Scripta Nova  Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 45 (48), 1 de agosto de 1999
 

IBEROAMÉRICA ANTE LOS RETOS DEL SIGLO  XXI.
Número extraordinario dedicado al I Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

LOS TRABAJADORES URBANOS EN LA CUBA DEL SIGLO XIX Y El SURGIMIENTO DEL ABOLICIONISMO POPULAR EN CUBA.
 

Joan Casanovas Codina
Dept. d'Historia i Geografia
Universitat Rovira i Virgili
Tarragona 


Resumen

En la Cuba del siglo XIX, las divisiones raciales y de origen (criollo o español) que la sociedad esclavista y el colonialismo español crearon entre los habitantes fueron de tal intensidad, que afectaron profundamente al desarrollo de las asociaciones de artesanos desde sus inicios a finales de la década de 1850. Aunque existían trabajadores de muy diverso rango e índole, paradójicamente la sociedad esclavista y las leyes coloniales propiciaron la creación de vínculos de clase entre trabajadores de diferente origen, raza y grado de libertad. La esclavitud apoyada por las leyes coloniales no sólo sirvió para explotar a los esclavos, sino que también permitió a la elite socioeconómica endurecer las relaciones laborales de los trabajadores urbanos jurídicamente libres. Los trabajadores urbanos libres compartían muchas de las adversidades impuestas a los trabajadores no libres, lo cual llevó a las organizaciones de trabajadores, primero a oponerse al uso de trabajadores no libres en las fábricas, y posteriormente a defender la abolición de la esclavitud. 


La historiografía existente sobre los trabajadores cubanos se ha concentrado principalmente en la cuestión de la esclavitud rural dejando de lado a los trabajadores urbanos. Se conoce poco sobre la transición del trabajo libre en los centros urbanos de Cuba, y los estudios sobre movimiento obrero en Cuba no analizan la interrelación existente entre los trabajadores libres y los no libres, pese a que para desarrollar un análisis completo de la historia de los trabajadores es necesario tomar en cuenta al conjunto de las clases populares urbanas, tanto libres como no libres, en su interconexión y constante evolución.

El hecho de que los esclavos pudieran ser utilizados como trabajadores calificados significó que los trabajadores libres y los no libres coexistieran en todos los sectores productivos. Siguiendo esta línea de análisis, considero que las condiciones de trabajo que crearon la esclavitud y el régimen colonial español en los centros urbanos de Cuba impulsó a los sectores populares urbanos a construir vínculos de clase por encima de las divisiones raciales y étnicas. La esclavitud y las leyes coloniales sirvieron no sólo para explotar el trabajo esclavo; también permitieron a la elite endurecer las condiciones laborales de los trabajadores libres o parcialmente libres en los centros urbanos.

La esclavitud era el modelo laboral de la elite en Cuba, la cual consideraba esencial aplicar una rígida segregación racial para sostenerla. Cuando no podía emplear esclavos, la elite socioeconómica buscaba obtener el equivalente más próximo: es decir, trabajadores a contrata, aprendices, soldados, prisioneros, etc. Además tal como afirma el historiador Julio

Le Riverend, la presencia de trabajadores no libres o semilibres se utilizó para presionar a los trabajadores libres para que aceptasen condiciones de trabajo más duras. Hasta la década de 1880, los trabajadores libres de Cuba estuvieron bajo la constante amenaza de ser reemplazados por trabajadores forzados. Por tanto, los trabajadores libres cooperaron cada vez más con los trabajadores no libres para eliminar la esclavitud y transformar la sociedad colonial.
 

El impacto de la esclavitud entre los trabajadores libres de mediados del siglo XIX
 

La elite hispano-criolla, no obstante, nunca logró crear una sociedad totalmente segregada en términos de raza y orígen (peninsular o criollo). La convivencia de trabajadores libres y no libres fue particularmente intensa en los centros urbanos. En la producción agrícola era más fácil que en los oficios urbanos separar a los trabajadores libres de los no libres, incluso cuando ambos tipos de trabajadores estuvieran realizando la misma tarea. En cambio en los centros urbanos de Cuba, la fuerte demanda de trabajo y los reducidos espacios destinados a la manufactura significaron que los trabajadores libres y los no libres estuvieran constantemente en contacto en los mismos talleres y fábricas, y bajo la tutela de los mismos patronos y capataces. La proximidad contribuyó a que los trabajadores urbanos construyeran una identidad compartida y reconocieran sus intereses comunes, con lo cual pudieron establecer las bases para desarrollar una acción colectiva. Además, la intensísima militarización de Cuba creó una atmósfera de dura represión política para el conjunto del sector popular.

