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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VII, núm. 146(029), 1 de agosto de 2003

EL USO COTIDIANO DE LOS ESPACIOS HABITACIONALES: DE LA VECINDAD A LA VIVIENDA DE INTERÉS SOCIAL EN LA CIUDAD DE MÉXICO

María Teresa Esquivel Hernández
Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco


El uso cotidiano de los espacios habitacionales: de la vecindad a la vivienda de interés social en la ciudad de México (Resumen)

El cambio habitacional que implica pasar de una vecindad a un departamento de interés social, es decir de una vivienda en renta, conformada por un cuarto de usos múltiples, sin servicios y deteriorado, a un pequeño departamento en propiedad, con diferenciación de espacios, con servicios integrados, construido con materiales sólidos, y que forma parte de un conjunto habitacional, es el tema de este trabajo.

Desde una perspectiva cualitativa, se aborda el significado que las familias le asignan a este cambio, la forma en que se transforma su vida cotidiana, las conductas que se mantienen y aquellas que se modifican como exigencia del nuevo estilo de vida que la vivienda les impone. Es decir, se analiza la manera en que las familias hacen confluir en un espacio doméstico que se modifica, su vida cotidiana, lo cual da luz sobre el impacto del diseño arquitectónico de la vivienda en el comportamiento familiar.

Palabras clave: espacio doméstico, vecindad, vivienda de interés social.

The every day use of the housing spaces: from vecindad to social housing in Mexico City (Abstract)

The transition from a "vecindad" to a social apartment; however from a rent house, with one multiple used room, without services, in precary conditions, to an owner smaller apartment building, with designed interior spaces and integrated services, built with permanent materials is the main point of this paper.

This issue is focused from a cualitative analytical perspective and underlines the emerging meanings that families give to this changing process, the way in that every day life is impacted the resulted behavior or ones which are modified because of the new styles of living which are imposed  by the houses by themselves. In few words, this paper analizes the impacts and the modifications of architectonic design in the every day life of families and its familiar behaviors and interaction.

Key words: domestic space, vecindad, social low income housing.

La vivienda pública en México ha sufrido importantes transformaciones a lo largo de las décadas, en un principio se cristalizaron sus acciones a través de grandes conjuntos habitacionales integrados por viviendas amplias y una diversidad de espacios de uso privado y colectivo y que se ofrecían a sus habitantes en renta. Esta acción habitacional llegaba básicamente a los grupos de población asalariada del sector privado, las fuerzas armadas o de la burocracia estatal, lo que ocasionó que buena parte de la demanda de vivienda planteada por los grupos populares quedara fuera de las opciones que el Estado mexicano ofrecía.

Los organismos habitacionales empezaron a sufrir los embates de la no-recuperación de las inversiones que realizaban, volviendo necesaria su transformación no sólo en la forma de operar, sino fundamentalmente en el tipo de producto (vivienda) que ofrecían y en los mecanismos para acceder a ellos, éste es el contexto en el que la vivienda de interés social reduce significativamente sus dimensiones e incluso la calidad de los materiales empleados en su producción y lo más importante: se empieza a ofrecer en propiedad. Paralelamente, en los años ochenta se crean fideicomisos y fondos de vivienda cuyo objetivo era atender la demanda de la población no asalariada, de la que no podía comprobar ingresos y que por lo mismo quedaba fuera de las opciones hasta entonces establecidas y en general de los grupos más pobres de la población.

Tradicionalmente en México, los grupos populares que son los mayoritarios, han tenido limitadas alternativas para dar solución a sus necesidades de alojamiento y éstas generalmente se han caracterizado por la precariedad de sus construcciones, la falta de espacios para las diferentes actividades domésticas y en general las malas condiciones de habitabilidad que ofrecen. Desde el siglo XIX los grupos de población más pobres han recurrido a las llamadas vecindades. Esta opción habitacional localizada fundamentalmente en las áreas centrales y deterioradas de la ciudad, originalmente fue el resultado de la transformación de las grandes casonas de las familias burguesas, quienes ante el deterioro de la zona, abandonaban sus predios para migrar a las colonias residenciales de los suburbios. Estas casonas se subdividían en pequeños cuartos que constituían una vivienda y en donde se adaptaba una pequeña cocina, mientras el agua, los baños y los lavaderos se concentraban para su uso colectivo.

Otra modalidad de vecindades es aquella construida ex profeso para dar alojamiento a los grupos de población pobre. En este caso, la vecindad se conforma por una hilera de cuartos de reducidas dimensiones conectados a un patio central en donde se localiza la toma de agua, los baños y lavaderos comunes. Finalmente, podríamos identificar otro tipo de vecindades: aquellas en las que las familias, a través de la autoconstrucción con materiales precarios, van edificando viviendas de un cuarto, muchas veces distribuidas sin orden aparente, pero que conservan el concepto espacial del patio común a partir del cual se accede a las viviendas.

Es importante resaltar que en la historia habitacional de México ha habido una diversidad de tipologías de vecindades y en ellas podemos identificar elementos comunes que las caracterizan. Entre ellos destaca el que la vivienda, como tal, se conforma por uno (y a veces dos) cuartos en donde se lleva a cabo las diferentes actividades domésticas de las familias (comer, descansar, vestirse, asearse, preparar alimentos, etcétera). Otra característica es la ausencia de servicios o el uso compartido de éstos; y finalmente, una particularidad fundamental es la presencia de un patio común, en el que se localizan los lavaderos y en algunos casos las tomas de agua y los sanitarios. Estas características le imprimen cierta peculiaridad a la forma de vida que se da en la vecindad y a las relaciones que sus habitantes establecen entre sí.

