Scripta Nova  Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 45 (11), 1 de agosto de 1999
 

IBEROAMÉRICA ANTE LOS RETOS DEL SIGLO  XXI.
Número extraordinario dedicado al I Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

VIEJAS IDEAS, NUEVAS ESTRATEGIAS: UNA REFLEXION SOBRE EL MERCOSUR Y LA MUNDIALIZACION DE LA ECONOMIA

José Antonio Segrelles
Departamento de Geografía Humana
Universidad de Alicante (España) 


Resumen

La oleada neoliberal que se extiende por el planeta desde el fin de la guerra fría se concreta en una creciente mundialización de la economía y en una progresiva liberalización de los intercambios comerciales. Esta nueva estrategia del capitalismo mundial responde a un viejo ideario basado en la acumulación y reproducción del capital mediante la obtención de beneficios de amplios territorios por parte de las grandes corporaciones transnacionales. Para adaptarse a los condicionantes actuales, se multiplican las iniciativas en todo el mundo para formar áreas regionales de libre comercio, que se ven empujadas por la necesidad de hacer frente a la dura competencia del mercado mundial e insertarse mejor en las redes comerciales globales.

Una de las experiencias más interesantes es la del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), pues la integración regional de los países que lo forman responde al proceso general y a los intereses de las empresas transnacionales y oligarquías locales, pero no a las necesidades socio-económicas, políticas, ambientales y culturales de los ciudadanos. La imposición de políticas neoliberales sólo puede tener efectos perversos sobre unos países que tradicionalmente han representado un papel dependiente frente al mundo desarrollado, de forma que el relativo crecimiento económico, el aumento de las exportaciones y la multiplicación de las inversiones no es suficiente para frenar la pobreza, las desigualdades, el deterioro del medio y la secular explotación de sus recursos por parte de los países ricos (1)


El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua indica que reflexionar significa "considerar nueva o detenidamente una cosa". Ambas partes de esta disyuntiva resultan válidas para justificar el trabajo aportado, ya que por un lado, muchas de las ideas aquí expuestas no son absolutamente nuevas u originales, toda vez que sobre el asunto de la mundialización de la economía se han escrito auténticos ríos de tinta durante los tres últimos lustros, tanto en estudios científicos como en artículos periodísticos. Lo mismo cabe señalar acerca del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) desde el inicio de los años noventa, de manera especial en los países latinoamericanos que lo conforman, es decir, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, junto con Bolivia y Chile en calidad de asociados. Sin embargo, me atrevería afirmar que lo singular, por lo menos en España, de esta aportación quizá estribe en una interpretación "incorrecta" que se aleja consciente de la versión oficial y suavizada que propalan muchos científicos sociales, políticos y periodistas, cuyas opiniones son precisamente las que suelen gozar de mayor difusión, cuando analizan esta nueva fase del capitalismo mundial llamada globalización, la progresiva liberalización del comercio en el mundo y el papel que representan los bloques económicos regionales emergentes, como es el caso del MERCOSUR, en el flamante orden económico, mercantil y político surgido después de la guerra fría.

Por otro lado, se puede considerar que el tema propuesto, más que por la profundidad y extensión del análisis, pues el espacio del que se dispone es limitado y obliga a la concisión, está ponderado con detenimiento porque ha sido objeto de una atención continua durante largos años, fundamentalmente a partir de la caída del muro de Berlín (1989) y de la posterior implosión de la Unión Soviética (1991). El interés por el MERCOSUR, en cambio, es más reciente. Se relaciona con las estancias científicas realizadas en el Departamento de Geografía de la Universidad de la República (Montevideo) y en el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo, Uruguay (CIEDUR) durante los meses de agosto de 1997 y 1998, así como con la valiosa y gratificante influencia personal, ideológica e intelectual de sus investigadores.

Es evidente, entonces, que esta aportación debe interpretarse como una reflexión personal que expresa, por lo tanto, la opinión subjetiva de su autor sobre varias cuestiones de indudable interés geográfico que están teniendo, y más que tendrán en el futuro, repercusiones mundiales de orden socio-económico, político, cultural, ambiental y espacial.
 

1. El contexto económico mundial: neoliberalismo y globalización

Debería resultar ocioso recordar que en la inmensa mayoría de los países del mundo se vive y trabaja bajo un sistema capitalista, evidencia que suele olvidarse con demasiada frecuencia, bien por ignorancia bien por cinismo, en la vida pública y en los estudios científicos. La lógica y la esencia del modo de producción capitalista es la acumulación de capital con el fin de acumular más capital, lo que deviene, si se piensa con un poco de calma, en un sistema poco "natural", pese a lo que defienden sus apologetas, y más bien absurdo, como lo ha calificado I. Wallerstein (1988). En este proceso de acumulación y reproducción capitalista, que en el fondo busca la perpetuación de la estructura social vigente, hay algunos individuos que viven con comodidad, mientras que otros se encuentran en la más absoluta miseria, o dicho de otra manera, para que a unos pocos les desborde la abundancia es necesario que existan legiones de desposeídos.