Con la colosal expansión de la economía urbana a partir de la década de 1830, la elite socioeconómica cubana buscó formas de trabajo más coercitivas. En atención a estos intereses, la administración colonial creó mecanismos legales para coaccionar jurídicamente a los trabajadores libres. Un ejemplo de la relación entre la elite socioeconómica proesclavista y la administración española es el Reglamento de aprendizaje que estuvo vigente en Cuba desde fines de la década de 1830 hasta mediados de la de 1870. Este reglamento permitió el endurecimiento de las condiciones laborales para los aprendices, muchos de los cuales eran trabajadores jurídicamente libres, y también para los trabajadores urbanos en general. Fue diseñado y aplicado precisamente cuando la demanda de trabajo aumentaba en Cuba debido al tremendo crecimiento económico de aquellos años.

Los antiguos contratos de aprendizaje establecían que el aprendiz debía trabajar de dos a cinco años sin jornal en un taller para aprender el oficio. Tanto esclavos como trabajadores libres podían ser aprendices. Sin embargo, en 1837, siguiendo las sugerencias de Bachiller de la Sociedad Económica, el gobierno decretó que los aprendices debían ser escriturados, y que la Sociedad Económica se encargase de supervisar a los aprendices y a sus maestros en todos los principales centros de Cuba, por medio de una Junta de Aprendizaje. Esta Junta además debía ocuparse de escriturar a los niños huérfanos y abandonados y a aquellos cuyos padres o propietarios aceptaran el Reglamento, a cambio de la enseñanza y la manutención de los menores escriturados. La Sociedad Económica podía colocar a los aprendices escriturados en los talleres que había creado expresamente para ellos o en cualquier otro taller, incluso sin el consentimiento de sus maestros.

Como en épocas anteriores, los aprendices no recibían jornal durante varios años, pero ahora tenían que permanecer como tales hasta mucho después de aprender bien el oficio, debido al largo plazo que la escritura fijaba para que el aprendiz quedara libre y pudiese presentarse al examen de oficial que la Sociedad Económica supervisaba.

Es difícil evaluar el impacto del Reglamento de aprendizaje introducido en la década de 1830. La elite socioeconómica y administrativa deseaba tantos aprendices escriturados como fuera posible, porque eran una forma barata de trabajo no libre, y porque cuantos más aprendices hubiera, tanto libres como esclavos, más oficiales entrarían en el mercado laboral en el futuro, con lo cual los jornales tenderían a disminuir. Al colocar niñas y niños huérfanos, abandonados o pobres en los talleres y fábricas, probablemente la administración aumentó en un cuarto o más el número de aprendices existentes en ciudades como La Habana, la cual ya contaba con más de 4.000 aprendices a finales de la década de 1830. Fue un sistema de aprendizaje que endureció las condiciones de trabajo y de vida de los aprendices escriturados directamente por la administración o por sus padres y tutores.

A mediados de la década de 1860, un semanario obrero publicó un pequeño cuento caricaturizando esta forma de aprendizaje: "Pues, señor, este era un hombre que [...] á los diez años entró de aprendiz en una imprenta y á los cuarenta había aprendido tanto como el primer dia, hasta que su principal, viendo que ya era viejo y que no prestaba utilidad lo echó fuera de su casa". El aprendizaje escriturado duró hasta poco después de la Guerra de los Diez Años en 1878, pero en los talleres los duros castigos físicos persistieron al menos hasta el cambio de siglo.

Otra fórmula coercitiva oficial relacionada con Reglamento de aprendizaje era la Libreta del tabaquero utilizada en La Habana desde inicios de la década de 1850 hasta inicios de la de 1860. La administración instituyó la Libreta del tabaquero en respuesta a las quejas de los fabricantes de puros de que la fuerte demanda de trabajo permitía a los artesanos ocupados en torcer las hojas de tabacos (conocidos como "tabaqueros") "abusar" de sus patronos. Específicamente, los fabricantes insistían en que los tabaqueros no devolvían el dinero que les habían dado como anticipo de sus jornales para asegurarse de que trabajarían en sus talleres o fábricas. Según las reglas del sistema de la Libreta, cada oficial tabaquero tenía que registrarse en la Sección Industrial de la Sociedad Económica, precisamente, la sección que se encargaba de vigilar a los aprendices. La Libreta registraba el centro de trabajo del tabaquero, su lugar de nacimiento, su domicilio, su aspecto físico y si poseía o no una licencia de oficial.