Según algunas estimaciones (Boils, 1997), en la Ciudad de México a finales de los años noventa había alrededor de 60 mil vecindades, a pesar de que desde la década de los cuarenta, las vecindades dejaron de construirse ante la promulgación de la denominada Ley de Congelamiento de Rentas que inhibió en general, la producción de vivienda en alquiler. Esta ley impactó en forma importante a las vecindades, ya que los dueños de estos inmuebles dejaron de invertir en su mantenimiento, ocasionando con ello su deterioro progresivo. Así, a las condiciones precarias y de habitabilidad de las vecindades se unió su decadencia progresiva y con ello la inseguridad de sus construcciones.

Cada día existen menos vecindades en la Ciudad de México, como consecuencia del derrumbe de que han sido objeto ante los embates del deterioro y de fuerzas naturales como lluvias o sismos, o por su sustitución por vivienda de interés social dentro de programas específicos que el gobierno mexicano ha implementado, sin embargo, continúan siendo un referente del modo de vida urbano de estos grupos de población.

En este trabajo se rescata la experiencia de un grupo de familias al pasar de una vecindad a un departamento de interés social. Particularmente se destaca el impacto en la vida cotidiana que trae consigo el cambio habitacional y la diferente disposición de espacios domésticos. Es decir, buscamos acercarnos a la forma en que las personas hacen confluir en esos espacios su vida diaria, lo cual puede dar luz sobre la influencia que el diseño arquitectónico de las viviendas tiene en el comportamiento familiar.

Es importante señalar que el grupo de familias analizadas se encontraban en el momento del estudio ya habitando la vivienda de interés social.[1] Todas ellas provienen de la misma vecindad, la cual se derrumbó por una fuerte granizada. Viéndose damnificadas, estas personas se organizaron y acudieron a solicitar, ante el gobierno local, apoyo para participar en este programa de vivienda.

Utilizamos el acercamiento cualitativo a través de la elaboración de relatos de vida de cinco familias y con el apoyo de la técnica de fotopalabra, buscamos reconstruir la experiencia habitacional anterior (es decir, la vida en vecindad) para contrastarla con la vivencia cotidiana de habitar y usar los espacios domésticos de la nueva vivienda. Para ello, recurrimos a la perspectiva de género, rescatando la manera en que la mujer del hogar ya sea la jefa o la esposa del jefe vive, se apropia y usa su vivienda, la cual está relacionada con su particular visión del mundo. También utilizamos la perspectiva de vida cotidiana, la cual supone rescatar el punto de vista del individuo, así como la forma en que éste percibe y da sentido a su práctica habitacional.

Los espacios domésticos

La vivienda como espacio doméstico ha sufrido infinidad de modificaciones a lo largo del tiempo. Con la llegada del siglo XX, se inicia un paulatino proceso de diferenciación entre lo público y lo privado y con ello un importante y generalizado cambio en la organización de la vida cotidiana de la población. Un elemento que se relaciona con esta diferenciación de ámbitos fue la salida del trabajo de la esfera doméstica. No sólo se trató de una diferenciación de lugares, sino de un cambio en las normas de uso y comportamiento de estos ámbitos. Así, la vivienda se va a constituir en el espacio privado, en el espacio de la familia y lo que ocurre en el universo doméstico va a pertenecer estrictamente a la vida íntima: a la vida privada.[2]

Con la posguerra se establece lo que se denomina la modernización del hábitat doméstico que consistió en el planteamiento de criterios de diseño que enmarcan una forma de vida en la que los valores centrales son la salud, el confort y la estética, y que se traducen en un diseño habitacional que contempla tres componentes centrales: los servicios que permiten el desarrollo de la vida doméstica al interior de la vivienda, al contar ésta no sólo con electricidad, agua y combustible, sino también con equipamiento de baño y cocina; la diferenciación de espacios para las diferentes actividades cotidianas; y finalmente como consecuencia de la diferenciación de espacios, la separación entre áreas consideradas públicas (estancia, cocina, comedor) y privadas (alcobas y baño), además de la diferenciación de alcobas en función de los roles familiares (padres e hijos) y del sexo entre hijos (Ballent, 1998: 91 y 92).

Esta concepción habitacional que convierte a la vivienda moderna en el eje ordenador de la vida doméstica, va a requerir de una reorganización familiar, además de facilitar la segregación, el aislamiento y la racionalización del trabajo doméstico. Principalmente, esta nueva concepción de vivienda establece y justifica la asignación de las tareas doméstico-familiares a la mujer, convirtiéndola en la persona responsable no sólo del cuidado de la familia, sino también de los "nuevos" espacios configurados para tal fin.

En ese sentido, la fragmentación del espacio interior de la vivienda, la idea de privacidad que conlleva, así como la separación de funciones de los ámbitos diurno y nocturno constituyen el marco en que se organiza la vida cotidiana. Y esto es importante porque a partir de la concepción moderna del hábitat, se han elaborado los distintos diseños de vivienda, particularmente para el caso que aquí nos interesa: la vivienda de interés social.

