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Scripta Nova.
 Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 94 (41), 1 de agosto de 2001

MIGRACIÓN Y CAMBIO SOCIAL

Número extraordinario dedicado al III Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

EL RESCATE DEL OLVIDO. LA MEMORIA PERSONAL DE UN EMIGRANTE
EXTREMEÑO EN CORNELLÁ DE LLOBREGAT, BARCELONA

Rosario Calero Grillo
Licenciado en Geografía e Historia. Universidad de Barcelona
Profesor del IES Camps Blancs. Sant Boi de Llobregat


El rescate del olvido. La memoria personal de un emigrante extremeño en Cornellá de Llobregat. Barcelona. (Resumen)

Durante la segunda mitad del siglo XX se produjo en nuestro país uno de los movimientos migratorios más importantes de nuestra historia: la emigración masiva del campo a la ciudad. Una de las regiones que más sufrió las consecuencias de este fenómeno fue Extremadura, que pasó de representar el 4,7 por cien de la población española en 1900 al 2,6 por cien en 1998. Entre los años 1960 y 1975 abandonaron la región 575.701 personas, el 35 por cien del total de la población extremeña. De esta diáspora fueron testigos miles de personas que hoy viven en otras comunidades del Estado, cuyo testimonio es fundamental para entender cómo ocurrieron las cosas y cuando decidieron marcharse. Recuperar las historias personales de estos emigrantes es recuperar la historia de este país, especialmente de los extremeños. Este es el objetivo de esta comunicación.

Palabras clave: diáspora / emigración / Extremadura / redes migratorias.


Worth saving from oblivion. The experience of an old man born in Extremadura who nowadays lives in Cornellà de Llobregat (Summary).

In the second half of the 20th century one of the most important migratory movements in our history took place in our country: the huge migration from rural areas to the city. Extremadura was one of the regions which suffered the consequences of this phenomenon; they went from representig the 4,7 per cent of the Spanish population in the 35 per cent of the total "extremeña" population. Thousands of people who nowadays live in other communities all over the State witnessed this diaspora, and their testimony is basic to understand how things happened getting back the history of this country, specially of these people from Extremadura. This is the aim of this lecture.

Key words: diaspora/ migrations/ Extremadura/ migratory nets


Entre 1960 y 1975 se produjo uno de los fenómenos demográficos más importantes en la historia contemporánea de España, la emigración masiva del campo a la ciudad. Una de las regiones del país que más sufrió el despoblamiento fue Extremadura, que vio cómo una parte importante de su población más joven y emprendedora se iba en busca de trabajo a otros lugares de España o Europa. Las causas de la emigración extremeña son muy claras: ante la falta de trabajo y perspectiva de futuro, mucha gente decidió irse fuera de la región, donde hubiera trabajo.

Sin duda, durante esos años se produjo uno de los movimientos de población más grandes de la historia de nuestro país, pues alrededor de dos millones de personas abandonaron sus casas, sus tierras, sus oficios y sus entornos para dirigirse a las zonas industriales del país y del extranjero en busca de trabajo. Los individuos que protagonizaron aquel éxodo masivo son un testimonio vivo de ese proceso y, por lo tanto, una fuente de conocimiento de primerísima fila para aproximarnos a cómo ocurrieron las cosas. La base de esta comunicación es precisamente ésa: rescatar del olvido experiencias personales que se desarrollaron en ese contexto. Hoy día, como todo el mundo sabe, en España hay un interesantísimo debate sobre los inmigrantes que llegan a nuestro país. Scripta Nova (http://www.ub.es/geocrit/sn-81.htm), la Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona, ha dedicado los números 81 y 83 a plantear y debatir desde diferentes puntos de vista el tema de la inmigración extranjera en España. Curiosamente, si observáramos un mapa de la emigración de los años sesenta y lo comparásemos con otro donde se señalaran las principales zonas receptoras actuales, veríamos con sorpresa que en algunos casos coinciden. Por ejemplo en Murcia y Almería, aunque no en Extremadura.

España ha pasado de ser un país de emigrantes a ser objeto de deseo de miles de trabajadores de países menos desarrollados o con problemas sociales o políticos. Éste es un problema nuevo para el país, por lo tanto habrá que buscar las soluciones desde diferentes perspectivas si no queremos que el problema se desborde. Desde nuestro punto de vista, una de las herramientas para la resolución del conflicto es el de la educación, y para educar no hay nada mejor que recordar. Teniendo en cuenta que una parte importante de los habitantes adultos de nuestro país son emigrantes o hijos de emigrantes, no nos será difícil buscar ejemplos que nos recuerden nuestro pasado reciente.

Por todo ello, la idea central de mi participación en el III Coloquio Geocrítica va en el sentido de hacer aquello que Levi-Strauss señala como tarea de los historiadores y etnógrafos, y que Joan Frigolé cita en su obra Un Hombre: "Ampliar una experiencia particular hasta alcanzar las dimensiones de una experiencia más general que, por esta misma razón, resulta accesible "como experiencia" a hombres de otro país o de otro tiempo" (1).

Lo que yo recuerdo

Personas muy cercanas a la memoria individual del que esto escribe, como por ejemplo mi padre, vecino de Valverde de Llerena, pueblo agrícola situado al sur-este de la provincia de Badajoz, que llegó a tener más de dos mil seiscientos habitantes a mediados del siglo XX y que cuenta hoy día con poco más de ochocientos (figura 1), emigró a Düsselddorf (Alemania), con treinta y siete años, en 1966. Los emigrantes extremeños no sólo se dirigieron a Europa, sino también a América, incluso a Australia, donde emigró un primo de mi padre para cuidar "millones de ovejas", según contaba una vez que vino de vacaciones al pueblo. Pero, ¿cuándo apareció en sus cabezas la idea de marcharse? ¿Cuando vivían mal? ¿No habían vivido peor en los años cuarenta y cincuenta?

Creo que la idea de emigrar anidó cuando empezaron a llegar noticias, a través de la radio, primero, y de la TV, después, de otras vidas, de otras situaciones decididamente mejores. Yo recuerdo todavía a los primeros emigrantes que volvían en la década de los sesenta al pueblo de vacaciones y me sorprendía al verlos tan blancos y con corbata.

Figura 1.
Evolución demográfica de Valverde de Llerena 1900-2000

Según experiencia familiar propia, primero emigraron los hombres, pero la idea inicial partía de las mujeres. " Eleuterio", decía mi madre a mi padre, "¿no te da envidia fulano cómo viene de Alemania?". Yo creo que mi padre siempre se resistió a irse. Se fue cuando no tuvo más remedio.

"¿Dónde te ha tocado?, pues a mí a Alemania, o a Francia", contestaban los interpelados cuando se les preguntaba por sus futuros destinos como emigrantes fuera de Valverde (figura 2). Por esos años, entre 1965 y 1968, esa pregunta la escuché muchas veces; y los niños nos hacíamos eco de ella y comentábamos entre nosotros que "a mi padre le ha tocado aquí o allí ".

El procedimiento de contratación era muy sencillo: a la provincia de Badajoz llegaba la demanda de mano de obra para los diferentes destinos. Ésta llegaba a los diferentes municipios enviada desde Alemania al Gobierno español, que la hacía llegar a través de las Diputaciones provinciales y se hacía pública en los Ayuntamientos. Los hombres (sólo se demandaba mano de obra masculina) se apuntaban en la lista de oferta y a continuación debían pasar un reconocimiento médico en Badajoz ciudad.

Figura 2
Valverde de Llerena

Así, por ejemplo, mi padre, que era un pequeño agricultor y que trabajaba su propia tierra de secano, que tenía muy mal la dentadura, fue a un dentista a que le improvisara unas muelas postizas para pasar la revisión. Y a los pocos días, en el mes de septiembre del año 1966, con unas maletas repletas de chacina y apretadas con cuerdas, se montaba en un taxi que lo llevaría a una terminal de autocares que lo transportaba a un destino del que sólo conocía el nombre. Del arado a la fábrica.