Esta desigualdad socio-económica se ha incrementado durante las últimas décadas, ya que el grupo más rico del planeta, que absorbía en 1960 el 70 por ciento del producto mundial, pasó a concentrar el 85 por ciento en 1995, mientras que el 20 por ciento de la población más pobre retrocedió del 2,5 por ciento a poco más del 1 por ciento en las mismas fechas. En el mundo desarrollado, puesto que todo norte tiene en su seno un sur marginado, encontramos idénticas tendencias. Por ejemplo, el 5 por ciento de los más favorecidos en Estados Unidos, que tenían el 16,5 por ciento de la riqueza del país en 1974, poseen el 21,1 por ciento en 1995. Por el contrario, el mismo porcentaje de los más pobres bajaba del 4,8 por ciento al 3,6 por ciento, según los datos de Le Monde Diplomatique (julio-agosto 1997).

Como puede comprobarse, el fin de la guerra fría no sólo no ha atemperado los clásicos desequilibrios consustanciales al capitalismo histórico, sino que además ha supuesto un decisivo impulso para la progresiva liberalización del comercio mundial y para una globalización económica que ya venía gestándose desde varios decenios atrás. La ausencia del contrapeso soviético y la desaparición de la política de bloques provoca que el capitalismo conceda rienda suelta a su lógica inmanente porque ya no tiene que demostrar a nadie una falsa voluntad de reparto, ni su superioridad frente a los sistemas socialistas, y puede así abandonar sin peligro su cara amable (socialdemocracia y estado del bienestar).

Todo esto induce a pensar que la guerra fría y la confrontación este-oeste ha servido en realidad para ocultar o enmascarar una lucha mucho más antigua entre el norte y el sur, así como para justificar agresiones imperialistas en aquellos países subdesarrollados donde se pusieran en entredicho los intereses y privilegios de ciertas elites y centros de poder (Dmitriev, 1987). En una reciente columna periodística del diario El País (Madrid, 9 de marzo de 1999), E. Menéndez del Valle se plantea, a mi juicio con cierta ingenuidad, lo absurdo e ilógico que resulta la propuesta de aumentar para el próximo lustro los gastos de defensa por parte del presidente W. Clinton y la frenética actividad del lobby militar estadounidense, justo ahora cuando, según el autor, el final de la guerra fría debería propiciar la disminución de la presencia del ejército de Estados Unidos en el mundo.

Lógicamente, en el mundo industrializado los mecanismos de intervención son más sutiles. En este sentido, la globalización debe entenderse como una nueva estrategia, al servicio de un viejo ideario, para que el capitalismo mundial continúe obteniendo beneficios de amplios territorios mediante la acción de las grandes corporaciones transnacionales, que pretenden mantener, o aumentar, sus tasas de ganancias. La parte del capital transnacional en el Producto Interior Bruto (PIB) mundial ha pasado del 17 por ciento a mediados de los años sesenta al 30 por ciento en 1995 (Clairmont, 1997).

Son precisamente las grandes empresas transnacionales quienes se benefician de la mundialización de la economía, ya que desde comienzos de la década de los años ochenta han experimentado una expansión ininterrumpida que les permite dominar hasta a los propios Estados mediante diversos organismos, como por ejemplo la Organización Mundial del Comercio (OMC), sucesora del Acuerdo General sobre Tarifas Aduaneras y Comercio (GATT) desde 1995, que actúa como auténtico ariete del neoliberalismo para implantar una liberalización cada vez mayor en los intercambios comerciales. Según B.J. Cohen (1996), tanto la facilidad de acceso de los capitales extranjeros como la apertura comercial no representa ninguna innovación, sino más bien una resurrección de las tesis más liberales. Para ello, estos organismos se centran en el progresivo desmantelamiento de los monopolios estatales, la eliminación de aranceles y otras medidas proteccionistas, la persecución de las ayudas a la exportación, el fomento de las privatizaciones, el adelgazamiento del sector público, entre otros objetivos. La OMC dicta las normas por las que deben regirse los intercambios de bienes y servicios en el mundo, incluso puede declarar contrarias a la libertad comercial las leyes que un Estado promulgue sobre derecho laboral, ambiental, cultural o de asistencia sanitaria pública. A este respecto es muy significativo el trabajo de A.P. D'Costa (1995) sobre la decisiva influencia que las corporaciones transnacionales ejercen sobre las legislaciones estatales.

Es más, el combate ideológico comunismo-capitalismo ha sido sustituido, en el seno del propio sistema capitalista, por una guerra comercial entre ricos (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) que pugnan por las fuentes de aprovisionamiento de materias primas y mano de obra baratas y sobre todo por los mercados consumidores. Según J. Estefanía (1996), es la creciente apertura económica en el mundo y el aumento de los intercambios de bienes y servicios, junto con la liberalización de los mercados de capitales y la revolución de la telemática, lo que provoca la globalización, es decir, el proceso por el que las economías nacionales se integran de modo progresivo en una economía internacional cada vez más dependiente de los flujos financieros (economía especulativa) que de los factores de producción clásicos (economía productiva). Ello se debe a que la economía se está desmaterializando a pasos agigantados, pues hoy en día el poder reside menos en la propiedad material (tierras, fábricas, máquinas, recursos naturales) y más en el control de factores inmateriales, como la investigación científica, la alta tecnología, la publicidad, las finanzas o los medios de comunicación de masas (Toffler, 1992).

