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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Nº 91, 15 de junio de 2001

TRAS LA BÚSQUEDA DE LA EUROPEIDAD. MAPAS MENTALES DE
EUROPA CONFORME A LA MEMORIA SOCIAL DE LOS EUROPEOS

Constancio de Castro Aguirre
Catedrático de Geografía Humana
                                                                                                                                                                                                     Recibido: 10 de abril de 2001


Tras la búsqueda de la europeidad. Mapas mentales de Europa conforme a la memoria social de los europeos (Resumen).

El desencadenante de este trabajo ha sido la búsqueda de la europeidad entre los paises de la Unión Europea (UE). En el camino nos hemos encontrado con algunas cuestiones preliminares que reclamaban solución prioritaria; tal por ejemplo la visión global que lleva emparejada cada pueblo con respecto al conjunto. Este objetivo es conducido a unos términos observables del vivir cotidiano de los ciudadanos. Entendemos por tanto que no nos mueve ningún móvil de especulación que intente descifrar el atributo de europeidad, sino que nos guía la mirada atenta y escrutadora de los comportamientos verbales de la gente en pos de configurar la europeidad.

Si el punto de partida es un conglomerado de países (los miembros de la UE), cada uno poseedor de cuando menos una lengua diferenciada, hemos asumido que esas lenguas atesoran un conocimiento geográfico de su entorno. Nos interesa limitarnos al léxico geográfico designativo de los pueblos pertenecientes a la UE. Quien habla un idioma es en consecuencia poseedor de un conocimiento geográfico que pervive en los caudales léxicos. El uso cotidiano de la lengua en cada ciudadano constituye una prueba manifiesta de que maneja activamente una memoria social que pertenece a toda la comunidad de hablantes. Pero a su vez la investigación psicológica nos asegura que el caudal y estructura de cada memoria individual es inaccesible a la introspección. En consecuencia se nos imponen vías peculiares para penetrar en los sustratos latentes de la memoria social. La originalidad del presente trabajo reside aquí, a saber, en el diseño de un método para recoger en los distintos países de la UE una visión de Europa sustentada en el uso cotidiano de su lengua propia. El trabajo muestra los resultados de una pesquisa realizada entre estudiantes españoles, no con el fin de proclamar sus contenidos pero sí con el propósito de ofrecer un cierto dominio en el método ejercitado.

Palabras clave: individuos geográficos; caudales léxicos; memoria social del lenguaje; estructura latente de la memoria léxica; técnica de particiones; malla de proximidades; escalamiento multidimensional; regresión monótona; método híbrido de escalamiento y agrupamiento.



On the europeaness search.  Mental Maps of Europe in the social memory concern of europeans (Abstract)

This paper raised up as a search for europeanness which is supposed to underlie among the members of European Union (EU). Going along the way some preliminary questions sprang out which were demanding foreground attention. Such is the global vision for the EU required in each country. We understand the way to get this aim should be given by the citizens daily life behavior. Therefore there is no place for speculating about deciphering the europeanness attributes; on the reverse a full consideration is given to verbal behaviors bringing the broadest approach to european configuration.

Our starting point is the actual status of EU membership in different countries. Given the fact that each country enjoys its own language, we are assuming that a geographical knowledge concerning the neighbors is contained within those languages. So the individuals speaking a language show a lexical wealth comprehending a popular geographical knowledge, as an active participant members of the so called social memory of a language. On the other hand there is a psychological reality of individual memories. According to repeated investigations these individual memories are not accessible to conscious decisions. Consequently we have been compelled to look for new ways detecting the latent structure of lexical memories. The main contribution of the paper consist of summarizing an european vision such as it is derived from the usual command of lexical geography by EU members. We are displaying local data obtained from spanish students; our purpose was not to show any definitive statement about the subject matter but only to bring an exercise of the method.

Key words: geographical individuals; lexical wealth; language social memory; latent structure of lexical memory; sorting technique; proximities network; multidimensional scaling; monotone regression; hybrid method of scaling and grouping.


A la memoria de Peter Gould
en homenaje de admiración y amistad
 
Cuando hoy se nos habla del sentimiento europeo, de la identidad europea, o acentuando un énfasis conceptual de la "europeidad", pensamos que ha llegado la hora de los geógrafos. Como geógrafo me afectan directamente todas esas expresiones hoy en primera linea en los discursos y conferencias. Sin ir más lejos la Residencia de Estudiantes (Madrid) lanza un programa que se extiende a lo largo de los años 2000 y 2001, en el que convoca a diversas personalidades para abordar el tema de la identidad europea. Aun a riesgo de parecer un intruso, he creído oportuno aportar un punto de vista.

A todo geógrafo que describe lo que ve pudiera parecer algo inmediato a la vista eso que llamamos Europa. Está claro que con la denominación "Europa" aludimos a un conjunto de países. Cuáles y cuántos conforman Europa en estos momentos parece una decisión de políticos que se reúnen en Luxemburgo o Bruselas. Pensemos en el atributo que se extiende de país a país reuniéndolos a todos ellos bajo la advocación de Europa. De pronto asistimos a una sencilla maniobra y la idea de europeidad salta sobre la mesa del geógrafo materializándose en cartografía. Henos aquí frente al mapa de Europa. Una rara sombra del ser europeo parece que se cierne sobre esta punta continental que se aisla de Africa mediante el mar mediterráneo y traza una linea divisoria con Asía mediante la cadena de los montes Urales.

De inmediato nos surgen multitud de cuestiones punzando nuestra curiosidad; no nos sentimos satisfechos con este primer acercamiento a una imagen cartográfica de Europa. ¿Qué es una realidad geográfica? ¿Cómo la llevamos archivada en nuestra mente? Son preguntas, a mi entender de hondo calado, que se esconden tras aquella cartografía convencional de amplio consenso. Con esto abrimos las puertas a un ancho campo de interrogantes. Podríamos iniciar el camino tras la búsqueda de Europa a través de sus países miembros. ¿Qué es lo que aluden cada uno de ellos cuando se refugian bajo una misma advocación?.

Hace un par de años el Festival Internacional de Geografía, que se celebra anualmente en tierras francesas, se hacía el planteamiento siguiente: L’Europe, un Continent a Geographie Variable (9eme Festival International de Geographie de Saint-Die-des-Vosges, 1-4 octobre 1998). El encuentro quiso afirmar que la idea de Europa es un proyecto inacabado y que está por tanto lejos de quedar circunscrito a unos límites territoriales. Europa constituye, hoy por hoy, una geografía de fronteras ampliables. Surge además la variedad de miras sobre Europa. Más allá del variado paisaje europeo, algunas mesas redondas suscitaron una curiosidad hacia formas de ver Europa.

Bajo el nombre mítico de Europa se agrupan hoy un conjunto de países que, constituyendo en sí mismos dominios territoriales soberanos, quieren borrar sus fronteras y estimular un clima de acercamiento. Se trata de individuos geográficos que llevan la impronta caracterizadora del paisaje, del clima y de la historia. A esta entremezcla de lo físico y lo humano llamamos cultura. Esos individuos geográficos adquieren personalidad y perviven soterrados en la memoria social de las gentes tendiendo lazos de estrechamiento entre sí más allá de las distancias físicas. Es cierto que nuestras rutinas escolares nos han presentado una visión convencional inmovilista del cuadro geográfico europeo, ateniéndonos a la corteza física terrestre. Intentaremos en lo que sigue penetrar bajo la piel física de Europa y descubrir sus arterias de circulación cultural.

Ante el insurgimiento actual de Europa, en plena efervescencia, nacen sin duda algunas preguntas oportunas sobre la "europeidad". Permítasenos desviar esa mirada y desplegar nuestra atención hacia algunas cuestiones que cabría entender como preliminares. Una primera consistirá en situarnos ante el conglomerado de países que configuran la Europa convencional del momento y percatarnos de la visión que cada país tiene del conjunto. Ello por simple que parezca nos conduce a otra cuestión, si se quiere anterior, a saber la de perfilar la entidad del individuo geográfico con capacidad de ver y apreciar lazos de estrechamiento hacia otros individuos del mismo género. Hablamos del individuo geográfico, esto es, un ente artificialmente construido; en definitiva, una colectividad de seres humanos que han recibido cierta impronta del lugar geográfico. Estamos pues ante la tarea de indagar en colectividades algo que les pertenece en común y que usan, a la manera de una moneda, en el intercambio diario de ideas y sentimientos. Estas cuestiones preliminares nos van a ocupar de lleno en la presente investigación y constituirán un preámbulo al planteamiento de la europeidad.

Individuos geográficos y nombres geográficos

Lo del individuo geográfico parece una secuela de la dinámica del conocimiento humano. Es decir, cuando el ser humano se aboca a conocer su entorno una de sus primeras perplejidades se sitúa en desentrañar aspectos universales a través de los individuos que tiene delante. Entiende que la naturaleza, sobre todo en el reino de la vida, se presenta en individuos perfectamente acotados. Desde la más anodina ameba, carente de estructura, hasta el prodigioso felino desfila ante sus ojos un espectáculo de individuos. Aun cuando estos individuos constituyan a veces una gran similitud de raza, de familia y de especie son individualmente distintos y en cuanto tales cada uno posee su propia vida desde que nace hasta que muere. La supremacía del individuo, como máxima expresión de la vida poseída, marca los primeros pasos de la actividad cognitiva; a partir de ellos se irán construyendo categorías supraindividuales. Esta inevitable presencia del individuo la transfiere el hombre en su voracidad cognitiva al plano social. El conocimiento se aboca a objetos individuales, ya sean estos seres naturales o entidades sociales, como por ejemplo instituciones, paises o colectividades.