Más adelante, después de pasar siete años, solo, en Alemania, trabajando en la zona industrial de Düsseldorf, en una fábrica metalúrgica, la familia se vino a Barcelona. ¿Por qué a Barcelona?, porque aquí ya habían emigrado otros miembros de mi familia, y mi padre, con los ahorros de Alemania, compró un piso al lado de los suyos.

Ese es otro fenómeno curioso: las preferencias por los destinos. En principio al emigrante le daba lo mismo un lugar que otro, igual que a los africanos que llegan a España actualmente que les da igual trabajar en Murcia que en Alicante. Los lugares de elección eran aleatorios, dependía del primero que emigraba y dónde fuera a parar. Después todo fue rodado, iban los otros hermanos, primos, vecinos,... En este sentido, hace unos años pasé por un pueblo cerca de Vic, Sant Bertomeu del Grau, a unos setenta quilómetros de Barcelona, y cuál no fue mi sorpresa cuando vi en un bar donde paré a comer que estaba decorado con motivos extremeños: bellotas, arados, cántaros. Intrigado, pregunté al dueño y me explicó que la mitad de los habitantes del pueblo eran originarios de Campanario, provincia de Badajoz, que llegaron a Sant Bertomeu para trabajar en la industria textil de los Puigneró. Por casualidad había llegado uno del pueblo que luego trajo a otro, y a otro, ... Otro ejemplo más en el mismo sentido, es decir, en el del funcionamiento de las redes migratorias: en Sant Boi de Llobregat hay una colonia de extremeños de Azuaga que actualmente, si contamos sus descendientes, son más numerosos que los habitantes actuales del pueblo pacense. ¿Por qué Sant Boi y no Cornellá, que está al lado?.

Los emigrantes extremeños cuando se fueron de sus pueblos se llevaron consigo muy poquitas cosas porque tenían muy poco, pero las cosas que sabían no las olvidaron y las siguieron practicando siempre que podían para que no desaparecieran de su universo mental ni sus casas ni sus gustos. Los mejores guisos, calderetas, frituras y adobos se hacen en las casas regionales de las grandes ciudades y en las casas particulares de los emigrantes, que tienen a bien, y es un orgullo para ellos, demostrar a sus paisanos que las mejores migas son las que ellos hacen en sus casas, porque las hacen igual que sus padres, igual que sus abuelos.

Todas estas referencias de tipo personal me hacen ver que debemos hacer un esfuerzo en ese plano de la recuperación de la memoria. El plano personal, entre antropológico y etnológico, nos puede servir al objetivo fundamental de recuperar del olvido voces anónimas pero fundamentales para entender la historia española de la segunda mitad del siglo XX. Esta ponencia sobre la emigración extremeña está articulada en torno a la idea de recuperar la historia de gentes que vivieron una parte importante de sus vidas en un mundo preindustrial, en unas condiciones de trabajo durísimas, y se adaptaron, o "los adaptaron", al mundo urbano.

Los objetivos del trabajo son, en primer lugar, acercarnos a la historia de la emigración extremeña entre los años 1960 y 1975 a partir de la historia individual de un emigrante, también natural de Valverde de Llerena, antiguo campesino, pequeño propietario agrícola, que, en 1973, obligado por circunstancias objetivas y personales, tuvo que emigrar. A continuación, rescatar del olvido, a partir del relato del protagonista, aspectos no sólo históricos, sino también étnicos y antropológicos de la cultura campesina extremeña: la familia, el trabajo, la casa, la represión, el miedo ... Por último, recordaremos especialmente nuestra guerra civil, las condiciones de vida en la posguerra, las noticias, los primeros emigrantes, las nuevas fronteras,...
 

La emigración extremeña

La población extremeña experimentó en la primera mitad del siglo XX un crecimiento continuado y sostenido que le llevó a alcanzar su máximo histórico de población en 1955, 1.375.000 habitantes, con un aumento del 159 por cien en relación al año 1900. Ese crecimiento fue el resultado de un proceso de transición entre un ciclo demográfico antiguo y otro más moderno. Se debió a un rápido descenso de la mortalidad, mientras que siguió perviviendo la mentalidad y las prácticas tradicionales natalistas. En ese periodo, la natalidad en Extremadura fue notoriamente superior a la media española, hasta que comenzaron a repercutir los efectos de la emigración en 1965. En 1930, las tasas de natalidad en Cáceres y Badajoz eran del 3,5 y del 2,9 por cien respectivamente, mientras que la media en España era del 2,8 por cien. Al mismo tiempo, los adelantos médico-sanitarios y farmacéuticos consiguieron la reducción de la mortalidad infantil y el incremento de la esperanza de vida. Como consecuencia del comportamiento demográfico, la estructura de la población presentaba hacia 1950 una pirámide de base ancha por las elevadas tasas de natalidad todavía existentes.

En cuanto a la migración extremeña durante el siglo XX podemos distinguir tres etapas: la primera va de 1900 a 1950, con unos saldos migratorios negativos moderados, que en ningún momento llegaron a rebasar el 0,6 por cien anual. La segunda etapa, de 1950 a 1980, se caracterizó por la pérdida masiva de población, ya que emigraron unos 550.000 extremeños, es decir, un cuarenta por cien de la población de mediados de siglo. Fue particularmente intenso el quinquenio 1960-65, posterior al Plan de Estabilización Nacional de 1959 y a la apertura de las fronteras europeas. Esta huida masiva de población, en su mayoría jornaleros y campesinos, se debió a la pobreza del campo y a la industrialización de la ciudad. Miguel Siguán, testigo contemporáneo, afirmaba que unas cien mil personas se estaban desplazando cada año en España (2). Por último, la tercera etapa, de 1981 a 2000, se caracterizó por movimientos contradictorios, por cuanto se produjeron, simultáneamente, emigración y retorno, afectando a los mismos grupos de edad.

Los efectos de la emigración son evidentes en la población extremeña: descenso de la población absoluta y del crecimiento natural con la pérdida de más de la mitad de los efectivos que poseía la comunidad en 1950. Este hecho se observa tanto a escala regional como a la de los pequeños municipios y comarcas. Por ejemplo en la Campiña Sur, situada en el sur de la región, lindando con las provincias de Córdoba y Sevilla y que fue una de las que más sufrió la sangría de la emigración. Azuaga perdió en 15 años casi la mitad de su población. Tras un máximo registrado en 1955 comenzó la caída constante, pasando de casi 20.000 a poco más de 11.000 personas en 1970 (figura 3).

Figura 3
Evolución demográfica de Azuaga 1940-2000

Si en la primera mitad del siglo XX había sido el descenso de la mortalidad el hecho demográfico más destacado, en la segunda mitad del siglo fue básicamente la reducción de la natalidad, como consecuencia inicial de una emigración selectiva de personal joven en edad de procrear. En 1984, la tasa de natalidad en Cáceres era del 1,1 por cien, y el 1, 4 en Badajoz, frente al 1,2 por cien de media en el Estado español.

Además de esta pérdida importante de población en términos absolutos, hemos de tener en cuenta la pérdida de peso demográfico en el conjunto español. En 1900 Extremadura poseía el 4,7 por cien de la población nacional, mientras que en 1981, la región extremeña (Cáceres y Badajoz) tenía un 2,8 por cien. En 1998, Extremadura, con 1.069.419 habitantes, representaba el 2,6 por cien del total del Estado español.

Debemos añadir también que estos datos confirman una demografía regional con un altísimo índice de envejecimiento, que se sitúa entre los más altos de España. En 1986 había en Extremadura 170.365 personas mayores de 65 años. En fin, que entre los años 1960 y 1980 se produjo una auténtica diáspora extremeña. Porcentualmente, la región se situaba en 1975 en el primer lugar entre las regiones españolas en cuanto a pérdida de población a causa de la emigración (3). Según el censo de 1981, el 42,65 por cien de las personas nacidas en Extremadura vivían fuera de ella. En ese mismo año, se calculaba en torno a 750.000 la cantidad de extremeños residentes fuera de su región, de los cuales alrededor de 50.000 residían en el extranjero (4).