Este marco económico global, que anticipa el siglo XXI, no sólo tiene perversas consecuencias políticas, socio-económicas y financieras sobre la mayoría de los países al perder elevadas cotas de soberanía y proliferar en ellos la pobreza, sino también geoestratégicas y espaciales (Santos, 1995), ya que continentes enteros, como Africa, quedan totalmente al margen del nuevo orden, mientras que otras zonas del globo, como América Latina, en general, o el MERCOSUR, en particular, intentan con denuedo y grandes esfuerzos lograr una inserción adecuada en el comercio y la economía mundiales, aunque lo cierto es que su papel, tanto en el capitalismo histórico como en su faceta globalizada, se reduce a ser meros espectadores dependientes. Como señala A. G. Frank (1993), los países en desarrollo deben permanecer en el lugar que desde hace siglos les fue asignado por los centros de poder capitalistas. Por lo tanto, en la actualidad se sigue cumpliendo de modo puntual la teoría de la dependencia o del intercambio desigual (centro-periferia), aunque muchos de sus antiguos defensores, como el geógrafo uruguayo G. Wettstein, el escritor hispano-peruano M. Vargas Llosa o el sociólogo y actual presidente brasileño F.H. Cardoso, renieguen de su pasado para convertirse en paladines de la causa neoliberal. Incluso existen autores de segundo rango, como L.E. Harrison (1985), antiguo funcionario de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (AID), que sostienen de forma irresponsable que el subdesarrollo está en la mente, en el espíritu, en el carácter intrínseco y personalidad colectiva de los pueblos, sin tener en cuenta que basta observar la realidad diaria para comprender que la manera en que un país está integrado en el sistema capitalista mundial es la causa fundamental de sus problemas y dificultades para desarrollarse y alcanzar el bienestar de la población. Sin embargo, H. Capel (1992) opina que las causas de la pobreza y las desigualdades están profundamente enraizadas en las estructuras económicas y políticas, y no sólo en las sociales y culturales.

I. Wallerstein (1988) indica que el intercambio desigual y la transnacionalización de las mercancías son prácticas antiguas que caracterizan tanto al capitalismo del siglo XVI como al del siglo XX, y con total seguridad también al de la próxima centuria, es decir, nada nuevo bajo el sol; únicamente cambia la intensidad del fenómeno, las estrategias y métodos seguidos o las posibilidades tecnológicas, pero no la esencia del proceso y dinámica capitalistas. A veces, la modificación sólo estriba en una mera cuestión semántica, pues si en vez de la eufemística globalización utilizamos el término imperialismo y releemos los proféticos textos de V.I. Lenin (no hay que avergonzarse por ello) escritos a comienzos del siglo XX, podremos comprobar que el meollo de la cuestión no ha cambiado. Baste observar las actuales guerras comerciales entre países ricos, las sistemáticas exportaciones de capitales en el mundo, el aumento de la pobreza en los países subdesarrollados, la creciente polarización de la economía planetaria, la tendencia hacia la creación de monopolios que recuerdan los de principios de siglo o las recientes fusiones y absorciones de grandes firmas transnacionales (v.gr. Deutsche Bank-Bankers Trust, Volkswagen-Rolls Royce, Boeing-Mc Donnell Douglas, Sandoz-Ciba Geigy, Bertelsmann-Barnes & Noble, Exxon-Mobil, Daimler Benz-Chrysler, etc.).

El imperialismo colonialista, que somete unos países a otros, ya no es el de las cañoneras. Ha sido sustituido, aunque el objetivo sea el mismo, por un sistema financiero más refinado que funciona mediante los terminales informáticos de la Bolsa, de las empresas transnacionales y de los organismos monetario-financieros internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) o el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). En cualquier caso, la independencia y soberanía de muchos países tras la descolonización fue una cuestión formal, ya que en el práctica las potencias coloniales conocían la imposibilidad de llevar a cabo una vida económica por cuenta propia, dada la necesidad de estos países de importar tecnología y solicitar préstamos. Ahí está si no el enorme escollo para el desarrollo autónomo que representa la sangría de una deuda externa formidable que sólo beneficia a los países ricos acreedores. La deuda externa total de los países subdesarrollados ronda en la actualidad los dos billones de dólares.

A este respecto se debe tener en cuenta que la inserción de los países latinoamericanos en el sistema capitalista mundial no ha sido diferente de la de los países colonizados por Europa desde finales del siglo XIX. Su independencia política no implicó nunca una independencia económica, puesto que vendían materias primas y compraban productos manufacturados a la metrópoli de la misma manera que las colonias. Asimismo, la presencia del capital extranjero siempre fue determinante para financiar las instalaciones productivas y las infraestructuras y equipos necesarios que facilitaran el trasiego de las mercancías. Tampoco se deben olvidar las cuestiones geoestratégicas por parte de las potencias en el nacimiento "soberano e independiente" de algunos países latinoamericanos, como es el caso de Uruguay. No falta quien asegura que el padrinazgo británico en la independencia uruguaya (1828) se debe a la necesidad que el imperio más poderoso de la época tenía de contar con una base de apoyo situada entre los dos países más grandes de América del Sur: Argentina y Brasil (Fernández Huidobro, 1998). A modo de anécdota y no exento de ironía, este autor recuerda que hasta los billetes uruguayos de cinco pesos muestran las banderas de Argentina, Brasil, Uruguay e Inglaterra como símbolo de la "independencia" del país.
 

2. El MERCOSUR: ¿dependencia o, por fin, autonomía?
 

La pérdida de protagonismo de las luchas político-ideológicas entre soviéticos y norteamericanos en favor de los enfrentamientos comerciales a escala planetaria ha dado primacía al mercado mundial como un nuevo y competitivo campo de batalla, donde se dirimen diversos conflictos de intereses, pues nada más lejos de ser un ámbito de concordia y armonía, como indica S. Brucan (1993). Se puede decir, incluso, que los factores económicos y las cuotas de mercado han ganado importancia relativa respecto al poderío militar de los países, aunque pueda interpretarse lo contrario si observamos diversos episodios bélicos recientes, como las dos guerras del golfo Pérsico o las intervenciones armadas de Estados Unidos en Granada o Panamá, entre otros.

