Scripta Nova  Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 45 (5), 1 de agosto de 1999
 

IBEROAMÉRICA ANTE LOS RETOS DEL SIGLO  XXI.
Número extraordinario dedicado al I Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

LAS TRANSFORMACIONES ACTUALES DEL ESPACIO PÚBLICO EN EL CENTRO URBANO DE MONTEVIDEO.
Marisa García Vergara.
Doctorando en Arquitectura. ETSAB - UPC.
Becaria Mutis. 


Entender la ciudad contemporánea implica releer el fenómeno a la luz de las transformaciones ocurridas en la sociedad de fin de siglo. Por un lado, la transformación operada en el ámbito de la producción a escala planetaria, por otro, la crisis del fundamento que articulaba el proyecto moderno y su estrategia secular, aspecto que repercute directamente en la legitimación de los sistemas institucionales.

Las repercusiones combinadas de los fenómenos mundiales con los locales nos permiten aproximarnos a las transformaciones ocurridas en las últimas décadas en el espacio urbano de Montevideo, transformaciones que en algunos casos implican la aparición de nuevos componentes edilicios, pero que en gran medida refieren al uso del espacio heredado y su proceso de degradación. Las transformaciones evidentes de la sociedad uruguaya y su espacio implican la articulación de lo político sobre el imaginario colectivo, lo que habilita a nuevas síntesis, a particularidades que lejos de ser aleatorias en la globalidad del fenómeno constituyen lo verdaderamente adjetivo.

La revolución tecnológica operada en la informática y las comunicaciones evidencian, a la luz del capitalismo transnacional, la formación de un sistema de producción flexible y deslocalizado a escala mundial. La nueva forma de producción ya no depende de la concentración de capitales y bienes de producción, sino que articula un sistema de redes, sistema que permite la movilidad permanente de sus componentes como condición básica de la estabilidad general. La contradicción clásica entre ciudad-campo deja lugar a la de subdesarrollo-desarrollo, en un contexto unificado, sin la opción de lo otro que significaba la alternativa socialista. En la oposición desarrollo-subdesarrollo, Montevideo debe entenderse a su vez, como la convivencia de distintos ritmos y estratos, desfases y persistencias que conforman las particularidades de una realidad heterogénea, donde fragmentos de modernidades inconclusas conviven entre la crisis y el apogeo, entre encantos y desencantos. A diferencia de otras capitales del continente, no sufre presiones sociales tan agudas, y presenta la singularidad de un crecimiento congelado, manteniendo un tejido urbano consolidado en sus áreas centrales, donde prevalecen las actividades económicas, políticas y sociales, pese al acelerado proceso de degradación que sufre ante la indiferencia -y a veces el impulso- de la acción estatal.

Sumados a estos aspectos debemos añadir la propia crisis de un modelo de Uruguay ganadero forjado a lo largo del siglo XX y la búsqueda de un modelo alternativo bajo el calificativo neoliberal, lo que significa el abandono del papel que históricamente había cumplido el estado. Este abandono por parte del estado de sus roles históricos como regulador de la actividad privada provoca una pérdida total de hegemonía dentro del sistema de representatividad en el espacio urbano. La degradación del centro histórico tradicional como asiento espacial representativo de las acciones y decisiones políticas, la pérdida de significado y convocatoria de sus espacios como estructurantes de la identidad colectiva, se refuerza con la descentralización de las funciones administrativas, recreativas y comerciales. La creación de núcleos de servicios y consumo alternativos, formalizados como "simulacros urbanos", ficciones de una ciudad ordenada y controlada, determinan una mutación de los usos sociales y fragmentan la unidad de la forma urbana en su conjunto. Estas islas autosuficientes dentro de la ciudad, sectores modélicos que cobijan y optimizan diversas funciones en sus atractivas estructuras, deben entenderse a la luz de la constatación de que lo otro, extraño y agresivo, se ubica no en los extramuros de la barbarie sino al interior de la misma sociedad y en su mismo espacio urbano. La segregación es la norma que organiza la convivencia social.

Los espacios que antes eran el marco escenográfico en los que la sociedad se mostraba y consumía su propia imagen son percibidos como amenazantes e inseguros. El traslado de los barrios residenciales hacia la costa este, la importancia que comienzan a asumir los centros comerciales alternativos, la propia mudanza de la sede del gobierno a un área no central, intentan ser contrarrestados por una política municipal orientada a incentivar la participación ciudadana, para lo cual propone como herramienta la descentralización administrativa.