La vivienda de interés social en México, además, se construye utilizando como base prototipos en los que imperan criterios de función y economía sobre la forma estética. Estos prototipos, particularmente los destinados a sectores populares, buscan satisfacer las necesidades mínimas y garantizar la calidad de vida de los futuros usuarios, intentando superar los problemas de hacinamiento y precariedad que ha caracterizado la vivienda de los sectores de menores ingresos.

En este trabajo, como ya se señaló, analizamos el impacto que trae consigo el cambio habitacional en la vida cotidiana de un grupo de familias, para ello tomamos como punto de partida, que en el proceso de cambio habitacional, las personas tuvieron que adaptarse a condiciones de vida muy diferentes. Principalmente, haber dejado una vivienda deteriorada, sin diferenciación de espacios y sin servicios, para habitar un pequeño departamento en edificio, recién construido, con materiales sólidos, espacios especializados y con servicios integrados (de acuerdo a la concepción moderna del hábitat), y que forma parte de un conjunto habitacional. Otro elemento de cambio muy importante es el paso de ser inquilinos a constituirse en propietarios de su vivienda, e incluso a condómino de una unidad habitacional, lo que implica no sólo nuevas responsabilidades, sino también la adopción de conductas y comportamientos diferentes que el estatus de propietario les exige. Estos elementos vienen a impregnar de un significado distinto al cambio habitacional y con ello, a la forma de usar los espacios domésticos y dar significado a la vivienda.

Para ello, partimos de analizar las características de la vivienda en vecindad, la manera en que se utilizaban los espacios domésticos para, con esta base, dimensionar el cambio a una vivienda de interés social y conocer cómo el diseño del espacio enmarca la vida cotidiana, así como la manera en que se utilizan y significan estos espacios.

La vecindad Nopaltzin

La antigua vecindad Nopaltzin se localizaba en la colonia Tlaxpana, Distrito Federal. Contaba con 15 pequeñas viviendas de entre 12 y 18 m². Sólo 2 de ellas eran de ladrillo, con entrada independiente ya que originalmente eran accesorias para uso comercial y además las familias que las habitaban, habían instalado todos los servicios a su interior. Estas dos viviendas tenían además un tapanco que permitía agregar unos metros más al pequeño espacio doméstico:

"Yo vivía en una de las dos accesorias de la vecindad, tenían una recámara lo que se llama grande, de dos y medio por cinco, luego seguía la cocina, luego el patio de azotehuela, teníamos lavadero adentro y un cuartito de baño ¿si?, además tenía entrada por la calle. Todos los demás tenían baños comunales...Estas casas eran altísimas como de seis metros, entonces hicimos tapanco. Arriba había unas literas, el ropero y una cama y abajo había otras literas, luego estaba la sala y luego tenía yo una mesa con "chifoniers". En la cocina tenía yo el refrigerador, la estufa y un gabinete donde se alzaban los trastes" (Sra. Beatriz).

Las otras viviendas eran diminutos cuartos de madera, adobe o tepetate y casi todas tenían el techo de lámina. Se trataba de habitaciones que además de carecer de los espacios domésticos necesarios y de los servicios elementales, estaban en condiciones ruinosas tanto estructuralmente como por el deterioro y la calidad de sus materiales:

"tenía sólo un cuarto en donde ponía yo una cama, bueno eran literas y una mesa y un ropero. La cocinita era de madera, tenía yo mi estufa, cuando estaban chiquitos mis hijos era de petróleo. Una mesita de madera y ya. Cuando hubo [más recursos], más o menos me acomodé y todo, pues saqué una estufa de gas..." (Sra. Graciela).

Para llevar a cabo la vida doméstica en una vivienda de vecindad, (particularmente cuando se trata de un solo cuarto) las personas recurren a varias estrategias. Por un lado, delimitan su interior creando "rinconcitos" especializados y estableciendo subámbitos con diferentes funciones. Esta forma de optimizar y diferenciar los territorios cotidianos, genera problemas. Así, por ejemplo, cuando se cocina, el olor impregna toda la vivienda, o bien, como todo está amontonado, es imposible tener ordenada y limpia la casa. Estas condiciones se traducen en falta de privacidad y constantes conflictos entre los miembros de la familia, además de la sensación prevaleciente de desorden y el no interés por arreglar la vivienda:

"Sí, el cuartito era para todo, aunque había tapanco, pero no deja de ser el mismo cuartito. Había un espacio para un silloncito y todo, pero no dejaba de ser un cuartito. No puedes decir, pues esa es la sala, porque la sala estaba en un pedazo del cuartito, y aquí [en la nueva vivienda] no, aquí cuando entran les voy diciendo, aquí está mi sala, aquí está mi recámara..." (Sra. Patricia).

Por otro lado, ante las reducidas dimensiones de las viviendas y la carencia de servicios a su interior, las familias utilizan el patio de vecindad como un espacio de expansión de lo doméstico. Así, peinarse, asearse, lavar ropa, tenderla, ir al baño, darse una ducha, etcétera, son actividades que se llevan a cabo en el patio, ante la mirada indiferente de los vecinos. Por ello, es común encontrar durante el día las puertas de las viviendas abiertas de par en par y sólo una ligera cortina marca la barrera entre el espacio más íntimo y privado de la vivienda y el ámbito colectivo que es el patio.