Ramón Tamames señala que independientemente de motivaciones personales, de ambiciones particulares o de necesidades individuales, los movimientos migratorios son un fenómeno de carácter esencialmente económico (5), aunque esta afirmación exige numerosos matices, pues no siempre emigran los más pobres ni necesariamente la migración se produce cuando la vida está más difícil. En España, las regiones de mayor crecimiento vegetativo hasta 1950 fueron Galicia, Andalucía, Extremadura y ambas Castillas, zonas de bajas rentas per cápita, lo que provocó la salida de fuertes contingentes poblacionales en las décadas de 1950 a 1970.

Este mismo punto de vista sostenía Miguel Siguán cuando afirmaba que "la pura verdad es que en conjunto se marcha (el campesino) por leyes económicas que un individuo aislado puede ignorar, pero que para la colectividad son insoslayables. El inmigrante se marcha porque el campo le echa" (6). El emigrante que llega a la ciudad normalmente no puede alojarse más que en el suburbio. Y es aquí donde Siguán centra su trabajo, en los suburbios de Madrid. Alerta que el futuro social de las urbes dependerá de cómo se adapte esta masa de inmigrantes. Es de gran importancia conseguir la integración del inmigrante, y ésta sólo era factible en aquellos años (1959) a través de dos vías, o la parroquia misionera o la empresa industrial.

En cuanto al trabajo donde se colocaban los inmigrantes cuando llegaban a las grandes ciudades, éstos se empleaban masivamente en la construcción. M. Siguán lo atribuía a tres motivos principales: primeramente porque " el trabajo de peonaje en la construcción es lo más parecido al trabajo del jornalero en el campo", en segundo lugar "porque es lo más visible", y, por último, "porque es lo más fácil de entrar en contacto: la contratación se hace a pie de obra". (7) Miguel Siguán hace una magnífica descripción del paso del campo a la ciudad y cómo afecta a los emigrantes, más traumático para la mujer, que debe organizar su nueva casa, generalmente deficitaria en comodidades, haciendo que la mujer recuerde su lugar de origen mucho más que el hombre. En otras de sus publicaciones sobre las migraciones (8), el mismo autor sostenía que lo que realmente empujaba a la gente a emigrar no era tanto la miseria del campo como la certeza de alcanzar en la ciudad un mejor nivel de vida y mayores posibilidades de educación y formación para sus hijos. En 1965 escribía que "la emigración es grave para el campo, no por el número de brazos que arranca de las tareas agrícolas, sino por la calidad de las cabezas y de los corazones que las harían fecundas y a las que desvía de su camino" (9)

El tema de la migraciones interiores en España interesó mucho en los años sesenta. Un estudio bibliográfico de 1967 nos aproximaba al fenómeno migratorio en nuestro país. (10) Entre las causas de estos grandes movimientos migratorios hay que apuntar el proceso de urbanización de la población española, que se ha realizado a costa de las áreas rurales y ha ido acompañado de un paso de la población campesina al sector secundario o terciario. El autor añadía que la causa más importantes de las migraciones internas españolas se encontraba en el diferente grado de desarrollo regional y en el bajo nivel de vida de una buena parte del pueblo español. Este desequilibrio regional se acentuaría más con la salida de esta población activa que " además, y esto es lo más grave, la emigración actúa siempre selectivamente, ya que en general son los mejores, los más emprendedores y decididos, los que están dispuestos a intentar en otras tierras la elevación de su nivel de vida" (11) En cuanto al proceso de la migración, este autor establecía la íntima relación entre las migraciones temporales laborales y las definitivas. También se apuntaban los problemas de integración de los inmigrantes en los lugares de acogida.
 

La realidad social extremeña

La realidad económica de la región ha presentado grandes dificultades. En Extremadura algo más del 80% de la superficie la constituyen fincas con extensión superior a las 100 ha, lo que demuestra en este caso la relación directa entre latifundismo y emigración (12), ya que las transformaciones económicas que ocurrieron durante el siglo XIX y principios del XX en España apenas dejaron huella en Extremadura, permitiendo la supervivencia de grandes latifundios improductivos (13).

A lo largo del siglo XX observamos claramente la progresiva pérdida de importancia relativa de Extremadura dentro del contexto estatal, tanto demográfica como económicamente (14). La emigración durante el siglo pasado se produjo, más que por la falta de equipamientos en los pueblos de la región, por las condiciones socioeconómicas, que fueron las responsables de una masiva emigración que afectó principalmente a los pequeños pueblos, y, en menor medida, a las ciudades (15).

Las causas de la emigración fueron la hostilidad del medio físico, el mantenimento de estructuras y técnicas tradicionales, la descapitalización del campo y la necesidad de promoción social de la juventud rural. La emigración, lejos de aliviar la situación regional, ha provocado cambios demográficos y sociales muy importantes que han puesto cada vez más difícil la solución de los problemas de Extremadura (16).

El afán de los emigrantes por retornar se confirma en algunos trabajos. El 30 por cien volvería a su tierra si dispusiera en ella de buenos equipamientos de vivienda, infraestructura viaria, comercios, industria, enseñanza y sanidad (17). En el quinquenio 1981-85, Extremadura pasó a ser una región de emigración a foco de atracción para inmigrantes (18).
 

El proceso de la emigración

Al igual que han hecho algunos antropólogos (19), a partir de una historia personal representativa pueden reconstruirse procesos sociales de carácter más general. La historia de este campesino extremeño que hemos podido reconstruir a partir de varias entrevistas personales realizadas durante los meses de enero, febrero y marzo de 2001 y que reproducimos íntegramente en el anexo, nos permite llegar a conclusiones más generales sobre las características de la emigración extremeña: las causas de la emigración, la información, en qué momento decide irse, las redes sociales de asistencia e integración en Barcelona, el trabajo, el tiempo libre, las relaciones, ...

J., nuestro hombre, nació en los años veinte en un pueblo de la provincia de Badajoz. Fue el segundo hijo de una familia muy numerosa, de once vástagos de los que sobrevivieron nueve, y apenas si fue a la escuela. A los pocos años ya trabajaba guardando ganado, que era el trabajo iniciático para la mayoría de los niños. Al poco estalló la guerra y cambiaron las cosas. Su padre huyó cuando entraron los fascistas en el pueblo, pero volvió pronto. Como el frente de Extremadura se alargó hasta el final de la guerra en la zona de Azuaga-Granja, trabajó con su padre vendiendo frutas y verduras a los soldados del frente, y llevando cargas de leña al horno de Azuaga.

Cuando entraron los nacionales en el pueblo, en septiembre del 36, fue testigo de la feroz represión que se desencadenó contra la población civil del municipio, incluido su padre, que fue encarcelado y a punto estuvo de ser fusilado. Mientras jugaba vio cómo volvían los pelotones de fusiladores del cementerio, o cómo la misa de campaña que se celebró cuando entraron los nacionales en el pueblo era aprovechada por los nuevos amos para seleccionar a quienes debían matar; y las cosas que le contaron y la gente que desaparecía.

Acabada la guerra, la familia se trasladó a vivir a una finca arrendada donde, a base de mucho trabajo y más privaciones, comen y ahorran un poquito para cambiarse a otra finca en otro municipio. Y todo el trabajo del mundo con la única ayuda de las bestias."La finca la teníamos como un jardín", dice en un momento de la entrevista. Y el maquis y la contrapartida y su padre que es acusado de colaborar con la guerrilla y se lo llevan a la prisión de El Dueso.