En este contexto económico-comercial se multiplican las iniciativas en todo el mundo para formar áreas regionales de libre comercio, que se ven impelidas por la necesidad que tienen las naciones de asociarse para hacer frente a la dura competencia existente en el mercado mundial e insertarse mejor en las redes comerciales globales. Así, dicha estrategia es la que ha seguido el MERCOSUR, creado en 1991 (Tratado de Asunción) con la integración de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, mas Bolivia y Chile como asociados. En el mismo texto del Tratado se considera que la integración es una respuesta apropiada a la evolución de los acontecimientos internacionales, especialmente la consolidación de los grandes bloques regionales, y a la necesidad de encontrar una inserción mundial adecuada. La unión regional permitiría no sólo mejorar las relaciones comerciales, productivas y políticas entre los países miembros, sino también generar una mayor capacidad de negociación con el resto del mundo de la que es posible lograr a cada país por separado (Alonso, et al, 1996). Desde el punto de vista social y económico, el Tratado de Asunción dispone la libre movilidad de bienes, servicios y factores productivos, la fijación de un arancel externo común y la adopción de políticas coordinadas en el terreno macroeconómico y en la actuación sectorial en campos como los siguientes: agropecuario, industrial, de servicios, transporte y comunicaciones, cambiario y de capital, monetario, fiscal y aduanero.

Sin embargo, esta unión aduanera incompleta no permite la libre circulación de trabajadores entre los países miembros, no concede reconocimiento automático a los títulos técnicos o universitarios, ni tiene en cuenta la integración cultural de la región, según recuerda R. Bayardo (1997). De ahí se infiere que la integración comercial de los países del MERCOSUR, como parte del proceso general de mundialización, puede llevarse a cabo sin mayores problemas sólo con el establecimiento de aranceles externos comunes y la libre circulación de bienes y servicios. Por el contrario, una integración regional no debería reducirse a estas cuestiones, ya que su culminación también exige un compromiso socio-cultural por parte de los Estados que busque la eliminación progresiva de las desigualdades, el bienestar y participación democrática de los ciudadanos y un apuntalamiento de la dimensión cultural de los pueblos que se acercara al viejo sueño bolivariano, tal como invita a proceder H. Capel (1998) ante la necesidad perentoria de adaptarse a una globalización irreversible, aunque sin perder nunca la propia identidad ni olvidar la auténtica dimensión política y cultural de la cooperación, la asociación y la solidaridad. No obstante, estas necesidades distan de coincidir con los esquemas actuales que rigen el desarrollo de la globalización, tanto en el mundo como en la región. El MERCOSUR se convierte así en una simple alianza, apoyada por los gobiernos, entre las firmas transnacionales y el empresariado local con el objetivo de crear un área de libre comercio donde unos Estados cada vez más raquíticos excluyen a la mayoría de los ciudadanos mediante la aplicación de contundentes políticas neoliberales. El Estado aparece ahora como un mero tutor de la liberalización de la economía.

De este modo, la apertura comercial, la libertad para los movimientos financieros, la eliminación de controles en las inversiones foráneas, la creación y multiplicación de zonas francas, la desaparición de empresas estatales mediante privatizaciones y la desregulación económica se combinan y entrelazan para allanar el camino a los grandes grupos transnacionales, financieros y productivos, que "con sus cabezas en el norte mantienen sus tentáculos en el sur" (Arce, Rocca y Tajam, 1994). Mientras tanto, los ciudadanos asisten a la aplicación progresiva e inexorable de políticas que provocan el desempleo, la reducción de los salarios, las limitaciones a la seguridad social, el aumento del deterioro de la calidad educativa y sanitaria, la expansión de la pobreza y la desigualdad y las agresiones crecientes contra el medio, entre otros perjuicios individuales y colectivos.

El MERCOSUR, formado el 26 de marzo de 1991, constituye una fase más de la actual dinámica capitalista, que se inscribe dentro de las líneas directrices trazadas por el entonces presidente de Estados Unidos, George Bush, en el plan, hecho público el 27 de junio de 1990, denominado Iniciativa para las Américas, cuya esencia apuntaba hacia la creación de una zona de libre comercio común entre las tres Américas, es decir, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, con un mercado de casi 800 millones de hipotéticos consumidores. En junio de 1991, apenas tres meses después de la firma del Tratado de Asunción, los países del MERCOSUR signaron un acuerdo con Estados Unidos (Tratado del Jardín de las Rosas ó "4+1") por el que se ratificaba la voluntad de eliminar trabas aduaneras mutuas al comercio y a la inversión.