La particular disposición de los servicios y las viviendas de la vecindad facilita el contacto entre vecinos y se vuelve un medio de conflicto en la lucha constante por apropiarse no sólo de los baños y lavaderos, sino de superficie para tender la ropa y poner macetas, y por el rechazo al compromiso de responsabilizarse de su cuidado y limpieza.

"[Los baños], eran comunes y ni puerta tenían. Teníamos que poner una cortinita, cada que uno iba al baño...teníamos que echarle agua con una cubeta, porque los dejaban bien asquerosos. Cuando llovía se nos metía el agua, yo ponía una tabla para que no se metiera y también para que no se saliera el perrito. La vecindad, la verdad ya estaba muy vieja" (Sra. Graciela).

"Antes había muchos problemas por los niños que jugaban en el patio, por la ropa que tendían, tenía que pasar una persona y estaba escurriendo esa ropa y había dificultad ahí. Era de agarrarse a cubetazos y a lo que se pudiera ¿no? Como en todas las vecindades que siempre hay problemas de este tipo. Aquí nadie se salvó de decir "no me meto contigo porque tú no te metes conmigo", aquí era pleito parejo. Hasta porque azotaban el zaguán o porque no cerraban la puerta o porque cerraban la puerta y querían que fuera yo a abrir la de la entrada, que estuviera de portera..." (Sra. Beatriz).

No obstante, también en el patio se tejen entre los vecinos fuertes redes de solidaridad, de apoyo, de amistad y compadrazgo.

"Tenemos muchos años de conocernos, mi comadre Laura es madrina de mi hija de 15 años, de velación. Mi comadre Beatriz es de mi niño Dios" (Sra. Graciela).

Las fiestas es una manifestación de esas redes de amistad que se establecen entre los habitantes de la vecindad. Cualquier situación era motivo de fiesta y en ella participaban casi todas las familias, no importando sus creencias, ni su condición económica. Esta tradición, es una costumbre que continúa hasta nuestros días aún en la vivienda de interés social.

"Siempre nos hemos organizado para las fiestas, hacemos una junta antes... La fiesta que nunca falta es la de la Virgencita y esa desde la vecindad, cada año la hacemos: a quién le toca sacar el ponche, a quién le toca sacar el café..."pues que yo unos sanwichs, que yo unas tostadas" y todos participamos. La que no pudo dar esto, pues le compra a la virgen una caja de esferas, unos metros de escarcha, aparte de una cantidad para las flores de la Virgen. Pero nadie se queda sin darlo. A las 11 de la noche cantamos las mañanitas y sacamos todo para convivir ahí un rato. Una pone el bracero, ahí tiene su ponche, la otra pone acá y así estamos. Vienen como a la una de la mañana, cada año a dar las mañanitas personas de pueblo que andan con sus instrumentos. ¡Para mí siempre ha sido un orgullo vivir aquí!." (Sra. Beatriz).

Así, esta integración vecinal es resultado tanto del fuerte contacto que las familias establecen en su vida cotidiana, como de la identidad que han forjado por el enorme aprecio hacia la vecindad, resultado de más de 30 años de haberla habitado y con él por el arraigo de la población hacia la colonia en donde ésta se ubica. El apego que las familias experimentan hacia la vecindad también se relaciona con la persistencia de valores comunitarios como las redes de solidaridad que se manifiestan en préstamos, cuidado de los hijos, protección mutua, etcétera. Estos elementos constituyeron un sustento importante para el largo y difícil proceso que implicó la gestión de la nueva vivienda.

El conjunto habitacional Nopaltzin

Sobre el terreno de la vieja vecindad y después de 5 años de lucha por obtener un crédito, se construyó el conjunto habitacional Nopaltzin.Se trata de un conjunto pequeño, ya que consta de un edificio con dos alas y un espacio que hace las veces de estacionamiento, pero que conserva las funciones que llevaba a cabo el patio de vecindad, es decir, de ámbito fundamental en interacción entre los vecinos. Esto se ha facilitado ya que se conserva como espacio abierto, sin jardines, lo que si bien no contribuye a una imagen agradable, sí permite un área para el juego de niños y jóvenes.

Tiene un total de 14 viviendas. Cada una con una superficie de 54 m² y está conformada por 2 recámaras, una estancia (sala-comedor), cocina, baño y azotehuela. Por tratarse de viviendas construidas bajo fuertes restricciones económicas, se buscó optimizar el espacio obviando circulaciones y compactando a lo máximo su superficie. Se genera así una vivienda con muy poca privacidad entre las recámaras y el resto del departamento.[3]

No se puede desconocer que la nueva vivienda ha traído a los beneficiarios condiciones habitacionales mejores que las que tenían en la vecindad, menor hacinamiento y la posibilidad de contar con espacios especializados para las diferentes funciones que la familia y sus miembros desarrollan cotidianamente (sala-comedor, cocina, baño, patio de servicio, recámaras). Por lo mismo, las mujeres del conjunto Nopaltzin manifiestan una gran satisfacción en relación con su nueva vivienda cuando la comparan con la anterior: "ésta es más amplia y está iluminada y la otra era obscura y húmeda" (Sra. Laura); y aunque reconocen que los departamentos tienen recámaras muy chicas que impiden mover y cambiar de lugar los muebles,[4] consideran el espacio de la sala-comedor como muy amplio. Todo esto les permite realizar las labores domésticas de una manera más amable:

