Scripta Nova  Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 45 (25), 1 de agosto de 1999
 

IBEROAMÉRICA ANTE LOS RETOS DEL SIGLO  XXI.
Número extraordinario dedicado al I Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

LA EXCLUSIÓN SOCIAL EN ARGENTINA: NOVEDADES Y PERSPECTIVAS

María Eugenia Piola. Mendoza. Argentina
Doctoranda en Sociología Universidad de Barcelona 


El presente trabajo es un intento de reflexión sociológica acerca de las características, alcances y recientes transformaciones del fenómeno de la exclusión social en el ámbito de la sociedad argentina de fin de siglo.

En primer lugar, se plantean consideraciones de tipo ético-filosófico que pueden encontrarse en el fondo del problema de la exclusión social, aspectos tales como la igualdad, sus alcances, restricciones y dificultades; las necesidades humanas, los niveles en que éstas debieran ser satisfechas, qué grado de universalidad se les puede atribuir; la solidaridad, sus nuevas formas, su crisis como valor.

Luego se puntualiza en el análisis de los cambios estructurales acaecidos en la sociedad argentina en las últimas décadas y su incidencia en la constitución del fenómeno de la exclusión social. En este sentido se puntualiza en cuestiones relacionadas con la ciudadanía y el fenómeno de los nuevos pobres. Por otra parte se analiza el proceso de deterioro de las instituciones y prácticas propias del Estado de Bienestar, el cual atraviesa una crisis tanto de orden financiero como filosófico.

La cuestionamiento final del trabajo se centra en ver cuáles serían las alternativas que se les presentan a los sectores excluidos dentro del marco general que se ha perfilado, que, dicho muy sintéticamente, consiste en la lógica excluyente con que actúan Estado y mercado.
 

El debate ético ­ filosófico.
 

El problema la exclusión social como idea y como realidad involucra numerosos aspectos, matices y alcances, por ejemplo la noción de justicia, de equidad, las clases sociales, la negación del "otro", etc.; sin embargo en el marco de este trabajo no pueden ser abordados con excesiva profundidad, por ello es que se toman sólo tres elementos como ejes de la discusión: igualdad, necesidades humanas y solidaridad.
 

La igualdad.
 

La cuestión de la igualdad registra una extensa historia en las controversias filosófico-políticas de todos los tiempos, extensión que en este contexto no podrá abarcarse. La pregunta por la igualdad tiene que ver tanto con la interrogación filosófica y religiosa, como con los modelos de una sociedad justa, y por tanto tiene una dimensión sociopolítica; ésta última es la que más interesa en la perspectiva de pensar la raíz de injusticia que presentan las situaciones de exclusión social.

En la construcción del pensamiento utópico y en la ingeniería social que construye "utopías específicas" la idea de igualdad es uno de los pilares fundamentales que sostienen todo el edificio utópico, lo cual expresa el arraigo profundo que en los seres humanos tiene la vocación igualitaria. El riesgo que encierra este pensamiento es el de la mitificación consistente en creer que la cuestión de la igualdad puede en una sociedad ideal futura ser resuelta de una vez y para siempre. Esta visión es mistificadora en tanto desconoce el origen social de la desigualdad como creación humana, de los seres humanos en sociedad y que, como tal, no parece poder "cerrarse" tan fácilmente.

Por otra parte, la igualdad no sólo debe plantearse en términos de derechos pasivos, sino que para que ésta sea integral debe involucrar la idea de una actividad, de una participación, de una responsabilidad. En este sentido, la igualdad puede ser entendida como un derecho y también como un ejercicio de participación política, así, todas las luchas por incrementar los derechos de ciudadanía tienen que ver con una ampliación de la igualdad.

La exigencia de igualdad puede verse como una creación histórica. Desde el siglo XVII se comienza a plantear el argumento de que los seres humanos nacen iguales y es justamente desde aquí que comienza a desarrollarse el estudio sociológico de la desigualdad. Rousseau sostiene que los hombres nacen iguales y es la sociedad la que los convierte en desiguales, contrariamente a Hobbes que plantea que los hombres nacen desiguales y la sociedad pretende igualarlos con artilugios contractuales. El que lleva más a fondo el planteo de la igualdad entre los seres humanos es, sin duda, Marx, sobre todo en su propuesta de construcción de la fase del comunismo superior.

