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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VII, núm. 146(078), 1 de agosto de 2003

CAMBIOS DE ESTILOS DE VIDA Y LOS PROCESOS DE PRODUCCIÓN DE LA VIVIENDA: LOS NUEVOS ESPACIOS SOCIALES DE CUENCA,  ECUADOR

Stella Lowder
Universidad de Glasgow. Escocia, UK

Cambios de estilos de vida y los procesos de producción de la vivienda: los nuevos espacios sociales de Cuenca, Ecuador (Resumen)

El concepto de espacio social es complejo, comprendiendo desde la comunidad establecida  en un sitio, el basado sobre la rutina diaria y la red de interacciones sociales, hasta el espacio discontinuo de los flujos de la edad informativa. La configuración y el territorio de estos espacios son dinámicos, provocando la necesidad de que sean reafirmados por sus adherentes. Los procesos de la producción de la vivienda tienen un rol importante en la formación de tales espacios, especialmente cuando el Estado impulsa la modernización súbita. En Cuenca las reformas estatales erosionaron la base de los privilegios económicos de las élites, mientras que sus inversiones abrieron espacios para la expresión de nuevos valores, tanto de ellas mismas como de otras capas sociales. Sin embargo, las nuevas urbanizaciones no necesariamente representan espacios sociales, dado el gran esfuerzo del nuevo poblador para construir la vivienda y los diversos ritmos de consolidación de sus vecinos.

Palabras clave: espacios sociales, la vivienda, modernización, Cuenca Ecuador.

Abstract

The concept of a social space is complex, ranging from that based on a long established community interacting in a place, to that based on daily routine and a web of social interactions, to the discontinuous space of flows of the informational age. The configuration and territory of these spaces are dynamic, requiring their constant reaffirmation by their adherents. The processes associated with the production of housing have an important role in the formation of social spaces especially when the state stimulates rapid modernization. In Cuenca, state reforms eroded the base of the economic privileges of the elites, while opening up spaces for the expression of new values by them and other social classes. However, the new estates do not necessarily form social spaces given the considerable effort required of the settler to build the house and the varied  rates of consolidation of the neighbours. 

Key words: social spaces, housing, modernisation,  Cuenca Ecuador.

¿A qué se refiere un espacio social?

El dicho inglés ‘mi casa es mi castillo’ resume los atributos de un espacio social primordial: proporciona un sentido de grupo vinculado operando en un lugar seguro con la entrada restringida a los fines y bajo los términos establecidos por la sociedad. A pesar de que para muchas mujeres el dicho tomaría la forma de ‘mi casa es mi jaula’ de la que raramente escapo, la vivienda representa el punto de partida para el espacio social, la base segura para promover lo material de la vida (Friedmann, 1992). Pero un espacio social se refiere a un concepto más amplio relacionado con una identidad social que, por lo general, está formada en un sitio, especialmente uno empapado con el poder motivacional de la tradición de sus habitantes (Harvey, 1989 p.303). El vecindario en que está situada la vivienda, en que uno se siente ‘en casa’, forma un espacio social compartido a base de las interrelaciones sociales diarias con conocidos de hace tiempo, o sea, en una comunidad.

Pero cada residente tiene varios ‘espacios sociales’. La vista por ‘adentro’ se basa en la experiencia, o sea se produce mediante la historia de los lazos sociales formados con los vecinos y en el ámbito de las rutinas diarias de cada uno (Lefebvre, 1974; Allen y Hamnett, 1995). Estos producen un espacio social único, que está relacionado con las imágenes de ciertas casas, tiendas, plazuelas y grupos sociales integradas en un ritmo vivido específico, no reproducible exactamente en cualquier otra zona de la ciudad. En las palabras de Simmel (1908) es un espacio existencial, con linderos psicológicos y sociales de un elemento sin deseos de extender sus efectos a otros.

Mientras tanto, la misma zona conforma otros tipos de espacio social dispensado desde afuera. El espacio refleja las percepciones del resto de la población de la ciudad; la falta de conocimientos de los habitantes resulta en interpretaciones de signos externos  por medio de la comparación del ambiente físico del barrio, los usos de sus inmuebles y de la condición de sus habitantes con otros de la ciudad para concebir una identidad territorial fruto de miradas fugaces (Frisby, 2001). Otra concepción desde afuera es la del administrador. Aquí el proceso emplea conocimientos desapasionados según un criterio general que mide el grado de riqueza o pobreza, el estado de conservación de los inmuebles, la cantidad de tráfico etc. y sirve para homogeneizar la zona para determinar el tributo correspondiente y la prioridad de sus necesidades. Este tipo de espacio social es un territorio con límites que lo separa de sus colindantes pero también con una función social, como es representada en el consejo de la ciudad.

