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Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. 
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 76, 15 de noviembre de 2000. 

LOS DEBATES SOBRE POBREZA URBANA Y SEGREGACIÓN SOCIAL EN ESTADO UNIDOS1

Joan Vilagrasa Ibarz
Departament de Geografia i Sociologia
Universitat de Lleida



Resumen

Se estudia la evolución histórica de la idea de pobreza urbana en los EEUU. Se parte de las aportaciones pioneras de finales de siglo XIX, centrándose, en un primer apartado, en las consideraciones de la sociología urbana de la Escuela de Chicago y, también, en los análisis iniciales sobre los problemas de hacinamiento y de habitación barata. Un segundo apartado explora las ricas y diversas tesis que sobre la pobreza urbana afloraron durante los años sesenta en el marco político de la "Guerra a la Pobreza" impulsada por los gobiernos federales demócratas. Le sigue una síntesis de las perspectivas más recientes cuando se generaliza y debate el concepto de subclase como denominador de grupos sociales pobres y marginados. El artículo finaliza destacando las líneas de permanencia en los debates, a modo de grandes paradigmas interpretativos.

Palabras clave: pobreza urbana, subclase, segregación social, Estados Unidos de América.



Summary

This paper studies the historical evolution of the concept of "urban poverty" in the USA. The first section begins by focusing on the pioneering contributions of the end of the 19th Century, and also on initial studies to the field of urban sociology that were made by the Chicago School and on the perception of problems such as overcrowding and cheap housing, during the first decades of the Century. The second section explores the many and varied theories about urban poverty that appeared in the 1960’s during the so called "War on Poverty" that had been declared by federal governments controlled by the Democrat party. This is followed by a synthesis of the most recent developments in this field and a general overview and debate about the concept of the subclass as a common denominator among poor and marginalised social groups. The paper concludes by highlighting themes that recur throughout these debates and recognises a number of major paradigms that may facilitate analysis and interpretation.

Key words: urban poverty, underclass, social segregation, United States of America


En este artículo se describe la evolución general de la idea de pobreza urbana en los EEUU repasando la producción bibliográfica más significativa desde finales de siglo XIX hasta las aportaciones actuales. De ella se entresacan los principales temas de debate y se relacionan con las políticas sociales y urbanas del momento.

El repaso bibliográfico parte de algunas aportaciones pioneras de finales de siglo XIX, centrándose, en un primer apartado, en las consideraciones de la sociología urbana de la Escuela de Chicago y, también, en los análisis iniciales sobre los problemas de hacinamiento y de habitación barata. Un segundo apartado explora las ricas y diversas tesis que sobre la pobreza urbana afloraron durante los años sesenta (y que se extienden hacia el decenio siguiente), en un marco político inicial definido por la llamada "Guerra a la Pobreza" impulsada por los gobiernos federales demócratas. Le sigue una síntesis de las perspectivas más recientes, de los dos últimos decenios, cuando se generaliza y debate con profundidad el concepto de subclase como denominador de grupos sociales pobres y marginados. El artículo finaliza con una síntesis que pretende destacar las líneas de permanencia en los debates, a modo de grandes paradigmas interpretativos.
 

Primeros análisis sobre la pobreza urbana

Los inicios de la preocupación por el tema de la pobreza urbana se han situado hacia la última década del siglo pasado (Wilson & Aponte, 1987) cuando, con relación al emergente movimiento de reforma social, aparecen diversos estudios sobre las condiciones de vida y de habitación de las capas más desfavorecidas de la población del norte urbano e industrial estadounidense. Estos estudios son, normalmente, monografías descriptivas de los barrios pobres de las grandes ciudades del nordeste y medio oeste como New York (Riis, 1890) o Chicago (Addams, 1902)2.

Los temas recurrentes son el estudio de la vivienda de alquiler en zonas degradadas y el énfasis en la población emigrada europea no anglosajona (irlandeses, alemanes, polacos, rusos, italianos...). También, durante estos años, apareció una monografía estadística encargada por el Congreso sobre la población que vivía en áreas degradadas de las grandes ciudades de Baltimore, Chicago, New York y Philadelphia (Wright, 1894). En ella, las tablas estadísticas son completísimas y se refieren a las características sociodemográficas de los habitantes, a los problemas de las viviendas de alquiler, de muy pobres condiciones higiénicas, y a las patologías médicas más frecuentes. Es un trabajo que hay que enmarcar en la emergente estadística funcionarial de la segunda mitad de siglo XIX y que, en muchos aspectos, recuerda la tradición higienista europea, así como, más cercanamente, a la monografía sobre la clase obrera barcelonesa realizada por Cerdà casi cincuenta años antes.

En estos primeros trabajos, en general, hay poca preocupación por la población negra, que aún no era muy importante en las ciudades industriales del norte. El grueso de la población afroamericana pertenecía al sur rural y el goteo de inmigrantes hacia el norte urbano e industrializado no se aceleraría hasta unos años más tarde, durante el primer tercio de siglo y, sobre todo, en el periodo 1945-70.

Aún así, el fin de siglo proporcionó una primera monografía sobre los afroamericanos en la ciudad de Philadelphia, del sociólogo W.E.B. Du Bois (1899), el primer negro que ocupó una cátedra de sociología en la universidad norteamericana. Es un amplio estudio sobre las condiciones de vida en el gueto, con descripción de las características sociodemográficas de la población (composición por edades y sexo, tamaño de las familias, nivel de instrucción, ocupaciones, salud y enfermedad...).

Aunque en el estudio se señalan los principales problemas sociales, como la carestía de viviendas de alquiler y sus condiciones insalubres, o la aparición de problemas de desviación social como el crimen y el bandolerismo, el juego, la prostitución y el alcoholismo, el autor está muy interesado en resaltar que el gueto estaba formado mayoritariamente por trabajadores manuales, muchos de ellos ciertamente pobres, pero nada involucrados en un ambiente de degradación social. Así mismo, subraya que, en algunas calles, existía una incipiente clase media acomodada que rompía con la imagen de homogeneidad que del área tenían los blancos. Aporta, en este sentido, un interesante plano del gueto donde, parcela a parcela, cartografía cuatro categorías residenciales: clases viciosas y criminales, los pobres, las clases trabajadoras y las clases medias. Las primeras eran una minoría muy localizada en unas pocas manzanas de casas y tramos de calles del área. La publicación de la monografía se completó con un apéndice sobre las características del servicio doméstico en las casas acomodadas de Philadelphia (Eaton, 1899), muy demostrativo del destino de trabajo de buena parte de la población negra femenina emigrada del sur rural.

Un salto cualitativo importante fue la incorporación de ciertos aspectos de la pobreza urbana en la agenda de los análisis académicos hacia el tercer decenio de siglo, cuando la Escuela de Sociología de Chicago, de la mano de Robert E. Park y Ernst Burgess (Park, Burgess & McKenzie, eds., 1925; Burgess, ed., 1926), desplegó un ambicioso proyecto de trabajo sobre la estructura y metabolismo de la ciudad norteamericana basado en la investigación empírica sobre Chicago. Como es sabido, éste se basaba en el estudio de las comunidades de inmigrantes y sus "zonas naturales" de asentamiento en la ciudad de Chicago, y también en la observación de la zona de transición tal como fue definida por Ernest W. Burgess (1925).

A lo largo de los años veinte y primeros treinta se fueron publicando una serie de monografías sobre comunidades de inmigrantes o sobre zonas a la sombra del centro de negocios de Chicago (el Loop), que de una u otra manera abordaban el problema de la pobreza. En este sentido, es clásico el estudio sobre el área nordeste de la zona de transición (Zorbaugh, 1929), que describe la gran distancia social existente en áreas geográficamente contiguas. Una, The Gold Coast, residencial de las clases adineradas, las otras de comunidades de inmigrantes, especialmente la Little Italy, y la existencia, como frontera de separación, de una zona de gran movilidad social, un área de transición, caracterizada por la proliferación de pensiones baratas, de áreas de vicio, y de concentración de los sin techo (hobohemia) y de la bohemia de la ciudad. Anteriormente, Louis Wirth había publicado su monografía sobre el gueto judío (Wirth, 1928) y años más tarde, E.F. Frazier lo hizo sobre el gueto negro (Frazier, 1932).

Este último autor publicó en 1936 un trabajo genérico sobre la familia negra en los Estados Unidos, desde la época de la esclavitud hasta los años treinta. El hilo argumental es el trasvase de población desde el sur rural al norte industrializado, acaecido, en diversos ciclos, desde finales de la Guerra Civil y acelerado desde el primer decenio de siglo. Frazier señala para el primer tercio de siglo una gran transformación urbana derivada de la inmigración masiva de afroamericanos. Apoyándose en los datos de Chicago y de otras ciudades (especialmente, New York) estudia el incremento de la población negra, su localización en las áreas de transición y la progresiva formación de áreas de predominancia o exclusividad étnica.

A lo que aquí interesa, ésta es la parte más interesante de su libro, que él titula In the city of destruction, ya que va repasando las características recurrentes de una población poco asentada, pobre y localizada en las áreas degradadas de las grandes ciudades. Sus protagonistas son vagabundos, familias que viven hacinadas en habitaciones de alquiler o madres solteras. Los argumentos más frecuentes, abandonos del cabeza de familia, divorcio, rebelión y delincuencia juvenil. En cambio, la última parte del libro (In the city of rebirth) enfatiza los procesos de sedimentación de los emigrados estudiando los hábitos de las familias asentadas en el medio urbano desde hacía más de una generación. Descubre así los procesos de promoción laboral, desde los trabajos menos cualificados y pagados hacia los trabajos en la industria manufacturera y la subsiguiente proletarización de parte de la población. Como hiciera anteriormente Du Bois, destaca la existencia de clases medias afroamericanas integradas definitivamente en el medio social urbano.

El trabajo se encuentra en consonancia con las bien conocidas ideas organicistas difundidas por R.E. Park sobre la naturaleza de las comunidades urbanas. Cada comunidad encuentra en la ciudad su área natural de asentamiento y en ella se desarrolla. Paralelamente, la ciudad, en su proceso de crecimiento, va adaptando una estructura socialmente segregada (Park, 1926). Así mismo, la delimitación de la pobreza y el vicio como anomalías sociales quedan bien enmarcadas en las ideas de Ernst Burgess (1925) acerca de las patologías urbanas, que no dejan de ser excepcionales y hasta necesarias en el proceso general de crecimiento de la ciudad y de promoción de sus individuos. La zona de transición era una zona en constante movimiento y transformación, que acogía, mayormente, a población aún no asentada de forma estable en la ciudad y, por ello, concentraba los peores problemas sociales. A pesar de ello, para los maestros de la ecología urbana, los procesos de crecimiento urbano eran considerados positivos para todos, y eran muy pocos los que acababan permanentemente atrapados en estas áreas de exclusión y pobreza.

Por esto muchas otras de las monografías de la Escuela de Sociología de Chicago, dejando aparte el carácter étnico o nacional de las poblaciones, se concentró en el estudio de grupos producto de la desviación social. Los sin techo fueron objeto de una monografía de Nels Anderson (1923) que describió el Hobo de Chicago como el barrio de los vagabundos y permanentemente desocupados. Esta zona, próxima al Loop y próxima a un enclave de infraestructuras ferroviarias, se alimentaba de población mayormente flotante. Su número oscilaba entre unos 30.000 y unos 70.000 según la época del año y la situación económica del momento. El autor señalaba los diferentes tipos de sin techo, muy territorializados en diversas áreas del Hobo, y apuntaba las casas de dormir, las pensiones y hoteles baratos, los lugares de asistencia pública, los prostíbulos y garitos de juego y las agencias de ocupación temporal como los principales lugares caracterizadores de la geografía del barrio.

De forma similar, el estudio sobre las bandas de adolescentes y jóvenes de Chicago y sus actividades predelictivas y delictivas (Thrasher, 1927) señalaba muy claramente la localización de los grupos en la zona de transición. El prólogo de R. E. Park, precisamente, subrayaba la relación entre la existencia de bandas y el medio ambiente social de las áreas degradas.

