PRIMERA PARTE

 

Capítulo Tercero

DEFINICIÓN DE LA PROSTITUCIÓN Y DE LA PROSTITUTA

En tiempo del paganismo más remoto, entendíase por prostitución el sacrificio personal que las mujeres se veían obligadas a hacer en el templo de Astarté, para celebrar ciertas fiestas obscenas. El abandono del cuerpo en tales circunstancias, era una depravación del sentimiento religioso; mas no era la prostitución propiamente dicha; no mediaba en aquel acto el deseo voluptuoso ni el amor metalizado, ni obedecía a otro fin más que a conservar una práctica establecida por un pueblo fanático e ignorante. Según un historiador romano, "había en Sicca un templo de Venus, al que se consagraban las matronas, y de allí salían para ganarse una dote entregándose a la prostitución."

En la época de los romanos, la palabra prostitución tenía un significado muy distinto: prostituta era la que entregaba el cuerpo por el cuerpo —"quæ alit corpus corpore"— públicamente, sin elección de persona, por el dinero: palam, sine delectu pecunia acepta.

La definición que el sentido vulgar da a la prostitución, es efectivamente la que le daban los romanos; "el tráfico a que se dedican las mujeres, entregando su cuerpo a cualquier hombre, a fin de proporcionarle un goce material, mediante un estipendio por parte de aquel."

Según los legisladores de la Convención francesa, llámase prostitución a esa clase de mujeres que por un concurso de circunstancias y por los hábitos escandalosos, osados y constantemente públicos, se separa de la sociedad, renuncia a ella y a las leyes que la rigen.

En lenguaje administrativo, no puede definirse la prostitución, sino como un comercio ejercido por la mujer con sus partes sexuales, para cuyo ejercicio satisface al Gobierno una contribución exigible, en nombre de la visita médica (aun cuando el producto se aplique a otros usos ajenos a la Medicina); que no con otro motivo puede imponerse a la mujer pública aquella cuota, si no quiere el Gobierno legalizar el ejercicio de una profesión a todas luces inmoral.

Dadas las precedentes definiciones, ¿podremos llamar prostituta a la mujer que acosada por las reiteradas instancias de un seductor, accede por fin a sus pretensiones, ora guiada por un deseo erótico, ora por el temor, ora por el interés? Punto es éste muy delicado, que trataremos en capítulo aparte, al ocuparnos de errores de concepto respecto a la noción de la prostitución.

Diferentes nombres se han dado a la mujer prostituta. Los romanos la llamaban generalmente quæstaria mulier, de quæstus, ganancia, comercio.. También se la llamó meretriz, de merere, ganar. Scortum, piel, pues parece que en tiempos anteriores llevaban las prostitutas vestiduras de piel. Togatæ, de toga, traje talar. Hubo una época en que a las mujeres convictas de adulterio, se las imponía la toga, al objeto de distinguirlas de las castas matronas, que vestían una larga túnica, stola.

En lenguaje administrativo, las mujeres dedicadas al comercio intersexual se denominan prostitutas (1) o mujeres públicas; pero en lenguaje vulgar, existe un vocabulario especial, ridículo y variado. El vulgo las llama putas (del latín puta, pura, sin duda por antítesis); rameras; palomas torcaces; mujeres de la vida; gacelas perdidas; aves nocturnas; tías Marías; zorras; trompeteras; pupilas; traviatas, etc., etc.

La prostitución se regía antiguamente por leyes y costumbres, que ni en público, ni en privado, permitían a la prostituta confundirse con la mujer honrada; pero si bien aquellos gobernantes procuraban aislar la prostitución, oponiendo formidable valla entre la honradez y el libertinaje, era tanto el olvido en que tenían los preceptos de la higiene, que los lupanares acabaron por ser verdaderos focos de infección, como lo prueba el que, al desarrollarse una epidemia, las prostitutas eran arrojadas de los recintos de las villas y ciudades.

A medida que la civilización ha difundido su luz sobre los pueblos, la Higiene se ha abierto paso por entre las esferas del poder, dictando reglas para que la prostitución cause los menos estragos posibles en la salud pública.

La prostituta ha dejado de ser, en la forma, lo que era en tiempos antiguos. Hoy se la deja alternar con toda mujer honrada, en paseos, teatros, y otros sitios públicos, con tal de no demostrar con escándalo su profesión. No obstante, en el fondo, ha sido siempre y continúa siendo un ser abyecto; no otra cosa puede ser la mujer, al vender la virtud que más la enaltece, el pudor, y la pasión que más la diviniza, el amor.

He aquí como define a la mujer ramera D. Manuel Béjar, en los siguientes versos:

"¡Pobre mujer!... cual rosa marchitada

por el soplo del vicio destructor,

vas por el mundo triste y desolada,

vendiendo la parodia del amor.

En tu pecho no hay dulces sensaciones,

ni esperanzas, ni plácida ilusión,

ni, con su ardiente fuego, las pasiones

animan tu desierto corazón.

¡Pobre mujer! tan joven, tan hermosa,

de la existencia en el florido abril,

te arrastras por la senda cenagosa

del torpe vicio, del desorden vil.