La nueva escala que presentan los problemas actuales impide definir la ciudad según una forma única y adoptar como instrumento para su representación una sola métrica figurativa; en efecto la ciudad contemporánea tiende a organizarse por partes, y solo la combinación e interrelación de estas partes consiente la formación de una nueva estructura urbana. Las nuevas estrategias de acción urbana se articulan en las visiones parciales de sectores de ciudad, destinadas a recomponer el tejido urbano, preservar y recuperar los valores ambientales, a partir de estudios particularizados sobre las "áreas caracterizadas"(1). Pese a todo, Montevideo mantiene una persistencia de su centralidad, y una de las principales acciones que actualmente se emprenden desde la administración municipal es precisamente la recalificación del área central, a través de intervenciones de arreglo urbano tanto en la Avenida 18 de Julio como en zonas adyacentes originarias del proceso de urbanización, áreas estratégicas plenamente servidas de infraestructura y sectores de asiento de las acciones y decisiones políticas.

Sin embargo, los años dorados que cosechaban los réditos del modelo batllista(2) y acuñaban el irreflexivo sentimiento de "como el Uruguay no hay", han acabado. Aquel modelo que consolidó el prestigio del poder público, que formuló un modo de vida que se percibía eterno, basado en las condiciones de estabilidad y de confianza en el progreso indefinido del modelo, que se reflejaba a sí mismo en una arquitectura emblemática y poderosa, de lectura clara y de fuerte impacto en la ciudad, ha dejado lugar al estado "desertor" de hoy, en palabras del propio presidente Julio M. Sanguinetti. Como nunca en nuestra historia el estado desiste de construir emblemas, se orienta a privatizar sus empresas a fin de obtener prontos recursos, y asocia su imagen a las paradigmáticas corporaciones multinacionales: hoy prima la rentabilidad. A fin de obtener una imagen de transparencia y pretendida eficacia de su gestión, el estado adopta códigos asociados al lenguaje privado, domesticando el mensaje público con intención de desmitificar el alance de sus acciones, sumiéndose en el silencio contemporáneo: hoy prima la incomunicación. La arquitectura pública que en las primeras décadas del siglo calificó vastos sectores de ciudad y contribuyó notablemente a la consolidación del tejido urbano, que mantuvo a través de una reformulación de tipologías y códigos lingüísticos consensuales un nivel de calidad y coherencia muy fuertes, ha dejado paso a una escenográfica arquitectura reducida a un lenguaje exclusivo y exclusivista, de una superficialidad exasperante, que sustituye con espectáculo el vacío de la ideología política sobre la ciudad.

El modelo batllista le asignó a Montevideo el papel de centro político, administrativo y de servicios; asiento de las clases medias articuladoras de su proyecto social y materializó una nueva definición espacial de la ciudad. La ciudad capital, sede permanente del poder, sería el escenario depositario de una serie de acciones tendentes a explicitar su rol dentro del sistema. Se recalificarán sus diferentes áreas, a través de la ubicación estratégica de los elementos primarios, con una carga significativa asociada al estado. A su vez esta acción se complementará con una estrategia combinada de consolidación del tejido, estrategia que está en la base de la reproducción social urbana de las relaciones de poder.

Montevideo evidenció en sus tejidos los nuevos ideales democráticos liberales y de justicia social implementados por un Estado benefactor, interventor y regulador, soporte del equilibrio económico y social(3).

La adopción de la cuadrícula para su tejido determinó la consolidación de una trama homogénea y repetitiva, jerarquizada por la imposición de un orden superior regido por la señalización de puntos determinados, emergencias relevantes que imprimen sobre la indiferencia de la trama hitos significativos que pautarán y guiarán el desarrollo y evolución del tejido de la ciudad.

Montevideo presenta en su estructura una trama superpuesta de etapas históricas, y otra yuxtapuesta, de realidades sincrónicas: la ciudad ideal, la ciudad de los planes, yuxtapuestas a la ciudad real, cuya realidad es una historia paralela. Fragmentos de lo que fue, quiso o pudo ser, con lo que hoy es, se mezclan y persisten en vestigios que nos permiten ver los entretelones del poder constructivo de la ciudad. Analizaremos la principal avenida 18 de Julio en su espacialidad contemporánea, resultado de las diferentes etapas y estratos de significación.
 

