SEGUNDA PARTE
 
 
Capítulo Quinto

COMPLICACIONES.
 

Antes de formular el pronóstico de la prostitución, es necesario medir con conciencia las dimensiones patológicas de esta enfermedad. Estudiadas sus causas, apreciados sus síntomas y fijado su diagnóstico, réstanos dar una ojeada a algunos procesos morbo-sociales concomitantes que, complicando la infección, vienen a aumentar su gravedad pronóstica.

Estos, según nuestro criterio, se reducen a:

1º El curanderismo.

2º. Desarrollo, extensión y consecuencias de la sífilis.

3º. Las preocupaciones sociales.

4º. El celibato.

5º. El juego.

6º. El robo.

Según el orden que acabamos de establecer, descuella, en primer término, entre las distintas complicaciones que hemos de estudiar, el CURANDERISMO, ejercido por las mujeres, los boticarios, los charlatanes con título y, sobre todo, por los curanderos de oficio.

Todos pretenden curar la sífilis; todos son especialistas en afecciones venéreas; todos tienen un específico que así cura la blenorragia como la sifílides; todos poseen una panacea universal; todos claman contra el mercurio; todos, en fin, son sifiliógrafos que dan quince y raya a Ricord, Cullerier y Lanceraux.

Las mujeres dedicadas a la especialidad, las veréis armadas de su tubo de quinqué, practicar la exploración vulvo-vaginal y cauterizar, si conviene, el cuello uterino con la barrita de nitrato argéntico.

No llegan a tanto los boticarios: éstos no necesitan ver ni tocar para hacer el diagnóstico; les basta una simple infección facial o notar una ligera claudicación en el paciente, para diagnosticar la blenorragia y la sífilis, cuyas afecciones hacen desaparecer —mejor dicho, transformar en orquitis y fenómenos terciarios— con inyecciones y píldoras.

Los charlatanes con título son los médicos que confundiendo el venéreo con la sífilis, curan ambas afecciones con un tratamiento idéntico, pero sin mercurio. De los curanderos de oficio —profesión que va anexa a la de pastor, faquín, etc.— nos ocuparemos luego, explicando sus fechorías.

Y esta complicación es gravísima: grave, por la malignidad que revisten las afecciones venéreas y sifilíticas, cuando son tratadas extemporáneamente y sin conciencia; grave, por la propagación de la sífilis por medio del contagio directo, si el enfermo recibe el alta sin estar resuelta la afección; grave, por los funestos resultados de una curación incompleta, que alcanzan a la prole del sifilítico.

Si la mayor parte de los médicos vacilamos al hacer el diagnóstico de una enfermedad sifilítica; si muchas veces dudamos en establecer tal o cual medicación; si al administrar el mercurio —único remedio contra la sífilis— no se escoge el momento oportuno de la afección para que se obtengan efectos positivos del agente mercurial, ¿cómo puede el intruso emplear el debido tratamiento antisifilítico, sin exponer al enfermo a las ulteriores consecuencias del mal de Venus?

La intrusión es, pues, una complicación que fomenta el desarrollo de la sífilis, imprimiendo a la prostitución un carácter alarmante, que contribuye a aumentar los estragos de esta plaga.

Tal vez por medio de una doctrina higiénico-popular en que se demostraran los perniciosos efectos del curanderismo, llegaría a inculcarle en la mente de la gente profana la idea de los peligros que le amenazan al entregarse en brazos de un curandero, cuyos remedios, si en la mayor parte de las enfermedades han de ser nulos, cuando menos, en las venéreas y sifilíticas exponen al paciente a una vida de crueles sufrimientos y a su sucesión a las terribles consecuencias de la tisis.

Quizás de esta suerte se lograría que los enfermos abriesen los ojos a la luz de la razón, comprendiendo la indiscreción que cometen al abandonar sus dolencias en manos de un intruso, lo cual equivale a apagar la sed en una fuente emponzoñada.

El primer remedio a que comúnmente acude el intruso para curar la sífilis, es el depurativo.

Con un par de botellas de este jarabe —le dice al enfermo— que le cobraré a usted por ellas tan sólo diez pesetas, quedará depurada toda la sangre corrompida por el humor venéreo y se hallará usted completamente regenerado en menos de quince días.

Como se trata de una blenorragia aguda, tras las dos botellas de depurativo vienen otras dos, y otras dos, hasta quedar depurado el bolsillo del paciente, continuando el flujo gonorreico, que gasta la paciencia y las fuerzas de la pobre víctima.

A otro, cuya enfermedad consiste en una sífilis secundaria, le administra el curandero, en primer término, dos botellas del consabido depurativo, luego unas píldoras, que analizadas contienen áloes y cinabrio, luego una pomada compuesta de trementina y colofonia, para untarse los ganglios infartados, logrando con todo esto abrir la puerta a los fenómenos terciarios, y conducir al enfermo a la sepultura.