Históricamente, la igualdad puede verse como la entrada de ciertos grupos sociales al universo de los iguales, la revolución francesa marcaría el ingreso de la burguesía a este mundo y las revoluciones socialistas, en teoría, han tendido a hacer ingresar al proletariado. Pero, por supuesto, la realidad es siempre mucho más compleja que cualquier teoría, por tanto lo anterior sólo sirve de esquema orientativo.

En el presente la igualdad no interesa, está desactivada, nos dice Amelia Valcarcel(1) , ya no se usa propagandísticamente en el discurso político, sino que ha sido suplantada por la noción eclesiástica de justicia social. No son pocas las voces que en la década del ochenta se han levantado contra las pretensiones igualitarias (Berger, Minc, Bell, etc.). Si bien la igualdad aparece agotada en el ámbito del discurso político, es claro que no está "agotada" en la realidad, existen en la actualidad profundas desigualdades, pero, según Valcarcel, éstas no crean como antaño una clase revolucionaria sino excluidos.

La idea de igualdad contiene, a su vez, una idea moral que es bastante potente en sí misma, ya que en su faceta antijerárquica es capaz de deslegitimar el funcionamiento de cualquier institución organizacional.
 

Las necesidades humanas.
 

Si hay algo de lo cual se excluye a los excluidos es de una satisfacción plena de sus necesidades. Ahora bien, existe en torno a la definición de lo que son las necesidades humanas una importante controversia, que abarca aspectos tales como: qué es lo que debe considerarse como necesidades humanas, el grado en que éstas deben satisfacerse, en qué medida éstas necesidades pueden considerarse como universales o en qué medida responden a las distintas realidades socioculturales, y en este sentido, debieran considerarse como relativas, en qué medida es el Estado responsable de garantizar la satisfacción de las necesidades de la población, si puede establecerse o no un cierto "orden de prioridades" en la satisfacción de las necesidades.

En esta línea de preocupaciones puede citarse la propuesta de Doyal y Gough(2) acerca de las necesidades humanas. En principio estos autores proponen que acordemos acerca de una cierta cantidad y calidad de necesidades básicas compartidas por todos, este punto de partida operaría como límite al relativismo cultural, el cual ve como ilusoria esta posibilidad, asegurando que son los individuos quienes deciden cuáles son sus necesidades y el modo en que desean satisfacerlas.

Sin embargo, son conscientes acerca del consenso acerca de la no existencia de necesidades objetivas. Este consenso está integrado tanto por la economía ortodoxa que sostiene la idea de las necesidades como preferencias desde una concepción subjetiva de los intereses; la "nueva derecha" que ve en la idea de necesidades una peligrosidad en el sentido de que entrañaría abusos de poder e intrusiones en la libertad individual el hecho de que se pueda dictar por ley a los demás lo que necesitan; el marxismo que concibe a las necesidades como históricas y socialmente relativas al estipular lo que algunos grupos humanos necesitan y otros no, y denomina imperialismo cultural al hecho de que una cultura intente imponer su concepto de necesidades básicas a otra; los demócratas radicales (Laclau y Mouffe) que sostienen que las necesidades son discursivas, ya que es el "lenguaje" lo que constituye la forma en que el mundo natural y social adquiere su significado para distintos grupos; los argumentos fenomenológicos que postulan la construcción social de las necesidades y rechazan la idea de que hay características objetivas y universales, como las necesidades básicas, que nos vinculan a todos los seres humanos con independencia de la cultura.

Según Doyal y Gough todas estas visiones tienen en común que, por un lado, denuncian las normas universales de valoración, y por otro, las utilizan para respaldar alguna visión del mundo objeto de su particular preferencia.

Estos autores definen necesidad como una fuerza instigada por un estado de desequilibrio o tensión que se aposenta en un organismo a causa de una carencia específica y sostienen que existen ciertas necesidades que de no satisfacerse adecuadamente daría lugar a graves daños de algún tipo concreto y específico, a su vez, para que exista un acuerdo sobre lo que se consideran daños graves, debe existir también un acuerdo sobre la forma de la condición humana en un estado normal, próspero y libre de daños.

Todas las argumentaciones dadas por los autores tienden a sostener que la creencia en la realidad de las necesidades humanas, en conjunción con una creencia en una visión moral del bien, presta un apoyo muy fuerte al código moral de que las necesidades de todos los humanos habrían de ser atendidas en la mejor medida posible.