Detengámonos ante la contemplación de países y ciudades, tal como nos los han narrado los geógrafos de la antigüedad. Observamos que desde los más remotos tiempos se nos habla de tribus, las cuales a su vez se identifican con una parcela de territorio. La marca territorial constituyó un signo de identidad y en cuanto tal era ardientemente defendida ante cualquier invasión foránea. Cuando hoy leemos las Investigaciones de Herodoto, una cosa se nos revela como primordial: hizo mención de centenares de pueblos y sus distintas formas de asentamiento territorial. La individualidad territorial era relevante en sus narraciones. Un comentarista como Jacques Lacarriere dice así:

"El polvo y las mesetas de Anatolia, las peladas montañas del Irán, los desiertos de Mesopotamia, salpicados de ciudades fabulosas a lo largo del Tigris y Eufrates son los protagonistas de la primera Investigación de Herodoto. Digo bien protagonistas, ya que Herodoto fue el primer geógrafo en observar y describir a manera de una entidad viva el medio natural donde los hombres proliferan y se trama el destino de los imperios." (LACARRIERE, 1973, pag. 27)

Los geógrafos de hoy, no menos que los de ayer, se enfrentan también con el individuo geográfico. Pero ocurre que en la actualidad los geógrafos tienden a abandonar las descripciones verbales y se muestran acuciados por las tecnologías digitales. En el nuevo panorama se han dado a pensar que la individualidad geográfica es o constituye una entidad que se resuelve con criterios convencionales en una base de datos. Con una simpleza lógica devastadora han resuelto que si la geografía es descripción de la tierra, nada más directo que conducir todo lo geográfico a una localización en la imagen del globo terrestre. Admiten por supuesto que el espacio físico, al cual se encuentran supeditados, tiene un carácter continuo y como tal puede fragmentarse en unidades espaciales tan pequeñas como se quiera. Ahí es donde me sitúo yo como geógrafo y me veo ante la pantalla del ordenador manejando a placer una cuantiosísima base de datos. Cualquier individuo geográfico puede hallarse en la base de datos y ser cartográficamente representado en una parcela de territorio. No hay duda de que puedo resultarle útil al gerente comercial planteándole una buena guía de zonificación comercial, o al analista político proporcionándole una localización desmenuzada de los votos. Per al mismo tiempo noto que aquellas descripciones de tribus y países de la antigüedad se han desleído en el tratamiento que doy a los datos, sin que pueda por esta vía recuperar la visión sugerente y atractiva acerca de los pueblos y los asentamientos.

Se han escrito muchas páginas sobre la controvertida situación de la unidad espacial modificable. A título ilustrativo citaremos un clásico (OPENSHAW & TAYLOR, 1981, pags. 60-69). Es decir, para una determinada región geográfica la unidad espacial de sus elementos confiere a la misma una determinada composición estadística de los atributos puestos en juego. El que la región se considere llana o montañosa, seca o húmeda, dominada por el bosque o el praderío puede ser apreciado con minuciosidad si la fragmentamos en unidades pequeñas y dejará de apreciarse en forma diferenciada si eliminamos la fragmentación. En las zonas urbanas este problema puede alcanzar singular patetismo. Es un hecho consabido que la densidad de población no se extiende por igual a lo largo y ancho de una ciudad. Dependerá por tanto de cómo fraccionemos las unidades de observación para que se hagan visibles las diferencias de densidad. Este asunto tiene innegables implicaciones prácticas: en los planes de distribución comercial, en los análisis de comportamiento electoral, en estudios epidémicos, en planificación de centros escolares etc… Pero los tratadistas que hemos citado, ciertamente autoridades en el tema, advierten que el enfoque de la fragmentación indefinida es en sí mismo problemático. ¿Dónde vamos a fijar el umbral mínimo de fragmentación para ese espacio continuo? En otras palabras, el enfoque adoptado carece en sí mismo de criterio solvente para establecer las unidades elementales del espacio geográfico.

Por todo lo dicho quisiéramos acercarnos con una lente distinta al análisis de esta cuestión. Y al mismo tiempo quisiéramos también afirmar nuestra posición de geógrafos en el tema. Nuestras consideraciones geográficas van a estar muy alejadas del marco que nos impone un espacio continuo y su tratamiento digitalizado. El individuo geográfico que perseguimos es o consiste, como apuntábamos más arriba, en conducir los impulsos del conocimiento desde la contemplación de la naturaleza hasta las prolongaciones sociales que brotan en la convivencia humana. Una primera y muy inmediata prolongación es la de considerar los países y ciudades de nuestro entorno como tales individuos geográficos. Esta transición de individuos naturales a individuos geográficos la hace el conocimiento humano sin ningún sobresalto. La aproximación cognitiva que nos lleva de lo natural a lo social se sustenta en una conducta que no sufre alteraciones, a saber, la de ponerles nombres a los nuevos individuos. Efectivamente unos y otros, tanto ciudades como países, adquieren un nombre al igual de cuantos seres individuales nos rodean en la vida. No se vea en esta actitud ningún exceso de nominalismo, en el sentido de que vayamos a establecer los nombres como único criterio existencial de la realidad. Pero el hecho incuestionable de darle nombres al mundo observable nos anima a reconducir una visión de la geografía a través del lenguaje que atesoramos y que usamos en la vida social.

Nos ha parecido oportuno acercarnos al enfoque del lingüista que observa de cerca todos los movimientos de nuestro lenguaje. En este caso en concreto nos encontramos con un léxico que engloba una amplia faceta de realidades y usos sociales, a saber, las que hacen referencia al mundo geográfico. Este mundo geográfico es una parte solidaria del mundo a secas. El mundo, es decir, el entorno vital de nuestra existencia. La geografía no es una rama desprendida de un lejano accidente que haya podido sorprendernos; es más bien nuestro escenario habitual en la vida cotidiana. Como tal se incorpora a nuestro lenguaje y a nuestro léxico cotidiano. Sucede sin embargo que la geografía, sobre todo en este último siglo, se ha envarado y ha adquirido una pose científica. Poco hemos analizado los geógrafos las posibilidades de un saber geográfico circunscrito al vivir cotidiano.

¿Es la geografía un saber popular?

En el vivir cotidiano el hombre común, es decir, incluso aquel que no se dedica ni a la ciencia ni al cultivo de alguna parcela del saber, se acompaña de conocimientos y saberes. No se concibe el hombre adulto en nuestra sociedad sin un bagage de saberes. Los lleva consigo, incorporados a su ser; es decir no le son ajenos, a la manera de una carga de la que pudiera desprenderse. Estos saberes lo configuran, delimitan la figura de su persona. Sin riesgo de excedernos pudiéramos afirmar al igual que otras definiciones ambiciosas y un tanto engoladas: el hombre es un ser de saberes.

Estamos aludiendo a una conducta usual del hombre común que porta consigo una provisión de vocabulario. Maneja a diario en todo momento ese vocabulario porque es parte de su persona. Es decir, su persona supone un cúmulo de experiencias aprendidas que las lleva incorporadas y de las cuales se sirve para ir viviendo, para ir activando intercambios en el trato social. La materialidad de ese aprendizaje se plasma entre otras cosas en la posesión de un vocabulario.

Examinando detenidamente ese vocabulario advertimos que se distribuye en dominios diversos. Los lingüistas han dedicado alguna atención a este fenómeno de los dominios o ámbitos del léxico. Poco le han dedicado al ámbito geográfico. Sin embargo parece que constituye uno de los dominios de gran uso en el vivir diario y en la planificación concreta que ha lugar en las decisiones cotidianas. Situándonos a la inversa no hallamos cómo imaginar siquiera la posibilidad de desarrollar la vida cotidiana desposeídos del vocabulario de lugares geográficos. Efectivamente uno de los tópicos más frecuentados en la vida diaria se refiere a los pueblos, países y ciudades del planeta. Sobre estos tópicos tenemos al alcance de la mano enciclopedias, revistas, mapas de todos los estilos, pero nuestra conversación cotidiana se interesa muchas veces en dichos tópicos sin necesidad de recurrir a esa variada documentación. Es decir, manejamos un saber común asimilado y depositado en nuestra memoria social. Este saber referente a los individuos geográficos queda de alguna manera sedimentado tras la capa denominativa que los encubre. Poseemos unos nombres que aluden a esos individuos geográficos y debajo de ellos, como en un subsuelo, se oculta un amplio conocimiento de atributos que enriquecen la personalidad cultural de los mismos. El carácter latente de estos conocimientos no los hace inoperantes; al contrario, actúan de manera persistente y conducen a su poseedor hacia posiciones no pocas veces beligerantes en el intercambio cotidiano de ideas. En otras palabras, abrigamos en nuestra mente una vision del mundo geográfico, tal vez algo indefinida y borrosa, pero tupida y densa de experiencias. Es decir, estamos admitiendo la existencia de un denso tejido cultural en la interpretación cotidiana que damos a los lugares geográficos. Se trata de un aspecto que esperemos despierte alguna vez el interés de los geógrafos, ya que en los momentos actuales encuentra una calurosa acogida en la antropología, en la lingüística, en la psicología cognitiva … Destacamos como excepcionales las siguientes palabras que De Blij y Muller dicen al respecto:

"Entre los científicos sociales, el término cultura hace referencia no sólo a la música, la literatura y las artes en una sociedad dada; también se refiere a otros aspectos que dibujan un estilo de vida – siendo relevantes las maneras de vestir, los hábitos rutinarios de vida, las preferencias culinarias, la arquitectura popular … Es decir, cultura es un concepto que penetra los entresijos de la vida cotidiana y se identifica con un mosaico de estilos de vida y con valores y creencias dominantes" (De BLIJ H. J. & MULLER P. O., 1991, pag. 6)

Quizás haya que hacer aquí una especial mención a las imágenes que populariza y difunde la cartografía. Si prestamos atención a esas imágenes lo primero que debemos comentar es que son una secuela de la gran acogida que hoy día se dispensa a toda comunicación audiovisual. Los mapas acompañan al hombre al igual que los saberes comunes, aunque de otra manera. Los saberes comunes corren la suerte del caudal léxico dentro de los confines de un determinado lenguaje. Es decir, esos saberes llevan consigo el mismo carácter limitativo del lenguaje en el que viven anclados. En tal sentido los saberes comunes son intrínsecamente dependientes del lenguaje; esta dependencia en cambio no se muestra en las imágenes o mapas los cuales cruzan las fronteras de uno a otro lenguaje. Todo vocabulario es hijo de un lenguaje y a él se supedita mientras que las imágenes son accesibles al ciudadano del mundo con independencia de la lengua que lo circunscribe a una porción de territorio. Pero estas imágenes apenas conllevan algo más que su enunciado locativo. Informan acerca de la vecindad física entre los distintos individuos geográficos pero nada más. El tejido cultural del que hemos hablado se reserva al acompañamiento connotativo de los nombres, depositados en la memoria popular. Para cada nombre de lugar, por el solo hecho de pronunciarlo, brota una aureola de connotaciones que reside en la memoria popular compartida. Es importante subrayar esta divergencia entre la imagen y la palabra geográfica aunque ambos sean incidentalmente elementos integrantes del caudal de saberes comunes.

