Scripta Nova  Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 45 (28), 1 de agosto de 1999
 

IBEROAMÉRICA ANTE LOS RETOS DEL SIGLO  XXI.
Número extraordinario dedicado al I Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

HIGIENE PÚBLICA Y CONSTRUCCIÓN DE ESPACIO URBANO EN ARGENTINA. LA CIUDAD HIGIÉNICA DE LA PLATA.

Joaquim Bonastra
Geógrafo Universidad de Lérida, España
Doctorando en Geografía Humana, Universidad de Barcelona

A finales del siglo XVIII y a principios del siguiente, las ciudades occidentales experimentaron un progresivo crecimiento de habitantes procedentes principalmente del ámbito rural. Esto fue debido, entre otros factores, a la incipiente industrialización y al relativo descenso de la mortalidad infantil, como consecuencia de lo cual las ciudades se llenaron de población joven en busca de trabajos en la producción fabril. Tales circunstancias propiciaron, a pesar de los intentos reguladores de la anterior centuria(1) , un rápido deterioro de la estructura de física de las ciudades, que en muchos casos heredaban aún la estructura medieval. Así pues, el hacinamiento, la segregación social, la falta de servicios públicos y la degradación de las condiciones higiénicas, se convirtieron en el telón de fondo de la ciudad que vio la luz con el nuevo siglo(2) .

El Higienismo, un nuevo saber médico

Las sucesivas epidemias y endemias de viruela, fiebre amarilla o tuberculosis, entre otras, que diezmaban la población en cada visita, llevaron a las zonas urbanas a una situación de sobremortalidad respecto de las zonas rurales, que se hizo patente en las estadísticas sociales. Este panorama llevó a los médicos a una profunda reflexión sobre las causas que lo motivaban, desarrollando una corriente de pensamiento conocida como higienismo, que definía la nueva urbe industrial como un extenso campo patológico que debía ser estudiado y reformado. La ciudad era vista como un foco de pestilencia física y moral que precisaba ser desterrada(3) .

Esta línea de pensamiento social en medicina, muy enraizada en la tradición hipocrática, ya se venía desarrollando desde fines del XVIII en la Francia revolucionaria, con la reforma en París de la École de Santé. En la tradición germánica encontramos también una obra de caudal importancia para el desarrollo de este nuevo saber, se trata del System einer vollständingen medicinischen Polizei(4) de Johann Peter Frank, a caballo entre el sistema sanitario propuesto por el cameralismo y las incipientes concepciones higienistas. Pero fue en Inglaterra donde este movimiento científico tomó especial impulso. Tanto desde el gobierno, a través del jurista Edwin Chadwick y su obra(5) , como desde la clase médica, el conocido sanitary movement, alternativa británica de la política sanitaria del despotismo ilustrado(6), se impulsaron medidas encaminadas a crear las condiciones higiénicas adecuadas.

Así pues, basándose en la gran influencia del entorno ambiental, así como del medio social en el desarrollo de enfermedades, los higienistas criticaban la falta de salubridad en las ciudades industriales y las condiciones de vida y trabajo de los obreros fabriles, constituyendo en conjunto una línea de pensamiento social, que se vislumbra por los temas que estudian, a saber: pauperismo y beneficencia, moralidad y costumbres de la época, sistemas políticos y utopías, entre otros. Todo eso llevó a los higienistas a desarrollar un nuevo concepto de ciudad, en unos aspectos innovador y, en otros, muy parecido al teorizado por los tratadistas de policía del anterior siglo(7) .

De todos modos, el pensamiento higienista no estaba guiado solamente por una voluntad filantrópica y moralizante. Las grandes ciudades, que empezaban a contar con masas cada vez más importantes de población obrera, eran el caldo de cultivo del mayor peligro para el mantenimiento del status quo de las clases burguesas; estamos hablando de la agitación social. Es necesario interpretar en esta clave muchas de las propuestas de esta ciencia, puesto que las ciudades ofrecían el anonimato necesario para la indisciplina social, pudiéndose traducir ésta en huelgas, motines y rebeliones. Están claros, pues, los numerosos puntos de contacto entre el discurso higienista y el programa ideológico burgués de la centuria pasada. Es interesante en este sentido el artículo de Capel y Tatjer(8) que refleja el miedo de las clases acomodadas a la revolución, y la instauración de servicios asistenciales para aplacar los ánimos de la creciente amenaza obrera.
 

