente vinculada a la temperatura media de los treinta días precedentes (Bider, 1939).

El momento de aparición de la flor de la vid depende en años normales de las temperaturas registradas durante el mes de mayo. Con todo, un comienzo anticipado de la floración puede deberse a unos meses de abril o marzo extremadamente calurosos.

De hecho, en las especies de cereales sólo el estado de madurez es una función del desarrollo del tiempo y de las condiciones de temperatura. En el sistema de cultivo por amelgas trienales debería tenerse en consideración al comienzo de la cosecha la explotación coordinada de los campos. Dicho de forma simplificada, en el caso del centeno un avance o un retraso de 7 días en el comienzo de la cosecha responde a una divergencia en las temperaturas de abril y mayo de alrededor de 1º por término medio para el período 1901-60.

Según nuestro conocimiento, fue M. L. Dufour (1870), originario del cantón de Vaud, el primero que remarcó el valor de los datos de la vendimia para la historia del clima. Angot (1885) integró los datos de Dufour en su gran recopilación sobre las cosechas de Centroeuropa y Europa Occidental, cuyo significado histórico-climático fue dado a conocer a los historiadores por Le Roy Ladurie (1967). La recopilación de la serie de datos sobre la vendimia llevada a cabo por Le Roy Ladurie y Baulant (1980), que se remonta hasta el año 1484, ha podido prolongarse hasta el año 1370 en base a nuevas evidencias (Pfister, 1988b).

Los rendimientos del mosto de uva y los viñedos

En la valoración de los rendimientos del mosto de uva como indicadores climáticos la ciencia se ha concentrado demasiado en las experiencias obtenidas en algunas explotaciones vinícolas, donde la producción está en gran medida condicionada por influencias locales como heladas, granizo o enfermedades. Cuando se calculan los rendimientos medios de un sinnúmero de explotaciones y regiones vinícolas las influencias locales quedan anuladas en su mayoría. Por el contrario, la evolución de las temperaturas y de las precipitaciones gobernadas por las situaciones meteorológicas generales obran en todas las situaciones y exposiciones al mismo tiempo, fomentando o reduciendo el rendimiento. Tiene gran importancia el tiempo en el estío: un tiempo persistentemente húmedo y frío descompone las flores y provoca un rendimiento escaso; mientras que en veranos cálidos pero no muy secos se van madurando cosechas récord, en tanto que el conjunto de las flores no fueran dañadas por heladas tardías o de primavera (Koblet, 1977).

Para el período de 1529-1825 se ha representado una curva media a partir de 31 series de rendimientos por superficie y de series de décadas de todo el Mittelland suizo y se la ha comparado con la serie de temperaturas de Basilea. Las series regionales se encuentran significativamente correlacionadas entre ellas, además la curva total suiza lo está con la de lphofen-Franken (Flohn, 1985). Queda demostrado, que dos tercios de las fluctuaciones en las producciones en el período 1755-1825 pueden ser explicadas a través de las temperaturas registradasen el estío, a cuyo efecto también las temperaturas veraniegas del año precedente tienen una cierta influencia (Pfister, 1981).

El cubrimiento del transcurso del año

Visto de forma global, las condiciones de temperatura en el semestre de invierno pueden evaluarse por medio de datos sobre la nieve y el hielo y observaciones sobre las actividades de las plantas, valoradas éstas durante el período de vegetación a través de datos biológicos.

La concentración de información de los datos indirectos es óptima al comienzo del verano y en el estío. Los datos de la vendimia existentes desde el siglo XIV se ven completados y verificados desde comienzos del siglo XVIII por observaciones fenológicas sistemáticas. La curva media de los rendimientos del mosto de uva se ha utilizado para describir el tiempo del estío, la densidad de la madera de otoño de los anillos anuales se ha hecho servir para describir las condiciones de temperatura en agosto y septiembre. Se trata de las mediciones del segmento de madera de otoño en los anillos anuales de las coníferas en alturas superiores a los 1.000 metros, donde las temperaturas de verano limitan el crecimiento. La densidad de las células de la madera de otoño de los árboles, que se encuentran sometidos a una fatiga por frío, manifiesta una relación estrecha con respecto a las condiciones de temperatura en las postrimerías del verano (julio-septiembre). Las curvas de densidad muestran, al igual que ocurre con los datos de la vendimia, considerables similitudes (Schweingruber, 1978, 1983, 1988; Holzhauser, 1982).