Este resumen  revela que los factores implicados en la formación de espacios sociales son múltiples y complejos, actúan al mismo tiempo a varias escalas y desde varios ángulos y no necesariamente se refieren a la misma área. La concepción y los límites de un espacio social dependen del usuario y sus fines, sea un residente (y de acuerdo a su edad, género, estilo de vida y años de radicación en el sitio), el municipio, el párroco o la dueña de la tienda de la esquina. Para analizar la naturaleza de los espacios sociales necesitamos imaginar una amalgama de varios niveles de abstracción que operan en cualquier momento y que están ligados a la producción de la vivienda dentro de los procesos de urbanización, modernización y expansión de la ciudad. 

Comenzaremos con el proceso de urbanización. Para Simmel (1908) la formación de la ciudad resultaba en disparidades espaciales que se orientaban cada vez más hacia una estructura racional impulsada por el ejercicio de la dominación del estado sobre sus súbitos. Un aspecto de este control fue el reemplazo de la ciudad de construcción orgánica expresado en el crecimiento fortuito por calles rectas con nombres, el alineamiento de inmuebles y su numeración. El proceso ordenador destruye algo del espacio social porque borra las incoherencias de la historia de su construcción que dan carácter a un sitio, además de la significación de sitios involucrada en la formación de la zona.  Además, para Simmel, la tendencia de localización espacial y social estaba contrapuesta al mercado de dinero, que disminuye la necesidad de proximidad para ajustar los derechos y responsabilidades de la población. En este sentido surge la disminución de lo social ante reglas económicas y políticas impuestas por un agente imparcial y por ende el desarrollo de actitudes acerca de qué y quién está en o fuera de su sitio en un lugar preciso. Entra el concepto de la polución por la presencia de usos inconformes y de extraños y la necesitad de mecanismos para excluirlos (Sibley, 1992) que pueden llevar a formaciones ‘puras’ como la de los barrios cerrados. 

Los procesos de la modernidad profundizan esta imposición de conformidad formalmente con la invención de la planificación del uso del suelo, la separación de la vivienda y el local del trabajo y el aumento del transporte de masas que permite la expansión de la ciudad (Gilbert, 1998). El impacto sobre los espacios sociales es fundamental. Poco a poco, las vías ensanchadas y los fines no residenciales en las ciudades erosionan los espacios sociales de peatones tradicionales, teniendo que ser reintroducidos artificialmente en el centro por medio de la planificación de zonas peatonales para promover el comercio. Mientras tanto, los espacios motorizados se abren en forma de una red de autopistas y calles en la cual los nudos representan los parques de estacionamiento.

Para Castells, procesos como estos últimos impulsan la disminución hasta la imposibilidad de espacios sociales en el sentido de sitios precisos (Castells, 1989 p.349). Tenemos más bien una serie de espacios de actividades (Massey y Jess, 1995 p. 56) que se solapan, a la vez que pueden extenderse mas allá de la ciudad. La vivienda representa un refugio de los flujos que lo abofetean a uno en su vida diaria y el espacio social, en el sentido de las relaciones sociales, es extendido por tentáculos físicos y electrónicos hacia los hogares de los familiares y amigos, estén donde estén. 

Los espacios sociales que surgen de la expansión física de la ciudad moderna representan otro juego de factores de los descritos. Los legales, tanto como los ilegales, sean privados o públicos, son exclusivamente residenciales inicialmente. Generalmente son concebidos, aunque no necesariamente construidos, en un tiempo relativamente corto. Por lo general están compuestos de viviendas de semejante valor, y el rango de éste refleja claramente la identidad de los agentes responsables. En este caso lo que los residentes tienen en común es el nivel de sus ingresos, más que su origen geográfico o lazos de parentesco. En las zonas ilegales, la formación del espacio social se apoya en el esfuerzo comunal para conseguir servicios básicos del municipio y la regularización de los títulos de propiedad. Las zonas equipadas no necesitan movilizarse para este fin, que quita oportunidades para formar un espacio social, y es más probable que la base de éstas últimas esté en actividades recreativas o educacionales.

El caso de Cuenca

Nos interesa aquí analizar el vínculo entre la producción de la vivienda, que resulta de los procesos de urbanización, modernización y expansión física urbana, y la formación de espacios sociales. El contexto es Cuenca, la tercera ciudad del Ecuador, que creció de 53,000 a 157,000 habitantes entre 1950 y 1982; se estima que la inmigración contribuyó en un 38% de este incremento (León, 1985). El significado de este período es que coincide con dos factores muy importantes para la urbanización: el inicio de una reforma agraria y el descubrimiento y la explotación del petróleo. Los efectos de la reforma incluyeron el cercenamiento de rentas para la élite tradicional y un crecimiento de la emigración rural, mientras que la alza del precio del petróleo en el mercado mundial concedió al gobierno ganancias inesperadas, motivando a regímenes sucesivos a invertir en la producción industrial, las redes de comunicación y el equipamiento urbano directamente e indirectamente mediante la formación de varias fuentes estatales y privadas de crédito, tanto para fines comerciales como para la vivienda.