Apertura a diferentes espacios (geográficos) europeos

Retrocedamos por unos momentos a aquel mapa de Europa convencionalmente aceptado del que hablamos en los primeros párrafos. Lo que hemos expuesto hasta aquí nos abre la posibilidad de explorar un espacio geográfico europeo, hasta cierto punto inédito. En lo que al mapa se refiere, tendremos que admitir que damos por supuestas demasiadas cosas que van a ir desmoronándose en nuestra construcción mental. Una referente a la imagen cartográfica inmovilista e inatacable. Esa representación de los países configurando la actual Unión Europea de modo inapelable se nos presenta carente de una cimentación rigurosa. Nos habíamos habituado a contemplar en la representación cartográfica como una misma cosa lo que en realidad constituyen dos entidades perfectamente diferenciadas. Estamos aludiendo a la realidad física de la superficie terrestre como una cosa y al espacio distanciado como otra cosa. El espacio distanciado es en verdad una noción geométrica, una especie de molde conceptual que no debe identificarse con la realidad física. Lo que sucede es que la realidad física se amolda, encaja en el molde. Esta operación de encaje la hacemos por ejemplo a través de las fases siguientes. Primero, obtenemos una fotografía de algún fragmento de superficie terrestre, lo cual supone elegir un tipo de proyección. Después construimos una cuadrícula y la superponemos sobre la fotografía. Las distancias brotan sobre puntos de la cuadrícula como una relación formal definida bajo ciertas condiciones axiomáticas. Como tales distancias son una abstracción geométrica, pero pueden traducirse fácilmente sobre el terreno que tenemos fotografiado. Tenemos por tanto dos entidades que haríamos mal en tomarlas como una sola identidad: una entidad física correspondiente a cualquier porción de superficie terrestre y una entidad geométrica correspondiente a la noción de espacio métrico o distanciado.

La duplicidad que estamos exponiendo ha abierto en los últimos años una nueva ventana a la consideración geográfica. Las distancias son en definitiva un molde geométrico que establece relaciones. Nada nos puede impedir que ese molde geométrico se use para dar cobertura a un mundo de relaciones que no se identifican con longitudes físicas. Podrían identificarse con costos de transporte, con tarifas postales, etc… La idea de romper la habitual identidad entre espacio geográfico y espacio métrico no ha sido profundizada entre los geógrafos. Hacemos una excepción con Anthony Gatrell, quien en 1983 lanzó la idea de que los individuos geográficos pueden concebirse a la manera de elementos pertenecientes a un conjunto bien definido; y que a partir de ahí el espacio geográfico puede definirse como un ensamblaje de relaciones definidas sobre el conjunto (GATRELL, 1983). Este autor tomó por ejemplo en consideración un conjunto de parejas "origen y destino", fijando como origen común a todas ellas la ciudad de Londres; los destinos eran 52 ciudades esparcidas por todo el mundo. A continuación tomó nota de los siguientes costos de desplazamiento: el costo de un vuelo aéreo, el costo de una tarifa postal para un bulto inferior a 0,5 kg. y finalmente el costo de una llamada telefónica. Estableciendo una correlación de estos costos de desplazamiento con las distancias físicas se obtenía un resultado llamativo; en ningún caso se dió una correlación lineal. Es decir, ninguno de esos tres comportamientos sigue el dictado absoluto de las localizaciones físicas.

Tratemos ahora de descender a una ilustración más cercana. Si en vez de longitudes físicas se adoptan tarifas postales entre los países de la Unión Europea, brota un mapa de vecindades distinto del que mantenemos habitualmente. Se trata de una experiencia que le gustaba plasmar sobre el papel al desaparecido Peter Gould. El siguiente cuadro está tomado de sus archivos personales

La primera vez que tuvo la oportunidad de presentar esta imagen fue ante una audiencia convocada por la Universidad de Lund. El tema de la conferencia era Forms and Transformations of European Space en 1973. Las palabras escritas por Peter Gould para aquella intervención fueron las siguientes:

"Any geographic analysis of Europe today must consider the spaces within which Europe lies - spaces representing radical twistings, transformations, scalings, and rupturings of the absolute geographic space so familiar to us all on the conventional map -. As human geographers we shall frequently be concerned with relative spaces of all kinds: diplomatic, cost of living, postal, air travel, tourist, time, visa application, individual preference, news, criminal punishment, female equality, etc..., for Europe is no longer a rigid piece of land on the western shore of Asia, but a spatial chameleon whose conventional configuration will change drastically as we take it into any of the conceptual spaces that might illuminate some of the problems and changes that are occurring". (GOULD, 1973). (1)

Estas palabras nos hacen pensar a los geógrafos que hemos de destronar el mapa de las distancias de longitud de su habitual inmovilismo y dar entrada a otras representaciones. ¿Cuáles? Las relaciones que brotan en la vida social de los pueblos son multitud, no sólo las tarifas postales como apuntaba el gráfico de Gould. Nos asoma por aquí una perspectiva poco frecuentada para contemplar espacios europeos muy diversos.

Hablemos por tanto de un espacio geográfico europeo muy versátil, es decir, de un espacio geográfico definido por los países constituyentes de la Unión Europea, pero trabado en un manojo de relaciones que operan más allá de la mera vecindad física. Esa percepción caleidoscópica – camaleónica, diríamos con palabras de Gould - del espacio geográfico puede alentar múltiples visiones de Europa. El que se tenga una u otra visión dependerá del mundo de relaciones que se ponga en juego. La investigación que proponemos en estas páginas pretende fijar una visión de Europa conforme a la memoria social de los europeos. En lo que sigue vamos a descifrar nuestro empeño. Primero, vamos a fundamentar con alguna solidez científica lo que estamos denominando memoria social. Después trataremos de definirla en términos de una realidad observable. A modo de ilustración estas consideraciones nos permitirán establecer una toma de datos sobre el terreno para los cuales propondremos un método de análisis que nos conduzca al término fnal de la investigación, o sea, a una imagen resultante de Europa.

Fundación de un nuevo conocimiento geográfico

Lo dicho hasta aquí nos sitúa en actitud de búsqueda de un nuevo conocimiento geográfico. En esa búsqueda nos imponemos ahondar en sus raíces sustentantes, señalarlas con claridad y sobre todo mostrar su patencia, su carácter observable. Este es un requisito inviolable de todo conocimiento geográfico. Dedicados por tanto a la tarea de descubrir raíces de sustentación he aquí que nos hallamos ante un campo alejado del geógrafo, concretamente en el campo de la Lingüística. Nos vamos a encontrar con ciertas capas de sedimentación de la vida social que, aunque inusitadas o desacostumbradas en el quehacer geográfico, van a despertar en nosotros una inevitable curiosidad. El geógrafo muestra en ocasiones cierta hechura de arqueólogo cuando va desenterrando morfologías urbanas. Del mismo modo ¿por qué no iniciar nuevas rutas de exploración geográfica en los sedimentos que ha ido depositando el lenguaje?. Hacia este tipo de exploraciones hemos apuntado en párrafos anteriores, cuando hablábamos de las múltiples visiones posibles de Europa. La figura del explorador siempre ha estado animada por cierta heterodoxia. Cristóbal Colón se situaba en una plataforma aceptable al espíritu del Renacimiento, aunque herética para muchos coetáneos; el mismo tono combativo frente a la ortodoxia reinante mantienen en los últimos veinte años quienes pretenden construir unas plataformas de geografías subjetivas. No debiera resultarnos hoy inexplicable, aunque sí heterodoxa, la pretensión de fijar el conocimiento lingüístico como base de operaciones geográficas.

El núcleo básico de ideas que exponemos a la consideración de los geógrafos es el siguiente: existe un conocimiento que se engendra en el dominio del lenguaje por el sólo hecho de poseerlo. El lenguaje abarca un sinnúmero de facetas. Algunas de estas, como la sintaxis, han inducido a pensar que el ser humano nace con una impronta de estructura lingüística en su cerebro. La capacidad del niño de instalarse en una estructura de sintaxis compleja sin apenas esfuerzo y de progresar en el dominio de la misma, en una edad en que carece todavía de un razonamiento paralelo a su capacidad de expresión, llevan a pensar en la existencia de raíces innatas para el lenguaje. La faceta que nos va a ocupar en estas páginas presenta una cuestión enteramente diferente. Primero, como geógrafos, nos interesa un conocimiento del mundo y en cuanto tales nos situamos fuera de la interioridad mental. Pero he aquí que los lingüistas entran en escena para decirnos que hay un primer acercamiento a ese mundo el cual es patrimonio irrenunciable de quienes hablan un lenguaje. En otras palabras, existe una conformación del mundo extramental dentro del mismo lenguaje y existe por consiguiente un conocimiento anticipado del mundo extramental en quienes poseen dicho lenguaje. La tarea de conocer el mundo, según los geógrafos, únicamente está consagrada al ejercicio paciente de la observación y nunca se ha considerado como botín de una lengua particular. Más aún, la suma de observaciones geográficas queda compendiada en un corpus de formato único válido para todas las lenguas. La geografía como conocimiento es una actividad no condicionada a ninguna lengua particular. Los lingüistas de hoy observan la existencia de un globo de conocimientos interiorizado que conlleva el manejo de cada lengua. Es un globo en el que los parlantes sobrevolamos el mundo de nuestro entorno dotándonos de una visión caracterizadora del mismo. Vamos a fijar el nuevo principio en los términos siguientes.

La lengua que hablamos también nos informa acerca del mundo

En el desarrollo de este principio fundacional nos declaramos enteramente deudores de una investigadora de primera linea en Semántica, Anna Wierzbicka. No hacemos sino presentar sus ideas, extractando y resumiendo párrafos en una de sus recientes publicaciones (WIERZBICKA, 1996, pags. 335-350). Una primera idea, seminal y de amplio eco en toda su obra es la que sigue. El lenguaje nos permite – mejor que ninguna otra cosa – descubrir cómo representamos y le conferimos organización al conocimiento en nuestra mente.