El análisis de las condiciones de precipitación se basa, junto a los datos hidrológicos, en la suma mensual de las precipitaciones enumeradas en los diarios meteorológicos.
 

LA OBTENCION DE DATOS CLIMATICOS

El banco de datos CLIMHIST

El material fue asimilado según dos escalas de tiempo y dos principios de representación diferentes:

- la vinculación del suceso meteorológico con la ecología humana exigía la existencia de una historia del tiempo, con gran poder resolutivo espacial y temporal, que permita el acceso a acontecimientos concretos.

- la relación de datos antropógenos con datos naturales, por un lado, y de datos del período preinstrumental con datos del período instrumental, por otro, requiere de la homogeneización y concentración del material en valores estimativos mensuales para la temperatura y la precipitación, de manera que puedan ser empleados del mismo modo que los valores de medición como sillares de una historia del clima.

Para el procesamiento de los datos se desarrolló un programa. La figura 3 proporciona un cuadro sinóptico sobre los siete pasos en la constitución del banco de datos CLIMHIST (Pfister, 1985).


Figura 3. Pasos en la obtención de valores estimativos a partir de observaciones antropógenas.

En primer lugar se diferenció entre datos seriados y no seriados. Los primeros fueron recopilados, homogeneizados y calibrados en series completas. Los últimos se dispusieron en forma numérica por medio de un código de cifras de 400 posiciones. Como elemento menor del orden temporal se eligió el período de diez días. Esta disposición asegura un análisis temporal de más de un mes, como puede requerir en circunstancias determinadas la naturaleza de los datos utilizados y la vinculación con datos de la ecología humana, sin cargar el banco de datos con el flujo de las observaciones diarias.

El procesamiento de datos se realiza en la primera fase de forma separada con programas especiales según los tipos de datos.

En un paso siguiente el conjunto de datos concatenados se recopila y acto seguido se clasifica. Esta asociación de datos es a continuación retransformada y en parte preinterpretada en lenguaje legible por medio del programa SRTCLIM. Al mismo tiempo cada elemento informativo, es provisto con sus atributos -nombre del autor de la fuente, región, localidad, altitud del lugar de observación, documentación de la fuente-, así como, de otras referencias valiosas para la interpretación (Pfister, Schwarz-Zanetti, 1986). Una impresión de la diversidad de la evidencia de los comienzos del período instrumental lo facilita la figura 4.
 

Figura 4

Anterior al siglo XVIII
 

Siglos XVIII y XIX



Siglo XX

Debido a que la totalidad de la información se encuentra en un primer momento almacenada en forma de cifras, dicha información puede transformarse sin un esfuerzo excesivo en otros idiomas con la incorporación de los componentes del programa adecuados. En la actualidad pueden confeccionarse versiones en alemán, francés, italiano e inglés (Pfister, 1985)

Hasta la fecha el programa ha sido desarrollado hasta tal punto, que está en disposición de asimilar datos de todos los países de Europa. En la actualidad se está constituyendo para el período de 1000 a 1475 y para Europa Central un banco de datos CLIMHIST el cual incluye evidencia de ambos estados alemanes, de Francia, de Austria, de Suiza, de los estados del Benelux, del norte de Italia y del este de Checoslovaquia. Este banco de datos se basa fundamentalmente en el material recopilado por Alexandre (1987), aunque para el territorio del Sur de Alemania y de Alsacia es constantemente ampliado (Schwarz-Zanetti, en preparación). De este modo, desde el punto de vista de la metodología y de la estructura del programa se dan las condiciones para la creación de un banco de datos europeo histórico-climático. Que este comienzo tenga una continuidad, dependerá sobre todo de la iniciativa de los investigadores interesados en los países comunitarios y de la disposición de las entidades comunitarias pertinentes en respaldarlo.