Higienismo y ciudad, la crítica de la ciudad industrial

Como hemos visto, las grandes ciudades del ochocientos se vieron desbordadas por los conflictos generados por un crecimiento sin precedentes que tuvieron como máximo exponente el problema de la vivienda. Desde diferentes disciplinas se teorizaron y se propusieron distintos modelos de ciudad que sirvieran para paliar las secuelas de la industrialización que se fue acelerando a lo largo de la centuria. Aunque somos conscientes de la leve repercusión del fenómeno industrial en la Argentina decimonónica, las especiales condiciones demográficas que antes hemos explicado, equiparan a la ciudad de Buenos Aires con cualquier capital Europea o del norte de América. Así pues, para mejor comprender la creación de nuevas ciudades como La Plata, creemos conveniente explicar muy sucintamente cuáles habían sido a lo largo del siglo las ideas higienistas respecto a la distribución interior de las ciudades.

El primer punto que debía ser observado en una ciudad era el emplazamiento de ésta. Las propuestas en este sentido no eran más que ideas extraídas de la tradición hipocrática y los escritos de Vitrubio. Se aconsejaba el alejamiento de las zonas pantanosas y la búsqueda de climas suaves y zonas soleadas. Del mismo modo se debía tener en cuenta la dirección de los vientos dominantes y la posibilidad de catástrofes naturales.

El punto de partida de gran parte de la literatura higienista respecto a la ciudad es la visión negativa de ésta. Los ya citados problemas de hacinamiento, insalubridad, etc. y sus consecuencias sobre la degradación física y moral de sus habitantes eran alegados por los médicos como la razón para reclamar un camino de retorno al medio rural. Y más si tenemos en cuenta que las estadísticas sociales demostraban una más alta mortalidad en las ciudades que en los núcleos campesinos. Este retorno al campo significaba la diseminación de la ciudad en un vasto territorio, evitando aglomeraciones, y la descentralización de la industria, medida que tiene una doble lectura, por un lado la mejora de las condiciones de vida de los obreros y por otro la reducción del peligro de sublevaciones por parte de éstos. El higienista español Pedro Felipe Monlau proponía en su Higiene Industrial:

"Descentralización de la industria, llevando las grandes manufacturas y los talleres de alguna consideración a los pueblos rurales, a puntos algo apartados de los centros de población. () Un ensayo de colonias fabriles daría indudablemente provechosos resultados, pues en tesis general los obreros no sólo observan mejor conducta en los pueblos que en las ciudades, sino que, en igualdad de circunstancias, ellos, y sobretodo sus hijos, gozan de más cabal salud."(9)

Esta idea, que hizo mella en bastantes países, no solucionaba los problemas de los grandes núcleos de población. De este modo, ante la imposibilidad de su crecimiento, los higienistas decidieron tomar partido por su renovación interior y por la ordenación de su ampliación, sugiriendo una serie de medidas para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes y aplacar los ánimos revolucionarios.

En este sentido se proponía en primer término el derribo de las murallas de las ciudades que aún las tuviesen, puesto que impedían su expansión las obligaban a crecer hacia dentro, produciéndose los consiguientes problemas de hacinamiento, insalubridad, sobremortalidad, etc., que antes hemos mencionado. La degradación del marco urbano era atribuida en gran parte a la especulación inmobiliaria que se realizaba intramuros, el excesivo aprovechamiento del suelo comportaba una elevada densidad edificatoria, causa de muchos de los males mencionados. Así pues, la expansión de la ciudad reduciría el precio del suelo y la especulación. De esta forma los obreros podrían acceder a unas viviendas más dignas y salubres(10) . Esta expansión, se debía materializar mediante la creación de ensanches en la medida de lo posible separados del núcleo urbano originando poblaciones subalternas, aunque se consideraba cualquier tipo de ensanche como un bien para la ciudad.

De todos modos, los higienistas, conscientes de que la desaparición de las grandes ciudades era un presupuesto poco menos que utópico, presentaron medidas dirigidas a mejorar las condiciones de vida de sus habitantes con la reforma del espacio interior de la ciudad existente.

En primer lugar se debían desterrar del seno de las urbes aquellas actividades que supusieran un perjuicio a la comodidad y a la salud, tales como hospitales, cementerios, mataderos, etc.

Se debía modificar el trazado del viario y su anchura, siendo consideradas óptimas las calles largas, rectas y amplias, tanto por necesidades de aireación como de absorción del tráfico rodado, del que se produjo un importante crecimiento en la época industrial. Era necesaria también su pavimentación, para evitar los encharcamientos de aguas inmundas en el lecho de los riachuelos que se formaban en éstas. Asimismo era necesaria la apertura de plazas y la colocación de jardines.