No hace falta insistir en la entelequia que representa una competencia igualitaria en las economías capitalistas, ya que semejantes procesos de liberalización económica siempre implican la victoria del más fuerte. En este caso se trata de Estados Unidos, lo que demuestra que desde la declaración de la doctrina Monroe en 1823, el gigante norteamericano sigue considerando que América Latina es un asunto hemisférico de su exclusiva incumbencia, o mejor de sus empresas transnacionales. Sólo hay que recordar el triste destino final de cualquier régimen latinoamericano con pretensiones nacionalistas (v.gr. Arbenz en Guatemala, Velasco en Perú, Allende en Chile, Torres en Bolivia, etc.), la participación norteamericana más o menos directa en los golpes de Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Argentina o Chile o el infame apoyo prestado a dictadores como Somoza (Nicaragua), Pinochet (Chile), Trujillo (República Dominicana), Duvalier (Haití), Stroessner (Paraguay) o Batista (Cuba). Y todo ello pese a la discutible opinión de M. Mols (1985), según la cual el progresivo distanciamiento entre Estados Unidos y Latinoamérica es un hecho patente porque el primero ya no posee el mismo poder de décadas atrás y la segunda tampoco es tan vulnerable como en el pasado.

Es lógico pensar, en definitiva, que difícilmente el MERCOSUR puede representar una auténtica integración regional que favorezca a la mayoría de la población desde el momento en que cuenta con el beneplácito de Estados Unidos y se engarza en sus estrategias hemisféricas y globales. Por el contrario, el Pacto Andino se extinguió debido a la intervención de Estados Unidos, pues le era inaceptable un proyecto de verdadera integración regional que propiciaba la distribución industrial en el conjunto del área afectada, el crecimiento socio-económico y político integrado y... ¡el control a las empresas transnacionales!

Es verdad que el mercado norteamericano es muy apetecible para los sectores productivos del MERCOSUR, pero no es menos cierto que el enorme déficit comercial y la limitación que impone la Unión Europea (UE) a sus exportaciones agropecuarias impele a Estados Unidos a redoblar los esfuerzos para ampliar sus ventas. En este contexto, la solución para los problemas comerciales norteamericanos pasa por vender más bienes de capital en Latinoamérica. La importancia que tiene el subcontinente para Estados Unidos se percibe mejor si se tiene en cuenta que la suma de las tres fuentes de ingresos extraídos de América Latina (rentas, intereses y excedentes comerciales) le permiten compensar parcialmente los desequilibrios comerciales que suponen los intercambios deficitarios con Alemania y Japón. La eliminación de las barreras arancelarias auspiciada por el GATT, y posteriormente por la OMC, mas los acuerdos regionales enmarcados por la Iniciativa para las Américas, han supuesto la rápida recuperación del saldo comercial estadounidense durante la última década (Quartino, et al, 1992). De ahí ese interés por crear un área de libre comercio continental y el surgimiento de la consideración del MERCOSUR como un mercado emergente en el marco de una clara política neoliberal impulsada por las corporaciones multinacionales, que desean encontrar libre el camino. Merece la pena destacar al respecto los trabajos de A. López Gallero (1997) y R.L. Corrêa (1997) sobre la creciente expansión de las empresas lácteas transnacionales Parmalat y Nestlé en Uruguay y Brasil, respectivamente.

El papel que representa el MERCOSUR como eslabón de una gran cadena americana presidida por el neoliberalismo y el libre comercio queda corroborado por los serios intentos de aproximación a la Comunidad Andina, Comunidad del Caribe y México, según se desprende de la exposición realizada por el ministro de Relaciones Exteriores uruguayo, Alvaro Ramos Trigo, con ocasión de la II Reunión MERCOSUR-Japón celebrada en Tokio en octubre de 1997. Huelga añadir que un acuerdo de libertad comercial con México equivale de hecho a una participación de Estados Unidos en la eliminación arancelaria, ya que ambos países y Canadá firmaron en 1993 el Tratado de Libre Comercio (TLC). El progresivo acercamiento de los bloques regionales americanos culminará, según se tiene previsto, en el año 2005 con la creación del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), nueva denominación, otorgada por el presidente W. Clinton en la reunión presidencial de Miami (diciembre 1994), para designar la anterior Iniciativa para las Américas de G. Bush. Este proyecto ha sido corroborado recientemente en el segundo encuentro de las Américas celebrado en Santiago de Chile (abril 1998).

No obstante, el camino para la configuración del ALCA se encuentra plagado de obstáculos. Aunque los empresarios latinoamericanos, sobre todo los exportadores, apuestan por el establecimiento de la total libertad comercial entre las tres Américas, son muchas las voces que se alzan contra una liberalización que supone el agravamiento del desempleo, salarios cada vez más bajos y, en definitiva, mayores desigualdades sociales y económicas. Asimismo, Brasil, locomotora económica del MERCOSUR (70 por ciento del conjunto del bloque) y con ambiciones de liderazgo frente al resto de economías regionales dependientes de él, es bastante reticente a la apertura total de su inmenso mercado a Estados Unidos, puesto que puede poner en peligro sus proyectos nacionales de largo plazo, estrategia que caracterizó a las elites y gobiernos brasileños hasta en las épocas dictatoriales. Por otro lado, Estados Unidos, que de manera tradicional sólo acepta participar en aquellos proyectos en los que sabe de antemano que su hegemonía y dominio serán absolutos, recela ahora de una hipótetica invasión de productos latinoamericanos en su mercado. Por este motivo, el Congreso estadounidense desautoriza al presidente la puesta en marcha de la denominada vía rápida (fast track) para negociar nuevos acuerdos comerciales hasta que no existan garantías de que se exigirá a los países de América Latina normas laborales y ambientales tan estrictas como las que rigen en Estados Unidos.