La agrupación del material en índices

Los datos indirectos constituyen la estructura cuantitativa de una historia del clima: los datos descriptivos, los cuales revelan la conexión con la historia del tiempo, atavían esta estructura y la acoplan convirtiéndola en una manifestación global, que puede incorporarse a la historiografía.

El poder de exposición de este banco de datos supera la que poseen ambos tipos de datos, si se los considera por separado, y permite una interpretación meteorológica matizada. Por regla general, los datos indirectos sólo pueden convertirse en valores estimativos de temperatura y precipitación para períodos de dos o más meses. Estos períodos pueden basarse en muy diversos modelos mensuales de temperatura y precipitación.

¿Cómo habrá sido esta sucesión específica de situaciones meteorológicas generales en cada caso? El problema puede estimarse en base a las descripciones del desarrollo atmosférico, o dadas las circunstancias, por medio de otras informaciones indirectas. De este modo, se puede representar a partir del contexto del banco de datos una relación diferenciada sobre el carácter de la temperatura de diversos meses. La valoración se realiza en forma de un índice estructurado en siete niveles, que abarca desde el -3 (muy frío) pasando por el 0 (normal) hasta el +3 (muy caliente).

Por ejemplo, un mes de abril es calificado como de «extremadamente frío» cuando en base a información indirecta -frecuentes nevadas, retardo considerable en la florescencia de los cerezos-, el promedio de las temperaturas se encuentra entre los cinco promedios más fríos para un mes de abril del período de 1901-1960 o incluso es más frío. Por el mismo procedimiento, se establece para cada mes un índice térmico y un índice higrométrico. Estos dos índices mensuales pueden clasificarse como valores de medición en sumas estacionales y anuales.

El cálculo de la temperatura y de la precipitación

Con respecto al método: dentro del período instrumental se confrontan los índices derivados de los valores de medición como variable independiente a los mismos valores de medición como variable dependiente en modelos de regresión lineal. Esto para todos los meses normales y para las estaciones, así como para el año natural. Partiendo de los índices del período preinstrumental, las ecuaciones obtenidas de estos modelos suministraron valores estimativos pára la temperatura y la precipitación para la totalidad del período estudiado en forma de divergencias respecto a la media del período de 1901-60. Los errores de cálculo sólo se encontraban dentro de una magnitud razonable para los períodos de diez años; por dicho motivo, se renunció a dar información sobre cada mes. En el caso de la precipitación se crearon en primer lugar, en vista de la gran dispersión regional, promedios de seis series regionales.
 

LAS FLUCTUACIONES DEL CLIMA Y LA CRISIS DE SUBSISTENCIAS

Como opción teórica para la integración de elementos del espacio natural, económicos y sociales se ofreció el punto de vista que se había consolidado en el último decenio: el ecológico. Este, relaciona variables meteorológicas con sistemas que engloban magnitudes que mantienen entre ellas una relación de interacción. Como subgrupos pueden delimitarse los sistemas de explotación agraria y los sistemas demográficos. La capacidad de los sistemas agrarios viene determinada por la extensión y la productividad de la superficie aprovechable. Este último aspecto depende del conjunto de las plantas de cultivo sembradas, de su situación en la rotación de cosechas y del potencia¡ del abono disponible, pero también de las características climáticas; además, desempeña también un papel la capacidad de compensación de las estrategias habituales, caracterizadas por la preocupación en disminuir el riesgo y las crisis (las existencias, las posibilidades de substitución, el volumen de importación); por último, también desempeñan un papel las normas vigentes que reglamentan la distribución de recursos escasos en las sociedades afectadas. El sistema demográfico como el conjunto de las características naturales, económicas, normativas y psicológicas, determinantes para la configuración de un pueblo, se encuentra, máxime en la consideración histórica, estrechamente relacionado en mayor o menor grado al potencial de aprovechamiento agrario.