"Para mí es más fácil aquí [hacer la limpieza] porque antes, todo lo hacía afuera. Nada más queríamos tantita agua, teníamos que salir, teníamos que lavar los trates en los lavaderos. Y ahorita, pues ya lavamos aquí o lavo en lo que estoy haciendo mi comida. Para limpiar y pelar las verduras, pues me voy y me siento aquí [en la sala] para ver la tele o algo. En la azotehuela tengo mi lavadero y ahí lavo mi ropa o lavo también inclusive los trastes grandes o los chicos, lo que se me antoja lavar" (Sra. Graciela)

Entre las señoras hay consenso en que la nueva vivienda por el diseño de sus espacios y por la privatización de los servicios contribuye a disminuir e incluso a terminar con los pleitos que antes se daban en la vecindad, generando entonces "mejores" relaciones aunque quizá menos intensas que las que se daban:

"Sí, son los mismos [vecinos] que estaban en la vivienda de antes, nomás que como ahora ya cada quien tiene sus cosas adentro [lavadero y baño], pus ya se olvidaron de los pleitos, de los cubetazos y de los garrotazos. Las relaciones han mejorado, pues porque se entera usted de lo que le pasa al vecino, si él viene y se lo platica. Antes oía usted que se estaban agarrando a cubetazos, tenía que salir a separar a la gente...No ahora, si la vecina tiene problemas pues, si quiere se lo platica y si no, lo arregla como ella pueda" (Sra. Beatriz).

Para muchas mujeres, los pasillos, las escaleras y el patio del conjunto habitacional son los únicos ámbitos de socialización fuera de la vivienda. Al igual que en la vecindad, estos espacios por implicar el uso común y la convivencia forzada, tienen un efecto ambivalente en la vida cotidiana de los conjuntos habitacionales. Además, la falta de organización para la limpieza y mantenimiento no sólo del patio sino del conjunto es una manifestación de que los vecinos aún no han tomado conciencia de su nueva situación de co-propietarios de estos espacios comunes.

Los espacios interiores de la vivienda

Las familias beneficiarias de una vivienda de este tipo tienen que amoldar su vida cotidiana a los espacios diseñados por una normatividad establecida en función de la búsqueda de hacer rendir el presupuesto a través de materiales baratos y en serie.

La cocina constituye un espacio con un fuerte significado. La historia de su diseño ha reflejado las grandes contradicciones de género que se manifiestan, desde su concepción como espacio "natural" femenino y por ende conformador de identidad y en ocasiones incluso como instrumento de dominación hacia la mujer; hasta la posibilidad de constituirse en un espacio doméstico de liberación cuando se abre a su utilización por parte de ambos sexos. En toda vivienda, la cocina es un ámbito fundamental, quizá el que le da sentido más claro a su función como espacio de reproducción de la unidad familiar. No obstante su importancia, en los prototipos de interés social se ha sacrificado significativamente dejándole apenas 2 metros cuadrados de superficie, lo que impone una manera diferente de "hacer la comida": sólo es posible que en ella permanezca una persona, que generalmente es la mujer. La feminización de este espacio se hace patente en algunas familias, en las cuales es común encontrar que los hombres "no entran a la cocina porque es cosa de mujeres", sólo la mujer y las hijas la usan. Sin embargo, es notorio que esto no sucede, en aquellos hogares encabezados por una mujer, en los cuales la cocina es usada sin distinción de sexo.

Junto a la cocina está el patio de servicio o azotehuela, el cual en términos generales tiene también una superficie muy limitada lo que provoca, en ocasiones, que las ventanas, corredores, balcones y pasillos del conjunto habitacional se conviertan en espacios para tender ropa. La privatización de los servicios es un elemento central en la comodidad que experimentan las mujeres para llevar a cabo sus responsabilidades domésticas. El patio de servicio es además el lugar en donde se "esconde" y almacena toda suerte de cachivaches "por si algún día se usan". Este espacio para las mujeres se concibe como una conquista, ya que en la vecindad no contaban con él, además de que les ha facilidado la realización de las labores domésticas.

A pesar de que se considera la cocina como el espacio de relación y vida familiar más importante, la sala-comedor se ha convertido en el lugar preferente de reunión familiar ya que es el espacio de mayor tamaño de la vivienda. Además, este espacio constituye el verdadero ámbito público de la vivienda, en él la familia se proyecta a los otros, muestra su forma de vida y sus valores, no únicamente por medio de conductas rutinizadas sino por los objetos que se lucen en este espacio. De esta forma, la presencia de aparatos eléctricos, además de la televisión, el estéreo, la videograbadora e incluso la computadora indican cómo la nueva casa genera a su vez nuevos patrones de consumo.