En cualquier caso, es posible que al final el Congreso de Estados Unidos acabe cediendo a las presiones del Ejecutivo y de las empresas transnacionales ante la creciente presencia e influencia en Latinoamérica, y concretamente en el MERCOSUR, de su mayor rival económico y comercial: la Unión Europea (UE). Según el semanario uruguayo Patria (nº 71, 1998), el MERCOSUR compra a la UE el 33 por ciento del total de sus importaciones, mientras que las exportaciones a este bloque económico representan el 31 por ciento. Respecto a Estados Unidos estos porcentajes son del 28 por ciento y del 20 por ciento, respectivamente. El comercio del MERCOSUR con la UE superó los 40.000 millones de dólares en 1997. Dicha cifra ronda los 30.000 millones de dólares con Estados Unidos en la misma fecha. Esta realidad llevó a ambas uniones aduaneras, aprovechando la demora de Estados Unidos, a firmar un acuerdo marco en diciembre de 1995, que desembocará durante los próximos años en la creación de un mercado común con libertad comercial completa.

El acuerdo comercial con la UE, el aumento de los intercambios entre los países del MERCOSUR y las reticencias brasileñas a la creación del ALCA, preocupan mucho en Estados Unidos porque ello representa un obstáculo económico, político y geoestratégico de primer orden para sus pretensiones de transformar el continente americano en una vasta zona de librecambio conforme a sus intereses particulares. Fiel a su tradición, la superpotencia del norte no ha dudado en resucitar antiguos litigios y querellas del Cono Sur al proponer para Argentina el estatuto excepcional de aliado fuera de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), con las consiguientes protestas de Brasil y Chile, o el levantamiento de la prohibición de vender armas estadounidenses a determinados países de la región, aun a riesgo de provocar una vuelta a la carrera de armamentos y la consecuente desintegración del MERCOSUR, o sea, se impone el clásico principio de "divide y vencerás".

El MERCOSUR constituye el cuarto bloque económico-comercial del mundo y cuenta con un mercado de más de 220 millones de habitantes y un volumen de negocios que durante los últimos años ha pasado de 4.000 a 12.000 millones de dólares, lo que representa el 65 por ciento del PIB sudamericano, es decir, motivos más que suficientes para despertar el interés de los países europeos y penetrar en el área de influencia secular de Estados Unidos. Así lo atestiguan las enormes inversiones practicadas por las empresas comunitarias en el MERCOSUR y las frecuentes visitas que han realizado los presidentes europeos a los países de la región desde el año 1995.

No obstante, el control e influencia sobre esta zona del planeta siempre tuvo prioridad para las grandes potencias, ya que el Río de la Plata representa el umbral por el que se accede a la principal fuente de proteínas del mundo, lo que ha sido vital sobre todo en épocas de guerras generalizadas. Algunos episodios bélicos así lo certifican, pues en la Primera Guerra Mundial, el almirante alemán von Graf Spee se sacrifica en aguas uruguayas para salvar su flota de los ataques ingleses; la primera batalla naval de la Segunda Guerra Mundial representa el hundimiento del acorazado nazi Graf Spee frente a las costas de Montevideo; Estados Unidos intenta apoderarse sin éxito de la base aeronaval de Laguna del Sauce en el litoral atlántico de Uruguay; Gran Bretaña mantiene firme su presencia en las estratégicas islas Malvinas y no duda en entrar en guerra con Argentina cuando ésta intenta recuperarlas.

Todo ello indica que pese al actual atractivo coyuntural de la región, es decir, existencia de un mercado emergente donde realizar jugosas ventas y posibilidad de llevar a cabo cuantiosas inversiones como consecuencia del proceso privatizador, esta zona no ha perdido su tradicional función suministradora de materias primas baratas. Baste recordar la enorme riqueza natural de Brasil, los altísimos porcentajes de tierra fértil por habitante de Argentina y Uruguay, la abundancia pesquera del Atlántico sur o las elevadas proporciones de cabezas de ganado vacuno y ovino por habitante de Argentina, Paraguay y Uruguay.

Las ideas expuestas nos llevan a considerar de nuevo el papel de mero espectador que representa el MERCOSUR ante la guerra comercial e inversora que libran los países ricos para conseguir las mejores posiciones en la zona. A veces da la sensación de que el MERCOSUR sólo es un campo de batalla en el que las secuelas de la lucha pueden resultar funestas para la mayoría de la población y para el medio. Como la agilidad de los intercambios comerciales depende de la amplitud y eficacia de las infraestructuras, sobre todo las portuarias y las que conectan los puertos con su traspaís (Segrelles, 1998), en América del Sur están en marcha una veintena de megaproyectos (Mohr y Hirsch, 1996) que de manera prioritaria se concentran en el MERCOSUR y atienden fundamentalmente a los contactos entre los países miembros y con el exterior (hidrovías, autovías, ferrocarriles, autopistas bioceánicas, canales fluviales, puentes internacionales). Ni que decir tiene que los grandes beneficiados por estas iniciativas son las empresas de construcción, de exportación y de transporte, tanto nacionales como extranjeras, extremo que ha dado lugar a agrias disputas entre los diferentes agentes socio-económicos de los países participantes en el MERCOSUR.

Entre otras obras, se puede destacar por su trascendencia el eje viario Buenos Aires-Montevideo-Sâo Paulo, que supone además la construcción de un puente internacional de 42 kilómetros de longitud entre la capital argentina y la ciudad uruguaya de Colonia del Sacramento (López Gallero y Tisnés, 1997). En el área afectada por este eje de comunicación encontramos la mayor concentración de actividad económica y de consumo de todo el subcontinente, así como importantes economías de escala y de aglomeración. En esta región existe, además, disponibilidad de materias primas utilizables para la producción de bienes que gozan de las mejores expectativas en los mercados foráneos, como por ejemplo los cereales, la carne, los lácteos, las oleaginosas y la madera (Buxedas, 1996).