Un cliente nuestro fue a consultar con un curandero en el acto de hallarse aquel invadido de un fuerte dolor reumatoideo —síntoma inicial de la sífilis en su segundo período— y el médico de chaqueta le ordenó unas friegas con petróleo.

Muchas páginas podríamos llenar explicando los actos de curanderismo de que son víctimas los enfermos sifilíticos, no tan sólo por parte de estos intrusos que no saben leer ni escribir, si que también, desgraciadamente, por la de algunos comprofesores que no titubean en anunciar sus panaceas en la cuarta plana del periódico, asegurando la curación de la sífilis sin uso del mercurio, contra la opinión de los primeros adalides de la sifiliografía antigua y moderna.

Lo dijimos ya en otra ocasión: "Ha echado tan hondas raíces el curanderismo, que pretender exterminarlo es lo mismo que soñar en la cuadratura del círculo, puesto que las personas que se hallan en el deber de adoptar las medidas conducentes a librar a la humanidad doliente de tan funesta plaga, se constituyen con su proceder apático y criminal tolerancia, en sus más entusiastas defensores (1) ."

DESARROLLO, EXTENSIÓN Y GRAVEDAD DE LA SÍFILIS.— Infinidad de padres no hablan a sus hijos de los peligros de la prostitución hasta la edad de 16 ó 18 años. En esta época muchos jóvenes han contraído ya el germen de la sífilis, y como la inexperiencia por una parte, y por otra el temor de que se descubra su primer desliz, les induce a ocultar los primeros síntomas del mal, de ahí que la sífilis vaya minando el organismo y no tarde en agostar en flor aquellas naturalezas juveniles.

He aquí como resulta contraproducente la conducta observada por algunos padres, al ocultar a sus hijos lo que no deben éstos ignorar en el momento de entrar en la pubertad.

El joven que por vez primera es afectado de venéreo, niega, no sólo a su familia, sino hasta al mismo médico, que haya tenido aproximación con mujer alguna. Si desgraciadamente el profesor, falto de conocimientos en la especialidad, es víctima del engaño y ataca la enfermedad sin conciencia, tenemos que la mala fe del enfermo viene a complicar los funestos resultados de la prostitución, extendiendo la sífilis muy luego, quizás, a más de una mujer inocente.

"De todas las enfermedades que pueden afectar a la especie humana por medio del contagio —dice Parent— y que producen en la sociedad los mayores perjuicios, no hay otro más grave, más peligroso, ni más temible que la sífilis. Bajo este concepto, no creemos ser desmentidos al afirmar que los desastres que aquella enfermedad entraña, sobrepujan a los estragos ejercidos por todas las pestes que, de tiempo en tiempo, son el terror de la humanidad.

Los estragos de la sífilis no sufren interrupción y tocan de preferencia a la parte de la población que por su edad constituye la fuerza y la riqueza de los estados. La sífilis enerva la población en el momento más precioso de su existencia, cuando se encuentra en aptitud de procrear vigorosos seres, los que desgraciadamente forman una raza degenerada, inepta sí para las funciones civiles, como para el servicio militar.

Finalmente —observa el mismo autor— la inocencia y la más pura virtud no se hallan al abrigo de aquel azote, ya que gran número de nodrizas, esposas virtuosas y niños de teta prestan todos los años un cruel contingente a la sífilis."

¿Y cómo no ha de difundirse esta terrible enfermedad —cuyas letales consecuencias tan gráficamente describe el sabio higienista francés M. Parent-Duchâtelet— si la prostitución se ejerce en las grandes capitales de una manera tan refinada?

Se ha perfeccionado tanto la incitación a frecuentar las casas públicas, que se ha inventado toda clase de medios libidinosos para proporcionar al hombre la mayor suma de goces sensuales, acudiendo las prostitutas a este efecto en busca de procedimientos los más nefandos. No faltan mujeres pederastas, monstruosos engendros del tribadismo, en cuyo corazón sólo puede anidar el amor lesbio. Las felatrices, sobre todo, están a la orden del día. Increíble parece que a tal grado de abyección llegue la meretriz para proporcionarse una miserable moneda. De ahí que en las estadísticas de venéreos figure un excesivo número de chancros en la boca. El coito por esta región no dudamos en afirmar que procede de la prostitución francesa, ya que las primeras felatrices en España procedían de Francia, y aún hoy día, si bien se ha generalizado este asqueroso proceder entre las prostitutas españolas, son en mayor número las francesas las que lo ejecutan.