En los años sesenta es cuando comienza la emigración masiva de gente del pueblo que se va fuera para ganar dinero. Se fueron los más pobres. Al principio no se fue nadie que tuviera propiedades, " lo consideraban una bajeza", dice J. Cuando volvían de vacaciones al pueblo venían blancos, bien vestidos y con dinero en el bolsillo, y hacían de imán para los del pueblo que aún no se habían ido. Entrando en la década se fueron yendo otros, incluso pequeños propietarios, como nuestro protagonista, pero fue rechazado en el reconocimiento médico previo. Su hermano pequeño no volvió del Servicio Militar y se quedó trabajando en Barcelona, donde emigraron inmediatamente otro hermano y dos hermanas. Y poco a poco todos se fueron yendo de la finca y de pronto ese modo de vida ya no lo quería nadie, nadie quería vivir así. Y se quedó solo en la finca, "solo me quedé de nueve hermanos que éramos", dice. En 1973 decide venderlo todo y se viene también a Barcelona, donde está la familia.

Nada más llegar comienza a funcionar la red, su red: se aloja en casa de una hermana durante unos meses y enseguida empieza a trabajar en una faena que le proporciona un paisano. Al poco tiempo cambia de trabajo porque otro paisano lo recomienda en otra empresa que paga mejor. Lo que más le sorprende son los horarios, sólo se trabajan unas horas, no siempre, y el sábado y el domingo, fiesta. Se trabajaba mucho, sí, pero se cobraba y tenía tiempo libre.

Prosperó, ahorró y se compró un pisito cerca de la familia. No echa en falta el pueblo y se lamenta de no haberse venido antes. Se compró un coche y empezó a vivir como nunca había vivido. Y en verano iba y va a la playa. Ya hace años que se jubiló y ahora pasea y frecuenta un local social para jubilados donde hay de todo: para leer, para ver la televisión, para jugar, ... Pero no soporta a los emigrantes que después de treinta años o más siguen pensando que el pueblo fue su paraíso perdido, sin conocer nada de aquí, olvidando porqué se largaron. A veces va al pueblo a visitar a sus hermanas, pero enseguida se vuelve porque se aburre. "Ojalá hubiera hecho lo que mi hermano Antonio y me hubiera quedado cuando hice la mili en Camprodón".
 

Conclusión

La memoria de las sociedades es una herramienta clave para entender los cambios que continuamente se suceden a nuestro alrededor. Recuperar la memoria reciente a partir de las historias individuales de sus protagonistas es una tarea fascinante, a la vez que necesaria para comprender nuestra historia inmediata y mantener la cohesión social en torno a situaciones comunes. En el momento histórico que vivimos, caracterizado por la globalización de la economía, de los gustos, las modas, las noticias, el consumo y la cultura, no está de más recuperar las visiones personales de nuestros mayores que fueron actores y testigos de cambios tan profundos en nuestro país. Recuperar para la memoria colectiva oficios, tareas, útiles, medidas, relaciones y situaciones es un placer y una necesidad si queremos mantener el equilibrio necesario entre la globalidad y la aldea.


ANEXO
LA HISTORIA PERSONAL DE UN EMIGRANTE EXTREMEÑO

Algunas aclaraciones sobre la entrevista y el entrevistado.

El relato está estructurado cronológicamente a partir de la recopilación de las grabaciones que hemos ido haciendo durante los meses de enero, febrero y marzo del año 2001. J. fue informado del objetivo de la entrevista y mantuvimos varias charlas preparatorias. El día 30 de enero hice la primera grabación de poco más de una hora, después vinieron otras, hasta completar la narración.

El entrevistado tiene en la actualidad 76 años, nacido en un pueblo situado en el sur de la provincia de Badajoz y emigrado a Cornellá de Llobregat en el año 1973.

La infancia

Yo tengo 76 años, nací el 6 de enero de 1925 en un pueblo pequeño de la provincia de Badajoz, aunque ahora todavía es más pequeño. Mis padres ya tenían otro hijo, y después de mí vinieron muchos más. Al colegio no fui, sólo unos días, muy poquito tiempo y nada más que me acuerdo de cómo se llamaba el maestro, y empecé enseguida a trabajar, porque cuando yo tenía nueve años ya estaba guardando cabras con el tío Manuel El Garrote que le decían, allá en la huerta de Cabanillas, por el Zahurdón y yo iba al cordel con las cabras, al Encinalejos, con las cabras del tío Manuel. No sé el tiempo que estuve allí ni lo que ganaba tampoco me acuerdo. Era antes de la guerra. Y cuando la guerra pues yo ya estaba guardando ovejas con los G., en la finca que tenían en Charcolino donde estaba de mayoral Jacinto el del tío Juan El Bailaor. Él estaba con las ovejas que acababan de parir y yo estaba con las otras y, una vez en semana, tenía que venir el mayoral a la Serrana, que la tenían arrendada y tenían una piara de cabras, y un día en semana venía él al pueblo a vestirse y tenía que venir yo a relevarlo y quedarme solo con las cabras en el chozo. La cabras encerradas en un corral y yo en el chozo, que pasaba, por cierto, muchísimo miedo, mucho, muchísimo miedo, porque un niño con once años metido entre aquellos cerros, solo, en un chozo, las cabras pegaban unas trompadas de noche, se peleaban, ... pasaba un miedo, hasta que ya me harté un día y fui al pueblo y venía aquel hombre a llamarme por la mañana y le dije a mi padre que ya no iba más, y no fui más.

Éramos nueve hermanos y mi padre se dedicaba a ir por leña para venderla a los panaderos para calentar el horno. Tenía tres burros e iba a talar las encinas a escondidas, unas veces le daban permiso y otras no, talaba, cargaba los burros y vendía la leña. Iba a venderla a Berlanga y traía el pan para la casa y el dinero que le daban por la leña. Y otras veces, en el tiempo de la escarda, pues lo buscaban para ir a escardar, a sachar que decimos nosotros, y antes de irse se madrugaba, se levantaba a las cuatro de la madrugada e iba a por tres cargas de leña y para cuando era hora de irse al campo las había traído ya a la panadería, a cambio de pan, y luego se iba a ganar el jornal a sachar, como se llama en Valverde. Cuando estalló la guerra se fue a trabajar a unas minas de Peñarroya, a la mina que le llamaban de Albertolín, minas de carbón y estuvo allí bastante tiempo. El último año que se acabó la guerra cogió una finca cerca de Azuaga, que la atraviesa el río Bembézar, que la llaman la Verdiguña.

La guerra

Cuando estalló la guerra, mi padre tenía una suerte en el Palacio de seis fanegas de tierra y en la era de Valdemaría limpiaba y recogía el grano y entonces venía mi hermano José a traer tres burros al pueblo cargados de costales, los dejaba en casa y cuando venía saliendo ya del pueblo había estallado ya la guerra y estaban las revoluciones, si hoy hay huelga, si hoy no sale nadie y salían los jornaleros del pueblo detrás de mi hermano José, que era un crío, ya ves, un año más grande que yo, con los tres burros allí por la Juntanilla para que no se fuera al campo, y mi José se salió a palos con los burros a correr y los otros detrás y así llegó corriendo hasta Valdemaría, y cuando llegó fue cuando nos enteramos que estalló la guerra, el dieciocho de julio del treinta y seis, que estábamos cogiendo la senara allí en Valdemaría.