Finalmente proponían la generalización de la red de alcantarillado, que aunque ya existía en muchos núcleos urbanos se trataba de una infraestructura obsoleta y no cubría las necesidades de la nueva ciudad industrial.
 

El problema argentino y sus diferentes condicionantes

El caso argentino era, en esencia, muy parecido al descrito para las ciudades europeas; no obstante, podemos aventurar que se desarrolló con menos virulencia que en éstas hasta el último tercio del siglo XIX, e influyeron unos factores diferentes en su configuración. En primer lugar, debemos explicar la situación geodemográfica de Argentina en la época que nos ocupa. Su territorio, se encontraba prácticamente despoblado a mediados del siglo XIX, el único punto relevante era la ciudad de Buenos Aires que, gracias a su puerto, había acrecentado su importancia desde fines del setecientos.

Durante la década de 1870 se puso en marcha la gran "Campaña del Desierto", que pretendía poblar los terrenos que aún pertenecían a los indígenas(11) . El poco peso demográfico de los argentinos en esos momentos imposibilitaba tal pretensión, por lo que se resolvió alentar la inmigración de europeos. A partir de 1875 ingentes cantidades de inmigrantes empezaron a llegar desde diferentes puntos del viejo continente, predominando los españoles e italianos.

De este modo, entre 1861 y 1870 llegaron a Argentina 159.570 extranjeros; 260.885, entre 1871 y 1880; 841.122, entre 1881 y 1890; 648.326, entre 1891 y 1900; y 1.764.101, entre 1901 y 1910(12) . Este gran número de recién llegados debía ser el que poblaría los nuevos territorios, cosa que en gran medida sucedió gracias a la fundación de nuevas ciudades, ya sea en forma de colonias agrícolas, pueblos industriales, o ciudades nacidas a lo largo del trazado del ferrocarril(13) . Pero no todos los inmigrantes que llegaron en este período tuvieron un fácil acceso a la propiedad agrícola o encontraron trabajo en las industrias que, con capital extranjero, se establecían en el territorio argentino. De este modo, Buenos Aires multiplicó por nueve su población en poco menos de cincuenta años, pasando de 177.778 en 1869, a 1.576.579 en 1914(14) . Los problemas deducibles de la defectuosa infraestructura de habitación no tardaron en hacerse patentes a pesar de la apresurada construcción de nuevos edificios, que, solamente en 1886, supuso el levantamiento de una "extensión de muros" suficientes para cerrar setenta manzanas.

Fue en este contexto en el que apareció el conventillo o casa de inquilinato. A partir de 1871, año en que la fiebre amarilla asoló la futura capital, las clases acomodadas abandonaron el sur de la misma, por ser considerada insalubre, y se trasladaron al norte(15) . Los edificios abandonados, fueron rápidamente ocupados por familias menesterosas, ocupando cada una de ellas una habitación en edificios carentes de las mínimas condiciones higiénicas. Así pues, mientras por un lado crecía la ciudad en el Norte, en el Sur, considerado como zona insalubre, empezaban a acentuarse les evidencias de la segregación social, siendo la norma el hacinamiento, acentuado por los importantes contingentes de población que llegaban a Argentina en busca de oportunidades.

Para tal cometido, no solamente se utilizaron las casas abandonadas por la burguesía en su huida hacia el norte de la ciudad, ya que los propietarios de suelo urbano cubrían sus terrenos con baratas construcciones de madera de las que obtenían beneficios realmente usurarios.

De esta manera describió Santiago de Estrada el interior de los conventillos en 1889:

"En aquellas habitaciones no tiene, por descontado, cada uno de sus moradores los treinta y cinco metros cúbicos de aire respirable que necesita el hombre para vivir en buenas condiciones higiénicas; más aún, el escaso aire que contienen no es renovable. Cuando está ocupada, la ratonera del conventillo recuerda las cajas de lata repletas de mariscos. Los hombres, las mujeres y los niños, los perros, los loros y las gallinas duermen estirados. En algunos de esos cuartos hay anaqueles que desempeñan las veces de camarotes superpuestos o de los tinglados de los gallineros. No falta negociante que haya ingeniado otros medios de alojamiento para pobres e inmigrantes. Se dice que en ciertos conventillos se alquila por la noche el piso del patio, dividido en fracciones del tamaño de una sepultura. Algunos posaderos de la muerte arriendan lo que se llama cama caliente. En la cama caliente duermen sucesivamente tres o más personas, que esperan a que les llegue el turno sentadas en los umbrales del conventillo. Se refiere también que existen cuartos atravesados por una cuerda denominada maroma, en que se apoyan por los sobacos algunos bárbaros que duermen de pie como los gansos y las grullas"(16)