Otros medios que la decencia no nos permite estampar, han copiado algunas amas españolas, de las extranjeras, para incitar a la lujuria a jóvenes gastados por la sensualidad y a viejos tocados de impotencia; —espectáculos lúbricos que dan lugar al libertino a estudiar el modo de satisfacer sus instintos eróticos de diversa manera, pues a todo se presta la prostituta para ganar un pedazo de metal.—

De ahí que las fuerzas físicas de nuestra población vayan degenerando; de ahí que aquella raza de valientes almogávares háyase trocado en cohorte de seres enfermizos, esqueletos ambulantes que pueblan, hoy día, teatros, paseos y cafés; de ahí que todos los años se vean, en la época del reemplazo, repletas de inválidos las salas de observación del Hospital militar.

Es necesario, pues, que los higienistas y moralistas se fijen en las ideas que acabamos de apuntar, y de común acuerdo con las autoridades, busquen un medio eficaz para detener en su rápida pendiente esa enfermedad moral, que a cambio de un fugaz placer material proporcionado al sexo fuerte, siembra el luto en las familias, aniquila las poblaciones y produce el desequilibrio en la sociedad.

Si posible fuese registrar la historia geneopatológica de ese ejército de escrufulosos, tuberculosos, organismos atrofiados, semblantes anémicos y naturalezas hiperlinfáticas que constituyen la mayor parte de la población barcelonesa, a buen seguro encontraríamos en sus ascendientes más de un antecedente morbo-gálico. ¡Triste legado que, por criminal descuido unas veces, por ignorancia otras, transmite el padre a sus sucesivas generaciones!

LAS PREOCUPACIONES SOCIALES han agravado siempre, bien que de un modo indirecto, el estado de libertinaje en nuestra capital.

Pretender las autoridades reglamentar la prostitución, hubiera sido hasta hace poco sancionar el escándalo; ocuparse la prensa de los estragos que se producían en la salud pública a causa del descuido sanitario de las prostitutas, era lo mismo que avivar el placer sensual de la juventud; personas respetables que por la índole de su ministerio podían refrenar con saludables advertencias el vicio de la lujuria, han coadyuvado inconscientemente al desarrollo de la prostitución, puesto que en vez de anatematizar esta plaga, pintando los verdaderos peligros que ofrece, procuran, al contrario, ocultar su existencia, y al instruir a los jóvenes de ambos sexos, en detalles, propios, más bien, de un curso de anatomía y fisiología con el fin de apartarles del vicio solitario, solo logran despertar un sentimiento erótico, velado muchas veces por el manto de la inocencia.

Por fortuna, la civilización moderna, abriendo brecha en las preocupaciones sociales, empieza a adoptar en el tratamiento de las costumbres públicas, no simples paliativos, sino enérgicos remedios, al objeto de que la peste sociológica de que nos ocupamos, quede aniquilada ante la luz de la evidencia. Uno de los agentes más heroicos para llegar al fin apetecido, es, sin duda, la discusión amplia y razonada, por medio de la prensa, de algunos puntos velados hasta ahora por un pudor mal entendido.

EL CELIBATO ¿puede influir en el fomento y desarrollo de la prostitución? Sin ningún genero de duda, podemos afirmar a priori que aquel estado es otra afección moral que viene a complicar el sombrío cuadro de las costumbres públicas.

Desde que el hombre entra en la pubertad hasta saludar la edad madura, o sea desde los 15 años a los 35, el instinto erótico hállase enfrenado por el sentimiento de un amor noble, desinteresado, que tiene por principio la esperanza de una felicidad conyugal y por fin la reproducción de la especie.

"Con el instinto genésico se despierta en el hombre el sentimiento del amor, acompañado casi siempre de un ardiente deseo de gloria, levantados ambos en alas de la esperanza y de la felicidad. Forja su imaginación un ídolo en figura de mujer, a quien, si fuese una realidad, gustoso rindiera en culto todo cuanto posee, y a quien dedica todos sus pensamientos; su mayor encanto sería vivir esclavo de ese dechado de belleza y de perfecciones. Después llega el momento en que esa sombra indefinida que vagaba en torno de la fantasía del joven, se hace una entidad material; sus ojos han visto en una mujer todas las gracias y embelesos que concibiera su poesía; entonces se enamora. (2) "

La juventud es, pues, para el hombre una larga travesía por el proceloso mar de la vida humana; lucha por alcanzar el puerto de la dicha, de la independencia; pero desea compartir los azares del viaje con una compañera, a quien cederá la mitad de la gloria alcanzada. En una palabra, aspira durante ese dorado período de su existencia, al matrimonio.