Yo aprendí a leer y escribir porque cuando estábamos allí en el cortijo mi padre llamaba a uno de Valverde que se llamaba Francisco el del tío Rufino Zamarra y sabía de pluma bastante, hombre, sabía por aquellos entonces bastante y lo llevó allí para trabajar de día, sachando, y de noche nos daba clase en el cortijo, allí con los candiles, pero yo casi no sabía poner mi nombre y cuando me fui a la mili, pues vino conmigo uno de Esparragosa del Caudillo, ahí por la Serena, y me dijo apúntate para cabo, y yo le dije que cómo voy a apuntarme si yo no sé leer ni escribir, y me dijo yo te enseño. Total que me apunté y me enseñaba, pero luego nos daba clase un teniente, por cierto un tío muy bueno, que era topógrafo, y sabía que yo tenía mucho interés y él preguntaba y a mí casi siempre me preguntaba de los últimos y yo antes iba cogiendo nota de lo que se decía y yo decía lo que ya habían dicho los otros. Teníamos un manual para cada dos, manual de estos del soldado, para cada dos uno, y entonces me dio uno para mí solo para que estudiara tranquilamente y todos los días hacía un parte, uno para la Compañía, uno para el Regimiento y otro para Capitanía General. Y estuvimos tres meses yendo al curso de cabo. Y allí sí aprendí yo a leer y escribir. Porque a la escuela yo no pude ir, porque tenía que ayudar a mi padre en el campo, y luego guardando cabras. El maestro se llamaba D. Francisco. Había otro maestro que se llamaba Don Eloy, muy socialista, que se casó con una de los G. y no lo querían porque esta gente era de derechas. Don Eloy se fue del pueblo cuando entraron los fascistas y acabada la guerra se fue para la Argentina, creo.

Mi casa del pueblo era de tres naves. Cuando se entraba a la derecha estaba la habitación de mis padres, y en las otras estábamos nosotros y también los burros, en la tercera nave. Sí que teníamos luz, una bombilla para toda la casa, ni agua corriente ni water, que no los tuve hasta que yo vine a Barcelona. Mi padre era un buen segador y a él no le faltaba nunca trabajo, era de los primeros que salía a segar y de los últimos que dejaba era él, porque era un buen peón. Y en el tiempo de la esquila lo mismo, él iba a destajo y luego se iba a Malcocinado, y a otros pueblos. Se tiraba mucho tiempo esquilando. Durante la guerra se dedicó también a vender. A veces compraba naranjas en Constantina, en la huerta de Cantalgallo, y cogíamos las naranjas y las vendíamos a los soldados allí por Granja y Fuenteovejuna, donde estaba el frente y venían a comprar a estos pueblos. En tiempos de los tomates y de la uva pues hacía lo mismo y yo iba a vender con él, en un burro, vendiendo por las calles.

Cuando estalló la guerra yo tenía 11 años. Cuando estaban los rojos en el pueblo, que todavía no habían venido los nacionales, pues hacían guardia por si venían los fascistas. Yo iba con mi padre cuando tenía guardia allí en la cruz yendo para el cementerio. Había un árbol a cada lado de la carretera y ataban una cadena de lado a lado por si venían los fascistas con coche que se atrancaran, que venían de Guadalcanal. Habían puesto guardias a caballo que patrullaban por los alrededores del pueblo y llevaban una trompeta, para avisar si venían los fascistas, y una escopeta. Los caballos eran requisados a los ricos del pueblo. Pero cuando vinieron los fascistas empezaron a tocar la trompeta y salieron corriendo y no pararon ni en el pueblo hasta llegar a Granja. El tío Pericote, que era porquero él, tenía una escopeta de misto, no era de cartucho, sino que tenía un misto arriba y decía esto es para un caso dado se pone la cabeza de un cerillo aquí y para un caso así también sirve. ¡Ya ves tú!.

Antes de entrar los nacionales no había represión, habían huelgas y eso sí, si se pedía esto, si se requisaba aquello para repartirlo, iban a por ovejas a donde los ricos y las mataban en el corral de la tía Matachona y repartían la carne para los pobres y por esas ovejas le costó la vida a la pobre. A los ricos, antes de entrar los nacionales, ni siquiera los querían entrar en la cárcel los de izquierda. Entonces venían los de Berlanga, el cojo Martínez, que era muy de izquierda y nos decía éstos son los que os tienen que matar a vosotros, los tenéis que encerrar en la cárcel, y entonces el alcalde que había, M. C., dispuso de encerrarlos no para matarlos sino para protegerlos de los de Berlanga y los tuvieron allí encerrado en la cárcel. Pero allí no mataron a nadie.
 

La represión

Cuando entraron las fuerzas nacionales, a finales del verano, mucha gente se fue. Mi padre se fue conmigo y mi José, corriendo, montados en un burro, y nos quedamos esa noche en la Albariza debajo de un olivo, era por el verano. A la mañana siguiente cuando nos levantamos de allí mi padre dijo que no se iba con dos hijos, que se volvía. Pepe el Mellizo que había salido corriendo con nosotros siguió en dirección a Granja, donde estaba el frente. Llegando a Azuaga lo cogieron los nacionales a ese hombre y allí mismo lo mataron. A los pocos días fueron algunos del pueblo, entre ellos mi padre, y lo enterraron allí mismo, en una linde.

Nosotros volvimos y no pasó nada. Se fue mucha gente. Había uno, el tío J. de la Odosia que tenía un hijo de dieciocho años que también se fue. Su padre, el tío J., se fue a hablar con el nuevo alcalde que habían puesto los fascistas, F. G. El alcalde republicano había huido. El alcalde le dijo que volviera que a su hijo no le pasaría nada, que total sólo tenía dieciocho años. El padre del muchacho se fue a Castuera, que era zona republicana y allí encontró al hijo y lo convenció para que volviera. Y se volvió él y un amigo suyo del pueblo que también había huido. Al poco de llegar los metieron en la cárcel y de noche los fusilaron. Aquel hombre nunca más levantó cabeza, triste, siempre triste, hasta que se murió para descansar.

A los pocos días de tomar el pueblo, los nacionales hicieron una misa de campaña en la plaza. Y allí mismo se llevaron a unos pocos y los fusilaron en el cementerio. El cura de la misa no dijo ni pío. La selección de los que iban a ser fusilados la hacían los de derechas del pueblo, los ricos. Hacían una lista y la dejaban en el ayuntamiento. Luego venía el cabo de la guardia civil de B. y los detenía. Después venían los falangistas y los fusilaban, de noche o de día, daba igual. Primero se hartaban de comer y beber en casa de A. G. o de P. M.. Allí tenían una cocina donde hartaban de comer a los del pueblo que se habían hecho falangistas. F. T., J. M., F. M.,... éstos eran. Años después, la P. fue una vez al comercio de J. M. y éste se le acercó para decirle lo guapa que iba y lo bonita que era la camisa que llevaba. P. le dijo:¡no la toques no la vayas a manchar de sangre!. A P. le habían matado el padre, a un hermano y al marido de una hermana.

A J. el P., que estaba tomando el sol con su banderita colgada en la camisa con un imperdible, la banderita que habían dado los nacionales a todo el mundo cuando entraron en el pueblo, ese hombre estaba tomando el sol y yo estaba jugando y vino la guardia civil y le quitó la banderita y se la puso a J., que estaba allí jugando. Se lo llevaron y lo fusilaron.

Alguno de los que iban a fusilar se escapó, entre ellos el cuñado de la P., que lo llevaban atado con cuerda y se desataron y cogieron el fusil a uno de los falangistas, pero no había hecho la mili y no sabía cómo funcionaba. Salió corriendo y allí mismo lo mataron de un tiro. Algunos que se escaparon consiguieron huir y pasar a la zona roja. Cuando acabó la guerra y volvieron al pueblo, el alcalde les iba preguntando cosas. A A. el del T. T., que se escapó cuando lo iban a fusilar en el cementerio, cuando volvió acabada la guerra, F. G., el alcalde, le dijo "¿ qué, A., se te ha quitado ya el miedo?". Ese hombre le contestó: "yo miedo no he tenido nunca, pero a los hombres para matarlos no se atan como si fueran marranos".