Paradójicamente, la crisis económica de los años treinta no supuso un acicate a la producción de trabajos sobre la pobreza urbana, ni una mayor reflexión sobre ella, que no inició una nueva ola de trabajos hasta la década de los sesenta, al menos, con aportaciones teóricas nuevas. Ello a pesar de las medidas tomadas por la administración Truman para paliar los efectos de la crisis económica y el desempleo (Wilson, 1987).

Pero, desde una aproximación distinta, hay que señalar la publicación, en 1936, de un voluminoso trabajo sobre las malas condiciones de vida y la alternativa de la construcción de viviendas nuevas, asequibles, en las áreas degradadas de Nueva York (Ford, 1936). Ello es significativo puesto que las políticas públicas de promoción de vivienda social eran prácticamente inexistentes, siendo la primera ley aprobada de 1937. En este sentido, el trabajo de Ford se inscribe entre las voces que desde los años veinte y sobre todo a partir de la administración Truman abogaban por políticas sociales de vivienda (ver, por ejemplo, Wood, 1931, Abbott, 1936 y Schnapper, ed., 1939). El autor se apoya en la experiencia británica y de países de la Europa continental, para defender una política de limpieza y renovación de las áreas más degradadas, de promoción pública de suelo y de construcción de vivienda, que Ford prefería de iniciativa privada (Mitchell, 1985).

La principal característica de este trabajo es que, a diferencia de la tradición ecológica de Chicago, delimita como núcleo de la discusión los aspectos formales, arquitectónicos y de planeamiento. Las zonas degradadas son definidas como "aquellas áreas residenciales en que la vivienda está tan deteriorada, es de tan baja calidad o tan insalubre, que es una amenaza para la salud, seguridad, moralidad y bienestar de sus habitantes (p.13)". Las referencias son principalmente de tipo físico: obsolescencia, mala construcción, altas densidades de habitación, mezcla de usos no residenciales y residenciales. Después de describir la situación en Nueva York y, a partir de indicadores sociales, definir las zonas degradadas, aboga por políticas de vivienda social a la europea y destaca las pocas realizaciones estadounidenses al respecto.

A la propuesta de construcción de vivienda barata le sigue la descripción de tipologías arquitectónicas específicas. En general domina la idea de vivienda masiva, de apartamentos en bloques de varias alturas. Es una propuesta cercana a las concepciones del movimiento moderno en arquitectura, aunque se encuentran también referencias a otras tipologías, como la ciudad jardín británica. Es uno de los pocos trabajos que, anterior a los programas federales sobre vivienda, aborda la alternativa de la construcción de vivienda barata como elemento corrector de la pobreza.

No quiere decir ello que no se continuara trabajando desde la perspectiva abierta por Park y Burgess. Muy al contrario, la perspectiva ecológica continuó dando numerosos trabajos sobre las áreas de transición norteamericanas, aunque poco añadieron a los conceptos primigenios desarrollados en los años veinte y primeros treinta. De entre todos, puede destacarse el estudio de St. Clair Drake y Horace R. Cayton sobre el gueto negro de Chicago (de nuevo Chicago!) en 1945. Como otros trabajos ya citados sobre el gueto negro, en el suyo hay un especial énfasis en la diferenciación de grupos y clases entre la población negra, aislando un "submundo" y un segmento de clase baja "desorganizada" respecto el resto, muy mayoritario, de clases trabajadoras y, no tan mayoritario, de clases medias. Drake y Cayton realizan una descripción y localización muy detallada de diversos indicadores sociales, presentando una serie de mapas que incluyen la renta, las enfermedades, las condiciones de vivienda, etc.

Aunque en el apartado descriptivo, en muy poco se aleja de trabajos anteriores (en todo caso, con un mayor refinamiento en la recolección y presentación de datos), el estudio sobre Bronzeville (el nombre que utiliza para designar el gueto) incluye una novedad que después ha sido elemento de consideración clave para evaluar las diferencias entre pobreza en general y pobreza de la población afroamericana en particular. Esta es la diferenciación entre anglosajones, inmigrantes blancos y negros en su posición en el mercado de trabajo. Según los autores, cada grupo tiene distintas oportunidades reales de inserción laboral, siendo los afroamericanos los que cuentan con más limitaciones y, por lo tanto, acusan en mayor medida los vaivenes del mercado, sus restricciones, crisis y cambios. Se incorpora así una perspectiva que posteriormente será considerada fundamental por otros autores para analizar las causas de la pobreza y las dificultades para el progreso social: la situación diferencial de los grupos sociales y étnicos frente al mercado de trabajo.
 

La "Guerra a la Pobreza" y los estudios de los años sesenta y setenta

Desde los últimos años cincuenta confluyen una serie de aspectos que sitúan, ya de forma permanente, el tema de la pobreza urbana en la agenda de la investigación social y de las políticas sociales estadounidenses. En primer lugar se empieza a percibir la "otra América", oculta y enquistada en una sociedad en pleno período de crecimiento económico y de bienestar (Harrington, 1962). Ello fue políticamente asumido desde la primera administración Kennedy y posteriormente popularizado como la War on Poverty declarada por la administración Johnson, a la muerte de J.F. Kennedy (Katz, 1989).

Los prolegómenos políticos subrayaban fundamentalmente la pobreza rural blanca (especialmente en las regiones de los Apalaches) y el inicio de una política de bienestar orientada hacia las capas permanentemente excluidas del mercado laboral, y por lo tanto, de la creación de riqueza: los incapacitados, los viejos y las viudas con hijos. Pero durante los primeros años sesenta el centro de discusión política y de reflexión teórica fue desplazándose hacia la pobreza urbana y fue relacionada con las cambiantes características de la estructura de la ciudad y del mercado de trabajo.

La evolución de la estructura urbana había consolidado, en el séptimo decenio, una nueva ciudad, muy diferente a la de finales de siglo XIX (basada en el papel de las migraciones y su diferenciación étnica, funcional y social en el espacio) y, también, mucho más amplia y diversa que la señalada por la zonificación de Burgess para Chicago, en 1925. El proceso de suburbanización durante la posguerra se había multiplicado al amparo del crecimiento económico. La suburbanización sirvió para alimentar la demanda de bienes: vivienda, automóvil, bienes de consumo, servicios públicos y privados, facilitando los procesos de producción y consumo en masa (Florida & Feldman, 1988). Las nuevas áreas periféricas fueron conformándose como el hábitat preferido de las clases medias3 y fue progresivamente generalizándose hacia las capas medio - bajas y obreras de la población, que en los años de bonanza económica contaban con una razonable estabilidad laboral (Berger, 1960; Gans, 1967).

Este proceso tenía su contrapunto en la profundización de la división social, y las formas de acceso al mercado de la vivienda se convirtieron en indicadores inequívocos de estatus. La distinción fundamental fue entre la vivienda suburbana de propiedad y la vivienda pública o privada de alquiler. Esta última, se situaba principalmente en los centros urbanos y fue pasando, poco a poco, a los grupos más al margen del mercado laboral.

La población afroamericana, una vez más, ilustra perfectamente el proceso. Richard Morrill (1966) al analizar los procesos de expansión del gueto detectó, como factor explicativo, las estrategias de las empresas de ventas y administración de fincas. Estas favorecían la suburbanización de la población blanca a la vez que, desvalorizando el producto vivienda en el centro, creaban un mercado de vivienda usada, para negros, en el centro urbano. Si a ello se le añade un incipiente proceso de suburbanización entre la población negra económicamente más asentada, principalmente, en áreas de baja densidad de carácter mayoritario o exclusivo afroamericano (Rose, 1976), puede entenderse como la fractura social emergente tenía una localización espacial muy definida, en gran parte inducida por las nuevas tendencias del mercado de la vivienda.

Michael B. Katz (1989) en su visión histórica de la pobreza urbana ha hecho hincapié en el cambio que se produce en los primeros sesenta en la aprehensión de los pobres y de las causas de la pobreza por la sociedad americana. Hasta entonces, la distinción fundamental era entre los pobres necesitados, incapaces de trabajar (enfermos, viudas, viejos) y aquellos otros que eran pobres por elección, por negarse a trabajar de forma estable. Los primeros eran dignos de ayuda, un problema social, mientras que los segundos (reconocibles en la iconografía americana de los "skid row", viajeros vagabundos sin techo, que sobreviven trabajando temporalmente y asociados al alcoholismo) eran rechazados socialmente y debían ser considerados como patologías sociales. Los trabajos de la Escuela de Sociología de Chicago no dejan de inscribirse en esta tradición en su énfasis en la desviación social y en las patologías urbanas como características localizadas en las zonas de transición. El cambio se realiza al inscribir al pobre en un marco más amplio, en el que el mercado laboral era la variable fundamental, tal y como ya habían apuntado inicialmente Drake y Cayton en los años cuarenta.

Uno de los primeros análisis más certeros sobre la cuestión fue el del economista sueco Gunnar Myrdal, que en un ensayo sobre la economía y la sociedad estadounidense y su proyección internacional (Myrdal, 1962) señalaba la aparición de un grupo social nuevo, una under-class, fruto de los cambios acaecidos en la economía productiva. Su percepción era muy diferente a la de su anterior trabajo clásico sobre el negro americano (Myrdal, 1944). Mientras que en éste se da una visión positiva y optimista de la integración racial i social, en el segundo, realizado casi dos decenios más tarde, Myrdal se mostraba pesimista. Argumentaba que paralelamente al incremento de la demanda de puestos de trabajo cualificados había una disminución de los no cualificados. La subclase se alimentaba de parados de larga duración, de la población subempleada y de los que, por situación social o personal eran inempleables. Myrdal auguraba una creciente fractura social entre este grupo y el resto de la sociedad y abogaba por incrementar las políticas redistributivas, sobre todo fortaleciendo la formación ocupacional y los programas de ayuda al empleo. Si bien la palabra underclass se ha convertido, posteriormente, en excesivamente polisémica, su inicial caracterización, basada en la situación de las personas frente a la posibilidad de empleo, se ha convertido, en los últimos diez años, en el centro de las discusiones sobre la pobreza.

Coetáneo al trabajo de Myrdal es The other America (Harrington, 1962) que, utilizando en parte premisas similares, cuenta, como aportación básica, con una reflexión sobre las dificultades con las que se encuentra el pobre para salir de su estado. El argumento central es que el conjunto de factores que definen la pobreza, los que se derivan de la situación marginal en el mercado laboral y los debidos al bajo capital cultural, sé autolimentaban entre sí en el medio ambiente de las áreas degradadas urbanas. Ello revertía en un aislamiento creciente del grupo pobre respecto la sociedad y perpetuaba la situación de pobreza.

Este hilo argumental es el que desarrolló Oscar Lewis, en un artículo que reflexionaba sobre la sociedad norteamericana, para definir lo que él llamó la "cultura de la pobreza" (Lewis, 1966). El conocido antropólogo urbano diferenciaba entre pobreza y cultura de la pobreza. La primera había existido y existía en todas partes, mientras que la segunda era específica de ciertos modos de vida, frecuentes en Occidente y en áreas urbanas bien reflejadas en sus estudios empíricos en ciudades de Latinoamérica y de los Estados Unidos.

La cultura de la pobreza se caracteriza por transmitirse de generación en generación, estableciendo una manera de ser específica, que a su vez perpetua la pobreza y todo aquello que social y culturalmente lo acompaña: incapacidad de integración en la sociedad, definición de sus propias normas y valores y de sus redes de organización y de ayuda. Llega a enumerar setenta características, muy variadas, que agrupa en cuatro dimensiones que definen el sistema de la cultura de la pobreza: (1) Las relaciones con el resto de la sociedad: pobreza material, segregación, desarrollo de instituciones propias, falta de participación sociopolítica...; (2) La naturaleza de la comunidad del área degradada o barrio, que puede llegar a crear consciencia comunitaria; (3) La naturaleza de la familia, inestable y con muy poca privacidad; (4) Las actitudes, valores y características estructurales del individuo: fatalismo, dependencia, inferioridad, tendencia a vivir al día, machismo y patologías psicológicas.