La Avenida 18 de julio.
 

Esa calle, ancha y recta, de 1200 metros de largo, simbolizaba como lo decía Lamas, 'los grandes beneficios de la independencia que asegura los derechos del ciudadano y es la base de nuestro progreso.
Carlos P. Montero. (1942)

Durante la mayor parte de la historia del país ha sido la centralidad de la representación del poder público la que ha signado el espacio urbano de la ciudad, incluso ha determinado parte de su estructuración física. La actuación del poder central fue conformando el espacio urbano montevideano, estructurado a través de una red de intervenciones emblemáticas.

La Avenida 18 de Julio es la vía jerárquica estructurante del sistema significativo proyectado como una supertrama monumental donde la avenida articula las diferentes actuaciones puntuales. Su destino jerárquico estaba implícito desde su concepción: nace como la arteria principal, eje del proyecto de ensanche de la antigua ciudad fortificada. Su formalización consolidó su jerarquía con dimensiones singulares, con una diferenciación del damero, una traza topográfica y altimétrica que plantea relaciones dialécticas entre los elementos preexistentes y los nuevos, orientando la apertura de la antigua ciudad colonial. Esta apertura subrayó el antiguo centralismo de la ciudad colonial, cuestionó su "delimitación autoritaria" pero no su centralismo e introversión.

La nueva centralidad planteada tiene fuerte vocación representativa, integra y sintetiza valores referidos al poder institucional y valores de consenso colectivo; espacio donde se reconocen las diferentes clases sociales, donde se corporiza el rito de la identidad ciudadana. Esta articulación de diferentes niveles se conjuga en la avenida determinando su preeminencia en la ciudad, complejizando su lectura y otorgándole una riqueza semántica que la hace especialmente significativa para el análisis de nuestro tema, ya que integra diacrónica y sincrónicamente vertientes múltiples de significación, y ejemplifica tanto la ciudad ideal presente en el imaginario colectivo a través del devenir histórico, como la ciudad real de las múltiples capas sedimentarias.

En la medida en que se presenta como un espacio central, plantea la condición de espacio simbólico superador de su realidad física en la proyección de la identidad. La propia concepción de la avenida se vincula al proceso de creación y construcción de un ideario nacional que respalde y consolide la identidad de la nación; se enmarca dentro del amplio conjunto de acciones que incluye la instauración de un ideario nacional, de los emblemas nacionales, y la propia instauración de la "ciudad capital del país"(4).

El eje ceremonial de la Avenida 18 de Julio comienza en el Mausoleo de Artigas con su formalización hipermonumental, y remata en el Obelisco a los Constituyentes de 1830. Ambos monumentos aludían a valores consensuales inmutables del imaginario colectivo social: Artigas, como el prócer único, y las leyes, bajo las cuales se organiza la sociedad uruguaya(5). Este sistema de jerarquía admitía en su estructura interna toda una gama de competencias subordinadas, pues se articulaban bajo una globalidad macroestructural. Toleraba la inclusión de elementos referenciales pertenecientes a la órbita privada, hasta absorbiéndolos en su propia lógica (el Palacio Salvo, edificio privado que se ha convertido en icono que identifica la ciudad, nunca planteó un problema de competencia jerárquica, como si lo hizo el Hotel Victoria Plaza, contienda que tuvo que ser resuelta en términos negociables).

La Plaza Independencia(6) fue propuesta desde su creación como símbolo del nuevo orden urbano, desplazó el centro desde el corazón de la ciudad antigua y marcó además la exteriorización que se iniciaba con la demolición de las murallas. La arquitectura residencial sería la encargada de conformar la fachada pública, se proyectó una ordenación uniforme con un porticado perimetral que demandó una prolongada negociación con los propietarios: implicó varias reelaboraciones del porticado en función de sus costos, la cesión de áreas públicas a cambio de obras privadas e incluso llegó a la discusión pública acerca de los derechos del individuo y del estado. Sin embargo el carácter simbólico se mantuvo por mucho tiempo; sobre el fondo homogéneo existen tres monumentos: el central, un Artigas ecuestre erigido en 1924, otro representativo del estado (que fue la sede del gobierno: el Palacio Estevez), y el teatro que quedó finalmente desplazado a la manzana aledaña.