¡Pobre mujer! sobre tu rostro bello,

que los hombres escupen sin cesar,

marcó la perdición su torpe sello,

torpe sello difícil de borrar.

¡Oh que triste, que amargo es tu destino!

por un triste pedazo de metal

entregas tu belleza al libertino,

y al ser más despreciable y criminal.

Nadie mira por ti, sola, abatida,

pasan tus horas de falaz placer;

y hoy tu hermosura desdeñoso olvida

el que anhelante la buscara ayer.

Y sola siempre, como estrella errante,

perdida en el espacio mundanal,

va a extinguirse tu luz clara y brillante

en el lecho de un lúgubre hospital...

Y allí sucumbes de pesar roída,

sin que nadie te vaya a consolar...

y sin que nadie, al concluir tu vida,

vaya tus mustios ojos a cerrar."

Efectivamente, la prostituta, bajo el punto de vista social, es un ser degradado: miente halagos, obligada para atender a su sustento. No estamos empero acordes en la apreciación que de sus instintos amorosos hace el Sr. Béjar en la segunda cuarteta: aun en su degradación, alberga en su pecho, la ramera, quiméricas esperanzas, vanas ilusiones; lejos de hallarse su corazón desierto, siente a menudo el ardiente fuego de amorosa pasión: ama con frenesí. Es tanta la fidelidad que la mayoría de esas mujeres tienen al hombre que eligen por amante, que muchas de ellas arrastrarían todo género de privaciones, molestias y disgustos, con tal de no perder la estimación del hombre en quien depositan su verdadero amor.

¿Será tal vez que, en su abandono, busquen un apoyo que las proteja contra la sociedad, la cual, con un derecho mal entendido, cree poder insultarlas a su paso? ¿Son de pero condición que sus semejantes, para no buscar otro ser en donde depositar con confianza sus quejas, desahogar sus penas, contarle sus vicisitudes y verter sus lágrimas? Como mujer, anida en el fondo de su corazón instintos tiernos y compasivos; maldice en lo interior de su conciencia el destino que la impulsa a vivir fuera de la sociedad, y aun cuando, partiendo de estos sentimientos, opérase muchas veces en su cerebro una reacción favorable, en virtud de la cual toma cuerpo en su voluntad la idea de abandonar la prostitución, establécese una gigantesca lucha entre sus hábitos de holganza y la laboriosidad, que ha de obligarla a ganar el pan con el sudor de su frente; entre sus costumbres libertinas y la vida recatada, que la precisará muchas veces a poner freno a sus pasiones; y en esta lidia del trabajo contra la molicie, del honor contra el escándalo, de la virtud contra el vicio, de la moderación contra el libertinaje, sale vencido el bien, entrando la ramera otra vez en el lodazal de la prostitución, del que en vano intenta una y mil veces salvar sus cenagosas aguas.

Si las prostitutas poseyeran la instrucción suficiente para comprender la esclavitud a que se hallan sujetas, aun sin abandonar el oficio, harían cambiar por completo la faz de la prostitución.

Las amas (alcahuetas) explotan vilmente y bajo una forma aparentemente legal —de la que nos ocuparemos en otro lugar— a sus infelices pupilas. Además de percibir íntegra la mitad del dinero que estas ganan, sirve la otra mitad para pagar la manutención, vestidos, afeites, bisutería y otras cien frioleras, que sus caprichos y necesidades exigen, y como a la mayor parte de las prostitutas no les alcanza la mitad de sus lucros a cubrir ni un tercio de los enumerados gastos, el ama le presta a la pupila, y ésta, en garantía, queda en rehenes hasta poder liquidar con aquella, que presenta a su pupila las cuentas del Gran capitán.

La prostituta ocupa, dentro de su esfera, un rango social como la mujer honrada; desde la aristocrática pupila que recibe tan sólo a ciertas horas, tiene su modista, concurre a la ópera y sale a paseo, acompañada de su ama o de su camarera, en lujosa carretela, hasta la infeliz ramera que, cubierta de andrajos, recibe como una limosna el pago de un coito verificado en asquerosa pocilga, amueblada con una destartalada cama y fragmentos de silla, existe una gradación de clases numerosa, pero realmente pueden reducirse a tres: clase alta, clase media y clase baja, siendo la segunda la que pulula más, particularmente en Barcelona.

Entre estas infelices mujeres, se observan infinidad de vicios y muy pocas virtudes. En medio de aquellos, descuellan en primer término, los de beber y fumar; y tocante a éstas, se nota generalmente la de hacer limosna a los pobres, a quienes muchas veces entregan su único ochavo.

En la exposición de algunas historias clínico-sociales que publicaremos en la segunda parte de este libro, hallará manifiesto el lector, los hábitos, caracteres y sentimientos de la mujer pública, y comprenderá, como la mayor parte de esos desgraciados seres, son dignos, mas bien que de rigor, de verdadera lástima.

Al propio tiempo, evidenciaremos la absoluta necesidad de que el Gobierno se ocupe en atacar las principales causas de la prostitución, con lo cual quedarían, en gran parte, destruidos sus efectos.

Notas bibliográficas

(1) Prostituta, del latín pro y stare, estar pronta, dispuesta, o de pro y tatuere, ponerse delante o en venta.


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