El punto de vista ecológico se pregunta en primer lugar por el tipo de relación que éstas magnitudes mantienen en el marco de los sistemas de explotación, por los factores limitadores y por las condiciones e instituciones básicas; seguidamente, y en relación a lo anterior, se interesa por las alteraciones constatables en el transcurso del tiempo. No obstante, hay que considerar, por un lado, los cambios en la situación climática, y, por otro lado, las influencias antropógenas, ya sea a través de nuevas tecnologías e instituciones, ya sea por la sobreexplotación y degradación de los recursos, ya sea por una mejora del instrumental para la lucha contra las crisis o por un cambio en las relaciones sociales.

La sensibilidad respecto al tiempo de las principales ramas de producción (cereales, productos derivados de la leche, frutas, vino) bajo las condiciones del antiguo régimen se analizaron en primer lugar desde la perspectiva histórico­agraria. La productividad del cultivo por amelgas trienales en las regiones productoras de cereales del Mittelland suizo sufrió un estancamiento a largo plazo bajo la influencia de un círculo vicioso: un abonado defiente y la falta de animales de tiro, un número escaso de bueyes en relación a la superficie de cultivo, una producción de heno insuficiente, la falta de llanuras, un rendimiento bajo de los cereales y las servidumbres jurídicas (el derecho al diezmo, la obligación de la campiña), eran un obstáculo en la expansión de la pradería.

Con respecto a la cuestión sobre el significado de las influencias del tiempo para la configuración del rendimiento, la calidad y el trabajo de conservación de productos agrarios hay que partir de una relación no lineal entre el desarrollo de las plantas y las condiciones ambientales: la planta es capaz de asimilar dentro de determinados límites variaciones mínimas sin sufrir pérdidas importantes en su rendimiento; por el contrario, alteraciones más acusadas tienen consecuencia considerables.

Se consultaron como datos indirectos para la producción de cereales en las diferentes partes del país, series representativas y en lo posible completas de diezmos. En virtud del examen de estas series quedó demostrado que en el caso del trigo, los descensos a corto plazo y condicionados por el tiempo en el rendimiento, eran causados en buena parte por el lavado del suelo como consecuencia de lluvias otoñales e invernales; y que en el caso del centeno y en parte en el caso de la escanda eran provocados principalmente por temperaturas bajas en los meses de marzo y abril en relación con condiciones prolongadas de nieve.

Los productos cultivados (avena, cebada, leguminosas) en la amelga de verano alcanzaron, como podemos presuponer según las condiciones actuales, los máximos rendimientos después de una primavera cálida y un verano cálido pero no seco. Estos productos tenían, de acuerdo con los resultados del aumento del diezmo conservados en los expedientes, menos trascendencia que los productos de invierno, aunque de hecho eran de gran importancia para la alimentación de la población.

Largos períodos de lluvia en el estío y en las postrimerías del verano, fomentaban las deformaciones en los cultivos, lo que restringía sensiblemente el contenido de harina en los granos y perjudicaba su capacidad de cocción y de almacenamiento.

Las regiones con una viticultura dominante, restringidas a zonas climáticamente favorables, dependían del abastecimiento de abono, que procedía por lo general de la ganadería de las zonas limítrofes de prados y pastos. El rendimiento dependía sobre todo del tiempo del estío: con temperaturas altas y un buen abastecimiento de agua se conseguían cosechas récord, con un tiempo persistentemente frío y húmedo se obtenían malas cosechas.

La albúmina animal se consumía en las regiones cerealistas y en las vinícolas en forma de suero (la mantequilla era vendida la mayor parte de las veces), además con ocasión de festividades se añadían huevos (que si no también eran vendidos), así como carne (sobre todo en las postrimerías del otoño y comienzos del invierno). Un papel importante desempeñaban en el aprovisionamiento de vitaminas la fruta (fresca y seca) y las verduras.

La rápida corruptibilidad de la leche forzó una posesión atomizada y socialmente muy extendida de animales de leche. Cada familia se autoabastecía (excepto en las ciudades, que eran abastecidas por establecimientos situados en sus proximidades). La no comercialización es el motivo por el que no se disponen de registros regulares sobre la producción de leche anteriores al siglo XIX.