Así es como un profundo análisis del lenguaje en su estructura léxica nos conduce a los siguientes resultados. El manejo de la lengua que hablamos nos proporciona una visión del mundo, sobre todo en lo que concierne al reino de los seres vivos y a los entes culturales de nuestro entorno. La autora Wierzbicka señala la vía de un "diccionario mental" como distinto a la vía de una "enciclopedia mental". La autora Wierzbicka es consciente de que necesita nueva terminología para la nómina de sus hallazgos. Los términos "diccionario" frente a "enciclopedia", aunque conocidos y de vieja data, son utilizados con un sentido innovador. Debemos entender que estamos planteando una contraposición entre un tipo de conocimiento que directamente deriva de la posesión del lenguaje y entre el conocimiento usualmente denominado científico. Aquel, el diccionario mental, es el conocimiento que está en manos de los usuarios del lenguaje por el simple hecho de ser tales usuarios; la enciclopedia en cambio tiene carácter extralinguístico y se deriva del cultivo expreso de un determinado campo del saber. Las materias de conocimiento científico se van agregando y llegan a conformar un saber enciclopédico, el cual se exhibe en un formato único que trasciende a las lenguas particulares.

Resulta sorprendente que hasta nuestros días la estructura del léxico no había sido sometida a un estudio intensivo y metódico en gran escala que le permitiera arrojar luz acerca de la organización del conocimiento en nuestra mente. La razón principal de este hecho ha residido en la ausencia de una metodología deseable y una extendida falta de convicción en la auténtica posibilidad de desarrollar dicha metodología. Como particularmente nociva a este respecto señala la autora una doctrina puesta a rodar por Wittgenstein en sus Philosophical Investigations, doctrina que ha alcanzado extraodinaria popularidad en la filosofía, la psicología, la antropología e incluso la lingüística de nuestro tiempo. Sostiene la autora que la investigación lexicográfica de los últimos años ha puesto de manifiesto el error de Wittgenstein en este punto. Los significados (meanings) no se alcanzan por contextos de familiaridad, como afirmaba Wittgenstein, sino que adquieren una delimitación por la presencia individual de los vocablos. Hay palabras que pueden ser rigurosamente definidas; por otra parte el hallazgo de estructuras semánticas análogas a travésdel léxico pone de manifiesto la existencia de campos o dominios específicos y sobre esta base se pueden trazar unos mapas cognitivos más o menos fiables y precisos.

No todo el vocabulario es acreedor a un mismo trato indiferenciado y unívoco. Las palabras nos ofrecen niveles diferentes de complejidad semántica. Por ejemplo los términos que señalan emoción y sentimientos permiten dibujar su significado a través de unos primitivos transculturales, es decir no están constreñidos al estrecho confinamiento de una lengua en particular. El vocabulario de los sentimientos y emociones tiende a una cierta abstracción, al contrario de lo que sucede con el caudal de nombres que señalan al reino de los seres vivientes. Hay por tanto una clara frontera del comportamiento semántico entre nombres abstractos y nombres concretos. Entre estos, nombres concretos, se encuentran los nombres que designan seres vivientes y también entes de tipo cultural. Todo este vocabulario concreto hace brotar en el poseedor del lenguaje un globo de conocimientos que en definitiva responde a su competencia como comunicador. Cuando hablamos hacemos algo más que pronunciar sonidos. El rol fundamental de quien posee un lenguaje y lo practica reside en su capacidad de transmitir con la máxima precisión y fidelidad el conocimiento que se encapsula en el vocabulario.

A este respecto puede resultar más ilustrativo oir directamente a los lingüistas. El siguiente párrafo procede de un lingüista ruso y dice así:

"La visión popular del mundo que cobra vigencia a lo largo de centurias y abarca conocimientos muy variados suele reflejar la experiencia tanto material como espiritual de la gente que habla un idioma determinado; en este sentido la visión está constreñida al lenguaje en los dos aspectos siguientes.

En primer lugar una visión popular acerca de una parcela del mundo puede ser crucialmente distinta de la visión puramente lógica y científica acerca de la misma parcela del mundo tal como la poseen los hablantes de una variedad de lenguas. La tarea del lexicógrafo consiste en descubrir esa visión ingenua del mundo encubierta en los significados léxicos presentándola en un sistema de definiciones.

En segundo lugar, la visión popular del mundo que se ha obtenido a través de un análisis de significados léxicos en distintas lenguas puede ofrecer diferencias de detalle. En cambio la visión científica no depende en absoluto de la lengua utilizada en su descripción". (APRESJAN, 1992, citado en WIERZBICKA, 1996, pag. 338)

Insisten los lingüistas consultados en desarrollar sus investigaciones en distintos campos léxicos. Son muy estimables algunas ideas con miras a organizar la investigación lexicográfica. Las palabras constituyen el escaparate de los conceptos. Cuando se van perfilando estructuras semánticas similares a través del léxico, se obtienen conjuntos o campos que muestran cierta cohesión conceptual. Si trabajamos con la hipótesis de que el conocimiento se organiza en la mente a la manera de dominios cognitivos, las estructuras de similaridad semántica nos proveen una evidencia aceptable. Las siguientes palabras de Wierzbicka son definitivas:

"La organización de dominios cognitivos se refleja en el lenguaje y por encima de todo en la estructura del léxico. El léxico de un lenguaje constituye el principal recurso cognitivo de un hablante; es un tesoro de pertenencia colectiva que alimenta el conocimiento del mundo y los modelos que rigen la vida social.

Explorando el léxico de una manera sistemática y metódica podremos llegar a descubrir como queda conceptualizado el mundo por el "pueblo ordinario" (en contraste con los expertos y científicos)". (WIERZBICKA, 1996, pag. 350)

No hemos encontrado ninguna investigación expresamente dedicada al dominio del léxico geográfico. Lo anotamos como una posible tarea. Con el interés puesto en el planteamiento inicial de este trabajo – un esbozo preliminar de la europeidad – tomamos debida nota del conocimiento geográfico que se alimenta en el lenguaje cotidiano y pasamos a otro aspecto estrechamente vinculado con él. El lenguaje es una pertenencia colectiva; ¿dónde está depositado?. Concretamente qué estructura adopta el caudal léxico en su depósito.

La memoria del léxico; su estructura latente

Si hemos de proseguir hacia la búsqueda de un conocimiento geográfico a través del léxico que manejamos en el lenguaje cotidiano, debemos saber algo más acerca de la memoria social, como depositaria del lenguaje. El lenguaje es una adquisición que se realiza a lo largo de la vida, aunque en los primeros años de la infancia muestra su más llamativa eclosión. Particularmente el léxico es objeto de un aprendizaje lento y progresivo en el seno de la sociedad, siendo muchos los factores implicados. La incidencia de los medios de comunicación es hoy de un efecto imponderable. El almacenamiento y acrecentamiento incesante de los caudales léxicos reside en una memoria social o colectiva de la que los individuos son a un tiempo protagonistas y miembros receptores. Estamos pronunciando la palabra clave: memoria.

Comúnmente se manejan ideas desacertadas sobre la memoria y sus contenidos. Se piensa por ejemplo que la memoria sólo sirve para alimentar los recuerdos. A su vez los recuerdos, en cuanto tales, carecen de una realidad presente y sólo miran al pasado. Desde que los griegos inventaron la memoria, la antigüedad se la ha imaginado a través de distintas metáforas. Se han popularizado las siguientes: una muy común imaginaba la memoria como una tabla de cera en donde se imprimían trazos. Sin duda esta metáfora estuvo muy próxima a la escritura, la cual es desde sus comienzos un gran artificio para preservar la muerte de la memoria en los humanos. Otra metáfora la imaginaba como un granero en donde se depositaban los sucesos que escapaban al olvido y no faltaba la metáfora del recuerdo volandero, imaginando la memoria como un palomar en donde los recuerdos adoptaban sus propios nichos. Las tres metáforas manejan la idea de un lugar seguro para el recuerdo.

La memoria es o consiste en un recurso del que echamos mano para nuestra planificación cotidiana. La vida diaria es un tejido de decisiones que se van tomando frente a ciertas incertidumbres. Ante semejante perspectiva adquiere protagonismo relevante la memoria. La memoria nos proporciona la información y el conocimiento para una toma de decisión. Quizás no nos proporciona la información total que despeja el halo de incertidumbre en que estamos envueltos, pero cuando menos nos proporciona una imformación oportuna y suficiente para empujarnos a la toma de decisión. Nuestros desplazamientos en el espacio urbano nos aportan abundantes ejemplos de semejantes tomas de decisión. Jugamos con la información que nos provee la memoria. En las conversaciones comunes surgen con frecuencia problemas de asignar sucesos a países o lugares, para lo que utilizamos la información disponible en la memoria. Elegimos un lugar para disfrutar unas vacaciones y nos orienta en los primeros pasos una información entremezclada de experiencias y juicios de valor. Buscamos el lugar por su exotismo, por sus paisajes, por el carácter de las gentes. Aunque vayamos a la agencia de viajes, llevamos de antemano una orientación. El papel de la memoria en todas estas situaciones es determinante.

La memoria utilizada como recurso reune otro atributo no menos importante. Confiere al individuo la base de su inserción social a través de la participación en un lenguaje común. Esta memoria es depositaria no sólo de sucesos o acontecimientos aislados sino de algo más profundo y decisivo que es el río de la vida. La memoria es el cauce de la personalidad, de la permanente identidad del yo a través de todas las circunstancias cambiantes que se van sucediendo. Bajo esta perspectiva hay que entender la memoria del lenguaje. El lenguaje es una construcción incesante que adquiere corporeidad con la participación de todos los hablantes. De aquí brota la memoria colectiva en la que el individuo es, como dijimos más arriba, protagonista activo y receptor. El individuo actúa como hablante y está a su vez conformado por los usos colectivos. Pocas ejemplificaciones tan lúcidas como ésta para mostrar la auténtica facies del animal social aristotélico.

La posesión del lenguaje nos ofrece ciertas sorpresas en la vida cotidiana, Por ejemplo, tenemos la convicción de que poseemos un abundante vocabulario que sin embargo no somos capaces de traer a escena en un momento dado. Los psicólogos en la última centuria le han dedicado atención a la memoria y muy especialmente a la memoria del lenguaje. Y han llegado a la conclusión de que memoria y consciencia no son equivalentes. Es decir no toda la memoria está presente en la superficie de la consciencia; hay una memoria sepultada que sin embargo reaparece en las conductas. Este hecho resulta relevante en la investigación de la memoria del lenguaje. Nos situamos ante dos aspectos aparentemente enfrentados. Por un lado la conducta de los individuos parlantes pone de manifiesto que la memoria del léxico obedece a una estructura o disposición ordenada; no se explican las conductas lingüísticas si suponemos que manan de una memoria dispuesta al azar. Pero por otro lado somos incapaces de perseguir los vericuetos de esa memoria por una via de introspección consciente. Una conocida lingüista, Jean Aitchison, maneja la metáfora del subterráneo para ilustrarnos sobre esta cuestión. Estamos ante una gran ciudad que nos muestra todas sus arterias de calles y plazas en la superficie, pero al mismo tiempo nos oculta una red intensa de contactos que se llevan a cabo a través del tren subterráneo. Multitud de habitantes realizan sus desplazamientos sin utilizar las arterias de la superficie urbana; manejan en cambio la red subterránea de contactos. Los mapas mentales del léxico guardan una similitud con la red subterránea; no aparecen en la superficie de la consciencia. Si queremos alcanzar la estructura del léxico tal como reside en la memoria de los hablantes, de una cosa podemos estar seguros; a saber, de que nunca podremos descifrar esa estructura a través de las capas superficiales de los usos conscientes. (Ver AITCHISON, 1994, pags. 28-36 y 222-231) En las páginas que siguen proponemos un esbozo de método para descubrir las estructuras latentes del léxico.