Otro de los trabajos que influyó en gran manera en el debate sobre la pobreza urbana fue el informe para el gobierno Johnson elaborado por el sociólogo Daniel P. Moynihan sobre la familia negra (Rainwater & Yancey, eds.,1967). Este trabajo se diferencia de los anteriores por tratarse de un texto de asesoramiento político y no de un producto académico. Ello le confirió una difusión muy amplia, a la vez que suscitó discusiones y posicionamientos de todo tipo desde la academia y, especialmente, desde los grupos de defensa de los derechos humanos y de autoorganización de la población negra. El Informe Moynihan parte de una descripción alarmante de las características de la familia negra: una cuarta parte de los matrimonios estaban disueltos; cerca de una cuarta parte de los nacimientos eran ilegítimos; al menos una cuarta parte de las familias tenían como cabeza de familia a una mujer; la ruptura de la familia negra había derivado en una dependencia creciente de las políticas asistenciales públicas.

Moynihan señalaba que las causas de tal situación tenían raíces históricas. Los patrones familiares negros surgían de una tradición de dependencia y segregación iniciada durante el período de esclavismo y consolidada durante los años de la inmigración masiva a las ciudades. El negro urbano convivía desde hacía años con situaciones endémicas de desempleo y pobreza, azuzadas por la alta natalidad de la etnia. El resultado era una específica patología (the tangle pathology4) de la familia negra: matriarcado y, en gran parte deducida de la falta de presencia del padre en el hogar, madres adolescentes, fracaso escolar, crimen y delincuencia, menor capacidad para pasar las pruebas de habilitación laboral que los blancos, alienación. La conclusión era que las políticas gubernamentales habían de desplazarse hacia el fortalecimiento de las familias como paso previo para la lucha por la igualdad de oportunidades sociales y económicas.

Los datos no eran desconocidos. Algunos de ellos habían sido ya puestos de manifiesto por Frazier (1936) hacía ya muchos años y utilizados como indicadores de pobreza y marginación por muchos otros investigadores (por O. Lewis, por ejemplo). Lo que se puso en tela de juicio por parte de muchos investigadores sociales y por parte de los movimientos sociales fue la derivación ideológica de los datos, que apuntaba hacia la estigmatización de formas familiares que podían considerarse propias de la familia negra tradicional (especialmente el matriarcado) en favor de estereotipos familiares propios de las clases medias blancas y, sobre todo, la ocultación bajo el tema de la familia, de los problemas directamente creadores de pobreza entre los afroamericanos: mercado de trabajo restringido, desempleo y subocupación. Consecuentemente, el desacuerdo práctico principal se basaba en el temor de la substitución de los programas centrados en asistencia, empleo y vivienda por otras políticas de ayuda a la "regeneración de la familia negra", que por otra parte no estaban concretadas. El Informe Moynihan no prosperó en la arena política pero estableció un nuevo tema central en la agenda sobre la pobreza, en torno a la familia, posteriormente abrazado como clave por las políticas conservadoras y, al menos, muy tenido en cuenta por las liberales5.

Los trabajos de Myrdal, Harrington, Lewis y Moynihan fundamentaron el resto del pensamiento sobre la pobreza urbana durante los años setenta y se encuentran en la base de la discusión actual, aunque las interpretaciones y conclusiones que suscitaron fueron muchas y contradictorias. La visión conservadora (por ejemplo, Banfield, 1970; Murray, 1984) pone el énfasis en las características individuales apuntadas por Lewis, es decir en la desestructuración personal y en la incapacidad de inserción y proyección social. Ello permite deducir, desde la política conservadora, la inutilidad, y aún el carácter pernicioso, de las políticas sociales, que solo hacen que propiciar y mantener situaciones acomodaticias. Es, de hecho, un retorno a la primitiva diferenciación entre pobres necesitados y pobres producto de la desviación social. Por otra parte, las características de desviación social que muestran las familias pobres, puestas de manifiesto por el informe Moynihan, necesitan de atención hacia su regeneración y es hacia las políticas familiares hacia donde deben dirigirse los esfuerzos y los recursos económicos.

En cambio, las visiones progresistas y liberales subrayan la validez de la visión estructural de la pobreza (Myrdal, Harrington, en parte Lewis) y la necesidad de una intervención decidida de la administración para superarla, mientras consideran estigmatizadora y ofensiva para con los desfavorecidos la generalización de algunas de las características individuales o familiares apuntadas por Lewis y Moynihan (Wilson & Aponte, 1987). Las visiones más radicales, muy minoritarias, destacan el desarrollo de redes propias de autoorganización y sistemas alternativos de vida (por ejemplo, el estudio sobre los sin techo de Wagner, 1993).

A pesar de las diversas derivaciones ideológicas, los cuatro textos tienen grandes coincidencias, como es lógico. A lo que aquí interesa, hay que destacar que en todos se subraya el papel de la concentración de la pobreza en áreas degradadas y el tema central para la sociedad norteamericana de la discriminación y segregación racial con los afroamericanos y con otras étnias.

La incorporación de la relación entre mercado de trabajo y condiciones de las áreas degradadas y guetos supuso una nueva generación de análisis que, si bien seguían apoyándose en los seminales conceptos de la escuela de Ecología Urbana, los sobrepasaban, al centrarse en aquellos grupos específicos alejados del mercado de trabajo, fueran la under-class de Myrdal o los marginados de la "cultura de la pobreza" de Lewis. Un repaso a algunas de las principales aportaciones o monografías sobre áreas degradadas y guetos permitirá caracterizar mejor lo dicho.

Una primera aportación teórica de peso fue la de Charles Stokes (1962), coetánea al trabajo de Myrdal y de Harrington y con grandes coincidencias de concepto y de vocabulario con el primero. Este autor explicaba diferentes tipos de áreas degradadas estudiando la inserción de su población en el mercado de trabajo. Ello le permitía realizar una primera distinción entre áreas degradadas ocupadas principalmente por población integrada en el mercado de trabajo ("slums of hope") y aquellas zonas formadas principalmente por marginales o periféricos al mercado ("slums of despair"). Una segunda distinción era entre áreas con población mayoritaria que potencialmente podía progresar en su categoría laboral y social y áreas que concentraban población a la que le es muy difícil mejorar su posición social y laboral (cuadro 1).

Cruzando cada una de estas categorías, las ejemplificaba en cuatro casos. Las áreas degradadas de Guayaquil respondían a población inmigrante desplazada a la ciudad en busca de trabajo y con perspectivas de mejorar su posición social y laboral. El caso describía los procesos de asimilación de la población rural en mercados de trabajo urbanos. El Est End de Boston, de población blanca aunque marginal, representaba un área de predominante comportamiento asocial, y por lo tanto, un "slum of despair" aunque, en la sociedad norteamericana, el hecho de ser blanco sugería posibilidades de promoción social relativamente fáciles para aquellos que desearan insertarse en el mercado laboral. En parte respondería a la caracterización clásica de las zonas de transición, con abundancia de vagabundos, marginales, prostitución, etc. El caso contrario era el gueto de Chicago, percibido en los años sesenta como mercado de trabajo fácil, aunque para los puestos más bajos de la escala laboral y sin grandes posibilidades de promoción social por el sesgo racista y discriminatorio de la sociedad estadounidense. El último caso era el de áreas degradadas de Lima, ocupadas por población india. En él se cruzaban las características de marginalidad derivadas de una cultura específica, con las de discriminación laboral debida a actitudes racistas.
 

Cuadro 1. Situación de la población en áreas urbanas degradadas con relación al mercado de trabajo y a las dificultades de progreso social.
 
 

 
Integrados en el mercado de trabajo. 

"Slums of Hope"

Marginales o periféricos al mercado de trabajo. 

"Slums of despair"

Posibilidades de progreso social
Población emigrada en momentos de demanda de mano de obra 

(Barrios marginales de Guayaquil)

Población "asocial" pero no discriminada laboralmente 

(East End de Boston)

Grandes dificultades de progreso social
Mercado de trabajo abundante pero inelástico 

(Ghetto de Chicago)

Población "asocial" discriminada laboralmente 

(Barrios marginales de Lima)

Elaboración propia a partir de Stokes (1962).
 

Retornando a los Estados Unidos Stokes concluía que las áreas degradas del momento eran muy diferentes a las de épocas pasadas. Aquellas se caracterizaban por los grandes movimientos migratorios y el dinamismo social. En las actuales, en cambio, veía como factor dominante la imposibilidad de entrar en el mercado laboral. También destacaba que la discriminación racial existente creaba una "casta" (noción empleada también por Myrdal6), situada en la escala social más baja y con escasas posibilidades de progreso.

Seguramente, la visión que, inicialmente, puso mayor hincapié en el carácter social de los barrios y áreas degradadas fue la de David R. Hunter (1964). Se trata de un libro que hay que situar en el ambiente reformista de principios de los años sesenta. Enlaza con las perspectivas ecológicas clásicas al entender las áreas degradadas como lugares de concentración de las patologías urbanas inherentes a toda la ciudad. Su descripción de dichas patologías es la habitual: pobreza, deterioro de la vivienda, hacinamiento, concentración racial, bajo nivel cultural y elevada desviación social. A las muchas características de descripción habitual le añade una última "la atmósfera del área degradada", que según el autor, resume todo lo anterior pero que es más que la suma de las partes (p. 24). Esta "atmósfera" es la que crea las dificultades de progreso individual que anteriormente había señalado Harrington y se acerca mucho, en su caracterización, a la descripción de la cultura de la pobreza y al círculo de la pobreza descritos por Lewis posteriormente. La segunda parte del libro es muy diferente. Está dedicada a las alternativas de acción política y subraya el necesario fortalecimiento de las políticas públicas, que no han de ser meramente asistenciales. La mejora de los niveles educativos, que hagan competitivos a los jóvenes en el mercado de trabajo, y el estímulo a programas de empleo son las dos columnas sobre las que pivota su alternativa, muy parecida a las consideraciones al respecto de Myrdal.

En parte, esta visión fue aplicada con fervor militante por Kenneth B. Clark a la descripción de Harlem en New York (Clark, 1965). Este trabajo es un llamamiento a la autoestima y a la autoorganización de la población negra frente a sus problemas y un producto de los, por entonces, muy desarrollados movimientos sociales contra la discriminación racial. El punto de partida es la constatación de la discriminación del negro en el mercado laboral, tal como la había planteado Gunnar Myrdal, prologuista del libro y citado repetidas veces en él.

A pesar de ello, el núcleo central del libro está dedicado al análisis de la psicología del negro, y visto desde la actual perspectiva adolece de la adopción de criterios muy discutibles acerca de los sentimientos de inferioridad del negro en la sociedad. En gran parte los deduce de las características de la familia negra matrifocal y en las que el "hombre" se encuentra subordinado, por su frecuente precariedad laboral. Ello erosiona su posición jerárquica en la unidad familiar y revierte en la gran inestabilidad y muy numerosa disolución de matrimonios, en el abandono y en la falta de la figura del padre entre los jóvenes del gueto. A su vez, la inestabilidad familiar favorece la desviación social: sexualidad precoz, abandono en los estudios, delincuencia, etc. Esta visión prologa lo que un año más tarde establecería el Informe Moynihan como problema clave del negro pobre: la estructura familiar centrada en la mujer.

Desde una perspectiva mucho más académica, una monografía etnográfica sobre un área degradada de Washington (Liebow, 1967), volvía a la cultura de la pobreza tratada desde la perspectiva estrictamente masculina. Se basa en la observación participante y en las entrevistas abiertas a jóvenes y hombres. Uno de los apartados más interesantes es el referido al trabajo, que es percibido como aquello necesario para vivir al día, con renuncia a los trabajos más cualificados y al progreso económico. "Un trabajo es un trabajo" simplemente, sin diferenciar tipo o calidad. La renuncia a la planificación del futuro, señalada por Oscar Lewis como una de las características de la cultura de la pobreza, aparecía de forma muy clara. Por otra parte, la percepción de la familia y de la vida familiar reincidía en muchas de las cuestiones ya apuntadas: entre los entrevistados abundaban los padres que viven sin sus hijos, que reflejaban una actitud transmitida desde generaciones, puesto que ellos, frecuentemente, habían sido hijos sin padre. El estatus derivado del matrimonio era considerado como un prestigio social, pero no jugaba ningún papel específico en la formación de la familia, ni para tener hijos, ni para obtener relaciones sexuales. Dada esta situación, lo más frecuente era el matrimonio a edades jóvenes y su ruptura, o en caso de mantenerse, la infidelidad, la explotación sexual y los malos tratos como secuelas. Contrariamente, la red de relaciones sociales a partir de la amistad era lo que más valoraban los entrevistados.