El tiempo de reunión familiar es la cena y los fines de semana. De ahí que los escasos momentos en que se juntan todos los miembros de la familia, requieran de un espacio mayor como la sala-comedor, en el cual es posible tomar los alimentos y ver la televisión, actividades que siempre son realizadas a un mismo tiempo. El mueble fundamental para la convivencia es la mesa del comedor. En ella se llevan a cabo una multitud de actividades, además del ritual de la preparación y consumo de los alimentos, se da la charla de sobremesa, al tiempo que se ve la televisión o se escucha la radio, ahí también se estudia, se trabaja y se reciben visitas:

"Por la mañana, yo abro mis ventanas, pongo mi estéreo y me siento contenta, ahorita, por ejemplo, ya prendí mi tele, empiezo a pelar esto,...muelo mi jitomate, hago mi comida, pero siempre me siento en mi mesa y aquí trabajo viendo mi tele o escuchando mi estéreo" (Sra. Graciela).

Quizá por estas razones, la mesa generalmente es de gran tamaño, no proporcional al reducido espacio de la sala-comedor; y por ello, es frecuente que permanezca pegada al mueble trinchador impidiendo abrir sus cajones y puertas. En otros casos, el trinchador se junta a la ventana reduciendo significativamente la iluminación y ventilación. Sin embargo, el tamaño de la mesa del comedor tiene un sentido práctico: servir de sitio de reunión en los fines de semana y cuando hay visitas; es entonces cuando la mesa se separa del trinchador y ocupa la parte central de la sala comedor, desde ahí comen, ven la televisión y platican, todo al mismo tiempo y compartiendo alrededor de la mesa.

La convivencia cotidiana que se da en la sala-comedor en particular y en la vivienda en general, implica también un uso diferencial desde la perspectiva de género:

"Los sábados y los domingos está mi esposo, está mi hijo y normalmente ellos están aquí [en la sala-comedor] y nosotras en la recámara, la de la niña, en donde hay un televisor pequeño. Lo que pasa es que a cada quien le gustan programas diferentes, a mi esposo y a mi hijo pues lógicamente el fútbol, películas de acción y todo eso; a mis hijas novelas, películas mexicanas o extranjeras, lo que sea, pero de su gusto de cada quien. Es muy raro cuando nos juntamos todos a ver algo" (Sra. Beatriz).

Es común encontrar en la sala-comedor amontonamiento de objetos, lo cual tiene que ver con la falta de espacio y con la necesidad de utilizar éste al máximo. Por todas las razones anteriores, la sala-comedor constituye un espacio especialmente valorado por las familias, ya que es el ámbito público por excelencia, en el que la familia manifiesta el estatus adquirido con la nueva vivienda.

Las recámaras son el espacio más íntimo de la vivienda, a ellas sólo tienen acceso los integrantes de la familia. Las recámaras permiten la privacidad que no se tenía en la vivienda anterior, así, es común encontrar que el marido, que normalmente está poco en la vivienda, se refugie en la recámara los fines de semana. Para los adolescentes, la recámara constituye un espacio de intimidad que les permite disfrutar de su música sin ser molestados:

"Hay más individualidad para cada uno de nosotros, esa es otra de las cosas, más individualidad y más privacidad a la vez...A mi hijo grande le gusta la música fuerte, ahorita y a lo mejor yo estoy viendo la televisión y lo único que hacemos es cerrar la puerta y le bajo un poquito y le cerramos la puerta y ya oye su música" (Sra. Laura).

Las recámaras además de ser el lugar privilegiado de descanso y de relajación porque ahí se ve televisión o se duerme la siesta, a veces se convierten en espacio de trabajo y estudio y constituyen el ámbito privado y de libertad, y principalmente de apropiación individual. Sin embargo, el reducido tamaño de los espacios interiores de las recámaras plantea una realidad: la falta generalizada de lugares para guardar no sólo ropa sino objetos de uso cotidiano, y con ello una lógica de amueblamiento diferente al que tenían en la vivienda anterior. Es decir, muchas familias se ven en la necesidad de cambiar camas de tamaño matrimonial por literas y los roperos y muebles de tocador por clósets y repisas y aún así la circulación de las personas en las recámaras es mínima. Esto ocasiona que las tareas de limpieza de estos espacios se realice con dificultad e incomodidad.

El baño es el espacio más apreciado en la nueva vivienda ya que les proporciona la comodidad y privacidad que antes no tenían. En la nueva casa el uso de este espacio destinado a la higiene corporal se controla a través de rituales y normas que no siempre son explícitas pero que implican, al igual que otros espacios, un uso jerarquizado por parte de los miembros del hogar.

Los espacios domésticos como generadores de nuevas conductas

Como se puede apreciar, el paso de una vecindad a un edificio en condominio, trae consigo un cambio radical en la forma de uso de la vivienda y del conjunto habitacional. Contar ahora con los servicios individualizados, provoca que la gente se repliegue al interior de la vivienda y tienda a pasar más tiempo dentro de ella, aunque a veces sienta añoranza de la compañía que se tenía antes, cuando era necesario compartir los lavaderos:
"Si nos vemos en las escaleras [con las vecinas] nos hablamos, nos saludamos, nos quedamos a platicar un ratito, ella [la vecina] se va para su casa y yo para la mía. Antes cuando lavábamos la ropa, pues nos poníamos a platicar, ahora yo lo hago sola...Sí se extraña, sí me gustaría tener más contacto. A veces sí me salgo afuera a sentarme con ellas, porque la soledad también duele" (Sra. Graciela).