La propuesta

Desde hace algún tiempo se viene proclamando en determinados ámbitos la "soberanía del conocimiento social". Así decía por ejemplo el encabezado del primer capítulo en la primera edición del Handbook of Social Cognition (WYER & SRULL, 1994). Sin exacerbar pretensiones soberanistas en los reinos del conocimiento vamos a abrir nuestros ojos a una nueva realidad geográfica cuya lectura parece más bien esconderse tras los pliegues de la materialidad física. Los entramados humanos en cualquier ámbito geográfico son parte activa de un escenario en constante mudanza. Bien mirado este entramado nos revela la existencia de un estrato de vida social que se oculta tras la cobertura de una epidermis física del paisaje. Como el geólogo se percata de las diferentes edades y ciclos temporales en las capas estratificadas, conviene también que el geógrafo sea sensible a las diferentes capas de realidad que subyacen a un asentamiento, a un trazado de camino. Es decir la trama de la convivencia social parece adquirir de hecho un status ontológico más allá de la piel física de la geografía. Se trata de realidades sociales que en sí mismas son irreductibles a los escenarios de demografía residencial por donde habitualmente hemos navegado los geógrafos.

A los geógrafos toca hoy ocuparse de estas realidades y han menester para ello equiparse de nuevos métodos de captación. Es la situación que se nos brinda con unos países europeos a la vista. Hemos visto cómo la rutina convencional nos arrastra a contemplarlos dentro de un encapsulamiento estrictamente físico. Hemos entronizado la lectura de los espacios distanciados en términos físicos como único observatorio geográfico. No deja de ser una lectura empobrecida de la realidad. Nos gustaría excitar la sensibilidad del geógrafo con el caso siguiente. Usando el aparato localizador del molde espacial, se nos indica longitud 86 grados, 56 minutos Este, latitud 27 grados, 59 minutos Norte y se nos quiere transmitir con ello la información de un lugar sobresaliente. Tratándose de un lugar tan destacado, pasa al dominio del vocabulario común. Pronunciamos el vocablo "monte Everest" y hemos dado a entender de manera inequívoca ese lugar único en el mundo. En cambio aquella descripción locativa utilizando las coordenadas UTM de longitud y latitud (sistema plano Universal Transverse Mercator) carece de la fuerza evocadora que tiene el nombre propio del lugar geográfico. El sistema UTM pertenece por sí mismo al molde de un espacio métrico y es todo él una abstracción geométrica. Pero un simple nombre de lugar muestra una potencia comunicadora muy directa en un ámbito de convivencia social. Este hecho, que pertenece a una observación de nuestra vida cotidiana, debe hacernos pensar que la geografía también se nutre de nombres, que en cuanto tales señalan sin equívocos los lugares geográficos.

El primer paso con que el geógrafo se adelanta a proponernos el lugar geográfico como objeto de observación es el de nombrarlo. En este acto de ponerle un nombre al lugar queda definida la localización ¿Por qué? "El modo más sencillo de especificar una localización en algún lugar de la superficie terrestre es el darle un nombre", dice Peter Haggett (HAGGETT, 1988, pag. 32). La localización cumple una función individualizadora; es decir, mostrar la localización es lo mismo que mostrar al individuo geográfico que está siendo objeto de observación. La misma localización no es posible compartirla entre dos objetos geográficos; por eso decimos que ella comporta una función de señalar la individualidad. Cuando el geógrafo desarrolla la observación mantiene en pie como soporte de sus observaciones lo que damos en llamar individuos geográficos. Estos individuos pasan a engrosar un léxico de nombres que viene a constituir el arsenal de la nueva observación geográfica que vamos a proponer.

a) La geografía en el léxico de la memoria social

No es exagerado afirmar que la geografía, como repertorio de lugares geográficos, hay que situarla intra mentem; es decir, en la memoria de los hombres. Sería más equilibrado afirmar que la observación geográfica participa de dos mundos que son un mundo de realidades físicas y un mundo de realidades sociales. En consecuencia la geografía como realidad bifronte entra en esa esfera existencial de la convivencia humana, encendiendo a veces la discusión y la polémica. Tan realidad es que Nueva York se sitúa cerca del paralelo 41 como que es una ciudad de rascacielos, cosmopolita y escaparate de todas las razas y pelajes. De resultas de ello los lugares geográficos están presentes en nuestra vida cotidiana, dibujando con frecuencia una órbita acalorada de discusión.

La geografía y concretamente los lugares geográficos entran a formar parte del vocabulario común. Esto es, vienen a engrosar el léxico común del hombre de mediana cultura. Se trata de un hecho de proporciones muy abultadas en la vida social. Todos los humanos, desde el momento en que nacemos, nos vamos introduciendo en ese lenguaje común. Hay un aprendizaje escolar de la geografía, es cierto. Pero queremos subrayar el protagonismo del aprendizaje social, que puede ser menos formal, pero más penetrante en los pliegues profundos de nuestra memoria léxica. Existen muchos rasgos de la vida contemporánea que convergen hacia esta dimensión del aprendizaje social. El hombre de nuestros pueblos y ciudades se ha convertido en un insaciable consumidor de noticias. Muchísimos medios de comunicación impregnan nuestras mentes con la noticia que afecta a los países. Tras el contenido más o menos anecdótico de la noticia queda el esqueleto sustentante, el país de referencia. Las noticias se suceden en tropel, se devoran unas a otras, los lugares geográficos como esqueletos sustentantes se retiran a unos estratos profundos de la memoria. La posesión del léxico usual la atribuimos a la memoria. Debido al proceso descrito de impregnación comunicacional, el léxico conlleva multitud de adherencias. Es decir, los vocablos no son simplemente designativos de un objeto de la realidad, sino que son también portadores de adherencias connotativas que decoran e iluminan con variadas irisaciones dichos objetos. Es el mismo caso de los vocablos que designan los lugares geográficos; son también portadores de connotaciones. El depósito de todo este léxico caracterizado con los rasgos provenientes de la convivencia social lo llamamos con toda justicia memoria social. La memoria la posee cada individuo pero es fruto de una interacción permanente de la vida en sociedad.

b) Acerca de cómo la memoria social es observable

En los momentos actuales, e interesados en el arsenal de nombres de lugares geográficos, contemplamos la memoria de cara al presente y al inmediato futuro. Es decir nos valemos de la memoria como un recurso activo que nos ayuda en el tráfico diario del intercambio de información en multitud de ocasiones muy diferentes. Por ejemplo hacemos uso de la memoria geográfica en la permanente elaboración de planes de desplazamiento, en la asignación correcta de sucesos a determinados lugares, en la comparación de niveles de vida entre regiones o países, etc… En resumen, la memoria se manifiesta en conductas cotidianas. Si es así, nos queda un paso para pensar que la memoria geográfica no es un desván de objetos amontonados sin orden ni concierto. Más bien hemos de pensar que su utilización cotidiana como un recurso activo presupone una estructura perfectamente ordenada. Lo que ocurre es que esta hipotética estructura permanece oculta a nuestra conciencia. Si tuviéramos alguna habilidad para penetrar en esa estructura oculta de la memoria, tendríamos un trazado de la estructura y disposición que adoptan los nombres de lugares. Es decir, tendríamos acceso a la visión de una especie de mapa mental en donde estuvieran presentes los nombres de lugares sumergidos en una densa red de entrelazamientos. Se impone por tanto un diseño de procedimientos, de técnicas para penetrar en las zonas ocultas de la memoria.

Si se nos permite una breve digresión podemos acercarnos más a la solución de nuestro problema. Si hablamos del léxico geográfico como una porción del vocabulario común, veamos cómo han ensayado los investigadores la estructura oculta de la memoria léxica. De muchos decenios atrás ha existido en los laboratorios la atención hacia los fenómenos asociativos de la mente. Esta atención sigue hoy con vigor. Los especialistas en el tema del léxico, a veces lingüistas y a veces psicólogos, manejan la asociación como fuente de información valiosísima. El conocimiento que se infiere de ello es con respecto a la estructura del léxico en la memoria. Así por ejemplo la obra Structures in the Subjective Lexicon describe con abundancia de datos la disposición estructural del vocabulario en nuestras mentes (FILLENBAUM & RAPOPPORT, 1971) Una obra más reciente e indispensable para adquirir una idea de la situación actual es la que traza Jean Aitchison en Words in the Mind (Introduction to the Mental Lexicon) (AITCHISON, 1994). Siguiendo estas pautas de los investigadores, intentamos abrir una nueva brecha de trabajo para los geógrafos. Los repertorios de lugares geográficos, mentalmente atesorados, se prestan al fenómeno asociativo. Dejamos que la asociación fluya con espontaneidad tal como nos lo enseñan los diseñadores experimentales. Obtendremos de este modo ciertas constelaciones de nombres geográficos en los cielos de la mente y podremos dibujar en ellas alguna estructura que nos ayude a interpretarlas.
 

Una toma de datos a guisa de ilustación

Dos son los aspectos que nos hemos propuesto vigilar con máximo esmero. Uno es el de procurar la máxima fluidez y espontaneidad en la conducta de asociación. Otro es el de utilizar la posibilidad de agregar datos siempre que procedan de sujetos con una pertenencia cultural común.

a) La asociación memorística: ¿por qué perseguimos su espontaneidad?

En cuanto al primer aspecto, nos encontramos con un alto riesgo de obstruir la espontaneidad. Siempre que intentamos solicitar algún tipo de información de parte de uno o varios sujetos, nos situamos en una pendiente de riesgo. Es obvio que, si intentamos solicitar información, debemos plantear unas preguntas. El ejercicio de preguntar no siempre es inocuo y multitud de veces adolece de un exceso de orientación y de encauzamiento. Así resulta que lo que hemos obtenido como respuesta de los sujetos interrogados es en gran manera algo que estaba prefigurado en la pregunta.