Los años setenta se iniciaron con dos trabajos que además de resumir las perspectivas ya apuntadas abren algunas vías nuevas de comprensión. El primero, una monografía (Rainwater, 1970) sobre Pruitt-Igoe, un barrio de vivienda pública ocupado exclusivamente por negros y cercano al centro de Saint Louis, que en 1972 fue derribado por la administración. Este barrio se ha convertido, por una parte, en el símbolo del fracaso de la arquitectura moderna (Jenks, 1991, Hall, 1996), y por otra en muestra material de la inadecuada e inútil política de vivienda para los pobres, al ser uno de los ejemplos clásicos y más difundidos sobre las pésimas condiciones de vida en los barrios de vivienda pública estadounidense, y ha hecho correr ríos de tinta (Montgomory & Bristol, 1987).

Proyectado a principios de los cincuenta, se empezó a ocupar en 1954. En total eran 33 edificios de 11 plantas, con 2.762 apartamentos que albergaban, a finales de los años sesenta, unas 10.000 personas. De ellas, las dos terceras partes eran menores, y entre los adultos, las mujeres multiplicaban por 2.5 a los hombres. Muchos de los apartamentos estaban desocupados (cerca de una cuarta parte) por falta de demanda que quisiera acogerse a una vivienda situada en un lugar que combinaba dramáticamente la mala calidad constructiva con una peor imagen, cimentada en las altas tasas de crimen y violencia.

El estudio de Rainwater se basa en la observación participante y en las entrevistas abiertas, además de utilizar fuentes secundarias y estadísticas. La estructura del libro alterna capítulos de entrevista a una persona o familia con capítulos de análisis de una cuestión específica: características de la población, vida cotidiana, relaciones y roles de la pareja, relaciones paterno - filiales, socialización de los adolescentes en el barrio. El punto de partida del autor es explícito al señalar la situación marginal en el mercado laboral y la discriminación racial como los dos componentes fundamentales que favorecen la pobreza. A partir de aquí realiza una crítica radical a las visiones culturalistas y psicologistas más basadas en el carácter del negro y en el de la familia matriarcal.

Por supuesto no niega las patologías habitualmente señaladas y que en Pruitt-Igoe son cuantitativamente mucho más contundentes: el 38% de las familias no tenía ninguna ocupación; la asistencia estatal era la vía más frecuente de ingresos familiares, y aún el 45% de las familias con algún miembro empleado no podía vivir sin algún tipo de ayuda pública. Como en otros estudios, señalaba el papel de la mujer en la familia y la existencia de un muy elevado porcentaje de familias (62%) sin la presencia de varones adultos.

Pero el esquema explicativo que daba Rainwater a esta situación se aparta de muchas de las explicaciones al uso, tan sólo basadas en la "cultura de la pobreza" y en las raíces americanas (del esclavismo, del sur rural) de la familia negra. Junto a ellas y, según el autor, de forma determinante, había que considerar la marginalidad que generaba el sistema económico, y marcadamente la dificultad para obtener empleo mínimamente remunerado, que se encontraba en la base tanto de la creación del gueto y del ambiente de anomía social, como en las frecuentes relaciones conflictivas y de inestabilidad entre la pareja, que abocaban en patrones familiares matrifocales, o en el abandono masculino del hogar. En el esquema, la alta fertilidad también juega un papel importante al limitar aún más los escasos recursos económicos.

El estudio de Harold Rose (1971) largamente basado en la ciudad de Milwuakee, pero apoyado en muchos otros ejemplos y en datos de tipo nacional, tiene importancia por señalar algunos de los cambios espaciales que contribuyeron en los años sesenta a la progresiva marginación de las áreas degradadas y que, de forma significativa para la comprensión actual de las áreas de concentración de pobreza, se han consolidado en los años que van desde la publicación de su trabajo a la actualidad. Un primer aspecto sobre el que pone énfasis el autor es la notable expansión del gueto acaecida desde la posguerra. Ello se debía tanto a la última oleada migratoria desde el sur rural como a las altas tasas de fecundidad alcanzadas en los últimos años.

En segundo lugar, los procesos de suburbanización de las clases medias, sumados a la expansión demográfica y espacial del gueto, habían actuado concentrando la pobreza. El mercado de vivienda usada, en el centro, tal como ya había apuntado Morrill, era un mercado exclusivamente dedicado a rentas bajas y, frecuentemente, a negros. Muchas veces, la expansión del gueto se realizó a partir de patrones sociales muy claros: los trabajadores especializados y las clases medias afroamericanas habían migrado del centro de las áreas étnicas, ocupando sus márgenes o incluso iniciando una suburbanización propia (Rose, 1976). Por su parte, los puestos de trabajo habían iniciado un desplazamiento desde el centro a las nuevas periferias. El gueto había perdido puestos de trabajo y se había convertido en un lugar básicamente residencial y de servicios para la propia población afroamericana, o mejor dicho, para aquella población que no había iniciado su migración hacia las periferias suburbanas. El tiempo y dinero invertidos en transporte para acceder a los puestos de trabajo hacían estos cada vez más inaccesibles. Así mismo, el proceso de aislamiento también era perceptible en los servicios, muy especialmente en las escuelas, con una fuerte segregación racial y con rendimientos escolares inferiores a las escuelas de los barrios suburbanos.

En los dos últimos estudios sumarizados aparece como línea argumental de base la propia diferenciación social entre la población negra. El problema de Pruitt-Igoe era el mismo que el de la zona central del gueto de Milwuakee, o de otras muchas zonas urbanas degradadas: la concentración de las capas más desfavorecidas de la población y su creciente aislamiento con respecto al resto de la sociedad y de las oportunidades económicas de la rica sociedad norteamericana. Este aislamiento incluía el alejamiento de las capas más pobres respecto las capas proletarias y medias afroamericanas. Ello ha tenido un significado fundamental para la comprensión de la transformación social del gueto. A diferencia de las aproximaciones que entre finales de siglo XIX y mediados de siglo XX percibían el gueto como concentración racial y que subrayaban la presencia de grupos sociales diversificados que mantenían la cohesión social de los barrios (desde Du Bois a Drake y Cayton), las nuevas percepciones señalan el común denominador de la pobreza extrema y sus secuelas como nueva caracterización homogénea de áreas anteriormente interclasistas.

En el proceso de aislamiento de las áreas degradadas las políticas de vivienda jugaron un papel fundamental. Richard L. Florida y Marshall M.A. Feldman (1988) han señalado con acierto como la suburbanización profundizo en la división social al crear un mercado doble de la vivienda: el suburbano de propiedad y el del centro ciudad, de zonas degradadas de alquiler.

Un repaso mas detallado a las políticas federales de vivienda (Mitchell, 1985) permite entender mejor el proceso de aislamiento antes señalado. La política de vivienda se inició en Estados Unidos en los años treinta. En 1933 se aprobó una ley de financiación a la demanda con prestamos fijos a bajo interés para la adquisición de viviendas. Cuatro años más tarde se aprobaba otra ley, esta vez sobre construcción pública de vivienda, normalmente de alquiler, en la que el Estado Federal aportaba substanciosas cantidades a proyectos municipales. La filosofía de la política de vivienda permaneció fijada durante decenios por estas dos leyes. La primera se orientaba hacia aquella parte de población de poco poder adquisitivo pero que podía aspirar a la vivienda suburbana de propiedad. La segunda ley se destinaba a las capas más pobres. De hecho, la construcción de vivienda pública no fue muy cuantiosa, al menos en un primer momento. En 1949 se aprobó un plan sexenal de 810.000 viviendas de construcción directa. La realidad fue que en 1960 tan sólo se habían construido 250.000.

El plan de 1949 iba directamente relacionado con el impulso a los programas de renovación urbana que se dieron profusamente en la posguerra (Anderson, 1964). En teoría, la renovación implicaba la reubicación de la población afectada. También en teoría, las más de 800.000 viviendas programadas tenían este destino. La valoración de Anderson, que popularizó el término "negro removal" como ácido sinónimo de renovación urbana ("urban renewal"), es que se destruyeron muchas más viviendas de las que se llegaron a construir y que, contrariamente al espíritu inicial de la ley, tan solo un 6% del total edificado en las áreas renovadas correspondía a vivienda social. Muchos trabajos señalan la relación existente entre destrucción de viviendas viejas, renovación urbana, expulsión de la población y mayor hacinamiento en las áreas degradadas del centro (por ejemplo Myrdal, 1962 y Hunter, 1964). Por otra parte, Anderson apuntaba, como efecto frecuente, el cambio social del área renovada, que a menudo incluía apartamentos para clases acomodadas.

Concretando esta visión general, el sociólogo Herbert Gans señaló, en una monografía sobre el West End de Boston, como los programas de renovación se orientaban hacia un cambio de las características sociales del barrio y hacia la especulación inmobiliaria, puesto que se declaró obsoleto el barrio aún sin existir excesivos problemas de estructura física. Por ende, se aprovecho la mala imagen derivada de una población marginal minoritaria para expulsar al conjunto de la población, trabajadores que, en esta ocasión, eran mayoritariamente blancos (Gans, 1962).
 

El debate actual sobre la pobreza urbana

Las características actuales de la pobreza urbana estadounidense deben comprenderse en el contexto de los cambios acaecidos en la economía y en la sociedad, que en los últimos veinticinco años se ha adaptado a la creciente mundialización de la economía y a la incorporación de las altas tecnologías en los procesos productivos, con una estrategia basada en la flexibilización del mercado de trabajo y la desregulación creciente de la economía respecto del ya tradicionalmente escaso intervencionismo estatal, al menos desde ópticas europeas. Ello ha revertido en un incremento substancial de la pobreza, más si se tienen en cuenta criterios relativos y de distancia entre las capas más desfavorecidas y el resto de la sociedad. Por otra parte hay que considerar las nuevas migraciones, provenientes de Hispanoamérica y, también, del Este asiático, que han sido renovadamente fuertes durante este último cuarto de siglo.

Saskia Sassen en su fundamental estudio sobre la globalización económica (Sassen, 1991) ha establecido las hipótesis básicas sobre la mundialización de la economía y sus consecuencias socio-espaciales. La autora define el proceso de mundialización distanciándolo del simple modelo descriptivo del crecimiento de la economía de servicios, que substituye a la manufacturera, hecho que desde muchos años antes venía haciéndose notar en los Estados Unidos. El punto de partida es considerar que la globalización económica y la incorporación de altas tecnologías han supuesto una creciente centralización de la gestión empresarial y, a la vez, una dispersión de la actividad. Ello ha supuesto la implantación de nuevos modelos de inversión de capital (en los que las áreas para invertir en servicios son los propios países más desarrollados, y no los menos avanzados que, en algunos casos, captan la manufactura tradicional) y de internacionalización y expansión del sector financiero.

Las tendencias espaciales de la globalización pueden sumarizarse en cuatro puntos: (1) La descentralización del sistema productivo y la centralización de la gestión y la creación de una red mundial de finanzas y negocios que han dado pie a las llamadas ciudades mundiales. (2) Los nuevos lugares centrales de esta red no sólo concentran a las empresas transnacionales e inversoras sino que, en torno a ellas, se mueve todo un nuevo mercado de servicios y de finanzas que complementa y se alimenta de la gestión de las grandes empresas. (3) Es en estas ciudades donde se dan las principales innovaciones en todos los ámbitos socioeconómicos, que después se difunden hacia el resto de la jerarquía urbana. (4) Sassen estudia, posteriormente, los cambios derivados de la reestructuración económica que la nueva economía ha implantado. Básicamente, una huida de los puestos de trabajo cualificados de los centros urbanos hacia las áreas suburbanas. La pérdida de puestos de trabajo en la manufactura tradicional y la ubicación suburbana de los nuevos trabajos ha supuesto una polarización aún más grande entre las partes degradadas del centro de la ciudad y la periferia suburbana. En el primero se localiza la población incapaz de acceder a los puestos de trabajo bien remunerados, mientras que en la segunda se concentra la residencia de los trabajadores cualificados.