Mataron a cuarenta y tantos, cuarenta y tres, creo. Al último que mataron fue al alcalde, al Sr. C., que lo colgaron en la cárcel cuando volvió al pueblo después de acabarse la guerra. Estuvieron fusilando entre el treinta y seis y el cuarenta. A una de las últimas que se llevaron para fusilarla fue a la abuela de R. el E. y a una hija de M. el G. y a alguien más. Dicen que se lo llevaron allá para Usagre. Ese día estaba mi padre vendiendo tomates en Granja. Cuando vino, que se bajó para la plaza, vinieron y se lo llevaron para la cárcel y estuvo bastante tiempo, más de un mes. No lo fusilaron por J. O. y por D. E., que estaba de secretario del obispo de Badajoz. Mi madre se fue a Badajoz a pedirle clemencia, que hiciera algo para que no lo mataran. La llevamos en burro hasta Berlanga y allí cogió un autocar que iba hasta la capital. J. O.le debía un favor a mi padre y eso le salvó: cuando éste estaba detenido al inicio de la guerra quiso salir de la cárcel porque tenía la mujer inválida y no lo dejaron. Mi padre intercedió por él. Mi padre siempre había tenido buena relación con aquel hombre, porque era muy buen trabajador pues había trabajado muchas veces para él. Segó mucho para él, y yo también segué para él.
 

La posguerra

En el treinta y nueve mi padre junto con otro cogió una tala, cada uno con dos hijos. Mi José venía cada día con dos cargas de cisco a Azuaga y yo daba tres cargas de leña. Luego nos juntábamos en una calle de Azuaga y volvíamos juntos hasta la tala. Mi padre talaba y la leña era para él. El salario era la leña. De la leña gorda hacíamos carbón y de la menuda, cisco. La finca que estábamos talando estaba cerca de Azuaga, a unos seis, siete kilómetros, y se llamaba la Verdiguña. Mi padre talaba y hacíamos una carga de leña que yo llevaba hasta el horno del pan. Y para cuando yo volvía mi padre tenía preparada otra carga, y así tres veces cada día. Por la tarde quemaba una piconera para hacer la carga de cisco y venderla al otro día. La leña más menuda se ataba en gavillas y se echaba en la candela y se iba quemando poco a poco y cuando se hacían ascuas se le echaba agua y se removía y se iba apagando, se remojaba todo por encima y se dejaba que cociera, sin dejar de darle vueltas. Al final se extendía para que se apagara y enfriara. Después se metía en sacos para vender. El cisco lo llevaba mi José y yo llevaba las cargas de leña a la panificadora, cinco haces de leña por cada burro.

Estando yo en la panificadora descargando un burro oí que se había acabado la guerra. Mientras estábamos talando vivíamos en unas casa abandonadas de una antigua mina que había allí cerca. Teníamos unas gallinas que ponían huevos sin cascarón porque picoteaban en el plomo de la antigua mina. Allí estuvimos trabajando mi padre, mi José y yo desde diciembre hasta abril, días después de acarbarse la guerra. Poco antes de acabarse la guerra hubo un ofensiva muy grande del ejército republicano que llegaron hasta donde estábamos nosotros, y nos vinimos al pueblo. Cuando fracasó la ofensiva, volvimos hasta que acabamos el rancho de tala.

Después de acabada la guerra, mi padre arrendó una finca en la provincia de Córdoba tocando con Badajoz, entre los Blázquez y Cuenca, que se llamaba la Venta del Madero y había allí unas minas de plomo, las minas de Santa Bárbara. Allí estuvimos cuatro años. Mi padre la arrendó con otro conocido del pueblo, que tenía un hijo. La finca tenía ciento treinta fanegas y al cabo de dos años nos quedamos solos en la finca. Sembrábamos trigo y cebada, garbanzos y avena. Tuvimos buenas cosechas porque las tierras estaban descansadas de los años de guerra porque allí mismo había estado el frente hasta el final. Cogimos buenas senaras sin saber nosotros arar. Pero allí aprendimos. Cuando recogíamos la cosecha, mi José y yo íbamos con el carro cargado de trigo o cebada hasta Fuenteovejuna al silo. Dábamos cada día un viaje, salíamos por la mañana y veníamos para mediodía. Íbamos por carriles y Fuenteovejuna es muy empinada y a las bestias les costaba subir por aquellas cuestas. Nosotros teníamos quince y dieciséis años y descargábamos costales de trigo de setenta quilos, mi José y yo. Cuando acabábamos con el trigo, llevábamos la paja a la Granjuela, al lado de Azuaga. Dábamos dos o tres viajes cada día y un día que habíamos estado engrasando el carro no le pusimos bien la clavija que sujetaba la rueda al eje, y se salió la rueda y se volcó el carro cargado de paja. Tuve que descargar el carro, levantarlo y volverlo a cargar. Una historia.

Por aquellos años después de la guerra no teníamos pan; gracias que cogíamos buenas cosechas de garbanzos y comimos muchos. En el cuarenta y uno, cuando cogimos la primera senara, allá por mayo, pusimos a orear la cebada, la llevábamos a un molino y la cribábamos para quitarle las raspas, pero siempre quedaba alguna. Con la harina hacíamos gachas y así nos fuimos apañando. Aparte de trabajar en la finca, mi padre se dedicaba a arrancar tocones de encinas que habían cortado cuando la guerra. Con ellos hacía carbón que luego vendíamos. Mi madre se cuidaba del ganado menudo, que si pavos, que si los huevos de las gallinas que luego vendíamos, y así nos fuimos haciendo de un dinero que luego nos serviría para comprar una finca en el término municipal de Campillo de Llerena. También vendíamos lechones. Nosotros hacíamos poco gasto: aceite, tabaco para mi padre, el pan, que después ni eso porque cuando compramos la finca Los Alimoches, allí en Campillo, el cortijo tenía un horno y ya el pan lo hacíamos nosotros. Con nosotros no se metió nadie.
 

En una nueva finca

La nueva finca que compró mi padre con unos familiares tenía doscientas doce fanegas y media. Con el tiempo mi padre fue comprando a su familia su parte en la finca y al cabo de unos años ya era sólo nuestra. Era de unos herederos de una finca de mil doscientas fanegas, y uno de ellos nos la vendió. En la finca sembrábamos trigo, cebada, avena y teníamos un pequeño huerto al lado mismo del pozo. Y animales: cabras, ovejas, cerdos y los animales de labor. También ganado menudo, gallinas y pavos. La finca tenía muy buena arboleda, buenas encinas. El primer año que tuvimos la finca engordamos cincuenta cochinos y sobraron bellotas.

Nosotros estábamos siempre en el cortijo. Trabajábamos desde cuando venía el día hasta que se hacía de noche. Mi padre se levantaba, hacía candela y se ponía a rebanar las migas, ponía la sartén y venga y venga y enseguida las hacía. Mi padre se tiró toda la vida haciendo migas y nunca le salieron bien, nunca hizo unas migas buenas. Sólo se comían migas buenas cuando la matanza, que las hacía yo o un hermano mío. Enseguida empezábamos a trabajar en lo que hiciera falta, dependiendo de la temporada, o sembrar, segar, y cuando no había una faena concreta nos dedicábamos a mejorar la finca, recogiendo piedras y llevándolas a los arroyos, en fin, que siembre estábamos atareados. La finca la teníamos como un jardín.

El pan nos lo hacíamos nosotros. Amasábamos para quince días. Encendíamos el horno con jara y ramones de encina y cuando estaba a punto metíamos la masa ya preparada. El primer día comíamos pan tierno, pero los últimos días el pan estaba ya mohoso y teníamos que andar quitándole el moho para poderlo comer. Lo que nos faltaba para comer los comprábamos en el pueblo, que si garbanzos, aceite, aceitunas, vino... En verano cambíabamos un carro de leña por melones en Ribera del Fresno y comíamos melones hasta que se acababan. Nosotros íbamos al pueblo una vez cada quince días o cada mes, cuando había fiesta, pero no los domingos, los domingos no se celebraban, sólo cuando había fiesta. grande. Nos íbamos el día antes y al día siguiente por la tarde nos veníamos.

Mi padre no nos pagaba nada, ni un duro. Cuando íbamos al pueblo nos daba el dinero que necesitábamos. Íbamos en las bestias, en las mulas o en una yegua que teníamos. Si íbamos toda la familia, llevábamos el carro.