"En la siguiente lista de países, cuáles asociaría Ud. bajo el denominador común de latinos"

Es evidente que la pregunta encauza excesivamente la respuesta del sujeto. Por estas razones hemos diseñado un procedimiento que por un lado siga las pautas de una conducta habitual y por otro ofrezca cierta neutralidad ante la respuesta. Pensando en conductas habituales tratamos de simular el trato que damos a objetos materiales pertenecientes a nuestra esfera de familiaridad cotidiana. Es así como nos encontramos a veces ante la necesidad imperiosa de limpiar nuestra mesa de trabajo abarrotada de objetos que han ido sobreviniendo día tras día. La limpieza la ejecutamos distribuyendo esos objetos en cajones o espacios sin una idea prefijada, atendiendo más a la urgencia que a un criterio clasificatorio explícitamente elaborado. El diseño que proponemos para las palabras se parece a este comportamiento. Se nos presenta un cúmulo de palabras de nuestro entorno de conversaciones habituales y procedemos con ellas de la misma manera que con los objetos que inundaban nuestra mesa. Despejamos el horizonte de las atenciones inmediatas y damos entrada a mecanismos inconscientes de nuestra memoria.

Tendríamos que preguntarnos por qué es decisiva la espontaneidad al grado máximo en esta conducta. La memoria es un recinto al que no se tiene acceso de manera consciente. Es decir, la memoria no es un recinto iluminado por el razonamiento ni la conciencia; de ahí que proscribamos el método introspectivo para acceder a la memoria. La memoria en sus estratos más profundos ("memoria de largo alcance" la llaman los psicólogos) recoge los hilos que van enhebrando nuestro devenir temporal en la vida y los va empalmando en una red de conexiones que no afloran a la superficie de la conciencia. Por esta misma razón la memoria permanece ajena a los aldabonazos de las decisiones voluntarias que quieren trazar un camino de indicaciones. En otras palabras, la única vía para rastrear la memoria y sus conexiones es la de dejarla actuar sin imponerle caminos.

b) La agregación de datos de distintos sujetos

El segundo aspecto se refiere a practicar un ejercicio que nos permita fácilmente la agregación de varios sujetos, La idea que nos dirige es la de obtener algún rastro de estructura o patrón ordenado de una memoria social. Son individuos humanos los que poseen la memoria de nombres geográficos, pero lo hacen así siguiendo una pauta de aprendizaje social. Estos nombres de lugares geográficos son materiales que se barajan en la vida cotidiana. Se trata de piezas que circulan en el tráfico diario y son como piedras preciosas engastadas en el pulimento de categorías conceptuales de amplio uso. Este carácter de uso colectivo pretendemos adquirirlo agregando los datos de la memoria subjetiva. Conviene por ello que el grupo de sujetos escogidos para la experimentación sean miembros de una cultura común y por tanto sujetos sometidos a un mismo proceso de lo que hemos llamado aprendizaje social. Se pretende de este modo una complementariedad. Cada sujeto, individualmente considerado, es posible que no ponga en juego todos los criterios que la cultura común ha ido asociando y de los que el sujeto es un miembro receptor. Agregando a los sujetos individuales es más fácil que broten todos los enlaces de esa trama común. Con las precauciones descritas el diseño para la toma de datos se expone en la página siguiente.

Con el diseño expuesto pretendemos una búsqueda de datos a través de todos los países miembros de la Unión Europea. Consideramos en principio que cada país ha sido fermento activo de una cultura común a través de la historia. Tal vez pudiera llevarse a cabo una investigación parecida interrogando a ciertos personajes relevantes que son considerados intérpretes de la cultura. Nuestra educación de geógrafos nos conduce a recoger la observación que se encuentra en la calle, en la población que participa como sujeto pasivo de una cultura común. De la misma manera que puede rastrearse la carga histórica de la ciudad a través de las huellas morfológicas que ha ido depositando sobre el plano urbano, así también intentamos descubrir las capas de la memoria social.





Nada hemos dicho acerca de la elección de sujetos, o sea de la elección de la muestra. Si aceptamos de una manera amplia el concepto de cultura común de un país, podemos considerar como sujetos representativos de esa cultura a quienes hayan recibido una escolaridad media y se hayan integrado en la comunidad social. No consideramos sujetos representativos a quienes ostenten algún déficit en la escolaridad o a quienes se mantengan en grupos marginales apartados de la comunidad.

c) La técnica de particiones

En el procedimiento señalado estamos estimulando los nexos asociativos que subyacen a un comportamiento. De una lista de países pedimos a los sujetos que hagan un reparto o distribución en lotes, sin que cada lote lleve un encabezamiento. Pedimos asimismo que ejecuten la tarea sin escrúpulo con inmediatez y sin pensárselo demasiado. Recuérdese lo que comentamos en párrafos anteriores de simular una conducta frecuente en nuestra vida cotidiana, la de limpiar de objetos materiales nuestra mesa de trabajo. Cada lote es como si fuera un cajón, entendiendo por tal que es excluyente con respecto a los demás lotes y que en conjunto todos los lotes cubren hasta agotarla la lista de objetos. ¿Por qué cuatro lotes?

Se trata de una decisión del investigador que no es del todo arbitraria. La técnica debe huir de los extremos siguientes. Debe huir de formar un solo lote y en el otro extremo debe huir de tantos lotes como objetos, porque ambos casos no discriminan nada. Es decir, no ofrecen información alguna sobre asociación entre objetos. En un caso, el de formar un solo lote, todos los objetos están asociados entre sí. En el otro caso evidentemente no se muestra asociación alguna. A partir de aquí la decisión de definir el número de lotes debe ser discriminativa y al mismo tiempo operativa, o sea, ofrecer una ejecución fácil a los sujetos. De hecho la fijación de lotes es un tema del experimentador y debe estar sujeta a observación por su parte.

La memoria social teje una malla de proximidades entre los países europeos

La toma de datos expuesta genera asociaciones. Ya hemos insistido bastante en que las asociaciones que buscamos son las que arroja el dispositivo de la memoria. Es decir, buscamos desenterrar del subsuelo de la memoria social los nexos que se ocultan a la actividad razonadora y consciente. Ese subsuelo es producto de una sedimentación lenta de los elementos culturales que tejen y dan algún sentido a los comportamientos de los individuos miembros de esa cultura. De nuestra parte, como investigadores, hemos tratado de suscitar un comportamiento que no esté sometido a decisiones razonadas. Por parte de cada sujeto tenemos lo siguiente: distintos nombres de países por cada lote a través de cuatro lotes. Por nuestra parte estamos asumiendo que los nombres dentro de un mismo lote muestran alguna asociación. Así es como llegamos a elaborar todas las asociaciones mostradas por el sujeto.

Si elaboramos una disposición en filas y columnas de los nombres de países, tendremos un cuadrado de quince filas y columnas. A eso le llamamos una disposición matricial. En el cruce de cada fila con cada columna se registra, si la ha habido, la asociación entre el nombre de fila con el nombre de columna. Al repasar los ejercicios efectuados por todos los sujetos, vamos contabilizando para cada par de nombres las asociaciones ocurridas. La matriz consiste en el conjunto de valores numéricos que se muestran a través de todas las celdas del cuadrado. La celda no es sino el cruce de fila con columna. Vamos a precisar algunos rasgos de esta matriz con una ilustración

triángulo

superior












Triángulo

inferior

Tenemos en la ilustración una matriz 8x8, es decir, de ocho filas por ocho columnas. Hay unas celdas diagonales, que tendremos a bien señalar y que denotan el par de un objeto consigo mismo. Evidentemente en esas celdas no se pueden registrar valores de asociación empíricamente observados en los ejercicios efectuados. La asociación si la hay denota siempre el par conformado por dos objetos distintos. Estamos hablando de observaciones empíricas, puesto que en un terreno teórico podríamos aceptar el par conformado por el objeto consigo mismo. A partir de la diagonal en toda matriz cuadrada se muestran dos triángulos matriciales, superior e inferior a la diagonal. Las celdas que definen ambos triángulos obedecen al mismo par de objetos. La única diferencia consiste en que los objetos definidores del par guardan distinto orden; es decir, <españa-francia> frente a <francia-españa> es la única diferencia. Existen situaciones de observación en las que interesa marcar esa diferencia. Decimos entonces que la matriz de datos no tiene la propiedad de simetría. El caso que estamos contemplando en cambio no hace tales diferencias. La asociación que se registra entre dos nombres por el solo hecho de que algún sujeto los haya reunido en un mismo lote no dice nada acerca del orden de esos nombres formando una pareja. Como consecuencia de todo lo dicho he aquí la matriz de asociaciones obtenida a través de un grupo de sujetos españoles





Tenemos pues todas las asociaciones resultantes en el vocabulario europeo que maneja este grupo de españoles. No los hemos predispuesto a realizar el experimento bajo ningún criterio de semejanza de personalidad, de notas paisajísticas, de actuaciones históricas, de pactos políticos, etc… Opinamos que esos y otros criterios han sido puestos en juego. Lo importante ahora no es descifrar cuáles hayan podido ser esos criterios. Aun cuando no sepamos con detalle el papel determinante de cada criterio, lo que nos interesa es componer la imagen de Europa que arrastran unos sujetos españoles que participan en una cultura común.