Sobre este marco teórico, aquí necesariamente simplificado, y sobre otras aportaciones en la misma línea de finales de los ochenta y principios de los noventa7, se han desplegado una gran cantidad de trabajos. A lo que aquí interesa conviene centrarse en la resituación de las ciudades en la jerarquía urbana y en la reestructuración del mercado de trabajo. Paul L. Knox (1997) ha hecho notar recientemente como las ciudades "no mundiales" han seguido estrategias diversas para adaptarse a las nuevas condiciones económicas. El éxito depende de la capacidad de atraer flujos de capital foráneo y de las importaciones y exportaciones que cada ciudad es capaz de conseguir y generar. Cleveland sería, por ejemplo, uno de los modelos más citados de éxito en su reestructuración económica. Esta ciudad, con una larga tradición manufacturera, en los inicios de los años ochenta sufrió un duro proceso de desindustrialización. En los últimos años, en cambio, ha experimentado un renacimiento económico basado en inversiones foráneas en sectores de alta tecnología (Warf & Holly, 1997). Paradójicamente ello no ha supuesto un aminoramiento de las desigualdades sociales. Contrariamente, en esta ciudad se ha podido delimitar una parte del centro degradado donde se dan los índices mas altos de pobreza urbana (Hughes, 1990). El período de crisis económica contribuyó de manera fundamental a la formación de las áreas socialmente más marginales, que siguen manteniéndose en las épocas de mayor crecimiento económico.

Independientemente del éxito o fracaso de las estrategias locales para alcanzar una posición en la jerarquía económica mundial, globalmente, las ciudades norteamericanas han visto incrementar el grupo de población pobre. Una de las conclusiones de Saskia Sassen es que la globalización incrementa la polarización social. La reestructuración del mercado de trabajo ha afectado principalmente a los trabajadores manuales no especializados y a la población de menor formación cultural (Kasarda, 1990a y 1990b), sobre los que han revertido los efectos más negativos del proceso. Así, la pobreza, que entre 1968 y 1977 afectó a un promedio de 24 millones de estadounidenses, se incrementó notablemente cuando los procesos de reestructuración empezaron a hacerse notar. En 1983 la población afectada eran unos 35 millones y en 1990, con un ligero descenso, abarcaba a 32 millones, el 12.9% de la población (Goldmisth & Blakely, 1992). Los años noventa han supuesto un nuevo incremento en los niveles de pobreza, que en 1995 afectaba a 36,4 millones de personas, casi el 14% de la población (Baugher & Lamison-White, 1996).

Intentando explicar el incremento de la pobreza durante el último cuarto de siglo Thomas J. Sugrue (1993) ha estudiado la relación entre cambios en la estructura del mercado de trabajo y las características de la pobreza en Detroit. Este autor parte de la consideración que, durante el siglo XIX el conjunto de la clase trabajadora podía considerarse pobre, o con riesgo de caer en la pobreza, ya que la oferta de trabajo era altamente inestable y fluctuante. A lo largo de la primera mitad de siglo XX, la llegada del capitalismo corporativo creó un gran sector de clase trabajadora económicamente estabilizada, a la vez que profundizó las diferencias entre aquellos que estaban situados centralmente en el mercado de trabajo y los que se situaban periféricamente a él. La actual mundialización de la economía ha supuesto la progresiva ampliación del sector pobre de la población que, en parte retornando a imágenes decimonónicas, cae en la inestabilidad laboral, favorecida por la flexibilización del mercado laboral, y en el riesgo severo de pobreza. Por otra parte, Sugrue señala como ha sido históricamente la población afroamericana la que ha estado más sujeta a las variaciones del mercado laboral con relación a la situación económica, y como en cada momento de crisis o de reestructuración ha sido la primera en salir perjudicada.

En este contexto, las actuales aproximaciones a la pobreza urbana tienen un doble punto de partida. Por una parte, surgen como reflexiones en torno al actual incremento de la polarización social producto de los cambios económicos y territoriales de finales de siglo XX. Por otra parte, enlazan con los temas centrales de los debates sobre la pobreza urbana, especialmente los apuntados o desarrollados desde los años sesenta: el concepto de "subclase", la pobreza en las minorías étnicas y la pobreza como reflejo de los cambios en la estructura urbana de las ciudades.
 

La "subclase".

El concepto underclass había sido utilizado en diversas ocasiones durante el debate sobre la pobreza en los años sesenta. Gunnar Myrdal (1962) fue quién lo utilizó inicialmente con mayor precisión y sentido. Como se ha visto, definió la under-class8como un nuevo grupo social fundamentalmente situado en la periferia o en los márgenes del mercado de trabajo. Entre otras características del grupo señaló su baja formación cultural y ocupacional, su frecuente localización en las áreas degradadas de las ciudades, su asociación con los sin techo, el hacinamiento provocado por los proyectos de renovación urbana, su desorganización política y su escasa participación social. Muy especialmente se refirió a las minorías afroamericana e hispana como especialmente afectadas por el paro o el subempleo, y a las cabezas de familia femeninas como grupo de riesgo, al estar más marginadas que otros del mercado laboral9. La mayoría de estas caracterizaciones han trascendido al debate actual desde los años ochenta. La gran diferencia es que, al menos en un principio, los vínculos estructurales con la economía y el mercado de trabajo desaparecieron de las consideraciones sobre los más desfavorecidos.

A finales de los setenta, el término subclase empieza a aparecer con una cierta frecuencia en los periódicos, asociado normalmente a la minoría afroamericana y a los problemas de violencia callejera. En 1982 el periodista Ken Auletta publicó un libro titulado The underclass, el cual popularizó este concepto. En las definiciones periodísticas de la subclase domina la idea de grupo definido por la desviación social, y por lo tanto, de nuevo, la diferenciación decimonónica entre pobres necesitados y pobres asociales. La subclase incluye no sólo a los violentos, sino también a los sin techo y a las madres solteras o divorciadas sin recursos económicos y, en gran parte, a muchos de los que dependen de la asistencia social para poder vivir. Su comportamiento, en la medida que se aísla crecientemente del comportamiento del resto de los ciudadanos y en la medida que sé autoreproduce en su propio grupo de generación en generación, es comprensible en los términos mas psicologistas de la cultura de la pobreza. En este contexto, la popularización del concepto ha sido, muy frecuentemente, utilizada por las tendencias políticas conservadoras para atacar las políticas de bienestar y asistenciales.

Ya en 1970 Edward C. Banfield argumentaba como la psicología específica de la pobreza se basaba en la idea de vivir al día, sin planificar el futuro, y como los programas de políticas sociales del gobierno, implementados en los años sesenta, en épocas liberales, estaban estimulando comportamientos de desviación social y disuadiendo a los pobres del autoesfuerzo y del objetivo de la promoción social. En épocas mas recientes, ya popularizado el concepto de subclase, Charles Murray ha argumentado la visión conservadora de la época Reagan y ha fundamentado intelectualmente su política social a partir de una crítica feroz de las políticas asistenciales, que analiza desde sus orígenes (Murray, 1984).

Los argumentos básicos de este autor son: (1) A pesar del incremento del gasto público en asistencia social desde 1965, la incidencia, tanto de la pobreza como del comportamiento antisocial ha aumentado; (2) Las condiciones económicas generales mejoran, por lo tanto, ni la pobreza ni el comportamiento antisocial tienen directamente a ver con la situación económica; (3) El desempleo entre los negros se incrementa porque gran parte de la población joven afroamericana sale voluntariamente del mercado de trabajo; (4) El incremento de las cabezas de familia femeninas entre negros se debe a que muchas de las jóvenes afroamericanos ven pocas razones para casarse puesto que ello no supone seguridad o estabilidad económica; (5) El comportamiento con respecto al mercado laboral y con respecto a la creación de familias (también el comportamiento criminal) refleja respuestas de plazo corto a estímulos económicos, propios de aquellos que viven al día, que no planifican su futuro; (6) Estos estímulos económicos son el resultado perverso de la política federal en materia social desde 1965. Se argumenta así que el pago de salarios sociales, las ayudas en especie y las ayudas a los alquileres de vivienda constituyen los puntales básicos del crecimiento de la desviación social, al facilitar la concentración de la pobreza y favorecer la autoreproducción de patrones de comportamiento antisocial.

Las visiones progresistas, en cambio, se han caracterizado por un rechazo de los análisis de tipo psicologista y próximos a la idea de cultura de la pobreza. Harrington (que en 1962, argumentaba que un conjunto de factores que se daban interrelacionados, y que incluían aspectos comportamentales, dificultaban e impedían la salida hacia una mejor situación para los pobres, muy en la línea de las tesis de Oscar Lewis) considera el incremento de la pobreza como un producto de la nueva división internacional del trabajo y de la desindustrialización de los Estados Unidos, que han situado en el paro a muchas personas, que puede situar a otras muchas más y que afecta principalmente a las capas de población menos formadas. Las políticas conservadoras de Reagan sobre asistencia social y bienestar, de progresivo desmantelamiento, solo podían agravar la situación (Harrington, 1984). Este autor, rechaza el concepto de subclase como psicologista y peyorativo con los pobres, a los que se estigmatiza como desviados sociales. Esta misma perspectiva engloba a buena parte de las visiones liberales y socialdemócratas10. Además es muy frecuente asimilar el concepto underclass a actitudes racistas (así lo denuncian, por ejemplo, Marcuse, 1989; Fainstein, 1993) y de ocultación de los problemas que afectan a la mayoría a partir de la magnificación de los de unos pocos (Devine & Wright, 1993).

De hecho, hasta hace muy poco, las corrientes de pensamiento liberales y socialdemócratas han rechazado mayoritariamente el debate centrado en la subclase. Aunque poco a poco este término está siendo utilizado también desde análisis progresistas (por ejemplo, Galbraith, 1992). El trabajo clave que utiliza desde una óptica progresista el concepto de subclase es el de William J. Wilson The truly disadvantaged (1987). Este sociólogo había estudiado, anteriormente, la perceptible y creciente asimilación social de grupos de afroamericanos de clase media y profesionales, que desde los años setenta se habían incrementado notablemente, y habían iniciado tendencias de abandono de los guetos camino de los suburbios (Wilson, 1978). Su tesis era que para entender los actuales procesos de estratificación social el análisis de clases era mas útil e importante que el de etnia, sobre el cual se había basado habitualmente el movimiento de derechos humanos. La respuesta a su primer libro fue, normalmente, señalar la existencia de grandes bolsas de pobreza entre la población negra y considerar más anecdótico que recurrente el despegue social de algunos grupos de afroamericanos.

Wilson dedicó los siguientes años al estudio de los grupos negros más desfavorecidos, aunque manteniendo su tesis central según la cual actualmente el problema de los pobres de raza negra es un problema de clase social más que de discriminación racial. Las tesis fundamentales sobre la subclase las publicó en un artículo sintético en 1984. En el parte de la diferenciación entre población negra que vive fuera del gueto, población del gueto y subclase, con dinámicas diferentes, también señaladas coetáneamente por diversos estudiosos (Farley, 1984). El trasvase de población desde el gueto a otras áreas ha empeorado la situación social en el primero. El Informe Moynihan, en 1965, señalaba que una cuarta parte de las familias afroamericanas eran encabezadas por una mujer sin pareja. En 1980, el porcentaje era del 42%. Ello era sobre todo por el elevado número de familias monoparentales en el gueto. En las áreas de vivienda social de Chicago, por ejemplo, argumenta Wilson, solo un 11% de las familias eran biparentales. Además, las familias monoparentales, tal y como habían señalado los analistas conservadores, eran crecientemente dependientes de las políticas asistenciales.

Preguntándose sobre las causas del deterioro de la estructura familiar de las capas bajas de la población negra y su situación por debajo del umbral de pobreza, Wilson plantea si la simple explicación basada en la discriminación racial es válida. Distingue entre la discriminación histórica y la actual y da mucha importancia a la historia para entender la actual situación. La discriminación histórica en las grandes ciudades se produjo con relación a la gran avalancha de negros inmigrantes del sur y que no se desaceleró hasta los años sesenta. Esta llegada masiva de emigrantes era percibida por la población blanca como peligrosa por su gran cuantía, y esto, según el autor, hacían diferentes los movimientos migratorios de los negros con respecto a los de las etnias blancas europeas o de los asiáticos. Unos porqué acabaron antes el proceso de asimilación, los otros porqué eran mucho menos numerosos. Medio millón de asiáticos podían establecer sus redes y nichos económicos y a la vez ser digeridos por la sociedad norteamericana; en cambio, 22 millones de negros amenazaban el sistema.