En las zonas de montaña la cría de ganado constituía la base de la economía rural. En la mayoría de los casos, padecía la desproporción existente entre la superficie limitada en el suelo de los valles, adecuada para la obtención del heno, y el exceso de oferta en la extensión de pastos. Para poder utilizar de forma óptima los recursos disponibles se reducían durante el otoño los rebaños, de acuerdo con las existencias de forraje de heno y paja, mediante la venta de animales en los mercados.

Por medio de evidencias descriptivas y en base a modelos se investigó la dependencia de la producción de leche respecto de las condiciones meteorológicas. Durante la época de alimentación del ganado con forrajes, el crecimiento de la hierba era favorecido por un tiempo cálido, pero no muy seco. Frecuentes nevadas durante el período en el que los rebaños se alimentaban a base de pasto alpestre determinaban el descenso ostensible de la producción de leche. Durante la época de alimentación del ganado mediante piensos las producciones de leche descendían entre un 60 y un 80 %. Estos resultados oscilaban según la duración del período de alimentación en base a piensos y el contenido energético del forraje de heno y paja. La duración del período de alimentación en base a piensos dependía de las temperaturas registradas en los meses de transición de octubre y noviembre y de marzo a abril (en el interior del país parcialmente el mes de mayo). El contenido energético del forraje de heno y paja dependía de las condiciones de precipitación durante la época de la cosecha del heno, puesto que después de largos períodos de lluvia el contenido de sustancias nutritivas en el forraje de heno y paja depositados en el suelo disminuía considerablemente.

Para evitar y superar las posibles dificultades en el abastecimiento se emplearon en las regiones cerealistas una serie de estrategias de compensación. El riesgo que representaba el tiempo se disminuía por medio del cultivo de productos de invierno y de verano y la siempre mixta de diferentes variedades de cereales. En épocas de crisis se podía, por un lado, movilizar las reservas de campos explotados en régimen extensivo (dulas, suelos de rendimiento marginal), y, por otro lado, utilizar las reservas de instituciones eclesiásticas y laicas. Además, se importaban cereales, aunque en un volumen limitado. Los estratos más vulnerables de la población (los apátridas, los sin tierras y los pequeños propietarios que dependían de una segunda fuente de ingresos como artesanos o trabajadores a domicilio, y que, por tanto se encontraban en manos del mercado) recurrían, si los precios de los cereales eran muy elevados, al consumo de variedades más baratas, sobre todo la avena, que se encontraba por delante de la patata como alimento del ganado, de los pobres, y como alimento en momentos de necesidad.

La base económico-ecológica del aprovisionamiento de productos alimenticios en las regiones cerealistas estaba lo suficientemente afianzada, como para poder asimilar los efectos de una tensión meteorológica temporal y espacialmente limitada. Sólo una variación amplia y de varios años de las condiciones atmosféricas, principalmente como fenómeno concomitante de oscilaciones climáticas, podría haber afectado seriamente el ingenioso equilibrio establecido entre los mecanismos de substitución, las reservas y las importaciones.

En los tres sistemas de explotación el calor y la luz del sol en primavera y en verano (prescindiendo de los períodos de sequía) influían de forma positiva en el rendimiento de todas las plantas de cultivo, como también en la capacidad de producción del ganado. Meses clave era abril y mayo, así como el estío (finales de junio hasta mediados de agosto). Con unas existencias de ganado proporcionalmente escasas, una economía cerealista dominante y unos rendimientos bajos, la sensibilidad de la agricultura del Mittelland respecto a la sequía debió ser considerablemente inferior que en la actualidad.