Se puede matizar este planteo teniendo en cuenta la propuesta de estudio y comprensión de las necesidades humanas que formula Max Neef(3), para él éstas no deben limitarse a la mera subsistencia, sino que las necesidades patentizan la tensión constante entre carencia y potencia propia de los seres humanos. Este planteo logra traspasar, en cierta medida, el dilema necesidades universales - necesidades relativas, al sostener que las necesidades humanas son finitas, pocas y clasificables, son las mismas en todas las culturas y en todos los períodos históricos. Lo que cambia a través del tiempo y de las culturas, es la manera o los medios utilizados para la satisfacción de las necesidades, es decir, lo que está culturalmente determinado no son las necesidades humanas fundamentales, sino los satisfactores de esas necesidades. Son justamente los satisfactores los que definen la modalidad dominante que una cultura o una sociedad imprimen a las necesidades.

En síntesis, adoptaremos la perspectiva de que los seres humanos poseemos una serie de necesidades básicas y fundamentales, sobre las que podría llegarse a un acuerdo, si bien no exento de disputas y controversias de todo tipo. Es decir, existe un núcleo mínimo de necesidades que "deben" satisfacerse para evitar "graves daños". El problema de la exclusión social, si bien no se agota en el planteo de una satisfacción adecuada de las necesidades humanas, tiene un íntima relación con ésta.
 

La solidaridad.
 

La exclusión social nos remite necesariamente a revisar la idea de la solidaridad tanto en su carácter de valor general inspirador de determinados proyectos políticos como en sus versiones más prácticas (léase Estado de Bienestar, seguro social, etc.) que han pretendido "hacer la solidaridad" en términos materiales y concretos.

La solidaridad, en tanto valor general y deseable ha experimentado serios cuestionamientos, algunos sostienen que poco es lo que ha producido en términos reales esta apología de la solidaridad y que, a su vez, las consecuencias prácticas de este enfoque acarrea serias irresponsabilidades por parte de aquellos que se benefician con las políticas fundadas en el principio de solidaridad.

Son muchos los que se cuestionan acerca del profundo giro de valores y prioridades que los sujetos sociales manifiestan. La solidaridad de clase, de grupo, laboral, va perdiendo consistencia y densidad, comienzan a manifestarse fisuras y desencuentros entre los que desde "un punto de vista objetivo" debieran compartir la perspectiva, los objetivos, los modos de ver el mundo.

Los sectores sociales menos favorecidos, los más pobres, los que están siendo expulsados del sistema productivo, aquellos a los que la acción del Estado, ya sea en forma de caridad, asistencia o promoción, ya no llega, todos estos "parias" son heterogéneos, fragmentados y segmentados; sus realidades son diferentes, sus intereses también. Parece lógico, entonces, que se miren con desconfianza y recelo.

Un lugar común consiste en afirmar que asistimos a un giro en la modalidad y el alcance de la solidaridad, siendo ésta ahora más cercana, más próxima, más "humana". Este hecho le conferiría un carácter más efectivo y asequible. En este giro de la solidaridad universal a una más particular, Rorty sostiene que la solidaridad no se descubre sino que se crea por medio de la reflexión tendiente a concebir a los demás seres humanos como "uno de nosotros" y no como "ellos", lo que equivale a ponerse en el lugar del otro(4).

Una cuestión crucial es ver qué valor y alcance puede tener la solidaridad en un mundo donde la exclusión pasa de ser un fenómeno social marginal a una situación donde se ha convertido en un rasgo estructural de la sociedad, donde lentamente parece asumirse aquello de que no hay lugar para todos. En este contexto, la solidaridad es una ambulancia que recoge a los caídos, magullados, lastimados por la expulsión del mundo, una especie de samaritano consuelo.

El incremento de la exclusión social parece ser uno de los factores que ha disparado esta mutación de la solidaridad universal en solidaridad vecina, sin aspavientos. Pero lo que esta realidad de solidaridades locales, fuertes y eficaces no debe hacernos olvidar es que aquí hay un gran ausente: el poder público, aquel que concentra los recursos económicos y debiera volcarlos en obras (vía políticas sociales u otros modos de intervención política) hacia aquellos que más lo necesitan.

A pesar de lo anterior no deja de ser cierta la necesidad de revisar la idea de una solidaridad universal, general, globalizante, en este sentido es bastante cierto que mientras esta solidaridad universal se construía, muchos vecinos caían.