La situación del gueto empeoró al acabarse las migraciones, cuando paralelamente empiezan a darse signos positivos de progreso social entre parte de la población afroamericana, que abandona el gueto o su parte mas degradada. Ello ha creado unas condiciones de autoalimentación de la pobreza en el gueto, donde se concentra la subclase, crecientemente excluida del mercado de trabajo, adoptando patrones familiares atípicos y cayendo en la delincuencia y en actitudes de desesperación social. Las conclusiones son que hay que fijarse más en cuestiones de clase que en asuntos de raza, que las políticas contra la pobreza han de ser generales (no exclusivas para negros) y orientadas hacia un nuevo grupo social de excluidos, que es la subclase.

Su libro de 1987 desarrolla con detenimiento las ideas hasta ahora resumidas. Primeramente critica las ideas liberales que niegan la existencia de la subclase por mantenerse en un plano idealista y, por lo tanto, incapaz de combatir el pensamiento conservador sobre la cuestión. Wilson afirma que existen amplias capas de excluidos sociales, muy localizados en las áreas más degradadas de las ciudades, con comportamientos sociales específicos y con pautas de autoreproducción de normas y formas de vida atípicas. Ello no es ningún impedimento para refutar las tesis psicologistas conservadoras y los datos sobre la dependencia de los pobres respecto el Estado benefactor. Wilson aporta información que pone en tela de juicio los datos (inexactos) de Charles Murray sobre la dependencia asistencial de los pobres, y argumenta la dificultad de un estilo de vida basado en la asistencia pública. Desde el sentido común pone de manifiesto la rareza de una opción de vida basada en las ayudas públicas si una familia puede optar por otras salidas.

Establece una clara relación entre las patologías sociales de la subclase y la reducción del mercado de trabajo no especializado y para empleos de baja formación. El paro estaría en la base de diversos comportamientos: las familias monoparentales surgen como respuesta de las mujeres al paro masculino; la falta de cualificación profesional conduce al paro de larga duración, al trabajo sumergido y a comportamientos delictivos.

La progresiva huida de las clases trabajadoras y medias del gueto (o de su parte más degradada) actúa como elemento central en la reproducción de la subclase. Wilson habla de dos efectos interrelacionados. Por una parte, el "efecto de concentración" que reduce las oportunidades de sus habitantes en el mercado laboral, en la obtención de una buena formación y en la creación de nichos ecológicos que permitan el acceso a los modelos de comportamiento convencionales. Por otra, en el gueto ha desaparecido el "colchón social" que supone la presencia de una clase trabajadora y media suficiente para absorber y aminorar los efectos del crecimiento económico desigual y de las periódicas crisis económicas. Ello revierte en la dificultad de sostener las instituciones básicas en el gueto (desde la iglesia hasta las actividades comerciales, la escuela con ciertos niveles de dignidad o las actividades de recreación) y en la pérdida de la organización social, del sentido de comunidad, de la identificación positiva con el barrio y de la elaboración de normas de control social.

Posteriormente, Wilson ha continuado realizando aportaciones substanciales al estudio de la subclase y de la pobreza. En un trabajo de 1991 consideró el aislamiento social que se da en el gueto como el gran problema central de la pobreza urbana, que caracteriza a la subclase pero que acaba trasladándose al conjunto de la población que vive en el área, por contacto con escuelas que no enseñan, por aislamiento respecto la concentración de puestos de trabajo, por pérdida de las condiciones de control social del vecindario. El autor llega a dudar de la utilidad del termino subclase, que él había popularizado entre las posiciones liberales, por considerarlo restringido respecto al conjunto de población desfavorecida que vive en las zonas degradadas del centro ciudad. Aún más recientemente (Wilson, 1996) se ha centrado en el análisis del mercado laboral y del acceso de los negros más desfavorecidos a él. Degradación del gueto, entorno social conflictivo y baja formación laboral se entienden aquí como causas de la difícil inserción en el mercado de trabajo de estas capas de población

Las conclusiones de The truly disadvantaged abocan en la defensa de políticas generales en lugar de visiones centradas en la raza y en los excluidos. Las políticas asistenciales tradicionales han tendido a ser para aquellos que se encontraban fuera del sistema económico, considerados como la excepción del camino emprendido por los norteamericanos. Sin dejar de contemplar los servicios básicos a los excluidos, que Wilson prefiere centrar en la protección a los niños y a las familias, plantea que los esfuerzos deben dirigirse hacia los programas ocupacionales, de formación laboral y de mejora de la escuela pública en las áreas degradadas centrales de las ciudades.

El libro de Wilson fue recibido polémicamente, en general discutiéndose la validez o no del concepto de subclase y sus limitaciones en la definición de la pobreza urbana, que sería un término mucho más general, o en su orientación fuera del análisis étnico y de discriminación racial, central para muchos de los científicos sociales estadounidenses que han tratado aspectos de la pobreza.

Aun así, aceptando, matizando o discutiendo los conceptos desarrollados por Wilson, han ido apareciendo en los últimos años trabajos que se centran en muchas de las premisas por él apuntadas. El libro editado por Christopher Jencks y Paul E. Peterson (1991) pretendía validar o enriquecer muchas de las hipótesis iniciales. El resultado es una excelente colección de trabajos sobre empleo, familia, vivienda, segregación espacial, educación y políticas públicas en los inicios de la última década de siglo. De forma similar, se ha explorado el concepto de subclase desde ópticas diferentes (Wilson, ed., 1989) y ensayando comparaciones internacionales (Gans, ed., 1993). Por otra parte, la colección de artículos editada por Michael B. Katz (1993) pretende dar dimensión histórica al tema de la subclase y de la pobreza urbana, estudiando la percepción que la sociedad bienpensante tiene de la pobreza urbana desde el siglo XIX, la evolución de las políticas sociales y la propia evolución del grupo pobre de la sociedad norteamericana con relación a los cambios económicos y sociales. En este sentido se ha considerado a la underclass como una metáfora para designar las actuales transformaciones sociales en el grupo mas desfavorecido, pero próxima a la situación de pobreza y de marginación laboral de las capas más desfavorecidas de finales de siglo XIX y principios de XX (Katz, 1993). Recientemente, un volumen de la Academia Americana de Ciencias Políticas y Sociales se ha dedicado íntegramente a la globalización económica y sus repercusiones territoriales y sociales. En él de nuevo el tema de la subclase y de la nueva pobreza ha aflorado como principal (D. Wilson, ed., 1997).

Una de las repercusiones del trabajo de William J. Wilson ha sido un retorno a las tesis que subrayan el mercado de trabajo en la comprensión de la pobreza urbana, alejándose de las visiones más periodísticas y políticamente conservadoras, de énfasis en los rasgos psicológicos de los individuos pertenecientes a la subclase. En este sentido, han habido intentos de caracterizar más finamente el concepto de subclase. Quizás el más completo ha sido el de Martha Van Haitsma (1989). Su definición considera a aquellas personas débilmente conectadas al mercado de trabajo formal (por lo tanto, paro, subempleo, empleo sumergido e ilegal...), y cuyo contexto social (características de las unidades familiares, de la red social y del barrio) le impide fortalecer los nexos con el mercado laboral. Dada esta significación, la palabra underclass se ha ido generalizando como sinónimo de nueva pobreza, y muchos investigadores la utilizan como tal. Un problema asociado es el de la definición cuantitativa de la pobreza, ¿donde empieza?. La definición oficial estadounidense se basa en la renta de cada familia según la estructura por edades y el número de miembros. Otras definiciones alternativas, basadas en criterios relativos de renta respecto a la media de las familias estadounidenses, en gastos de vivienda o en gastos de alimentación sobre el total de ingresos, han puesto de manifiesto que la valoración oficial puede variar substancialmente. Según el criterio alternativo utilizado, la población por debajo del umbral de pobreza en los Estados Unidos se sitúa entre la quinta y la cuarta parte del total, frente al 12-14% oficial de los últimos años (Ruggles, 1990; Ruggless, 1992).

El estudio de la evolución de la pobreza en los años setenta y ochenta (Goldsmith & Blackeley, 1992) ha puesto de manifiesto como realmente las fluctuaciones en el mercado laboral han incrementado la pobreza, sobre todo entre las minorías étnicas y en las áreas degradadas de las ciudades, tal como apuntó Wilson. Por otra parte, Cristopher Jencks (1991) se ha preguntado que ha ido a peor y que a mejor en los últimos veinte años. Su análisis pone de manifiesto que ha empeorado el desempleo, especialmente entre los negros y se ha incrementado la existencia de niños sin la presencia de padre en el hogar. También, la maternidad entre adolescentes continua siendo muy alta. Se ha estabilizado la dependencia asistencial de las madres de familia y la violencia. Han mejorado los índices educacionales, con menos adolescentes que abandonan los estudios y mejor capacitación para las normas básicas de lectura y de comprensión matemática. Por otra parte, hay menos viejos pobres y más niños, y la pobreza se ha concentrado en los hogares donde el cabeza de familia no trabaja regularmente. Jencks aboga por un nuevo análisis de clases sociales que pueda recoger en su complejidad las diversas características que coincidirían en la caracterización de la pobreza y de la subclase.

Aún sin contar con muchas visiones de carácter general, este tipo de estudios se ha realizado de forma abundante para ciudades concretas. Quizás uno de los más llamativos es el realizado con motivo de la revuelta de 1992 en Los Angeles (Jonhnson, Jones, Farrell & Oliver, 1992). Los autores analizan los hechos mirando la situación de los más desfavorecidos. Estudian la evolución de la población por etnias, las pérdidas de puestos de trabajo no cualificado, la evolución de la localización de la actividad económica, que se desplaza fuera de las zonas de mayor pobreza y los abandonos escolares en las áreas socialmente degradadas. La conclusión es que la situación es de permanente conflicto y peligro de explosión social, sin posibilidades de ser atenuada, a menos que se incremente de forma muy considerable la inversión en programas de ayuda social.
 

Discriminación racial

Otro grupo de estudios que ha orientado notables esfuerzos en los últimos años ha sido el de la pobreza con relación a las distintas etnias minoritarias. Lógicamente y como se ha visto, los estudios sobre los afroamericanos han sido los más numerosos y han puesto de manifiesto que, sea por una larga historia de segregación racial, sea por la continuidad de rasgos racistas en la sociedad urbana norteamericana, la población negra sigue siendo la más afectada por la segregación y por las diferencias de renta. Douglas Massey y Nancy Denton han estudiado la segregación espacial de asiáticos, hispanos y afroamericanos en las áreas metropolitanas concluyendo que son estos últimos los que cuentan con índices de segregación mas elevados. Ello es así, incluso, en las áreas suburbanas, de población de clase trabajadora y media. Contrariamente, la minoría menos segregada y más suburbanizada es la asiática, ocupando los hispanos un lugar intermedio entre ambas etnias y mostrando una gran diversidad de patrones de concentración o dispersión según en que ciudades (Massey & Denton, 1988).

Estos mismos autores han estudiado la evolución de la renta entre los grupos étnicos para concluir que fueron los negros los que experimentaron una bifurcación mayor, incrementándose la concentración de la riqueza y expandiéndose la pobreza, a la vez que ha decrecido la renta de las clases medias. Por otra parte, la concentración de la pobreza es mucho mayor entre los afroamericanos que entre otras etnias, dada la gran emigración del gueto de las clases medias o altas. Entre asiáticos e hispanos, en cambio, las comunidades mostraban una mayor mezcla social que diluía las capas de mayor poder adquisitivo entre los otros grupos sociales (Massey & Denton, 1990). Esto, que es cierto en el ámbito general debe matizarse para las ciudades concretas sobre las que hay estudios específicos. En Los Angeles, por ejemplo, parece ser que la reestructuración económica y la flexibilización del mercado de trabajo han incrementado la polarización social entre todas las minorías étnicas sin distinción (Ong & Blumenberg, 1996).