Con el concurso para el Palacio de Justicia en 1963, el mausoleo de Artigas en 1977 y la ampliación del Hotel Victoria Plaza, acaba por consolidarse la imagen de la plaza: un centro que niega desde sí mismo su propia centralidad, un gran vacío urbano sobre el que se reconocen la puerta de la Ciudadela y la diluida "pasiva" como vestigios de tiempos en los que la representación no se concebía en términos de contemplación distante y silenciosa.

La situación actual nos revela en forma paradójica el cambio sufrido por el espacio urbano como lugar de representación y celebración de ritos identitarios, el abandono del escenario por parte del Estado con el traslado del domicilio del gobierno da paso a las siguientes observaciones de J. Nudelman:

la plaza Independencia se convierte no solo en panteón de las desexiliadas cenizas de Artigas sino también, paulatinamente en cementerio de sí misma; desmesurada, vacía, muerta. Pero si creemos que el Edificio Libertad (nueva sede del gobierno) reúne en torno a sí aquellos espacios que permitían y simbolizaban el diálogo y la participación, ni aún la hipótesis ilusionada de repetir la operación unificadora de la Plaza Independencia a otra escala nos impedirá equivocarnos (7).

En el límite del área central con la finisecular arteria de circunvalación de la ciudad, el Obelisco a los Constituyentes de 1830 remata el eje ceremonial, emplazado en la zona de Tres Cruces (nombre que alude al encuentro viario de las tres principales arterias de la ciudad). La operación simbólica que significa la construcción del nodo conformado por la Avenida 18 de Julio, Bulevar Artigas y el Bulevar 8 de Octubre, implicó una división de competencias entre los actores urbanos, lo que atestigua tanto el idealismo de la operación, como el fracaso de la instrumentación liberal en una concepción de lo urbano establecida sobre códigos visuales. La operación supone la convergencia de las esferas pública y privada sobre una delimitación de competencias precisas.

Sobre la base del sistema de trazas heredadas de la época colonial se procede a diferenciar las dos vías, la superposición de un sistema de disciplinamiento espacial actúa sobre el trazado empírico imponiendo la huella de una construcción ideal correctiva. El Estado corrige la traza diferenciando el Bulevar 8 de Octubre de la Avenida 18 de Julio, apoyado sobre el marco del Parque Batlle, regula por medio de normativas las condiciones particulares de altura sobre la avenida, induciendo a la formación de un marco monumental homogéneo, y por último, ejecuta el soporte simbólico coronando la secuencia espacial iniciada en Plaza Independencia. De esta manera el estado intenta asegurarse la estabilidad general del sistema de representación y deriva a los agentes privados la tarea de llenar los intersticios del tejido generando el telón de fondo del escenario urbano.

La normativa particular de la Avenida comprende la regulación de alturas y el ensanche al sur; de esta forma se implementa una estrategia que asegure la coherencia del sistema de acciones individuales. La normativa encuentra su sentido propio en la imagen final, confiando al desarrollo urbano creciente la capacidad de completar la tarea en el futuro, estableciendo los estados transitorios de evolución como realidades permanentes, sin llegar a concluir el ansiado modelo final.

A su vez, la unidad visual del espacio propuesto requiere asentarse sobre un cierto consenso iconográfico, y la dignidad y jerarquía del espacio, sobre ciertas calidades arquitectónicas. La sustitución tipológica operada fundamentalmente en las últimas dos décadas caracterizan hoy al espacio considerado de manera muy diferente: enormes edificios de viviendas y oficinas que aprovechando el entorno privilegiado del parque y la zona neurálgica en que se encuentran, brindan como resultado una arquitectura que se reduce a mera topología y valor de cambio, lo que significa la devaluación más profunda de la imagen arquitectónica, resultado de un proceso difícilmente reversible. Las arquitecturas de la especulación reproducen, con el máximo de crudeza, las transformaciones operadas en la disciplina. Carentes de cualquier idealización, los productos de la lógica del mercado en el contexto tercermundista permanecen incluso ajenos a toda la cosmética que en los países centrales esconde la crisis del sistema de representación.

La idea de que la principal avenida se desarrollaba entre la imagen de Artigas y el Obelisco de los Constituyentes anuló la traza natural con fines puramente representativos. En un período de consolidación de la nacionalidad el Obelisco representa el punto fundacional institucional, la estructura legal que da origen a una comunidad por encima de las divisiones intestinas de la época. En este modelo lineal el elemento clave es lo simbólico. El desarrollo de una lógica individual liberal sobre la trama existente, supone también el cuestionamiento de las jerarquías únicas y la aparición de múltiples referencias. La experiencia moderna libera al objeto y su arreglo espacial de los roles moralizantes, atraviesa por fases de representación pura y desemboca en la muerte del objeto, que se expresa en la aparición de los códigos de periferia -verdaderas "antimaterias"- en un espacio anteriormente considerado de representación.