Ahora bien, ¿cómo llegar a dibujar esa pretendida imagen de Europa con los datos del experimento?. Antes de entrar en este punto conviene alguna aclaración sobre el término proximidades que hemos introducido en el encabezado. La introducción del término se la debemos al profesor emérito de Stanford, Roger N. Shepard (SHEPARD, 1962). El fenómeno asociativo de la memoria de países puede encubrir semejanzas, contigüidad, coocurrencia, interacción, pactos y acuerdos, lengua común o emparentada, etc…Lo más decisivo que nos aportan los datos va a ser que nos permiten comparar parejas entre sí y determinar que el nexo en una pareja es más intenso que en la otra. En otras palabras, tratamos de definir una proximidad en términos intensivos (no estrictamente cuantitativos). No cuantificamos la proximidad para una pareja dada; la sopesamos comparativamente frente a otra pareja. Asi para una doble pareja <a,b> y <c,d> establecemos

Prox(a,b)>Prox (c,d), o bien
Prox(a,b)<Prox(c,d), o bien
Prox(a,b)»Prox(c,d)

Cuando hemos llenado las celdas de la matriz con las asociaciones que nos ha brindado el experimento, tenemos unos valores numéricos como resultado de una contabilidad llevada a cabo a través de todos los sujetos. Pero esos valores no los tomamos en su cuantía estricta; no concluimos con ellos que donde dice "4" es doble de donde dice "2", o donde dice "7" es tres unidades superior a donde dice "4". Puesto que se trata de un material extraído del subterráneo memorístico, nos limitamos a comparar parejas de países asociados. Sólo aceptaremos por consiguiente que la pareja con 4 asociaciones refleja una intensidad asociativa mayor que la pareja con 2 asociaciones y que a su vez la pareja con 7 asociaciones supera la intensidad asociativa de la de 4 y la de 2. El término que mejor representa la intensidad asociativa entre parejas es sin duda el término proximidad. Así resulta que se tienen en la matriz un total de 105 parejas. Y los valores de proximidad de la matriz nos permiten decidir la comparación entre 5460 pares de parejas distintas, lo cual nos da una idea de que la relación de proximidad sirve para tejer una malla muy fina aunque sea en términos comparativos. Quien nos haya seguido hasta aquí se dará cuenta de que estamos operando paso a paso con sumo respeto a los datos, ateniéndonos a un comportamiento asociativo de la memoria. Así y todo hemos desembocado en un resultado colosal que desborda cualquier posibilidad de comprensión inmediata ante la presencia masiva de tantas cifras. No estamos acostumbrados a manejar un tejido de relaciones tan complejo como el que se esconde detrás de las cifras. ¿Cómo es posible entonces volcar esta malla de proximidades en una imagen visual?. En otras palabras, estamos ante un tapiz de la memoria social contemplada del revés. Sólo vemos los hilos que tejen las proximidades. Queremos ver la cara del tapiz, en donde se nos muestre una imagen de más fácil interpretación.


Una configuración de Europa resultante de la memoria social

La cuestión planteada nos remite a un tema de nuestra contemporaneidad, bajo la denominación de "pattern recognition" en los medios científicos de habla inglesa. En 1968 la Universidad de Hawai auspiciaba una Reunión Internacional sobre Metodologías de Reconocimiento de Patrones (WATANABE, 1969). En el prefacio de la publicación se estampaba el párrafo siguiente:

"To the layman’s ear, the term pattern recognition sounds like a very narrow esoteric field of electronic computer applications. But, actually, it is a vast and explicit endeavor at mechanization of the most fundamental human function of perception and concept formation. It represents, indeed, one of the most ambitious scientific ventures of this century, requiring collaboration of electronic engineers, physicists, physiologists, psychologists, logicians, mathematicians and philosophers." (WATANABE, 1969, p. vii) (2)

El texto citado pasa por alto a los geógrafos, aun cuando el problema de definir una región ó una comarca ha sido siempre un problema de detectar el dibujo de un patrón espacial trenzado en la interrelación de múltiples atributos. Un título reciente de 1990 señala sin rodeos este mismo planteamiento. Dos geógrafos de California lanzan la publicación de un texto escolar en los términos de Patterns on Our Planet (Concepts and Themes in Geography) (HARDWICK & HOLTGRIEVE, 1990). Interpretar el espacio geográfico es en buena medida interpretar un patrón espacial. El orden frente al caos no es un asunto que se debate entre las fuerzas de la naturaleza; es ni más ni menos un problema que trata de dilucidar la mente humana. La búsqueda de patrones espaciales es un ejercicio de la mente (HAGGETT, 1990, p. 16). Cuando interesamos a los geógrafos en introducirse en la oscura selva de la memoria social, un primer puerto de arribada lo constituye esa enigmática plataforma de datos que se nos presenta en una malla de proximidades. Proceder a la búsqueda del patrón oculto tras los datos no debe ser una actividad desconocida para el geógrafo.

Ocurre sin embargo que para descifrar el mensaje que hay en la malla de proximidades hemos de acudir, fuera de la geografía, al campo de la tecnología para el reconocimiento de patrones. En el simposio antes citado hay un trabajo del matemático francés Jean-Paul Benzecri Statistical Analysis as a Tool to Make Patterns Emerge from Data (WATANABE, 1969, p. 35-74). Hay una idea del matemático francés que me resisto a dejarla pasar por alto:

"Before we say anything about recognition, it should be fair to speak of patterns. The most common idea we have of a pattern is that given by a word of some natural language. Although dictionaries have been available for centuries, none has succeeded to give a clearcut algorithm by which it is to be decided when and to which objects any word can be applied. …It is wise to notice that such a simple noun as, e.g., a neighbor, can be understood only in a complex situation where one can ask such questions as: to whom is he neighbor?, or: is it enough to be at walking distance from each other to be called neighbors?. After all your neighbor is someone who seems presently closer to you than a number of others" (op. cit., p. 35) (3)

Siguiendo el rastro de este pensamiento nos preguntamos algunas cuestiones que vienen al caso: ¿Qué es a lo que responde en la realidad el nombre de un país europeo?. ¿Qué ha de entenderse por países vecinos en nuestra comunidad europea?. Tras el recorrido que venimos haciendo siguiendo la huella de los lugares geográficos en la memoria social las preguntas dejan de parecernos tan sencillas. En un afán de búsqueda hemos acudido a los estratos profundos de esa memoria social y hemos tratado de perfilar un concepto de vecindad basado en las proximidades asociativas. Benzecri propone diversas técnicas para resolver la enigmática faz de los datos cuando se presentan en forma masiva y abundando en multiplicidad de contactos. En esta línea de preocupaciones sitúa Benzecri el trabajo pionero y seminal de Shepard, The Analysis of Proximities (SHEPARD, 1962).

Queremos insistir en matizar la postura y el hallazgo de Shepard ante una audiencia de geógrafos. La postura de Shepard es de una búsqueda exploratoria, algo que, en un importante Seminario celebrado en la Universidad de California, Irvine, él calificaba como …oriented toward the discovery of the new patterns or structures (SHEPARD, 1969). Shepard insistía en una dualidad de propósitos que caracteriza a todo análisis de datos, evaluar frente a descubrir. No se trata por tanto de que llevemos de antemano una imagen perceptual de Europa, la que hemos llamado imagen convencional por ejemplo, y tratemos de verificarla en la masa de datos que tenemos ante nosotros proporcionada por un grupo de sujetos españoles. De la misma manera que hemos intentado abrir un nuevo cauce a la obtención de datos, así también procuraremos ahora desvelar una nueva imagen que los interprete. Esta es la línea de búsqueda que nos sitúa tras el descubrimiento de esa nueva imagen o patrón perceptual.

El mismo Shepard traza una vía metodológica de absoluta novedad y que, sospechamos, ha de resultarle grata al geógrafo que investiga. Utiliza una fundamentación que, a la par de sólida y rigurosa, es muy poco conocida. Existe en todo individuo humano un mecanismo, inserto en su propio organismo, para la búsqueda de patrones perceptuales. Es un mecanismo que permite a los humanos entender el mundo circundante y adaptarse al mismo. Piénsese por ejemplo en las constelaciones siderales. Sobre la bóveda celeste no tenemos sino puntos luminosos que hemos intentado descifrar a manera de figuras que nos resultan familiares. El lenguaje de las constelaciones siderales ha sido puesto en marcha por una necesidad ínsita de acercar lo desconocido a un ámbito de familiaridad sensorial y perceptual. Enfrentada a cualquier masa de datos la estadística tradicional se ha ocupado de ajustarse a requerimientos inherentes a los datos. Pero surgen situaciones en que se pone de relieve el binomio formado por el investigador humano y el cúmulo de datos conjuntamente. Aquí la estadística está llamada a conjugar los requerimientos de ambas partes del binomio. Nace así el diseño de un modelo que, guardando fidelidad a los datos, les confiera una forma legible al organismo sensorial y perceptual. En palabras del propio Shepard

"We must, in short, convert the raw data into a form that is properly matched to man’s built-in sensory and perceptual analyzers… The methods with which we are mostly concerned here are based on the notion that the best match between a set of data and the perceptual system of the human investigator may be achieved by presenting it, rather, in the form of visual-spatial model…

In any case, the general view taken here is that the kind of method that will most help man to discover the structure underlying a large set of data must, first and foremost, be a method for transforming the "raw" symbolic data into some more congenial –perhaps spatial- form. As such the method will always rest upon either, or both, of two kinds of assumptions: (a) assumptions about the general form of the structure in the data (in order to ensure that structure will be adequately preserved in the transformation), and/or (b) assumptions about the form of the resulting representation that will most effectively engage our own inner mechanisms of perceptual analysis." (SHEPARD, 1969, p. 2-3) (4)

Brota por tanto la representación espacial como un producto final en el esfuerzo de la solución heurística planteada. Se señalan dos presupuestos ineludibles: uno, el de preservar la estructura de los datos originarios. Esto quiere decir, en nuestro caso, que las comparaciones reflejadas en la malla de proximidades siguen a salvo. El segundo presupuesto alude a que la representación espacial obtenida se ajuste a una interpretación visual.

Por tanto nos encontramos con la construcción de un espacio métrico, o sea, un conjunto de puntos regidos por relaciones de distancia. Sujetándonos al primero de los presupuestos establecidos tendremos tantos puntos como elementos en la malla originaria de proximidades. Además para cada par de puntos se definirá una distancia tal que refleje la relación de proximidad. ¿Qué quiere decir esto? Que, siguiendo fieles al status comparativo que fijan las proximidades, las distancias para dos parejas de puntos habrán de guardar una ordenación inversa a sus correspondientes proximidades. Recordando lo que decíamos más arriba: "no cuantificamos la proximidad para una pareja dada; la sopesamos comparativamente frente a otra pareja". Por consiguiente, lo que perseguimos en el espacio de puntos es mantener a salvo la ordenación para todas las parejas. En otras palabras, a esto se llama mantener una regresión monotónica.

Las técnicas desarrolladas para este tipo de análisis llevan el nombre genérico de MDS (MultiDimensional Scaling). Shepard ideó un diagrama para la regresión monotónica que lleva su nombre; resulta ser un instrumento valioso para apreciar la masa de datos en torno a la línea de regresión, como lo veremos en seguida. Es posible conseguir un ajuste perfecto de los datos a la línea de regresión monotónica con sólo aumentar el número de dimensiones. Pero ocurre que un espacio que supere las tres dimensiones, aunque sea concebible como ente matemático, no es visualizable. Y he aquí que chocamos con el segundo presupuesto, a saber, que la solución buscada sea visualmente legible. Veamos esto mismo con los datos a mano.