No nos bañábamos más que en verano, allá en la laguna, si había agua, si no en el pozo, a cubos de agua, pero cada día nos lavábamos en una palangana, así un poco la cara y los brazos. Y ya está. Nuestro horario lo marcaba el sol. De noche nos alumbrábamos con candiles de aceite.

Por esos años (cuarenta) yo vi pasar mucha necesidad, de gente que pasaba hambre. Por allí por el cortijo pasaba un hombre que le llamaban el Tío Tocino que tenía un montón de hijos e iban por allí a hacer picón de jara, allá por las Camorras. Nosotros hacíamos queso de oveja. Ese hombre se pasaba cada día por el cortijo cuando volvía al pueblo para que mi madre le diera un vaso de suero, lo que sobraba del queso. Ese hombre se murió, se murió de hambre. Nosotros no sabíamos que pasara tanta necesidad, si no le hubiéramos dado más cosas para comer.
 

El maquis

Por mi casa pasaba la contrapartida, los que se hacían pasar por maquis. Yo creo que el maquis no pasó nunca, sólo una vez pasaron por allí, por el cuarenta y cinco, y pasaron de largo todos menos uno, que se acercó al cortijo y se comió un montón de huevos fritos que le hizo mi madre, pero paró muy poco, iban andando en dirección a Llera. Pero no eran los rojos los que pasaban por allí. A mi padre lo acusaron de apoyar al maquis y se lo llevaron a la cárcel, y a mi José que llegó hasta Cabeza del Buey, que lo mandaron para atrás, al cortijo. Y los acusaron de dar cobijo a los guerrilleros del maquis, porque por allí pasaba la contrapartida, haciéndose pasar por el maquis y mi padre confraternizó con ellos un poco. Y esa fue su perdición. Y menos mal, porque nos decían, para ver si colaborábamos, que pusiéramos un trapo en una encina cada vez que viniera la guardia civil al cortijo y así ellos no se acercarían. Esa era la trampa. Si hubiéramos colocado el trapo la pena para mi padre hubiera sido mucho mayor. Recuerdo que se hartaban de comer, mi madre les mataba unas gallinas y se las comían cocinadas. Eso sí, pagaban siempre. Pero nosotros, claro, no sabíamos que era la guardia civil, lo supimos mucho después. Mi padre estuvo dos años y medio en el penal de El Dueso, con nueve hijos.

Mientras mi padre estuvo en el penal, nosotros nos cuidábamos de todo. Mi José y yo de la sementera y del campo en general, mis hermanas del cortijo y el ganado menudo y mis otros hermanos del resto del ganado, las ovejas, cabras y los cerdos. Mi padre nunca entendió mucho de ganado ni de labor, ni de arar ni sembrar. Ni el carro, sólo mi José y yo. Cuando estábamos en la mili mi José y yo, aquí por Camprodon, mataron al mejor mulo que había en la finca, una vez que dejaron el carro cargado en una cuesta abajo y no lo atrancaron. El carro se fue hacia abajo arrastrando al mulo y matándolo.

Mi padre empezó a padecer del estómago y una vez se puso malísimo y fuimos en una bestia hasta el Campillo a buscar el taxi que había. El taxi no pudo llegar por los caminos hasta el cortijo y tuvimos que sacar a mi padre como pudimos hasta la laguna. Allí metimos a mi padre en el coche y en Maguilla se estropeó el taxi. Cogimos otro y ya llegamos hasta Llerena. Todo un día para hacer poco más de veinte quilómetros. Allí lo operaron. Pero nosotros nunca estábamos enfermos, nunca fuimos al médico y éramos nueve hermanos. Si nos constipábamos calentábamos vino y con azúcar nos lo tomábamos bien caliente y ¡ale!, ya estábamos curados. Y en el asunto de leer y escribir, mi padre llevaba un hombre cuando nos hacía falta para las labores que sabía algo de números y letras, y por las noches nos enseñaba a poner nuestro nombre y cuatro números, ése fue nuestro aprendizaje.
 

Los años cincuenta

Allá por los años cincuenta se empezaron a casar mis hermanos y hermanas, y mi José se compró una huerta cerca del Campillo, con un cortijito y allí se fue a vivir con su mujer y allí nacieron sus hijos. Mis hermanas se fueron casando y se fueron a los pueblos de donde eran sus maridos, a Valverde, a Maguilla, en fin. Mi padre no nos pagaba en metálico, pero antes de casarse a cada uno le daba un trozo de tierra y algo de ganado y ésa era su paga. A mí no me pagaba ni me daba tierras, ni ganado, porque yo no me casé. Cuando empecé a cobrar algo yo ya tenía cerca de cuarenta años, bueno no a cobrar sino a tener parte de tierra para mí y algo de ganado, algunas ovejas y alguna cochina. Como yo no me había casado yo no tenía derecho más que a comer, a vestirme y ya está. Y yo siempre me consideré y me consideraron un buen agricultor, un tío que sabía de campo y de animales, yo cogía de las mejores cosechas y tenía animales de envidia, y a mi padre se lo decían que tu Juan qué listo y lo que sabe de campo, pero mi padre nunca, nunca me dijo nada, nunca me dijo que hacía las cosas bien. Yo incluso herraba a las bestias, las herraba yo y no hacía falta ir al herrero.

A finales de los cincuenta, principios de los sesenta, un hermano de mi madre que vivía en Melilla nos trajo una radio que la pusimos en mitad de la nave principal del cortijo y allí, cuando comíamos, escuchábamos el parte. Mi madre sabía leer muy bien, pero no sabía escribir. Leía novelas largas y gordas en voz alta. Y más adelante estábamos subscritos al Buen Amigo y lo llevaba cada semana un arriero que vendía cosas con un burro y unas hangarillas. Por el cortijo pasaban gente a comprar huevos y gente vendiendo cosas, ropa, comestibles... Llevaban las mercancías en unas hangarillas sobre una mula o una yegua.

Nosotros comíamos siempre lo mismo: cocido y gazpacho, siempre igual. Si acaso, para Navidad mi madre mataba un gallo y hacía arroz, pero nunca matábamos un cordero para comérnoslo, si se moría sí que nos lo comíamos. Si un cordero se ponía enfermo procurábamos matarlo antes que se muriera y mi madre siempre decía lo mismo:"¡mira que carne más blanquita, parece que ha sido matado!". Las escasas verduras que comíamos las cogíamos del huerto, pocas, y mi madre también compraba cuando iba al pueblo. Nos enterábamos de las cosas cuando íbamos al pueblo o cuando venían a trabajar a nuestra finca y nos contaban cosas.
 

La emigración

Ya en los sesenta la gente empezó a irse fuera a trabajar y ganar dinero. Se fueron los más pobres, los jornaleros jóvenes, pero al principio se fueron pocos que tuvieran algo de tierra, más adelante sí. Lo consideraban una bajeza. La gente se iba y después arrastraban a otras, cuando volvían al pueblo con dinero en el bolsillo y contaban lo bien que se vivía en la capital, cobrando su sueldo y haciendo sus horas, con sus domingos y sus vacaciones, y bien vestidos que venían, algunos con corbata y hablando fino. A mi me gustaba oírlos contar cosas, con sus buenas ropas. Volvían como señoritos. Nosotros habíamos tenido a un segador en la finca que después se fue a Alemania y era un tío listo que enseguida aprendió el alemán y cuando volvió al pueblo los dos o tres que trabajaban en el banco iban detrás de él y éste les decía "mira qué bien ahora que tengo cuatro cuartos os acordáis de mí, pero cuando me fui nadie se acordó que yo no tenía dinero ni para echar la merienda".

Se fueron muchos, primeros los más pobres, después se fueron otros, los más echados para delante, incluso gente con propiedades. Yo no me fui porque me echaron para atrás en el reconocimiento médico que hicieron en Badajoz porque me encontraron el corazón deformado, eso me dijeron, pero yo nunca he estado malo. Sería por el año sesenta y ocho.
 