Este modelo implica la superposición de jerarquías edilicias sobre los niveles de consenso y además, la aparición de nuevas iconografías cuestionadoras de las anteriores. A la irreprochable jerarquía del Obelisco de los Constituyentes, la jerarquía militar superpuso el Monumento a la Bandera; difícilmente los militares podían entender la unidad a través de la Constitución, como metáfora de la idea de nación más abstracta que suponen los códigos; la bandera en cambio, resulta un icono de significación directa. La unidad a través de la Constitución, supone la existencia de un contrato social, es decir, de una concepción abstracta de comunidad incomprensible para una lógica basada en el culto a lo iconográfico como forma de significación directa.

El 18 de Julio militar comienza en el mausoleo de Artigas y termina en la Plaza de la Bandera, concebido como escenario de grandes paradas, donde el fenómeno del "extrañamiento" sobre la experiencia es más que el resultado de una intencionalidad soterrada.

La carga simbólica del espacio termina por diluirse con la consolidación por vía parlamentaria de la implantación de la escenografía papal -originariamente transitoria- una inmensa cruz metálica, iluminada enfáticamente, que supera en altura y valor referencial a su vecino antecesor. La erección en la Avenida de una esbelta antena de un canal privado de televisión completa, más allá de las tímidas protestas profesionales, el cuadro polisémico característico del espacio fragmentado y desarticulado de la posmodernidad, y confirma la creciente desvalorización del poder político.

Ambas estructuras transitorias actúan imponiéndose como objetos extraños en un espacio urbano de representación cuya referencia a lo permanente está presente en el obelisco, heredero en última instancia del monumento egipcio. Las nuevas estructuras apuestan a la iluminación artificial para transformar su propia banalidad otorgándole una impronta de solemnidad mediante el artificio de la ilusión.

La nueva Terminal de Autobuses Interdepartamentales completa el cuadro caótico introduciendo nuevas tensiones a nivel espacial y circulatorio.

La inclusión por demás significativa de un centro de compras en su programa acaba por crear una superestructura que puede funcionar de cierto modo autónomo, donde el orden y el control se imponen: control de los factores ambientales, clima, limpieza, vigilancia con guardias privados, diseño de los locales. Exclusión y control son los nuevos signos de este orden impuesto sobre lo real. Su implantación en el centro geográfico de la ciudad, hace viable la apuesta por la autosuficiencia, mientras la indiferencia respecto a la ciudad queda irónicamente evidenciada en la maniobra del desplazamiento del monumento a Rivera, para situarlo en el nuevo emplazamiento que refuerza el eje de composición del contenedor, efectuando una transposición de simbólica de referentes, asociado ahora, en esta nueva lógica, a nuevas funciones y significados.

El "caos" urbano ha dejado de ser patrimonio exclusivo de la acción privada, el Estado a partir de una estructura esquizofrénica produce indeterminaciones tanto en su presencia como en su ausencia.
 

Las grandes obras públicas.
 

Hoy podemos percibir fragmentos de la supertrama monumental proyectada por el poder sobre la avenida yuxtapuestos, interferidos o contrapuestos a una infinitud de estratos resultado de la acción de los múltiples agentes urbanos.

La consolidación de la nación afianzada por el gobierno batllista a través de la afirmación de las instituciones estatales, también se expresó fuertemente en la avenida. El estado reservó los lugares de privilegio de la trama urbana para la implantación de edificios públicos a través de los cuales explicita la imagen de representatividad del poder público. La arquitectura debía ser moderna, pero a la vez debía integrarse en el tejido urbano, conformando la ciudad. Esto dio lugar a una arquitectura de síntesis, que connotaba a la vez estabilidad, prestigio, y la idea de progreso y modernidad. La arquitectura de las instituciones públicas del estado se realizó bajo la modalidad de concurso público -como lógica premisa ética que reflejaba "la forma más acabadamente democrática"-, lo que dio lugar a unas concreciones que conjugaron la voluntad autorrepresentativa del estado, en obras de dimensiones colosales para el medio, con el desarrollo de las concepciones arquitectónicas más avanzadas. Este procedimiento es también representativo del enorme consenso social en torno a la imagen publica que debía ser emitida por el estado, y la convalidación a nivel social que se alcanzó en este período. De esta manera se cristalizaba el sueño del país modelo, capturando todos los beneficios de la modernidad política y cultural, y evitando a la vez las maldiciones de la modernización capitalista, conjugando institucionalización con democratización, y exhibiéndose en la vidriera del mercado mundial como el máximo progreso del proceso civilizatorio.