Mas si durante su juventud no ha sabido el hombre conquistar el bien en que soñara; si en vez de arribar la nave a seguro puerto, ha naufragado en el océano de las pasiones; si al llegar a los 40 años ve extinguirse los últimos resplandores del faro matrimonial... entonces, ¡desdichado! empieza a debilitarse el instinto de reproducción, y acaricia tan sólo la idea del celibato: faltándole el dique que contenga los ímpetus de sus pasiones carnales, o satisface en si mismo el sensualismo que le avasalla, o busca todas las ocasiones de desahogar su plétora seminal con cualquiera mujer soltera, casada o viuda, hallándose con tal motivo predispuesto a los desórdenes de la lujuria. Es, en una palabra, el individuo célibe, un tizón que aviva de continuo el fuego del libertinaje.

Las consecuencias son mucho más desastrosas cuando el celibato es forzoso, en cuyo caso sus resultados suelen ser casi siempre el onanismo, la pederastia y la violación.

El JUEGO, lo propio que el ROBO, vienen a complicar con su letal influencia el cuadro desconsolador de la prostitución.

No necesitamos describir los terribles efectos de ese cáncer social, que empieza por un pasatiempo y acaba con frecuencia por el suicidio, para demostrar que el jugador es, si cabe, un ser tan abyecto como la prostituta, y que si fuera posible lograr la desaparición de los garitos, mucho se habría adelantado en la extinción de los lupanares.

El jugador que vive exclusivamente del juego, tiene muchos puntos de contacto, socialmente considerado, con el ama de una casa pública. Ésta se vale de sus huéspedas o pupilas, como medio de adquirir parroquianos que han de contribuir al fomento de su asquerosa industria; aquel posee los individuos llamados ganchos, que le proporcionan clientela, reclutada en gran parte —como en la prostitución— entre estudiantes, militares, horteras y toreros; infelices apuntes, víctimas de su propia codicia y de la especulación del banquero.

Existen tantas analogías entre el juego y la prostitución, que uno y otro vicio son considerados en el orden moral como elementos genéticos de degradación y de desorden: los dos son incurables. Tanto es así, que recientemente se ha levantado una voz en el Parlamento español, proponiendo reglamentar ambas plagas, al objeto de que causen los menos estragos posibles en la moral y salud públicas.

La afinidad entre el juego y la prostitución es completa.

Rara es la prostituta cuyo amante no sea jugador.

Raro es el jugador que no haya sido afectado de venéreo o sífilis.

Pocas mujeres públicas encontraréis que aborrezcan el juego.

Escasos jugadores se ven que dejen de frecuentar las casas públicas.

Entre las conversaciones de las rameras, frecuentemente salen a relucir las buenas y malas, las blancas y negras, los entreses, albures, gallos, y otras frases técnicas del juego.

La conversación habida en todo garito, casi siempre versa sobre la lujuria y el libertinaje.

Si tan afines son, pues, ambos afectos sociales, ¿no podemos afirmar que es el juego un peligro que complica de una manera asaz grave la enfermedad que sirve de tema a nuestro estudio?

Desgraciadamente hemos de confesar que el juego es de tan difícil extirpación como el libertinaje.

La última complicación, o sea el ROBO, reviste tanta o más gravedad que las otras.

El ROBO no pertenece ya a la categoría de los vicios: es un verdadero crimen; y como la pérdida del sentimiento moral es el primer peldaño en la carrera de la perversidad, de ahí que el robo tenga muy directo enlace con la prostitución y, sobre todo, con el juego.

Al verse la mujer, desposeída de la virtud, que, como el honor, sintetiza el conjunto armónico que la transforma a nuestros ojos en un ser angelical, se entrega al vicio con precipitación, y roto el freno de la moralidad, déjase arrastrar por el vendaval de las pasiones más desordenadas.

En este estado, la mujer pasa con gran facilidad de la degradación al crimen. Por esto las prostitutas más abandonadas no reparan en ocultar al ladrón, a quien toman muchas de ellas como amante. Y como el juego engendra toda clase de crímenes, porque el jugador ha de satisfacer su abominable vicio por todos los medios imaginables, más de una vez se hallan complicados en un robo el jugador y la prostituta.

Bajo este concepto, el robo complica de una manera fatal el estado de la prostitución así inscrita como clandestina, sobre todo, la que se ejerce entre las prostitutas más abyectas de nuestra capital.

Este es el motivo por que hemos dicho que si se lograra la desaparición de este terrible fomes llamado juego, podría esperarse no sólo la casi anulación de los lupanares, si que también una gran disminución en los robos.
 

Notas bibliográficas.

(1) La Independencia médica, año XXX, nº 7, p. 84.— 1º de diciembre de 1877.

(2) Curso elemental de higiene privada y pública. por el Dr. D. Juan Giné y Partagás, Tomo I, 3ª edición, pág. 546. Año 1874.— Barcelona.


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