Pese al progreso social experimentado por parte de la población negra en los últimos años, los datos sobre segregación y nivel de renta muy inferior a la población blanca abonan la existencia de fuerzas profundas de segregación racial, además de las diferencias económicas. Reynolds Farley (1984) ha señalado como la evolución de diferentes indicadores entre 1960 y 1982 muestran un gran progreso social de la minoría negra pero, a la vez, no oculta que si el ritmo de crecimiento de la renta de estos 22 años se extrapola, los niveles de renta de la población blanca y la negra tardarían 300 años en igualarse. El nivel medio de ingresos de los afroamericanos está aún a un 60% del nivel medio de ingresos de los blancos (Fainstein & Fainstein, 1996) y, para algunos autores, tan solo la discriminación y el racismo explican las dificultades de progreso. Los negros viven aún segregados y aislados de las mejores oportunidades que tienen los blancos (Fainstein, 1993).

La polémica, aquí, se centra en incorporar criterios de clase para analizar las situaciones diferentes de la minoría negra, tal como establece Wilson, o bien en subrayar los criterios de etnia y de discriminación racial tal como establece Fainstein.

En el estudio de la pobreza, el aislamiento de los grupos afroamericanos de menores rentas (y por lo tanto un análisis de clases) ha permitido una mejor caracterización. Las características familiares con relación al mercado laboral y las estrategias de supervivencia en el gueto han sido temas recurrentes, ya apuntados desde los años sesenta, subrayados por Wilson en los años ochenta y ampliados en estudios posteriores. William J. Wilson había puesto de manifiesto la desestructuración familiar como una de las bases recurrentes de la subclase. Esta ha ido incrementándose con relación a la salida de población negra adulta masculina del mercado laboral, puesto que las mujeres negras rechazaban casarse con desempleados. Estudios posteriores muestran que, siendo cierto este primer supuesto, las opciones familiares monoparentales, de gran incidencia entre las adolescentes y jóvenes afroamericanas han actuado negativamente, a su vez, en las oportunidades laborales (Holloway, 1990). Rechazo de madres solteras para puestos laborales y dificultades para compatibilizar el trabajo a tiempo completo y la maternidad serían los efectos más recurrentes.

Recientemente se ha ensayado otra explicación para la creciente maternidad entre las mujeres jóvenes afroamericanas. M. Patricia Fernández (1994) ha estudiado el caso en las comunidades negras de Baltimore, apoyándose en encuestas y entrevistas. Frente a las teorías al uso (la conservadora que plantea la maternidad prematura como una desviación social promovida directamente por las políticas asistenciales, y la liberal, que la considera como un producto de la pobreza y de la descapitalización cultural) la autora concluye que la maternidad es una estrategia de las mujeres jóvenes para situarse en un nuevo estatus dentro del gueto. Como adultas entran en los circuitos sociales de su comunidad, con capacidad de acceso a diferentes oportunidades (desde la asistencia pública a la obtención de trabajos temporales...). Esta visión, que no es contradictoria con la más estructural que relaciona la maternidad prematura con el mercado laboral restringido, subrayaría como los comportamientos sociales se ubicarían en una ecología social muy específica: el gueto y la pobreza como medio ambiente.

La pobreza entre la minoría hispana (22 millones, 9% de la población en 1990) ha sido recientemente estudiada, intentándose aplicar los supuestos de William J. Wilson elaborados para la subclase de etnia negra. (Moore & Pinderhughes, eds., 1993). El resultado es un volumen que reúne varios casos sobre diversas ciudades y tipos de comunidad: puertorriqueños en Nueva York y Chicago, mejicanos en Los Angeles, Houston y en las áreas fronterizas entre Méjico y Estados Unidos, cubanos en Miami.

Una visión global de los estudios, proporcionada por las editoras del libro, plantea diferencias básicas entre la pobreza afroamericana y la latina. La diferencia fundamental estriba en que la primera se concentra en la capa más baja de una comunidad asentada desde hace muchos años, mientras que entre los latinos es el factor migratorio el definidor de la pobreza. En este sentido, las poblaciones de inmigrantes son señaladas por la comunidad como "el otro", los invasores que amenazan las normas sociales y los principios económicos establecidos y, como tales, se encuentran abocados al aislamiento social (Laws, 1997).

Sobre el impacto de la reestructuración económica en el mercado laboral hispano apuntan variaciones fundamentales entre unas ciudades y otras. El desempleo de larga duración y las restricciones en las oportunidades de empleo han sido mucho más fuertes en las ciudades del este y medio oeste que en los otros lugares estudiados. Aún así, en California, donde el desempleo sería menor, la pobreza adopta una variante basada en el trabajo temporal de muy baja cualificación.

Entre los hispanos hay un grueso de trabajo nada desdeñable situado en el mercado informal (básico para los hispanos sin permiso de trabajo) y también en el mercado ilegal de la droga.

La concentración de la pobreza en la parte mas degradada del gueto, que apuntó Wilson para la minoría negra, no se da de forma tan acusada entre los hispanos. A diferencia de las clases medias o trabajadoras negras que han emigrado de las zonas más degradadas, la mezcla social en los barrios hispanos es la norma más habitual, actuando de amortiguador social y evitando los procesos de degradación social tan acentuados en los guetos negros. La falta de "colchón social" en el gueto negro, señalada por Wilson, no es habitual en las zonas hispanas. Aun así, síntomas de aproximación a las situaciones apuntadas por Wilson se dan en algunos barrios de New York y Chicago.

Finalmente, como ha ocurrido con la minoría afroamericana, los recortes en las políticas asistenciales de los últimos años han afectado gravemente a las comunidades hispanas incrementando los niveles de pobreza.

Tanto en las comunidades hispanas como en las asiáticas se han destacado las redes sociales y la solidaridad étnica como factores de supervivencia de los inmigrantes pobres recién llegados. Determinados tipos de trabajo "étnicos" y gestionados por propietarios pertenecientes a minorías étnicas (las lavanderías chinas, los restaurantes, o en general los negocios gestionados por hispanos o asiáticos) servirían como primer peldaño en el proceso de asentamiento del inmigrante. Los procesos de socialización y de adaptación a la sociedad norteamericana estarían, por lo tanto, facilitados por redes sociales sólidas.

A pesar de ello, algunos estudios han destacado, más recientemente, las limitaciones y derivaciones negativas de las redes étnicas de acogida de los nuevos emigrados. Tal es el caso de los inmigrantes asiáticos recientes en Sacramento (California), que con la creciente restricción de los servicios públicos y su inclusión en las redes laborales informales, que dependen de los asiáticos ya asentados, han visto incrementar la marginación, pobreza y dependencia, todo ello en el marco de unos supuestos vínculos étnico-solidarios (Smith, Tarallo & Kagiwada, 1991). Una análisis similar se ha realizado para los nuevos emigrados cubanos en Miami (Waldinger, 1993).
 

Pobreza y ciudad

Los análisis sobre los cambios en la estructura urbana con relación al surgimiento localizado de la nueva pobreza urbana es otro de los aspectos que mayor atención esta recibiendo en los últimos años. Una de las visiones más interesantes al respecto es la de Peter Marcuse que repetidamente ha planteado el surgimiento de una ciudad fracturada y cuarteada, figura que él prefiere a la de "ciudad dual", que considera excesivamente simple (Marcuse, 1989). La ciudad cuarteada se compone de diversas partes socialmente diferenciadas: la ciudad del lujo, la ciudad gentrificada, la ciudad suburbana de las clases medias, la ciudad de los bloques de apartamentos de alquiler, con población de la clase baja trabajadora, y el gueto, no solo en sentido racial sino como localización de los excluidos, los muy pobres, los desempleados, los sin techo. En este último, la concentración de la pobreza es confirmada por las políticas de vivienda pública y por la desatención a los servicios públicos y educacionales.

En otro trabajo del mismo autor se intenta explicar las dinámicas que influyen en la ciudad cuarteada (Marcuse, 1993). Fundamentalmente se refiere al crecimiento de la "ciudad gentrificada", por una parte, y de la "ciudad abandonada" y degradada, por otra. El cambio en la ciudad central que detecta Peter Marcuse es doble. Por una parte, amplias zonas urbanas situadas centralmente son reconvertidas en áreas terciarias y en apartamentos caros ocupados por profesionales (proceso de gentrificación); por otra parte, muchos de los bloques de apartamentos de alquiler, que tradicionalmente han ocupado los grupos de trabajadores, han sufrido un proceso de degradación social acelerado, con relación a la huida hacia áreas periféricas de la población con mayores posibilidades de empleo y de renta.

Marcuse percibe el interés privado como fundamental en el proceso de cuarteamiento, centrado en los crecimientos suburbanos residenciales y de áreas de concentración de puestos de trabajo cualificados y en la renovación especulativa en el centro. Considera que, frecuentemente, la sumisión de la iniciativa pública a los intereses privados es total, provocada por las imprescindibles políticas de imagen y de captación de recursos económicos y tecnológicos foráneos para sobrevivir y situarse de forma favorable en el proceso de globalización. Esta sumisión se traduce en políticas urbanas especulativas y en la dejación de áreas degradadas hasta su futuro cambio de uso. El resultado es que la ciudad cuarteada, muy segregada socialmente, crea identidades propias para cada zona, que es separada por barreras físicas o psicológicas del resto de la ciudad.

Muchos análisis de ciudades se basan en esquemas similares al señalado por Peter Marcuse y pueden considerarse como los signos visibles de la ciudad del siglo XXI, fruto de la globalización económica, de la flexibilización laboral y de la desregulación administrativa. Probablemente la ciudad más y mejor estudiada en este sentido es Los Angeles. Considerada por los geógrafos californianos como una ciudad hoy excepcional, pero modelo de futuro. Estos han publicado recientemente un libro titulado significativamente The City (Scott & Soja, eds.,1996), parafraseando el título mítico de Park y Burgess (eds, 1925) y substituyendo la industrial Chicago por la postfordista Los Angeles11. En ella, la terciorización, la industria de alta tecnología, la globalización económica, los sistemas flexibles de trabajo, el multiculturalismo y la polarización social y racial interactuan de forma específica.

Una visión histórica de como se ha llegado al puzle social, étnico y de usos económicos que es Los Angeles la ha proporcionado Mike Davis (1990). Este autor repasa la historia de la ciudad desde mitades del siglo pasado. En la primera parte aborda la descripción de los grupos de poder de la ciudad y como las clases acomodadas tradicionales perdieron peso específico frente a la red de intereses globales financieros y frente a los agentes promotores que preparaban el suelo para las nuevas urbanizaciones. En la segunda parte Davis describe las transformaciones en el espacio urbano, producto de la pérdida de poder por parte de las capas hegemónicas tradicionales y de la globalización económica: el aislamiento y la represión de las minorías étnicas, el desinterés de la administración por el espacio público, la creación de un escenario del miedo que ocupa parques y calles y, a la vez, su militarización en aquellos lugares que son productivos, o la autorganización vecinal de las clases medias como peligrosa alternativa a la violencia callejera. En otro trabajo, más breve, Davis ha insistido en la comparación entre los esquemas ecológicos del Chicago de Burgess y la "ecología del miedo", que él define para Los Angeles (Davis, 1992).

Aunque Los Angeles pueda considerarse la ciudad por excelencia en las nuevas formas urbanas y de organización social, otras ciudades han sido estudiadas con parámetros similares: el Washington de Paul L. Knox (1993), con sus tipologías paisajísticas diversificadas, acordes a estilos de vida diferentes y mostrando sus grandes contrastes sociales, o el Chicago de Jeffrey Morenoff y Marta Tienda (1997), tan diferente del Chicago del primer tercio de siglo. Estos autores se centran en los cambios ecológicos acaecidos recientemente, que han supuesto un incremento de la polarización socio-espacial entre los grupos más pobres y los más ricos, a la vez que se están deteriorando las áreas urbanas tradicionales de trabajadores. La ciudad central, de forma creciente, esta adoptando una disposición segregada por etnias diferentes: los afroamericanos, como etnia siempre presente en la ciudad, pero también los hispanos y los asiáticos, como minorías de más reciente implantación y en crecimiento.

El resultado de la polarización social ha sido definido por Mark Hughes (1990) como el surgimiento del impacted ghetto, el lugar donde se concentrarían los índices más elevados de pobreza. Estas zonas más deterioradas del centro ciudad se corresponden con una serie de características que han ido siendo destacadas por diversos autores.