La distribución de las inversiones estatales estaba basada en la jerarquía de provincias, distritos y parroquias y ponderada por la población y sus prioridades sociales.  Cuenca, como capital de una de las provincias rurales más empobrecidas y la ciudad más grande del sur del país, apartada por malas comunicaciones del eje principal de la economía nacional de Quito-Guayaquil, recibió inversiones significativas. Estas incluyeron la construcción del aeropuerto y de una autopista circundante para el tráfico de tránsito, un parque industrial y una ladrillera, además de una gran expansión de sus servicios de educación y salud. Un indicio de esta dinámica es la inflación de asalariados en el sector privado, más elevada que la mediana de los capitales provinciales serranos (38%:30%) (Portais y Rodríguez, 1987). En este caso, la proporción de burócratas más baja de la media (22%:30%) es un indicio favorable que esconde la importancia de esos cargos, que daban acceso a líneas de crédito estatales, en la construcción de la vivienda.

El aislamiento de Cuenca también explica la supervivencia de una sociedad estratificada tradicionalmente, en el sentido que unas cuantas familias extensas dominaban la mayoría de los cargos importantes, tanto en el gobierno como en el comercio y las instituciones locales, y que por ende una clase de espacio social ajena a la vivienda consistía en aquellos unidos por lazos de patrocinio y clientelismo (Lowder, 1989). La modernización desafió esta estructura en lo cultural, político y económico. La nueva generación de la élite absorbía los símbolos de la cultura internacional promulgada por los medios de comunicación y aspiraba a un rol que se extendía más allá de la ciudad donde su parentesco no tenía valor. Los gobiernos petroleros abrieron nueva oportunidades a los jóvenes de la élite en las nuevas ramas de la producción y la administración; el crecimiento en un 246% de pasajeros aéreos entre Cuenca y Quito, la capital política, entre 1979 y 1983, el flujo más incrementado del país (noventa mil pasajeros en 1983) frente a la baja de pasajeros hacia Guayaquil, la capital económica, refleja el gran impacto de los proyectos estatales (Portais, 1987). Además de la creciente prosperidad, sus programas sociales ofrecieron ocasiones insólitas para obtener la vivienda propia a otros grupos sociales. El resultado fue una reestructuración de las bases de los espacios sociales en la ciudad, mientras que las formas de producción de la vivienda en las nuevas áreas rebotaban en sus espacios sociales.

La reestructuración de espacios sociales tradicionales en Cuenca

Su origen en la fundación española durante la colonia y como foco de colonización de las tierras circundantes explican porque Cuenca representa un buen ejemplo de la ciudad como ‘centro de los privilegiados’ (Gugler, 1982) en lo que el estatus personal reflejaba el parentesco más que la habilidad, y de la ‘parcialidad urbana’ (Lipton, 1977) por los mecanismos que favorecían la ciudad por encima de las necesidades imperiosas del campo (Morris 1981). Hoy en día su herencia colonial es evidente en el rol que sigue teniendo la iglesia, con la presencia de doce conventos y congregaciones que antes de la reforma agraria poseían numerosas haciendas en el entorno, además de los centros escolares mantenidos por ellos; la prosperidad de la época del sombrero de paja toquilla explica la presencia de una catedral enorme, la más grande del país, en la plaza mayor y unos cuantos edificios de arquitectura europea de comienzos del siglo XX. En ese entonces la ciudad histórica consistía de un círculo de caseríos nacidos alrededor de las iglesias de las congregaciones religiosas situadas a poca distancia del centro (Carpio Ventimilla, 1970). La colonia también contribuyó al trazo cuadricular de las calles, las plazuelas delante de cada iglesia parroquial y la creación de dinastías terratenientes latifundistas cuyas viviendas tomaban la forma de vastos terrenos incluyendo huertas y jardines; todavía se consideraba a estas familias de la élite como ‘nobles’ en la sociedad local en la década de los 1970s (Brownrigg, 1978) aunque sus casonas ya habían perdido sus espacios circundantes. La ciudad ocupaba una terraza elevada afuera del alcance del río Tomebamba, cuyos torrentes repentinos estorbaban el desarrollo de los terrenos fluviales de la cuenca al sureste de la ciudad por la frecuente destrucción de los puentes.  

Los espacios sociales de la élite hasta la década de 1970

El ‘castillo’ de las élites era su palacio, viviendas que se extendían sobre un cuarto o la mitad de una manzana, la única parte de la cual se orientaba hacia fuera eran los despachos en la calle principal[1]. Los varones de la élite se dedicaban a unas cuantas profesiones consideradas apropiadas, generalmente relacionadas con la propiedad: eran administradores de las haciendas de los religiosos y las suyas, empresarios de la producción agrícola, abogados, notarios y banqueros. Las élites también eran una fuente de religiosos y religiosas, sus dotes de tierras continuando bajo la administración de sus hermanos.