Ningún fabricante de tabaco podía aceptar a un trabajador libre o a un esclavo que se alquilase sin la Libreta. Donde fuera que el oficial encontrara empleo, el patrono guardaba la Libreta. Allí podía anotar la cantidad de dinero que adelantaba al empleado. Esta última cláusula se debía a que los patronos en Cuba solían adelantar dinero a sus empleados para atraerlos a un taller determinado. Si el patrono anotaba que el trabajador le debía dinero, este no podía dejar la fábrica.

La Libreta era obviamente un mecanismo para "enganchar" al trabajador semejante al "peonaje por deudas" utilizado en las haciendas de varios países latinoamericanos. Era también parecida a la Libreta implantada en Puerto Rico entre 1849 y 1873 para los trabajadores rurales. Era el patrono, no la administración ni el empleado, quien anotaba la deuda del trabajador. Como la producción tabacalera decrecía cada año de enero a julio, muchos tabaqueros aceptaban adelantos en metálico durante estos meses, de modo que cuando la demanda de trabajo y los jornales subían de julio a diciembre, aquellos tabaqueros no tenían más remedio que trabajar para sus acreedores por jornales bajos, en vez de ganar jornales más altos en otros talleres.

En 1859, el capitán general José Gutiérrez de la Concha trató de extender el sistema de la Libreta a todos los oficios e incluso a los trabajadores rurales de toda la isla. Con todo, el proyecto de Concha fracasó y el sistema de la Libreta nunca pudo extenderse más allá de la industria del tabaco. A inicios de la década de 1860, la libreta del tabaquero cayó en desuso, aunque esto no impidió que la administración continuase discutiendo la posibilidad de crear "talleres" y de resucitar la Libreta para controlar la vagancia y ayudar al empresariado a disciplinar a la fuerza de trabajo. Incluso después del fin de la esclavitud en 1886, la administración colonial trató sin éxito de implementar el mismo sistema de la libreta a los sirvientes domésticos, muchos de los cuales habían sido esclavos.

Los mecanismos legales para coaccionar jurídicamente a los trabajadores libres con el fin de convertirlos en trabajadores semilibres se emplearon también contra los inmigrantes peninsulares. Este era el caso de los dependientes en talleres y comercios, cuyas vidas eran similares a las de los aprendices. La gran mayoría de dependientes eran inmigrantes peninsulares pobres que vivían y trabajaban en condiciones sumamente opresivas. La mayoría estaban empleados en pequeñas tiendas y talleres. Por lo común vivían en su lugar de trabajo, a menudo con algunos aprendices, esclavos o trabajadores asiáticos sujetos a contrata, con los cuales a menudo realizaban las mismas tareas y compartían muchas condiciones de trabajo. La jornada diaria era generalmente de dieciséis horas, sin descansar ni aun el domingo, y su libertad de movimientos se veía seriamente limitada. Sin embargo, a diferencia de los esclavos y los trabajadores asiáticos sujetos a contrata, la mayoría de dependientes podían dejar el centro de trabajo una vez cada quincena. Aun así, para trabajar o para buscar colocación en otra tienda, los dependientes necesitaban autorización oficial. Además, también sufrían duros castigos corporales. Incluso después de la abolición de la esclavitud y hasta inicios del siglo XX, este grupo de trabajadores permaneció en situación de semilibertad y continuó soportando deplorables condiciones de trabajo.