En primer lugar, la gran perdida de lugares de trabajo que han emigrado hacia las periferias urbanas. Ello ha sido contemplado en muchas ciudades de los Estados Unidos y, en este caso, tanto Chicago (Greene, 1997) como Los Angeles (Johnson, Jones, Farrell & Oliver, 1992) son buenos ejemplos.

En segundo lugar, aunque con impactos diferentes entre regiones, las zonas más degradadas tienden a concentrar etnias minoritarias múltiples. El caso de Los Angeles, que ha pasado de 1960 a 1990 a tener un 80 % de la población blanca no hispana a tan sólo un 40%, con un 38% de población hispana, un 11% de afroamericanos y otro 11% de asiáticos (Allen & Turner, 1996), sería el más indicativo de la creación de mosaicos geográficamente separados de comunidades étnicas. También otras ciudades muestran un carácter multiracial. Por ejemplo, Chicago contaba en 1990 con un 39% de población negra, un 20% hispana y un 4% asiática y por primera vez las minorías étnicas superaban a la población blanca. Los índices de segregación muestran, a su vez, una concentración de etnias, por separado, en las partes centrales más degradadas de la ciudad (Howenstine, 1996).

En tercer lugar, un mercado de la vivienda de tipo marginal respecto al mercado ortodoxo. Este se basa en la huida de las inversiones en vivienda del centro deteriorado (a menos que se dé un proceso de renovación urbana) y en la orientación del mercado hacia la vivienda de alquiler de muy bajo nivel. Esta se concentra en el centro ciudad degradado y, a su vez, allí se ubica la demanda de menor poder adquisitivo. David W. Barlet (1993) ha argumentado como la subclase, normalmente definida como marginal al mercado de trabajo, lo es también al mercado de la vivienda, un bien durable y por lo tanto caro, y que necesita de capacidad de endeudamiento para adquirirlo. La simple sobreposición en un mapa de las hipotecas concedidas en los últimos años en Philadelphia le permite identificar, como un negativo del mapa, las zonas más pobres de la ciudad. Por otra parte, los grupos de vivienda pública continúan concentrando los mayores niveles de pobreza, mostrándose, este sector del mercado de la vivienda, como característico y siempre presente en las zonas socialmente más problemáticas de las ciudades (Goering, Kameli & Richardson, 1997).

En cuarto lugar, David Wilson (1993) ha mostrado la importancia de las políticas de inversión local en los procesos de gentrificación de los centros urbanos o de la falta de inversión, en los procesos de abandono y degradación. Se trata de un desarrollo desigual de la ciudad que afecta a la urbanización, a la dotación de infraestructuras y a los servicios. Entre estos últimos, y muy importantes para entender la autoreproducción de las características sociales de la subclase, el abandono económico y profesional de las escuelas.

Finalmente, en gran parte como producto de la desinversión en las áreas más degradadas de la ciudad, se asiste a una criminalización de su espacio público. Ello ha sido señalado por Mike Davis (1990), que distingue entre aquellos espacios crecientemente privatizados y "militarizados", protegidos de determinados grupos y etnias, de aquellos otros que son espacios de violencia y de inseguridad, al menos en el imaginario colectivo de la población bienpensante.
 

Recapitulación: la percepción de la pobreza urbana

Las páginas precedentes han presentado las principales ideas y corrientes de pensamiento que han abordado el tema de la pobreza urbana desde finales de siglo pasado. Un resumen y sistematización de los principales puntos de vista deben considerar, al menos, cuatro núcleos de conceptos, de génesis diversa en el tiempo y que han apuntado ideas fundamentales del debate.

Una primera aprehensión se basa en la consideración de la pobreza urbana como producto del metabolismo urbano, y adquiere su principal formulación a partir de los trabajos de los sociólogos de la escuela de Ecología Urbana de Chicago. El supuesto básico es que la ciudad (lo urbano en expansión y crecimiento durante los primeros decenios de siglo) se convierte en punto de llegada de inmigrantes que, desde condiciones inicialmente precarias, van adaptándose a las normas de vida urbanas y acogiéndose a las oportunidades que les ofrece la ciudad. Las nuevas comunidades, sean europeas, sean negras procedentes del sur rural, acaban formando zonas residenciales específicas. Las áreas que surgen acaban asentándose como lugares marcados por características étnicas, pero a la vez interclasistas. Por lo tanto, el énfasis, en el estudio de las diferentes comunidades, y muy a menudo, en los del gueto negro, se pone en la existencia de diversos segmentos sociales, y la pobreza, aún y ser mucho más acusada que en las áreas de asentamiento anglosajón, no llega a ser un elemento generalizable a toda la población; aún lo son menos las actitudes relacionadas con la desviación social. En esta visión clásica, es la llamada zona de transición, y por lo tanto inestable, en permanente proceso de recomposición física i social, el lugar que concentra mayores problemas sociales.

La evolución reciente de la ciudad estadounidense niega tal situación al menos desde el último cuarto de siglo XX. La segregación racial en la ciudad, aún y ser importante, ha dejado paso a una segregación social mucho más acusada. Las áreas degradadas, que se apartan en ocasiones de la tradicional zona de transición, se definen por los niveles de renta más que por las características étnicas. Las clases medias negras, y de forma creciente en algunas ciudades, como Nueva York y Chicago, las clases medias hispanas, han abandonado los nichos urbanos tradicionales de tipo racial, y éstos se han convertido en un lugar permanente de pobreza y conflicto.

En segundo lugar, y a pesar de lo escrito anteriormente, aflora como cuestión recurrente, el tema del racismo. Por una parte parece clara la mayor concentración de pobreza entre los afroamericanos. Pero, a pesar de ello, ya se ha señalado como algunos investigadores tienden a destacar como en los últimos años son las perspectivas de clase y no tanto las de raza las que explican principalmente las situaciones de pobreza. Wilson señalaba una larga historia de comportamientos racistas como explicativa de la concentración de la pobreza entre los negros, pero también señalaba como la estratificación social era creciente dentro de esta comunidad étnica. Otros investigadores, en cambio, subrayaban una actitud social racista como mantenedora de las desigualdades económicas actuales. En cualquier caso, la discriminación racial, consciente o inconscientemente, sigue actuando como elemento básico de filtro social y económico.

A los debates sobre el racismo y las menores oportunidades de los afroamericanos se les ha sumado, en los últimos años, los que se centran en los inmigrantes, principalmente hispanos y asiáticos. Entre ellos se da una doble característica. Por una parte, se pueden asimilar a los inmigrantes de siglo XIX y principios del XX: comunidades extranjeras, algunas no angloparlantes, de muy baja formación y cualificación laboral. Por otra parte, se apartan étnicamente del estereotipo del blanco europeo, o si se prefiere, anglosajón. Ambas características, ser inmigrante y no ser "blanco", sitúan a estas capas de población entre los colectivos donde la pobreza urbana está más extendida. De hecho, muchas de las características del negro emigrante desde el sur rural al norte industrial, que define la imagen del pobre urbano, al menos, hasta la primera mitad de siglo XX, se repite ahora con otras minorías étnicas.

En tercer lugar, hay que plantearse la aceptación o rechazo de la distinción tradicional entre pobres "de necesidad" y pobres producto de un comportamiento asocial. Esta distinción, que ha marcado la historia de la asistencia social estadounidense ha impregnado, también, los discursos políticos. La propia "guerra a la pobreza" de la administración Kennedy partía, inicialmente, de tales supuestos, aunque pronto se percibió como gran parte de la pobreza (y a lo que aquí interesa, de la pobreza urbana) tenía otras bases materiales de interpretación.

Con diversos matices, la percepción dual fue repitiéndose: caracterización psicológica de los pobres, a partir de la adaptación de las teorías de Lewis sobre la cultura de la pobreza, o caracterización estructural de la pobreza, que abundaba en las características del mercado de trabajo y las dificultades de inserción de los más necesitados. Más allá del análisis académico, las distintas opciones políticas debatieron, en el último cuarto de siglo, sobre la necesidad de implementar políticas sociales, especialmente de ayudas a la enseñanza, vivienda y formación laboral, o bien de recortar el gasto en asistencia, ya que ésta era percibida como perniciosa, al estimular conductas asociales y contribuir a enquistar grupos sociales desfavorecidos. Fue así como un concepto inicialmente planteado desde posiciones progresistas, el concepto de subclase de Gunnar Myrdal, fue rápidamente digerido por los análisis y discursos políticos conservadores.

En cuarto lugar deben señalarse las transformaciones en el mercado de trabajo y los cambios espaciales acaecidos en los últimos decenios. Fundamentalmente, pérdida de puestos de trabajo de baja cualificación en la industria y migración de los puestos de trabajo desde los centros urbanos a las periferias metropolitanas. Ambas cuestiones han facilitado la crisis y degradación de las áreas centrales, en las que el paro se ha incrementado. A ello hay que añadir el ya comentado proceso de suburbanización de capas que tradicionalmente actuaban como "colchón social" en el gueto. El resultado final es la creación de un nuevo tipo de gueto, definido por la pobreza, excluido de los circuitos económicos que permiten la recomposición y recalificación urbanas y contenedor, a su vez, de los excluidos sociales.
 

Notas

1 Este trabajo ha sido posible gracias a una estancia, entre Junio y Octubre de 1997, en el Center for Urban and Regional Studies de la Virginia Polytechnic Institute and State University (Blacksburg, Virginia) financiada por el Comissionat per a la Universitat i Recerca de la Generalitat de Catalunya (Expediente 1996BEAI400166).

2 La formación e intereses de estos autores, incipientes reformadores sociales, es muy diversa. Jacob A. Riis era periodista y además de su obra escrita es de suma importancia su obra fotográfica, considerada como muy importante en los inicios de la fotografía social. Las reediciones de sus trabajos escritos se ilustran, frecuentemente, con sus imágenes. Jane Addams fue una pionera trabajadora social, feminista y pacifista. Se le otorgó el premio Nobel de la Paz en 1931. El libro que aquí se cita describe los barrios y las viviendas pobres de Chicago pero, además, aboga por una vigorosa reforma social, que ella entiende necesaria para una vida política democrática plena.

3 Para una historia de la suburbanización en Estados Unidos, vease Jackson, 1985.

4 Aqui P. Moynihan establece un juego de palabras entre “tangle” (embrollo, enredo) y “tan” (de color, moreno).

5 El termino "liberal" se utiliza en el sentido que se utiliza en los Estados Unidos, es decir, para designar políticas progresistas, normalmente en el seno del Partido Demócrata, y que en algún caso pueden asimilarse ideológicamente a  algunas concepciones  socialdemócratas de la política europea.

6 Gunnar Myrdal utilizó ya la palabra "casta" en su trabajo de 1944 para significar la existencia de grupos sociales de afroamericanos que sólo muy dificilmente podían progresar económicamente. En ello contribuía tanto las actitudes racistas de buena parte de la sociedad norteamericana, como las condiciones culturales y de capacitación laboral específicas de las capas más bajas de la población negra. En su trabajo de 1962, este autor asimila directamente las características de la "casta" a las de la under-class. La primera de las expresiones la utiliza para significar la incapacidad de movilidad social, la segunda como concepto aglutinador de un nuevo grupo social cada vez más alejado de los estándares de vida estadunidenses. Recientemente, este mismo concepto y con similar significado ha sido utilizado por Gans (1993).

7 Vease, por ejemplo, el trabajo de M. Castells  (1989) sobre la ciudad informacional o el de M. Castells y P. Hall (1994) sobre las tecnópolis mundiales.

8 Myrdal utilizó la forma escrita under-class aunque posteriormente se ha popularizado la forma underclass.

9 G. Myrdal se refirió también a la pobreza rural y a la que afectaba a las personas mayores. Ambas fueron los principales objetivos de las políticas de bienestar de Kennedy y de la “Guerra a la Pobreza” de la administración Johnson. En gran parte en ellas se encuentran, tambien, los principales éxitos de la administración a lo largo de los sesenta. En cambio, la pobreza urbana fue su talón de Aquiles.

10 Una revision de las posturas liberales y socialdemocratas de los años ochenta puede segirse en Katz, 1989. Vease, también, Gans, 1995.

11 Una presentación de las diferencias entre la ciudad de Chicago en los años veinte y de Los Angeles en los noventa, así como de las ideas de la Escuela de Chicago y de la llamada Escuela de Los Angeles puede consultarse en Dear & Flusty, 1997.
 

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