La literaria descripción de Estrada, era, sin duda, un tanto exagerada, aunque nos sirve para hacernos una idea sobre la vida en el interior de las casas de inquilinato. De todos modos, la alarmista visión de las autoridades era sospechosamente moderada en cuanto a las condiciones de hacinamiento de sus inquilinos. Así pues, mientras los escritos de los reformadores, ya sea médicos, ya sea hombres de letras, hablaban de una media de cinco a diez personas por habitación, las estadísticas oficiales indicaban un número bastante menos elevado. Un informe municipal datado de 1885 y haciendo la estadística de los cinco años precedentes, cifraba la ocupación de lo que eufemísticamente llamaba apartamento en un máximo de entre dos y tres personas. Posiblemente estos datos también están alterados, dado que los conventillos se habían convertido en un problema cada vez más importante.

La cruzada higiénica y la reforma de la ciudad

Así pues, el Buenos Aires del último tercio del siglo XIX nos aparece bajo un aspecto que no difería mucho del que podía presentar cualquier ciudad europea, aunque con unos matices que, como antes hemos dicho, son de vital importancia para explicar el diferente desarrollo de los procesos de control social. De este modo describía Emilio Coni, influyente higienista, esta situación en 1887:

"En Argentina ni en la capital ni en los grandes centros encontramos grandes manufacturas y su masa de obreros mal retribuidos. El trabajo en Argentina, mejor pagado, permite a la clase pobre seguir un buen régimen alimentario y de gozar de un cierto bienestar que los obreros del viejo continente no tienen sino con muchos sacrificios. No sufren las causas que engendran las dos peores plagas: la huelga y el comunismo."(17)

A la vista de lo que hemos explicado hasta el momento, esta afirmación era más que optimista, y más teniendo en cuenta que en los conventillos vivía en 1883, según datos oficiales, una quinta parte de la población. Es de suponer, además, que el resto de edificaciones no cumplía rigurosamente los preceptos higiénicos, cosa que se deduce de las numerosas disposiciones legales que aparecen en esta época en lo tocante a la construcción de nuevos inmuebles y a la remodelación de los existentes(18) . De este modo, las nuevas edificaciones, se acogían a la siguiente reglamentación:

En las calles que no contaran con una anchura de más de 8'6 m. las fachadas alcanzarían un máximo de 12'12 m. de altura. En aquéllas cuya anchura fuera superior, las fachadas tendrían un máximo de 14 m., salvo en aquella parte del edificio que se alejara del alineamiento fijado por la municipalidad, donde podría exceder esta elevación en igual medida que alejamiento sin que la altura sobrepasase los 20m.

Los edificios de 17'5m de altura debían disponer de un patio de 40m2 de superficie, si éste era rectangular su lado más estrecho contaría como mínimo con 4 m. de anchura. En el caso en que las dimensiones o la configuración del terreno no permitiesen la construcción de un patio de dicha superficie, la casa no podría tener la altura indicada. Además los apartamentos de planta baja no podían tener un techo más bajo de 4 m., la altura mínima para los de planta quedaba fijada en 3 m.

Para que todos los alojamientos recibieran directamente de la calle el aire y la luz estaba prohibido instalar techos acristalados o de otros materiales en los patios si suponían un obstáculo a la ventilación e iluminación de los apartamentos. Asimismo, los pequeños patios de ventilación debían contar con, al menos, 4 m2 de superficie y su lado más estrecho con una anchura de 1'6 m. Del mismo modo quedaba prohibido utilizarlos como única fuente de luz y aire en las habitaciones.

Las cavas y subsuelos no podían ser utilizados como alojamientos, excepto aquellos que estuvieran elevados 1'5 m. del nivel de la acera, en este caso tenían que estar bien ventilados e iluminados por medio de aberturas o tragaluces emplazadas al nivel de la calle.

Finalmente, las cocinas, apartamentos o talleres en los cuales se ejerciera una industria productora de vapores, gases deletéreos u olores dañinos a la salud, no podían comunicarse con la calle por medio de puertas y ventanas. Solamente eran toleradas pequeñas aberturas sobre la calle para las cocinas instaladas en los subsuelos, a condición de que el hornillo no estuviera adosado al muro de fachada y que las aberturas dispusieran de una tela metálica(19).