Los soldados españoles también sufrían las consecuencias de las duras condiciones de trabajo en Cuba. Apenas desembarcaban en Cuba, los soldados rasos se convertían en trabajadores semilibres ocupados en una serie de actividades productivas. Tal como escribió en 1865 el brigadier Antonio López de Letona, ex-gobernador de una provincia cubana, este fenómeno estaba mucho más extendido en Cuba debido a "la escasez de brazos que el país esperimenta para toda clase de trabajos y de industrias". Por consiguiente, los oficiales del ejército permitían que la tropa trabajase "en las obras públicas y particulares, y aun en servicios domésticos". La proporción de soldados rebajados en el ejército era tan alta, que al estallar la Guerra de los Diez Años, sólo un tercio de las tropas españolas en Cuba estaban preparadas para combatir. Desde mediados de la década de 1850, el capitán general Gutiérrez de la Concha intensificó el uso de soldados para que trabajasen bajo disciplina militar en todo tipo de obras públicas o empresas privadas, con lo cual no hacía más que utilizarlos como si fuesen presos de las cárceles. A menudo las diferencias de trato entre unos y otros eran mínimas.

Además de la disciplina militar, la administración se sirvió de la miseria existente en los cuarteles para compeler a los soldados a que buscasen su sustento trabajando fuera de los mismos. Por consiguiente, la mayoría de los soldados rasos estaban constantemente rebajados de servicio para poder trabajar como cigarreros, tabaqueros, pintores, albañiles, criados, peones agrícolas, macheteros, o cualquier otra ocupación que les proporcionase un jornal.
 

Los inicios del movimiento obrero cubano
 

Alentado por condiciones políticas favorables, el movimiento obrero cubano que surgió a fines de la década de 1850 se hizo más fuerte durante la década siguiente. En la década de 1860, el gobierno español y la elite socioeconómica cubana se vieron compelidos a emprender un proceso de reformas coloniales. El crecimiento de la inmigración peninsular y la presión internacional contra la trata de esclavos africanos hasta su extinción en 1867, aumentaron la proporción de blancos en Cuba. Por primera vez en lo que iba de siglo, a partir de 1857 las estadísticas oficiales mostraban que el número de blancos en la isla superaba claramente al de negros. De modo que la política colonial tradicional basada en amedrentar a la elite criolla con que Cuba "no sería otra cosa que española ó africana" perdió credibilidad.

Consuetudinariamente en Cuba la administración había favorecido sistemáticamente al llamado "partido español", constituido por un grupo de ricos comerciantes, empresarios tabacaleros y hacendados peninsulares que monopolizaban la política local en la isla. En la década de 1860, sin embargo, la administración permitió a la elite criolla debatir las reformas coloniales mediante la fundación o ampliación de asociaciones y periódicos. La elite criolla recibió con satisfacción este giro político y lo utilizó para promover la reforma de la política colonial agrupándose en el llamado "movimiento reformista", una especie de partido político. El reformismo criollo respaldaba el libre comercio para promover las exportaciones cubanas, la inmigración blanca y la abolición inmediata del tráfico de esclavos, pero no de la esclavitud. Como estas reformas eran específicas para Cuba, el movimiento reformista quería que la isla disfrutase de cierto grado de autonomía.

Con el fin de equilibrar la ausencia casi absoluta de comerciantes y propietarios de fábricas de tabaco en sus filas, y para debilitar su oposición, el movimiento reformista buscó el respaldo de los artesanos blancos atenuando su apoyo a la esclavitud. Los trabajadores blancos libres se oponían al uso de trabajadores no libres en las fábricas y talleres porque permitía a los patronos endurecer las condiciones laborales. El movimiento reformista, por tanto, a comienzos de la década de 1860 empezó a presentarse como más cercano al abolicionismo expresando simpatías por la Unión en la Guerra de Secesión norteamericana. Además, los reformistas empezaron a difundir la idea de que los artesanos deberían tener acceso a la educación y a la cultura, que deberían formar cooperativas y sindicatos, y que tenían derecho a recurrir a la negociación colectiva y a elegir delegados con este fin. La disminución de la censura de prensa desde inicios de la década de 1860 permitió a los reformistas incluso debatir ideas socialistas por primera vez en Cuba.

El surgimiento del reformismo creó una atmósfera favorable a la movilización obrera entre las clases populares, y muchos artesanos blancos se unieron al movimiento reformista. Ya en 1848, unos cuantos artesanos españoles habían fundado un centro de instrucción y recreo en uno de los barrios de La Habana, y a fines de la década de 1850 la administración autorizó algunas sociedades de socorros mutuos, racialmente segregadas tanto en el Occidente cubano, como en Camagüey, en la mitad oriental de la isla. Sin embargo en 1865, por primera vez estalló una ola de huelgas de los tabaqueros, quienes dieron a conocer sus demandas a través de la prensa reformista. Pocos meses después de estas huelgas, los impresores y los tabaqueros intentaron fundar una asociación para todos los trabajadores blancos de estos dos oficios en La Habana. No obstante la administración estorbó su tentativa y sólo permitió asociaciones de tabaqueros del mismo barrio. Los artesanos de La Habana también fundaron el primer periódico obrero, La Aurora, un semanario estrechamente ligado al diario reformista El Siglo.