Existen al menos tres retóricas contra la solidaridad: por inútil, por innecesaria y por contraproducente. En este contexto plantear y apostar a una contracultura de la solidaridad significa invocar una chispa mesiánica que explosiona en contacto con la inhumanidad(5).

Lo que no puede dejar de señalarse es la pregunta de si las sociedades actuales no avanzan de un modo vertiginoso e irrefrenable desde una ética de la solidaridad hacia una ética de la seguridad. Esta tendencia, de ser confirmada, tiene unas consecuencias de orden práctico (y nada metafísico) para los sectores socialmente excluidos, pasan de constituirse en factor denunciante de un orden injusto a una categoría social digna de verse con la lupa estratégica del aparato de seguridad del que cada país y región dispone. No es este un cambio menor, implica la asunción con visos de larga permanencia de la lógica excluyente del sistema y con ésta, la puesta a punto de dispositivos de control y vigilancia que eviten los desbordes, estallidos y demás "desórdenes públicos" a que podría conducir una sociedad a la vez excluyente e insolidaria.
 

La lógica excluyente
 

El fenómeno de la creciente exclusión social suele ir asociado con el agotamiento de los ensayos desarrollistas o con las consecuencias del desarrollo del capitalismo. En los países subdesarrollados esto produce un tipo de exclusión distinta a la de los países altamente desarrollados.
 

Estructura social y aumento de la pobreza
 

Revisar los esquemas duales de análisis de la sociedad y reconocer la dialéctica de lo social, es decir, asumir lo social como un campo de tensión y conflicto si bien no exento de acuerdo y negociación, aparece como una tarea muy necesaria si lo que se quiere es interpretar el fenómeno de la exclusión social. Desde esta perspectiva lo social no se presenta como un campo llano, sino más bien atravesado por fuertes conflictividades surgidas de intereses divergentes y relaciones de poder entre distintos grupos sociales. La clase social, la raza y el género son las tres principales líneas de análisis que pueden dar cuenta de dicha conflictividad, sin descartar otros factores como la religión, el grupo etario y generacional, que inciden en la configuración del entramado de las sociedades actuales.

El concepto de ciudadanía está fuertemente implicado en el problema de la exclusión social, existen en este plano fuertes carencias histórico-culturales en lo que hace a la construcción de la ciudadanía en América Latina, la reproducción de formas políticas clientelísticas y las prácticas políticas propiciadas por las diversas modalidades del populismo se presentan como importantes obstáculos al desarrollo de una cultura de la ciudadanía.

Se entiende por "cultura de la ciudadanía" a aquella en que los individuos se relacionan con el Estado y demás instituciones públicas en términos de derechos exigibles y no de amplias negociaciones y presiones sobre lo que se presentan finalmente como "concesiones" del poder político. Por eso es que uno de los desafíos más importantes que enfrenta la región es justamente la creación y expansión de prácticas democráticas mediante las cuales se consoliden los procesos de construcción de la ciudadanía en todos los niveles.

Para el caso argentino encontramos que las políticas de ajuste estructural que se vienen aplicando han reformulado no sólo el anterior patrón estatal de desarrollo sino la misma estructura social conformada por el industrialismo substitutivo. Algunos de los fenómenos más relevantes que pueden mencionarse son: un profundo cambio en la estructura de clases, heterogeneización y el aumento de la pobreza, caída del ingreso, declinación y alta volatilidad de los sectores medios y concentración del ingreso y el poder en los sectores medios altos y altos, contracción del Estado y el retiro de sus funciones redistributivas, modificaciones en el mercado de trabajo básicamente en dirección a la precarización y el desempleo.

Los cambios producidos en los últimos años fortalecen la complejidad, la fragmentación y una lucha novedosa por la inclusión que atraviesa transversalmente a la sociedad y que tiene al empleo como núcleo central. Se rompe la anterior capacidad de vincular lo social con lo político en amplias áreas de solidaridad y se produce la disolución del nexo acción colectiva como acción de clase(6).

Anteriormente se tenía una imagen del país donde la pobreza era considerada como un fenómeno marginal a la realidad social, pero a partir de la década del setenta y más precisamente desde la dictadura militar se inicia un proceso de persistente movilidad social descendente. En este contexto la exclusión social ya no puede seguir pensándose en términos de situación transitoria que pronto el "progreso", la "modernidad" o el "desarrollo" se encargarán de extinguir. Cada vez se recorta con mayor nitidez en el horizonte del análisis sociológico como una situación estructural, que no puede conceptualizarse como una consecuencia de los fallos o distorsiones de un modelo de desarrollo, sino que se trata de un producto del modelo o, quizás, uno de sus requisitos. Con lo cual cambia radicalmente todo el andamiaje teórico con el que era habitual pensar a los marginados, los excluidos, los de "afuera".