Asimismo se legisló sobre los establecimientos incómodos e insalubres. La ciudad de Buenos aires albergaba en 1885 un total de 1455, entre los cuales se encontraban fabricas, hornos de ladrillos, cuadras o vertederos. Curiosamente, al revés que en otras ciudades europeas, éstos no fueron desterrados del seno de la aglomeración urbana, recayendo la legislación en el acondicionamiento y control de éstos.

Fue también en este período cuando se pusieron en marcha en algunos casos y se generalizaron en otros, diferentes servicios municipales como el meteorológico que atendía especialmente a la relación entre los fenómenos atmosféricos y la marcha de las enfermedades infecciosas, epidémicas y endémicas. Asimismo la distribución de agua potable, cuyo servicio contaba a principios de 1887 con 10.330 abonados, de los cuales 620, aún no estaban conectados. Paralela a la red de distribución, se retomaron las obras de evacuación, siendo construidos numerosos kilómetros de alcantarillas. En el mismo sentido de limpieza del casco urbano, se puso en marcha la recogida de basuras y el barrido y riego de las calles. Finalmente, para coronar las obras de saneamiento e higienización de Buenos Aires, se dotó a la capital de espacios públicos al aire libre, para la distracción y el paseo de los ciudadanos y se higienizaron otros tantos edificios y espacios comunitarios, tales como mercados y mataderos municipales, cementerios, cárceles y hospitales.

De las disposiciones que acabamos de citar, podemos hacernos una idea de las cualidades de las que adolecían las viviendas y espacios públicos porteños de este período. Es pues significativo, que las mentes bienpensantes solamente se exclamaran de la situación supuestamente maquillada de las casas de inquilinato, puesto que en la nueva legislación no se nombraba en ningún caso la sobreocupación de las viviendas "normales", ni se legislara su compartimentación ni la superficie de sus estancias.

De nuevo en la obra de Coni obtenemos una posible explicación a este fenómeno:

"Este estado de cosas ha alarmado vivamente a la población, puesto que la experiencia ha demostrado que estas casas son realmente focos de infección donde las enfermedades contagiosas y epidémicas han adquirido "droit de cité", amenazando así al resto de los habitantes.

La existencia de estos conventillos es evidentemente una de las causas que ha hecho difícil a Buenos Aires el mantenimiento de una buena higiene. Con sus habitaciones estrechas y húmedas, sin ventilación ni luz, el suelo nulamente o mal embaldosado, siempre han llamado la atención de los consejos municipales."

Como veremos, el peligro que para el resto de la población suponían los conventillos, fue el detonante de nuevos proyectos encaminados a paliar la amenaza a la salud y a los valores de las clases hegemónicas. Estaba demostrado que éstos eran los focos de las epidemias que asolaban a la ciudad, pero un peligro mayor se podía generar en el interior de tan insalubres estancias. La alteración del orden moral de sus inquilinos no era una cuestión vana, éstos, en gran parte sin trabajo debido al escaso desarrollo industrial, convivían en esos cuartuchos mezcladas las edades y los sexos, los más jóvenes tomaban ejemplo de los mayores, en lo que se había convertido en una escuela del vicio y la corrupción. El anonimato y la dificultad de control que ofrecían la mezcla de nacionalidades, el hacinamiento y la proliferación de estas edificaciones, podían ser detonantes de los problemas que, como hemos visto anteriormente, los burgueses alardeaban no padecer. Así pues, el temor a la sedición y a la revolución unido a la constatación de la insalubridad de las casas de inquilinato, llevaron a las autoridades a proveer paulatinamente a la ciudad de servicios asistenciales y usar de manera más intensa los ya existentes. Se introdujo así un nuevo modo de hacer en el campo de los servicios asistenciales y de la salud, siendo reemplazadas las antiguas y fragmentarias prácticas coloniales en este sentido(20) .

Un buen ejemplo sería el Hospicio de las Mercedes, construido en 1863, para alojar a los alienados de Buenos Aires. Éstos hasta el momento habían sido recluidos hasta 1853 en las prisiones de la ciudad y hasta 1863 en el Hospital General de hombres. Existían en Argentina dos asilos públicos más, uno en la capital y otro en La Plata.