El gran portón central para carrozas cerraba la vista del transeúnte casual del espacio social interior subdividido en zonas de diversos grados de exclusividad[2]. En las más grandes, la entrada daba a un gran patio enlozado con una fuente y un jardín central circundado por salones para la recepción de visitantes y con una escalera elegante hacia el primer piso, la zona familiar. Un pasaje daba a otro patio trasero que contenía almacenes, los servicios, los cuartos de la servidumbre; era utilizado como cancha de juego de los muchachos y para tender la lavandería y estaba unido con la planta alta por una escalera muy sencilla. En los palacios más pequeños de solo un patio, los cuartos funcionales se encontraban en la parte trasera y cerca de la puerta de servicio, mientras que se recibía los visitantes en un salón del primer piso encima de la puerta principal.  En ambos casos la forma de la vivienda, con su serie de cuartos asequibles desde el balcón techado que corría alrededor del patio, permitía a algún familiar vigilar la entrada, el juego de los niños y el trabajo de la servidumbre.

Estos palacios representaban espacios sociales compuestos por una veintena y hasta treinta personas de varias clases sociales. Albergaban una familia extensa de tres generaciones además de tías o primas viudas, nietos estudiando en la ciudad y parientes más lejanos, ahijados y sirvientas. Hasta hace poco, las familias eran grandes, seis u ocho hijos era lo común. Las relaciones sociales estructurales dictaban el comportamiento apropiado de la parentela pobre con la familia principal y de ambos hacia la servidumbre que formaba parte del grupo- muchas servían a la familia de por vida, comenzando de muchachas de doce o trece años y quedándose hasta su muerte. En este estilo de vida patriarcal, las decisiones acerca de las profesiones de los hijos y la identidad de los esposos de las hijas eran un asunto familiar más que personal. La selección de los esposos sobre todo reflejaba las estrategias económicas, permitiendo enlaces con hombres ajenos a los nobles solamente si la empresa familiar necesitaba su habilidad (Hirschkind, 1980).  Las hijas de la élite se casaban bastante jóvenes, apenas salidas del colegio; algunas entraban al convento, pero era insólito que siguieran estudiando e inconcebible que trabajaran. El palacio entonces era un espacio social mayormente femenino, puesto que las mujeres se desplazaban en un ámbito muy reducido entre los casones familiares, la iglesia y unos cuantos sitios públicos como recepciones y tiendas de alta categoría. El espacio social de los hombres se extendía mayoritariamente hacia afuera, incluyendo los cafés y restaurantes donde se encontraban con sus amigos y los despachos, centros profesionales y las cámaras comerciales, donde coincidían con sus colegas.  

Este estilo de vida estaba bajo crecientes presiones económicas y culturales promovidas por los procesos de la modernización introducidos desde fines de la década de 1950. En primer lugar, la elite sufrió con la pérdida de las rentas agrícolas y los roles de administradores de haciendas. Las nuevas generaciones de hijos necesitaban nuevas fuentes de ingresos y ante su numerosidad y la falta de vocación tenían que contemplar otras profesiones no tradicionales. En segundo, las nuevas generaciones comenzaron a rebelarse contra el poder patriarcal ejercido por sus padres, queriendo escoger su propia carrera y esposa sin sufrir el riesgo de ser considerados unos parias. En tercer lugar, varias tendencias empujaban hacia la comodidad de la familia nuclear. Por un lado, las nuevas generaciones eran más educadas; tenían ideas más modernas de cómo educar a sus hijos que las de las tías y parientes y resentían su crítica. Por otro, las exigencias económicas favorecían una familia más pequeña, que no necesitaba tanta servidumbre; tampoco querían dejar sus hijos al cuidado de muchachas analfabetas. Además, con la extensión de la educación al campo, ya no se encontraba muchachas que quisieran pasar toda la vida como sirvientas controladas por una misma familia. Finalmente, el aumento del tráfico en las calles estrechas del centro histórico, el ruido, la polución consiguiente y la falta de lugar de estacionamiento para el carro, impulsó el abandono de los palacios por sitios más amplios y tranquilos. Muchas de las casonas sufrieron por la falta de mantenimiento (imprescindible en construcciones de adobe) y el arrendamiento multifamiliar, dado que cada cuarto tenía un acceso independiente[3]. (Figura 1)

Figura 1. Casas tradicionales (más pequeñas que las de los nobles) de la Calle Gran Colombia. Nota los portones cerrados entre las tiendas; muchas estaban en ocupación múltiple en 1992, los cuartos eran compartidos entre estudiantes universitarios. 