Es el fin

De mis hermanos el primero en irse fue mi Antonio, el más pequeño, que ya no volvió de la mili y que se estableció en Barcelona. Él hizo de imán para mi Pedro, que se vino a también a Barcelona, y mi María, mi Amparo,... y luego yo. Mi José emigró por las mismas fechas a Sevilla, de portero en una finca y mi Amador que solicitó una parcela en el Plan Badajoz. Todos nos fuimos yendo. De pronto nos quedamos sin futuro, lo que habíamos tenido siempre ya no nos gustaba, ya no se podía vivir así, como habíamos vivido toda la vida y como habían vivido mis padres y mis abuelos. De pronto, en pocos años, nadie quería vivir así.

El último que emigré fui yo, que me quedé solo en la finca allá para finales de los sesenta y mis padres ya estaban en el pueblo. Me compré un tractor de segunda mano. Solo me quedé de nueve hermanos que éramos. En el setenta y tres mi padre decide que quiere vender la finca y a mí ya no me queda más remedio que emigrar. Me vine a Barcelona con mis hermanos, con lo puesto y algo de dinero que tenía de la venta del tractor y del ganado que tenía. El primer trabajo que tuve fue en una cuchillería, que me lo proporcionó un paisano, pero allí estuve poco tiempo porque enseguida encontré otro trabajo por medio de otro paisano extremeño que trabajaba en la cuchillería y que se fue. Éste me avisó y me fui con él.

Cuando yo entré en Barcelona en el tren, lo que me sorprendió fue cuanta gente había por todos los sitios que miraras y yo pensaba que cómo era posible que hubiera comida para tantos. Pero me gustó mucho el asunto de los horarios, eso de no trabajar los sábados por la tarde ni los domingos y sus ocho horas, eso era una grandeza, y cobrar. Para mí fue como nacer de nuevo. Yo del pueblo no echaba en falta nada, para mí aquello era la muerte, una vez que vi yo cómo funcionaba esto, aquí se trabajaba sí, pero se cobraba y tenía días de fiesta y me podía poner malo. Más adelante me puse a trabajar en una fundición en Sant Joan Despí, y nos ensuciábamos muchísimos, sí, pero había unas duchas potentes que quedabas como nuevo. Había que trabajar sí, pero yo había trabajado muchísimo en el campo sólo para comer y mal vivir Lo que eché de menos fue no haberme venido mucho antes. Antes siempre en el campo, siempre, siempre.

Cuando llegué a Barcelona me hospedé en casa de una hermana, y allí estuve varios meses, hasta que me compré el pisito donde vivo, alto y con buenas vistas, hasta el mar veo. El piso era de otra hermana que se cambió porque éste se le había quedado pequeño. Todos los hermanos y familia vivimos cerca y también hay por aquí muchos paisanos de mi pueblo, pero a mí con algunos no me gusta juntarme porque siempre están hablando del pueblo, sólo existe el pueblo para ellos, de Barcelona no conocen nada después de casi treinta o más años que llevan aquí. Nunca se han interesado por nada de aquí, y cuando tienen vacaciones se largan al pueblo. Y lo que más me molesta de ellos es que para mí han perdido la memoria cuando se ponen a hablar de lo bien que se vive allí y hasta lo bueno que es el calor de Extremadura. Bueno, sí, ¡a mí me la van dar!, cuando yo estaba segando a cuarenta grados en mitad de un trigal. Aquí si tengo calor me pongo a la sombra. ¡Coño!, es lo que yo les digo:¡ si se está tan bien porque no os volvéis! Pero no todos opinan lo mismo, otros sí que están bien y conocen esto y sus hijos han prosperado y tienen sus carreras. En fin, que cuando los oigo me pongo malo porque ya no se acuerdan lo mal que lo pasábamos y que nos vinimos para vivir mejor.

Me compré un coche y empezé a vivir como nunca había vivido, y en verano voy a la playa, y paseo y leo en el local social para jubilados que hay en mi calle. Que en esto sí que hemos avanzado, que cuando yo vine a Cornellá los jubilados andaban por las esquinas o los bares. Hoy tenemos nuestros locales donde tenemos de todo, para jugar, ver le televisión y toda la prensa y revistas. Hoy día yo me encuentro bien y algunas veces voy al pueblo a ver a mis hermanas, pero pronto me vuelvo porque me aburro.

Yo después tuve poca relación con el pueblo, al poco murió mi padre, pues mi madre ya había fallecido antes de venirme yo a Barcelona. Alguna vez he vuelto a casa de mis hermanas, pero por poco tiempo. A mí nunca se me pasó por la cabeza la idea de volverme. Cuando he vuelto al pueblo algunas vacaciones me lo paso bien unos días, pero enseguida me aburro y me vuelvo. Y me encuentro bien y me gusta la vida de la ciudad, aquí hay posibilidades, ¡ojalá hubiera hecho como mi Antonio y me hubiera quedado cuando hice le mili en Camprodón!
 

Notas

1. FRIGOLÉ REIXACH, Joan. Un hombre. Barcelona: Editorial Muchnik. 1997, p. 24

2. SIGUÁN SOLER, M. Del campo al suburbio. Madrid: C.S.I.C. 1959

3. GARCÍA ZARZA, Eugenio. Evolución, estructura y otros aspectos de la población cacereña . Revista de Estudios Extremeños. XXXIII. Badajoz, 1977, p. 150. cit. por VALADÉS SIERRA, J.M.: Extremadura, Tres. Mérida: Consejo de Comunidades Extremeñas (CCEX).1992, p. 101

4. VELADÉS SIERRA, J.M. Extremadura, Tres. Mérida: CCEX. 1992, p 101.

5. TAMAMES, Ramón. Los movimientos migratorios de la población española 1951-1960. Revista de Economía Política. 1962.

6. SIGUÁN SOLER, M. op. cit. 1959, p. 19

7. SIGUÁN SOLER, M. op. cit. 1959, p. 234

8. SIGUÁN SOLER, M. Psicología de la emigración. Problemas de los movimientos de población en España. Centro de Estudios de la S.C. del Valle de los Caídos. Madrid, 1965. Cit. Por VALADÉS, J.M.op. cit. p. 43.

9. op.cit.p. 43

10. CAPEL, H. Las migraciones interiores en España. Revista de Geografía.Universidad de Barcelona. Vol. I, nº 1. Barcelona, 1967. p. 77-101.

11. op. cit. p. 91

12. ALVARADO CORRALES, Eduardo J. GURRÍA GASCÓN, José Luis y RODRÍGUEZ CANCHO, Manuel. Extremadura: La necesidad de una reforma agraria. Cáceres, 1984.

13. MORA ALISEDA, Julián. Subdesarrollo histórico y dependencia actual de Extremadura. Estudios Geográficos. Móstoles, 1989.

14. BENITO RENGEL, Fco. Extremadura en el contexto regional español. Antropología cultural en Extremadura. Mérida: CCEX. 1989.

15. GÁMIZ LÓPEZ, Antonio. La emigración en la región Extremeña. I Seminario Bravo Murillo sobre desarrollo regional. Badajoz, 1973.

16. GARCÍA ZARZA, Eugenio. Evolución, estructura y otros aspectos de la población cacereña. Revista de Estudios Cacereños. XXXIII. Badajoz, 1977

17. CAYETANO ROSADO, Moisés. La emigración: Capital humano. Memoria del I Congreso de Emigrantes Extremeños. Badajoz, 1979.

18. PÉREZ DÍAZ, A. Extremadura entre la emigración y el retorno. Cáceres: CCEX. 1988.

19. LEWIS, Oscar. Los hijos de Sánchez: autobiografía de una familia mejicana. 18ª edición. México: Joaquín Mortiz. 1979.521 páginas y FRIGOLÉ, Joan. op. cit.
 

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