Así, tanto desde el gobierno como desde sociedades filantrópicas aparecieron múltiples establecimientos de beneficencia(21) , puestos en marcha para mitigar los devastadores efectos del descontrolado crecimiento urbano. Se fundó un hospicio de niños encontrados del que, por otra parte, tenemos constancia de las malas condiciones higiénicas. También un asilo de mendicantes situado a las afueras de la ciudad y fundado por varias sociedades filantrópicas, sostenido por el municipio, donativos voluntarios y por las Hermanas de la Caridad, cuyas instalaciones se mostraron insuficientes en poco tiempo. Asimismo fueron erigidos dos orfanatos, el primero de los cuales fue puesto en marcha para los huérfanos de la epidemia de fiebre amarilla de 1871 y cuya capacidad era de 360 niños de ambos sexos. El segundo, con una capacidad de 400, construido a finales de la década de 1880 por las Damas de la Misericordia. Durante la epidemia de cólera de 1886-87, la intendencia municipal estableció tres asilos municipales para recibir las familias obligadas a abandonar las casas infectadas. Tenemos constancia de la construcción dos de ellos, de 300 y 400 individuos de capacidad respectivamente, asimismo del proyecto de otro de mayor capacidad.

En 1883, M. Alvear, intendente municipal, considerando que las casas de inquilinato y los conventillos constituían una amenaza constante para la salubridad, formuló un proyecto de construcción de cuatro casas de obreros. A pesar de un estudio concienzudo de la propuesta, el consejo municipal no acordó una sanción definitiva. Un año más tarde, la aparición del cólera en Europa hacía inminente el peligro de importación de la epidemia, y la población de Buenos Aires se preocupó más vivamente de la situación. Esta perspectiva contribuyó fuertemente a convencer a la población que la solución del problema higiénico presente y futuro de la capital residía precisamente en la construcción de casas obreras. De este modo, en 1884 el consejo municipal autorizó la construcción de un conjunto modelo.

Éste, llamado ciudad obrera municipal, fue situado al norte de Buenos Aires, en un barrio poco poblado. La superficie del terreno tenía forma de trapecio y las casas estaban dispuestas en tres grupos paralelos separados por jardines de 15 metros de ancho por 102 de largo. Cada grupo estaba compuesto de 20 alojamientos de planta baja, disponiendo cada uno de 75 m2 en el interior y de 45 m2 en un patio trasero. Todas las casas disponían de cocina, con hornillo, fregadero y agua corriente, sala de aseo con watercloset y, en el patio trasero, de un fregadero.

Diversas iniciativas privadas, bajo el patronazgo de la intendencia municipal, tuvieron como resultado la creación de más casas para obreros con buenas condiciones higiénicas, aunque desconocemos el alcance de tal fenómeno. De todos modos, la magnitud del crecimiento de habitantes hacía a todas luces imposible la solución del problema. Sebreli censaba en 140.000 los habitantes de los 2.462 conventillos existentes en 1915(22) . Como vemos, el porcentaje de ocupación de las casas de inquilinato bajó de, más o menos, el 20% de la población en la década de 1880 a un 10% en 1915. En todo caso, no debemos dejarnos engañar por los porcentajes, puesto que este descenso del problema a la mitad en números relativos suponía un aumento en números absolutos del doble.

La construcción de La Plata: ¿"el milagro de la historia" o la repetición de los errores?

En el marco de fundación de nuevas ciudades que anteriormente hemos relatado, apareció la ciudad de La Plata como consecuencia de la decisión de no mantener en un mismo núcleo la capital nacional y la de la provincia. De este modo, con el nombramiento de Buenos Aires como capital en 1880, se resolvió fundar una nueva ciudad que debería ser el emblema de la modernidad del país. Así pues, en mayo de 1881, el Poder Ejecutivo nombró una comisión de ciudadanos distinguidos para elegir el emplazamiento de la nueva capital provincial. Dejando aparte los requerimientos administrativos y de centralidad para su ubicación, se buscó un paraje de acuerdo con los preceptos higiénicos, para ello se realizó una detallada topografía médica del terreno teniendo en cuenta el clima, los vientos dominantes, la calidad de los terrenos y la cantidad y calidad del agua. El lugar designado fueron las tierras altas del puerto de Ensenada(23) .

Así pues, el 19 de noviembre de 1882, se fundó La Plata, con una población inicial de 7.000 habitantes. La razón por la cual se le denominó el "milagro de la historia" fue la rápida ejecución del trazado del plano, así como la construcción de gran número de edificios en el corto periodo de seis meses. Asimismo por el empleo de las técnicas y la dotación de las infraestructuras más modernas en aquel momento y por sus cualidades higiénicas.