Los espacios sociales de las capas menos acaudaladas en los 1980s

El casco urbano contenía varios espacios sociales más modestos en los barrios que representaban una cultura urbana de las clases medias y trabajadoras. Siendo sus viviendas mucho más pequeñas y teniendo mucho menos tiempo libre, gran parte de estos espacios sociales era callejera y estaba compuesta por los encuentros entre vecinos y las actas comunales. Allí era donde se amarraba la soga para sostener las ollas sorpresa y las piñatas en los cumpleaños de los niños y se elevaban las tablas en la víspera del año nuevo para el cuadro al vivo que representaba las quejas del vecindario contra el gobierno[4]. El ‘pase’ navideño[5] del barrio se armaba en la plazoleta de la iglesia parroquial antes de su recorrido hacia la catedral y allí se encontraba el pordiosero habitual y los ancianos leyendo el periódico y saludando a los vecinos mientras arbitraban el juego de canicas de los niños. La tienda de la esquina también jugaba un rol social importante en una ciudad en la que todos los miembros de la familia la visitaba durante el transcurso del día y cada día, desde la madre o la sirvienta en busca de víveres, hasta el padre a por cigarrillos después del trabajo, o los niños para comprar helados o golosinas después de la escuela. Tales tiendas promovían la comunicación, proporcionando teléfono, tomando mensajes y manteniendo hasta un centro de encuentro para los compadres en donde discutir los asuntos del día.

Estos espacios sociales de comunidades consolidadas por el transcurso del tiempo comenzaban a sentir la presión de la modernización de la ciudad. El gran aumento del tráfico transformó la calle en una zona conflictiva entre vehículos en movimiento y estacionados y transeúntes; el estrechamiento de aceras para acomodar el caudal del tránsito y el aumento de la polución atmosférica quitó todo placer de andar. La calle era demasiado peligrosa durante el día para dejar jugar a los niños y era cada vez más difícil utilizarla para fines comunales.

Figura 2. El contraste en escala de la ciudad histórica al fondo con los nuevos edificios de concreto es notable. El centenario del Colegio Benigno Malo, patrocinado por la clase alta, estuvo marcado por un desfile de los ex-alumnos que vació casi todos los despachos y oficinas de la ciudad.

La vida de los inmuebles de adobe y tejas no-mantenidos con asiduidad en una zona lluviosa y sujeta a temblores no es larga, especialmente si están sujetos a las sacudidas constantes del tráfico (C+C, 1980[6]). La política del municipio de ensanchar las vías principales mediante el retiro de las fachadas de los nuevos edificios dos o tres metros por detrás de la línea de construcción anterior y el incremento del valor del suelo resultaron en la reconstrucción de altura, en que los dueños solamente ocupaban uno o dos pisos, los otros siendo alquilados a forasteros (Figura 2). Para estos últimos el piso presentaba una base provisional más bien que su billete de entrada a una comunidad con su respectivo espacio social. Además, el precio de los nuevos pisos y el desorden producido por una reconstrucción esporádica en tiempo y espacio incitaba a las familias jóvenes a abandonar el centro en favor de sitios más favorables para criar a los hijos, mientras que otras perdieron sus hogares con la renovación. La pérdida de población se manifestó en los ingresos de los pequeños comercios locales, que poco a poco desaparecieron. Las tradiciones desparecidas de las zonas centrales fueron remplazadas en la parte alrededor de la plaza central por un simulacro de un espacio social en algunas manzanas ‘conservadas’ mayormente por motivos comerciales; la arquitectura histórica, pasillos y plazuelas empedrados y tiendas tradicionales para atraer a los turistas.

La producción de la vivienda fuera de la ciudad histórica

El abandono de la ciudad fue encabezado como en otras partes por las élites (Morris, 1978). La élite cuencana tenía la suerte de poseer ya una alternativa en sus casas de campo. Inicialmente salieron los que las tenían en la misma terraza al oeste de la ciudad. Después, la construcción de puentes modernos sobre el Tomebamba por el Estado promovió el éxodo hacia sus quintas[7], ubicadas en la terraza en la orilla opuesta. Un cambio tan radical engendra innovaciones, especialmente cuando el cambio coincidía con la muerte del patriarca. En vez de compartir la casona existente, poco a poco los hijos dividieron los terrenos para construir casas opulentas pero adoptando la simbología de la arquitectura internacional de Estados Unidos o Europa. Estas mansiones reflejaban la riqueza con un gran jardín decorativo circundante cercado por altas rejas ornamentales, enormes ventanales, techos de azulejos vidriados inclinados exageradamente, chimeneas como artefactos arquitectónicos más bien que funcionales y garajes para dos o más vehículos. Los interiores son lujosos y modernos; además de salones públicos, tienen comúnmente tres o cuatro baños y una sala de recreo para los niños. Los grandes lotes de la élite se comían el territorio colindante a la ciudad rápidamente; tenían una baja densidad, pero sus ligas con el municipio les aseguraban la extensión de servicios.