Según se observa en la matriz de datos proporcionada por nuestros sujetos (pag. 30) se dan 105 parejas, las cuales en la solución del MDS se reflejan en otras tantas distancias. El diagrama de Shepard nos presenta ese conjunto de 105 datos en torno a una línea de regresión monótona. En la abscisa se lee el valor de distancia y en la ordenada el valor de proximidad. Por esa razón la línea toma una evolución descendente en forma de gradientes; los valores de ordenada no se cuantifican, pero sí los valores de abscisa

El diagrama nos ofrece una cierta discrepancia de los datos con respecto a la línea de regresión. En otras palabras, la solución aportada por la técnica MDS en un espacio de dos dimensiones muestra algunas rigideces que desaparecen según vayamos aumentando las dimensiones del espacio. Las técnicas MDS en vigor disponen de una tabla para evaluar tales discrepancias. Calculan para ello un índice denominado stress; dicho stress se va aproximando a "0.00" en la medida en que aumentamos el número de dimensiones.

Shepard dio a partir de aquí un giro a su técnica de análisis. Fiel a su principio de ofrecer una solución visualmente interpretable, ideó para ello un modelo híbrido. Es decir, un modelo que no estuviera constreñido a la construcción de un espacio métrico. Ideó una solución que combinara la visualidad espacial en dos dimensiones con un agrupamiento gráfico superpuesto. En otras palabras, si el espacio en dos dimensiones no producía un ajuste perfecto a las proximidades, era porque éstas, las proximidades, obedecían a más de dos atributos puestos en juego. Era necesario desvelar o descubrir esta multiplicidad de atributos; no se trataba de ir añadiendo dimensiones sino de visualizar de alguna manera el mundo de atributos. Shepard tuvo ante sí multitud de datos provenientes de campos distintos (confusiones en la percepción fonética, asociaciones entre nombres de animales, etc…) recogidos en los laboratorios de investigación con anterioridad (SHEPARD, 1972, 1974). La solución ideada admitía una fácil interpretación adecuada y pertinente en cada campo. Con tales antecedentes se nos hace el camino llano para dibujar nuestros datos en un esquema aceptable de interpretación.

Ofrecemos a continuación el despliegue de los 15 elementos (países de la Unión Europea) en un espacio de dos dimensiones. Las 105 parejas resultantes con sus respectivas distancias en dicho espacio han arrojado discrepancias leves con la ordenación de proximidades. Las discrepancias quedan reflejadas en el diagrama de la regresión monótona y en el índice stress que resulta ser de 0.0872. De todos modos la discrepancia, aunque leve, no queda anulada del todo aumentando a tres dimensiones el espacio de puntos. Por todo ello hemos optado por un modelo híbrido de representación, siguiendo la pauta de Shepard. En primer término la representación en dos dimensiones muestra cuatro agrupamientos más un elemento un tanto aislado. Los cuatro agrupamientos corresponden a los elementos siguientes: (i) Gran Bretaña, Irlanda; (ii) Dinamarca, Finlandia, Suecia; (iii) Alemania, Austria, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y (iv) España, Portugal, Italia, Grecia. Como elemento aislado del resto figura Francia. Debemos recordar que estos agrupamientos nacen de rastrear lo que hemos llamado memoria social en un grupo de 40 sujetos españoles y que no siguen orientación alguna prefijada de antemano

A pesar de lo sugeridor que se muestra el agrupamiento espacial, debemos profundizar, si cabe, algo más tras la captura de información que subyace en la malla de proximidades. La existencia de un stress pone de manifiesto que hay un cúmulo de información en los datos que no ha sido reflejado enteramente en la representación espacial de dos dimensiones. Abandonaremos por tanto la exclusividad de la representación espacial por cuanto resulta rígida e insuficiente y confiaremos los mismos datos de la matriz (pag. 30) a un agrupamiento jerárquico diseñado por un colega de Shepard en los Laboratorios Bell (JOHNSON, 1967)
 
 

Estas representaciones de árboles jerárquicos no están supeditadas al constreñimiento de un espacio métrico, es decir, no están regidas por el concepto de distancia bajo un espacio m-dimensional. En propias palabras de Johnson

"…often large arrays of data are collected, but strong theoretical structures (which might otherwise guide the analysis) are lacking; the problem is then one of discovering whether there is any structure (i.e., natural arrangement of the objects into homogeneous groups) inherent in the data themselves." (Johnson, 1967, p. 241) (5 )

Procedemos por tanto a hibridar la técnica espacial con la de agrupamiento jerárquico. Ello se hace envolviendo los elementos que aparecen anudados mediante un círculo o elipse quedando como sigue





Debido al carácter un tanto escaso y limitado a una sola región de la muestra de sujetos españoles, no quisiéramos entrar en conclusiones definitivas. Nuestro actual propósito se ciñe a presentar el valor de un método de trabajo y solamente como tal pretendemos que sea valorado. En lo que sigue nos proponemos resumir unos puntos que sintetizan la exposición de este trabajo y a la vez ofrecemos unas sugerencias para actuaciones futuras

Síntesis y sugerencias

Ante todo parece claro que la imagen convencional que acerca de Europa nos dicta la cartografía usual obedece a un observatorio físico. Esa imagen única de la visión europea no es más que un producto de la representación cartográfica de los datos de localización elementales. Parece muy probable que puedan perfilarse otras visiones de Europa más acordes con una tradición cultural de los pueblos.

Los datos expuestos, aunque en forma balbuciente, parecen sugerir la existencia de un depósito de convicciones comúnmente compartidas entre los ciudadanos de cada país acerca de los países miembros de Europa. Sin que sepamos cuáles son esas convicciones, animan no obstante una trama profunda de vínculos, los cuales ofrecen a la postre una configuración de Europa.

¿Es cada país portador de una visión diferente? ¿Existen patrones comunes a diferentes países? Son estas, entre otras, interrogantes que se encuentran aquí en embrión y que esperan para su respuesta un trazado de investigación empírica en términos semejantes a los que aquí se han expuesto.

La búsqueda de datos que estamos proponiendo se alimenta en lo que hemos denominado una memoria social que pervive en el vocabulario cotidiano de las gentes. Pero de ningún modo estamos proponiendo como linea exclusiva la actual búsqueda de datos. La hemos expuesto con la amplitud necesaria para que nos sirva de introducción en un concepto como la memoria social, aparentemente resbaladizo y poco firme para sustentar observaciones empíricas. Creemos que pueden desarrollarse
otras lineas de búsqueda de datos y en ello trabajamos.

Notas

(1) "Cualquier análisis geográfico de Europa en el día de hoy está obligado a considerar los espacios en que Europa queda envuelta – espacios que representan distorsiones, transformaciones y escalamientos radicales y al mismo tiempo suponen una quiebra del espacio geográfico absoluto que a todos nosotros nos ha sido tan familiar en el mapa convencional -. Como profesionales de la geografía humana vamos a estar con frecuencia concernidos con espacios relativos de todo tipo: espacios que representan relaciones diplomáticas, del costo de vida, postales, de travesía aérea, del turismo, de los horarios, de la aplicación de tarjetas de crédito, de preferencias individuales, de noticias, de castigo al crimen, de la igualdad de sexos, etc... ya que Europa ha dejado de ser una porción rígida de territorio sobre las costas occidentales de Asia y pasa a ser un espacio camaleónico cuya configuración puede sufrir drásticas mudanzas conforme lo requieran algunos espacios conceptuales con capacidad de iluminar problemas y cambios que están ocurriendo."

(2) "Para el oído profano el término "reconocimiento de patrones" suena a un campo esotérico muy restringido dentro de las aplicaciones electrónicas del ordenador. En la actualidad comprende un ámbito de delimitación explícita aunque amplia en la mecanización de la mayoría de funciones humanas fundamentales sobre percepción y formación de conceptos. Representa sin duda una de las aventuras científicas más ambiciosas de este siglo que demanda la colaboración de ingenieros electrónicos, de físicos, fisiólogos, psicólogos, lógicos, matemáticos y filósofos."

(3) "Antes de pronunciar una palabra sobre fenómenos de reconocimiento, debemos decir algo sobre patrones. La idea más común que tenemos sobre un patrón es la que se nos facilita mediante cualquier palabra de un lenguaje natural. Los diccionarios han existido desde hace siglos, pero ninguno ha tenido éxito en proporcionarnos un algoritmo tajante mediante el cual pueda decidirse cuando y a cuáles objetos puede aplicarse una palabra. Resulta notorio advertir que un simple vocablo, tal como "vecino", sólo puede entenderse en una situación compleja en donde uno puede plantear cuestiones tales como ¿de quién se es vecino? o esta otra ¿es suficiente una distancia peatonal entre dos personas para que puedan llamarse vecinos?. Después de todo su vecino de usted es alguien que en la actualidad se muestra más cercano que muchos otros."

(4) "Debemos convertir los datos brutos en una forma que con toda propiedad pueda acoplarse a los analizadores humanos sensoriales y perceptuales ...Los métodos que aquí básicamente nos conciernen se basan en la noción de que el mejor acoplamiento entre un conjunto de datos y el sistema perceptual de un investigador humano puede alcanzarse si lo presentamos bajo la forma de un modelo visual-espacial...  En cualquier caso, el punto de vista que aquí nos guía es el de que el método que mejor ayuda al hombre a descubrir la estructura subyacente en un conjunto de datos debe ser, en principio y ante todo, un método que transforme los datos simbólicos "crudos" en una forma más compatible, quizás una forma espacial. En cuanto tal dicho método ha de descansar en uno o ambos tipos de asunción: (a) asunciones acerca de la forma general de estructura en los datos (con miras a preservar dicha estructura en la transformación) y/o (b) asunciones acerca de la forma de representación que resulte de encajar con máxima efectividad en nuestros propios mecanismos de análisis perceptual".

(5) "... con frecuencia se recogen manojos de datos de gran extensión con profundas lagunas en lo tocante a estructuras teóricas (las cuales podrían servir de guías para el análisis); el problema que se suscita entonces es el de descubrir si existe alguna estructura (es decir, una disposición natural de los objetos en grupos homogéneos) inherente a los datos por sí mismos".

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