El terreno escogido para su emplazamiento era un cuadrado plano de unos cinco kilómetros de lado, limitado por un boulevard de cien metros de ancho. Tenía un trazado ortogonal dispuesto a medio viento siguiendo los preceptos de la higiene. La manzana tipo era un cuadrado de 120 metros de costado y toda la trama estaba formada por calles de dieciocho metros de ancho, y avenidas de treinta metros cada seis manzanas, resultando una división de cuatro cuarteles conformados por los ejes centrales SO-NE y NO-SE y nueve cuarteles comprendidos en cada uno de los cuatro anteriores. El primero de éstos ejes fue el destinado a albergar varios edificios públicos, se trataba de una fila de manzanas monumental con la anchura tipo y comprendida entre dos avenidas de treinta metros de amplitud.

Los doce cuadrantes contiguos a este eje presentaban una particularidad, la planta de sus manzanas no correspondía a la manzana tipo, puesto que eran rectangulares, su costado más largo, paralelo al eje SO-NE, contaba con 120 m., pero el estrecho empezaba con una anchura de 60 m. aumentando 10 m. en cada una de las siete manzanas que resultaban en este cuadrante hasta la próxima avenida, llegando a los 120m de la manzana tipo en la última de éstas. Las razones de esta variación eran dos: en primer lugar geométricas, dado que el eje monumental de manzanas se encontraba justo en el centro; en segundo lugar par contribuir así a la rápida densificación del centro, ya que éstas manzanas serían más económicas que los lotes tipo del resto de la ciudad.

Asimismo se establecieron dos diagonales de treinta metros de ancho que cortaban de extremo a extremo la ciudad en sentido N-S y E-O, además de otras seis que unían entre sí los grandes parques y las principales plazas. Éstas últimas se colocaron en todas las intersecciones de las avenidas, poseyendo así cada cuartel de treinta y seis manzanas una plaza en cada esquina. En el lado del cuadrado más cercano al río, ocupando el espacio de los dos pequeños cuarteles centrales tocando al boulevard de circunvalación, se ubicó un parque en el cual se erigió el chalet del gobernador y que contaba con un hipódromo, un museo, una biblioteca y un observatorio astronómico.

Se hizo también una red de provisión de agua y una red de evacuación de inmundicias. Del mismo modo se puso en marcha un servicio de extracción de basuras y de barrido de las calles. Finalmente un hospital a doce kilómetros al noroeste de la ciudad y un cementerio en la esquina sur de la misma.

Como deducimos de la descripción del plano y de la legislación sobre nuevas edificaciones que anteriormente hemos comentado, se supone que ésta debía ser a todas luces no solamente más salubre que Buenos Aires, sino del todo higiénica. Veremos ahora estas condiciones en los primeros años de su andadura, puesto que son los únicos de los que disponemos datos, pero que nos darán luz sobre las tendencias dominantes en el campo de la higiene.

En primer lugar tenemos que destacar el rápido crecimiento de La Plata en sus primeros años de vida. De los 7.000 habitantes fundadores, se pasó a 22.000 sólo dos años más tarde y a 65.000 en 1890. Ello es debido a las ventajas que acordó dar la administración a los nuevos inquilinos de la ciudad. A pesar de la premura en la construcción de nuevos edificios, éstos fueron de nuevo insuficientes para albergar el gran número de habitantes y se repitió, aunque en proporción menor que el descrito en Buenos Aires, el modelo de casas de inquilinato. Así pues, en 1885 ya contaba la recién nacida ciudad con 77 conventillos en los que vivían 2375 habitantes. El fenómeno era menos virulento y, teniendo en cuenta que la población para 1885 era de 26.327, representaba casi un 10% de la población con una media de 2'5 inquilinos por habitación. El material de construcción era mayoritariamente la madera, siendo su proporción de tres a uno respecto de los de obra. Cabe añadir la proliferación de fondas y posadas de las que no tenemos datos sobre su ocupación, de todos modos estas eran 95, de las cuales un tercio estaban construidas en madera.