La lectura de los elementos primarios de la ciudad "desarrolla una esfera pública y una privada que están en estrecha relación, sin que la polarización quede perdida. Los sectores de la vida que no pueden ser caracterizados como públicos ni como privados pierden en cambio significado. Cuánto más fuertemente se ejerce la polarización y cuánto más estrecha es la esfera de intercambio entre la esfera pública y la privada, tanto más urbana desde el punto de vista de la sociología es la vida"(8). El aspecto colectivo parece constituir el origen y fin de la ciudad.

La distinción público-privado está señalada en Montevideo desde sus inicios, la formalización de los monumentos aparece netamente distinguible, reforzada por su ubicación jerárquica, la escala y la definición arquitectónica adecuada. Desde muy tempranamente, la realización de los elementos primarios convocó estudios sobre el impacto y las posibilidades de inserción en el tejido urbano, han sido puntos de referencia en diferentes planes urbanos parciales (Plan Maillart,1887; Plan Fabini, 1928) e incluso en los planes generales (Concurso Internacional para el Trazado General de Avenidas de 1911; Plan Regulador, 1912). También la realización de las principales obras del siglo XX desde el punto de vista significativo -el Palacio Legislativo y el Palacio Municipal- se plantean a partir de planes urbanos, que en los dos casos implican diferentes relaciones monumento-tejido.

En el caso del Palacio Legislativo se llega a proyectar una regularización del entorno en sus alrededores y se propone una corrección del perfil de la Avenida Agraciada para favorecer la contemplación en perspectiva. A su vez se estimula la construcción sobre la avenida, de una serie de edificios públicos representativos del inigualable Uruguay de la década del 40, que plantean dialécticamente su papel de obra pública y se integran como un elemento más en la fachada homogénea.

En el caso del Palacio Municipal, se proyecta un centro cívico a partir de una calle perpendicular al mismo, y una plaza anexa flanqueada por edificios públicos. Es evidente la voluntad de aislamiento y destaque del edificio para resaltar su carácter simbólico(9). Las referencias formales en el uso del lenguaje ecléctico historicista por su parte, evocativos de la arquitectura gótica, le otorgan una relevancia significativa asociada al municipio medieval, que potencia su valor institucional. Esta transferencia evocativa del papel central que desempeñará la sede del poder local en la ciudad, es muy significativa; si bien muchos de sus elementos historicistas perderán la literalidad, se mantendrán presentes en el proyecto posterior.

La idea de la gran explanada como espacio de participación cívica, donde se sintetiza la expresión de la comunidad en su integración y representación identitaria, respaldada por el volumen de la torre que articula su relación como elemento primario de referencia a escala urbana, se diluye en un inadecuado tratamiento espacial que potencie su uso efectivo.

El equipamiento incorporado recientemente abandona toda pretensión de solemnidad con una voluntad de encontrar la convalidación popular por medio de la renuncia al empleo de códigos no mediatizados. La aparición de las empresas privadas ocupando un lugar privilegiado del espacio público es sintomática de una época donde la coexistencia de múltiples poderes contrapuestos complejiza y desfigura la lectura del espacio urbano, y donde la vida pública se reduce al consumo como canalización del deseo(10). La transformación de la explanada intenta la asociación de la comuna en el imaginario colectivo con lo doméstico, bajo una iconografía paralela al ritual consumista. La estrategia de revitalización del espacio mencionado atestigua no sólo la incapacidad institucional, sino también y sobre todo, la profesional, que operando sobre tipificaciones y cuadrículas, resulta incapaz de observar fuera de los grandes esquemas y mitologías arcaicas.

La relación monumento-plan ha promovido pues, diferentes tensiones de relaciones público-privado a partir de sus diferentes concreciones, en planes globales que no han tenido resultados y en planes particulares que se ven hoy parcialmente realizados.