El desempleo aparece como un factor fundamental dentro del cuadro de la exclusión social, pero a ello hay que sumarle otros factores simultáneos y concomitantes como son la implementación del modelo neoliberal que propicia e impulsa el desmontaje y la reducción del Estado de Bienestar, el cambio en el imaginario social donde todo éxito o fracaso individual es analizado desde las capacidades individuales de los sujetos para hacer frente a los nuevos desafíos del mercado de trabajo y a las nuevas condiciones de competitividad y no a las condiciones y características de un modelo general.

Actualmente se han generalizado los estudios sobre pobreza. Estos estudios ponen el énfasis en la aparición de nuevos contingentes de pobres, los "nuevos pobres": sectores pertenecientes a la vieja clase media que sufren un progresivo proceso de empobrecimiento. La heterogeneidad del mundo de los pobres en contraposición a una mayor homogeneidad pretérita es recalcada por los distintos analistas, a este fenómeno se le anexa la constatación de la dificultad que esto significa en términos de identidades comunes y consolidación de un grupo fuerte y organizado, que logre "hacerse oír" dentro de la sociedad y alcanzar mejores condiciones de vida.

La exclusión del mercado de trabajo, pero no sólo ésta, sino también la exclusión de ciertos "beneficios del progreso": salud, educación, servicios básicos, jubilaciones, transporte, recreación, turismo, bienes culturales y simbólicos, están presentes en la consideración de la pobreza.

Según García Delgado(7) la estructura social argentina tiene aproximadamente la siguiente composición:

1. Pobres estructurales o excluidos: (25%) no son los más insatisfechos con el modelo, le otorgan un alto valor a la estabilidad y están más cerca de cumplir sus expectativas: supervivencia, contención simbólica desde el gobierno y mejoras específicas.

2. Los nuevos pobres: (25%) son un segmento declinado de las clases medias, una población con ingresos inferiores a la línea de pobreza pero que no presenta carencias críticas en sus necesidades básicas. Son los más afectados por el modelo, no tienen contención ni simbólica, ni material.

3. Clases medias en transición: (30%) la declinación y volatilidad de estos sectores contrasta con los rasgos ascendentes y estables durante el modelo anterior.

4. Sectores medios altos y altos: (15%) el modelo tiende a una concentración del ingreso, son los menos afectados por el desempleo.

El cambio en la estructura socioeconómica de la Argentina en los últimos veinte años ha conducido a una brutal redistribución de los ingresos de los sectores pobres a los ricos y a un fuerte proceso de concentración de la riqueza. Hoy no sólo los pobres son más pobres que antes, sino que los que no eran pobres ahora forman parte de esta categoría. Sectores que por cultura e ingreso pertenecían a las clases medias hoy se encuentran por debajo de la línea de pobreza. Estos sectores han sufrido no sólo un empobrecimiento en términos materiales sino que también se han empobrecido en términos psicosociales, a través de la erosión de la condición de ciudadanía y de la autoestima. La vida cotidiana de estos grupos está atravesada por la idea de evitar la amenaza más temida: la movilidad social descendente, como proceso que pone fin a la construcción ideal del futuro en la que fueron socializados. En estos segmentos la crisis privatiza, aísla y atomiza(8).

Los cambios producidos durante las últimas dos décadas en la estructura productiva de la Argentina han incidido forzosamente en las características y composición de los sectores populares, en esta dirección inciden factores tales como la segmentación de los mercados, la heterogeneidad salarial, el aumento del cuentapropismo, la precarización y flexibilización laboral, la desindustrialización, la tercerización de la economía y el marginamiento de amplios sectores del mercado de trabajo. Los empleados terciarios y los trabajadores independientes se han convertido en mayoría absoluta entre los trabajadores, desplazando así a los obreros industriales que eran mayoría en la década pasada.

El actual modelo económico reafirma la salida de la industrialización sustitutiva operada durante la última dictadura militar y la entrada a un nuevo proyecto económico caracterizado por la concentración económica y una alta tasa de desempleo.