Las dificultades para ampliar la organización obrera debidas a la represión gubernamental, llevaron a los editores de La Aurora a concentrarse en la educación de los artesanos. Así, una de las primeras campañas de La Aurora fue promover la lectura de libros y periódicos durante la jornada de trabajo en las fábricas de tabaco. La "lectura" consistía en que una persona leyera en voz alta mientras sus compañeros tabaqueros torcían hojas de tabaco. Pronto se convirtió en la institución cultural más importante entre los tabaqueros de Cuba durante casi un siglo. Pese a la oposición de los fabricantes de tabaco, hacia mediados de 1866 la lectura era una actividad cotidiana en la mayoría de las grandes fábricas y talleres de La Habana y sus suburbios. Además de la lectura, los artesanos de La Habana comenzaron a fundar escuelas para educarse y educar a sus hijos.

Las huelgas así como la lectura contribuyeron a difuminar las divisiones de raza y status entre los trabajadores. Como los trabajadores libres y no libres trabajaban juntos en las fábricas de tabaco, es de suponer que los trabajadores de color e incluso los esclavos autoalquilados participaran en las huelgas. Asimismo, los esclavos, los trabajadores chinos sujetos a contrata y los negros libres formaban parte de la audiencia de la lectura en las fábricas. Pese a la censura de la administración y de los fabricantes, en la lectura los trabajadores no libres podían escuchar denuncias directas o disimuladas de los abusos físicos en las fábricas. También es posible que escucharan las proclamas abolicionistas de la Sociedad Abolicionista Española fundada en 1865 en Madrid o de los separatistas cubanos en el exilio. El movimiento obrero de la década de 1860 no obstante nunca dio apoyo explícito a la abolición.

La rápida expansión de la lectura y de las asociaciones de tabaqueros enfureció a la gran mayoría de los fabricantes de puros, quienes recurrieron a diversas tácticas represivas como el despido de trabajadores alegando sin justificación real que había escasez de hoja de tabaco. Paralelamente a ese esfuerzo, desde mediados de 1866 los fabricantes intensificaron sus esfuerzos dentro del "partido español" por detener el avance del movimiento reformista criollo. Las tensiones existentes entre peninsulares y criollos aumentaron tanto entre los sectores dominantes como entre los populares.

Durante este período los conflictos entre los artesanos que apoyaban al régimen español y los artesanos que apoyaban la autonomía o la independencia cubana se hicieron más frecuentes. Los artesanos españoles ocupaban un lugar preferencial en las fábricas de tabaco: la mayoría de capataces eran españoles y los empleos mejor pagados estaban en sus manos. De forma que con el alza de la movilización obrera, los trabajadores criollos y los de color trataron de mejorar sus respectivas situaciones.

El viraje de España hacia una política colonial reaccionaria a partir de mediados de 1866 y el fracaso del movimiento reformista permitieron a los separatistas conseguir el apoyo popular necesario para desatar la Guerra de los Diez Años en octubre de 1868. Puesto que la tendencia dominante en el movimiento separatista cubano hasta la década de 1860 había sido promover la anexión a Estados Unidos para salvaguardar la posición privilegida de la elite esclavista, los trabajadores casi no habían participado hasta entonces en las conspiraciones separatistas. Sin embargo, la represión al movimiento obrero y el giro hacia el populismo y el abolicionismo de un sector de los líderes separatistas, llevó a muchos artesanos blancos y de color a apoyar el ideal separatista.
 

La formación de un movimiento obrero dual
 

El estallido de la guerra dio al partido español la oportunidad de recobrar gran parte del poder perdido. La debilidad política y militar de España, debida al inicio del Sexenio Revolucionario en la metrópoli, obligó a la administración colonial a apoyarse en el partido español para retener la isla bajo su dominio. A medida que la campaña separatista crecía, el partido español amplió su base armando a la mayoría de peninsulares y los conminó a alistarse al cuerpo de Voluntarios, una milicia irregular fundada algunos años antes de la guerra y que pasó de tener 10.000 hombres en 1868 a tener 70.000 a comienzos de la década de 1870.