Asimismo, la denominada Autopista Bioceánica uniría el puerto de Santos con el puerto chileno de Arica, y desde éste con el también chileno de Antofagasta y el peruano de Matarani, en un intento claro por parte de estos países del Pacífico de proyectar sus mercancías hacia los mercados de la UE (Gómez y Segrelles, 1996). Tanto la construcción de las obras como el incremento del tráfico previsto provocará el aumento de la contaminación y el deterioro ambiental.

Quizá el proyecto de construcción de la Hidrovía Paraguay-Paraná, fruto de la coordinación de los gobiernos de los países del MERCOSUR y Bolivia, sea el más controvertido de todos por sus repercusiones socio-económicas y ambientales, ya que la mayoría de las empresas instaladas en la región no considera el medio y los recursos naturales como factores fundamentales para un desarrollo sustentable, sino más bien como una traba para el comercio, similar, de hecho, a una barrera no arancelaria que menoscaba la competitividad de muchos productos o mercados importantes y perjudica a los intercambios (Gligo, 1998).

Esta hidrovía, a lo largo de 3.400 kilómetros, desde Puerto Cáceres (Brasil) hasta Nueva Palmira (Uruguay), pondrá en contacto amplias zonas de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, enlazando con Bolivia a través del Canal Tamengo. Su ejecución supondrá grandes obras de dragado, demolición de rocas en el lecho y en las márgenes de los ríos, rectificación de meandros y cierre de canales secundarios mediante diques y barreras de protección marginal. El coste estimado es de 1.300 millones de dólares para las obras y 3.000 millones para las operaciones y mantenimiento durante 25 años. Todo ello ha despertado una viva polémica social porque la ejecución del proyecto se orienta a la fluidez comercial de las grandes empresas agrícolas, ganaderas y mineras de la región y a cubrir los intereses de una elite que conseguirá ventajas en el transporte subsidiado por la inversión pública, mientras que la gran mayoría de la población no obtendrá ningún provecho y se verá afectada por la pérdida de recursos y por el desvío de las inversiones hacia actividades que no cubren sus necesidades básicas (WWF-ICV-CEBRAC, 1994).

Las cifras macroeconómicas de los países del MERCOSUR sin duda han mejorado mucho, así como sus exportaciones (de 7.000 a 15.000 millones de dólares entre 1990 y 1996), pero esto no significa que sea fácil desprenderse de la dependencia económica, crediticia y tecnológica que hipoteca su desarrollo. Además, el proceso de integración y ajuste económicos ha estado salpicado por muchos altibajos y acusados saltos atrás. La devaluación del peso mexicano en diciembre de 1994 no sólo produjo la caída de la Bolsa de México, sino que arrastró consigo a todos los mercados regionales (efecto tequila), entre ellos a Argentina y Brasil, y consiguió evocar los graves desórdenes monetario-financieros de la década de los años ochenta. Pese a la evidente mejora, respecto a décadas pasadas, en el control de la inflación y el déficit público, los planes económicos están sometidos a permanentes ajustes (por ejemplo, el Plan Real brasileño de 1994 es el quinto intento de estabilización, y eso sin contar la actual crisis, con miles de millones de dólares abandonando el país, cuyas consecuencias son imprevisibles), ya que todavía no se ha consolidado en la región un modelo económico que asegure la estabilidad monetaria y fiscal, un crecimiento económico sostenido y una distribución adecuada de la riqueza entre la población.

Una liberalización comercial completa, que siempre favorecerá a los países más fuertes y competitivos, puede suponer la destrucción de su frágil industria, la aniquilación de muchas ramas agropecuarias, la ruina económica, el crecimiento de las desigualdades existentes y la expansión de una pobreza ya demasiado acentuada entre sus ciudadanos. Los países ricos, dentro de la dinámica expansiva del sistema capitalista, han descubierto en el MERCOSUR un interesante, aunque frágil, mercado emergente que puede absorber sus competitivas producciones al amparo de la libertad comercial. Además, aquí lo que se necesitan son inversores productivos y no especulativos, que no busquen el máximo beneficio a corto plazo y que sean capaces de vincularse con las economías nacionales para ayudar a modernizarlas.

Por último, se debe tener en cuenta que incluso el proceso de democratización política en los países del MERCOSUR durante la década de los años noventa se encuentra ligado a las necesidades del proceso de globalización económica. El sistema capitalista lleva muchos años intentando que la población mundial asocie mentalmente los conceptos de democracia y neoliberalismo. Hasta se habla de capitalismo social de mercado (?). Es sabido que la fluidez y seguridad de las inversiones extranjeras y de los intercambios comerciales es más eficaz en los regímenes democráticos y en épocas de estabilidad política, donde muchas veces se crea una falsa e interesada imagen de transparencia y participación ciudadana. Durante los años setenta las dictaduras se extendieron en el Cono Sur como un reguero de pólvora porque en ese momento convenía para conjurar el peligro comunista. En la actualidad, la mejor forma de aumentar las relaciones comerciales con esta región y evitar que la crispación popular ponga en riesgo las inversiones de las potencias consiste precisamente en el apoyo para la consolidación de sus jóvenes democracias. Sin embargo, no puedo evitar preguntarme qué sucedería si en el futuro un gobierno elegido en las urnas con el voto del pueblo se atreviera a cuestionar los dogmas neoliberales.
 