La perspectiva actual sobre la pobreza parece hacerse cargo de un cierto pragmatismo circundante, aborda diferencialmente las condiciones de vida y pone el foco en las llamadas "estrategias de supervivencia" de los sectores subordinados, con lo cual se diluye la dimensión estructural del fenómeno.

En este contexto el cuadro de la protesta social puede caracterizarse por la alternancia de movimientos de presión local y acciones espontáneas y semiorganizadas de explosión social(9). Este carácter violento y disperso de la protesta social no hace más que expresar la profunda crisis de representatividad de los actores políticos en una modernidad que resulta cada vez más excluyente.

El modo reactivo que presentan los sectores subalternos otorga un amplio margen de discrecionalidad a los gobiernos, marcándoles laxos límites de funcionamiento. Los analistas coinciden en su cautela ante las hipótesis de ingobernabilidad o de insurgencia como un mecanismo defensivo de los sectores más perjudicados por el ajuste estructural que se lleva a cabo en los países de la región.

Esta situación conlleva a las ciencias sociales en América Latina a cuestionarse sus visiones más extendidas en torno a "las potencialidades de la pobreza" y los "umbrales de tolerancia" de los sectores subalternos de la sociedad. A su vez, es notable el repliegue de los sectores de clase media que se sintieron en su momento "llamados" a actuar en pos de una sociedad más justa e igualitaria.

En este sentido coincidimos con el planteo de María del Carmen Feijóo en cuanto a que la pobreza no es fuente de demandas de transformación revolucionaria pero tampoco el marasmo de la pasividad de los condenados(10) .

En cuanto a la conciencia política y a la organización popular esta situación deja su marca, ya no puede hablarse de la posibilidad de llevar a cabo una lucha conjunta de los sectores populares puesto que los nuevos sectores mayoritarios no tienen una historia de lucha y resulta difícil conciliar los distintos intereses de cada grupo que tienen importantes diferencias en cuanto a sus condiciones de trabajo, salariales, etc.
 

El Estado de Bienestar
 

La crisis del Estado de Bienestar es un tema ampliamente debatido y estudiado hace ya un tiempo, tanto en los ámbitos políticos como académicos. Existen varias líneas de análisis sobre las causas de esta crisis y las perspectivas futuras del Estado de Bienestar. Es decir, distintas respuestas a las preguntas: ¿qué ha sucedido con el Estado del Bienestar?, qué debería hacerse con él o con lo que queda de él?, o quizás una pregunta más estructural ¿a qué se puede llamar hoy Estado del Bienestar cuando estamos a tanta distancia histórica y política del keynesianismo de posguerra de donde surge?.

Algunos sostienen que hoy aparecen rotas las ilusiones del Estado del Bienestar, ya que sus consecuencias no deseadas neutralizan cada vez más sus buenas intenciones. Es claro que en las últimas décadas se produjeron cambios que condicionaron la dinámica de los sistemas de protección social y establecieron límites sobre los objetivos y modos de funcionamiento del Estado de Bienestar.

Uno de los aspectos a tener en cuenta en la crisis del Estado del Bienestar es la crisis del fordismo como esquema de producción en masa y de ampliación creciente del radio de acción industrial. Esta crisis del fordismo tiene que ver con factores tales como la tercera revolución industrial con la introducción de la energía atómica, la producción genética y la computación que producen una reorientación radical de las relaciones laborales, puesto que estas tecnologías son ahorrativas de fuerza de trabajo(11).

Lo que entra en crisis son los supuestos productivistas sobre los que se asienta el Estado de Bienestar; estos supuestos se centran en la noción de producción y productividad como deseables tanto individual como colectivamente.

Para Pierre Rosanvallon se trata de una crisis filosófica del Estado Providencia, que incluye dos problemas: la desintegración de los principios integradores de la solidaridad y el fracaso de la concepción tradicional de los derechos sociales para ofrecer un marco satisfactorio en el cual pensar la cuestión de los excluidos(12).

Otros encuentran en factores tales como las nuevas fuerzas globales, los cambios demográficos y la transformación en la familia las causas de la amenaza que se cierne sobre el Estado de Bienestar(13).

Esta crisis conduce a retomar la cuestión de los derechos del contrato social, a reformular la definición de lo justo y lo equitativo, a reinventar las formas de la solidaridad. Ya que ahora lo social ya no puede aprenderse en términos de riesgo, puesto que los fenómenos de exclusión, de desempleo de larga duración definen lamentablemente estados estables, todo parece indicar que vinieron para quedarse. Así es como en materia social aparece como central el concepto de precariedad y vulnerabilidad más que el de riesgo.