La producción de la vivienda por los usuarios

El segundo grupo buscando vivienda moderna fue el de las familias profesionales no pertenecientes a la élite. Estas comenzaban a buscar lotes de relleno entre las quintas construidas. La distribución de éstas era al alzar, dependiendo de la voluntad de cada propietario a vender y procedía a medida que la construcción y la penetración de las vías disminuían el rendimiento agrícola por el corte de las acequias. A veces resultaba de la necesidad del dueño de capital y otras por la división de terrenos con la muerte del agricultor; la ley de herencia insistía en que cada hijo recibiera su porción. Algunos ya tenían casa o vendían lo sobrante para asegurar el capital para poder construir su casa. Generalmente había un lapso extendido entre la compra del lote y el levantamiento de la casa por razones financieras. En la década de 1970s, la gran mayoría de la construcción fue financiada privadamente[8], pues el crédito comercial se extendía por períodos de cinco o siete años y un terreno solo servía como colateral para un préstamo si estaba libre de gravámenes.

 
Figura 3. Casas de la clase media alta; a la derecha del auto blanco se percibe una de las viviendas campestres originales aplastada en un lote un cuarto del tamaño original. Lo único que quedaba de su agricultura era un pequeño rebaño de ovejas que pastaba en el ‘parque’ de enfrente, designado como tal por el municipio.

Además, el aspirante a propietario se enfrentaba a una labor enorme por la falta de compañías modernas de construcción: Tenía que encontrar un arquitecto para preparar  el pedido para el permiso de construcción[9] y contratar a un maestro de obras. Tenía que alquilar a un camionero y su vehículo e ir a una de las ladrilleras artesanas en busca de materiales y luego a los otros depósitos de materiales para conseguir cemento, madera, clavos, etc. Tenía que visitar la plaza donde albañiles, electricistas, plomeros y ayudantes desempleados esperaban para que su maestro consiguiera mano de obra. Tenía que llevar las cuentas y pagar al personal semanalmente. En fin, todo su tiempo libre durante meses si no años estaba dedicado a la construcción de la vivienda. Las viviendas consolidadas de esta clase media alta reflejaban los gustos de cada uno (Figura 3); la mayoría son bastante grandes pero la falta de materiales es evidente en la utilización de calambre pintado en algunos techos.

 La producción de la vivienda por la empresa privada

El incremento de asalariados en la ciudad, especialmente en el sector público, permitió la formación de otra clase aspirante a la vivienda propia. Parejas jóvenes en que ambos miembros recibían salarios modestos pero estables cumplieron con los requisitos de los nuevos tipos de crédito estatales con plazos de hasta quince años para la compra de una vivienda. Estas familias no se podían enfrentar a la complejidad de la construcción personal descrita arriba. Poco a poco sus necesidades fueron atendidas por pequeñas empresas encabezadas generalmente por un arquitecto o un ingeniero que se dedicaban a subdividir terrenos familiares; muchos de estos profesionales formaban la nueva generación de la élite. Para extender el mercado de tierras, tenían que buscar soluciones más baratas accesibles a la clase media baja por medio de economías de escala. Estas tomaban la forma de una hilera de viviendas contiguas idénticas, con pequeños jardines por delante y un patio de servicio atrás (Figura 4). Ofrecían varias ventajas al comprador: veía lo que compraba, reunía las condiciones de las compañías financieras y podía residir en ella mientras pagaba las cuotas. El problema con muchas de estas urbanizaciones era que el constructor no podía garantizar cuando se pavimentaría la vía de acceso y, a veces, ni siquiera cuando comenzaría el servicio de agua, pues estas obras dependían de la ETAPA, una pequeña compañía municipal que no tenía la capacidad necesaria para atender a todos los solicitantes.

 
Figura 4. Ejemplo de una pequeña urbanización circundada por campos de maíz y pastos y con vías de acceso de tierra. Los ocupantes, familias jóvenes de oficinistas en su mayoría, tienen poco en común con la gente del campo;  sus vecinos pueden verse al fondo.
 

La producción de la vivienda para la clase trabajadora

A pesar del proceso de filtración de las casas de las familias que abandonaron a la ciudad, había un alto grado de hacinamiento en inmuebles tugurizados en el 17% de las áreas (C+C Consulcentro 1980).  Una porción de esta población podía acceder a un lote por medio de una cooperativa; tales cooperativas existían para los trabajadores del municipio, de algunas fábricas y los pertenecientes a algunos sindicatos que compraban un terreno en común. Consiguieron terrenos baratos a veces cedidos por algunas congregaciones religiosas de los dotes recibidos y otras compradas de agricultores; la auto-subdivisión en lotes más pequeños también cortaba el papeleo de los permisos y planes individuales. A pesar de eso, los trabajadores demoraron mucho tiempo en construir.

El gobierno central también construyó algunos proyectos de vivienda que consistían en edificios de elementos de concreto pre-fabricados y casitas de ladrillo techadas de calamina. El espacio construido de las casitas era solamente 29 m2, con un patio trasero de  15m2 dando un lote inferior al mínimo establecido por el Régimen Municipal. El pago se hacía por cuotas mensuales de hasta veinte años, pero era dudable que pudieran durar tanto tiempo, dado la debilidad de la construcción (Figura 5). Lo que sí ofrecían es un título legal y un servicio completo, un factor importante. Algunas familias lograron comprar dos juntas y una vez los títulos en mano, derrumbaron las casitas para edificar una casa más grande.