Conclusiones
 

Es indudable que siempre resulta preferible un régimen democrático, aunque éste sea falaz, antes que cualquiera de las atroces dictaduras que asolaron la mayoría de los países latinoamericanos en el pasado. Lo mismo cabe señalar, en términos generales, de la situación económica actual respecto a la de hace apenas dos décadas. Sin embargo, un optimismo desmedido, motivado sin duda por el legítimo anhelo de que estos países tengan de una vez por todas un desarrollo auténtico y equilibrado (Capel, 1998), no debe desviarnos de la dura y decepcionante realidad. Por eso, creo que el MERCOSUR es más un proyecto esperanzador que una meta consolidada, pues esta integración regional puede evolucionar de forma imprevisible como consecuencia de su clásico papel dependiente y del devenir político, económico y social. Así lo demuestra por desgracia la reciente crisis monetario-financiera que azota a Brasil y que se ha propagado por toda la zona.

Quizá sea demasiado pronto para establecer juicios de valor definitivos sobre el futuro del MERCOSUR, pero la enseñanza que proporciona la Historia y la evolución diaria de los acontecimientos impiden el ejercicio de un abierto optimismo, tanto por lo que respecta a la propia supervivencia del bloque económico como por lo que atañe a la consecución de un duradero bienestar para la mayoría de los habitantes de los países que lo conforman. Este peligro real no sólo anida en las tradicionales desavenencias existentes entre varios países de la región, que suelen resucitar cuando se agudizan las dificultades económicas, y en las enemistades que muchas veces fomenta la política de Washington, sino también y ante todo en las graves consecuencias que puede acarrear la última devaluación de la moneda brasileña sobre la estabilidad y perspectivas del MERCOSUR.

Brasil tiene aspiraciones de liderazgo en la región y es el motor de la economía latinoamericana (45 por ciento de la producción total), el mayor socio del MERCOSUR y el que ha propiciado el éxito de este mercado. Su caida puede ser catastrófica para los demás países miembros del bloque comercial porque sus economías están fuertemente imbricadas, sobre todo con Argentina, cuyas exportaciones al mercado brasileño representan más del 30 por ciento de sus ventas totales en el exterior. Este porcentaje es del 50 por ciento para Paraguay y del 35 por ciento para Uruguay. Asimismo, muchos productos brasileños, impulsados por la devaluación de la moneda, están comenzando a fluir en grandes cantidades hacia Argentina, lo que genera un creciente malestar entre ambos países y rompe la complementariedad económica de la región.

Por lo tanto, el futuro no se presenta halagüeño para el MERCOSUR porque ha hecho renacer, por un lado, las medidas proteccionistas frente a las producciones asiáticas, ahora más competitivas, pero también las trabas aduaneras, a veces con excusas sanitarias, que Brasil impone a los productos alimenticios, químicos y farmacéuticos argentinos y a las materias primas y productos agroalimentarios uruguayos y paraguayos. Y todo ello pese al propósito oficial de suprimir progresivamente las aduanas fronterizas entre los cuatro países miembros, decisión que fue tomada en la decimoquinta reunión de jefes de Estado del MERCOSUR celebrada en Río de Janeiro en diciembre de 1998.

Los actuales problemas de Brasil y Latinoamérica se encuentran íntimamente conectados con la reciente crisis desatada en el sureste asiático, Japón y Rusia, lo que muestra bien a las claras uno de los rostros más terribles de la globalización y de la libertad de movimientos concedida a los capitales. Ante la huida masiva de miles de millones de dólares, que buscan como siempre un refugio seguro en los países centrales, el FMI condiciona su ayuda a la adopción de severos ajustes financiero-económicos (v.gr. privatizaciones, reducción del déficit público, mayor liberalización comercial, recortes presupuestarios, etc.) que contribuyen a incrementar las desigualdades en los lugares afectados. Estas medidas, junto con el aumento astronómico de los tipos de interés aplicado en Brasil para frenar la fuga de capitales, sume al país y a la región en un círculo vicioso que contrae la demanda, reduce la producción, retrae las exportaciones, desacelera la economía, disminuye el gasto público, eleva la tasa de desempleo y multiplica la deuda externa y sus intereses. En definitiva, más pobreza y más marginación para amplísimas capas de la sociedad.

Esta situación, una vez más, supone un duro golpe anímico para los que creemos, pese a nuestro pesimismo a fuer de ser realistas, que Latinoamérica merece algo más: un futuro autónomo, independiente y democrático, que sea capaz de eliminar las crecientes desigualdades y garantizar el bienestar de toda la población. Pero si a pesar del crecimiento económico de los últimos años es patente que aumentaron las desigualdades y la pobreza, ¿qué se puede esperar ahora con esta recesión o con las que sin duda llegarán en el futuro?.
 

Nota

(1) Esta aportación se enmarca dentro del proyecto Los intercambios agroalimentarios entre el Mercosur y España ante la liberalización del comercio mundial. Posibilidades inversoras de las empresas españolas y valencianas del sector agroalimentario en el Cono Sur latinoamericano, financiado por la Dirección General de Enseñanzas Universitarias e Investigación de la Conselleria de Cultura, Educación y Ciencia de la Generalitat Valenciana (Programa de Proyectos de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico "I+D", Ref.: GV99-47-1-09) y dirigido por José Antonio Segrelles Serrano.
 
 

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