La violencia que desataron los Voluntarios obligó a miles de trabajadores criollos a exilarse, en su mayoría al sur de la Florida y a Nueva York. Este éxodo masivo llevó a la formación de dos ramas del movimiento obrero cubano. Pese a la represión ya la creciente militarización de los centros urbanos de Cuba, pertenecer al cuerpo de Voluntarios permitió a algunos artesanos peninsulares participar en algunas sociedades de socorros mutuos y de recreo. Por su parte, los trabajadores exiliados en Estados Unidos utilizaron la experiencia adquirida en las asociaciones establecidas en Cuba a partir de la década de 1850 para desarrollar su propio movimiento obrero.

Aunque estas dos ramas del movimiento obrero cubano tenían un pasado común en las luchas de mediados de la década de 1860, la guerra determinó su evolución independiente durante diez años. Como en los períodos anteriores en que la política colonial era duramente represiva, durante la guerra los peninsulares se convirtieron en el grupo dominante en las asociaciones populares. Por tanto, fue sólo en las comunidades del exilio en Estados Unidos donde los criollos pudieron ocupar posiciones de liderazgo en las asociaciones populares. En su conjunto estas asociaciones pusieron los cimientos para que el movimiento obrero pudiera crecer después de la guerra.

La evolución de estas dos ramas del movimiento obrero cubano muestra que el sector popular urbano, tanto en el Occidente cubano como en las comunidades de la emigración, trataba de superar las fuertes limitaciones que la guerra imponía a los trabajadores. Dentro de Cuba, pese a la fuerte militarización de la sociedad colonial, los trabajadores trataron de limitar el poder del partido español. Aunque los peninsulares ricos ocupaban los puestos de oficiales en los Voluntarios, la participación masiva de los peninsulares de clase trabajadora en esta milicia irregular significó que al menos una parte de los trabajadores retuvo cierta capacidad de negociación frente a la administración, lo cual permitió a los peninsulares de clase trabajadora fundar gremios, sociedades de socorros mutuos y centros de instrucción y recreo.

Por su condición de Voluntarios y de peninsulares, en 1872 los escogedores de tabacos de La Habana pudieron establecer la Sociedad Protectora del Gremio de Escogedores, el primer sindicato de oficio de Cuba. Mientras tanto, los litógrafos y los cocheros, dos oficios en que había muchos españoles, pudieron incluso declarar algunas pequeñas huelgas durante otoño de 1872.

Las favorables circunstancias políticas durante la república española de 1873 contribuyeron a que el movimiento obrero dirigido por los peninsulares desafiara el poder del partido español. Un aspecto principal de este enfrentamiento fue el abolicionismo de los republicanos federales, quienes querían que se hicieran extensivas a Cuba la ley electoral y la ley de abolición que el gobierno de la República Española había otorgado a Puerto Rico en 1873. Dicho abolicionismo, sin embargo, no implicaba la ausencia de racismo. Siguiendo al ideario reformista, siempre tan preocupado por el blanqueamiento de la isla, un semanario obrero, contrario a la entrada de trabajadores asiáticos sujetos a contrata, manifestaba que Cuba debía aumentar su población, pero que esta debía ser de "raza blanca ó europea".

La caída de la Primera República Española significó un grave retroceso para los republicanos en Cuba, pero pese a la represión, el movimiento obrero republicano federal persistió. Así, cuando la transformación de la sociedad colonial debido a la Guerra de los Diez Años forzó a España a iniciar la reforma del sistema colonial antes de que la guerra concluyese, los republicanos federales resurgieron y, en 1876, establecieron el Recreo de Obreros, que se convirtió en el centro más importante del movimiento obrero en Cuba. A causa de estos cambios de la política de la metrópoli a fines de la guerra y a la reducción del número de esclavos, incluso los trabajadores de color lograron establecer asociaciones luego de casi veinte años de prohibición. Por ello, cuando en febrero de 1878 los separatistas cubanos y el ejército español firmaron la paz con el Pacto del Zanjón, había ya una red de asociaciones populares que permitieron al movimiento obrero expandirse rápidamente.