Como señalamos antes, en la vecindad, las familias no imponían la presencia de la puerta de entrada a su vivienda, como un bastión a sortear, era común que éstas permanecieran abiertas, aunque se colocaba una cortina traslúcida que facilitara la entrada de luz y aire y que garantizara cierta intimidad, pero esto no impedía el libre paso de las personas conocidas. En contraste, en el nuevo conjunto se mantienen siempre las puertas de las viviendas cerradas y en ocasiones hasta con llaves y cerrojos. Esto en la búsqueda de proteger su territorio, su intimidad y su diferencia respecto a los otros. Como señala De Certeau (1999:147) "este territorio privado hay que protegerlo de las miradas indiscretas, pues cada quien sabe que el menor alojamiento descubre la personalidad de su ocupante:

"Me siento satisfecha, porque yo cerrando mi puerta, ni quien me vea. Si estoy guisando, no estoy guisando pues, ni quien [se entere]. Si plancho o no plancho...ya está uno privatizado, ya no tiene uno que estar "¿ay, quién pasó? porque en la vecindad siempre se tenía un pedacito de puerta abierta, para que le entrara a uno luz o para que le entrara aire" (Sra. Beatriz).

En el mismo orden de ideas, el nuevo patrón arquitectónico del conjunto habitacional, el ser ahora co-propietarios de los espacios comunes ha traído cambios de la vida colectiva de los vecinos y vuelve indispensable la organización para el mantenimiento y cuidado de estas áreas colectivas, sin embargo las posturas al respecto son muy diferentes dependiendo, entre otros factores, del grado de afectación que cada vecino experimente. Al no existir una cuota de mantenimiento ni una persona encargada de esto, generalmente se trata de trabajo voluntario el cual no es apreciado por todos los vecinos. En contraste, llama la atención que en algo que casi siempre se ponen de acuerdo los vecinos es el destinar un espacio del conjunto habitacional para crear ahí un nicho para la Virgen de Guadalupe. Esta dimensión religiosa infunde sentimientos de identidad, además de una sensación de protección que los habitantes experimentan con su presencia.

El nuevo estilo de vida que se adquiere con la vivienda, establece en las mujeres la necesidad de otorgarle importancia a la apariencia de ésta y a preocuparse más por su limpieza y arreglo:

"[La nueva casa] es para mejorar en todos los aspectos... le ayuda a que lo poquito que vaya usted adquiriendo se vea, pues, de mejor calidad a la que tenía antes. Antes se ponía que cortinas de colores así nada más y ya, sin ningún pliegue, sin nada. Ahora, uno va ahorrando un centavito ¿por qué? Pues porque me gusta más que tenga pliegues, se ven más bonitas. Así, le anda uno buscando por aquí y por allá " (Sra. Beatriz).

"A mí me encanta el sol, por ejemplo yo desde la mañanita, a las seis de la mañana, abro todas mis cortinas y que entre el sol. En la otra casa no entraba tanto, era un cuarto un poco obscuro y frío, tenía muchas humedades...Me encanta mi casa, me da gusto estar adentro de mi casa, arreglarla, ponerle sus cortinas nuevas, pintarla...el tiempo que tengo aquí, no he dejado un año de pintarla" (Sra. Laura).

"Se preocupa uno por tenerla aseada, limpia...porque, cualquier persona que la visita a uno por primera ocasión dice: "te felicito, ¡ay que bonita casa!" ya que conoció a uno anteriormente...el lugar ya no es una vecindad, es un edificio" (Sra. Patricia).

El estatus que la familia adquiere con la nueva vivienda requiere que se "eduque" a los hijos de otra manera para que se comporten "a la altura"de la esta nueva situación:

"Yo pienso que económica y moralmente tiene uno que subir, va conjunto. Implica educar a los hijos, porque antes era una vecindad y no había los mismos cuidados que tiene que tener ahora. Desde el baño, pues querían un baño, que lo tienen que tener limpio, que tienen que hacer esto, que ayúdame a tener la casa limpia. La casa es de nosotros y hay que tenerla limpia" (Sra. Laura).

Es importante señalar que la mujer en general, pero principalmente la que no está incorporada en el mercado laboral, estructura su vida cotidiana en función del ritmo marcado por la vida familiar y las tareas domésticas. El mundo de la mujer es el de lo privado, caracterizado por mantener relaciones informales en un espacio cerrado. Así, ella ocupa básicamente aquellos ámbitos que guardan una relación directa con las funciones de esposa y madre, actividades y espacios que no realiza ni ocupa para sí misma, sino para los otros, para su familia. Por esto mismo, en la vida cotidiana, las decisiones de la mujer tienen un fuerte peso moral y condicionan en mucho la forma en que se organiza el espacio doméstico. Así, en este espacio, el doméstico, también se plasman las relaciones asimétricas que por género y generación se establecen entre los miembros de la familia dando lugar a:

Que el mayor peso de las labores cotidianas recaiga en las mujeres. Entre ellas, se dan relaciones de apoyo y solidaridad, pero también de dominio y autoridad. Esta ayuda que prestan las mujeres, proviene en primer lugar de las "otras mujeres" del hogar (hijas y madre), y en segundo lugar, de las vecinas y de aquéllas a las que esté más vinculada cotidianamente (suegras, cuñadas, hermanas o comadres).