 
 
Figura 5. La urbanización de los Eucaliptos en construcción, del gobierno del presidente León.  Un electricista trabajando en el proyecto consideraba las casas como ‘ratoneras’ por su densidad y poca extensión.

A las familias que por su trabajo eventual no podían entrar en estos esquemas, solo les quedaba la opción de mudarse a uno de los caseríos fuera de los límites municipales. Allá,  la construcción no estaba sujeta al Régimen Municipal y no se exigía ni permisos, ni planes, ni arquitectos. La vivienda se construía de adobe y tejas como es costumbre en el campo; el agua se conseguía de pozos y la letrina servía hasta que el servicio de desagüe era construido muchos años después. Lo único que se necesitaba era buscar un terrenito agrícola de bajo valor. Esta forma de urbanización explica la densidad comparativamente alta justo en los límites, mientras que dentro del perímetro de la ciudad quedaban muchos terrenos baldíos.

La producción de espacios sociales

La modernización demanda una urbanización ordenada, con una red callejera planificada que asegura la continuidad entre subdivisiones y suficientes espacios libres y para servicios públicos. Además requiere la alineación de las construcciones individuales con las calles y los colindantes. Todos estos objetivos fueron logrados por el Municipio, primero mediante la creación de un servicio topográfico eficiente que preparaba los planes de cada lote por un precio bajo, y luego por el proceso claro y justo para calificar a los planes de subdivisiones y los permisos para la construcción de la vivienda. En esto hay que agregar el apoyo de los terratenientes y la clase alta, que optaron por la profesión de arquitecto para sus hijos; además del interés en sistemas que crearon trabajo para ellos, entendieron la importancia de tales procesos en el mantenimiento del valor de sus solares. 

Indudablemente Cuenca siempre fue diseñada como una ciudad de privilegiados. La planificación siempre ha tenido una influencia fuerte en la formación de los espacios sociales, desde los primeros planos de la ciudad que reservaron la gran parte de las zonas accesibles para la vivienda residencial mientras acorralaron a las masas pobres en las periferias extremas al otro lado de la cuenca o en el norte colindante con el parque industrial y la zona militar (Sobral 1947). Los parámetros de las zonas, los tamaños mínimos de los lotes (200 a 150 m2), la anchura de las calles (mínimo de 8m para las secundarias), el porcentaje del lote sin construir y la gran proporción del área reservada para parques y servicios ordenaba la población eficazmente por sus ingresos. El 60% del espacio fue reservado para villas de no más de dos pisos con una densidad de 150 habitantes por hectárea, pues se estipulaba que más de la mitad de cada lote fuera espacio libre (Lowder, 1990). De acuerdo a los permisos de construcción, Cuenca era la ciudad que tenía la más alta proporción de viviendas que sobrepasaban los 200m2 construidos[10]. Hay que atribuir esta distribución espacial a la planificación antes que al mercado del suelo, pues había tierras baldías por doquier, dada la inhabilidad de equiparlas y la falta de capacidad para construir.

Este patrón social fue repetido en los espacios imaginarios en forma tangible mediante el nombramiento de las calles y plazuelas. Es notable como los nombres en las zonas de más alta jerarquía se refieren a árboles y a flores exóticas, lugares y personajes extranjeros, asociados con la era colonial o a las profesiones liberales. Mientras tanto, el plátano, el cafetal y el cacao, todas exportaciones de importancia del país, se encuentran en un barrio  poblano y aquellos colindando con la pista de aterrizaje del aeropuerto recibían sus nombres de los grupos indígenas amazónicos y sus ríos o de las ocupaciones artesanales.

En el espacio social de la élite moderna sobresalen sus mansiones y está bastante fragmentado, como previeron Massey y Jess. La familia extensa ahora se reune en otros espacios privilegiados, como en los clubes de deportes de golf o de tenis, y pasa sus fines de semanas en centros campestres situados a diez o quince kilómetros río abajo que ofrecen piscinas, instalaciones hípicas o de auto cross, locales en los que el costo de la entrada y los pasatiempos requieren inversiones que excluyen a la mayoría de la población. Pero los adolescentes dorados no han abandonado el casco urbano por completo; en las tardes soñolientas de los domingos, la tranquilidad de la calle principal, con el hotel de cuatro estrellas y los restaurantes de mayor jerarquía, se rompe con el golpeteo de la música pop internacional del momento emitida por el  desfile continuo de autos lujosos repletos de jóvenes de ambos sexos; siempre siguen la misma ruta como un ritual confirmando su estatus y territorio en la ciudad.