Por otra parte, los obreros exiliados no participaron incondicionalmente en el movimiento separatista. Debido a la actitud hostil a las demandas obreras por parte del ala conservadora del liderazgo separatista, los aldamistas, los trabajadores exiliados se unieron a los quesadistas, el ala izquierdista del movimiento, y entablaron contactos con la Asociación Internacional de los Trabajadores. Al igual que en Cuba, el Pacto del Zanjón permitió el inició una profunda transformación de las comunidades de trabajadores exiliados cubanos. Después de la guerra, la libertad para entrar y salir de Cuba dio a los tabaqueros exiliados una mejor posición negociadora en los conflictos laborales en las fábricas de tabaco, que en muchos casos eran propiedad o estaban dirigidas por hombres estrechamente vinculados a la cúpula dirigente del movimiento separatista. En 1878 muchos de estos trabajadores regresaron a Cuba para unirse a sus compañeros en la isla, a la vez que el movimiento separatista decrecía.
 

Un nuevo movimiento obrero
 

El Pacto del Zanjón, firmado en febrero de 1878, marcó el inicio de un período en que España intentó una transformación sustancial del sistema colonial otorgando un grado de libertad nunca experimentado anteriormente en Cuba. El capitán general disminuyó la censura de prensa, autorizó el retorno de los exiliados, reformó el sistema administrativo, redujo drásticamente el número de tropas regulares en la isla y autorizó la formación de partidos políticos. El partido español se agrupó en torno al Partido de Unión Constitucional (UC), en tanto que los antiguos reformistas criollos lo hicieron entorno al Partido Liberal de Cuba (PLC). En lo que se refiere a los trabajadores, las organizaciones obreras reformistas unieron sus fuerzas a las de un grupo de profesionales liberales para fundar el Partido Democrático (PD), heredero del movimiento republicano-federal de 1873, y por lo tanto abolicionista, asimilacionista y contrario al proteccionismo comercial. El movimiento republicano era muy popular, e incluso el dirigente separatista José Martí lo apoyó públicamente, pero la represión colonial, la censura y la restricción del voto hicieron que el PD tuviera una existencia intermitente, e impidieron que consiguiese tener representación en los municipios, las diputaciones y las Cortes.

Estos cambios de la política colonial tuvieron un profundo impacto en el movimiento obrero. El declive de la esclavitud hasta su definitiva abolición en octubre de 1886, y la transformación del aparato represivo utilizado para sostener la esclavitud, propiciaron el surgimiento de muchas asociaciones obreras, varias de las cuales se basaban en asociaciones ya existentes clandestina o semiclandestinamente. Durante la guerra, estas asociaciones habían podido funcionar declarando que su principal propósito era ofrecer educación, actividades culturales y servicios de ayuda mutua a sus miembros. Con las reformas políticas que siguieron a El Zanjón, no obstante, muchas de estas asociaciones tomaron un carácter más radical y surgieron varios sindicatos legales de trabajadores que establecieron vínculos otros sindicatos cubanos en la isla on en EE.UU. De nuevo los criollos blancos comenzaron a ocupar algunos puestos en las directivas de las asociaciones junto a los peninsulares. Paralelamente al surgimiento de estas asociaciones, y muchas veces en conexión con ellas, las personas de raza negra fundaron un sinfín de asociaciones, lo que sugiere que este grupo social inicialmente tuvo un papel bastante limitado en los principales sindicatos.

En sus comienzos, los dos partidos de la elite socioeconómica, el PLC y la UC, siguieron líneas políticas que ejercían poca atracción sobre el creciente movimiento asociacionista popular. Una cuestión crucial fue el abolicionismo sumamente moderado e insincero de ambos partidos, y el limitado interés que mostraban por la situación de los trabajadores urbanos. El impacto de la sublevación breve, pero abiertamente abolicionista y separatista, llamada la Guerra Chiquita (1879-1880) y la profundización de las reformas coloniales después de ella, permitieron al movimiento obrero dirigido por los reformistas intentar dar vida al republicano Partido Democrático (PD) en 1881. Pese a que el PD nunca consiguió que alguno de sus candidatos saliese elegido, su popularidad empujó al PLC hacia el abolicionismo. La posición cada vez más marginal del PLC, predispuso ese partido a hacer concesiones a los republicanos. Hasta el fin de la esclavitud en 1886, los republicanos mantuvieron la presión sobre los autonomistas en la cuestión de la abolición. De forma que los republicanos con el apoyo del movimiento obrero contribuyeron sustancialmente a generar una atmósfera social y política favorable a la abolición.