En términos ideológicos resulta claro que el avance de la hegemonía neoliberal incide abiertamente en los discursos tanto sobre el destino del Estado de Bienestar como en el diagnóstico de las causas de su crisis. Este discurso en grandes líneas plantea que la globalización económica y la internacionalización de los mercados financieros exigen llevar adelante unas políticas públicas de reducción del papel del Estado de Bienestar, con la consiguiente disminución de la protección social y aumento de la flexibilidad laboral(14).

Ahora bien, la crisis del Estado de Bienestar, no tiene para todos el mismo alcance y esto marca las distintas posiciones políticas que pueden asumirse frente a este problema. Una cosa es decir que el Estado de Bienestar, la idea y la intencionalidad que lo animaron, los objetivos por los cuales surgió y las necesidades que pretendía atender, ya no existen o han cambiado tan radicalmente de carácter que no bastan unos "retoques" al Estado de Bienestar, sino, pues, que de lo que se trata es de "inventar otra cosa". Distinto es sostener que ante la situación actual de aumento de la exclusión social los valores simbolizados por el Estado de Bienestar siguen teniendo vigencia en tanto valores colectivamente deseables, y en este sentido, la crisis del Estado de Bienestar no abarcaría sus valores, sino más bien a los sistemas operativos por los cuales pretende obtenerlos. Es decir, algunos están por tirar el niño junto con el agua sucia, otros pues pretenden tirar sólo el agua sucia.

Para el caso de América Latina se ha acuñado la expresión Estado de Malestar que está estrechamente asociada con el desguace del incipiente Estado de Bienestar que alguna vez se pensó consolidar en la región, a través de distintos mecanismos, entre los que destacan el vaciamiento presupuestario, la "descentralización" de servicios, la privatización total o parcial de servicios, la ritualización de los ministerios sociales, la "transferencia" a las Organizaciones No Gubernamentales y a la familia de lo que el Estado es incapaz de realizar, la flexibilización de las relaciones laborales, etc.(15).

El ideario del Estado de Bienestar (y sus variantes populistas en el cono Sur) se arraiga en la idea de inclusión social. En este sentido, no parece apropiado seguir hablando de crisis del Estado de Bienestar en la región, sino de la imposición de un nuevo régimen que simboliza un ideario diferente: de exclusión social.
 

Los excluidos frente al mercado y al Estado
 

En este apartado se intentará reflexionar sobre las alternativas que se presentan a los sectores socialmente excluidos en el marco de un Estado cada vez más desmantelado y despreocupado de los "asuntos sociales", un mercado que se transforma cada vez más en una máquina expulsora de mano de obra o productora de un tipo de empleo inestable, flexibilizado y precario (tanto en términos de condiciones de trabajo como salariales) y una sociedad civil (de los incluidos) que se muestra poco preocupada por esa "subsociedad de los excluidos".

Resulta bastante paradójico el hecho de que la dualización social creciente vaya acompañada por una también creciente despolarización política. Esto es que el campo de lo político ha pasado a ser más homogéneo, ya no se presentan enfrentamientos radicalizados en cuanto a ideologías y estrategias políticas. Parece haber un acuerdo general (tácito o explícito) entre los partidos políticos mayoritarios en cuanto al rumbo que deben seguir las políticas, las diferencias parecen ser más de carácter metodológico que sustantivo.

Hay quienes sostienen que los sectores sociales subalternos viven su subordinación como "normalidad", donde predomina una visión naturalizadora de las jerarquías sociales(16). Lo anterior no impide tener en cuenta una historia rica y compleja de luchas populares que impulsaron en la región la expansión de la ciudadanía y los derechos. En este sentido puede verse que muchos sectores socialmente excluidos plantean visiones alternativas al neoliberalismo en la dirección de generar mecanismos de redistribución de bienes, recursos y poderes y construir un orden social incluyente basado en la participación directa. Estos excluidos sin duda tienen algo importante que decir y reclaman la inclusión de las diferencias y exigen que la sociedad y el Estado rompan sus límites excluyentes y homogeneizadores.