Las evoluciones del tiempo, en el que se basaban las crisis de aprovisionamiento condicionadas meteorológicamente, comprendían por regla general una combinación de los siguientes elementos: un otoño húmedo, una irrupción prematura del invierno, una primavera tardía y fría y un estío (julio) muy húmedo. Se investigó el funcionamiento combinado entre estos elementos y los precios de los cereales para el período de 1550 a la actualidad. La apreciación partió de la experiencia de que en las fluctuaciones del precio de los cereales se reflejaba por entero la producción de alimentos. Las pautas meteorológicas se recopilaron en un modelo y se sopesaron empíricamente -mediante una serie de pasos en el ordenador- por medio de la comparación con las fluctuaciones de los precios de los cereales. No obstante, dos elementos, la primavera fría y el estío húmedo, tuvieron que sopesarse en detalle. Estos dos elementos se encuentran presentes, con frecuencia con una tendencia a la reiteración de varios años, en los modelos del tiempo de las siguientes crisis de subsistencia (europeas): 1569-1574, 1586-1589, 1593-1597, 1626-­1629, 1688-1694, 1769-1771, 1816-1817 y 1854-1855 (compárese con la figura 5). El modelo también permite resaltar de forma clara en la «longue durée» las diferencias entre los períodos «climáticamente favorables» (1525-1565; 1630-­1678; 1721-1766; 1818-1844) y los períodos «climáticamente desfavorables» (1566-1629; 1679-1720- 1767-1871; 1874-1890) (Pfister 1988a).
 

LA EVOLUCION DEL CLIMA, DE LA AGRICULTURA Y DE LA POBLACION, SIGLOS XVI A XIX

Los veranos fueron entre 1530 y 1564 aproximadamente un 0,4º más calurosos e insignificantemente más secos que en la actualidad; el excedente de calor se concentraba en el mes de julio. En el período de 1565 a 1601, los veranos fueron un 0,4º más fríos; en cuanto a las precipitaciones, éstas fueron un 20% más abundantes que en el período 1901-60. La diferencia de temperatura asciende a 0,8º. El descenso de la temperatura, tras el caluroso verano de 1565, se manifestó en la disminución continuada del excedente de calor en los veranos templados y en una frecuencia mayor de veranos fríos, húmedos y muy húmedos. El mes de agosto fue el que conservó durante más tiempo -hasta 1576- su carácter veraniego. Llamativa es la tendencia a la concatenación de los veranos que presentan el mismo desarrollo del tiempo en paquetes cálidos (1580-83) y paquetes fríos (1576-1579), así como en paquetes fríos y húmedos (1584-1589, 1593-1597). Las anomalías en la humedad en los últimos dos decenios del siglo XVI establecieron marcas récord multicentenarias. En los tres meses de verano del año 1588, cuando se decidió la suerte de la Gran Armada, se contabilizaron en Lucerna no menos de 77 días de lluvia, en 1589 el número de días de lluvia fue de 62 y en 1596 de 75. No es de extrañar, que los viticultores tuvieran que conformarse durante estos años con un puñado de uvas ácidas. En nuestro siglo ningún verano ha deparado a la ciudad de Lucerna más de 60 días de lluvia. Una concentración semejante de las precipitaciones en los meses de estío se ha podido verificar para el Norte de Alemania y Dinamarca (Lenke, 1968).


Figura 5: Temperatura y precipitación en la primavera y en el verano durante el período de 1525-1700.

La temperatura en los meses de primavera en el período de 1525-64 debió de corresponderse aproximadamente con la de nuestro siglo. A partir del 1565 el frío se extendió paso a paso más allá de los meses de invierno a la primavera: el mes de marzo adquirió a partir de 1565 un carácter invernal, a partir de 1568 también el mes de abril adquirió este carácter. Una secuencia comparable de períodos de primavera fríos se inició a partir de 1586. Por término medio los meses de primavera, así como los veranos del período 1565-1601, fueron un 0,8º más fríos que en el tercio del siglo que lo antecedió.

Las condiciones entre 1525 y 1565 pueden considerarse como favorables desde la perspectiva ecológico-humana. Los diezmos de los cereales aumentaron en todas las partes del país examinadas, el mosto de uva alcanzó unos niveles de rendimiento notablemente altos, el tiempo mayoritariamente propicio para el heno, así como la ausencia de trastornos graves en el balance alimenticio hablan en favor de un aprovisionamiento relativamente bueno con albúmina animal.