A este panorama debemos sumar la mala construcción de las viviendas y la absoluta falta de higiene, no sólo en el interior de las casas, sino en casi todo el municipio, hecho denunciado por algunos higienistas residentes en la ciudad. Estas circunstancias, sumadas a la dudosa calidad del agua de los pozos bebida en las casas no conectadas a la red de abastecimiento, tenían según los médicos directa relación con el gran número de casos de fiebre gástrica y tifoidea que alcanzó un carácter epidémico. Los higienistas se alarmaban, además, del gran número de casos de alcoholismo y de delirio trémulo, debidas a la mala calidad de las viviendas. En este sentido, es importante agregar que la tasa de masculinidad era en estos primeros años muy alta, en 1884 la población masculina representaba el 84%, esto era debido a la gran cantidad de operarios necesarios en la construcción del municipio. Finalmente, cabe remarcar la abundancia de casos de sífilis "esa desgracia social que hace beber la muerte en las mismas fuentes de la vida; anatema que, como el pecado original, alcanza á nuestros descendientes y que ha de producir una generación degradada y raquítica, si las autoridades no vigilan y reglamentan ese mal necesario que se llama prostitución"(24) .

Como se desprende del texto, la nueva ciudad, a pesar de las buenas intenciones de su proyecto se limitó a reproducir, en una escala menor, una serie de patologías que existían en la capital nacional. El "milagro de la historia" solamente era aplicable a la monumentalidad de sus edificios públicos y a la modernidad de sus servicios de tranvía, alumbrado eléctrico, etc. Una vez más, los problemas derivados de la segregación social y de la falta de calidad de vida de las clases menos favorecidas se hacían patentes en un proyecto, en principio, destinado a corregir los errores cometidos en el pasado.

NOTAS
 

1.  Estos esfuerzos reguladores se conocen bajo el nombre de Ciencia de Policía, línea de pensamiento sobre el gobierno de las ciudades que se desarrolló durante la época del despotismo ilustrado. Éste abarcaba todos los temas que concernían a su buena administración, entre ellos sus aspectos higiénicos. Es de referencia obligada en este sentido la obra de FRAILE, Pedro, 1997.

2.  CAPEL, Horacio, 1981, p. 16-19.

3.  URTEAGA, Luis, 1985.

4. FRANK, Johan.Peter, 1779-1817.

5.  CHADWICK, Edwin, 1842.

6.  BALAGUER, Emilio y BALLESTER, Rosa, 1972-75.

7. Para ver las líneas directrices de la nueva ciudad imaginada por los higienistas ver URTEAGA, Luis, 1985.

8.  CAPEL, Horacio y TATJER, Mercedes, 1991.

9.  MONLAU, Pedro Felipe, 1856.

10.  MONLAU, Pedro Felipe, 1841.

11.  LÓPEZ del AMO, Fernando, 1989, p. 180.

12.  VÁZQUEZ RIAL, Horacio, 1994.

13.  Para ver la expansión del ferrocarril en Argentina en la segunda mitad del siglo XIX ver LÓPEZ del AMO, Fernando, 1989, p. 180. Para la fundación de nuevas ciudades en la misma época ver VIÑUALES, Graciela María, 1985.

14.  VÁZQUEZ RIAL, Horacio, 1994, p. 172.

15.  VÁZQUEZ RIAL, Horacio, 1994, p. 170.

16.  ESTRADA, S. de, 1927. Citado en VÁZQUEZ RIAL, Horacio: 1994, p. 173.

17.  CONI, Emilio R., 1887, p. 2.

18.  Esa tendencia reglamentista era común en gran parte de occidente, para más información ver MANCUSO, Franco, 1980.

19.  CONI, Emilio R., 1887, p. 78-83.

20.  Para ver el clima de ideas que generó este cambio ver GONZÁLEZ LEANDRI, Ricardo, 1989, p.77-81. Para más información sobre el paso del antiguo al nuevo modelo de beneficencia ver ÁLVAREZ-URIA, Fernando, 1983.

21.  Esto ocurrió en un momento en que los médicos querían, de una vez por todas, hacrse con el control de todo lo tocante a sanidad, cosa que representó fuertes tensiones con las sociedades filantrópicas y las órdenes religiosas. En este sentido ver GONZÁLEZ LEANDRI, Ricardo, 1989, p.82-88.

22.  SEBRELI, J.J., 1979. Citado en VÁZQUEZ RIAL, Horacio, 1994.

23.  Todas las informaciones relativas a la construcción de la ciudad de La Plata están sacadas de estos textos: CONI, Emilio R., 1885.; CONI, Emilio R., 1887.; y VIÑUALES, Graciela María, 1985.

24.  GARCÍA FERNÁNDEZ, Juan, 1885.
 

BIBLIOGRAFIA

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VIÑUALES, Graciela María. Las ciudades de nueva fundación en la Argentina (1870-1925). In BONET CORREA, Antonio. Urbanismo e historia urbana en el mundo hispano, Segundo simposio, 1982. Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 1985, vol. I, p. 651-672.
 

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