El proceso de desarrollo llevado a cabo por la economía y la transformación del modo de producción provocan profundos cambios en este panorama. La posibilidad de estructurar el espacio urbano en función de un mensaje implica la disponibilidad de ciertos recursos, herramientas políticas y administrativas capaces de ejecutar las prefiguraciones sobre el territorio. En el contexto del actual sistema económico y político, estos recursos son impensables, la imagen de ciudad se construye a base de acciones individuales divorciadas(11). Esto determina la pérdida de jerarquía del mensaje arquitectónico en términos históricos; la propaganda y los medios de comunicación han reemplazado con creces la eficacia de los antiguos instrumentos. La retirada del estado como agente protagonista principal de la construcción de la ciudad, deja paso a la empresa privada con su lógica basada en la rentabilidad del suelo. La gestión del estado se orienta a privatizar sus empresas dejando el campo abierto para la acción privada sometida a las puras leyes de mercado. Hoy el ambiente consensual se ha perdido, las acciones públicas se orientan a la promoción de los emprendimientos particulares que refuerzan la idea de prescindir del estado en la sociedad contemporánea. La distinción entre lo público y lo privado que dota a la ciudad de significación, se ve completamente tergiversada y alterada, la confusión que emana de la situación actual queda patente en los espacios ambiguos y diversificados, lugares de transición más que de encuentro, de tiempos cortos de duración en sus usos, con arquitecturas construidas de materiales ligeros y transparentes, que favorecen la imagen efímera, fácilmente renovable, de contenidos imprecisos y formas inestables. Imagen formal y valor del suelo mitigan la ausencia de una estructura urbana: "al arrancar la ciudad del control pre-planificado, los hombres adquirirán más control de ellos mismos y más conocimiento mutuo. Esta es la promesa y la justificación del desorden"(12).

La recuperación de la identidad colectiva, la búsqueda de una convalidación a través del objeto cultural se plantea como una utopía anacrónica e imposible. La ciudad, liberada de utopías y deseos, elimina la ilusión por la coherencia del orden y por su percepción global.

El papel de la disciplina debe repensarse a la luz de las transformaciones operadas en la sociedad en su conjunto.

Que la condición de los objetos ha cambiado sustancialmente y que nuestro tiempo carezca de fundamentos trascendentes genera contradicciones implícitas en una disciplina como la arquitectura, cuya raíz epistemológica permanece apegada en lo sustancial a la matriz vitrubiana. La exacerbación del principio de novedad como condición para la mejor integración al sistema de consumo, así como la reducción a imagen efectuada, han resultado relativamente eficaces para tal objetivo. Sin embargo, la no fungibilidad de la arquitectura parece un estorbo, cuya anulación metafórica no logra más que acelerar una decrepitud precoz a la vez que eterna. La dinámica del consumo favorece el divorcio de lo tectónico con lo visual, como proceso natural y respuesta más adecuada para la práctica contemporánea. La nueva percepción de la realidad derivada de la evolución de las comunicaciones es analizada como constante estado de cambio, una desmaterialziación de los objetos, la ausencia de escalas apropiadas o absolutas, la información invisible y electrónica. Su resultado es la eliminación de las certezas de la geometría cartesiana, y la imposibilidad hasta ahora, de generar representaciones adecuadas. Sobre derivaciones de las teorías lingüísticas desarrolladas por el postestructuralismo, la exaltación del caos a nivel estético se vuelve el tema principal.

El rechazo de cualquier ideología urbana como determinante del plan implica aceptar la imposibilidad de ejercer una determinación absoluta sobre la materialización de la ciudad.

Para intervenir en esta realidad es necesario la construcción de una serie de herramientas de análisis, una reformulación sistemática de las categorías espacio-temporales se hace imprescindible, sin olvidar que es imposible separar el conocimiento de los instrumentos de análisis, la ciencia de la ideología.

El sistema político del capital transnacional ya sugiere una determinada organización del espacio y el tiempo; sugerir la posibilidad de cambios en el sistema supone un cambio en los modos de producción y consumo: se convierte en un acto político. Espacio y tiempo, las categorías básicas de la experiencia no pueden considerarse como abstractas o naturales, sino estrechamente vinculadas con los procesos de organización material implicados en los modos de producción.