Después del 1565 es probable que la capacidad de nutrición se viera restringida, por un lado, por el incremento de la población, y, por otro lado, por el empeoramiento simultáneo de las condiciones del clima -la transición hacia períodos con primaveras más frías y estíos más húmedos. Los factores de rendimiento en los cereales descendieron a largo plazo entre un 10 y un 15 %, también fueron algo menos pronunciados los rendimientos de los diezmos de los cereales. Se puede conjeturar como causa principal el escaso abono de las tierras, que podría atribuirse a los siguientes factores: un incremento sobreproporcional de las tierras de labor en detrimento de las tierras de pastos bajo la presión de las carestías y un simultáneo diezmo de las existencias de ganado como consecuencia de epidemias y por la falta de alimentos por efecto del escaso crecimiento y calidad de estos durante los largos períodos de alimentación del ganado mediante piensos. El aumento de las tierras de labor, en la mayoría de los casos en zonas de rendimiento marginal y en detrimento del bosque, no pudo compensar más que en parte la disminución de la fertilidad. Como consecuencia de las fluctuaciones del clima de 1569-1574,1585-1589 y 1593-­1597, las depresiones en el rendimiento se superponían una y otra vez: ciclos de malas cosechas, condicionados por el tiempo, a cuyo efecto la parte consumible de las cosechas debió de verse adicionalmente reducida por estíos muy húmedos, lo que disminuía la capacidad de cocción y de almacenamiento de los cereales.

Por medio de modelos de cálculo se ha estimado, que las pérdidas de calidad del forraje (contenido de albúmina) debidas a un tiempo adverso para la cosecha de heno, por un lado, y, que la reducción de la ración de pienso por animal como consecuencia de primaveras más frías y una sobreexplotación de los prados entre 1530-1564 y 1565-1601, por otro lado, debieron provocar un verdadero colapso en la producción de leche, con pérdidas de cerca del 60 % por vaca. En invierno la producción de leche debió sufrir un descenso desproporcionalmente más acusado que en verano.

La producción de mosto de uva descendió a partir de 1560, casi de forma continuada hasta finales del siglo, principalmente como consecuencia de estíos fríos y húmedos. La depresión en el rendimiento fue acompañado de una disminución en el contenido en azúcar. Comparado con el período favorable de 1530-1560, las pérdidas medias anuales en leche, cereales y mosto de uva en el último tercio de siglo XVI se calculan entre 110 y 260 millones de Francos suizos de valor actual (1980).

El movimiento demográfico, siempre que ha podido ser investigado por medio de datos fragmentarios, se corresponde perfectamente con las tendencias del clima: aumentó de manera ostensible hasta bien entrado el siglo XVI y debió estancarse hacia finales del siglo, incluso se puede conjeturar un ligero retroceso (Mattmüller, 1987).

En el período entre 1632 y 1687 puede comprobarse un considerable crecimiento de la población en todas las regiones cerealistas y ganaderas investigadas. Este crecimiento probablemente dependió en parte de las condiciones climáticas favorables para la cría de ganado y la viticultura (veranos temperados y no muy secos) y para los cereales de invierno (otoño e inviernos secos). Al mismo tiempo, se aumentó la capacidad de abastecimiento de la población mediante la incorporación de más tierras de primer cultivo, mediante un incremento de la producción de habas y probablemente mediante la importación de cereales procedentes de la despoblada Suabia tras el fin de la guerra de los Treinta años.

El abrupto descenso de la temperatura en primavera y en otoño al final de la década de los 80 del siglo XVI, unido al aumento de las precipitaciones estivales, provocó el desequilibrio del balance alimenticio y puso en duda con frecuencia la maduración en emplazamientos bajos de la uva y en altos de la avena.

Se produjeron malas cosechas sobre todo en las regiones del noroeste, regiones que ya sufrían la reducción, como consecuencia del estado de guerra, de las importaciones de cereales procedentes de Suabia. La más grave sangría de la población, 1692/93, discurrió durante el período de escasez de cereales: a esta se añadía la falta de albúmina animal, de frutas y verduras.