A pesar de reconocer estas posibilidades de los sectores excluidos, lo mejor sería mantener una prudente distancia tanto de un exacerbado optimismo como de un persistente pesimismo y ver a los grupos emergentes dentro de los sectores excluidos como importantes focos de resistencia frente a la hegemonía neoliberal que, si bien no bastan por sí mismos para generar una alternativa, su presencia cuestionadora es de vital importancia para marcar cambios de rumbo en dirección a una mayor justicia y equidad social.

Ahora bien, la pregunta que cabe formularse ante esta realidad compleja y paradójica de acrecentamiento de las condiciones de pobreza y miseria y ausencia de movimientos de contestación, es qué formas de resistencia encuentran los sectores subalternos y cuáles son los efectos e impactos que estas resistencias crean en los sectores dominantes. Aquí tomamos la idea de Foucault según la cual allí donde se ejerce el poder se generan puntos de resistencia. En general puede afirmarse que en la última década estas resistencias han sido aisladas, coyunturales, focalizadas por región o sector y difícilmente conduzcan a un movimiento general de protesta.

Lo que si demuestran estas protestas es que tienen un alto potencial desestabilizador. La asociación entre pobreza e ingobernabilidad es en este sentido típica, cada vez es más frecuente encontrar análisis en torno a las dificultades de la gobernabilidad asociadas a las condiciones de extrema pobreza. Puede arriesgarse la hipótesis de que los sectores dominantes apuestan a la heterogeneidad y fragmentación de los sectores subalternos como atenuante de posibles estallidos o protestas más organizadas.
 

Reflexiones finales
 

Las presentes reflexiones quieren señalar algunos puntos cruciales en el "nuevo mapa" de la exclusión social en la Argentina. Para finalizar podrían sintetizarse algunos puntos claves para el abordaje de la problemática que nos ocupa:

1. Recrear o reinventar las formas de solidaridad social aparece como un elemento fundamental en dirección a contrapesar una lógica individualista que cada vez se extiende más y cala profundamente en el tejido social, inhibiendo todo esfuerzo por construir modos alternativos de intervención social y política.

2. Se ha sostenido, por un lado, que los seres humanos tenemos unas necesidades básicas que deben ser satisfechas, que la crueldad ejercida sobre los prójimos y semejantes cuando se los deja afuera de la posibilidad de satisfacer sus necesidades es en términos morales inadmisible, que una sociedad que no tenga unos mínimos de igualdad y justicia corre serios riesgos de desintegración; por tanto, puede decirse que desde cualquier ángulo que se mire el problema demanda pensar algunas alternativas en dirección a su solución.

3. La magnitud del cambio producido en la estructura social argentina en las últimas décadas, conlleva consecuencias cruciales en relación al imaginario social en torno a temas como la organización colectiva, las demandas populares, la justicia, la solidaridad y la igualdad, el cambio social, la exclusión y marginación social. Revisar la dirección y contenido de este cambio es un tarea aún pendiente.

4. La lógica del modelo neoliberal tiende a hacernos ver todos los problemas más como cuestiones de "método" que de contenido y en este falso dilema se pierden las voces críticas hacia el modo de funcionamiento de una sociedad que genera dosis de crueldad cada vez más grandes hacia los sectores sociales que margina.

5. El "espíritu de época" no nos brinda demasiados indicios para el "optimismo" en el sentido de vislumbrar cambios significativos en la situación de la exclusión social. Apatía, indiferencia, individualismo, etc., parecen hablarnos de una sociedad que renuncia a luchar por sus derechos, sin embargo no hay razones para descartar las posibilidades de un cierto resurgimiento de las organizaciones populares y con ellas de formas de resistencia novedosas, aunque siempre está en ciernes el riesgo de reacciones violentas, puntuales y desorganizadas que son más expresión del enojo y el hartazgo que de una forma organizada de lucha política.
 

Notas

1. Valcarcel, Amelia. 1994

2. Doyal, Len y Gough, Ian. 1994

3. Max Neef, Manfred y otros. 1986

4. Rorty, Richard. 1993

5. García Roca, Joaquín. 1998

6. García Delgado, Daniel. 1995

7. García Delgado, Daniel. op. cit.

8. Feijóo, Maria del Carmen. 1992

9. Calderón, Fernando y Dos Santos, Mario. 1995

10. Feijóo, María del Carmen. 1990

11. Mires, Fernando. 1994

12. Rosanvallon, Pierre. 1994

13. Esping Andersen, Gösta. 1996

14. Navarro, Viçenc. 1997

15. Bustelo, Eduardo. 1992

16. Jelin, Elizabeth (Comp.). 1987
 

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