El crecimiento del movimiento obrero y la evolución de la política de partidos probablemente fue uno de los factores que aceleró la descomposición de la esclavitud. La administración colonial continuó tratando al movimiento obrero duramente, precisamente porque temía que el crecimiento de la organización obrera llevaría a los trabajadores no libres a tomar una actitud más militante. La diferente evolución de la tasa de emancipación de los esclavos en las provincias de La Habana y Santa Clara y las luchas laborales de los trabajadores libres y no libres en algunas plantaciones del occidente cubano, sugieren que en las áreas más cercanas a los centros de movilización obrera, tales como la ciudad de La Habana, la emancipación avanzó más rápidamente.

Después del Pacto del Zanjón, la simultánea decadencia de la esclavitud y del aparato represivo que la sostenía tuvo un gran impacto en las relaciones laborales: permitió que creciera la militancia obrera y el sindicalismo y que mejoraran las condiciones de trabajo. Para contrarrestar esta tendencia, los patronos ya no podían contar con el mismo nivel de intervención de la administración colonial como antes del Pacto del Zanjón. Las tensiones de clase se intensificaron de tal modo, que cada vez era más frecuente que trabajadores de raza y origen diferente se unieran para defender conjuntamente sus intereses laborales y sociales.

Fue en este clima de creciente enfrentamiento de clase que por primera vez surgieron públicamente propagandistas anarquistas que comenzaron a atraer un número creciente de trabajadores. Habiendo quedado seriamente desprestigiados los reformistas por sus ineficaces métodos de lucha sindical y por su proximidad al partido español, una vez que la economía comenzó a crecer a mediados de la década de 1880, los trabajadores urbanos empezaron a elegir anarquistas para los puestos dirigentes más importantes en el movimiento obrero. El desastroso papel de los reformistas en una gran huelga de los tabaqueros en 1886 aceleró más esta evolución.

El fin de la esclavitud, la principal barrera que dividía a las clases populares y la principal razón del extremo intervencionismo estatal en las relaciones laborales, promovió la rápida expansión del movimiento obrero. Con la movilización masiva de personas de diferente raza y etnicidad, el movimiento obrero eliminó la mayor parte de métodos residuales de la época de la esclavitud para disciplinar la fuerza de trabajo, y contribuyó a la rápida transformación de la sociedad colonial.
 

Conclusión
 

La evolución del movimiento obrero en la Cuba del siglo XIX ilustra como las capas subalternas de la sociedad se interesaron cada vez más en eliminar la esclavitud así como en transformar el status colonial de Cuba. La situación de los aprendices escriturados, la Libreta del tabaquero, las condiciones de los dependientes y el trabajo de los soldados del ejército regular, sugieren que la esclavitud y la administración colonial eran una rémora para la lucha por la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores jurídicamente libres. En sus inicios durante la década de 1860, el movimiento obrero cubano se opuso al uso de trabajo esclavo en fábricas y talleres. Pese al hecho de que durante la Guerra de los Diez Años los peninsulares dominaron las organizaciones de trabajadores existentes dentro de Cuba, desde la década de 1870 el movimiento obrero apoyó explícitamente la abolición. En los años ochenta, las dos alas del movimiento obrero cubano, la de dentro de la isla y la de Estados Unidos, fueron entrelazándose cada vez más. Nuevamente los criollos pudieron ocupar puestos en las directivas de las asociaciones, en tanto que los trabajadores de color comenzaron a integrarse en las bases. Estas circunstancias dieron nuevos bríos al movimiento obrero que logró empujar al PLC a hacer del abolicionismo una de sus principales causas. La política partidaria después de la abolición y el reformismo colonial propiciaron un clima de mayor libertad, en que el movimiento obrero pudo movilizar al sector popular como nunca antes. En unos pocos años, los trabajadores cubanos lucharon exitosamente contra los métodos de disciplinar a los trabajadores que quedaban de la era esclavista, tales como la discriminación racial contra los trabajadores de color y el castigo físico de aprendices y dependientes.
 
 

© Copyright: Joan Casanovas Codina, 1999

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