Durante el decenio cálido de 1720-1729 y los años ricos en grano de 1732-1737 se produjo un nuevo incremento de la población, el cual fue nivelado en parte por las «crisis larvées» de 1740/42 y 1770/72.

El despegue de la población que comienza bien entrado el siglo XVIII hay que atribuírselo en gran parte a la modernización agraria. Las tres innovaciones decisivas en la agricultura -el cultivo de la patata, la economía de la alfalfa y la estabulación estival- crearon las condiciones para una producción de alimentos mayor y menos sensible respecto al tiempo, un balance de nitrógeno del suelo mejorado (¡leguminosas!) y una utilización más racional de los pastos en vista de una producción duplicada de estiércol. Unas existencias de abono más amplias hicieron posible un cultivo de rendimiento de la patata, por el que se pudo conseguir un mayor número de calorías por unidad de superficie. La alimentación del ganado se pudo mejorar considerablemente tanto en calidad como en cantidad. Modelos de cálculo indican que la producción de leche por vaca debió de duplicarse aproximadamente. Se solucionó el problema de la falta de proteínas en las postrimerías del invierno. La sobreproducción de leche en los meses de verano impulsó la creación de queserías en los valles.

La implantación y difusión de estas innovaciones chocó con obstáculos sociales y jurídicos (la obligatoriedad de la campiña), cuya supresión se encontraba ligada a las decisiones políticas de las autoridades públicas y de las comunidades. Por tal motivo, la primera revolución agraria se prolongó durante más de un siglo, difundiéndose con un marcado escalonamiento temporal de región en región y de localidad en localidad.

Que la población de las regiones cerealistas había anulado su debilidad al comienzo del siglo XIX, lo demuestra su moderada reacción demográfica respecto de la crisis de 1816/17, la más dura acometida climática desde 1500.

El desarrollo de las relaciones entre el clima, la población y la agricultura ha sido presentado en forma de un modelo seriado dividido en tres partes, que ilustra los cambios, tomando como ejemplo el ciclo del nitrógeno, en la capacidad de las regiones cerealistas desde la más temprana Edad Moderna hasta la actualidad (figura 6).

Antes de la modernización agraria, la productividad del sistema de cultivo por amelgas trienales se encontraba bloqueado como consecuencia de la falta de abono; el aumento de las tierras de labor en detrimento del bosque era muy limitado. Bajo estas condiciones la producción agraria también dependía a largo plazo, directamente del clima. Fases con períodos primaverales preponderantemente cálidos y veranos más bien secos aumentaban la producción agrícola, en cambio, fases con períodos primaverales mayoritariamente fríos y veranos húmedos reducían la producción agrícola. El potencial de crecimiento del sistema demográfico se ajustaba a las fluctuaciones de la capacidad a través de las oscilaciones de la mortalidad (no se tiene en cuenta la «propia dinámica» de las epidemias que igualmente hay que considerar).

La primera revolución agraria permitió la explotación de nuevas fuentes de nitrógeno y la utilización más eficaz de las fuentes de nitrógeno ya existentes. Con ello puso en libertad un potencial de innovación, el cual, bajo las condiciones de una menor debilidad respecto a las oscilaciones del clima, pudo ser utilizado por una espiral constantemente en movimiento como eran el crecimiento de la población y la intensificación agraria a finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX.
La segunda revolución agraria hizo posible en el siglo XX, por medio del empleo adicional de fuentes de nitrógeno ajenas al sistema (fertilizantes químicos, importaciones de forrajes), un aumento notable del rendimiento por superficie. No obstante, hoy en día el crecimiento de los rendimientos topa con el límite de capacidad de los suelos y del medio ambiente. Por ello, a pesar del estancamiento demográfico, la progresiva y rápida utilización para la construcción de las mejores tierras de cultivo ha de derivar en una disminución del grado de autoabastecimiento y por tanto en una progresiva debilidad frente a las distorsiones de la economía mundial. Los futuros cambios del clima pueden contribuir a este proceso.

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