Replantearse la arquitectura como disciplina de la organización material dentro del modo de integración económica post-capitalista comporta redefinir las implicaciones epistemológicas de los dispositivos de desplazamiento temporal o espacial que aquel modo de integración económica ha desarrollado para contrarrestar la sobreacumulación. Los estrechos lazos que unen planeamiento económico con planeamiento espacial geográfico dentro del modo de producción post-capitalista son una señal del predominio de la organización espacial sobre la secuencia temporal.

El espacio se ha convertido en una de las producciones fundamentales de la civilización contemporánea.
 

Notas
 

1. Cfr. Sociedad de Arquitectos del Uruguay. Informe sobre áreas caracterizadas. Montevideo, 1990.

2. José Batlle y Ordóñez (1856-1929) político y estadista uruguayo fue presidente de la República en 1903 B07 y 1911-15. El batllismo se constituyó en partido de estado, portador de una ideología radical y liberal que construyó desde allí una amplia base popular. El éxito del liberalismo en Uruguay consistió en transformarse en cultura de masas e identificarse con la nación misma, conjugando institucionalización con democratización, construyendo un modelo moderno endógeno, desde la esfera pública democrática encarnada en el estado.

3. Taller de Investigaciones Urbanas Regionales. Propuestas a la ciudad .Montevideo 1986.Montevideo,1986.p.22

4. Este espíritu de afirmación nacional está presente en acciones significativas como el abandono del nomenclator colonial propuesto por Andrés Lamas en 1843 y su sustitución por otro declarado "esencialmente nacional y americano".

5. La construcción del Uruguay moderno debe también entenderse como la invención de un mito nacional, tarea que realizan sistemáticamente los intelectuales de la ilustración, quienes literalmente inventaron a Artigas como padre de la patria. La identidad resultaba indispensable como autoafirmación, como forma de integrar a una sociedad criolla dividida y al contingente de inmigrantes que comenzaba a arribar a Montevideo sobre el fin de siglo.

6. El ordenamiento de la Plaza Independencia fue propuesto por C. Zucchi en 183; ésta convive con el mercado que albergó la antigua Ciudadela hasta 1877, año en que fue demolida para ampliar la plaza. El proyecto de fachadas, sobre la base de un aporticado perimetral homogéneo, fue reelaborado por B. Poncini en 1860, y ha sido retomado en propuestas posteriores como la del TIUR en 1986.

7. Revista Arquitectura. SAU. Montevideo. N1258..1988, p.9.

8. BAHRDT, Hans P. Apuntes de sociología urbana, cit. en ROSSI, A. La arquitectura de la ciudad. Barcelona: Gustavo Gili, 1979, p.157.

9. Este carácter se observa en el proyecto presentado por Mauricio Cravotto al concurso realizado en 1924, en su resolución formal y en el planteo anexo que realiza el arquitecto de crear una avenida normal a 18 de Julio "cuya perspectiva aérea da una idea de la monumentalidad de la solución. Este trazado consiste en una avenida de 46 m. de ancho a doble pista y parterre central que irá desde 18 de Julio hasta Uruguay, existiendo en este punto escalinatas monumentales". Memoria de M.Cravotto del proyecto para el Concurso del Palacio Municipal. Revista Arquitectura. SAU. Montevideo. Año 1924.p.83

10. En la gran explanada, por concesión municipal, se han instalado dos grandes empresas privadas: Mac Donald y una heladería, que han ocupado la plaza con importantes estructuras comerciales, con una estética de instalación provisoria y con su equipamiento.

11. El urbanismo como disciplina moderna surge en el contexto del estado francés donde un poder absolutista poseía las herramientas políticas y administrativas capaces de llevar a cabo las prefiguraciones proyectadas en el espacio urbano. El advenimiento del capitalismo provocó la destrucción de una modalidad de producción del espacio urbano basado en el control absoluto del suelo y en la exclusividad del privilegio de la representación del sistema axiomático ideológico de jerarquías. En el contexto del liberalismo político el margen de maniobra del urbanista se encuentra limitado tanto por la disponibilidad de los recursos, el régimen de propiedad del suelo, quedando restringido a la negociación. El desfasaje entre teoría y prácticas urbanas marcará en el siglo XIX el comienzo de una ruptura definitiva a partir de la cual la forma urbana se constituye en "utopía regresiva". Ver al respecto TAFURI, Manfredo. "Para una crítica de la ideología arquitectónica". De la Vanguardia a la metrópolis. Barcelona: Gustavo Gili. 1972.

12. SENET, Richard. Vida urbana e identidad personal. Barcelona. Península. 1975, p. 113.
 
 

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