La labor de construir la vivienda alejaba a los usuarios de la posibilidad de actuar en un espacio social más amplio que el familiar. La clase media fue distribuida sobre grandes distancias y el tiempo requerido para mantener sus vínculos con familiares además del ir y venir del trabajo, el colegio y las tiendas restaba oportunidades para asociarse con desconocidos, aunque vivieran al lado. Durante muchos años gran parte de la ciudad fue un mosaico de campos rociados de viviendas de diversos tipos, y el proceso de consolidación frecuentemente involucraba conflictos entre diferentes estilos de vida (Figura 6). Solo cuando un barrio se iba consolidando y adquiría servicios sociales comenzaba el proceso de formación de una comunidad. Igualmente, los esfuerzos de comunicación con sus sitios de trabajo y sus familiares absorbían las energías de los habitantes de las pequeñas urbanizaciones; los servicios de transporte requerían cierto nivel de densidad de población para hacerlos rentables.

Figura 6. Se nota la mezcla de viviendas nuevas y campesinas esparcidas por campos agrícolas en gran parte del territorio de la ciudad.

 De lo observado, los espacios sociales tradicionales se formaron mas rápidamente en las áreas de la clase trabajadora quienes, por falta de medios, pasaba la mayor parte de su tiempo libre en el barrio y estaba acostumbrada a crear sus propias distracciones. Quizás el hecho de que ya tenían familias en el momento de la mudanza explica la aparición de pequeños puestos de víveres, campos informales para fútbol y voleibol y la formación de los lazos tradicionales de una comunidad, como los pequeños créditos de las tenderas antes de los días de pago y los equipos deportivos barriales.

Conclusiones

Hemos visto como en el caso cuencano el proceso de la consolidación urbana causó la erosión de los espacios sociales tradicionales vinculados a una historia y un sitio preciso en el centro de la ciudad, mientras que la producción de la vivienda en un periodo de políticas modernizadoras generaba más bien espacios de actividad que sociales en la expansión de la ciudad. La élite siguió con su acceso a medios de comunicación y transporte el modelo de espacios sociales de países más desarrollados de lazos extendidos y discontinúos sobre el espacio. Pero la capacidad de una familia para comprar un lote y construir su vivienda estaba sujeta a un sinnúmero de factores desconocidos que resultaban en ritmos de consolidación muy desiguales; es difícil formar espacios sociales entre forasteros esparcidos por campos de pastos y maíz. Por eso durante el período de construcción y hasta años después sus espacios sociales acortaron el ámbito familiar. Las subdivisiones más modestas fueron ocupadas más pronto y lograron formar redes sociales tradicionales. Por lo observado, el proceso de consolidación es esporádico, reflejando la suerte de la economía nacional, dado que gran parte de la construcción fue financiada por créditos estatales. En los últimos quince años la economía ecuatoriana ha sufrido el peso de la deuda externa y varias administraciones débiles y truncadas; una fuente financiera nueva ha sido los giros de los emigrados a los Estados Unidos.

 

Notas

[1] Hoy en día quedan pocas de ellas como viviendas. 

[2] Lo que sigue son mis observaciones de varias de ellas en 1982, 1987 y 1992.

[3] Esta construcción también ha facilitado la conversión de las más elegantes en hoteles y restaurantes elegantes en los últimos diez años.

[4] Estos eran una manera de mantener un diálogo con el municipio, aunque presentaran quejas mediante el elemento del ridículo. Un ejemplo tenía maniquís vestidos de obreros municipales con botellas de licor en sus bolsillos e inclinados sobre sus palas sin hacer nada en un bache enorme abandonado hace tiempo. La ironía es que el municipio premiaba la escena más apreciada por el público, o sea, ¡la crítica más reconocida!

[5] Los pases consisten en procesiones representando a los reyes magos. En Cuenca consisten en caballos montados por niñitas vestidas con traje campestre (pero con mantas bordadas de terciopelo) y decorados con cadenas de comestibles (chicles, galletas, frutas) rematadas por una gran fuente con una gallina o un cerdo asado. El recorrido une la iglesia en el este con la del oeste, pasando por la plaza de la catedral y los observadores notables de la ciudad. Al final se reparte la comida entre los vecinos o los pobres según los medios de los padrinos. 

[6] Los seis tugurios identificados en la vieja ciudad tenían una población de 20,601.

[7] Quintas de hectárea, todo lo que les quedaba de sus tierras agrícolas en la zona.

[8] El 93% en 1965-1970 y el 69% en 1971-1975 de los permisos de construcción vistos en los archivos del Departamento de Planificación del Municipio indicaron solamente fondos personales.

[9] Desde 1977 era obligatorio conseguir la firma de un arquitecto para el permiso sobre cualquier plan de vivienda.

[10] INEGI Encuesta de edificaciones. Quito, 1965-1984.

 

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© Copyright Stella Lowder, 2003
© Copyright Scripta Nova, 2003

 

Ficha bibliográfica:
LOWDER, S. Cambios de estilos de vida y los procesos de producción de la vivienda: los nuevos espacios sociales de Cuenca, Ecuador. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 146(078). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(078).htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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