Frente a la responsabilidad femenina del trabajo doméstico se aprecian diferencias entre los hogares de acuerdo al sexo del jefe. Así, en los hogares encabezados por mujeres se encontraron relaciones más democráticas que en aquéllos con jefe varón, lo que se traduce en un uso diferente de los espacios:

"A veces hago yo la comida, a veces mi hermano, a veces mi hijo el grande, según como estemos...Tenemos [listas] las cosas para ir guisando y cualquiera de los tres guisa..." (Sra. Laura, jefa de hogar).

"En la cocina nada más mis hijas y yo nos metemos, ellos [el marido, el hijo y el cuñado] no hacen ni su desayuno, ¡nada de eso! Yo creo que la cocina es el lugar de la mujer" (Sra. Patricia, esposa del jefe)

El espacio se convierte en un medio con el que se ejerce poder, así por ejemplo, cuando el marido o los hijos varones utilizan la televisión, las mujeres del hogar generalmente se retiran a ver sus programas televisivos a las recámaras; o bien, es común que los hijos pequeños no siempre cuenten con un espacio propio para desarrollar su individualidad:

"Tania tiene 5 años y siempre son pleitos porque su hermana mayor [que tiene 13 años] no la deja entrar a la recámara, ya sea porque está estudiando o porque está con el teléfono. Aunque tienen sus literas, la chiquita casi siempre duerme con nosotros porque su hermana no la deja entrar" (Sra. Lola).

Las características de la vivienda anterior influyen también en la forma de uso y significación de los espacios. El provenir de vecindad influye en la satisfacción que se experimenta por la vivienda y particularmente por la especialización de los espacios, ya que ahora disfrutan de una mayor privacidad y, al mismo tiempo, más posibilidades de una convivencia menos problemática:

"Yo siento mi casa muy cómoda, la veo muy accesible a como yo trabajo, lavar los trastes, tener un lugar donde poner los trastes sucios, tener un lugar donde poner la ropa sucia, antes aunque lo tuviera escombrado, todo se veía: el bote de ropa aquí, el bote de los trastes aquí. O sea, por mucho que hiciera usted por cuidar, pues luego no se podía porque estaba a la vista, ahorita ya es mucho más accesible todo, todo está más arreglado en el closet, su ropa, mis hijos (...) cada quien agarra su ropa y la guarda en su lugar, tenemos espacio para cada quien" (Sra. Laura, jefa de hogar).

Reflexiones finales

La vivienda y sus espacios dan lugar a un particular estilo de vida y con ello la necesidad de establecer y adoptar conductas que permitan a las familias adaptarse a su realidad habitacional. Así, la vida en vecindad impone a sus moradores normas que regulan la cotidianidad que se da en el uso y apropiación de sus espacios, el cambio a una vivienda de interés social genera entre las personas una exigencia en cuanto a la adopción de nuevas conductas y nuevas formas y estilos de vida. Aquí apreciamos la influencia que el diseño del espacio físico puede tener en el comportamiento de los individuos. Sin embargo, este aparente determinismo espacial no es mecánico, se encuentra condicionado por una serie de factores como son la experiencia habitacional previa, el proceso de lucha por obtener el bien perseguido y finalmente la satisfacción de haber alcanzado ese bien acariciado por tanto tiempo. En otras palabras, el nexo entre forma y uso del espacio no es directo, está mediado por diversos factores que se relacionan con la propia historia familiar e individual y con la estructura y características de cada familia.

No obstante, en ambas situaciones, las relaciones familiares tanto de solidaridad como de conflicto trascienden el espacio físico y marca de una forma importante el uso cotidiano del espacio doméstico reproduciendo y generando un uso jerárquico del espacio en función de la edad y el sexo de los miembros de la familia.
 

Notas

[1]El organismo que financió la construcción del conjunto habitacional fue el Fondo Nacional de Habitaciones Populares (FONHAPO)

[2]A esta diferenciación de espacios corresponden modificaciones en la estructura y funcionamiento de la familia. Pero también los propios cambios en la estructura familiar han propiciado modificaciones no sólo en el tamaño sino fundamentalmente en el concepto de vivienda y en sus características espaciales. De esta forma, familia y vivienda históricamente han establecido una relación dialéctica.

[3] Son viviendas tan pequeñas que las subdivisiones interiores se tornan muy difíciles de resolver si se busca cumplir con las condiciones de un proyecto antropométrico, por ello, los espacios íntimos están prácticamente integrados al resto de los espacios de la casa. Además, en este tipo de viviendas se suele proyectar la sala y el comedor como un ámbito integral, lo cual le permite alcanzar superficies mayores

[4] Esta imposibilidad de mover y cambiar de lugar los muebles, en los testimonios de las mujeres entrevistadas estuvo muy presente como un elemento de disgusto por la vivienda. Pareciera que se asocia a la experiencia de darle movimiento a su decoración, de variarla y de manifestar con ello cierta sensación de dominio sobre su territorio.

 

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© Copyright María Teresa Esquivel Hernández, 2003
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Ficha bibliográfica:
ESQUIVEL, M. T. El uso cotidiano de los espacios habitacionales: de la vecindad a la vivienda de interés social en la ciudad de México. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 146(029). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(029).htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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